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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 26 de agosto de 2010

¿Y los no olvidados?


“Invitados”, “cuando invites”. Hay invitados y no invitados. Los invitados pueden escoger los primeros puestos o los últimos. Pero ¿qué puesto pueden elegir los no invitados, aquellos a quienes nadie invita? ¿Qué lugar han de ocupar los no invitados?
Tal vez el Evangelio de hoy tendríamos que leerlo hoy al revés. No el Evangelio de los invitados, sino el Evangelio de los no invitados. Porque en realidad son más aquellos que nadie invita que aquellos a quienes invitamos cada día. Esos que no tienen la posibilidad ni de elegir los primeros puestos, ni tampoco los últimos.
Estoy pensando en dos tipos de no invitados:
Los no invitados por la sociedad.
Los no invitados por la Iglesia.
Los no invitados por la sociedad todos los conocemos:
Son todos los marginados.
Son todos los excluidos.
Son todos los pobres.
Son todos los que luego no pueden invitarnos.
Los que carecen de una mesa o de una silla para sentarse.
Les basta la silla del suelo y la mesa es un papel tendido sobre la tierra.
A la mesa de la riqueza y del bienestar sólo algunos tienen el privilegio de ser invitados. A la reunión de los 7 o de los 20 ahora, sólo pertenecen aquellos que lo tienen todo.
¿Quién invita a la reunión de los 7 o de los 20 a los pueblos marginados?
¿Quién les invita a los pobres del mundo?
¿Quién les invita a aquellos cuyas riquezas muchas veces explotamos los demás?
¿A caso no tienen nada que decir hoy a los países ricos?
Los no invitados por la Iglesia, tal vez pasan más desapercibidos.
La verdad que no sé cuántos pobres son invitados por la Iglesia a sentarse a la mesa de los grandes.
Tampoco en la mía veo demasiados invitados pobres.
Porque cuando alguien es invitado a mi comunidad, tiene que ser o una alta autoridad de la Jerarquía, a algún amigo al que le debemos favores.
En todos los años que llevo de vida consagrada todavía no he visto invitado a ningún pobre o mendigo.
Siempre he sentido cierto rechazo a esos titulares de los periódicos cuando hablan de que el Papa, los Obispos, los Sacerdotes en un acto de humildad han lavado los pies a doce pobres, doce ciegos o doce hombres del Asilo de Ancianos.
Porque siempre pensé que lavar los pies a un hermano, quienquiera que fuese, no era un acto de humildad sino de espíritu de servicialidad. Lavar los pies a un pobre no es un gesto de humildad sino de servicio.
¿Y quién invita a las mujeres en la Iglesia?
¿No son también ellas las excluidas en la Iglesia?
¿No las excluimos de casi todo en la Iglesia?
No las excluimos de la comunión eucarística, claro está.
Pero luego las queremos lejos del altar.
¿Contamos con ellos a la hora de tomar decisiones?
Tenemos el “Presbiterio de los sacerdotes”.
Aún no conozco “Presbiterio alguno de mujeres”.
No entro en la discusión de su exclusión del Sacerdocio.
Pero no todo es sacerdotal en la Iglesia.
Hay muchas cosas no sacerdotales en la Iglesia.
Se necesitan algo más que secretarias.
¿Pero dónde están ellas a la hora de tomar decisiones?
Si en la sociedad política mandan los ricos y son ellos que toman las decisiones para todo el mundo, en la Iglesia quienes mandan son los hombres y, son ellos, principalmente sacerdotes, los que toman las decisiones para toda la Iglesia. Incluso si se trata de tomar decisiones sobre las mujeres, o sobre el matrimonio.
Lo que pretende Jesús aquí es salir en defensa de la “comensalía” como espacio de encuentro de todos, de amistad y de fraternidad entre todos. Pero, no solo podemos hablar de “comensalía” para compartir el pan sino para compartir la vida integral.
Simón se escandalizó de que una mujer, y esta pecadora besara y lavase los pies de Jesús. ¿Aceptaríamos hoy que las mujeres lavasen los pies en la Iglesia o sólo las queremos para que nos laven los platos en la cocina?
Los discípulos pudieron discutir quién de ellos sería el mayor en el Reino de los cielos. Las mujeres aún no tienen la oportunidad cuál de ellas puede ocupar el primer lugar en la Iglesia.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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lunes, 23 de agosto de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Lunes, 23 - Agosto - 2010

"Ventana abierta"


Reflexionando el Evangelio - Domingo XXI del Tiempo Ordinario


El cura de todos. P. César Piechestein


Queridos Hermanos:
En el evangelio de este domingo, el Señor nos invita a esforzarnos y a entrar por la puerta estrecha, que es la que lleva a la salvación. Pero es verdad que muchos se esfuerzan y de muy distintas maneras, aunque salta a la vista que no se esfuerzan en lo que realmente cuenta para la vida eterna.

La sociedad actual siempre está impulsándonos al esfuerzo. 
Ya no es extraño ver a personas bastante maduritas, emprender nuevos estudios (masterados, diplomados,etc) cuando ya parecería que no era necesario. Así como con el estudio, crece el esfuerzo por el trabajo, buscando mejores empleos, con mejores pagas. Vivimos en un medio donde se nos lleva por el camino del esfuerzo.

Sin embargo, aunque el trabajo, la prosperidad material y el estudio, son cosas positivas, nos podemos estar yendo por el camino errado. Por eso y para desarrollar bien la reflexión de hoy, debemos tomar el mensaje de la segunda lectura, de la carta a los Hebreos. Allí se nos habla de la corrección.

Dios, que es el mejor de los padres, nos corrige. Dice la lectura que el buen padre da azotes a su hijo para corregirlo. Creo que a todos nos ha pasado de alguna manera. Dios nos ha movido el piso, nos ha "zamarreado" alguna vez. Y son esos momentos los que nos hacen reaccionar y comprender que es lo que verdaderamente cuenta. "Los últimos serán los primeros" dice el Señor. Quizás para el mundo vale poco una persona que se preocupa más por su vida espiritual que por la material. Quien procura enriquecerse en buenas obras y no en posesiones materiales, podría ser considerado un tonto. Pero, aunque el mundo nos considere últimos, nosotros sabemos que para Dios estamos primero, pues nos estamos esforzando por entrar por la puerta estrecha.

Dejémonos corregir por Dios y agradezcamos a los hermanos que nos ayudan a ver el camino. Recuerden que la corrección fraterna siempre es una obra de misericordia que hay que saber agradecer y saber practicar también. Seguramente así daremos abundantes frutos.

Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

jueves, 19 de agosto de 2010

Domingo 21 C. del T.O. Sólo el amor nos puede salvar.

"Ventana abierta"



Sólo el amor nos puede salvar
Clemente Sobrado C. P.

El Domingo 7 de marzo del 2010, El Comercio de Lima, publicaba un artículo de mi siempre admirado Paolo Coelho, titulado la “Ley de Jante”, que traducida a la vida ordinaria pudiéramos llamarla “Ley de la mediocridad”, “Ley del mínimo esfuerzo”.
Una ley que facilita una vida sin líos ni problemas con los demás. Mientras vivas agazapado en la mediocridad de cada día, nadie se meterá contigo. Claro que Coelho le da otra versión mucho más positiva y dinámica:
“Tú vales mucho más de lo que piensas. Tu trabajo y tu presencia en esta tierra son importantes, aunque no lo creas”.
Claro que, si piensas de esta forma, vas a tener muchos problemas por estar transgrediendo la Ley de Jante, no te dejes intimidar por ellos, continúa viviendo sin miedo y acabarás venciendo”.

Lo he vuelto a leer hoy al meditar el Evangelio de este Domingo 21 c del ordinario, y que yo titularía “La ley de la tacañería o de los tacaños”: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Y que también Jesús trata de cambiar. Frente a la salvación por la ley, Jesús nos ofrece la salvación por el amor.

Claro que, al igual que la Ley de Jante, también la salvación mediante la Ley ofrece menos problemas y menos complicaciones. Cumplir la Ley es el camino de la salvación. Y quien se somete a la ley será bien acogido por los jefes y responsables. Somos santos por cumplir la ley, aunque luego nuestro corazón viva mustio y apagado, achatado e insensible para con el resto de los hombres. Cumplir la ley es no crear complicaciones a los que mandan.

Pero Jesús no ha venido a anunciar la salvación por la ley, sino la salvación por el amor. Y él mismo fue la primera víctima por no someterse a la pobreza y a la mediocridad de la Ley. Si se hubiese sometido a la Ley no le hubiese pasado nada. Nadie le molestaría ni nadie la condenaría a muerte. Pero anunciar la “ley del amor” y reducir todas las demás  leyes a dos solas: amar a Dios y amar al prójimo, es un atrevimiento que luego se paga caro.

Jesús la llama “ley de la puerta estrecha”, cuando en realidad la verdadera estrechez está en la Ley. Es que muchos se imaginan que vivir del amor es peligroso. La mayoría sigue creyendo más en la eficacia de los Diez Mandamientos que en la fuerza de las Ocho Bienaventuranzas. Siguen creyendo que el amor se presta a que cada uno haga lo que le viene en ganas y salga del control de los que mandan.

Los padres tienen más fe en su autoridad que en su amor.
Por eso luego tenemos hijos inmaduros e inseguros.
Los educadores prefieren el rigor de su autoridad a la bondad de una sonrisa, de la comprensión o de una palabra amable.
Así tenemos alumnos soldados y no hombres libres.
La autoridad tiene más fe en la fuerza que en el respeto y valoración de las personas.
Preferimos la obediencia al Derecho Canónico que el amor del Evangelio. La ley “de la mediocridad”.
La ley se convierte siempre en la medida de nuestra estatura humana y espiritual.
La ley se convierte en la meta de todo ideal. Por eso la ley impide crecer. Basta estar siempre en el mismo sitio y no pretender mayores ascensiones. Basta ser obediente, por más que nunca experimentemos la iniciativa de la creatividad personal.
Mientras tanto el amor nos hace libres.
El amor cree y se fía de las personas y las deja crecer aunque se salgan con frecuencia de los marcos establecidos y abran caminos nuevos.


Con la ley nunca tendremos héroes que escalen altas y peligrosas montañas.
Con la ley nunca tendremos héroes que se arriesguen a lo desconocido.
Con la ley nunca tendremos quienes piensen distinto a nosotros y se dediquen simplemente a repetir lo de siempre, lo que nosotros pensamos.


Es fácil vivir guiados y marcados por la ley, porque el camino ya está hecho y señalado y no hay desvíos ni cruces. Todo está señalizado en la vida. La salvación no tiene sino un solo camino. No hay peligro de equivocarse. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que “el que obedece nunca se equivoca”?

En cambio, vivir del amor claro que es siempre más peligroso porque el amor es siempre creativo y vive de la libertad del Espíritu. Y el Espíritu es viento que sopla y empuja, recrea: “Ven Espíritu Santo y recrea la faz de la tierra”.
Vivir del amor es vivir cada día atentos a las nuevas oportunidades, a las nuevas sorpresas de la vida, a la originalidad diaria de Dios que nunca se repite.
¿Es el amor la “puerta estrecha”?  Es posible.


Porque el amor es siempre más exigente.
Porque el amor es siempre más libre y la libertad es riesgo.
Porque el amor es siempre más comprometido.
Porque el amor es siempre más generoso.
Porque el amor es siempre más atento a las necesidades de los demás.
Porque el amor es siempre más sorpresivo.


Ante la pregunta tacaña de la ley “¿Serán pocos los que se salven?” tendremos siempre la respuesta del “amor que quiere que todos se salven y que no se pierda ninguno”. Y por eso mismo “vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
Clemente Sobrado C. P.
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jueves, 12 de agosto de 2010

La sonrisa de María. 12 - Agosto - 2010

"Ventana abierta"


La sonrisa de María


¿Alguien ha visto alguna vez alguna imagen de María sonriéndose?
Lástima que en el aquel tiempo no hubiese cámaras fotográficas para que San José o el mismo Jesús le hubiese sacado una buena foto. Yo estoy seguro que saldría sonriendo.
Le hemos puesto todas las caras habidas y por haber. Pero eso sí, como era tan buena y tan santa, siempre seria. Cara bonita, pero seria.
Pareciera que para ser bueno y santo hay que plegar bien los labios y no enseñar los blancos dientes con una sonrisa.
Conocemos demasiado bien a la Virgen Dolorosa.
Y hasta nos conmueven sus lágrimas de madre.
¿Y conoceremos igualmente a la Virgen de la Alegría?
Porque yo estoy seguro de que María debió de ser la mujer más feliz y alegre del pueblo. Y razones tenía de sobra para ello.
¡Yo no quiero pensar que María nunca le regaló una sonrisa y hasta una linda carcajada a José!





¿Y ustedes se imaginan a una madre que no le regale cada día infinidad de sonrisas al Niño, haciéndole cuchi cuchi o haciéndole cosquillitas en la barriguita?
Sonrisas del Niño.
Sonrisas de la Madre.
Sonrisas del Carpintero.






Yo quiero la Virgen de la sonrisa esposa.
En su visita a Isabel, le bastó un simple saludo, para que, el crío que llevaba en sus entrañas la vieja, saltase de alegría. Si un simple saludo fue causa de alegría, cómo tendría que ser su presencia.


Yo quiero la Virgen de la sonrisa de la visitación.
Y el encuentro con Jesús resucitado en la mañana de la Pascua ¿a caso no fue una explosión de gozo, de alegría y de fiesta? ¿Y alguien hace fiesta sin la alegría de una sonrisa?


Yo quiero la Virgen de la sonrisa pascual.
Y su muerte, como encuentro definitivo con Dios, ¿no debió ser toda una sonrisa al encontrarse con la sonrisa de Dios que la recibía en un estrecho abrazo de eternidad y bienaventuranza?

Yo quiero la Virgen de la sonrisa del encuentro beatífico con Dios.
Y ¿qué pensamos de la Asunción de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento de suprema felicidad de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento de la suprema realización de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento del supremo encuentro con Dios?



Yo quiero la Virgen de la sonrisa en su Asunción gloriosa.
Porque la fiesta de la Asunción se celebró primero en el cielo, mucho antes de que los cristianos la celebrásemos aquí en la tierra.
Y si en el cielo hacen fiesta por un pecador que se convierte, ¿qué fiesta no habrá habido en el cielo con la llegada de la que nació Inmaculada y nunca tuvo salpicadura alguna del mismo.


Yo quiero la Virgen de la sonrisa que hace fiesta en el cielo.
¿Y cómo celebraremos nosotros esta fiesta de la Asunción?
En infinidad de pueblos serán Fiestas patronales, con música y baile.
Pero ¿y en la Iglesia?
Bueno espero que la Misa sea cantada.
¿Pero con curas con una piedad y fervor que más parece dolor de estómago?
¿Con monaguillos que tienen prohibido perder su formalidad?
¿Con un Pueblo de Dios con caras largas de fervor, hasta que salgan de la Iglesia y entonces suene la fiesta?


Perdonen, pero yo quisiera que la fiesta de la Asunción de María, del triunfo glorioso en cuerpo y alma a los cielos fuese la fiesta de la Virgen de la alegría. La Virgen de la sonrisa. ¿Y ustedes, qué piensan?

Clemente Sobrado C. P. www.iglesiaquecamina.com

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jueves, 5 de agosto de 2010

"¿Lo has dicho por nosotros o por todos?"


Siempre es más fácil escuchar las campanas que suenan por otros que las que suenan por nosotros. A veces, en la vida ordinaria, se dan detalles en los que no nos detenemos pero que son bien curiosos. ¿Nunca te ha sucedido? Alguien te está llamando y tú no oyes nada, hasta que alguien te dice: “¡oye, te están llamando!” Reacción: “¿A mí?” Como si cuando llamamos a alguien siempre llamamos a los otros. Nos resulta difícil darnos por aludidos.
La actitud de Pedro, en este texto de Lucas pudiera pasar desapercibida, y sin embargo me resulta sumamente curiosa y hasta cuestionadora: “Señor, ¿todo esto lo has dicho por nosotros o por todos?” ¿Lo has dicho por nosotros o por los demás? Siempre es más fácil escuchar las cosas que afectan a los demás que aquellas que nos afectan a nosotros personalmente.
Es más fácil escuchar la Palabra de Dios para los demás que no escucharla como dicha para nosotros mismos:
¡Qué bien le viene esto a mi marido!
¡Qué bien le viene esto a mi esposa!
¡Qué bien le viene esto a fulanito!
Diera la impresión de que la Palabra de Dios siempre le viene a medida al resto, menos a nosotros mismos.
Recuerdo haberlo escuchado siendo estudiante. Había en Bilbao un sacerdote muy célebre, porque era de los que no tenía pelos en la lengua. Y decía las verdades a pedradas. Un día parece que habla sobre los ricos y debió de ponerlos bien en su sitio.
Y había una Señora ya mayor, que según decían ni sabía lo que tenía de lo rica que era. Y se encontró con un sacerdote de nuestra comunidad y muy suelta de lengua le dice: “Padre…. ¿ya escuchó el otro día a Don Claudio? ¡Qué cosas dijo contra los ricos, Padre, y qué bien dichas! Los ricos para ella eran los otros, no para ella que se pudría en dinero.
Es posible que no en la misma medida pero que a muchos de nosotros nos suceda lo mismo. Escuchamos por otros y para otros. Y a nosotros ni nos salpica.
¿Que hay violencia en el mundo? Ah, pero de eso tienen la culpa los otros.
¿Qué hay hambre en el mundo y muchos se mueren porque no tienen qué comer? Ah, pero de eso tienen la culpa los otros. A mí que me registren.
¿Qué hay muchos ancianos abandonados? ¡Vaya hijos los de hoy!
¿Qué hay enfermos a quien nadie visita? ¡Es que la gente hoy solo piensa en ella misma! Claro, yo no soy gente.
¿Qué la gente hoy no colabora? Es que hay demasiado egoísmo. Pero yo no muevo en dedo.
¿Que la Iglesia anda mal? La culpa la tienen los curas.
¿Que muchos abandonan la Iglesia? Eso es culpa de los de arriba.
Todos los demás son los culpables. Nosotros los inocentes.
Lo difícil es escuchar la Palabra de Dios como dicha para mí.
Lo difícil es sentir el dolor de los demás como compromiso para mí.
Lo difícil es ver esas fotos de niños con hambre como enviadas para mí.
Señor, cuándo proclamamos tu Palabra ¿es para mí o es para los demás?
Señor, cuándo vemos los pecados de tu Iglesia, ¿soy yo culpable o los demás?
Dios habla a todos. Pero me está hablando a mí.
Dios habla a todos. Pero se dirige personalmente a mí.
¡Qué fácil me resulta como sacerdote interpretar la Palabra de Dios para los fieles que me escuchan!
¿Pero la interpreto primero como dicha para mí?
Jesús dijo un día que si no creían a sus palabras, creyesen al menos a sus obras.
La mejor predicación de la palabra será cuando los demás la puedan leer en mi vida.
El mejor anuncio de la solidaridad será cuando me vean solidario a mí.
El mejor anuncio de la comprensión será cuando me vean a mí comprensivo con todos.
Mi mejor homilía será aquella que los fieles puedan reconocer en mi vida.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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