"Ventana abierta"
Esta es la emotiva oración que rezó el Papa Francisco al finalizar el Vía Crucis.
Tras el Vía Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma, donde muchos de los primeros cristianos murieron martirizados, el Santo Padre rezó una larga y emotiva oración dirigida a Jesús " llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza" frente a los 20 mil asistentes.
A continuación, el
texto completo de la oración:
Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de
arrepentimiento y de esperanza.
Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna por haberte dejado sufrir
en soledad nuestros pecados:
La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de
veces "incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás".
La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la
apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.
La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que
nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: "si tú eres el Mesías,
sálvate y creeremos".
La vergüenza por
tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han dejado engañar
por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor.
La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un
mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el
egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son
marginados.
La vergüenza de haber perdido la vergüenza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!
Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu
silencio elocuente, suplica tu misericordia:
Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo tú puedes
salvarnos del mal, sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo, de
soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes
abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a
casa, a la vida.
El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada,
nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la
conversión.
El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra
en ti su única fuerza.
El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza
de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y
encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.
El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya, llora
amargamente por haberte negado delante de los hombres.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!
Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra
desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida
de amarnos es la de amarnos sin medida.
La esperanza de que
tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que
solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar
el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad
y el miedo del otro.
La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el
perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que
continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y
de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la
ganancia fácil.
La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a
desafiar la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para
servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los
invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.
La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores,
continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser
una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la
humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza
y de verdad.
La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de
tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección
transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo
sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón
puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti
una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que
burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias
culpas.
Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen
ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de
esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y
así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el
paraíso. Amén.
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