LOS DÍAS IMÁGINADOS
JOSÉ JOAQUÍN LEÓN. 29 Marzo, 2018
El Señor del Gran Poder poco antes de entrar en el regreso a su basílica./JUAN CARLOS VÁZQUEZ
Epístola a los incrédulos
Viene otra madrugada,
que es la luz frente a las tinieblas, silencios y esperanzas, la que llega a
las almas.
Por eso hay que
volver a las calles para recuperar la pureza que no se debió perder.
Esos que
han mancillado el cielo que baja a Sevilla, esos que han ensuciado los nombres sagrados,
esos que corrieron como posesos en las sombras, esos que agitaron el ruido
frente a los silencios, esos que enturbiaron el llanto de unos niños, esos que
han bebido el veneno de una bacanal insolente, esos que gritaron para asustar a
unos nazarenos desprotegidos, esos que se apelotonaron en las bullas con la
cobardía del anonimato, esos que propagaron rumores de miedos que jamás
existieron, esos que agitaron la correa de los que ladraron, esos que tiraron
el bulo y escondieron la mano, esos que se jactaron de sembrar el miedo…
¿Habrán descubierto
alguna vez el Gran Poder de Dios y el consuelo de la Esperanza?
Viene la Madrugada,
con sus sombras alargadas.
Viene el cirio a
encenderse en el silencio del templo.
Viene la Santa Cruz a
las calles para enseñar el camino más corto que llega al alma.
Brota la saeta por
primera vez en esa noche, la luz que sólo se apagará cuando el último
candelabro del palio cruce el cancel de San Antonio Abad.
Esos que rompieron
los silencios en añicos, ¿habrán entendido que no pudieron derribar las altas
torres de los nazarenos, ni han socavado el mensaje puro y limpio del azahar
bendecido en silencio hasta que llega el alba?
Viene la Madrugada
con la mirada del Señor que escruta las conciencias, que entra en las almas
como un dardo certero que traspasa el dolor.
Viene el itinerario
que se recorre con el Gran Poder de su zancada.
Viene el suspiro que
se ha escapado de cualquier balcón. Viene el recuerdo de tantos viernes del
año, cuando besaron el talón que ahora recorre y se aferra a la ciudad
inquieta. Esos que avasallaron a la multitud, que destrozaron un pacto sagrado,
¿habrán entendido al que abraza esa cruz, con firmeza, para estar al lado de
los más humildes?
Viene la Madrugada
con la muerte que revela su crudeza en el Calvario, con la luz débil y
vacilante de cuatro hachones que expresan la fragilidad de los tiempos.
Vienen los brazos
abiertos que nos enseñan que la salvación no es un camino de rosas rojas, sino
de espinas que se clavan. Esos que se encontraron con los negros nazarenos a
los que arrollaron sin respetar las reglas, ¿habrán entendido que el Calvario
de Cristo alumbra la vida entre lirios en el monte de la calavera?
Viene la Madrugada,
que se explaya de amores en la Macarena, que afina una alegría de besos y
lágrimas cinceladas en el alma.
Viene la Esperanza,
tras un río de plumas blancas que inunda la calle Feria y la Alameda, las
plazas de los recuerdos donde es más tierna la espera.
Esos que sentenciaron
al débil en la batalla inapelable entre el bien y el mal, ¿habrán reconocido
que la luz de la Madre de Dios derrota a las tinieblas y reconforta en los
sueños?
Viene la Madrugada,
reverdecida en la Esperanza que sigue a las Tres Caídas, que se aparece en
Triana para cruzar un puente que lleva a la gloria.
Viene la fidelidad
inagotable de su gente, que ha deshojado todas las flores del mundo para que
sus pétalos acaricien el rostro de la Virgen.
Esos que arrollaron
la corriente que llegaba del río, en una emboscada siniestra, ¿habrán entendido
que siempre hay que esperar porque su amor es más fuerte que el dolor?
Vienen los gitanos y
los payos a pasar por la plaza de San Román, como en otros tiempos, en el
camino del palacio y del convento, para llevar a todos la Salud que sana las
Angustias.
Viene el quejío de
las gargantas roncas y la humedad del brillo en los ojos emocionados para clavar una saeta en lo más
perdido de las tinieblas.
Esos que se
confundieron de fiesta, y llenaron de pus y borracheras una plaza, ¿habrán
entendido que la angustia que esparcieron se sana con la salud de las almas?
Esta Madrugada no es
la que han maltratado.
Esta Madrugada es la
de siempre: la de los silencios y las esperanzas; es la de la luz frente a las
tinieblas, la que en Sevilla aprendimos a querer para dar un testimonio al
mundo.
Por eso, no hay que
renunciar a la Madrugada. Nadie debe caer en la cobardía de lo perdido, ni en
la indiferencia de los incrédulos. Hay que reconquistarla.
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