"Ventana abierta
Carta Pastoral Arzobispo de Sevilla.
Domingo de Ramos.
Queridos hermanos y hermanas:
El relato de la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos, que escucharemos en la
Eucaristía de este Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, como en
una especie de obertura, nos muestra los misterios culminantes de la vida de
Jesús, que un año más la Iglesia nos anuncia, celebra, renueva y actualiza. A
lo largo de estos días, vamos a vivir una vez más, los acontecimientos
redentores, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, la más grande historia
de amor, que no ha perdido actualidad, porque todavía vivimos de sus frutos
saludables.En su origen está la generosidad de Dios, que no se contenta con
acercarse a nosotros de múltiples modos en el Antiguo Testamento para
ofrecernos su vida y su amor, sino que en la plenitud de los tiempos envía a su
Hijo para redimir al hombre, alejado de Dios por el pecado, para brindarle su
amistad y hacerle partícipe de su vida.
Dios podría habernos
salvado por caminos menos cruentos. Pero quiso mancharse en nuestro barro,
bajando hasta lo más profundo de nuestras miserias, para llevar a cabo la obra
saludable de nuestra redención, que culmina en la Cruz, pero que sigue siendo
actual porque es como un río que nace en el Calvario, que no deja de correr y
en cuyas aguas somos invitados a sumergirnos para limpiarnos y purificarnos.
Jesús acepta
libremente la Pasión. Nadie le fuerza, sino su amor al Padre y a la humanidad.
Libérrimamente sube al árbol de la Cruz, en la que le clavan cruelmente para
que no pueda escapar. Desde ella extiende sus brazos para abrazarnos a todos.
Permite que le abran su cuerpo, para que conozcamos sus entrañas de amor.
Acepta que le levanten en alto para que todos le veamos como bandera de
salvación y de victoria.
Como Siervo obediente
sube al árbol del dolor, rehusando el árbol del placer y el trono del poder y
de la gloria, que le mostrara Satanás en el desierto. Se vacía de sí mismo,
abrazándose amorosamente a la Cruz. Su muerte se convierte así en causa de
salvación para todos.
Por ello, la cruz que
en la civilización romana era símbolo supremo de ignominia, en Cristo se
convierte en signo de victoria. En la Cruz el Padre “lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo
nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la
tierra y en el abismo y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para
gloria de Dios Padre” (Fil 2, 9-10).
En la Cruz
descubrimos la realeza de Cristo, que los judíos proclaman en el primer Domingo
de Ramos y que nosotros proclamaremos en la procesión litúrgica con la que
iniciaremos la liturgia de este domingo, aclamando al Señor con nuestros cantos.
En la Cruz se adivina su triunfo definitivo, su glorificación, resurrección y
ascensión.
En este Domingo de
Ramos, pórtico de la Semana Santa del año 2018, yo os invito, queridos
hermanos y hermanas, a penetrar con hondura en los misterios santos que vamos a
celebrar. Vivir la Semana Santa con autenticidad es hoy más difícil que hace
sólo unas décadas en las que el ambiente era esencialmente religioso. Hoy son
muchas las sugestiones con que trata de seducirnos la sociedad consumista y
secularizada en que vivimos. Por ello, vivir con seriedad y provecho los
misterios de la Pasión del Señor en estos días santos tiene un mérito mayor.
En la liturgia vamos
a renovar los misterios centrales de nuestra fe. Preparémonos a participar en
ellos reconciliándonos con Dios y con nuestros hermanos por medio de una buena
confesión. Busquemos espacios amplios para el silencio y la contemplación.
Agradezcamos al Señor en el Jueves Santo la institución del sacramento de su
cuerpo y de su sangre y visitémoslo con piedad y unción en los Monumentos.
Vivamos con gratitud la severa liturgia del Viernes Santo y abramos nuestro
corazón para que la sangre derramada de Cristo sane nuestras heridas, penetre
en nuestro espíritu, nos convierta y nos salve.
Acompañemos al Señor
con recogimiento y sentido penitencial en las hermosas estaciones de penitencia
de la Semana Santa de Sevilla, que no deben ser primariamente manifestaciones
culturales, ni espectáculos de interés turístico, sino expresión de la
religiosidad de nuestro pueblo, camino de evangelización, llamada a la
conversión y manifestaciones de piedad y fervor.
Quiera Dios que estos
días nos sirvan para enraizar más nuestra vida cristiana personal y
comunitaria. Ojalá favorezcan el encuentro personal con Cristo, que transforma
nuestras vidas, si nosotros nos dejamos transformar por la eficacia de su
sangre redentora. Ojalá que quien resucita para la Iglesia y para el mundo en
la Pascua florida, resucite sobre todo en nuestros corazones y de nuestras
vidas. Sólo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua.
Este es mi deseo para
todos los cristianos de nuestra Archidiócesis en los umbrales de la Semana
Mayor. Para todos, mi afecto y bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla.
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