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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

sábado, 31 de marzo de 2018

Vigilia Pascual. Sábado de Gloria.

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Vigilia Pascual. Sábado de Gloria

En la continuación de las festividades propias de la Semana Santa, el Sábado de Gloria es uno de los días más importantes, al llevarse a cabo la Vigilia Pascual, la bendición del agua y del fuego. 
La característica esencial del Sábado Santo es la ausencia del Señor. Ya que se recuerda su muerte, no hay eucaristía, pero se prepara todo con alegría para llegar al Domingo de la Resurrección.
A su vez, es señal de luto y en remembranza de Jesús en el sepulcro,  y los templos permanecen cerrados, como es costumbre de acuerdo con el calendario litúrgico católico.
La preparación de la Pascua comienza con la bendición del fuego nuevo, que se toma de una hoguera encendida fuera de la iglesia, estando ésta totalmente a oscuras y esperando los fieles con cirios apagados en la mano. 
El sacerdote enciende en ella una antorcha que una vez bendecida encenderán con ella sus velas los fieles. Con un canto se procede a encender el cirio pascual, al que se le ponen los cinco granos de incienso que representan la inmortalidad, el Alfa y la Omega, que recuerda a la humanidad que Dios es el principio y el final de todo; y la fecha del año en curso; que indica que suyo es el tiempo. Tras esto se encienden todas las luces de la iglesia. También se bendicen las aguas bautismales.

¿Qué significa descendió a los infiernos? Sábado Santo. 31 - Marzo - 2018

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Sábado Santo

¿Qué significa descendió a los infiernos?


En el Sábado Santo celebramos la frase que recitamos en el Credo “Descendió a los Infiernos”, es un día de reflexión y acompañamiento a la Madre de Dios que está a la espera de la resurrección del Hijo.
En su designio de salvación, Dios dispuso que Cristo no solamente “muriese por nuestros pecados” (1 Co 15, 3), sino también que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre alma y cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Ese momento se revive cada Sábado Santo.
Se conoce por las Sagradas Escrituras y la Tradición que Jesús bajó al “Seol” o infierno, donde permanecían las almas de todos los muertos.
En aquel lugar estaban todos los santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo y no tenían cómo llegar al cielo: los patriarcas, los profetas, los reyes, San José, entre otros.
Según la Tradición de la Iglesia, cuando Jesús muere, desciende al infierno y lleva consigo al cielo a todos los que creyeron.
En resumen, el Sábado Santo es una fecha distinta al Jueves y Viernes Santos porque no ocurrieron acontecimientos visibles en la tierra.
Debido que Jesús “ha muerto” se debe guardar silencio en ese día, semejante al duelo cuando perdemos a un ser querido. También es tiempo de espera de la Resurrección de Cristo durante la primera parte del día.

Oración. Tanto te ama que murió por ti.

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Oración

Si Dios tuviera un refrigerador, tu fotografía estaría pegada a su puerta.

Si Él tuviera una billetera, llevaría en ella tu foto.

Él te envía flores cada primavera.

Él te regala un amanecer soleado cada mañana.

Las veces que deseas hablar, Él te escucha.

Él puede vivir en cualquier parte del universo, pero eligió… tu corazón.

Reconócelo amigo. ¡Él está loco por ti!

Dios no prometió días sin dolor, risas sin penas, sol sin lluvias, pero prometió fortaleza para el día, consuelo para las lágrimas, y luz para el camino.

Tanto te ama que murió por ti. Ahora mismo, abre tu corazón y déjate amar por Dios.


Esta es la emotiva oración que rezó el Papa Francisco al finalizar el Vía Crucis. 30 - Marzo - 2018

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Esta es la emotiva oración que rezó el Papa Francisco al finalizar el Vía Crucis.

Tras el Vía Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma, donde muchos de los primeros cristianos murieron martirizados, el Santo Padre rezó una larga y emotiva oración dirigida a Jesús " llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza" frente a los 20 mil asistentes.


A continuación, el texto completo de la oración:
Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.
Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados:
La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de veces "incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás".
La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.
La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: "si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos".
La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han dejado engañar por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor.
La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.
La vergüenza de haber perdido la vergüenza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!
Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:
Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo tú puedes salvarnos del mal, sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.
El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la conversión.
El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra en ti su única fuerza.
El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.
El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya, llora amargamente por haberte negado delante de los hombres.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!
Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.
La esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo del otro.
La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia fácil.
La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a desafiar la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.
La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.
La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias culpas.
Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso. Amén.

Pascua de Cristo y Pascua de la Iglesia.

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Pascua de Cristo y Pascua de la Iglesia
Por Luis García Gutiérrez,
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia


En la celebración de la Vigilia Pascual, iluminados por la luz que destella en el Cirio Pascual, símbolo de Cristo victorioso, los cristianos escuchamos el solemne anuncio de la resurrección:
«Estas son las fiestas de la Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero».
 En esa noche los creyentes no sólo recuerdan el supremo acontecimiento de Cristo levantado del sepulcro, sino que, por la fuerza salvadora de la Pascua, actuada en los sacramentos, se insertan en ese mismo movimiento de muerte y resurrección.
La Pascua del Señor se hace así contemporánea a cada momento histórico y a cada fiel por virtud de los signos sacramentales y bajo el régimen de la vida litúrgica de la Iglesia, hasta tal punto de poder afirmar con el Pregón Pascual:
«¡Ésta es la noche!».
Con esta celebración tan expresiva, neófitos y bautizados anteriormente, comienzan juntos la andadura por una cincuentena de jornadas que se celebra como un único día de fiesta.
En este tiempo irá desgranándose la inmensa riqueza que encierra la Pascua: pascua de Cristo, pascua de la Iglesia, pascua de la esperanza y pascua del Espíritu; este tiempo es el «gran domingo», el espacio de inmenso gozo que conmemora la resurrección del Señor, su ascensión junto al Padre, el don del Espíritu Santo a su Iglesia y la espera dichosa de su regreso, episodios e ideas que van sucediéndose espaciadamente con el fin de facilitar su vivencia y celebración.
Si la comunidad cristiana ha puesto un gran empeño en su preparación para el Triduo Pascual en la Cuaresma y ha celebrado con gozo los días centrales del año litúrgico, no debería ahora caer en la tentación de disminuir su intensidad espiritual.
Es cierto que no es un tiempo «preparatorio para…», que estamos llegando al final del curso con justificado cansancio, que no existe tradición de una «espiritualidad pascual»… pero todo ello no debe ser excusa para no festejar, como corresponde, estos días en honor a Cristo Resucitado.

Cristo asciende victorioso del abismo
El contenido de fe que se subraya en primer lugar durante la cincuentena pascual es cristológico, como no puede ser de otro modo.
Los evangelios que se proclaman en la Misa durante toda la octava de Pascua, anuncian la verdad del hecho de la resurrección: anuncio a las mujeres, descubrimiento de Pedro y «el otro discípulo» del sepulcro vacío, anuncio de las mujeres a los apóstoles, conspiración de los judíos para el falso robo del cuerpo de Jesús y, finalmente, las apariciones del Resucitado a María, a los discípulos de Emaús, a todos los discípulos, a María Magdalena y a Tomás.

Al Señor, inocente ajusticiado, el Padre le ha hecho justicia y su vuelta a la vida no es fruto del deseo frustrado de venganza en sus seguidores sino un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo y que, al mismo tiempo, lo supera, porque la victoria de Cristo implica a toda la humanidad.
En este sentido, la rica eucología del Misal muestra la resurrección de Cristo no sólo como una rehabilitación «sociológica» de hombre bueno que tuvo que sufrir mucho por la injusticia del hombre desagradecido, sino que presenta plásticamente la dimensión teológica del hecho: Cristo es el «verdadero Cordero». Con esta expresión, de tan rica resonancia veterotestamentaria, hace ver la Pascua de Cristo como el cumplimiento y la perfección de las promesas dirigidas a los antepasados y la superación de todo culto y de toda vida que no tenga su centralidad en él y en su misterio pascual. El definitivo Cordero es ahora «al mismo tiempo, sacerdote, altar y víctima» (cf. prefacio pascual V) y, por él, con él y en él, todo hombre está llamado a reproducir su misma oblación existencial de la vida.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia
Desde el acontecimiento pascual puede comprenderse también la identidad y misión de la Iglesia, que nace en la Pascua.
Ésta, fundada sobre los apóstoles, se muestra como testigo privilegiado y como anunciadora humilde y audaz de la resurrección de su Señor. Este cometido puede verse condensado en las palabras del apóstol san Pedro que se proclaman el día de Pascua:
«Nosotros somos testigos…Dios lo resucitó al tercer día… nos encargó predicar al pueblo» (Hch 10, 34ss).

En la Pascua nace la Iglesia con un doble sentido: en ella tiene su origen histórico y el tiempo pascual es por excelencia el tiempo de los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Se produce así una actualización, repetida todos los años, de lo que aconteció en los primeros tiempos evangelizadores de la Iglesia.
Así como la predicación de los apóstoles suscitó la fe y muchos recibieron el bautismo y del Espíritu Santo, quienes aceptan ahora a Jesucristo, encuentran en el tiempo de pascua el espacio adecuado para dar comienzo o completar su Iniciación.
No en vano, es el tiempo de la mistagogía para los bautizados en la Noche Santa y el momento más oportuno para que los niños reciban su Primera Comunión y celebren la Confirmación.

En este sentido, la Octava de Pascua constituye históricamente una unidad bien definida; en ella se daba por concluida la acción de la Iglesia sobre los neófitos.
En Roma, éstos frecuentaban la asamblea eucarística durante los ocho días hasta el sábado de la octava en que deponían las túnicas blancas que habían recibido en la Vigilia Pascual.

Por su parte, en Jerusalén era el tiempo dedicado a la mistagogía: la explicación de los ritos celebrados en la Vigilia tenía lugar una vez que habían sido iniciados, no antes, cumpliendo así la ley del arcano.
Con estos dos preciosos testimonios puede comprobarse la importancia que la Iglesia concedía al grupo de los neófitos en sus primeros días de vida eclesial y cómo se realizaba la conclusión de su iniciación.
Prueba de ello son las referencias constantes que hoy encontramos durante la octava en las oraciones del Misal y la recomendación, donde hay neófitos, de hacer memoria en la plegaria eucarística de los que han recibido el bautismo.

No obstante estas precisiones históricas y geográficas, todo el tiempo pascual es considerado hoy como tiempo de la mistagogía y el tiempo de los sacramentos de la Iniciación Cristiana, especialmente Primera Comunión y Confirmación.
Al mismo tiempo, todos los creyentes «renacen» espiritualmente con  la celebración anual de la Pascua porque Cristo les hace partícipes de la nueva vida, una vida centrada en Dios y obediente a él, purificada del pecado y del temor de la muerte, y que se alimenta con la palabra de Dios y con  los sacramentos.
La Pascua de Cristo, por lo tanto, es la Pascua de quienes están unidos a él, «porque, demolida nuestra antigua miseria, fue reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud nuestra vida en Cristo» (prefacio pascual IV). Así, la Iglesia se comprende como el germen de la nueva humanidad redimida, presencia del mismo Cristo y su perpetuación en el mundo.

Todos estos aspectos, eclesialmente tan ricos, se describen maravillosamente en la liturgia eucarística ferial y dominical con la proclamación del libro de los Hechos de los Apóstoles, que tiene durante el tiempo pascual su lugar propio en la primera lectura desplazando al Antiguo Testamento.

Arriba están vuestros nombres
A los cuarenta días de la Pascua, siguiendo la cronología de San Lucas, Cristo sube junto al Padre. Este plazo se cumple el jueves de la VI semana; sin embargo, la celebración de la Ascensión se traslada en la actualidad al domingo siguiente para facilitar la participación en la Misa.
La ascensión supone el complemento necesario a la Resurrección, cerrando así el círculo que comenzó en la Encarnación y que Cristo mismo describe en sus palabras:
«salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16, 28).
La liturgia del día presenta el evento de la Ascensión con una triple perspectiva: la ascensión es motivo de esperanza y certeza de seguir el mismo camino del Señor; no es ruptura en cuando a su presencia en medio de los suyos; es la promesa de su retorno glorioso. Dicho con otras palabras: el que subió, sigue estando y volverá.

A partir de esta celebración, la liturgia comienza a destacar un aspecto que, por ser el último que destacamos, no es el menos importante: la presencia y acción de Cristo por medio de su Espíritu.
Tendremos ocasión de abundar en ello más detenidamente en la próxima colaboración.
Baste decir ahora que durante la séptima semana, el centro de atención de la Iglesia puede sustanciarse con estas palabras:
«(Jesucristo) habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo…nos invita a la plegaria unánime, a ejemplo de María y los Apóstoles, en la espera de un nuevo Pentecostés» (prefacio para después de la Ascensión).

Los signos de la Piedad Popular

No deberíamos descuidar las manifestaciones de la Piedad Popular durante este tiempo pascual.
La riqueza de la historia de la Iglesia –remota y reciente– nos ha dejado preciosos signos de vida cristiana y devoción en torno al misterio pascual.
Entre las principales manifestaciones destacan: el encuentro del Resucitado con la Madre, la bendición de la mesa familiar el día de Pascua, el saludo pascual a la Virgen María –Regina caeli–, la bendición de las familias en sus casas, el Vía Lucis, la devoción a la Divina Misericordia y la novena de Pentecostés.
Potenciar estas expresiones de devoción, armonizadas con la vida litúrgica, ayudará a que todos descubramos con más intensidad la riqueza e importancia del gozoso tiempo pascual.

¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!


Los cristianos celebramos la fiesta más importante del año: el “paso” de Jesús de la muerte a la vida.
Celebramos el misterio central de nuestra fe.
Celebramos el triunfo de nuestro Salvador sobre la muerte y el pecado.
Comienza el Tiempo Pascual, los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés, que “se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo” (Normas Universales del Año Litúrgico, n 22).

¡Feliz  Pascua!

Pascua de Cristo y Pascua de la Iglesia
Por Luis García Gutiérrez,
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia

Comentarios lecturas de Pascua

8 de abril – Domingo II de Pascua o de la Divina Misericordia
El domingo es el día del Señor en el que, desde el principio, la comunidad cristiana se reúne para encontrarse con Cristo resucitado, presente, orando juntos, en su Palabra y en el pan y el vino consagrados.
Somos así dichosos porque creemos en Cristo sin haberlo visto.
De Él salió la iniciativa, cuando al anochecer del primer día de la semana se apareció a sus discípulos y, luego, otra vez a los ocho días (Ev.).
Por la comunión, el Espíritu Santo nos hace crecer en la unidad con Cristo y la Iglesia. La 1 lect. nos muestra cómo en aquella comunidad primitiva se vivía esa unidad: todos pensaban y sentían lo mismo y compartían sus bienes.

9 de abril – Solemnidad de la Anunciación del Señor (trasladada)

En la celebración de hoy, hay que resaltar en primer lugar la fe de la Virgen María en las palabras del ángel. Una fe no fanática, sino razonada:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?».
Una fe que es obediencia a la voluntad de Dios:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Ev.).
Y esa obediencia es la que Cristo tuvo desde el primer momento de su encarnación:
«He aquí que vengo para hacer tu voluntad» (cf. salmo responsorial y 2 lect.).
Por esa fe de la Virgen María, el Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, fue llevado en sus purísimas entrañas con amor, y Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos (cf. Pf.).

15 de abril – Domingo III de Pascua

Estaba escrito que el Mesías tenía que padecer, siendo así víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero.
Pero Dios lo resucitó de entre los muertos y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos (cf. Ev., primera y segunda lecturas).
Esta es la razón de nuestro ser cristianos, miembros de la Iglesia: existimos para evangelizar, una vez convertidos de nuestros pecados.
También es la fuente de nuestra alegría y esperanza de participar un día del gozo de la resurrección (cf. oración sobre las ofrendas y oración después de la comunión).
Y desde que resucitó, Cristo se nos revela a través de los signos: el partir el pan, la eucaristía; las llagas de sus manos y sus pies, nuestros hermanos más pobres y necesitados.

22 de abril – Domingo IV de Pascua

Hoy es el domingo del Buen Pastor, Cristo, que ha dado la vida por sus ovejas, que somos nosotros, para salvarnos del pecado y de la muerte. Y no sólo ha muerto y resucitado por nosotros sino por todo el mundo:
«Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Ev.).
La Iglesia, con sus diversos carismas y vocaciones -de manera especial por medio del orden sacerdotal- hace presente en el mundo a Cristo, el Buen Pastor.
Hoy es un día especial para pedir al Señor que nos dé las vocaciones sacerdotales y consagradas que la Iglesia necesita para seguir evangelizando y creciendo en la unidad.

29 de abril – Domingo V de Pascua

Ser cristiano equivale a estar llamados a dar frutos de santidad. Y para dar esos frutos tenemos que estar como los sarmientos unidos a la vid.
Cristo es la vid verdadera (Ev.). Y estaremos unidos a él guardando su mandamiento, que es creer por la fe en su nombre y amándonos unos a otros tal como nos lo mandó (2 lect.).
Por la gracia que se nos da en los sacramentos, especialmente en la eucaristía, Cristo permanece en nosotros y nosotros en él.
Por el sacrificio eucarístico, Dios nos hace partícipes de su divinidad (oración sobre las ofrendas). Sin él no podemos hacer nada. Son sus palabras las que deben guiar siempre nuestras vidas.

6 de mayo – Domingo VI de Pascua

Cristo nos ha llamado a ser sus amigos y es Él el que nos ha elegido y nos ha destinado para llevar al mundo la Buena Noticia de su amor. Y esto lo haremos amándonos unos a otros como Él lo ha hecho al dar la vida por nosotros y por todo el mundo (Ev.).
Así testimoniamos que Dios es amor, un amor que nos ha manifestado enviándonos a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados (2 lect.).
Y ese amor ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado por los sacramentos de la iniciación cristiana y que es para toda la humanidad (cf. 1 lect.).

13 de mayo – Domingo VII de Pascua. Solemnidad de la Ascensión del Señor

Celebramos hoy el misterio que profesamos en el Credo: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Nos ha abierto así las puertas de la gloria para hacernos compartir su divinidad (Pf. II).
Él, como cabeza nuestra, ha querido precedernos, para que nosotros, miembros de su cuerpo (la Iglesia) (cf. 2 lect.), vivamos en la ardiente esperanza de seguirlo en su reino (Pf. I).
Una esperanza que se apoya también en saber que Él está con nosotros hasta que vuelva lleno de gloria (cf. Aleluya y 1 lect.).
Mientras, tenemos que cumplir con su encargo de ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda la creación (cf. Ev.).

20 de mayo – Solemnidad de Pentecostés

En Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, celebraban los israelitas la Alianza del Sinaí, escrita en las tablas de piedra que Dios entregó a Moisés, y por la que fueron constituidos en pueblo de Dios.
Estando reunidos todos los discípulos en ese día, a los cincuenta de la resurrección de Cristo, vino sobre ellos el Espíritu Santo, la ley de la Nueva Alianza, escrita no ya en tablas de piedra sino en el corazón de cada creyente.
En este día comenzaron a ser el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, abierto a todo el mundo como se expresa en el don de lenguas que recibieron (cf. 1 lect. y Pf.).
Ya antes, Jesús resucitado había dado el Espíritu Santo a los apóstoles para que pudieran perdonar los pecados.
El Espíritu sigue viniendo a nosotros por el bautismo y nos une así a todos formando un solo cuerpo en Cristo.


Fuente: Calendario Litúrgico Pastoral 2017-2018


viernes, 30 de marzo de 2018

Las Siete Palabras de Jesús en la Cruz. 30 – Marzo - 2018

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Las Siete Palabras de Jesús en la Cruz

30 – Marzo - 2018

Aunque fueron pocas horas, diera la impresión de que el suplicio de la Cruz hubiera durado una eternidad. En el fondo tiene dimensión de eternidad, pues la acción allí realizada abría las puertas de la vida eterna para la humanidad. Así lo refleja la última palabra de Cristo en la Cruz. TODO ESTÁ CUMPLIDO. No es el último suspiro de un moribundo que entrega su alma. Esta palabra de Jesús encierra toda su existencia terrena y toda su eterna comunión con Dios Padre. En primer lugar, es la reafirmación de haber cumplido con la voluntad del Padre de salvar a todos los hombres de la historia. Horas antes, Jesús le pide al Padre librarlo de las angustias que le producía humanamente la cercanía de la pasión. Sin embargo, se impuso la obediencia del Hijo: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

1.

En esta palabra, por otro lado, se expresa el cumplimiento de una promesa hecha a los primeros padres y que fue alentada por el mensaje de los profetas. Dios había prometido un salvador, con cuya luz iluminaría al pueblo que caminaba en oscuridad. Hubo signos de cómo se haría realidad dicha promesa. El mayor de ellos fue la pascua liberadora de Egipto y la alianza en el Sinaí. El Mesías anunciado realizaría una nueva alianza y haría posible una nueva pascua. TODO ESTÁ CUMPLIDO viene a ser el cumplimiento de esa promesa: se sellaba con la sangre de Jesús una nueva alianza y se comenzaba a experimentar la pascua, cuyo culmen sería la resurrección de quien estaba en la Cruz ya sin vida.
TODO ESTÁ CUMPLIDO. Desde la encarnación, Jesús vino a cumplir con la voluntad del Padre. Toda su vida, con su Palabra reveladora y con sus gestos, signos de la salvación y de la presencia del reino, Jesús, el Dios humanado no sólo iba anunciando la redención de la humanidad, sino la presencia viva de Dios en medio de la historia humana. El, siempre en comunión con el Padre, iba demostrando ya desde su encarnación que todo estaba por cumplirse. Ya la hora no sólo había llegado, sino que se estaba cumpliendo con su TODO ESTÁ CUMPLIDO. Es la palabra que pone el acento final a las esperanzas de la humanidad.
Sin embargo, no deja de ser contradictorio lo que ha pasado en El Calvario. Jesús está solo, abandonado de los suyos. Sólo le acompañan su madre, algunas mujeres y Juan, el discípulo amado. Los demás se han escondido por miedo, por sentirse fracasados y desesperanzados. Su Maestro ha sido golpeado hasta la muerte. Los demás que están presentes no son los que le aclamaron el domingo de ramos… son los soldados, acostumbrados a las crueldades de los suplicios y los dirigentes del pueblo que querían asegurarse que quedaría bien muerto.
Lo peor de todo es que también pareciera que su Dios, el que lo había enviado a salvar a la humanidad lo había dejado solo. Por eso, exclama DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Pareciera contradictorio. Desde los inicios de su vida terrena, Jesús siempre manifestó su comunión con el Padre Dios: a José y María, les dice que tenía que preocuparse de las cosas de su Padre; a lo largo de su ministerio mostraba su comunión con el Padre, en cuyo nombre actuaba y con quien dialogaba en largas horas de oración. En la Cena pascual previa a su Pasión, reafirma que Él y el Padre son una misma cosa. En Getsemaní, incluso ora al Padre… Horas más tardes siente la soledad y exclama. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?
Jesús experimenta la mayor consecuencia de su encarnación. Pablo la describe en su carta a los Filipenses: por amor a la humanidad y en estrecha comunión con el Padre, se despojó de su condición divina y se hizo el más pequeño y el más pobre para enriquecer a la humanidad con su entrega. Es lo que quiere decirnos esta palabra. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Sin embargo, no estaba ni solo ni abandonado. Es el momento de la entrega definitiva cuando el Padre abrirá sus manos para recibir su espíritu y así obtener la ofrenda de la víctima por excelencia. Se rebajó tanto que experimentó una soledad radical…humanamente hablando, aunque tenía la certeza de que allí estaba el Padre Dios.
Hoy en el mundo y en Venezuela muchos experimentan el abandono de Dios: hasta lo reclaman. Algunos lo reclaman con soberbia como pensando que Dios ha prescindido de ellos; o porque quieren pedirle a Dios lo que Él no nos va a dar… Pero los auténticamente pobres, aún en medio de su dolor y del hambre que sufren, pueden llegar a pensar que Dios los ha abandonado. Pero hay algo muy interesante: ellos no han abandonado a Dios y siguen teniendo su confianza puesta en Él. Entonces, pueden ir descubriendo que Dios mismo se ha bajado a ellos, se ha desprendido de todo para acompañarlos y darles lo que requieren. Quizás no lo experimentan de una vez, pero van sintiendo que Dios está allí. La gente de verdadera fe sabe que Dios no la ha abandonado. Dios se va dando a conocer y se va acercando a través del testimonio de caridad y misericordia de tantos hermanos que comparten con quienes sufren. Lo bonito es que actúan en el nombre de Dios… por eso, no se sienten abandonados ni olvidados.
En la experiencia de la cruz nos encontramos con un hecho que nos habla de cómo Dios no abandona a nadie y menos a quienes sufren, aún en la peor de las circunstancias. Uno de los que está junto a Él, también crucificado lo reta; le pide que se manifieste con su poder si es rey. Pero el otro, le recrimina esta osadía y más bien se dirige humildemente al Señor: “ACUÉRDATE DE MÍ CUANDO ESTÉS EN TU REINO”. Sabe que no hay escapatoria y se arriesga a unirse a quien ha manifestado seguridad de salvador.
La respuesta no se hace esperar. Jesús muestra que aún cuando el pueda sentir soledad y abandono personalmente, está allí para acompañar a quien lo necesita. El otro crucificado que acude a Él, sabe que ya no hay vuelta atrás; aún así sabe que puede encontrar la pequeña y gran compañía del Señor. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO. Esta palabra demuestra que ni Jesús ni su compañero de suplicio están solos o abandonados. Dios Padre está sosteniendo al Hijo y, como lo veremos un poco más tarde, está poniendo sus manos para recibir la ofrenda de su Hijo. Asimismo sucede con el compañero de Jesús. Este le está tendiendo su  mano para asegurarle que “hoy”, en el momento del suplicio y de la muerte estará en el paraíso.
Cuando uno contempla esta acción del Señor en el mismo momento de su muerte entiende cómo el amor de Dios no está lejos de nadie. Quizás otro le hubiera dicho al  que le pedía acordarse de Él, que esperara; que sufriera igual; que no era hora de estar buscando nada… y sin embargo, la palabra de Jesús encierra una gran muestra de amor: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO. No es el paraíso al estilo humano, sino el de la eternidad del encuentro con Dios. Lo mejor es que ya lo comienza a vivir y disfrutar aún en medio del dolor… La palabra del cumplimiento adquiere un sentido con esta acción también liberadora de Jesús.
A quienes hemos recibido la gracia de ser discípulos de Jesús nos corresponde también estar al lado de quienes sufren: y hay demasiados a nuestro alrededor. Nos toca ofrecerles la mano, como lo hizo Jesús con el buen ladrón. El paraíso que le vamos a ofrecer no es de orden material: es el de la caridad operante para sostenerlos, para animarlos, para darles algo de lo que tenemos y para hacerles sentir la libertad de los hijos de Dios. Todo esto lo hemos de hacer en el nombre del Señor como consecuencia de aquella palabra sencilla, profunda y hermosa. TODO ESTÁ CUMPLIDO.

2.

Cualquier tipo de suplicio, sobre todo si se está en la etapa final del condenado a muerte, genera miles de reacciones: desde el miedo hasta la desesperación, desde el hambre hasta la repulsión de todo tipo de alimento, desde la angustia hasta el grito de auxilio, desde la desilusión hasta el odio… y una de las cosas más terribles que le sucede a un condenado a muerte es la sed. El agua no le alcanza para saciarla, el agua apenas le sirve para aliviarse. La sed sintetiza todos los sentimientos físicos y espirituales que va acumulando y que se acrecienta a medida que se acerca la hora definitiva. Fue lo que le sucedió a Jesús cuando exclama TENGO SED. El crucificado se encuentra extenuado. Desde la cena pascual, prácticamente no ha recibido ni un pedacito de pan y prácticamente no ha recibido ni una copa de agua. Ha sido torturado, ha perdido sangre, ha experimentado la angustia, ha llevado la cruz por el camino del Calvario, ha sudado y sangrado. De allí su grito. TENGO SED.
En cierto sentido es lógico que lo haga. Al menos con un sorbo de agua fresca puede soportar algo el dolor del suplicio y hasta sentir que se puede vivir un poco más. Lo lógico sería que alguien le hubiera dado un poco de agua. Sin embargo, uno de los soldados le acerca una esponja a sus labios llena con una pócima amarga. Con ella, le termina de secar la garganta: así no pedirá más agua y dejará hasta de gritar cualquier cosa. Total, ya el final está cerca y mejor es no sentirse molestado por quien está ya en condición de moribundo. Eso no deja de quitarle al Crucificado el deseo de saciar su sed. No podrá gritar, no querrá recibir otra pócima amarga, pero aún se siente el grito de TENGO SED.
A lo largo de la historia posterior, mucha gente se ha identificado con esta palabra de Cristo en la Cruz y ha recibido una respuesta parecida a la que le dio el soldado romano al Señor. Pensemos en los mártires de los primeros siglos y de todos los tiempos: su sed fue saciada con más dolor y con más suplicios; la triste experiencia de los campos de exterminio nazi, las guerras de todo tipo en la historia de la humanidad durante las cuales quienes pagan las consecuencias son los más pobres…. A esto se unen las desastrosas experiencias de opresión, con tiranías insensibles, con las consecuencias de migraciones forzosas, con el desprecio de la dignidad humana, con el comercio de muerte manifestado de diversas maneras… Toda la gente que sufre estas opresiones y situaciones antihumanas clama como Jesús TENGO SED. Y la respuesta no es la de un auxilio, sino la de las componendas de los poderosos para que no sean castigados y en el caso de serlo, la condena no sea tan dura porque tienen “derechos humanos”.
En estos tiempos recientes, en Venezuela nos seguimos encontrando con gente que grita TENGO SED. Lástima que los oídos sordos de muchos no permiten ni saber que sufren la urgencia de una mínima atención, como tampoco posibilitan soluciones que al menos sacien el dolor y el sufrimiento de ellos. TENGO SED sigue clamando Cristo Crucificado hoy: lo escuchamos cuando vemos la cantidad inmensa de personas que están pasando hambre; los que hacen largas filas para ver si pueden conseguir algo de comida a precios que son inalcanzables; quienes hurgan en los basureros o en los desperdicios de las casas y restaurantes a ver si consiguen un poco de quién sabe qué comida para saciar el hambre de varios días; los que no consiguen medicamentos o a quienes se les hace imposibles tratamientos como la diálisis o la quimioterapia u otro tipo de acciones médicas necesarias; los que con mirada triste van saliendo por nuestras fronteras hacia otros países a ver si logran tener un mejor tenor de vida; quienes se quedan solos o no logran vivir con lo que reciben de sueldo… Todos ellos y muchos más hoy exclaman TENGO SED.
Y sí hay quien les de algo para intentar no calmar sino ahogar ese grito: las dádivas que el Gobierno intenta dar con condiciones y de vez en cuando; las falsas promesas de mejores condiciones de vida ofrecidas por dirigentes políticos que buscan garantizarse sus propios intereses; las ofertas de trabajos amorales, como el contrabando, el “bachaqueo”, la especulación y otros; el conformismo y la falta de solidaridad de quienes algo tienen pero que no lo comparten con nadie… Estas son pócimas amargas que se van dando para que no se escuche el clamor de nuestra gente,TENGO SED.
Hoy no nos encontramos al soldado romano, pero sí quienes hacen sus veces: los que pretenden imponer un régimen deshumanizante que hunde en el empobrecimiento a todos y, a la vez, elimina toda iniciativa de producción y de superación; las mafias que se dedican al tráfico de personas, llevando a muchos jóvenes y adolescentes a la prostitución; esas mafias transitan por las carreteras y pasan por las alcabalas con su lamentable carga de personas menospreciadas y con las que se negocia; curiosamente a ellos ni se les matraquea ni se les revisa; los grupos irregulares que siembran zozobra en muchos de nuestros poblados, así como los que se dedican al narcotráfico, con su secuela de muerte. Junto a estos nos encontramos a tantos indiferentes que dudan acerca de la existencia de estas dificultades o situaciones; o los que, por tener recursos, no son capaces de compartir con los demás con sentido de caridad y solidaridad… Ellos le dan al pueblo una pócima amarga, la de la indiferencia y prepotencia de sus actitudes….pero aún así se sigue escuchando el grito desgarrador TENGO SED.
Es verdad que al poco tiempo de su grito, Jesús entregará su espíritu en manos del Padre y, entonces, brotará el agua que da frescura permanente, el agua del amor redentor y de la vida eterna. Por eso, quienes somos discípulos de Jesús tenemos la posibilidad, recibida de su gracia, y la obligación, nacida de nuestra vocación o llamada de parte de Dios de ofrecer el verdadero frescor del agua que brotó del costado del crucificado luego de recibir el lanzazo del soldado romano. Es el agua de la solidaridad y del amor, el agua de la alegría de sentirnos pueblo para compartir las esperanzas y angustias de los hermanos. Muchas de esas angustias y manifestaciones de sed las sentimos nosotros mismos. También nosotros debemos hacernos eco del clamor de Cristo hoy en la cruz de tantos hermanos: TENGO SED.
Pero nosotros no somos ni debemos ser como aquel soldado romano. Ofrecemos el agua de la libertad a través de nuestras obras de misericordia. Hemos de seguir haciéndolo aún desde la poquedad de nuestros recursos; pero sobre todo desde la riqueza de la fuerza del Espíritu que nos da el agua que sacia la desesperanza de quienes se sienten solos y abandonados. Si lo hacemos, estaremos dando una respuesta clara; como lo decía el recordado Abbé Pierre, fundador de los TRAPEROS DE EMAÚS en la década de los cuarenta del siglo XX, estaremos realizando la “insurrección de la bondad y del amor”.
No es una insurrección armada ni violenta, sino la actitud de repulsa de lo que menosprecia y rebaja la dignidad de los seres humanos. Será consecuencia del cambio necesario que brota de la Cruz, la nueva creación, que cambia la mentalidad de los seres humanos para hacerlos protagonistas del amor y de esa bondad que, en el fondo, es el rasgo hermoso de la santidad de Dios, a la que estamos llamados a asumir. Sólo así podremos responder al clamor de la gente y de Cristo, TENGO SED.

3.

Aunque diera la impresión de haber sido abandonado y de quedarse hasta sin agua, las palabras de Cristo en la Cruz sintetizan la voluntad salvífica de Dios Padre que la cumple el Hijo entregado como víctima en la Cruz. Todo se cumple. Si bien pareciera ser una historia de abandono y de soledad, Él rompe esa impresión con un don especial que le  concede a los discípulos y a la humanidad: HIJO, HE AHÍ A TU MADRE. En el momento solemne de su muerte, vuelve a repetir lo que siempre hizo en su ministerio: dar. Y dar con generosidad. De allí, que le entregue a la humanidad la maternidad de su Madre, para que sea ella fiel compañera, maestra y ejemplo de lo que hay que hacer. No es un mero don hacia los discípulos y la humanidad. Jesús, le entrega al cuidado del discípulo y a la misma humanidad la soledad de María: MUJER, HE AHÍ A TU HIJO.
Con esta palabra, Jesús demuestra lo que es el evento de la Cruz: donación en el amor. Por amor, María se convierte en la Madre de Dios; y, desde el amor de su Hijo, se convierte también en Madre de la humanidad. La soledad de la humanidad, golpeada por el pecado y la oscuridad de la muerte, llega a transformarse en comunión y acompañamiento. Comunión de la Madre para los nuevos hijos; y viceversa; acompañamiento mutuo hasta el encuentro definitivo al final de los tiempos. Desde ese momento, la Madre fue recibida por los discípulos y la humanidad. Así se convirtió en la más poderosa intercesora ante el Hijo por los nuevos hijos.
Esta palabra, a la vez, habla de la Iglesia. María es modelo de lo que tiene que ser la Iglesia: Madre. En María, descubrimos cómo la Iglesia es recibida por la humanidad, a la par que la humanidad es recibida por la nueva Madre, la Iglesia. Con ello, se hace extensible en la historia posterior la fuerza redentora de Jesús. La Iglesia no sólo anuncia el evangelio de la salvación, sino que acompaña a todos los seres humanos, en sus alegrías y penas, en sus gozos y esperanzas, en sus problemas, dolores y angustias. Como parte de su vocación y siguiendo el ejemplo de María, la Iglesia está llamada a estar cerca de los seres humanos, creyentes y no creyentes: es voz de los que no la tienen, es capaz de dar agua a los sedientos, de extender su mano solidaria para quienes sufren.
Quien había predicado el perdón, quien había enseñado en el padre nuestro que había que perdonar si se quería recibir el perdón de Dios, quien lo hizo realidad durante vida pública, ahora no podía ir en contra de su propia palabra. PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Otro don que brota desde el amor crucificado. Incluso hasta con una especie de justificación: PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Jesús va a entregar su espíritu en las manos del Padre para conseguir el perdón de los pecados de toda la humanidad. En su primera palabra desde la cruz ya da una lección clara y precisa: PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.
El perdón y la reconciliación formaron parte de la predicación de Jesús. Hubo muchos que así lo experimentaron; otros lo llamaron blasfemo por eso y hubo indiferentes que no hicieron caso. El perdón no significaba en ningún momento impunidad. Implicaba la conversión que el mismo Jesús predicó desde el inicio de su ministerio público. La conversión no era sólo arrepentirse de los pecados y sentirse libres del mismo, sino también conllevaba un cambio de vida. Así lo enseñó Jesús. Un ejemplo de ello lo vemos en el episodio de la mujer adúltera. En el diálogo con Nicodemo, Jesús garantiza que su entrega era para salvar y no para condenar. Ahora en la cruz, lo vuelve a enseñar desde su propia experiencia existencial. ´PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.
La Iglesia ha recibido este ministerio. Nos lo enseña Pablo y los Padres de la Iglesia. No se trata de un acto puntual sino de una enseñanza, una catequesis que permita a quien está en el pecado y su oscuridad optar por Cristo y por una vida nueva, ya recibida en el bautismo. Hoy, en Venezuela, así como tenemos que ponernos al lado de los sufrientes, tenemos la obligación de decirles a quienes oprimen de diversas maneras como hemos visto que deben convertirse. Hay que dar signos para ello: desde dejar la maldad y asumir sus propias responsabilidades hasta demostrar que es la luz de la verdad la que definitivamente va a orientar la vida.
Por ello, invitamos a quienes están en el camino de la maldad, los corruptos, los que forman parte de las mafias del narcotráfico, del tráfico y trata de personas, del contrabando y del menosprecio de la dignidad humana, de quienes quieren destruir la familia e introducir antivalores que rebajan a la persona humana, de quienes prefieren delinquir, robar y asesinar, de quienes propician el negocio de la pornografía, de quienes abren caminos a la mediocridad y a la maldad, que se conviertan Que se unan a quienes de verdad queremos seguir en el camino abierto por Jesús hacia una plenitud de vida. A ellos les invitamos a sentir la fuerza de la palabra de Cristo en la cruz cuando dice: PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.
En el fondo, todo se sintetiza en seguir a Jesús. El ha indicado qué significa: tomar la propia cruz, es cierto, pero con la decisión de ver y experimentar en ella el amor que todo lo puede. Ese amor en Cristo se expresa por ser el sacerdote que entrega la víctima propiciatoria y reconciliadora al Padre. Resulta que esa víctima es el mismo Señor Jesús EN TUS MANOS, PADRE, ENTREGO MI ESPÍRITU. En esta palabra se manifiesta que TODO ESTÁ CUMPLIDO. Es decir, que se ha hecho realidad la voluntad del Padre que quiere que todos los seres humanos se salven. Esta palabra demuestra que Jesús no estaba solo, sino que se había despojado de toda prerrogativa para poder entregarse totalmente como ofrenda de amor.
Porque EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPÍRITU, Jesús es capaz de transformar su sed en un manantial de agua para tantos que la necesitan; el agua de la salvación. Por eso mismo podemos entender cómo le tiende la mano al buen ladrón para asegurarle que ese mismo día estaría con Él en el paraíso. De igual manera, con esa entrega podemos entender el don de la Madre, María, para todos en la humanidad y de la Madre, Iglesia, para continuar en la historia su obra de salvación. Asimismo, podemos entender cómo pide el perdón para sus torturadores y para quienes lo entregaron al suplicio.
Por el bautismo, también nosotros hemos sido capacitados para imitar a Cristo, ya que hemos sido convertidos en “ofrendas vivas” (Rom 12,1-2). Lo podemos y debemos hacer en nuestra vida familiar y comunitaria, con lo que somos y tenemos. Es una ofrenda, al estilo de Cristo, llena de amor con la fuerza y gracia del Espíritu Santo. Porque lo somos, entonces también debe ser una expresión de nuestra opción por los pobres y excluidos; como también de ir, sin miedo a las periferias existenciales, en particular donde impera el pecado, la maldad y la oscuridad, parta que sientan quienes están allí, que Dios les ama y pueden transformar su vida. También nos la jugamos por la salvación de los demás, al estar identificados con Cristo, quien fue capaz de ser causa de salvación. Por ello dijo EN TUS MANOS PADRE, ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.

4.

Culminamos la meditación de las siete palabras de Cristo en la Cruz. Ojalá no sea un simple ejercicio de piedad o una meditación sin referencia a la vida concreta. Hoy, como nos han enseñado las Papas, la gente cree más a los testigos que a los maestros. Esto nos lleva a tener en consideración que debemos dar testimonio con nuestras propias vidas. Las palabras de Jesús, las hemos de asumir para que puedan surtir el efecto que el mismo Dios quiere.
En medio de la crisis que sufrimos, la acción decidida de los cristianos tiene que ser un oasis en el desierto por el cual transitan tantos hermanos. No hacerlo es volvernos en arenas de ese desierto. Hacerlo es ser capaces de dar el agua que se necesita ante tanta sed que se experimenta hoy en día. Nos toca hacer sentir la fuerza del amor, la “insurrección de la bondad y de la misericordia”, con el estilo de Jesús que nos invita, si queremos ser felices, a ser constructores de la paz. No olvidemos que Cristo es nuestra Paz. Por tanto, edificarla es llenar de Cristo, de su Palabra y de su salvación a nuestra sociedad. No hay tiempo que perder. Es la tarea que el mismo Jesús nos ha entregado.

+ Mons. Mario Moronta, Obispo de San Cristóbal