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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 29 de julio de 2010

Una Iglesia en un granero


La historieta creo haberla leído en A. De Mello. Bueno, si es de otro, que me perdone. Dos hermanos decidieron repartir la herencia de sus padres que eran agricultores. Uno era soltero y el otro casado. Como buenos hermanos repartieron el trigo a partes iguales. Pero el soltero pensó: bueno, yo soy soltero y necesito menos que mi hermano que está casado, tiene mujer e hijos. Y así de noche iba y sacaba en un poco de trigo de sus sacos y lo echaba en los sacos de su hermano.
Pero resulta que también el hermano casado sacó sus cuentas. Bueno, yo tengo suficiente, además tengo esposa y tengo hijos, mientras que mi hermano tiene que vivir solo. Y cada noche bajaba al granero y echaba algo de su trigo en los sacos de su hermano. Así pasaron los días hasta que una noche, por esa coincidencias de la vida, los dos se encontraron en el granero haciendo la misma faena. Se sonrieron. Se dieron un abrazo.
La noticia cundió por el pueblo. Cuando murieron los dos hermanos el pueblo decidió levantar en aquel lugar una Iglesia. ¿Qué mejor lugar para una Iglesia que un granero donde en secreto se vivía la caridad y el amor fraterno?
Lo que realmente nos diferencia a los hombres es el corazón y no el montón de trigo que llena nuestros  graneros.
Lo que definitivamente nos diferencia a todos es:
Si en vez de pensar en uno mismo pensamos en los demás.
Si en vez de pensar en nuestras necesidades pensamos en las de los otros.
Si en vez de amontonar para nosotros decidimos compartir con los demás.
Si en vez de pensar que yo soy soltero y necesito asegurar mi futuro porque luego no tendré nadie que se preocupe de mí, prefiere cada noche compartir su trigo con el hermano que posiblemente tenga más necesidades hoy.
Es interesante el comentario de Benedicto XVI cuando habla de la justicia y la caridad.
Muchos se imaginan que la caridad solo es un parche a las necesidades de los demás. La caridad es pan para hoy y hambre para mañana.
Y para ello, es preciso acudir a la justicia.
Hoy tiene mejor prensa la justicia que la caridad o el amor.
Pero la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde.
En tanto que la caridad va mucho más allá de la justicia. Es compartir de lo nuestro para que el otro tenga más de lo que le toca.
Es necesaria la justicia.
¿Pero será suficiente la justicia sin amor?
Por la simple justicia lo mío es mío, aunque el otro se muera de hambre.
Por la simple justicia el pobre tiene lo que le toca y el rico almacena lo que realmente él sembró.
La justicia puede terminar por ser una “codicia justa”.
En tanto el amor mira mucho más lejos que nuestros propios graneros.
La codicia nos hace exclamar: “hombre, tienes acumulado para muchos años; túmbate, come y bebe u date buena vida”.
En cambio, el amor contempla todo lo que uno tiene, pero inmediatamente se fija en que otros no pueden tumbarse, ni comer ni beber ni darse buena vida, porque viven cada día escuchando la misma música de sus necesidades.
El hombre de la parábola posiblemente era justo. Lo que tenía era suyo. Le pertenecía.
Pero carecía del sentimiento de la solidaridad, del sentimiento del compartir, del sentimiento de amor.
Es la historia de estos nuestros dos hermanos.
Habían repartido con sentido de justicia.
Pero luego el amor de sus corazones les llevó a compartir de lo suyo con el otro en el secreto de la noche.
Hasta que el secreto se hizo día en sus almas, se hizo encuentro fraterno y se hizo sonrisa y se hizo abrazo.
¿Hay mejor lugar para construir una Iglesia que un granero donde la justicia se hace caridad y donde la codicia se hace generosidad?
La Iglesia está llamada a ser justa y a anunciar la justicia.
Pero sobre todo, la Iglesia está llamada a ser el testigo fiel del amor que proclama Jesús en el Evangelio.
Dios es justo. Pero con la justicia que se encierra en el amor.
Dios es justo. Pero Dios es, por encima de todo, amor.
Dios es justo con la justicia del amor “hasta entregar su vida por los demás”.
La justicia no debe hacernos olvidar el amor, como el amor no debe hacernos olvidar la justicia.
¡Qué bueno hubiese sido que la parábola de Jesús terminase: “hombre tienes suficiente, come y bebe y date buena vida, porque hoy todos los hombres tienen lo suficiente para vivir, para comer y beber y vivir una vida digna de su condición humana”.
Clemente Sobrado C. P.

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jueves, 22 de julio de 2010

No es fácil rezar el Padre nuestro


Me sucedió con un caballero: “Por penitencia rece un Padrenuestro”. Se me echó a reír y me dice: “¡Tan poquita cosa!”. Y le dije: “Si eres capaz de rezarlo bien, es suficiente”.
Es que nos hemos acostumbrado a rezar el Padre nuestro con tanta facilidad que casi nos sale espontáneo y lo rezamos sin enterarnos de lo que decimos. Cada vez estoy más convencido de que eso de rezar un Padre nuestro no es nada fácil, sino bien difícil. Debiera ser fácil. Pero termina siendo difícil.
Los discípulos, en el Evangelio de Lucas, comienzan por pedirle a Jesús que les “enseñase a rezar”. Y Jesús, a diferencia de todos estos maestros modernos que comienzan por enseñarnos toda una serie de técnicas, simplemente les enseñó el Padre nuestro.
A nosotros, desde niños, nos han enseñado a aprenderlo de memoria. Es posible que fuese la primera oración que aprendimos de memoria y que comenzamos a rezar, sobre todo al acostarnos.
Lo aprendimos de memoria como aprendimos a sumar, restar, multiplicar y dividir.
Pero ¿alguien nos enseñó a rezarlo?
Porque una cosa es saber y decir de memoria el Padre nuestro.
Y otra muy distinta es saber rezarlo.
Porque eso de rezar no es decir palabras de memoria.
Jesús mismo nos previene que no usemos demasiada palabrería.
Porque rezar es entrar en comunión de sentimientos con el mismo Jesús.
Porque rezar es abrir nuestro corazón al corazón de Dios.
Porque rezar es poner en sintonía y afinamiento nuestro corazón con el corazón de Dios.
Y porque rezar el Padre nuestro es entrar en la vivencia del Evangelio del Reino.
Pienso que Jesús mismo trató de enseñarnos esa pedagogía al decirnos que oremos comenzando por decir: “Padre nuestro”.
Todo comienza con una experiencia de Dios como Padre.
Todo comienza con una experiencia de sentirnos hijos de Dios.
Todo comienza con una experiencia de comunión con todos los hermanos.
Es decir, comenzamos por crearnos un clima espiritual y una vivencia de paternidad, filiación y fraternidad. Y sólo desde ese clima y esa vivencia tienen sentido el resto de invocaciones y peticiones.
Los discípulos pensaban en orar como los discípulos de Juan.
Pero Jesús los sitúa en un marco distinto al de Juan.
La oración del cristiano comienza con una visión, una experiencia y una vivencia distinta de un Dios también distinto. Por eso la oración refleja muy  bien, nuestra idea de Dios. Alguien lo expresó muy bien “dime cómo rezas y a quién rezas y te diré como es tu Dios”. Que pudiéramos traducir también: “dime como es tu oración y te diré cómo es tu fe”.
En las primeras comunidades cristianas, el Padre nuestro pertenecía un tanto al secreto de las comunidades. Y que sólo se enseñaba cuando el catecúmeno había profundizado en su experiencia de fe. Es que sin una verdadera fe no se puede rezar el Padre nuestro, porque implica descubrir primero al Dios de Jesús, al Dios revelado por Jesús, que es el Dios Padre.
Por eso mismo, para rezar bien el Padre nuestro necesitamos poner como base ambiental tres experiencias fundamentales:
La experiencia de Dios como “Padre”.
La experiencia de que no rezamos solos sino como comunidad de hijos-hermanos.
La experiencia de que somos la gran familia de Dios “nuestro”.
Podemos rezar desde la soledad, pero nunca rezamos “solos”.
Rezamos siempre unidos a toda la comunidad y familia de Dios.
Unidos a todos los hombres, en nombre de todos los hombres.
En nombre de toda la Iglesia.
No rezamos como “huérfanos”, pero tampoco “como hijo único”.
Rezamos como “familia numerosa”.
Los músicos, antes del concierto, comienzan por afinar los instrumentos poniéndolos todos en el mismo tono. El cristiano para rezar el Padre nuestro tiene que comenzar también por afinar su corazón.
Ponerlo en tono de paternidad divina.
Ponerlo en tono de filiación divina.
Ponerlo en tono de fraternidad divina.
Cuando hayamos sintonizado bien estas tres experiencias, ya será más fácil entender lo de “tu nombre”, “tu reino” y “tu voluntad”, como también “nuestro pan”, “nuestro perdón” y “nuestras tentaciones”.
Rezar en entrar en los sentimientos de Jesús orante, también aquí pudiéramos decir, “cuando oréis, tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 15 de julio de 2010

Cocinar está bien, escuchar está mejor


Resulta simpática esta página del Evangelio de Lucas. Marta y María y Jesús. La una metida en la cocina sin enterarse de lo que pasa en la sala de estar. Mientras tanto, María, se olvida de los pucheros y prefiere sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra.
Es bueno el “servir” que es el oficio de Marta. Pero mucho mejor es el oficio de María: “estar con” y “escuchar”. Nadie dudaría de que, si llegado el mediodía, no hay almuerzo prepa- rado, todos se hubiesen quejado. Pero también es cierto que, tener un invitado en casa y dejarlo solo viendo televisión, por causa de los pucheros, tampoco resulta demasiado elegante.
En la vida se necesitan las dos cosas. Se necesita el servicio de la cocina y se necesita el acompañamiento del que está con nosotros. Se necesita trabajar para ganarse el pan de cada día y se necesita de un tiempo para encontrarnos como personas. Aquí Lucas no plantea en modo alguno la primacía de lo contemplativo sobre la vida activa, sino más bien, lo que es y debe ser esencial en la relación de las personas.

“Sentada …”

Cuando se trata de escuchar a alguien no valen las prisas.
Sólo se escucha bien cuando uno está tranquilo y no mirando al reloj.
Sólo se escucha bien sentados, señal de que tengo todo el tiempo para ti.
Sólo se escucha bien cuando el otro se siente cómodo porque sabe que no nos está quitando nuestro tiempo.
Una de las condiciones para hablar y escucharnos es que tú y yo nos sintamos a gusto, sintiendo que tú eres importante para mí y yo soy importante para ti.

Estar con Jesús

“Estar con Jesús” para escucharle. Quien no tiene tiempo para “escucharle a El” nunca llegará a intimar con El ni nunca llegará a compartir sus sentimientos. Por algo Pablo pide a la comunidad cristiana “sentid en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Estar con El, escucharle, disponer de tiempo suficiente para prestarle nuestra atención es el primer paso para interiorizar y profundizar en la relación espiritual y de fe con Jesús. De lo contrario, nuestra relación con El será siempre una relación de segunda mano, escuchando lo que otros han sentido y experimentado. Y la verdadera fe sólo es posible cuando uno mismo hace la experiencia de El como persona.
Es una pena cuando el creyente dice que no tiene tiempo para regalarse un rato de silencio para escuchar a Dios en su corazón. No tener tiempo para escuchar a Dios significa que muchas otras cosas son mucho más importantes y que a Dios lo reducimos a una especie de Post Data: “si tenemos tiempo”. Por eso también nuestra fe suele ser casi siempre de segunda mano.
Creemos por lo que otros han sentido y experimentado.
Creemos por lo que otros dicen de El.
Pero no creemos “porque nosotros mismos lo hemos visto y le hemos oído y escuchado”.

“Estar como pareja”

También la pareja necesita comer. También los hijos necesitan comer. Con el estómago vacío pareciera que también el amor languidece. Gregorio Marañón decía en uno de sus libros que, el éxito del matrimonio entre los vascos, estaba en que las mujeres conocían muy bien los gustos culinarios y los estómagos de sus maridos.
Yo no sé si la cocina será suficiente para mantener la alegría y el gozo de la pareja. De lo que sí estoy convencido es que cada uno de ellos necesita de la presencia y la compañía del otro y que el otro tenga tiempo para regalarle cada día.
Uno de los problemas hoy de la pareja es que no tienen tiempo para ellos mismos. El trabajo, y el ganar unos dinerillos más, les absorben todo el tiempo. Y el tiempo que disponen es un “tiempo de cansados y fatigados”, por tanto un “tiempo de aburrimiento”, pero en manera alguna un “tiempo de relación, de escucha y relajación”.
Amar es saber escuchar.
Amar tener tiempo para estar a tu lado.
Amar es tener tiempo para prestarte atención.
Amar es tener tiempo para decirte que tú eres ahora lo más importante.
Amar es tener tiempo para ti.
Amar es tener tiempo para hacerte sentir que escucharte es importante para mí.
Amar es tener tiempo para compartir juntos nuestros sentimientos, nuestras alegrías, nuestras penas y preocupaciones.

Estar como padres

Tampoco solemos tener tiempo para escuchar a los hijos.
Porque también los hijos quieren sentir que ellos son importantes.
Porque también los hijos quieren sentir que alguien les escucha.
Porque también los hijos necesitan sentir que son algo más que consumidores de “loncheras” o de comida.
También ellos quieren decirnos algo y manifestarnos sus sentimientos.
Y cuando nadie les escucha es que nadie les da importancia.
¿No será por eso que prefieren la calle, porque allí sus amigos sí les escuchan?
En la vida humana y espiritual se necesitan Martas que huelan a pucheros.
Pero también se necesitan Marías que prefieren dedicar su tiempo a escuchar a los demás. ¿Cuánto tiempo disponemos para “estar con” y para “escuchar al otro”?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 8 de julio de 2010

Saber detenerse en el camino


Muchas veces me he preguntado: “¿en qué consiste ser cristiano hoy?”
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”.
Reconozco que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.  “detenerse en el camino y no caminar dando rodeos cuando alguien me necesita”.
La fe de los piadosos
Muchos nos damos por satisfechos con ser piadosos. Rezamos mucho. Oramos mucho. Comulgamos todos los días. Realmente Tenemos una relación muy buena con Dios. Bueno, eso creemos nosotros.
¿Será suficiente ser piadosos para ser buenos creyentes?
El Sacerdote “que bajaba por aquel lugar” era un hombre piadoso. Venía de Jerusalén, posiblemente de cumplir con los servicios del Templo.
El Levita también venía de Jerusalén, posiblemente de hacer comentarios e interpretaciones de la ley.
Sin embargo, fueron incapaces de detener su paso y acercarse al hombre caído y maltrecho del camino. Muy devotos de Dios, pero demasiado insensibles hacia el necesitado. A Dios se dirigían cada día de una manera directa. Pero llegados al hombre herido, prefirieron “dar un rodeo y pasar de largo”. “Ojo que no ve corazón que llora”.
Nuestra piedad puede ser un gran peligro. Puede llevarnos a la autosatisfacción de sentirnos bien con Dios, y asegurarnos así nuestra salvación, pero haciéndonos insensibles ante los problemas del hombre que tenemos a nuestro lado.
Me gusta lo que escribe Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad”: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre al prójimo solamente como al “otro”, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios”. (DC 18)

Y añade: “Será únicamente una relación “correcta” pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mi ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”. (id 18)
La piedad y los actos piadosos son buenos, pero tienen el peligro de engañarnos. Tienen el peligro del individualismo religioso, de encerrarnos sobre nosotros mismos y en nuestra religiosidad, y de olvidarnos del compromiso con los demás.
Un hombre poco piadoso
No sólo poco piadoso, sino pagano, infiel. Un samaritano.
También él pasa por el mismo camino. También él ve al hombre caído y descalabrado por unos bandidos.
Posiblemente rezaba poco. Pero su corazón se enterneció ante aquel desconocido herido en el camino.
Posiblemente también él llevaba prisa por llegar a destino. Pero la atención al hombre necesitado era más urgente que sus prisas.
Ni dio rodeos ni pasó de largo. Bajó del caballo, le vendó las heridas y se lo cargó hasta dejarlo en una posada. Y se hizo cargo de los gastos que todos los cuidados implicaban. “Lo que gastes de más yo te lo pagaré  a la vuelta”.
No se fijó si era judío o cualquier otro. Para él era un hombre.
No se fijó si era uno de los que no se hablaba con los samaritanos. Era un necesitado.
No se fijó si alguien lo veía. Le era suficiente que él pudiera verlo herido.
No pensó que con ello se ganaría el cielo. Sencillamente manifestó su amor al prójimo.
No se le veía mucho por la Iglesia. Pero se le veía vendando las heridas de los demás.
No era muy amigo de curas. Pero llevaba dentro el amor al prójimo.
No daba mucha limosna a la Iglesia. Pero no le dolió abrir la billetera y gastar lo que fuese necesario para curar al hombre herido.
No se preguntó si sería un hombre bueno o se había merecido la paliza. Sencillamente vio en él a un hombre.
No se preguntó si algún día le devolvería el favor. Le bastó saber que era un hombre y estaba en malas condiciones.
“La religión puede endurecer el corazón de muchas personas“… “Terminan por dar más importancia a sus observancias que al dolor y las humillaciones que padece la gente”. (J.M. Castillo)
No hay verdadero amor a Dios donde falta el amor al prójimo. Y “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar” (Benedicto XVI n.15) El segundo mandamiento es igual al primero. ¿Lo sabíamos?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 1 de julio de 2010

La mies es la misma y más abundante


Al leer el Evangelio de hoy me viene a la mente un recuerdo de mi infancia. En el pueblo, digamos en la aldea, no había fuentes de trabajo. Por eso, cuando llegaba el verano, el tiempo de la siega, la aldea se quedaba casi vacía de hombres y mujeres. Todo el que podía hacer algo se iba a Castilla para segar el trigo. Era un tiempo feliz donde la gente podía ganarse “alguito”, que para una aldea era mucho.
Los años han pasado y hoy nadie va a segar a Castilla. Las máquinas modernas han suplantado a las personas. Los amplios campos de trigales de Castilla ya no están para que ser segados con la hoz ni empacados en pequeños paquetes de paja con su espiga. Hoy todo lo hace la máquina. Siega, trilla y empaca. Han cambiado los tiempos.
Me pregunto ¿qué diría Jesús hoy si vieran estas tremendas máquinas segadoras que lo hacen todo? El mundo es más grande que Castilla. Y las mieses siguen siendo abundantes. Lo que sucede es que estas mieses en las que piensa Jesús no pueden segarse con la hoz ni con las máquinas. La imagen de la “mies” es realmente significativa. Y sigue siendo válida. Y eso de los “obreros son pocos” tampoco creo que ha perdido su actualidad.
Pero, no puedo olvidar lo de la siega de mis tiempos de los trigos de Castilla. Los campos siguen siendo los mismos. Los trigales posiblemente son muchos más en el día de hoy. Pero han cambiado los sistemas.
Me sigo preguntando, ¿y nosotros seguiremos siendo los segadores de hace tantos años o no tendríamos que cambiar también de sistemas? Es posible que hace unos años los obreros de los campos y las mieses del Señor tuviesen su manera de sembrar y de segar. Pero también hoy han cambiado mucho las cosas.
Los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
Las inquietudes y problemas de los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
El corazón de los hombres sigue siendo el mismo, pero también diferente.
Antes se podía llevar un sermón repetido en infinidad de sitios, prescindiendo de la realidad de cada situación.
Se podía hablar sin tener en cuenta la realidad de cada corazón y de cada mente.
Hoy posiblemente esto ya no sirva. Tampoco nosotros podemos trabajar la mies del Señor con la antigua hoz. Y necesitemos cambiar de sistema. Tal vez no nos sirvan las nuevas máquinas segadoras de Castilla, pero sí necesitemos buscar los nuevos modos y sistemas de acercarnos a los hombres y de anunciar el Evangelio. Es posible que ya no nos sirvan los sermones del pasado y tengamos que redactar sermones nuevos, pero primero escuchando a los hombres, entrando en sus corazones, en su mundo, en sus preocupaciones y problemas.
Es más. Tal vez ya no nos sirva el sistema de contar con grandes masas que nos escuchen y tengamos que acercarnos a cada uno en particular y hablarle a cada uno el lenguaje que él pueda entender. Nadie cuestiona hoy en Castilla que antes se segaba todo con la hoz y se necesitaba de mucha gente. Tampoco nadie debiera cuestionar hoy el cambio de nuestra manera de proclamar y anunciar el Evangelio hoy.
Tal vez hoy no necesiten de sermones, pero sí de alguien que les escuche primero.
Tal vez hoy no necesiten de muchas palabras, pero sí de alguien que les tienda una mano y los acompañe en el camino como Jesús con los dos de Emaús.
Tal vez hoy no necesiten de muchos discursos dichos desde los púlpitos de las Iglesias, pero sí de más encuentros personales en la calle, en el hogar, en la oficina o incluso en su mundo de diversión.
Tal vez hoy no estén dispuestos a que les demos nuestras ideas, sino que les ayudemos a que sean ellos mismos los que se encuentren con el Evangelio.
Pero, claro, esto es posible que requiera de muchos más obreros. Y nos convierta a todos en segadores, aunque yo preferiría decir que, más que segadores, que a todos nos encanta segar lo que ya está maduro, el Evangelio necesite hoy de más sembradores.
Se necesite más de una pastoral personal, capilar, de contacto individual.
Se necesite más de una pastoral de siembra.
Se necesite más de una pastoral de acompañamiento hasta que la gente encuentre por sí misma su verdad y sus respuestas.
Recordemos a la Samaritana del pozo. Luego de abrirles el camino para el encuentro con Jesús, todos dicen felices: “ahora creemos no porque tú nos lo has dicho, sino porque nosotros mismos lo hemos visto”.
Los hombres son los mismos.
El Evangelio también es el mismo.
Los caminos son diferentes.
Los métodos son distintos.
Y los encargados de anunciar el Evangelio, la Iglesia, también debemos ser distintos.
Las máquinas han suplido mucha mano de obra. Pero el Evangelio necesita cada día más obreros, más mano de obra. Las máquinas han dejado a muchos sin trabajo. El anuncio del Evangelio necesita cada día más trabajadores. En esa mies del Señor, todos tenemos algo que hacer. Todos estamos llamados e invitados. Aquí nadie podrá decir que no tiene empleo o trabajo.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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