Es que nos hemos acostumbrado a rezar el Padre nuestro con tanta facilidad que casi nos sale espontáneo y lo rezamos sin enterarnos de lo que decimos. Cada vez estoy más convencido de que eso de rezar un Padre nuestro no es nada fácil, sino bien difícil. Debiera ser fácil. Pero termina siendo difícil.
Lo aprendimos de memoria como aprendimos a sumar, restar, multiplicar y dividir.
Pero ¿alguien nos enseñó a rezarlo?
Porque una cosa es saber y decir de memoria el Padre nuestro.
Y otra muy distinta es saber rezarlo.
Porque eso de rezar no es decir palabras de memoria.
Jesús mismo nos previene que no usemos demasiada palabrería.
Porque rezar es entrar en comunión de sentimientos con el mismo Jesús.
Porque rezar es abrir nuestro corazón al corazón de Dios.
Porque rezar es poner en sintonía y afinamiento nuestro corazón con el corazón de Dios.
Y porque rezar el Padre nuestro es entrar en la vivencia del Evangelio del Reino.
Todo comienza con una experiencia de Dios como Padre.
Todo comienza con una experiencia de sentirnos hijos de Dios.
Todo comienza con una experiencia de comunión con todos los hermanos.
Es decir, comenzamos por crearnos un clima espiritual y una vivencia de paternidad, filiación y fraternidad. Y sólo desde ese clima y esa vivencia tienen sentido el resto de invocaciones y peticiones.
Pero Jesús los sitúa en un marco distinto al de Juan.
La oración del cristiano comienza con una visión, una experiencia y una vivencia distinta de un Dios también distinto. Por eso la oración refleja muy bien, nuestra idea de Dios. Alguien lo expresó muy bien “dime cómo rezas y a quién rezas y te diré como es tu Dios”. Que pudiéramos traducir también: “dime como es tu oración y te diré cómo es tu fe”.
La experiencia de Dios como “Padre”.
La experiencia de que no rezamos solos sino como comunidad de hijos-hermanos.
La experiencia de que somos la gran familia de Dios “nuestro”.
Podemos rezar desde la soledad, pero nunca rezamos “solos”.
Rezamos siempre unidos a toda la comunidad y familia de Dios.
Unidos a todos los hombres, en nombre de todos los hombres.
En nombre de toda la Iglesia.
No rezamos como “huérfanos”, pero tampoco “como hijo único”.
Rezamos como “familia numerosa”.
Ponerlo en tono de paternidad divina.
Ponerlo en tono de filiación divina.
Ponerlo en tono de fraternidad divina.
Cuando hayamos sintonizado bien estas tres experiencias, ya será más fácil entender lo de “tu nombre”, “tu reino” y “tu voluntad”, como también “nuestro pan”, “nuestro perdón” y “nuestras tentaciones”.
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