¿POR QUÉ HONRAR A NUESTRA MADRE DOLOROSA?
Desde Propaganda Católica
Todo nos invita a la devoción hacia María.
En la Trinidad augusta, el Padre la hizo su criatura primogénita, el Hijo la eligió como Madre, el Espíritu Santo, su Esposa. La Iglesia eco fiel de la voz de Dios, no hace mas que inculcarnos esta saludable devoción y la piedad cristiana ha respondido a sus llamados multiplicando en cien y mil maneras las demostraciones de su amor, de su obsequio a la Virgen Reina. Pero de todas las devociones a María, tiene mas excelencia la que la considera en sus dolores, Corredentora del género humano.
I. Dios ha estampado en nuestro corazón un sello de su bondad por el cual naturalmente nos sentimos inclinados a compadecer al que sufre.
Contemplemos a María; ¿quién ha sufrido más que Ella? Su dolor se asemeja según el profeta Jeremías, a un mar del cual no se ven los límites ni la profundidad, y San Bernardino de Sena ha escrito, que, si ese dolor se hubiese repartido entre todos los hombres, cada uno tendría tanto como para morir. Además, entre los que sufren, nos mueven más fácilmente a compasión los inocentes y los que padecen con paciencia y resignación. ¿Quién más inocente que María? ¿Ella toda Santa e Inmaculada?¿Quien ha dado pruebas de la más invicta fortaleza, soportando los más acerbos dolores sin exhalar un lamento, Antes, sometiendo en todo a la Voluntad de Dios que la hería? ¡Oh! Ciertamente, no puede dejar de conmover nuestros corazones una criatura tan grande, tan inocente, y al mismo tiempo, tan abismada en un inmenso piélago de dolor. Sin embargo, no es raro encontrar cristianos, que inclinados a conmoverse con el relato de dolores imaginarios permanecen insensibles ante el dolor de María. A estos con cuanta razón podría repetir la Virgen, aquellas tiernas palabras:
“Audierunt quia ingemisco ego, et non est qui consoletur” (“Esos mis hijos han oído mis penas y, no obstante, ninguno se ha movido a compasión.”)
Alma cristiana, ¿estarás también tu entre estos seres tan duros ante el dolor casi infinito de tan incomparable criatura?
II. Si contemplada María con los ojos naturales invita de tal manera nuestro ánimo a compadecerla, ¿Qué diremos si la contemplamos con los ojos de la Fe? Entonces ya nos aparece, no como una simple criatura, aún cuando grande por haber sufrido una serie de contingencias posibles de acontecer en la vida, sino como la Virgen incomparable, elegida por Dios pare ser la Madre del Verbo Encarnado y, por esto mismo, asociada a la obra sublime de la redención humana. ¡Qué motivos no tenemos entonces para dirigirnos a Ella y agradecerle los beneficios inmensos que nos ha merecido con su vida llena de amarguras y de angustias! Y tanto mas debemos estarle reconocidos por cuanto tan inmensos dolores ha padecido por nosotros, en un impulso de amor espontáneo, desinteresado, generoso. Sacrificar a su Hijo Unigénito, entregarlo a la muerte mas despiadada y, con Él sacrificarse a sí mismo y someterse al más acerbo martirio; ¡he aquí la obra de María por nosotros!
Y ¿podremos permanecer indiferentes ante este espectáculo? ¿podremos simular desconocer esas penas que fueron causa de nuestra salvación?
Con mucha razón, cada uno de nosotros, respecto de María, puede repetirse las palabras que el santo Tobías dirigió a su hijo: “Por todo el tiempo de tu vida honra a tu madre, ya que no debes olvidarte cuáles y cuántas penas ha sufrido por ti”, y las ha sufrido, podemos añadir, no para la vida terrenal que termina, si para la celestial, la sola verdad, que no termina nunca.
III. ¡Conveniencia, reconocimiento, justicia!
Sí; también la justicia nos reclama a los pies de María Dolorosa, porque sus dolores son obra nuestra.
En efecto; la finalidad del martirio de la Virgen no ha sido solamente nuestra salud; nuestros pecados han sido causa. Nosotros, que recogemos ese fruto precioso fuimos los verdugos que con nuestras culpas –por cuya remisión Jesús y María se inmolaron- asestamos el golpe que, quitando la vida al autor de la misma, ocasionaba en el corazón de la Madre una agonía de muerte.
Por lo tanto ¿No es justo que pensemos en esas penas, que con nuestra pasión y gratitud expresemos a la Virgen toda nuestra amargura por haber sido la causa de las mismas?
Sin ningún derecho, más aún, contra todo merecimiento hemos alcanzado con los dolores de la Virgen abundantes frutos de salvación; recordando pues esos dolores y honrándolos en particular manera reconoceremos los beneficios recibidos y rendiremos homenaje a nuestro benefactor. ¿Y no es esto acaso, un deber de justicia?
María sufrió injustamente para que no sufriésemos lo que merecíamos por nuestros pecados y ¿podremos regalarle, a título de compensación, un recuerdo para sus aflicciones un tributo de sincero afecto y de tierna compasión? Nuestra ingratitud sería demasiada negra, harto manifiesta la injusticia, asaz desconsiderada nuestra manera de obrar.
A nosotros se impone el deber de recordar incesantemente la voz del Espíritu Santo:
“Gemitus Matris tuae ne obliviscaris!”. (“¡No te olvides de los gemidos de tu Madre!”)
Reflexionemos si hasta ahora hemos cumplido con este nuestro deber que nos impone la conveniencia, la gratitud, la justicia, y reparando la negligencia del pasado, propongámonos para el futuro estar siempre más unidos a la Virgen en la meditación de sus acerbos dolores.
PRÁCTICA.- Proponed lo que deseáis hacer durante este mes en honor de María Dolorosa.
ORACIÓN
¡Madre nuestra de los Dolores; bien justo es que honremos vuestras inmensas penas!
Haced que nuestros corazones fríos e impotentes para tanto deber sean compenetrados del verdadero espíritu de devoción, que sientan por vuestras penas la compasión sincera que los lleve a la detestación del pecado y a la práctica de las más excelsas virtudes.
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