Las Siete Palabras de
Jesús en la Cruz
30 –
Marzo - 2018
Aunque
fueron pocas horas, diera la impresión de que el suplicio de la Cruz hubiera
durado una eternidad. En el fondo tiene dimensión de eternidad, pues la acción
allí realizada abría las puertas de la vida eterna para la humanidad. Así lo
refleja la última palabra de Cristo en la Cruz. TODO ESTÁ CUMPLIDO. No es el último suspiro
de un moribundo que entrega su alma. Esta palabra de Jesús encierra toda su
existencia terrena y toda su eterna comunión con Dios Padre. En primer lugar,
es la reafirmación de haber cumplido con la voluntad del Padre de salvar a
todos los hombres de la historia. Horas antes, Jesús le pide al Padre librarlo
de las angustias que le producía humanamente la cercanía de la pasión. Sin
embargo, se impuso la obediencia del Hijo: “Pero no se haga mi voluntad
sino la tuya”.
1.
En
esta palabra, por otro lado, se expresa el cumplimiento de una promesa hecha a
los primeros padres y que fue alentada por el mensaje de los profetas. Dios
había prometido un salvador, con cuya luz iluminaría al pueblo que caminaba en
oscuridad. Hubo signos de cómo se haría realidad dicha promesa. El mayor de
ellos fue la pascua liberadora de Egipto y la alianza en el Sinaí. El Mesías
anunciado realizaría una nueva alianza y haría posible una nueva pascua. TODO ESTÁ CUMPLIDO viene a ser
el cumplimiento de esa promesa: se sellaba con la sangre de Jesús una nueva
alianza y se comenzaba a experimentar la pascua, cuyo culmen sería la
resurrección de quien estaba en la Cruz ya sin vida.
TODO
ESTÁ CUMPLIDO. Desde la encarnación, Jesús vino a cumplir con la voluntad
del Padre. Toda su vida, con su Palabra reveladora y con sus gestos, signos de
la salvación y de la presencia del reino, Jesús, el Dios humanado no sólo iba
anunciando la redención de la humanidad, sino la presencia viva de Dios en
medio de la historia humana. El, siempre en comunión con el Padre, iba
demostrando ya desde su encarnación que todo estaba por cumplirse. Ya la hora
no sólo había llegado, sino que se estaba cumpliendo con su TODO ESTÁ CUMPLIDO. Es la palabra que pone
el acento final a las esperanzas de la humanidad.
Sin
embargo, no deja de ser contradictorio lo que ha pasado en El Calvario. Jesús
está solo, abandonado de los suyos. Sólo le acompañan su madre, algunas mujeres
y Juan, el discípulo amado. Los demás se han escondido por miedo, por sentirse
fracasados y desesperanzados. Su Maestro ha sido golpeado hasta la muerte. Los
demás que están presentes no son los que le aclamaron el domingo de ramos… son
los soldados, acostumbrados a las crueldades de los suplicios y los dirigentes
del pueblo que querían asegurarse que quedaría bien muerto.
Lo
peor de todo es que también pareciera que su Dios, el que lo había enviado a
salvar a la humanidad lo había dejado solo. Por eso, exclama DIOS
MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Pareciera contradictorio. Desde los inicios de su vida
terrena, Jesús siempre manifestó su comunión con el Padre Dios: a José y María,
les dice que tenía que preocuparse de las cosas de su Padre; a lo largo de su
ministerio mostraba su comunión con el Padre, en cuyo nombre actuaba y con
quien dialogaba en largas horas de oración. En la Cena pascual previa a su
Pasión, reafirma que Él y el Padre son una misma cosa. En Getsemaní, incluso
ora al Padre… Horas más tardes siente la soledad y exclama. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME
HAS ABANDONADO?
Jesús
experimenta la mayor consecuencia de su encarnación. Pablo la describe en su
carta a los Filipenses: por amor a la humanidad y en estrecha comunión con el
Padre, se despojó de su condición divina y se hizo el más pequeño y el más
pobre para enriquecer a la humanidad con su entrega. Es lo que quiere decirnos
esta palabra. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Sin embargo, no estaba ni solo ni abandonado. Es el
momento de la entrega definitiva cuando el Padre abrirá sus manos para recibir
su espíritu y así obtener la ofrenda de la víctima por excelencia. Se rebajó
tanto que experimentó una soledad radical…humanamente hablando, aunque tenía la
certeza de que allí estaba el Padre Dios.
Hoy
en el mundo y en Venezuela muchos experimentan el abandono de Dios: hasta lo
reclaman. Algunos lo reclaman con soberbia como pensando que Dios ha
prescindido de ellos; o porque quieren pedirle a Dios lo que Él no nos va a
dar… Pero los auténticamente pobres, aún en medio de su dolor y del hambre que
sufren, pueden llegar a pensar que Dios los ha abandonado. Pero hay algo muy
interesante: ellos no han abandonado a Dios y siguen teniendo su confianza
puesta en Él. Entonces, pueden ir descubriendo que Dios mismo se ha bajado a
ellos, se ha desprendido de todo para acompañarlos y darles lo que requieren.
Quizás no lo experimentan de una vez, pero van sintiendo que Dios está allí. La
gente de verdadera fe sabe que Dios no la ha abandonado. Dios se va dando a
conocer y se va acercando a través del testimonio de caridad y misericordia de
tantos hermanos que comparten con quienes sufren. Lo bonito es que actúan en el
nombre de Dios… por eso, no se sienten abandonados ni olvidados.
En
la experiencia de la cruz nos encontramos con un hecho que nos habla de cómo
Dios no abandona a nadie y menos a quienes sufren, aún en la peor de las
circunstancias. Uno de los que está junto a Él, también crucificado lo reta; le
pide que se manifieste con su poder si es rey. Pero el otro, le recrimina esta
osadía y más bien se dirige humildemente al Señor: “ACUÉRDATE DE MÍ CUANDO ESTÉS
EN TU REINO”. Sabe que no hay
escapatoria y se arriesga a unirse a quien ha manifestado seguridad de salvador.
La
respuesta no se hace esperar. Jesús muestra que aún cuando el pueda sentir
soledad y abandono personalmente, está allí para acompañar a quien lo necesita.
El otro crucificado que acude a Él, sabe que ya no hay vuelta atrás; aún así
sabe que puede encontrar la pequeña y gran compañía del Señor. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL
PARAÍSO. Esta palabra
demuestra que ni Jesús ni su compañero de suplicio están solos o abandonados.
Dios Padre está sosteniendo al Hijo y, como lo veremos un poco más tarde, está
poniendo sus manos para recibir la ofrenda de su Hijo. Asimismo sucede con el compañero
de Jesús. Este le está tendiendo su mano para asegurarle que “hoy”, en el momento del suplicio y de la muerte estará en el
paraíso.
Cuando
uno contempla esta acción del Señor en el mismo momento de su muerte entiende
cómo el amor de Dios no está lejos de nadie. Quizás otro le hubiera dicho
al que le pedía acordarse de Él, que esperara; que sufriera igual; que no
era hora de estar buscando nada… y sin embargo, la palabra de Jesús encierra
una gran muestra de amor: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO. No es el paraíso al estilo humano, sino el de la eternidad
del encuentro con Dios. Lo mejor es que ya lo comienza a vivir y disfrutar aún
en medio del dolor… La palabra del cumplimiento adquiere un sentido con esta
acción también liberadora de Jesús.
A
quienes hemos recibido la gracia de ser discípulos de Jesús nos corresponde
también estar al lado de quienes sufren: y hay demasiados a nuestro alrededor.
Nos toca ofrecerles la mano, como lo hizo Jesús con el buen ladrón. El paraíso
que le vamos a ofrecer no es de orden material: es el de la caridad operante
para sostenerlos, para animarlos, para darles algo de lo que tenemos y para
hacerles sentir la libertad de los hijos de Dios. Todo esto lo hemos de hacer
en el nombre del Señor como consecuencia de aquella palabra sencilla, profunda
y hermosa. TODO ESTÁ CUMPLIDO.
2.
Cualquier
tipo de suplicio, sobre todo si se está en la etapa final del condenado a
muerte, genera miles de reacciones: desde el miedo hasta la desesperación,
desde el hambre hasta la repulsión de todo tipo de alimento, desde la angustia
hasta el grito de auxilio, desde la desilusión hasta el odio… y una de las
cosas más terribles que le sucede a un condenado a muerte es la sed. El agua no
le alcanza para saciarla, el agua apenas le sirve para aliviarse. La sed
sintetiza todos los sentimientos físicos y espirituales que va acumulando y que
se acrecienta a medida que se acerca la hora definitiva. Fue lo que le sucedió
a Jesús cuando exclama TENGO SED. El crucificado se
encuentra extenuado. Desde la cena pascual, prácticamente no ha recibido ni un
pedacito de pan y prácticamente no ha recibido ni una copa de agua. Ha sido
torturado, ha perdido sangre, ha experimentado la angustia, ha llevado la cruz
por el camino del Calvario, ha sudado y sangrado. De allí su grito. TENGO SED.
En
cierto sentido es lógico que lo haga. Al menos con un sorbo de agua fresca
puede soportar algo el dolor del suplicio y hasta sentir que se puede vivir un
poco más. Lo lógico sería que alguien le hubiera dado un poco de agua. Sin
embargo, uno de los soldados le acerca una esponja a sus labios llena con una
pócima amarga. Con ella, le termina de secar la garganta: así no pedirá más
agua y dejará hasta de gritar cualquier cosa. Total, ya el final está cerca y
mejor es no sentirse molestado por quien está ya en condición de moribundo. Eso
no deja de quitarle al Crucificado el deseo de saciar su sed. No podrá gritar,
no querrá recibir otra pócima amarga, pero aún se siente el grito de TENGO SED.
A lo
largo de la historia posterior, mucha gente se ha identificado con esta palabra
de Cristo en la Cruz y ha recibido una respuesta parecida a la que le dio el
soldado romano al Señor. Pensemos en los mártires de los primeros siglos y de
todos los tiempos: su sed fue saciada con más dolor y con más suplicios; la
triste experiencia de los campos de exterminio nazi, las guerras de todo tipo
en la historia de la humanidad durante las cuales quienes pagan las
consecuencias son los más pobres…. A esto se unen las desastrosas experiencias
de opresión, con tiranías insensibles, con las consecuencias de migraciones
forzosas, con el desprecio de la dignidad humana, con el comercio de muerte
manifestado de diversas maneras… Toda la gente que sufre estas opresiones y
situaciones antihumanas clama como Jesús TENGO SED. Y la respuesta no es la de un auxilio, sino la de las
componendas de los poderosos para que no sean castigados y en el caso de serlo,
la condena no sea tan dura porque tienen “derechos humanos”.
En
estos tiempos recientes, en Venezuela nos seguimos encontrando con gente que
grita TENGO SED. Lástima que los
oídos sordos de muchos no permiten ni saber que sufren la urgencia de una
mínima atención, como tampoco posibilitan soluciones que al menos sacien el
dolor y el sufrimiento de ellos. TENGO SED sigue clamando Cristo Crucificado hoy: lo escuchamos
cuando vemos la cantidad inmensa de personas que están pasando hambre; los que
hacen largas filas para ver si pueden conseguir algo de comida a precios que
son inalcanzables; quienes hurgan en los basureros o en los desperdicios de las
casas y restaurantes a ver si consiguen un poco de quién sabe qué comida para
saciar el hambre de varios días; los que no consiguen medicamentos o a quienes
se les hace imposibles tratamientos como la diálisis o la quimioterapia u otro
tipo de acciones médicas necesarias; los que con mirada triste van saliendo por
nuestras fronteras hacia otros países a ver si logran tener un mejor tenor de
vida; quienes se quedan solos o no logran vivir con lo que reciben de sueldo…
Todos ellos y muchos más hoy exclaman TENGO SED.
Y sí
hay quien les de algo para intentar no calmar sino ahogar ese grito: las
dádivas que el Gobierno intenta dar con condiciones y de vez en cuando; las
falsas promesas de mejores condiciones de vida ofrecidas por dirigentes
políticos que buscan garantizarse sus propios intereses; las ofertas de trabajos
amorales, como el contrabando, el “bachaqueo”, la especulación y otros; el
conformismo y la falta de solidaridad de quienes algo tienen pero que no lo
comparten con nadie… Estas son pócimas amargas que se van dando para que no se
escuche el clamor de nuestra gente,TENGO SED.
Hoy
no nos encontramos al soldado romano, pero sí quienes hacen sus veces: los que
pretenden imponer un régimen deshumanizante que hunde en el empobrecimiento a
todos y, a la vez, elimina toda iniciativa de producción y de superación; las
mafias que se dedican al tráfico de personas, llevando a muchos jóvenes y
adolescentes a la prostitución; esas mafias transitan por las carreteras y
pasan por las alcabalas con su lamentable carga de personas menospreciadas y
con las que se negocia; curiosamente a ellos ni se les matraquea ni se les
revisa; los grupos irregulares que siembran zozobra en muchos de nuestros
poblados, así como los que se dedican al narcotráfico, con su secuela de
muerte. Junto a estos nos encontramos a tantos indiferentes que dudan acerca de
la existencia de estas dificultades o situaciones; o los que, por tener
recursos, no son capaces de compartir con los demás con sentido de caridad y
solidaridad… Ellos le dan al pueblo una pócima amarga, la de la indiferencia y
prepotencia de sus actitudes….pero aún así se sigue escuchando el grito
desgarrador TENGO SED.
Es
verdad que al poco tiempo de su grito, Jesús entregará su espíritu en manos del
Padre y, entonces, brotará el agua que da frescura permanente, el agua del amor
redentor y de la vida eterna. Por eso, quienes somos discípulos de Jesús
tenemos la posibilidad, recibida de su gracia, y la obligación, nacida de
nuestra vocación o llamada de parte de Dios de ofrecer el verdadero frescor del
agua que brotó del costado del crucificado luego de recibir el lanzazo del
soldado romano. Es el agua de la solidaridad y del amor, el agua de la alegría
de sentirnos pueblo para compartir las esperanzas y angustias de los hermanos.
Muchas de esas angustias y manifestaciones de sed las sentimos nosotros mismos.
También nosotros debemos hacernos eco del clamor de Cristo hoy en la cruz de
tantos hermanos: TENGO SED.
Pero
nosotros no somos ni debemos ser como aquel soldado romano. Ofrecemos el agua
de la libertad a través de nuestras obras de misericordia. Hemos de seguir
haciéndolo aún desde la poquedad de nuestros recursos; pero sobre todo desde la
riqueza de la fuerza del Espíritu que nos da el agua que sacia la desesperanza
de quienes se sienten solos y abandonados. Si lo hacemos, estaremos dando una
respuesta clara; como lo decía el recordado Abbé Pierre, fundador de los TRAPEROS DE EMAÚS en la década
de los cuarenta del siglo XX, estaremos realizando la “insurrección de la bondad y
del amor”.
No
es una insurrección armada ni violenta, sino la actitud de repulsa de lo que
menosprecia y rebaja la dignidad de los seres humanos. Será consecuencia del
cambio necesario que brota de la Cruz, la nueva creación, que cambia la
mentalidad de los seres humanos para hacerlos protagonistas del amor y de esa
bondad que, en el fondo, es el rasgo hermoso de la santidad de Dios, a la que
estamos llamados a asumir. Sólo así podremos responder al clamor de la gente y
de Cristo, TENGO SED.
3.
Aunque
diera la impresión de haber sido abandonado y de quedarse hasta sin agua, las
palabras de Cristo en la Cruz sintetizan la voluntad salvífica de Dios Padre
que la cumple el Hijo entregado como víctima en la Cruz. Todo se cumple. Si
bien pareciera ser una historia de abandono y de soledad, Él rompe esa
impresión con un don especial que le concede a los discípulos y a la
humanidad: HIJO, HE AHÍ A TU MADRE. En el momento solemne de su muerte, vuelve a repetir lo que
siempre hizo en su ministerio: dar. Y dar con generosidad. De allí, que le
entregue a la humanidad la maternidad de su Madre, para que sea ella fiel
compañera, maestra y ejemplo de lo que hay que hacer. No es un mero don hacia
los discípulos y la humanidad. Jesús, le entrega al cuidado del discípulo y a
la misma humanidad la soledad de María: MUJER, HE AHÍ A TU HIJO.
Con
esta palabra, Jesús demuestra lo que es el evento de la Cruz: donación en el
amor. Por amor, María se convierte en la Madre de Dios; y, desde el amor de su
Hijo, se convierte también en Madre de la humanidad. La soledad de la
humanidad, golpeada por el pecado y la oscuridad de la muerte, llega a
transformarse en comunión y acompañamiento. Comunión de la Madre para los
nuevos hijos; y viceversa; acompañamiento mutuo hasta el encuentro definitivo
al final de los tiempos. Desde ese momento, la Madre fue recibida por los
discípulos y la humanidad. Así se convirtió en la más poderosa intercesora ante
el Hijo por los nuevos hijos.
Esta
palabra, a la vez, habla de la Iglesia. María es modelo de lo que tiene que ser
la Iglesia: Madre. En María, descubrimos cómo la Iglesia es recibida por la
humanidad, a la par que la humanidad es recibida por la nueva Madre, la
Iglesia. Con ello, se hace extensible en la historia posterior la fuerza
redentora de Jesús. La Iglesia no sólo anuncia el evangelio de la salvación,
sino que acompaña a todos los seres humanos, en sus alegrías y penas, en sus
gozos y esperanzas, en sus problemas, dolores y angustias. Como parte de su
vocación y siguiendo el ejemplo de María, la Iglesia está llamada a estar cerca
de los seres humanos, creyentes y no creyentes: es voz de los que no la tienen,
es capaz de dar agua a los sedientos, de extender su mano solidaria para
quienes sufren.
Quien
había predicado el perdón, quien había enseñado en el padre nuestro que había
que perdonar si se quería recibir el perdón de Dios, quien lo hizo realidad
durante vida pública, ahora no podía ir en contra de su propia palabra. PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN. Otro don que
brota desde el amor crucificado. Incluso hasta con una especie de
justificación: PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Jesús va a entregar su espíritu en las manos del Padre para
conseguir el perdón de los pecados de toda la humanidad. En su primera palabra
desde la cruz ya da una lección clara y precisa: PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN.
El
perdón y la reconciliación formaron parte de la predicación de Jesús. Hubo
muchos que así lo experimentaron; otros lo llamaron blasfemo por eso y hubo
indiferentes que no hicieron caso. El perdón no significaba en ningún momento
impunidad. Implicaba la conversión que el mismo Jesús predicó desde el inicio
de su ministerio público. La conversión no era sólo arrepentirse de los pecados
y sentirse libres del mismo, sino también conllevaba un cambio de vida. Así lo
enseñó Jesús. Un ejemplo de ello lo vemos en el episodio de la mujer adúltera.
En el diálogo con Nicodemo, Jesús garantiza que su entrega era para salvar y no
para condenar. Ahora en la cruz, lo vuelve a enseñar desde su propia
experiencia existencial. ´PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.
La
Iglesia ha recibido este ministerio. Nos lo enseña Pablo y los Padres de la
Iglesia. No se trata de un acto puntual sino de una enseñanza, una catequesis
que permita a quien está en el pecado y su oscuridad optar por Cristo y por una
vida nueva, ya recibida en el bautismo. Hoy, en Venezuela, así como tenemos que
ponernos al lado de los sufrientes, tenemos la obligación de decirles a quienes
oprimen de diversas maneras como hemos visto que deben convertirse. Hay que dar
signos para ello: desde dejar la maldad y asumir sus propias responsabilidades
hasta demostrar que es la luz de la verdad la que definitivamente va a orientar
la vida.
Por
ello, invitamos a quienes están en el camino de la maldad, los corruptos, los
que forman parte de las mafias del narcotráfico, del tráfico y trata de
personas, del contrabando y del menosprecio de la dignidad humana, de quienes
quieren destruir la familia e introducir antivalores que rebajan a la persona
humana, de quienes prefieren delinquir, robar y asesinar, de quienes propician
el negocio de la pornografía, de quienes abren caminos a la mediocridad y a la
maldad, que se conviertan Que se unan a quienes de verdad queremos seguir en el
camino abierto por Jesús hacia una plenitud de vida. A ellos les invitamos a sentir
la fuerza de la palabra de Cristo en la cruz cuando dice: PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN.
En
el fondo, todo se sintetiza en seguir a Jesús. El ha indicado qué significa:
tomar la propia cruz, es cierto, pero con la decisión de ver y experimentar en
ella el amor que todo lo puede. Ese amor en Cristo se expresa por ser el
sacerdote que entrega la víctima propiciatoria y reconciliadora al Padre.
Resulta que esa víctima es el mismo Señor Jesús EN TUS MANOS, PADRE, ENTREGO
MI ESPÍRITU. En esta palabra
se manifiesta que TODO ESTÁ CUMPLIDO. Es decir, que se ha hecho realidad la voluntad del Padre
que quiere que todos los seres humanos se salven. Esta palabra demuestra que
Jesús no estaba solo, sino que se había despojado de toda prerrogativa para
poder entregarse totalmente como ofrenda de amor.
Porque EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO
MI ESPÍRITU, Jesús es capaz de
transformar su sed en un manantial de agua para tantos que la necesitan; el
agua de la salvación. Por eso mismo podemos entender cómo le tiende la mano al
buen ladrón para asegurarle que ese mismo día estaría con Él en el paraíso. De
igual manera, con esa entrega podemos entender el don de la Madre, María, para
todos en la humanidad y de la Madre, Iglesia, para continuar en la historia su
obra de salvación. Asimismo, podemos entender cómo pide el perdón para sus
torturadores y para quienes lo entregaron al suplicio.
Por
el bautismo, también nosotros hemos sido capacitados para imitar a Cristo, ya
que hemos sido convertidos en “ofrendas vivas” (Rom 12,1-2). Lo podemos y debemos hacer en nuestra vida
familiar y comunitaria, con lo que somos y tenemos. Es una ofrenda, al estilo
de Cristo, llena de amor con la fuerza y gracia del Espíritu Santo. Porque lo
somos, entonces también debe ser una expresión de nuestra opción por los pobres
y excluidos; como también de ir, sin miedo a las periferias existenciales, en
particular donde impera el pecado, la maldad y la oscuridad, parta que sientan
quienes están allí, que Dios les ama y pueden transformar su vida. También nos
la jugamos por la salvación de los demás, al estar identificados con Cristo,
quien fue capaz de ser causa de salvación. Por ello dijo EN TUS MANOS PADRE, ENCOMIENDO
MI ESPÍRITU.
4.
Culminamos
la meditación de las siete palabras de Cristo en la Cruz. Ojalá no sea un
simple ejercicio de piedad o una meditación sin referencia a la vida concreta.
Hoy, como nos han enseñado las Papas, la gente cree más a los testigos que a
los maestros. Esto nos lleva a tener en consideración que debemos dar
testimonio con nuestras propias vidas. Las palabras de Jesús, las hemos de
asumir para que puedan surtir el efecto que el mismo Dios quiere.
En
medio de la crisis que sufrimos, la acción decidida de los cristianos tiene que
ser un oasis en el desierto por el cual transitan tantos hermanos. No hacerlo
es volvernos en arenas de ese desierto. Hacerlo es ser capaces de dar el agua
que se necesita ante tanta sed que se experimenta hoy en día. Nos toca hacer
sentir la fuerza del amor, la “insurrección de la bondad y de la misericordia”,
con el estilo de Jesús que nos invita, si queremos ser felices, a ser
constructores de la paz. No olvidemos que Cristo es nuestra Paz. Por tanto,
edificarla es llenar de Cristo, de su Palabra y de su salvación a nuestra sociedad.
No hay tiempo que perder. Es la tarea que el mismo Jesús nos ha entregado.
+
Mons. Mario Moronta, Obispo de San Cristóbal
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