Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge:
Queridos amigos:
1. CUANDO ALGO NO ANDA BIEN, LO PRIMERO QUE PENSAMOS ES QUE LA CULPA LA TIENE "OTRO"... La primera reacción cuando surge un problema suele ser buscar las excusas, que nos libren del peso de la responsabilidad. Hubiera sido seguramente un éxito de la pantalla televisiva si se hubiera podido transmitir en directo desde la intimidad del equipo argentino que disputaba la Copa Davis de Tenis todo lo que sucedía el sábado a la noche, después de la derrota del tercer punto, en el partido de dobles, que dejó al equipo en la cuerda floja ante su intento de ganar la competencia. Quizás abundaban reproches, y no con dedos que apuntaban al propio pecho sino al de otros...
Por eso creo que es muy importante que en el Mensaje de la Conferencia Episcopal Argentina que los Obispos argentinos nos entregaron hace nueve días para ayudarnos a preparar la celebración del bicentenario de nuestra patria, aún teniendo en cuenta todo lo que puede disgustarnos de la marcha de la gestión de la cosa pública, no hayan levantado mirando hacia los demás el siempre listo "dedo acusador", sino que hicieron un recuento de nuestras realidades, con sus fortalezas y debilidades, y con una mirada hacia el pasado para aprender de nuestra historia, proponen en un tono de diálogo abierto un conjunto de metas a alcanzar a la luz de la celebración que se avecina (cf. Mensaje..., números 31-40). A propósito del Mensaje..., a mi gusto resulta ya aleccionador que los Obispos se propongan la celebración del bicentenario no como una fecha sino como un período para una tarea. Siguen con a los próceres de nuestra patria, que desde el primer grito de libertad dado el 25 de mayo de 1810 trabajaron con constancia para conquistarla, ante de la declaración formal de la independencia el 9 de julio de 1816. Nos dicen con esto, me parece, que los hechos deben acompañar y sostener las palabras, y de esa manera la celebración del bicentenario no puede ser sólo la recordación de una fecha (la de 1810 o la de 1816), sino un período para ponernos al día con la gran deuda de los argentinos, que es la "deuda social", es decir, lo que le debemos a la sociedad de la que nos servimos quizás más de lo que le damos (cf. Mensaje..., número 5)...
De esta manera se supera la tentación de pensar que la culpa de lo que nos pasa es "de los otros", como parecen hacer los que en la parábola de hoy Jesús pone a su izquierda, acusándolos de su falta de piedad, porque tuvo hambre y no le dieron de comer, tuvo sed y no le dieron de beber, estaba de paso y no lo alojaron, desnudo y no lo vistieron, enfermo y preso y no lo visitaron. Ellos buscan sus excusas, diciendo que nunca se lo encontraron a Jesús en esas situaciones, pero esas excusas no los disculparán, ya que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de sus hermanos, les dice Jesús, es decir, de nuestros propios hermanos, es con Él que no lo han hecho...
Ante los niños que en las grandes ciudades de nuestra patria piden por la calle los bienes más elementales que no tienen para subsistir, ante la creciente pérdida de la cultura del trabajo que va siendo reemplazada por la dádiva, ante la falta de educación, que retrasa por muchos años la posibilidad del resurgimiento de generaciones enteras que quedan sumidas en la mayor pobreza, que no es precisamente la económica, ¿quién puede lavarse las manos, distrayéndose con acusaciones a otros, como si no tuviera nada que ver, y hubiera recién aterrizado en estas tierras, proveniente de no sé qué galáctica de supuestos e inocentes salvadores de la patria?...
2. JESÚS SIEMPRE NOS ESPERA EN LOS MÁS PEQUEÑOS DE NUESTROS HERMANOS... Jesús nos llama a través de las necesidades de cada uno de nuestros hermanos para que vayamos a su encuentro, para que vayamos a atenderlo con nuestra buena voluntad y nuestro amor...
Todos nosotros sabemos y lo saben los Obispos, que conocen y alientan el trabajo de Caritas y de otras instituciones de hombres de buena voluntad, que hace ya mucho tiempo vienen dando a niños y a adultos, en muchos lugares, todo lo que tienen para comer y para atender a sus necesidades más básicas. No necesitamos, para saberlo, que la televisión y la radio nos lo digan y nos lo muestren, como lo hacían unos años atrás, en los momentos más críticos de las crisis que hemos pasado. Tendríamos derecho, incluso, a desconfiar de las olas de imágenes que nos inundan cuando la pobreza se convierte en noticia, ya que también el hambre puede utilizarse vilmente para hacer campañas políticas. El hambre y la pobreza, la falta de trabajo y de la voluntad de educar están presentes también cuando no salen en los medios masivos de comunicación. Hay muchas situaciones de pobreza que no aparecen en los medios y son un lacerante realidad, a las que responde Cristo Rey a través del amor de aquellos que lo dejan reinar en sus corazones...
Allí nos espera Jesús, en cada uno de los más pequeños de nuestros hermanos, que claman desde sus necesidades, y nos muestran el rostro de Cristo que se acerca a nosotros, esperando el amor como el fruto preciado de nuestra fe. Dios nos hizo a su semejanza, y en lo que más nos parecemos es precisamente en nuestra capacidad de amar, es decir, de ocuparnos de las necesidades de nuestros hermanos, sin más interés que su propio bien. Un amor, entonces, que no es sólo un sentimiento más o menos duradero, sino una decisión perseverante de ocuparnos del bien de nuestros hermanos, haciendo por ello todo lo que está en nuestras manos...
Tengamos en cuenta que, a la hora del balance final, cuando lleguemos a las puertas del Cielo, Jesús no nos preguntará cuántas veces nos hemos confesado, cuántas veces hemos ido a Misa, o cuántas veces o cuántos Rosarios hemos rezado. Todas estas prácticas de piedad nos ayudarán a alimentar y expresar nuestro amor a Dios, y a fortalecernos para vivir perseverantemente comprometidos en el amor, sobretodo cuando recibamos como pago la ingratitud o la indiferencia. Pero a la hora del balance final Jesús simplemente nos pondrá a prueba, con el filtro del amor, que pondrá en evidencia si lo hemos atendido en nuestros hermanos pequeños...
3. HAY QUE PREPARARSE CON AMOR PARA LA FIESTA DEL REINO DE DIOS, EL CIELO... Como hemos dicho ya en el Domingo pasado, el Cielo, que es la fiesta completa y total del amor de Dios, no se improvisa. Por esta razón, sólo con amor el corazón se enancha de una manera tal que se hace capaz de disfrutar el Cielo...
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en el medio del amor está la Cruz. Porque se trata de una amor capaz de construir paciente y perseverantemente el bien de nuestros hermanos. Son los gestos de amor de cada día, grandes o pequeños, con los que acudimos en auxilio del que tiene hambre o sed, del que está sin techo o sin ropa, del que está enfermo o en la cárcel, los que nos preparan para la fiesta del Amor de Dios...
Las necesidades de los que en nombre de Dios golpean a nuestra puerta podrán ser las que Jesús menciona en la parábola de hoy, u otras semejantes. Pero seguirán siendo siempre estos "embajadores de Jesús", con quienes Él se identifica, hasta el punto de decirnos que cuando los atendemos a ellos es a Él a quien atendemos y cuando los dejamos sin respuestas es a Él a quien hemos dejado de atender, los que vengan a golpear nuestra puerta. De la misma manera, seguirá siendo sólo la respuesta del amor la que nos vaya preparando para la fiesta del Cielo. Hoy celebramos a Jesús como Rey, culminando el año litúrgico en el que hemos ido recorriendo todo su misterio, desde que comenzamos a preparar la Navidad pasada. Es momento para tener en cuenta que el Reino de Dios, que se manifestará plenamente en el Cielo, es el Reino del amor. Y es con el amor con el que se anticipa y se prepara el Cielo...
1. TODOS HEMOS RECIBIDO ALGUNOS TALENTOS PARA SERVIR A LOS DEMÁS... Todos sabemos hacer algo que puede ser útil a los demás, y eso se debe a las capacidades o talentos que hemos recibido. Pero vale la pena tener en cuenta esto con ejemplos concretos de lo que sabemos y podemos hacer...
Lo vemos aquí en el Hogar Marín, en el que residen hasta 90 ancianos, cuidados por las Hermanitas de los Pobres, los voluntarios y algunos empleados, que con mucho cariño y dedicación se hacen cargo de sus necesidades. Porque no sólo las Hermanitas, los empleados y los voluntarios realizan su tarea, también los residentes, en la medida de sus habilidades y sus posibilidades, hacen su parte...
Unos barren, otros ponen la mesa, otros ayudan a lavar los platos sobre todo los domingos, otros colaboran en la atención de la Portería, otros prestan su servicio en la ropería y en la lavandería, otros para hacer los mandados puertas afuera, otros en la atención prolija y puntual de la Sacristía...
Lo que importa es que todos tenemos nuestros propios talentos, que hemos recibido como dones de Dios, y que, puestos al servicio de los demás, pueden dar muchos frutos. De todos modos, no basta con tener los talentos. Porque podríamos quedarnos sentados con ellos, por miedo a perderlos o a fracasar, y de esa manera no sólo no ayudaríamos a nadie, sino que además deberíamos someternos al derecho de los demás a reprocharnos...
2. NO ALCANZA CON TENER TALENTOS, ADEMÁS HAY QUE HACERLOS PRODUCIR... Pero no basta con tener talentos, solos no pueden dar frutos, para eso hace falta que nos hagamos cargo de ellos y los hagamos crecer, aprendiendo a hacerlos producir buenos frutos para los demás, y decidiéndonos con amor a ponerlos en marcha. Sucede con los talentos que cada uno de nosotros tenemos lo que sucede con todo don de Dios, no sólo son un regalo sino que al mismo tiempo significan una tarea. Es decir, los talentos no son dones terminados, acabados en sí mismos, que simplemente hay que sentarse a disfrutar, sino dones destinados a dar frutos gracias a nuestro cuidado y dedicación para cultivarlos, hacerlos crecer y ponerlos al servicio de los demás...
Todos conocemos los dones de las empleadas de la Cocina, Cecilia y Zulema, como también de sus ayudantes. Todas ellas juntas hacen que, cualesquiera sean los ingredientes para preparar nuestros alimentos, siempre éstos sean un regalo no sólo alimenticio, sino especialmente sabroso. Pero nada de esto podría suceder, si simplemente se quedaran "mirando las ollas". Para que los dones de nuestras cocineras den su frutos, ellas los tiene que poner en marcha, los tiene que utilizar para servirnos. Sirva también tener en cuenta, por ejemplo, a Domingo. La primera vez que se le pidió que me ayudara aquí en el altar como monaguillo, no conocía esta tarea, pero con atención y dedicación fue aprendiendo la tarea, que hoy desarrolla con soltura, eficiencia y aplicación ejemplar, ya que puso en marcha los talentos que para ello tenía. Lo mismo podría decirse de las señoras que planchan la ropa, cosen la que está rota o es necesario arreglar. No basta que sepan hacerlo, además hace falta que se dispongan a dar frutos con lo que saben hacer...
Dios, que nos hizo por amor, nos hizo también para el amor. Por eso, todo lo que de Él hemos recibido encuentra finalmente su sentido en el servicio y en el don de nosotros mismos a los demás. Por eso no somos dueños sino administradores de todo lo que hemos recibido de Dios, empezando por la vida y los diversos dones que la acompañan. Todos ellos encuentran su lugar cuando en vez de descuidarlos o destinarlos sólo para nuestro propio beneficio los ponemos fielmente al servicio de los demás. No pensemos, sin embargo, que para que nuestros dones den sus frutos será necesario que realicemos grandes gestos de entrega y generosidad, no pensemos que sólo vale lo que se hace llegando al extremo del heroísmo, se trata simplemente de dar los frutos sencillos y simples que todos podemos dar...
3. LOS FRUTOS PEQUEÑOS DE CADA DÍA SIRVEN PARA PREPARAR LA FIESTA FINAL: EL CIELO... Los frutos que estamos llamados a dar con los dones o talentos que hemos recibido de Dios son los pequeños frutos de amor y de servicio de cada día. El Cielo no se puede improvisar, se llega a Él en primer lugar porque Dios nos invita, pero además si le respondemos cada día, cuando viene hacia a nosotros a través de quien tiene derecho a esperar algo de nosotros, cuando se hace presente con su llamada en todo lo que hacemos cada día. En particular, cuando se acerca el Bicentenario de nuestra República Argentina, a nosotros nos toca preparar el Cielo dando frutos de justicia y solidaridad, como nos recuerda el Mensaje de la Conferencia Episcopal Argentina de los días pasados...
Todas las parábolas de los últimos Domingos del año litúrgico, que nos hablan del Cielo, nos sirven para estar atentos y despiertos, preparando la fiesta que esperamos en todo y con todo lo que hacemos cada día. Estas parábolas, entonces, nos ayudan a vivir con los pies en la tierra, para tomar conciencia de todos los dones que de Dios hemos recibido, pero al mismo tiempo con la mirada siempre puesta en el Cielo, al que nadie va a llegar por mera casualidad.
Será una gran alegría, incomparable y sin igual, participar en esa fiesta sin fin en la que consistirá el Cielo. Pero ciertamente no llegaremos al Cielo porque sí no más, con los brazos cruzados. Los dones que hemos recibido son los instrumentos que Dios nos ha dado para que nosotros mismos participemos en la preparación del Cielo al que nos ha invitado. Por eso el camino al Cielo siempre será una Cruz, ya que hacerlos rendir sus frutos siempre implicará un trabajo, el trabajo del amor y del servicio al que Dios nos ha llamado. El Cielo será fruto, será fruto, sin duda, en primer lugar de la misericordia de Dios, sin la cual para nadie es posible el Cielo. Pero será también la consecuencia que Dios ha querido regalarnos de los pequeños frutos de cada día que, con amor y perseverancia, poniendo todos nuestros talentos al servicio de nuestros hermanos, especialmente lo más necesitados y abandonados, hayamos podido producir...
Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso. Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente (Proverbios 31, 10-13, 19-20 y 30-31).
Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores de parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios (1 Tesalonisenses 5, 1-6).
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.
A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.
De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".
Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!". Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mateo 25, 14-30).
1. DESDE CHICOS, NECESITAMOS UNA CASA DONDE VIVIR PROTEGIDOS... Cuando nacemos estamos indefensos, no podemos procurarnos por nuestros propios medios el calor, el alimento, la protección y el lugar donde refugiarnos ante las inclemencias, y todo eso nos hace falta, para ir encontrando nuestro lugar en el mundo, al que Dios nos ha llamado...
Sin embargo y mientras tanto, dejado a su propia inercia y por las huellas del pecado que los siglos y las culturas le han ido marcando, el mundo se ha vuelto muchas veces inseguro e incierto. Por eso, para crecer, alguien nos tuvo que brindar Hogar, cuidado, atención, y mucho amor, que es en definitiva lo que nos hace crecer bien. Por eso, entre muchas otras cosas, tenemos tanto que agradecer a nuestros padres, que desde el primer momento nos han recibido con manos maternales y paternales, que nos han permitido pasar desde nuestro cómodo descanso en el seno materno a las asperezas de la vida, haciendo escala en las caricias que desde el inicio nos acogieron. Sus manos fueron nuestra primera frazada y nuestro primer techo...
Ahora bien, nuestro destino no se agota en el techo, Dios no nos ha hecho para vivir sólo en esta dimensión terrena de la vida, nos ha hecho capaces de levantar vuelo. Nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón una vocación de eternidad, que no podemos desarrollar por nuestras solas fuerzas, porque supera ampliamente nuestras capacidades. Por eso, no nos basta una casa terrena en la que estemos protegidos, cuando hemos sido invitados al Cielo. Y mientras avanzamos como peregrinos hacia la eternidad a la que por Él fuimos llamados, mientras marchamos hacia la Casa Dios que es el Cielo, Él mismo se ha hecho una casa para habitar con nosotros en esta tierra. Primero Jesús, Dios hecho Hombre, hizo de realidad humana un verdadero Templo de Dios, y después de manera análoga ha hecho de la Iglesia su propio Cuerpo...
2. JESÚS NOS HACE FORMAR PARTE DE SU CASA, LA IGLESIA, POR EL BAUTISMO... Esa invitación la recibimos de una manera formal, efectiva y eficaz, de manera sacramental, a través del Bautismo. Este don de Dios aplica en nosotros la Redención que Jesús nos ganó en la Cruz. Nos une a su muerte, para que con Él renunciemos al pecado. Pero también, y es nuestra verdadera Salvación, nos une a su Resurrección, para que podamos aspirar al Cielo...
Unidos a Jesús en su muerte y en su Resurrección a través del Bautismo, somos parte de Él, entramos a formar parte de su Cuerpo, un Cuerpo místico que formamos con Jesús todos los que hemos sido bautizados en Él, y hemos empezado a ser, a través del Bautismo, piedras vivas en esta Casa en la que Él habita en la tierra, que se hace visible en la Iglesia, de la que nos ha hecho parte. Unidos a Jesús, parte viva de su Cuerpo, piedras vivas de este gran edificio espiritual en el que Él habita, y que se extiende por todo el mundo, es más, por todo el universo...
No sólo estamos cálidamente acogidos por el amor de Dios dentro de su Casa. No sólo estamos alimentados por el mismo Dios, dentro de su Casa, con su Palabra y sus Sacramentos. Además, somos parte vida de esta misma Casa, y el Bautismo se ha convertido, entonces, para nosotros, como pasa siempre con los dones de Dios, no sólo un gran don, sino también una tarea. Y los Templos que dedicamos a Dios, se convierten entonces en símbolos de esa Iglesia viviente de la que el Señor nos ha hecho parte viva a través del Bautismo. Cuando celebramos, entonces, como hoy, la dedicación de un Templo, fijamos nuestra mirada no sólo en el edificio, que en cuanto tal nos presta un enorme servicio (la Basílica San Juan de Letrán es la Catedral del Papa en Roma, desde el momento en que el Emperador se la donó al Papa de ese tiempo en el comienzo del siglo IV), la llevamos más allá, y hacemos del edificio material una imagen del Templo que Jesús ha hecho de nosotros mismos, miembros de su Cuerpo místico...
3. COMO CASA DE DIOS, ESTAMOS LLAMADOS A SER HOGAR PARA TODOS... Por el Bautismo no sólo recibimos el don de la salvación, que nos abre las puertas del Cielo y nos encamina hacia allí, para que recorriendo con fidelidad el camino de la fe, de la mano de Dios, podamos llegar a ese verdadero Descanso Eterno, sino que además pone en nuestras manos una tarea. Como Iglesia estamos llamados a ser una Casa donde todos puedan ser acogidos, especialmente los más necesitados de una atención especial, y así resulta providencial que la celebración de hoy haya sido unida por la Conferencia Episcopal Argentina, para las Misas en nuestro país, con la Jornada de Oración por los enfermos...
Esta Jornada se celebra en el mundo entero el 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, teniendo en cuenta que el Santuario construido en ese lugar en Francia, con una especial atención a las peregrinaciones de enfermos. En nuestro país se traslada al segundo domingo de noviembre, para que no quede encerrada en el olvido al que pueden llevarla las vacaciones. Se trata de una Jornada que nos lleva no sólo a rezar por los enfermos, sino a tomar conciencia del inmenso valor que tiene dedicar los mejores esfuerzos de nuestra caridad a su solícita atención...
Pero hay más todavía. Juan Pablo II nos ayudaba a comprender, con Carta apostólica Salvifici doloris, del 11 de febrero de 1984, cómo la redención que Jesús realizó para todos nosotros en el altar de la Cruz ha hecho que Él mismo se encuentre presente allí donde hay alguien que sufre, y por lo tanto cuando nos dedicamos a atender a los enfermos no sólo estamos ocupándonos de su enfermedad y de sus necesidades, como podría hacer quien sólo se plantara ante él como un médico, sino que además estamos yendo al encuentro del Señor. Por eso sabemos que se trata no sólo de atender con caridad a los enfermos, sino de acercarnos a ellos con un verdadero espíritu de veneración, sabiendo que cuando nos ocupamos de ellos estamos atendiendo al mismo Jesús. Redimidos por el Amor de Dios, estamos llamados a ser sus signos eficaces. Recogidos por su Amor en la Casa de Dios, que es la Iglesia, le damos en ella un lugar de privilegio a los que Jesús atendió especialmente, y allí están los enfermos...
La mano del Señor descendió sobre mí y me llevó a Jerusalén. Y vi a un hombre que por su aspecto parecía de bronce. Él me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente.
Allí vi que el agua fluía por el costado derecho. Entonces me dijo: «Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio» (Ezequiel 40, 1b y 3a; 47, 1-2, 8-9 y 12).
Hermanos: Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios. Según la gracia que Dios me ha dado, yo puse los cimientos como lo hace un buen arquitecto, y otro edifica encima. Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo (1 Corintios 3, 9c-11 y 16-17).
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado (Juan 2, 13-22).
1. ESTAMOS HECHOS PARA LA VIDA, PERO NOS ACECHA LA MUERTE... Todos tenemos un instinto muy fuerte, que nos muestra que estamos hechos para la vida y, como consecuencia, una vez que hemos nacido, queremos vivir para siempre. Sin embargo, sabemos que eso no es posible. Una vez que hemos nacido, de lo único que podemos estar seguros es de que vamos a morir, ya que cumplimos la única condición necesaria, y es la de no habernos muerto todavía...
De muchas maneras experimentamos los límites que se presentan a nuestra aspiración de vivir para siempre. Se oye decir con cierta ironía y resignación, pero también con no poca verdad, que una vez cumplidos los cuarenta años, si al despertarnos a la mañana no nos duele nada, es que ya estamos muertos. A medida que avanzamos en la edad los achaques y las enfermedades nos van avisando, con las limitaciones que nos imponen, que por nuestra condición corporal nuestra vida tiene un un límite. Con el transcurso del tiempo la piel se nos va arrugando y se nos va haciendo más débil. Las articulaciones se nos ponen duras y los músculos nos quedan cada vez más flácidos, más blandos. Además, mientras los dientes se nos aflojan, las neuronas cada vez se nos endurecen más, y se nos hace menos ágil nuestra mente...
Nos acecha la muerte y nadie se salva de ella. Ni los amigos íntimos de Jesús, como Lázaro, de quien hoy nos muestra el Evangelio cómo Jesús lo vuelve a la vida. De nuestro futuro, es lo que sabemos con mayor certeza: vamos a morir. La muerte irremediablemente se acerca, y va dando sus avisos. Dice un cuento que un hombre joven estuvo inesperadamente al borde de la muerte a causa de un accidente imprevisto, y se sentó a hablar con ella, que le dijo: "Esta vez te salvaste, hoy no vas a morir, ¿qué quieres pedirme para cuando venga la próxima vez a buscarte?" El joven le respondió: "Sólo te pido que la próxima vez me avises, para no sorprenderme como esta vez". La muerte aceptó la propuesta. Pasó el tiempo y el joven se olvidó, hasta que, siendo ya muy viejo, se murió. Al encontrarse con la muerte le dijo: "¿Cómo? ¿No habías quedado en avisarme? ¡Otra vez me tomaste por sorpresa!" A lo que la muerte respondió: "¡Ah, muchacho! Ha pasado mucho tiempo, pero yo no dejé de avisarte. Primero vinieron las arrugas, y no le prestaste atención, después te fuiste quedando poco a poco sin movilidad, y tampoco lo hiciste, finalmente, ya estabas lleno de achaques, todo te costaba, no te podías ni mover, y por último, ya ni podías comer solo, ¿y dices que vine de sorpresa?"...
Nuestra experiencia personal es la misma: por una parte contamos con esa aspiración profunda que nos impulsa a querer vivir para siempre, pero por otra parte experimentamos esa limitación que se pronuncia como sentencia final con la muerte...
2. DIOS NOS HA LLAMADO A LA VIDA, Y QUIERE QUE VIVAMOS PARA SIEMPRE... Ese deseo de vivir para siempre, que sentimos como una fuerza imparable dentro de cada uno de nosotros, viene de Dios, de quien hemos recibido el mismo don de la vida. Es Él quien nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón deseos de eternidad. Por eso podemos estar seguros que la vida para la que Dios nos ha hecho no es esta vida limitada por la muerte, sino la Vida del mismo Dios...
Creer en Jesús es creer que son verdad las Bienaventuranzas, y que tener alma de pobres, sufrir la aflicción, tener paciencia, tener hambre y sed de justicia, tener un corazón misericordioso, así como un corazón y una mirada pura, y trabajar por la paz, dan como fruto la Vida de verdad. Creer en Jesús y vivir en Él, en definitiva, nos hace participar ya ahora en la Vida que Jesús nos ganó en la Resurrección, para que viviendo con él y por Él, vivamos para siempre...
3. HAY QUE RECIBIR DE JESÚS LA VIDA QUE VENCE LA MUERTE Y DURA PARA SIEMPRE... No importa, entonces, cuánto dure nuestra vida, si pensamos sólo en la duración del tiempo en el que se desarrolla en esta tierra. Mirado el tiempo desde la eternidad, mil años son como el día de ayer, que ya pasó (Salmo 90, 4)...
Lo que importa es tener ya en nosotros la Vida que Jesús ganó en la Resurrección, y que nos regala por su amor. Lo que importa es vivir con la fe, que nos abre a la posibilidad de una Vida que vence la muerte. Hay que vivir en la fe, que nos lleva a buscar esta dimensión de eternidad en todas las vicisitudes de la vida de cada día. Hay que vivir de la fe, para lo cual se hace imprescindible alimentarla cada día con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, que nos hacen vivir ya ahora esa Vida, que viene de Dios, y que dura para siempre...
Lecturas bíblicas del Domingo V de Cuaresma del Ciclo "A":
Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré (Ezequiel 37, 12-14).
Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes (Romanos 8, 8-11).
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él (Juan 11, 1-45).
1. HAY MUCHAS COSAS QUE, AUNQUE SEAN MUY BUENAS, NO DURAN MUCHO... Tomemos por ejemplo el periódico. No resulta algo especialmente bueno, pero de todos modos, el Domingo viene más grueso que cualquier otro día, lleno de secciones especiales, artículos de fondo y notas especiales. Por eso en ese día quizás nos disponemos con un gusto especial para sacarle el jugo de la mejor manera posible. Sin embargo, al término de un rato, no nos queda nada más que nos parezca que valga la pena leer. Nos decía un profesor de filosofía durante mis estudios en el Seminario (eso pasó en el siglo pasado, es más, en el milenio pasado, pero vale todavía hoy), que no hay nada más viejo hoy que el diario de ayer...
Lo mismo pasa con todos los "bienes consumibles" que, conforme a su propia naturaleza, en un rato se consumen y ya no están más. Los alimentos, especialmente cuando son muy buenos, siempre nos parece que duran poco. Lo mismo que algunas bebidas especiales. Las destapamos, las olfateamos con cara de entendidos, las probamos, y apenas las empezamos a compartirlas con algunos amigos, nos damos cuenta que se han acabado. También pasa a veces con la ropa. Igual sucede con alguna ropa a la que le tomamos especial cariño. Se nos pone vieja y deshilachada antes que nos cansemos de ella, y tenemos que dejarla de lado con pesar, porque no aguanta más uso. Es una de las luchas que tienen conmigo las Hermanitas del Hogar. Cuando se llevan mi ropa para lavarla, cada tanto me avisan que hay alguna camisa o alguna camiseta que ya no admite más reparaciones, y les cuesta convencerme de dejarla de lado...
2. LA PAZ, LA ALEGRÍA Y LA VIDA QUE DA JESÚS DURAN PARA SIEMPRE... Dios nos ha hecho para la paz y para la alegría sin límites, y ha sembrado en nosotros una vocación de eternidad. Nos ha llamado a vivir con Él en una eterna comunión, que dure para siempre. Pero todo esto no es posible en las estrechas dimensiones de esta vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por eso volvemos en este Domingo de la Octava de Pascua a las huellas visibles de la Resurrección de Jesús, la Tumba vacía y las apariciones de Jesús a los Apóstoles, huellas humanas de un hecho que rompe los límites del espacio y del tiempo para ponernos en contacto con la realidad sobrenatural a la que Dios nos llama...
Jesús es la fuente de una paz y de una alegría que no se terminan, porque la Vida del resucitado es una Vida que vence al pecado y a la muerte, y es una Vida eterna. Las primeras comunidades cristianas (leímos hoy en los Hechos de los Apóstoles) compartían sus bienes con mucha libertad. Los movía el amor al que lleva la fe. Puede llamar la atención esa disposición tan viva que lleva a un grupo de fieles a un amor tan intenso por el que se decide compartirlo todo. Nadie les ponía un revólver en la cabeza, para "imponerles" la decisión de compartir sus bienes para el bien de todos. La explicación es muy sencilla. El amor que surge de la fe, que lleva a encontrar en Jesús la paz, la alegría y la Vida, hacía posible para ellos pensar cada uno en los demás, en vez de concentrarse sólo en el propio interés. A la luz de esta experiencia, podemos pensar sin temor a errar mucho que si durante el diálogo que tuvieron este fin de semana las autoridades y los dirigentes del campo hubiera estado más presente Jesús en el corazón de todos los que se sentaron a la mesa, hubieran sido otros los resultados...
Por eso Jesús, cuando se aparece a los Apóstoles después de la Resurrección, les dijo insistentemente que venía a traerles la paz. Y al recibirlo los Apóstoles se vieron inundados por la alegría. Además, como nos dice hoy san Juan, éste y los demás hechos de Jesús que encontramos relatados en los Evangelios están allí escritos allí para que creamos en Él, y creyendo tengamos la Vida eterna. Muchas otras cosas que hizo Jesús no están relatadas en los Evangelios. Y si no lo están, es simplemente porque no nos hacen falta para creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que en Él tenemos la salvación que Dios ha puesto al alcance de nuestras manos...
3. NO NOS HACE FALTA VER SINO CREER, PARA RECIBIR LA VIDA QUE DIOS NOS DA... Puede ser que alguna vez hayamos pensado que a nosotros nos ha tocado la parte más difícil, ya que fuimos llamados a la fe para encontrar la salvación, sin tener demasiadas constancias visibles que nos garanticen la verdad de la Resurrección de Jesús. Quizás hemos pensado que todo sería más fácil si nos ofrecieran más pruebas que nos lleven a la fe. ahora bien, en todo caso no seremos los primeros en tener esta ocurrencia. Ya lo pensó el Apóstol Santo Tomás, de sobrenombre el Mellizo, que no se encontraba con los demás la primera vez que se les apareció Jesús resucitado a los Apóstoles...
El Domingo siguiente Santo Tomás pudo ver a Jesús resucitado, y también pudo creer. Pero no fue lo que vio lo que lo llevó a la salvación, sino la fe. Lo que nos importa ahora es que la alabanza de Jesús no fue para él, sino para nosotros, cuando nos dijo: «¡Felices los que creen sin haber visto!». No es, entonces, "ver" más lo que nos hace falta, sino creer más y mejor, y vivir con más compromiso y decisión las consecuencias de esta fe a la que Jesús nos llama, para que alcancemos esa paz y alegría que nadie podrá quitarnos, y para alcanzar la Vida que sólo Jesús nos puede dar, y que es la única que puede más que el pecado y que la muerte...
Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Intimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47).
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación (1 Pedro 1, 3-9).
1. LOS SANTOS NOS HABLAN DEL CIELO, Y LOS DIFUNTOS DE NUESTRA REALIDAD... La Solemnidad liturgia de ayer y la Conmemoración de hoy son dos fiestas que hace muchos siglos van unidas en las celebraciones de la Iglesia. Ayer la Solemnidad de todos los Santos nos permitía alegrarnos con todos los que han obtenido por el camino del martirio y/o por la pureza de las virtudes la gloria celestial. Ellos nos recuerdan que hemos sido llamados al Cielo, Dios ha sembrado en nosotros semillas de eternidad, y nos muestran un camino seguro para alcanzar la meta...
Celebrábamos no sólo a los santos que la Iglesia ha canonizado o beatificado (por ejemplo la Beata Juana Jugan, fundadora de las Hermanitas de los Pobres, modelo de un camino hecho de servicio silencioso y perseverante a los ancianos pobres), sino también a aquellos que, sin haber sido reconocidos todavía públicamente por la Iglesia y propuestos a nuestra veneración y como modelos a imitar, nos enseñan sin embargo con su ejemplo de fidelidad y entrega a Dios. Por ejemplo Juan Pablo II, a quien conocimos en su servicio infatigable, y muchos otros que cada uno de nosotros puede agregar...
Hoy celebramos a todos los fieles difuntos. Lo hacemos para rezar con confianza por ellos. Pero también este día nos ayuda a recordar que todos somos mortales, y que en más o menos tiempo todos seguiremos su camino hasta "ponernos el sobretodo de madera", u ocupar nuestro lugar en un cementerio...
Todos queremos vivir para siempre, pero al mismo tiempo se nos impone nuestra condición mortal. Hace falta, por lo tanto, tener presente que el Cielo prometido no es una realidad que nos pertenece por propio derecho, sino un regalo que Dios nos ofrece, y que es necesario aceptar con la vida, para poder alcanzarlo. Por eso la celebración de hoy de todos los fieles difuntos nos recuerda que la muerte sigue estando presente. Y además, que es una dolorosa realidad. Podemos estar seguros de que la muerte, con su carga de dolor y sufrimiento, siempre llega, tarde o temprano. Por eso no deja de ser curioso que, aunque sepamos que la muerte es ineludible, vivimos como si "esta" vida fuera para siempre...
2. JESÚS NOS HA SALVADO DE LA MUERTE, PERO TODOS LA TENEMOS QUE PASAR... El Domingo de Pascua las mujeres que seguían a Jesús junto con los Apóstoles fueron a buscarlo entre los muertos, a la tumba en la que lo habían depositado el Viernes Santo, después de su muerte en la Cruz. Nada más normal, ¿en qué otro lugar podía estar?
Pero no estaba allí, se encontraron con la tumba vacía. Jesús había resucitado y ya estaba entre los muertos. Y se apareció a los Apóstoles, y también a las mujeres, hasta que estuvieron convencidos y ya no tuvieron dudas de la verdad de la Resurrección. Dios intervino para salvarlo de la muerte. Porque Dios triunfa no solamente sobre el pecado, del que ha querido redimirnos enviándonos a su Hijo, Jesús, sino también sobre el dolor y sobre la muerte, que son consecuencias del pecado que nos había separado de Dios...
Cuando fuimos bautizados fuimos unidos a la muerte de Jesús. Desde ese momento, la muerte ya no es lo que hubiera sido sin el Bautismo. La muerte no es lo mismo desde que Jesús la asumió como propia (aunque era nuestra), la transformó y nos hizo capaces de participar de su Resurrección, también a través del Bautismo. Por eso, aunque todos tenemos que pasar por la muerte, Jesús nos ha salvado de sus fatales consecuencias de frustración, y nos ha abierto las puertas del Cielo con su Resurrección...
Algunos llegaron al momento de su muerte con una fidelidad tal al Bautismo recibido y al Amor de Dios que los había llamado, que en esa hora culminante de la vida el encuentro con Dios fue instantáneo y definitivo. Ellos son los santos, algunos de los cuales la Iglesia beatifica y canoniza porque alcanza la certeza suficiente de su santidad y los considera ejemplos seguros que todos podemos seguir. Ciertamente muchos otros, de una manera anónima, han alcanzado el mismo final. Por eso celebrábamos ayer la fiesta de Todos los Santos, dándole gracias a Dios por todos ellos...
Pero muchos otros quizás han llegado al momento culminante de su vida, que es precisamente nuestra muerte, unidos al Amor de Dios, pero con una fidelidad que no es tan plena (y quizás esa será nuestra situación). Si utilizamos una imagen, podemos decir que han llegado a su muerte medio abollados, ya sea porque se han mantenido en el camino pero pegando contra los bordes, o estacionando donde no debían hacerlo...
Los que han llegado de esa manera al momento culminante de la vida que es la muerte, como nosotros mismos si llegamos en esas condiciones, el encuentro cara a cara con la inmensidad del amor, la misericordia y la santidad infinita de Dios, necesitaremos una purificación para estar a la altura del Cielo, al que podremos llegar después de alcanzarla. Para seguir con la imagen, nos daremos cuenta que necesitaremos "chapa y pintura", que Dios nos ofrece en el taller del Purgatorio, para poder gozar plenamente del Amor de Dios...
3. REZAMOS POR LOS DIFUNTOS, PARA QUE EL AMOR DE DIOS LOS PURIFIQUE... Esta es la razón por la que rezamos por los difuntos. Sabemos que por el Bautismo han sido llamados a la Vida eterna y a la Resurrección. Y confiamos en que han sabido responder en su vida al Amor de Dios. Pero al mismotiempo sabemos que pueden estar necesitados todavía una purificación que los haga a la medida del Cielo. Y para ello los confiamos, con nuestra oración, a las manos de Dios, para que Él los purifique con su Amor...
Siempre rezamos por los difuntos, para confiarlos a las manos de Dios. Especialmente rezamos por los que nos han sido más cercanos y más queridos. Pero así como tenemos un día para alegrarnos por todos los Santos, también dedicamos uno a rezar por todos los difuntos. Los que más queremos, y los que queremos menos, los que conocemos y los que no hemos conocido, aquellos por los que muchos rezan y aquellos otros por los que nadie reza...
Ya llegará el momento en que otros recen por nosotros en esa situación. Y amor, con amor se paga. Por lo tanto, nada mejor podemos hacer hoy, que rezar hoy por todos los difuntos, y entrar de esa manera en esa corriente de amor, por la que toda la Iglesia, así como todos los Santos, un día intercederá por nosotros, para que el Amor de Dios nos purifique, y nos haga capaces de gozar del Cielo, al que Él mismo nos invitó...
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas, y Yo seré su Dios y él será mi hijo» (Apocalipsis 1, 1-5a y 6b-7).
Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida (1 Corintios 15, 20-23).
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las mujeres recordaron sus palabras (Lucas 24, 1-8).
1. MUCHAS VECES NOS PARECE QUE TENEMOS MÁS CARGA QUE LA QUE PODEMOS SOPORTAR... Nos pasa a los grandes y a los chicos. Los chicos quieren jugar todos los juegos que conocen, quieren que les vaya bien en todos los deportes, quieren ver todos los programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en todas las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas como con razón le piden los padres, y son tantas las cosas que tienen por delante, que no saben por dónde empezar...
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más remedio que distinguir lo que aparece como urgente de lo que es realmente importante, y hay que optar. Por eso los fariseos, que estaban llenos de normas, 365 prohibiciones y 248 mandatos de cosas que debían hacer, preguntan a Jesús cuál es el más importante de todos esos mandamientos, porque por ahí siempre hay que empezar. La respuesta de Jesús es clara y contundente. Lo primero, lo más importante, lo impostergable es amar...
2. EL AMOR AL QUE DIOS NOS LLAMA ES EL QUE UNIFICA TODA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos muchas cosas que hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y todo lo demás se desprende de allí. Todos nosotros somos fruto del amor de Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para el amor. Es nuestra capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra felicidad, corresponder con amor al amor con que Dios nos trata...
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de hacerlo que con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Si así lo hacemos cuando vamos a alentar un equipo de fútbol en la cancha, ¿cómo no vamos a hacerlo de esa manera cuando se trata de responder al amor de Dios, del cual proviene nuestra vida? Se trata del Amor entendido con mayúsculas, es decir, el compromiso perseverante de hacernos cargo del bien que debemos a los demás. De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque en todo estaremos dispuestos a responder con amor...
El amor así entendido se convierte en algo realmente serio, y se encuentra necesariamente con la Cruz, ya que ocuparse del bien de los demás siempre requerirá de nosotros un esfuerzo perseverante. En el amor al que Jesús nos invita siempre ocupará Dios el primer lugar, pero inmediatamente de la mano de este amor a Dios irá el amor a nuestros hermanos. Cuando queremos en serio a alguien, entran también en nuestro afecto todos los que son queridos por él. De la misma manera, amando a Dios, inmediatamente nuestro amor abarca también necesariamente a todos los que Él quiere, es decir, absolutamente a todos, porque nadie queda excluido del amor de Dios...
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer a alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Esto puede suceder de una manera especial hoy, cuando se está haciendo una convocatoria a los vecinos de San Isidro para reunirse esta tarde ante la Sede de la Municipalidad para reclamar seguridad, a causa de los últimos acontecimientos de violencia que han acarreado muertes injustificadas y absurdas. Sin embargo, siempre tenemos al menos una razón, y mucho más poderosa que las otras, para querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es simplemente que Dios los quiere...
3. EL AMOR A DIOS SE HACE VISIBLE A TRAVÉS DE NUESTRO AMOR FRATERNO... El amor a Dios siempre va primero, porque nadie está por encima de Dios. Hoy concluyó la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, presidida por Benedicto XVI. En esa reunión de Obispos provenientes de todo el mundo, dedicada a la Palabra de Dios, los Obispos participantes nos han entregado un Mensaje en el que nos recuerdan que la Palabra eterna y divina entró en el espacio y en el tiempo y asumió con Jesús un rostro y una identidad humana, esa Palabra divina se expresa con lenguas humanas, a semejanza del Verbo del Padre Eterno, que tomó la carne de la debilidad humana y se hizo semejante a los hombres. La Iglesia, fundada sobre Pedro y los apóstoles hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de esta Palabra. Con el anuncio, la catequesis y la homilía lee y comprende, explica e interpreta, implicando la mente y el corazón, esa Palabra, llevando así a la escucha auténtica de la Palabra de Dios, que reclama obedecer y actuar, hacer florecer en la vida la justicia y el amor: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21)...
Pero el amor a Dios no está completo si sólo queda encerrado en nuestro corazón. Porque el mandamiento del amor a Dios se completa con su semejante, el amor a nuestros hermanos. Cuando nuestro amor se vuelca en nuestro prójimo, es decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene derecho a esperar algo de nosotros, se hace verdaderamente visible..
El amor fraterno es algo así como la segunda cara de una misma moneda, y parte integrante del único mandamiento del amor, el más importante de toda nuestra fe. Querer a los demás como a nosotros mismos no es más que el modo visible que toma nuestro amor a Dios...
Por eso, cuando nos veamos sobrepasados por las cosas que pesan sobre nuestros hombros y las tareas que nos esperan, bastará que pensemos qué es lo que el amor dicta en nuestros corazones, e inmediatamente sabremos que es por allí por donde deberemos empezar. También ante el drama de la falta de seguridad nuestra respuesta tiene que ser el amor, y para eso nos puede servir una Carta Pastoral de mayo de 1999 de Mons. Casaretto, Obispo de San Isidro. Puede ser que no podamos hacer todo lo que tenemos por delante, pero si empezamos por lo que el amor nos exige, habremos tomado el buen camino. Nos quedarán muchas cosas sin hacer, incompletas o pendientes. Pero habremos hecho lo más importante y, parafraseando a Jesús cuando nos habla del Reino, podemos confiar en que todo lo demás vendrá por añadidura...
Estas son las normas que el Señor dio a Moisés: No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedará viudas, y sus hijos huérfanos. Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo (Éxodo 22, 20-26).
Hermanos: Santo y de toda clase de dones. Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya. En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien él resucitó y que nos libra de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1, 5c-10).
1. VIVIMOS EN LA TIERRA Y VAMOS HACIA EL CIELO. ¿QUIEN MANDA EN EL CAMINO?... Todos hemos recibido de Dios el don de la vida, a través de nuestros padres (hoy celebramos en Argentina el día de la madre, así que vaya para todas ellas un especial recuerdo de gratitud). Este don de la vida se desarrolla aquí en la tierra, durante el tiempo que se nos ha concedido para caminar hacia el Cielo. Mientras vamos de camino, estamos sometidos a una cantidad de necesidades que tienen que ver con nuestra condición corporal. En primer lugar, el alimento. Todos los días necesitamos algo con qué alimentarnos. Pero también necesitamos abrigo, y un techo, y todo lo que ayuda al cuidado de nuestra salud, y muchas cosas más, sin las cuales no nos sería posible subsistir...
Todas estas cosas, tanto las que se relacionan con nuestras necesidades personales como las que tienen que ver con el provecho de muchos, cuestan dinero, y a veces mucho dinero, que no siempre tenemos a mano. Aquí en el Hogar Marín, donde somos tantos (los ochenta ancianos residentes, además de las diez Hermanitas y el capellán, sin olvidar a los empleados y empleadas), sostenido enteramente por la caridad, contamos con la invalorable ayuda de los bienhechores, confiados en la providencia, que los pone en nuestro camino...
Ante las necesidades materiales puede ser grande la tentación de rendirse fácilmente ante cualquiera que ofrezca una limosna grande (aunque, como dice el refrán, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía). En el mundo se utilizan a veces modos para obtener bienes que se oponen a la justicia y a la caridad. Y eso lo hacen no sólo "los piratas", sino también otras personas que aparecen con más y mejor fama, pero no con mejores costumbres. Alguno puede incluso pensar que a la hora de obtener bienes valen los criterios menos santos del mundo, mientras que después, a la hora de usarlos, se utilicen los criterios de Dios...
Por eso hoy Jesús quiere recordarnos que "los criterios de Dios" deben aplicarse también cuando nos ocuparnos de las cosas del mundo (nuestra sustentación personal, los medios que necesitamos para sostener las necesidades materiales de la Iglesia, etcétera). Lo que hagamos en la tierra, nos acerca o nos aleja del Cielo. Y la Cruz es el camino que Jesús nos ha mostrado como el más seguro, el que nos lleva a la meta a la que fuimos invitados, el Cielo...
2. TODAS LAS COSAS DE ESTE MUNDO TIENEN QUE VER CON DIOS, QUE ES EL ÚNICO SEÑOR... A veces se ha querido entender la frase con la que Jesús responde a los que le preguntan si hay que pagar o no los impuestos, como si hubiera dos criterios distintos, uno para aplicarse a las cosas del mundo y otro para las cosas de Dios. Sin embargo, es exactamente al revés. «Al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» significa que hay que respetar a las autoridades del mundo, en aquello en lo que tienen autoridad para mandar, pero al mismo tiempo hay que tener siempre en cuenta a Dios, porque todo en nuestra vida tiene que ver con Él...
Es en la cosa que hacemos cada día donde se está jugando nuestro destino eterno. No hay un tiempo para ocuparse de "las cosas de Dios", siendo piadosos y buenos, y otro tiempo para ocuparse de las cosas del mundo, y en este momento "a cara de perro" ante todos, como si todo valiera. Cada cosa que hacemos es un paso adelante o un paso atrás en nuestro camino hacia el Cielo, nada es indiferente a esta marcha, en la que se juega nuestro destino...
Sólo ante Dios es posible ponerse de rodillas, ante Dios que reina desde la Cruz. Y así tanto el que hace donaciones con sus bienes, como el que los obtiene como una donación para aplicarlos a buenos fines, tiene que tener en cuenta que todo lo que hacemos tiene que ver con Dios. Todo lo que hacemos, entonces, debe mirar en primer lugar a Dios. Y mientras cumplimos nuestras obligaciones terrenas, dando "al César lo que es el César", tenemos que cuidar que todo lo que hagamos sirva para acercarnos a Dios, hacia quien caminamos a lo largo de toda nuestra vida. Dios es el único Señor, el único ante quien podemos arrodillarnos, y por eso en todo lo que hacemos tenemos que "darle a Dios, lo que es de Dios", y dejar que sea siempre Él quien manda en nuestro camino...
3. A DIOS, TODOS TODO. TAMBIÉN LA OBEDIENCIA DE LOS QUE EJERCEN AUTORIDAD... Todo le pertenece a Dios, y todos estamos bajo su autoridad. Por esa razón, todos tenemos que darle todo a Dios. Tenemos ejemplos que nos muestran claramente cómo podemos hacerlo...
A la hora de rezar resulta claro que Dios es el Señor, el único Dios, y el centro de nuestra vida, y por eso hacemos bien, en la medida en que nuestras fuerzas lo permiten, en rezar de rodillas. Pero también cuando estamos "en el mundo" ocupados en nuestras ocupaciones cotidianas, Dios sigue siendo el Señor y el centro de nuestra vida. Por eso también en nuestra convivencia cotidiana, cuando descansamos, cuando estamos trabajando, o cuando estudiamos, para vivir con justicia es necesario darle a cada uno lo suyo, y eso significa que hay que darle todo a Dios, que es uno solo, y no hay otro. Esto, como decía, vale para todos, y también para los que ejercen la autoridad, en el mundo y en la Iglesia...
De todos modos, tengamos en cuenta que no sirve sólo ocuparnos de tomarles examen a los demás en este tema, sobre todo para denostarlos cuando obran mal. Todos nosotros vamos camino al Cielo, y ante Dios el examen que más vale la pena es el que cada uno de nosotros haga de su conciencia, para que perdamos el rumbo, y demos siempre todo a Dios...
Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha, para someter ante él a las naciones y desarmar a los reyes para abrir ante él las puertas de las ciudades, de manera que no puedan cerrarse. Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras. Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí, Yo hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro (Isaías 45, 1 y 4-6).
Pablo, Silvano y Timoteo saludan a la Iglesia de Tesalónica, que está unida a Dios Padre y al Señor Jesucristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz. Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia. Sabemos, hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos. Porque la Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones ( 1 Tesalonicenses 1, 1-5b).
Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?». Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» (Mateo 22, 15-21).
1. A TODOS NOS GUSTAN LAS FIESTAS, PERO NO SIEMPRE TENEMOS APURO EN LLEGAR... Es normal que a todos nos gusten las fiestas, ya que la fiesta es parte de la vida, y la vida misma es un llamado a la fiesta. De todos modos, no todas las fiestas son iguales. Hay algunas para las que, si hace falta, vamos con toda tranquilidad un rato antes, para poder encontrar un buen lugar que nos permita participar sin perdernos nada. Así hacemos, por ejemplo, si se trata de un concierto, o cine o de un espectáculo deportivo o teatral, vamos un rato antes, aunque haya que esperar. En realidad, cuando nos interesa mucho la fiesta, la misma espera se convierte en una parte de preparación y la vivimos con alegría...
También el Cielo es una fiesta a la que Dios nos invita, como nos lo dice hoy Jesús hoy con la parábola que proclamamos en la Misa. Es la fiesta de las bodas del Hijo de Dios, Jesús, que se une para siempre con la humanidad redimida. Todos queremos participar de esta fiesta, nadie quiere perdérsela. De todos modos, según parece, casi nadie tiene apuro por llegar, da la impresión que todos prefieren que lleguen primero los demás, incluso hay quien es capaz de rezar para que lleguen primero y sin demora sus peores enemigos: es que hay que tener en cuenta que sólo es posible llegar al Cielo después de la muerte...
Sin embargo, para llegar al Cielo no basta simplemente sentarse a esperar que nos llegue la muerte, y mucho menos dedicarnos a "aprovechar la vida" mientras tanto, haciendo lo que se nos da la gana. No se llega al Cielo sin la invitación de Dios, y Él la hace a todos. Pero tampoco se llega al Cielo de forma automática, sin la debida preparación, sólo por haber sido invitados. Eso es lo que Jesús hoy quiere hacernos comprender, a través de la parábola que hemos proclamado...
2. LA FIESTA DEL CIELO NO SE IMPROVISA, SE PREPARA DURANTE TODA LA VIDA... Muchas veces nos encontramos en la Escritura con la descripción del Cielo con la imagen de una gran Fiesta de Bodas, en la que se sirve un gran Banquete. A la luz de todas esas descripciones, resulta muy luminoso entender nuestra vida como un llamado que Dios nos hace para participar en esa fiesta. De esa manera, resulta evidente que el llamado de Dios se dirige a todos los que hemos recibido de Él el don de la vida.
No es, entonces, un llamado para exquisitos, para algunos, para privilegiados, sino para todos. Para aquellos para quienes la vida se les ha presentado como un lecho de rosas, para aquellos a quienes siempre les acompañó el dolor y el sufrimiento, y también para aquellos a quienes nunca les llegó la posibilidad de ver la luz porque la muerte les llegó en el vientre de su madre...
Según la parábola que hoy hemos proclamado algunos se excusaron para no ir a la fiesta a la que fueron invitados, porque tenían que ocuparse del campo, o de los negocios, o simplemente se negaron a ir. Algunos incluso trataron mal a los que traían la invitación. Es curioso porque, si la parábola nos habla del Cielo y de la preparación para participar en él, hay que decir que las diversas cosas que los ocupaban en la vida, eran las que, en realidad, les debían servir como preparación para participar en la fiesta, en vez de alejarlos de ella...
En efecto, la vida es el tiempo que se nos ha concedido para prepararnos a la fiesta del Cielo. Y todas las cosas de las que diariamente nos ocupamos son la ocasión para esa preparación. Viviendo el compromiso de la fe en nuestra vida cotidiana haciendo de nuestro trabajo y nuestros afanes cotidianos la ocasión para vivir el compromiso del amor al que nuestra fe nos llama, estamos ensanchando nuestro corazón para hacerlo capaz de gozar el Cielo. Lo que hacemos con el campo, o los negocios, o con la vida de todos los días, muestra si nos estamos tomando en serio la invitación que hemos recibido de Dios, y nos estamos preparando para la fiesta del Cielo [en la Abadía de Santa Escolástica esta predicación estuvo referida de modo expreso y especial a Madre María Leticia Riquelme OSB, Abadesa Emérita, cuyos funerales se celebraron el martes pasado, después de poco más de nueve meses de dolorosa y fructífera enfermedad que la llevó a la muerte el lunes 6 de octubre]...
3. LA MISA ES UNA FIESTA QUE ANTICIPA LA DEL CIELO, Y A LA QUE DIOS NOS INVITA... La Misa es verdaderamente un Banquete, donde Jesús se une a los que aceptan su invitación, y se entrega todo entero...
Es un banquete con una mesa bien servida, con dos platos fuertes que Dios nos ofrece para alimentarnos mientras vamos de camino hacia el Cielo: el primero es la Palabra de Dios, y le sigue el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Con estos platos fuertes Dios nos alimenta cada vez que participamos de la Misa. Esto nos permite comprender la Eucaristía como un anticipo del Cielo, que consistirá en un Banquete celestial, en el que Jesús estará al alcance de todos, y donde todo será fiesta y alegría...
Por eso en la Misa alabamos a Dios con aclamaciones y cantos, y expresamos con muchos signos todo lo que estamos celebrando. Si en la predicación de la Misa usamos presentaciones Power Point con tres frases que resumen su contenido y diversas imágenes que ayudan a expresarla (que después se vuelcan en esta versión escrita que se envía por correo electrónico a quienes la han solicitado), no lo hacemos sólo para que la Misa no sea tan aburrida, sino porque estamos de fiesta, recibiendo a Jesús, que es quien nos ha invitado. Para vivir esta fiesta, y sacarle el mayor fruto posible, sirve ayudarse de todo lo que nos pueda facilitar vivir la Misa verdaderamente como una fiesta. Con la Misa debería suceder lo mismo que sucede con otras fiestas de mucho menor importancia en las que habitualmente participamos. Cuando están bien preparadas y participamos en ellas con entusiasmo, las fiestas se prolongan más allá de su tiempo real, y las revivimos en el corazón por largo tiempo. Así también la Misa dominical tiene que encender en nuestros corazones un fuego tal que nos permita seguir alimentándonos de él durante el resto de la semana, para ayudarnos a vivir todos los días intensa y comprometidamente la fe, preparándonos para el Cielo con decisión y alegría...
Hace falta, entonces, que no participemos de la Misa "sólo para cumplir", como quien va obligado a una fiesta que no le divierte, sólo para saludar al festejado y escaparse lo antes posible. Si así fuera, no tardaría en pasarnos lo que le pasa a alguno que, sin pensarlo, cada vez se le hace más justo el horario, y termina, aún sin quererlo, llegando cada vez un poquito más tarde...
En realidad, si nos damos cuenta que se trata de responder a una invitación de Dios, deberíamos pasarnos toda la semana preparando la Misa del Domingo que sigue. Y para eso puede ayudarnos mucho vivir toda la semana alimentándonos de la Misa que hemos celebrado el Domingo anterior (tengamos en cuenta que, en realidad, el Domingo no es el último día de la semana, sino el día con el que cada semana empieza). Porque con la Misa, que es un anticipo del Cielo, pasa lo mismo que con el Cielo: no se improvisa, sino que se prepara y se vive cada día...
El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados. El arrancará sobre esta montaña el velo que cubre a todos los pueblos, el paño tendido sobre todas las naciones. Destruirá la Muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo, porque lo ha dicho Él, el Señor. Y se dirá en aquel día: «Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!». Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña (Isaías 25, 6-10a).
Hermanos: Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta. Sin embargo, ustedes hicieron bien en interesarse por mis necesidades. Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Filipenses 4, 12-14 y 19-20).
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas". Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?". El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos» (Mateo 22, 1-14).
1. MUCHAS VECES TOMAMOS COMO PROPIAS COSAS QUE SÓLO NOS HAN PRESTADO... Nos sucede, por ejemplo, con los libros o las lapiceras. Cuando nos prestan estas cosas, o cuando las prestamos, a fuerza de usarlas el que las ha recibido se olvida de esta circunstancia termina teniéndolas como propias y ya no se devuelven (los que nos dedicamos a la tarea académica, o por cualquier otro motivo tenemos mucho contacto con libros, solemos decir que hay dos clases de "tontos": los que prestan un libro, y los que lo devuelven; no está bien que esto sea así, pero suele suceder con mucha frecuencia). Lo mismo pasa también con otras cosas que alguna vez nos han prestado y nos acostumbramos a usar como si fueran nuestras, aunque sepamos que no es así...
Lo mismo tendríamos que decir del sol. Suponemos que tiene que estar siempre, aunque sea escondido detrás de las nubes o del otro lado de la tierra, como si nunca y por ningún motivo nos pudiera faltar. Cuando llegan estos días de primavera en que el sol calienta de manera especial sin que llegue a hacer demasiado calor, nos parece lo más normal, como si se tratara de algo que está a nuestra disposición porque tiene que ser realmente así, sin tomar conciencia de que el sol es uno más de entre tantos dones que Dios pone cada día a nuestra disposición...
También podríamos decir lo mismo de la salud. A veces la damos por supuesta, como un derecho adquirido, y por eso nos sorprende que se pueda quebrantar o verse afectada. Cuando eso nos sucede, es señal que hemos tomado como propias cosas que, en realidad, sólo las tenemos como "prestadas"...
Sin embargo, todas estas cosas que mencionado, y otras tantas de las cuales cada uno podría hacer su propia lista, son dones de Dios, que Él nos concede gratuitamente día a día. Y como todos los dones de Dios, siempre implican también una tarea. Es lo que hoy quiere enseñarnos Jesús con la parábola de los que recibieron una viña, de la que el dueño esperaba frutos...
2. DIOS, QUE NOS LLENA DE SUS DONES, ESPERA QUE NOSOTROS DEMOS BUENOS FRUTOS... A cada minuto estamos recibiendo de Dios sus dones, con los que nos llena las manos. La misma vida la hemos recibido como un don, como una semilla...
Lo primero que hace falta es darse cuenta de los dones que recibimos de Dios. Para eso basta "abrir las manos", y darnos cuenta todo lo que tenemos en ellas, porque enseguida vamos a descubrir que todo lo que tenemos es porque lo hemos recibido. Sólo de esta manera podremos tomar los dones de Dios como tales, como un regalo. Y tomándolos como lo que realmente son, huellas inconfundibles de su Amor incansable por cada uno de nosotros, podremos cuidarlos y cultivarlos con toda dedicación. Haciéndolo así estaremos en condiciones de dar los frutos que Él espera de ellos. Por eso los dones de Dios implican siempre una tarea...
Es evidente que no bastará con descubrir los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Será necesario, además, que nos dediquemos a cultivarlos. Porque los dones son capacidades, posibilidades, oportunidades, que reclaman de nosotros un cuidado, una ocupación, verdaderamente un cultivo. Todo lo que hemos recibido, sin esa dedicación pueden convertirse sencillamente en dones frustrados...
Yo creo que la mejor manera de que den frutos los dones que recibimos de Dios es que les guardemos un lugar especial en nuestro corazón. Allí encontrarán la fuerza para multiplicarse en frutos, que lleguen a los demás como respuesta agradecida del Amor recibido del mismo Dios, que dispensa a todos sus dones. Y esto vale no sólo para los dones que venimos mencionando hasta ahora, sino también para aquellos más especiales y profundos, la Palabra de Dios y los Sacramentos con los que se alimenta la fe, la comunidad parroquial donde la vivimos y la compartimos, y todos los dones más personales, distintos y complementarios en cada uno de nosotros...
Todo esto es el Reino de Dios que se nos ha dado, la viña de la que el Señor espera sus frutos. Quizás estamos demasiado acostumbrados a que todas estas cosas estén siempre al alcance de la mano en nuestra vida, y nos parezcan algo infaltable, que no tienen por lo tanto nada de especial. Pero no es así. Se trata siempre de dones, que quizás muchos anhelan y nunca han tenido como nosotros, tan fácilmente. Es necesario descubrirlos como un dones, para cultivarlos y dar con ellos los frutos que Dios siempre está esperando...
3. DIOS SIEMPRE MANDA SUS ENVIADOS PARA RECIBIR LOS FRUTOS DE SUS DONES... Igual que en la parábola con la que Jesús nos habla hoy, también a Dios nos manda a nosotros sus enviados para recibir los frutos de sus dones. Son todas las personas que nos rodean habitualmente, y tienen derecho a esperar algo de nosotros. Son los que llamamos, en el más puro sentido evangélico, nuestros prójimos, aquellos que están cerca de nosotros, y tienen derecho a esperar algo de nosotros. Y allí están todos, niños, jóvenes y adultos, buenos y malos, simpáticos y no tanto, agradecidos o todo lo contrario...
Es cierto que a veces el prójimo que espera de nosotros los frutos de los dones de Dios se presenta ante nosotros con mejor actitud que otras veces. Los niños y las niñas siempre despertarán con más facilidad nuestra ternura, tienen derecho a esperarlo todo de los adultos (como la que vemos con su vestido rojo). Con los adolescentes y los jóvenes suele costarnos un poco más. Su dedo se levanta con facilidad exigente y acusador, agudo (como el de la remera celeste). Los adultos muchas veces nos parecerán demasiado prevenidos, incluso hasta puede ser que muchas veces se acerquen a nosotros con malicia (como el de la remera amarilla), más para aprovecharse de nosotros que como consecuencia de una verdadera necesidad y por lo tanto de un derecho. Sin embargo no nos toca a nosotros juzgar a los que esperan de nosotros los frutos de los dones que Dios nos da, ni mucho menos sancionarlos con nuestra distribución arbitraria o antojadiza. Todo el que llega a nosotros con el derecho a esperar algo, viene de parte de Dios, y es a Él a quien, a través de sus enviados, damos sus frutos...
Voy a cantar en nombre de mi amigo el canto de mi amado a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. El esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. Y ahora, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera uvas, ¿por qué dio frutos agrios? Y ahora les haré conocer lo que haré con mi viña; Quitaré su valla, y será destruida, derribaré su cerco y será pisoteada. La convertiré en una ruina, y no será podada ni escardada. Crecerán los abrojos y los cardos, y mandaré a las nubes que no derramen, lluvia sobre ella. Porque la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta. ¡El esperó de ellos equidad. y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia! (Isaías 5, 1-7).
Hermanos: No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes (Filipenses 4, 6-9).
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos"? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta (Mateo 21, 33- 46).
1. LA RAZÓN Y EL CORAZÓN NO SIEMPRE SE LLEVAN BIEN, NO SIEMPRE DE DAN LA MANO... A Jesús le basta mirar lo que pasa en nuestra vida de todos los días para tomar de allí los ejemplos que nos ayudan a comprender de una manera simple la contundencia de sus palabras. Así sucede, por ejemplo, con la parábola de los dos hijos que responden de manera distinta al llamado de su padre...
Cuando nos llaman para hacer algo, espontáneamente nuestra primera respuesta sale del corazón, pero hay que estar prevenidos, porque el corazón no siempre acierta, a veces se equivoca. A veces las palabras surgen fácil y rápidamente del corazón, para responder que sí a cualquier cosa que nos piden. Pero después, cuando comenzamos a evaluar el alto costo que puede tener nuestra respuesta, por más que hayamos dicho que sí nunca terminamos de hacer lo que nos han pedido, y nuestras primeras palabras quedan finalmente como palabras huecas...
Otras veces sucede al revés. Cuando nos piden algo nuestro corazón se opone e inmediatamente nos nace un no como respuesta, e incluso hasta una protesta. Al poco tiempo lo pensamos mejor y nos damos cuenta que nos hemos apresurado, que en realidad si queremos hacer lo que corresponde no podemos negarnos a lo que nos han pedido, y a pesar de haber comenzado con una negativa, terminamos haciendo lo que nos han pedido...
En las dos ocasiones nuestra primera respuesta fue la del corazón. En la primera de ellas el corazón acertó respondiendo con amor, pero la reflexión después lo nubló y las manos no nos acompañaron para convertir en hechos la respuesta. En la segunda ocasión el corazón comenzó errando, pero después la reflexión nos ayudó a encontrar la luz y a cambiar con los hechos nuestra respuesta, las manos vinieron en nuestra ayuda para dar en los hechos la respuesta correcta. Así también, cuando Dios nos habla, no es sólo en el corazón, sino en los hechos donde espera Él encontrar nuestra respuesta...
2. PARA SEGUIR A JESÚS NO ALCANZAN LAS PALABRAS, HACEN FALTA LOS HECHOS... A Jesús, que nos llama a seguirlo y espera pacientemente nuestra respuesta, no le alcanzan nuestras palabras. El mundo entero está hoy especialmente cansado de las palabras, que cuando no van acompañadas de hechos se quedan vacías de sentido. A Dios, hoy y siempre, hay que responderle con hechos, más que con palabras, para que se trate de una verdadera respuesta...
Será una respuesta al llamado de Jesús que se concreta en hechos y no se queda en simples declamaciones de fidelidad, lo que nos podrá llevar al Cielo. Jesús nos dice que las prostitutas y los publicanos precederán a los creyentes en su llegada a los Cielos. Sobre las prostitutas no hace falta demasiada aclaración para saber en que ha consiste su dedicación. Sobre los publicanos conviene tener en cuenta que se dedicaban a recaudar fraudulentamente los impuestos para pagar a los romanos, la potencia extranjera que dominaba a los israelitas en tiempos de Jesús (cualquier semejanza con organismos internacionales de nuestro tiempo, públicos o privados, es mera semejanza o pura casualidad, o quizás no tanto)...
Jesús no nos dice a los creyentes que nuestra fe nos hará llegar tarde al Cielo, simplemente nos advierte que eso sucederá si, a pesar de decirle que sí a Jesús con las palabras cuando nos llama a seguirlo, no somos coherentes en los hechos con esta respuesta. Está claro, entonces, que no será por sus pecados que los publicanos y las prostitutas podrán llegar antes al Reino de Dios (en esto consiste el Cielo), sino por arrepentirse de ellos y estar dispuestos a cambiar, para hacer las cosas bien. Es, entonces, responder a Dios con hechos, más que con palabras, hechos que manifiesten nuestra conversión, los que serán ante Dios nuestra mejor respuesta a su llamado...
3. DIOS LLAMA A TODOS, Y SIEMPRE ESPERA CON PACIENCIA LA RESPUESTA... Nosotros, que sufrimos con cierta impotencia y quizás hasta con cierta bronca la decadencia en la que nos encontramos, podríamos lamentarnos y despotricar hoy por la corrupción y la mentira, por la exuberancia de palabras y la ausencia de buenas obras que se dan en nuestros tiempos. Pero también podríamos intentar pasar de las palabras a los hechos. Y eso nos llevaría a asumir en nuestra vida cotidiana una respuesta a Dios comprometida, que no se queda en palabras sino que pasa a los hechos...
No importa mucho lo que haya sido de nosotros hasta hoy, esto sólo representa el punto de partida desde el que hoy queremos rehacer nuestra respuesta a Dios. No importa tampoco demasiado si somos todavía jóvenes (en todo caso, es un defecto que se corrige con el tiempo) o si ya son muchos los años que cargamos sobre nuestras espaldas (la ancianidad es una virtud que sólo puede llegar con los años)...
Lo que importa, ciertamente, es que nuestro corazón y nuestra razón apunten hacia Dios, y nuestra decisión nos ponga en camino, con hechos y no sólo con palabras, hacia esa meta. Si el corazón arrancó bien, aceptando la invitación de Jesús a responderle con amor, que la razón lo sostenga. Si el corazón se resiste a tomar la buena marcha, que la razón lo dé vuelta. En definitiva, ya sea el corazón o la razón el que emprende primero el buen camino, que arrastre al otro, para que por una decisión que se confirma en los hechos, no haya sólo palabras en nuestra respuesta...
En nuestro tiempo es posible quejarnos de la sociedad entera, porque la convivencia se ha convertido en una despiadada lucha de todos contra todos. Pero también es posible no quedarse sólo en palabras, sino pasar a los hechos. En todos los lugares donde nos movemos podemos promover la reconciliación, el diálogo y el servicio a los demás, que aprendemos de Jesús. En todo caso, lo que sucede en nuestra familia y en todos los ambientes en los que nos movemos es el resultado de lo que hacemos entre todos. Para que las cosas sen mejores hay una parte que está en nuestras manos. Como creyentes, nosotros sabemos que a Dios se responde más con hechos que con palabras, y que Él siempre está esperando nuestra respuesta...
Esto dice el Señor: Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y de pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: «El proceder del Señor no es correcto». Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá (Ezequiel 18, 24-28).
Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor» (Filipenses 2, 1-11).
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron. Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él» (Mateo 21, 28-32).
1. ALGUNOS ESTÁN SIEMPRE BIEN DISPUESTOS PARA TRABAJAR, OTROS SÓLO EN EL ÚLTIMO MOMENTO... Pasa en las mejores familias. Cuando llega la hora del trabajo (cocinar, poner la mesa, limpiar los platos, cortar el pasto), hay algunos que siempre están preparados, "con las manos en el rastrillo", bien dispuestos y prontos para lo que haya que hacer. Esto se ve de manera especial en la Abadía de Praglia, una gran Abadía benedictina que existe desde el siglo XI, y en la que los monjes hacen vida el lema que les dejó san Benito como camino de consagración monacal: ora et labora (reza y trabaja): atienden su huerta, restauran libros antiguos, fabrican su propia miel y otras muchas ocupaciones, además de la oración litúrgica, cantada en el más puro gregoriano...
Otros en cambio, esperan la última llamada, porque están ocupados en otras cosas, o están siempre de fiesta, o simplemente porque están más concentrados en el descanso que en el trabajo...
Hasta en los Congresos, como en el XIII Congreso Internacional de Derecho Canónico en el que he venido a participar en estos días en Italia, se ve quien está dispuesto a trabajar desde el primer momento, y quien prefiere dedicarse sólo a hablar, "tender redes", establecer relaciones de las que se puedan sacar ventajas mayormente personales, y sólo a última hora, si se lo apura demasiado, sentarse a trabajar...
Lo mismo que pasa en las familias sucede en el Hogar Marín, y en todo grupo humano, como también en el país, y hasta en la Iglesia. Algunos están siempre dispuestos a hacer lo que hace falta, poniendo el hombro apenas se hace necesario. Y otros escapan todo lo que pueden, hasta el último momento, suponiendo que son los demás los que tienen que cargar con el esfuerzo de llevar las cosas a su término, de poner las manos en la carretilla y empujar para adelante...
Sin embargo, hay cosas que no se pueden postergar sin graves consecuencias, porque hacerlo equivale a dejarlas de lado para siempre. Las oportunidades tienen su tiempo, y se las puede aprovechar cuando se presentan, porque si se las deja pasar, ya no vuelven. Así pasa con el llamado de Dios...
2. DIOS LLAMA EN TODO MOMENTO, HAY QUE ESTAR SIEMPRE BIEN DISPUESTOS... Todo el tiempo resuena para cada uno de nosotros un llamado de Dios, al que podemos responder o dejarlo pasar en silencio. Jesús, Dios hecho hombre por Amor, para salvarnos con la fuerza de su Amor, está siempre esperando una respuesta de amor a su llamado. Dios no nos hace llegar su llamado por telegramas. Yo, al menos, no he recibido ninguno. Pero las personas que nos rodean son como cajas de resonancia en las que resuena el llamado de Dios, que nos llega desde ellas como un eco. Cada vez que alguien tiene derecho a esperar algo de nosotros, sea que nos lo reclame o que guarde silencio, estamos ante un llamado de Jesús, que espera una respuesta de amor. Y esa respuesta no puede postergarse, porque hacerlo sería lo mismo que negarla. Aunque Dios habitualmente no mande telegramas, su voz es inconfundible...
Al contrario, hace falta que estemos siempre bien dispuestos, "con las herramientas en la mano" para responder sin demora, cada vez que Dios reclama de nosotros una respuesta de amor, en las mil y una circunstancias en las que nuestros hermanos, con sus palabras o sus silencios, nos hacen ver lo que pueden esperar de nosotros...
3. DIOS NOS LLAMA PORQUE ÉL ES BUENO, Y YA SU LLAMADA ES UN GRAN PREMIO... Dios no nos llama en razón de nuestros méritos, ni nos paga por nuestros servicios, como si nos debiera algo equivalente a un precio por lo que hemos hecho. Dios nos llama simplemente porque Él es bueno...
El sólo hecho de haber sido llamados a formar parte de su familia, a estar con Él en esta barca, que es la Iglesia, a la que nos subimos por la Fe, en la que vamos navegando unidos a todos los que se han subido respondiendo a la misma invitación que les ha dirigido Jesús, desde el punto de partida (el Bautismo) hasta la meta, es (que es el Cielo) es ya un gran premio...
¿Qué sería de nosotros, si en vez de encontrarnos donde nos encontramos, tuviéramos que cargar con el peso de una vida llena de incertidumbres, por no conocer el llamado de Dios, si tuviéramos que recorrer el camino de la vida sin conocer el llamado de Dios, que nos ha hecho para el Cielo? Por otra parte, ¿cómo podemos estar seguros de que vamos a responder bien en el momento preciso, en la última hora, si no lo hacemos en todo momento?...
Demos gracias a Dios, entonces, que nos ha llamado, quizás desde hace ya mucho tiempo, y mientras nos alegramos de este llamado, dispongámonos a responder bien todo el tiempo. Estemos contentos de tener a mano el escobillón o cualquier otra herramienta que en cada momento haga falta. Disfrutemos del premio que significa estar ya sumados a la alegría de saber que Dios nos ha llamado al Cielo, y sigue llamándonos todo el tiempo...
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que le malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva el Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes (Isaías 55, 6-9).
Hermanos: Estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo. Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo. Solamente les pido que se comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo (Filipenses 1, 20b-24 y 27a).
Jesús dijo a sus discípulos: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos les respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos» (Mateo 20, 1-16a).
1. LEVANTAMOS LAS BANDERAS PORQUE SON SIGNOS DE NUESTROS VALORES... En primer lugar lo decimos de la bandera que nos identifica como nación en esta patria ("tierra de nuestros padres", según el origen de la palabra). Esta bandera tiene unos colores y un diseño que la convierten en un símbolo de nuestra convergencia en torno a lo que hemos recibido como herencia común...
También usamos banderas de menor trascendencia para nuestras opciones de carácter más personal, por ejemplo las de nuestra afición futbolística, o de cualquier otra especie deportiva. También en este caso las banderas simbolizan aquellas opciones que nos entusiasman, que nos encienden, que nos motivan para seguir una y otra vez, alentando y disfrutando, la suerte de nuestros héroes deportivos...
Pero cabe preguntarse: ¿No podremos también tener banderas o símbolos para los valores más profundos y esenciales, aquellos que definen nuestra vida de una manera definitiva y nos orientan y guían en las opciones fundamentales? Evidentemente la respuesta tiene que ser positiva, y lo normal es que estos símbolos sean los que más nos identifiquen...
Nosotros tenemos, como cristianos, un símbolo central que nos identifica y nos distingue entre todos los demás, desde los primeros tiempos, y es la Cruz. Con ella fuimos marcados en nuestro Bautismo, ella preside nuestras casas, nuestras aulas, nuestros lugares de trabajo. Con ella nos marcamos al comenzar y al terminar nuestra oración individual o comunitaria, privada o eclesial. La llevamos también colgada en el cuello, o con un prendedor en la ropa. Ahora bien, vale la pena tener siempre presente lo que este símbolo significa y aquello que estamos privilegiando cuando nos identificamos con él...
2. JESÚS NOS FUE ENTREGADO EN LA CRUZ PARA DARNOS LA VIDA ETERNA... La cruz fue por mucho tiempo un instrumento para sentenciar y torturar a los condenados a muerte. Los romanos la recibieron de los griegos y la utilizaban para ajusticiar a los que no eran ciudadanos romanos...
También para Jesús fue utilizada con esa finalidad. No fue, en su caso, un adorno, ni una fiesta, hasta que, después de la Resurrección, pudo verse en ella el símbolo de la más maravillosa paradoja. El autor de la vida fue llevado a la muerte en la Cruz, para llevarnos a la Vida. El rechazo de los hombres a Dios tuvo su máxima expresión en la Cruz, en la que el mismo Dios fue entregado a la muerte. Pero por su misericordia omnipotente, desde ella comenzaron a correr sobre la humanidad entera ríos de gracia y bendición...
Jesús vino a rescatarnos del dolor y de la muerte, consecuencias ambas del pecado, que es el rechazo de Dios. Y lo hizo a través del dolor y de la muerte. Desde ese momento, entonces, todo dolor y toda muerte nos hablan no sólo de su amenaza y de la desazón que crean en todos los que sabemos que hemos sido hechos para la vida y no para la muerte, sino también del triunfo del Amor de Dios, que de la muerte hizo surgir la Vida, y desde el dolor hizo posible la alegría de la resurrección. Por eso la Cruz ha resumido en sí misma todo el dolor y la muerte que han dado, dan y darán vuelta por el mundo, y los ha derrotado, haciendo posible que desde su mismas entrañas surja la Vida que Jesús nos ha ganado con la Resurrección...
Por eso la Cruz se ha convertido en un signo inconfundible del contenido más profundo de nuestra fe. Jesús ha venido a salvarnos del dolor y de la muerte, y en el dolor y en la muerte nos ha dejado las semillas de nuestra resurrección, a imagen de la suya. Podemos, entonces, levantar con orgullo estas banderas. El dolor y la muerte, como camino inexcusable de nuestra vida, no nos pueden derrotar con su carga destructiva, porque han sido vencidos por la Cruz de Jesús. Nosotros, entonces, sin ninguna carga masoquista, sino todo lo contrario, porque apostamos por la Vida y la aspiramos decididamente, y con la convicción de la fe ponemos por todos lados y llevamos con alegría y optimismo el símbolo de la Cruz...
3. LA CRUZ NOS DICE QUÉ HACER CON TODO LO QUE LLEVA SU MARCA... Pero, de todos modos, igual que los símbolos patrios, o los menos importantes o trascendentes, como los deportivos, tampoco el símbolo puede ser sólo un adorno. La Cruz nos habla de lo que Jesús hizo por nosotros. Nos garantiza que no hay dolor que pueda ser inútil si lo unimos a la Cruz de Jesús, ni muerte que no lleve a la Vida, si aceptamos el amor redentor de Jesús. Por eso, las Cruces que ponemos en diversos lugares, que llevamos prendidas o colgadas, o que levantamos como banderas, son todo un programa de vida. Y donde sea que hayamos puesto una Cruz, tendremos que tener presente que no se trata sólo de un adorno, porque desde ella nos llegará la mirada de Jesús...
La Cruz que llevamos colgada en el cuello o con un prendedor en la ropa, entonces, podrá ser de un material más o menos valioso, pero deberá ayudarnos siempre a grabar la Cruz a fuego en el corazón, y desde allí convertirse en un efectivo programa de vida que guía todos nuestros pasos...
La Cruz que preside nuestras casas tendrá que ayudarnos a vivir con esperanza el dolor que llega a la familia. La que preside nuestras aulas deberá recordarnos que el dolor es una escuela de vida en la deberemos aprender a conocer los valores más preciados, que no pueden ser postergados. La Cruz en nuestros lugares de trabajo tendrá que comprometernos a hacerlo como lo haría hoy el mismo Jesús, aún al precio de su vida. Y marcándonos con la Cruz al comenzar y al terminar nuestra oración, deberemos comprometernos con decisión a seguir los pasos de Jesús, que asumiendo con serenidad la Cruz, hizo de ella un camino hacia la Vida eterna y nuestra mejor bandera...
Lecturas bíblicas de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz:
- En el camino por el desierto, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!». Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes». Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: «Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado». Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado (Números 21, 4b-9).
- Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor» (Filipenses 2, 6-11).
- Jesús dijo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 13-17).
1. PUEDE SER UNA GRAN TENTACIÓN VIVIR AISLADOS, LEJOS DE TODOS LOS DEMÁS... Cuando las cosas no andan bien, no sólo nos ponemos tristes, sino que también podemos tener la tentación de escapar de los demás y aislarnos. Y si no podemos aislarnos literalmente, es decir, irnos a vivir solos en una isla, por lo menos intentamos quedarnos encerrados en un cuarto, que es lo que tenemos a mano y lo que podemos hacer sin salir de casa. Aunque no sea igual, es más o menos lo mismo...
Tenemos esta tentación de aislarnos del mundo no sólo cuando las cosas personales andan mal sino también, y quizás especialmente, cuando las cosas del mundo que nos rodean no funcionan. En esos momentos quisiéramos aislarnos de la familia, de los amigos y del mundo entero para que nos dejen en paz, imaginándonos que si estuviéramos solos todo sería mejor o más fácil. Pero en realidad sabemos que esto no es posible, de ninguna manera. Aunque a veces tengamos la tendencia a aislarnos, todos dependemos, en mayor o en menor medida, de los demás. Ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo, no podemos bastarnos solos. Para tener la ropa y los alimentos que necesitamos, para cuidar nuestra salud, no sólo física, sino también mental, dependemos de los demás. Pertenece a nuestra más íntima naturaleza la necesidad de vivir en contacto y en comunión con otros. Somos un "animal social" (a veces parece que fuéramos más animales, otras veces parecemos menos sociales)...
Necesitamos unos de otros para desarrollarnos humanamente. Y aunque a veces nos pese el contacto con los demás, no nos podemos aislar. Vivimos y crecemos en una mutua interdependencia. Desde pequeños, nuestros brazos aprenden a tenderse hacia los demás, de quienes esperamos ayuda y sostén. Aún antes que se inventara la globalización, que en definitiva no es más que una consecuencia de nuestra más primitiva naturaleza, nuestro ser social. Nuestras vidas están de tal modo cruzadas que forman una trama en la que la de uno depende de la de los otros. Puede ser que en este tiempo se hayan acortado las distancias debido a los múltiples instrumentos que facilitan la comunicación y los desplazamientos, pero desde siempre todos dependemos de todos. Ahora, si dependemos unos de otros, si no podemos vivir aislados, viene bien que nos preguntemos qué tenemos que ver cada uno de nosotros con lo que hacen los demás. Cuando nos encontramos ante tantas cosas que no nos gustan, tanto desastre que probablemente sería evitable, y tanto dolor que nos puede parecer innecesario, no podemos quedarnos encerrados tratando de sacarnos las culpas de encima, y preocupándonos sólo de que no nos arrastre la ola que va tirando todo y a todos, sin parar...
2. TODOS SOMOS RESPONSABLES: LLAMADOS A RESPONDER TAMBIÉN POR LOS DEMÁS... Jesús nos muestra hoy que se da entre todos nosotros lo que Juan Pablo II llamaba una misteriosa solidaridad humana, por la que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en todos los demás. No sólo estamos unidos, entonces, en la gracia y el amor de Dios, sino también en el pecado. Por eso Jesús nos llama a hacernos cargo del mal que hacen los otros, invitándonos a la corrección fraterna en la comunidad de la que somos parte, en la familia, en la Iglesia y en el mundo entero. Ya el profeta Ezequiel recibía esta advertencia de Dios: los demás pueden morir por las culpas de sus pecados, pero a él le pedirá cuenta de sus sangre, si no fue capaz de advertirlos a tiempo para que pudieran cambiar...
Responsable es el que está habilitado para dar una respuesta, el que tiene la obligación de responder por otros. Y eso nos pasa a todos: somos responsables, tenemos que responder ante Dios no sólo por nosotros mismos sino también por los demás. Por supuesto, cada uno es responsable ante Dios por sus propias acciones u omisiones. Pero todos tenemos también una misteriosa solidaridad que nos hace en alguna medida responsables de lo que hacen o dejar de hacer los demás. Sobre todo si no hemos hecho nada para ayudarles a corregir sus malas conductas, si por comodidad o por indiferencia hemos convivido con la mentira y con la falsedad, como si no tuviéramos nada que ver con lo que hacen y dicen los demás, como si pudiéramos aislarnos y dejar a cada uno encerrado en su pecado y que se arregle solo...
A propósito, en esos momentos en que casi como con un contagio masivo en una reunión social todos tenemos razones para quejarnos de lo que hacen nuestros políticos, deberíamos acostumbrarnos a agregar un capítulo inicial dedicado a criticar lo que depende más directamente de nosotros, es decir, lo que nosotros hemos hecho o hemos dejado de hacer para que los políticos que hoy tenemos sean los que son y no otros. Porque, que yo sepa, ninguno de ellos ha llegado a nosotros como parte de una misión extraterrestre, sino que todos han aparecido de entre nosotros, son parte de nuestro pueblo y de nuestras familias. Podría decirse que cada pueblo tiene el gobierno que quiere tolerar, sobre todo si no hace nada para corregirlo y cambiarle el rumbo, con la fuerza de las urnas y de la crítica constructiva, en el marco de la ley...
Esta responsabilidad de unos por otros tiene su raíz más profunda es nuestro origen. Todos los que hemos nacido en este mundo hemos venido del amor de Dios, y hemos sido hechos sus hijos por el amor de Jesús, que se ha manifestado para todos en la Cruz y en la resurrección...
3. NACIDOS DEL AMOR DE DIOS, NUESTRA DEUDA ES EL AMOR MUTUO... San Pablo nos habla hoy de la única deuda que no podemos desatender nunca. Cuando escribió la Carta a los Romanos, no existía todavía el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero si hubiera existido, San Pablo hubiera dicho lo mismo. Puede ser que algún momento resulte posible o conveniente pagar o postergar el pago de una deuda, como la que tuvimos y tenemos con el FMI, asumiendo las consecuencias que se siguen. Puede ser también que de un día para otro pretendamos pagar la deuda con el "Club de París", o con cualquier otro conjunto de acreedores que nos acechen. Pero la deuda del amor mutuo con los que nos rodean más cercanamente, sobretodo cuando se trata de un amor que nos llama a acudir en auxilio de nuestros hermanos que luchan por la más elemental subsistencia, será siempre la única deuda que no se puede desatender...
En los últimos años, con un trabajo paciente y perseverante, el Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina ha ido preparando lo que se ha dado en llamar un Barómetro de la Deuda Social Argentina. Es un estudio que pretende "elaborar de manera sistemática elementos de información y análisis destinados a servir a las nuevas y cruciales demandas que se plantean en la sociedad, y a participar activamente en la definición y resolución de los principales temas de la agenda social". El fruto de ese trabajo nos muestra en casa momento una deuda de nuestra sociedad que nos reclama silenciosa pero constantemente. Todos tenemos una mano que sumar, que al reunirse con otras puede pagar algo de esa deuda de amor mutuo que tenemos entre todos. A cada paso se nos cruza la oportunidad de ofrecerle a alguien nuestras manos para ayudarlo a llevar su Cruz. Llamados a hacernos responsables de los demás también en el pecado, cuánto más tendremos que serlo en el amor. Y ese amor nos hará crecer...
Así habla el Señor: Hijo del hombre, Yo te he puesto como centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: «Vas a morir», si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, en cambio, adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se convierte, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida (Ezequiel 33, 7-9).
Hermanos: Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace más al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley (Romanos 13, 8-10).
Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o republicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mateo 18, 15-20).
1. LA CRUZ SE MANIFIESTA EN LA VIDA DE MUCHAS MANERAS DISTINTAS... Cuando hablamos de la Cruz estamos refiriéndonos con una sola palabra a todos los dolores que de múltiples formas aparecen en la vida, a modo de anticipos, como en cuentagotas de lo que se nos aparece en un horizonte más o menos lejano como un límite inevitable: la muerte, que tarde o temprano llegará. Puede ser que no tengamos apuro en recibirla, pero no podemos olvidarnos que llegará...
Una de esas manifestaciones de la Cruz la encontramos en la enfermedad. Desde las más livianas, como una gripe, hasta las más complicadas y dolorosas, las enfermedades aparecen a lo largo de la vida mostrándonos de manera contundente, y a veces con sufrimientos no sólo físicos sino también espirituales, realmente intensos, que nuestra vida no está del todo en nuestras manos y que sus límites rondan siempre cerca...
Pero no sólo en las enfermedades y en todo lo demás que puede golpear nuestro cuerpo se manifiesta la Cruz. Todos conocemos, por experiencia propia, el peso de los propios pecados, que también son una fuente de sufrimiento. Porque aunque puedan presentarse como una fugaz y engañosa fuente de placer, los pecados, de cualquier tipo, siempre terminan haciéndonos sufrir. Estos sufrimientos cargan sobre nuestros hombros porque, aunque es cierto que con nuestros pecados podemos hacer sufrir mucho y causar mucho daño a los demás, también debe tenerse en cuenta que los primeros que cargamos con las consecuencias de nuestros pecados somos nosotros mismos. Además, como si no bastara con el peso y el sufrimiento que nuestros pecados cargan hoy sobre nuestros hombros, si su gravedad alcanza para eso y si no nos arrepentimos a tiempo, los propios pecados son los que pueden llevarnos, por nuestra propia decisión y elección, a la frustración y al dolor eterno...
De todos modos, ni siquiera sumando los propios pecados a las enfermedades, tenemos la lista completa de las fuentes de nuestros sufrimientos. Porque no sólo nos toca llevar el peso de los propios pecados. También los pecados de los demás son fuente de nuestros sufrimientos...
Esto sucede a veces de manera dramática. Muchos son los que hoy sufren hambre y carecen de las más elementales condiciones para poder desarrollar dignamente su vida. Y muchas veces esa situación no es un fatalidad, sino la consecuencia del egoísmo, la indiferencia o la superficialidad de muchos otros. Pero el pecado no lo puede todo, porque Jesús le puso una límite, derrotándolo en la Cruz. Por eso hoy quiere exhortarnos a vencer todo pecado y todo sufrimiento, cargando también nosotros con la propia...
2. LA CRUZ VIENE DEL PECADO. EL MODO DE VENCERLO ES ACEPTÁNDOLA CON JESÚS... En realidad, la causa última de todo sufrimiento está en el pecado. Hasta la enfermedad y la muerte tienen su última explicación en el pecado, ya que a causa de él han entrado en el mundo. Pero Jesús asumió nuestra condición humana, y vino a derrotar al demonio. Allí donde se presentó la batalla, le dio el golpe maestro. En la Cruz el demonio quiso derrotar a Dios llevándolo a la muerte, pero justamente a partir de ella resucitó, abriéndonos las puertas del Cielo...
La aceptación silenciosa de la muerte que Jesús asumió en la Cruz fue, entonces, el comienzo de la salvación para todos nosotros. El Buen Ladrón estaba a su lado, sufriendo las consecuencias de sus propios pecados. Pero Jesús, asumiendo silenciosamente las consecuencias de todos los pecados, incluyendo los nuestros, nos abrió el camino de la salvación. A nosotros también, entonces, nos toca asumir las consecuencias del pecado, no sólo de los propios, sino también los de los demás, porque en esa aceptación de la Cruz que provoca el pecado, se construye, con Jesús, nuestra salvación...
Las cruces no se eligen, sino que son las que, según la misteriosa providencia de Dios, nos llegan en cada momento. Podrán elegirse según gustos y presupuestos de cada uno las cruces que queremos regalar como recuerdo de algún acontecimiento importante y se venden en las santerías o en las joyerías. Esas cruces servirán como símbolos o como adornos. Pero las cruces reales de la vida son las que llegan en cada momento, y son las que estamos llamados a asumir a cada paso...
El diablo tiene poca imaginación, y actúa siempre de la misma manera. Su especialidad es sembrar confusión y generar división, también en este caso, y querrá distraernos haciéndonos escapar de las cruces salvadoras en cada oportunidad u ocasión en que se nos presenten. Nosotros no podemos dejarnos confundir de esa manera. Como se dice desde hace tiempo con frase muy certera, familia que reza unida, permanece unida. Y como hijos de Dios somos todos miembros de su familia, que debemos ayudarnos a identificar y sobrellevar las cruces de cada día...
3. PARA SEGUIR A JESÚS HAY QUE CARGAR LA CRUZ Y AYUDAR A OTROS A HACERLO... Dios nos ha salvado como familia. Estamos unos unidos a otros en este camino de la salvación. Jesús hace siempre las cosas al modo de Dios, y nos enseña a hacerlas de esa misma manera. Por eso nos invita a cargar con la Cruz. La de los sufrimientos que nos causan la enfermedad y la muerte, y también la del peso de nuestros propios pecados y de los pecados de los demás...
Seguramente en algunos momentos a los demás les toca cargar con el peso grande de la Cruz, mientras que nosotros sólo podemos "colgarnos" de ella. Esos son los momentos en los que los demás tienen que cargar con el peso y el sufrimiento que les provocamos con nuestros propios pecados. Cada uno de nosotros seguramente podría recordar una lista, más o menos larga, de ocasiones del pasado o del presente en las que le debemos gratitud a los demás por la paciencia con la que han sabido cargar sobre sus hombros los sufrimientos que les hemos provocado con nuestras propias miserias y pecados...
En otros momentos a nosotros nos toca el mayor peso de la Cruz. Es el momento, entonces, de cargar con esa Cruz, sabiéndonos llamados como familia de Dios a participar de una fiesta en el Cielo, a la que se llega por un camino lleno de sufrimientos que fructifican en la aceptación y en el amor...
La Cruz salva, porque consiste simplemente en confiar siempre en el Amor de Dios, que todo lo puede. No hace falta ocultar el mal y el daño que produce. Hay que asumirlo y sufrirlo, confiados en que Jesús venció en la Cruz y hoy, resucitado, sigue invitándonos al Cielo. Pedro se resistía a la Cruz de Jesús, porque le parecía indigna de Aquel a quien había reconocido como Dios. Pero tuvo que asumirla, porque fue el camino que Jesús eligió para salvarnos. También a nosotros nos toca hoy, y cada día, asumir el camino de la Cruz, confiados en que Dios siempre vence en ella. Realmente, vale la pena perder incluso el mundo entero por hacer las cosas como las hace Jesús, porque de esa manera ganaremos la vida, la que Jesús nos ofrece, que es la Vida eterna, que vale verdaderamente la pena...
¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: «Violencia, devastación!». Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: «No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre». Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía (Jeremías 20, 7-9).
Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Romanos 12, 1-2).
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras (Mateo 16, 21-27).
1. LAS OPINIONES SIRVEN PARA DISCUTIR, PERO NO PARA CAMBIARNOS LA VIDA... Los argentinos somos conocidos por algunas características particulares. Se nos dice, por ejemplo, y probablemente con mucha razón, que tenemos una gran facilidad para opinar sobre cualquier cosa de la que se esté hablando. A veces, incluso, las opiniones nos llevan a discusiones apasionadas, en las que cada uno sostiene sus posiciones con vehemencia creciente, aunque no tenga muchas razones para sostener lo que afirma. Quizás en próximas Olimpíadas internacionales deba agregarse una nueva disciplina, "la discusión", para que tengamos posibilidades a una nueva medalla...
Las opiniones que discutimos no suelen cambiarnos la vida, una vez que terminó la discusión, seguimos pensando lo mismo que antes de empezar. Por eso discutimos con facilidad incluso sobre las cosas sobre las que no sabemos mucho, o nada. Podemos opinar sobre Basquet, o Fútbol, o sobre cualquier otro deporte, sin especializarnos en la materia. Y esto es así porque las opiniones suelen quedarse sobre la superficie de las cosas, es más, a veces sirven para no tener que profundizar en nada. Hablamos del tiempo, opinamos sobre lo que los demás hacen o tendrían que hacer, incluso a veces acaloradamente, como para descargar nuestras tensiones, y nada de eso nos cambia la vida, porque las opiniones y las discusiones no llegan al corazón...
También en tiempos de Jesús la gente opinaba. Y Jesús le preguntó a los Apóstoles qué decía la gente sobre Él. Ellos le transmitieron a Jesús todas las opiniones que habían oído: alguno opinaba que era Juan el Bautista, otros decían que era Elías, otros decían que sería alguno de los otros profetas. Todos opinaban, pero seguramente después seguían tranquilamente su camino, ya que el hecho de opinar generalmente no le cambia a nadie la vida...
Nada cambia solamente por opinar. Pero cuando estamos ante Dios, lo que está en juego es lo más profundo del sentido la vida. No basta, entonces, con opinar, y seguir como si nada sucediera. Hay que tomar posición, y según sea una u otra, va para un lado u otro toda nuestra vida. Por eso Jesús los interpeló a los Apóstoles, y nos interpela hoy a nosotros, de una manera personal: ¿Quién dices que soy?...
2. ANTE JESÚS NO BASTA UNA OPINIÓN, ÉL NOS CAMBIA TOTALMENTE LA VIDA... Pedro no se queda navegando en las opiniones, e inspirado por el mismo Dios da una respuesta personal y comprometida. Movido por la fe confiesa que Jesús es Hijo de Dios, el Salvador, el Mesías...
Como a Pedro y a los apóstoles, también a nosotros Jesús nos reclama una toma de posición. Nadie nos puede ahorrar, o dar por nosotros, este paso personal hacia Dios, que es la fe. Podemos buscar un lugar más o menos romántico, para ponernos ante Dios, sentados solitariamente en una montaña, o sencillamente ante el Sagrario en la Iglesia, o en el jardín de casa, o en una plaza, o en cualquier otro lugar, para ponernos ante la interpelación de Dios. Y si damos una respuesta de fe, ciertamente nos cambiará la vida...
Responder de esta manera Dios nos compromete del todo con Él, y nada de nuestra vida queda fuera de esa respuesta. Si Dios es Dios, y de Él aceptamos la vida como una don y una invitación, un don que es al mismo tiempo misión y tarea, ya nada de lo que pensemos, digamos o hagamos quedará ajeno a nuestra fe, que se concreta en la vida. Nuestras aspiraciones, nuestros afectos, nuestra tarea, nuestra oración, nuestro voto en las elecciones, serán expresión y consecuencia de nuestra fe, que se despliega en la vida...
Sin embargo, esta respuesta personal no se puede dar en el aire. Sobre la fe de Pedro, a la que Jesús llama piedra, Él fundó su Iglesia, para que se mantenga firme hasta el final de los tiempos, sin que el poder la muerte pueda prevalecer contra ella. Y en la Iglesia vive la fe de Pedro...
3. CREEMOS CON LA FE DE PEDRO Y DE LA IGLESIA, POR ESO LE CREEMOS A JESÚS... El Papa Benedicto XVI es un testimonio claro de esa fe que sigue apoyándose en la misma roca, la fe de Pedro. Este hombre anciano (sobre el que algunos opinan sin saber demasiado de quién se trata y qué o Quién lo sostiene inconmovible en la fe que lo alimenta y lo conduce), creyendo con la fe de Pedro, es para Dios suficiente instrumento para sostener toda la fe de la Iglesia. Este hombre, lúcido en su mente y límpido en su capacidad de comunicarla con simplicidad y contundencia, mantiene firme la fe de la Iglesia, de la mano de Dios...
Con esa misma fe es que podemos creerle a Jesús, que desde la Cruz nos llena de la Luz que sólo Él nos puede dar, porque siendo Dios se hizo Hombre para que ya no viviéramos más en las tinieblas...
Dios nos llama a cada uno de nosotros a dar nuestra propia y personal respuesta de fe. Se trata de una respuesta que no puede ser sólo sólo una opinión, sino una respuesta que nos lleva a entregarnos confiados en las manos de Dios. Una respuesta con la misma fe de Pedro. Una respuesta a Dios en la Iglesia, que alimenta, alienta y cuida nuestra fe. En definitiva, una respuesta que, de la mano de Dios, nos cambia la vida...
Así habla el Señor a Sebná, el mayordomo de palacio: Yo te derribaré de tu sitial y te destituiré de tu cargo. Y aquel día, llamaré a mi servidor Eliaquím, hijo de Jilquías; lo vestiré con tu túnica, lo ceñiré con tu faja, pondré tus poderes en su mano, y él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. Lo clavaré como una estaca en un sitio firme, y será un trono de gloria para la casa de su padre (Isaías 22, 19-23).
¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido? Porque todo viene de él, ha sido por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén (Romanos 11, 33-36).
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías (Mateo 16, 13-20).
1. HAY ALGO PEOR QUE UN NIÑO CAPRICHOSO: UN ADULTO CAPRICHOSO... Un chico caprichoso es algo muy feo. Es un chico que está tratando siempre de imponer su voluntad, y sólo sonríe, como quien hace una concesión momentánea, cuando le dan sin demora lo que pide. Si, en cambio, alguien le niega lo que él quiere, inmediatamente se enoja y pone cara larga. Los niños caprichosos, de esta manera, tratan de manejar a sus padres y a otros mayores. Y, lo que es peor, muchas veces lo consiguen. En realidad, los niños caprichosos son tales justamente porque han aprendido que con sus caras largas y sus sonrisas administradas con mezquindad pueden manejar a sus padres y a otros mayores, consiguiendo de esta manera lo que quieren, incluso cuando no es algo bueno para ellos. Los padres de niños caprichosos, quizás sin darse cuenta, a lo mejor superados por el cansancio o vaya uno a saber por qué ocultos sentimientos de culpa, cuando seden ante los caprichos de sus hijos pierden la enorme oportunidad que Dios ha puesto en sus manos de educar a sus hijos, enseñándoles a elegir sólo lo que es bueno, y a renunciar a todo lo que no lo es...
De todos modos, hay algo que es peor que un niño caprichoso. No, no se asusten ni sospechen a raíz de la foto que ven a la izquierda. No voy a decir que peor que un niño caprichoso es una niña caprichosa, porque en realidad, en esto no hay diferencia entre sexos, es igualmente feo un chico que una chica caprichosa. Lo que realmente es peor que un niño caprichoso es un adulto caprichoso. Y de alguna manera todos nosotros podemos serlo un poco...
Muchas veces damos por supuesto que le podemos pedir a Dios en nuestra oración todo lo que nos parece necesario. Y Él, si de verdad nos quiere, tiene que respondernos según nuestros deseos o caprichos. Si no nos concede lo que le pedimos, a veces hasta podemos llegar a enojarnos con Dios. De esta manera, hacemos como si Dios tuviera que estar a nuestro servicio, y hacer todo según nuestro parecer sobre nuestras necesidades. Incluso podemos llegar a pensar que nuestra fidelidad y nuestro amor a Dios son el premio que le damos por haber respondido a nuestros ruegos. Pero la verdad es que no somos dueños de Dios, y ni siquiera somos dueños del mundo, ni nada que se le parezca. En realidad, la vida no tarda en enseñarnos, por poco que abramos el corazón y la mente para abrevar en la experiencia, que somos todos como cualquier hijo de vecino. Vamos aprendiendo a fuerza de golpes que, tarde o temprano, el que las hace las paga, y que hay que asumir las consecuencias de los errores. Que no se trata de ponernos exigentes ante Dios, sino todo lo contrario. Que no somos nosotros los que mejor sabemos lo que nos conviene, sino que tenemos que aprenderlo, a veces dolorosamente. La realidad nos va enseñando, entonces, que:
2. DIOS NO ES DE NINGUNO DE NOSOTROS. ES AL REVÉS, NOSOTROS SOMOS DE DIOS... Nuestra vida viene de Dios. Y en nuestro corazón ha sembrado un hambre de eternidad que de ninguna manera nosotros por nosotros mismos podemos satisfacer. Nuestras manos tienen que tenderse hacia Dios, no como las manos del dueño que espera recibir el servicio de sus empleados o sus esclavos, sino como las manos de quien necesita ser rescatado. Y Jesús viene para hacerlo ("Jesús" significa justamente "el que salva")...
Dios nos ha levantado de la frustración en la que la desobediencia del pecado nos había dejado. Nos ha rescatado de nuestras miserias, de nuestras mezquindades y de nuestros pecados. Dios nos ha encontrado tirados por el piso y nos ha rescatado con su misericordia y con su amor. No podemos ponernos delante de Dios como quien exige sus derechos, pretendiendo que haga todo lo que nosotros queremos. En realidad, lo que nos sirve es darnos cuenta de todo lo que Él ha hecho de nosotros, y con un corazón agradecido disponernos para responderle con amor...
Es la fe, como la que Jesús alaba en la mujer cananea que se encuentra en su camino, la que nos permite descubrir que todo lo hemos recibido de Dios. La fe nos permite descubrir que, de parte de Dios, todo es regalo, todo es don, todo lo hemos recibido. Quizás estamos demasiado acostumbrados a tener siempre todo sobre la mesa, y somos un poco como los hijos caprichosos, que no valoran todo lo que han recibido de los padres. La Beata Juana Jugan nos enseña con su vida, como lo hacen también la Congregación de Hermanitas de los Pobres que ella fundó y que llevan adelante sus Hogares de ancianos en todo el mundo, a confiar de un modo tal en la providencia que ya no estemos tan preocupados por lo que nos falta según nuestros criterios, que no sepamos agradecer lo que a cada instante vamos recibiendo...
Siguiendo la imagen con la que la mujer cananea llena de fe conmueve a Jesús, quizás sea para nosotros el tiempo para aprender un poco de la actitud humilde de los cachorros, que se conforman con las migas que caen de las mesas de sus dueños. Sabemos, por otra parte, que Jesús va mucho más allá de los límites de esta imagen, ya que no nos trata sólo con migajas, ni como cachorros, sino como a hijos y con toda la fuerza de su misericordia y de su amor. No se trata, entonces, de tratar de enseñarle a Dios qué es lo que nosotros necesitamos, sino de algo mucho más simple. Se trata de aprender, con la confianza que nos da sabernos en manos de Dios, que en su respuesta a nuestra oración Dios nos da todo y sólo lo que nos hace falta y conviene para nuestro bien...
3. DIOS NOS TRATA SIEMPRE CON AMOR, Y NOS LLAMA A SER TESTIGOS DE SUS DONES... Dios nos trata siempre con amor, cuando responde a nuestra oración concediéndonos lo que le hemos pedido, y también cuando su respuesta no coincide con nuestras aspiraciones. Cuando tomemos conciencia, entonces, de que en nuestra vida todo es don que viene de Dios, comenzaremos a tener más confianza en su amor, que nunca falla y nunca nos abandona, y que siempre llega en el momento justo con lo que nos hace falta...
Las manos de Dios son siempre unas manos misericordiosas, que nos rescatan de la miseria y nos reciben en su casa. Son las manos de un Padre que hace todo y sólo lo que sus hijos necesitan. Si tomamos conciencia de este amor inclaudicable de Dios, es más posible que podamos poner remedio a nuestra soberbia, que puede llevarnos a creer que tenemos derecho a esperar de Dios lo que a nosotros nos parece. De esta manera, por otra parte, enseguida nos vamos a dar cuenta que los dones recibidos de Dios son al mismo tiempo un compromiso, ya que todo lo que hemos recibido es para compartir (no nos olvidemos que, en realidad, sólo se puede decir que se tiene lo que se está dispuesto a dar)...
Nadie queda afuera del amor de Dios. Y en la medida en que nos damos cuenta que todo lo hemos recibido de Dios, también vamos a descubrir que somos llamados a ser testigos de tantos dones que se han repetido y multiplicado una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Por eso, Dios quiere que también a través de todos y de cada uno de nosotros les lleguen a los demás estos mismos signos de su amor, de su misericordia y de su perdón. Los dones recibidos crean siempre el compromiso de una respuesta generosa...
Hemos sido invitados por Dios a compartir su Casa, que es el Cielo, y a partir de allí hemos encontrado el verdadero y completo sentido de nuestra vida. El camino por el que se llega a esa meta a la que hemos sido invitados es el mismo por el que fue Jesús: la Cruz. Para nosotros, entonces, la caridad con la que podemos compartir con nuestros hermanos los dones recibidos de Dios no será nunca un deber que se nos ha impuesto desde afuera, sino simple gratitud a Dios, que es Dios...
Así habla el Señor: Observen el derecho y practiquen la justicia, porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia. Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza, yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos (Isaías 56, 1 y 6-7).
Hermanos: A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida? Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables. En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia. De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos (Romanos 11, 13-15 y 29-32).
Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos». Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros». Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!». Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada (Mateo 15, 21-28).
1. SÓLO DESDE ADENTRO SE CONOCE LA INTIMIDAD DE UNA FAMILIA... El mundo entero es una gran familia. Siempre fue así, pero parece más evidente desde que los medios de comunicación nos permiten ver y oír instantáneamente lo que sucede en cualquier lugar del mundo. Yo lo aprovechaba Juan Pablo II en sus innumerables viajes, y también lo hace ahora Benedicto XVI: durante su último viaje apostólico a Estados Unidos y a la Sede de las Naciones Unidas del 15 al 21 de abril, fue posible seguirlo en vivo...
Pero también puede decirse, con verdad, que "cada familia es un mundo". Por eso no es fácil conocer "desde afuera" lo que sucede en una familia. Sólo es posible conocer su intimidad "desde adentro", formando parte de ella o compartiendo mucho tiempo con todos sus miembros. Hay una cantidad de "códigos" internos, que son propios de cada familia. A veces bastan miradas, gestos, palabras cortadas, o simples silencios, para expresar cosas que significan algo distinto en cada familia. Recién cuando pasamos "más allá de la recepción", que es el lugar de la casa donde se admite a las visitas o a los extraños, y entramos en la intimidad, nos encontramos en ese ámbito íntimo donde cada uno se manifiesta "como es", sin máscaras ni disfraces que ocultan su más profunda realidad...
En la intimidad de la familia, en la convivencia cotidiana, cada uno es como es, y nadie se ataja detrás de barreras detrás de las cuales se pueda esconder. En la intimidad de la familia, que a veces se pone más en evidencia realizando un viaje de descanso o en unos días de vacaciones descanso que nos permiten escapar de la rutina, se descubre muy fácilmente cómo algunos están de buen humor desde la mañana, otros recién al mediodía logran alcanzar el buen humor, a otros recién se les puede arrancar una sonrisa a la tarde o cuando cae la noche, y otros ¡nunca llegan a estar de buen humor!, parecen estar siempre buscando un motivo que justifique su enojo o su ceño fruncido. En la convivencia cotidiana aprendemos que algunos son por naturaleza tristes, otros están siempre alegres, otros tienden a estar amargados. En la convivencia cotidiana, a través del encuentro personal, se abren más fácilmente los corazones. Quizás por eso, a la hora de salvarnos, Dios quiso hacerse conocer y no se quedó lejos, sino que se acercó y asumiendo en Jesús nuestra condición humana, conviviendo con nosotros, desplegó entre nosotros el misterio de su intimidad...
2. DIOS QUISO CONVIVIR CON NOSOTROS, Y ASÍ NOS DIO A CONOCER EL MISTERIO DE SU INTIMIDAD... Ciertamente, es difícil conocer a Dios. ¿Quién lo hubiera podido conocer, si Él no se hubiera bajado hasta nuestra pequeña estatura? Este es el misterio de la encarnación: Siendo Dios, se hizo Hombre, y puso su morada entre nosotros. Nació de María, se puso bajo el cuidado de San José mientras crecía, se sometió a todas las vicisitudes de nuestra condición humana, incluso la muerte, y muerte de Cruz, y a lo largo de todo su camino terreno se nos dio a conocer...
Como nos dice San Juan, "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único". Y así, desde Belén, supimos que Dios es Hijo. Pero después, cuando lo vimos rezar a Jesús, con su enorme devoción filial, supimos también que Dios es Padre. Jesús nos ayudó a conocer la mano paternal con la que Dios nos sostiene, y a la hora de rezar nos enseñó a decirle con verdad a Dios: Padre...
Finalmente, cuando Jesús resucitado ascendió al Cielo y nos dejó su Espíritu de Amor, que es el Amor del Padre y del Hijo, supimos que Dios es Espíritu Santo. Al mismo tiempo, pudimos saber que siendo Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin embargo es un solo Dios. Como dijo Juan Pablo II en su Homilía del 28 de enero de 1979 en Puebla, México, "Dios en su misterio más intimo, no es una soledad, sino una familia"...
Este es el misterio que celebramos hoy, la Santísima Trinidad. Misterio no porque no se pueda entender, sino porque es tan grande, luminoso y maravilloso, que supera nuestra pequeñez. Misterio que nos habla de la grandeza, y a la vez de la cercanía de Dios. Dios, que es Amor, pero un Amor tan grande que no puede quedarse encerrado en sí mismo. Por eso hizo todas las cosas, y nos dio la vida, para hacernos participar de la riqueza de su Amor. Y cuando estábamos perdidos, porque habíamos perdido el rumbo, nos envió a su Hijo, no para juzgarnos, sino para salvarnos. Para conocer a Dios, hay que vivir con Él. Jesús, siendo Dios, vino a vivir con nosotros, y nos hizo conocer a Dios. A nosotros nos toca ahora vivir con Él, y aprender a vivir como vive Él, que no es un solitario, sino que es Familia. Y en la grandeza de su bondad, nos hizo sus hijos y nos llamó a formar parte de su familia...
3. DIOS, EN SU AMOR, NOS HIZO FAMILIA SUYA, PARA QUE VIVAMOS COMO HERMANOS... Por el Bautismo Dios nos ha hechos sus hijos y por eso mismo parte de su familia. Es el cambio más trascendente que nos ha ocurrido, porque nos ha transformado en las raíces más profundas de nuestro ser, elevándonos por encima de nuestra naturaleza humana y haciéndonos participar por la gracia de lo que llamamos el orden sobrenatural...
Es familia de Dios, formamos todos verdaderamente una sola familia. Por esta razón, no sólo es una urgencia de su amor, sino una necesidad de nuestra propia condición humana, que aprendamos a vivir como hermanos con todos los hombres. Y realmente podemos decir que conocemos a Dios, no sólo por los libros, sino de verdad, cuando vivimos como hermanos. "El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1 Juan 4, 7-8)...
Es una urgencia, sin la cual es pura ilusión pensar que hemos conocido a Dios. el Amor de Dios nos hizo su familia, sin fronteras, blancos, amarillos o negros, grandes o chicos, gordos o flacos, sanos o enfermos, buenos o malos. Hoy nos hace falta, como ayer, crecer en este amor fraternal, para curar las heridas de nuestras familias, y también de nuestra patria, que está llamada a ser una patria de hermanos...
1. EL PASO DEL TIEMPO DEJA SUS HUELLAS: LAS ARRUGAS NO SE PUEDEN EVITAR... Las huellas que va dejando sobre nosotros el paso del tiempo son inevitables. Las más visibles, que comienzan a gestarse desde los primeros días, al ritmo de nuestros movimientos y gestos habituales, y que se ponen en evidencia cuando ya han pasado los años, son las arrugas. Ellas dicen algo sobre nuestro modo de reír, o de llorar, sobre nuestras expresiones más frecuentes, ya sean de amargura o de alegría. Ellas nos indican también, más allá de las predisposiciones características de cada tipo de piel, por dónde hemos transitado a lo largo de la vida...
De todos modos las arrugas de la piel no nos deberían preocupar. Si ellas fueran las únicas hasta podríamos entretenernos considerándolas como premios que se nos dan por el tiempo vivido. Son las huellas de todos los caminos que hemos andado, de nuestras veladas y nuestros desvelos. Las arrugas bien llevadas pueden ser los signos de nuestra experiencia y madurez, de nuestra responsabilidad y venerabilidad. Es muy probable, que si no lo hacían antes, a partir de nuestras arrugas comiencen a decirnos "señor", o "señora"...
Sin embargo, hay otras arrugas que sí deberían preocuparnos si aparecen, y son las del corazón. Aunque por su naturaleza sean invisibles (es propio de todo lo espiritual), también se hacen ver. La amargura, la sensación de fracaso, el mal humor como estado de ánimo prevalente, no tarda en manifestarse en nuestros párpados caídos, nuestras cejas arqueadas hacia abajo y muchas otras huellas que aparecen en el rostro. Las "arrugas del corazón" se hacen ver, poniendo en evidencia lo que no ha andado bien en nuestra vida. Podríamos quedarnos simplemente resignados, pero también podemos preguntarnos si esas arrugas tienen remedio. La respuesta de Jesús no tardará, y la encontramos hoy en la celebración de la culminación del tiempo pascual con la Solemnidad de Pentecostés: para continuar realizando su obra de salvación entre nosotros, Jesús nos envía el Espíritu Santo...
2. EL ESPÍRITU SANTO NOS DA LA VIDA, EL AMOR Y LA ALEGRÍA QUE VIENEN DE DIOS... Estos dones, que vienen de Dios y que nos da el Espíritu Santo, es lo que estamos celebrando en la Solemnidad de Pentecostés, cincuenta días después de haber celebrado en la Pascua la Resurrección de Jesús. Esta Resurrección no es sólo para Él. Por eso, como fruto de la misma, Jesús nos deja su Espíritu, para hacernos parte de su triunfo sobre el pecado y la muerte, sobre la tristeza y la amargura...
El Espíritu Santo, que recibimos por primera vez en el Bautismo, nos hace verdaderamente nuevos. El temor, la tristeza y la desorientación en la que nos puede sumir la certeza de nuestra muerte, se disipan con Jesús resucitado, que nos entrega su Espíritu, y nos da con Él la seguridad, la alegría y la firmeza en la fe. Todos los sufrimientos, grandes o pequeños, de nuestra vida, adquieren con esta luz un nuevo valor. Con el Espíritu de Dios, el amor se expresa cotidianamente en nosotros, asumiendo el trabajo que cada uno tiene por delante, desde la escoba hasta la computadora, desde la cocina hasta el laboratorio, y da frutos que sirven a los demás, frutos que se acumulan para la Vida eterna...
Cuando una vez resucitado se aparece a los Apóstoles, Jesús expresamente les entrega el don de la paz, e inmediatamente ellos se llenaron de alegría. Ambos dones provienen de Dios, y Jesús se los comparte dándoles el Espíritu Santo, que es Dios junto con el Padre y el Hijo (de eso nos hablará la celebración del próximo Domingo)...
Por eso las Hermanitas de los Pobres, que cuidan de este Hogar como de muchos otros Hogares de ancianos en el mundo entero, aprendieron muy bien de su Fundadora, la Beata Juana Jugan, la importancia de la Fiesta en la vida cotidiana. Fiesta que no dejan de celebrar cada vez que se presenta una ocasión adecuada, y que encuentra su fundamento, cualquiera sea el motivo que la despierte, en la alegría que Dios siembra en nosotros a través del Espíritu Santo, que nos hace participar en los dones de la salvación que Jesús, en la Cruz y con su Resurrección, ha alcanzado para todos los que quieran recibirlos. El Espíritu Santo, con el don de alegría, nos garantiza que Dios está siempre buscando nuestra salvación, se pone siempre "de nuestro lado"...
3. HEMOS RECIBIDO EL ESPÍRITU SANTO PARA SER TESTIGOS DEL AMOR Y LA ALEGRÍA DE DIOS...Todo don de Dios trae consigo una misión y una tarea. Jesús les da el Espíritu Santo a los Apóstoles para que lleven la paz y el perdón a todos los rincones del mundo, es decir, les encarga la inmensa tarea de reconciliar el mundo y todos sus habitantes con Dios, a través del don del Espíritu Santo...
Y Dios nos hace participar a todos nosotros de esa misma tarea. Dios, que puede hacer todo por su cuenta, quiere hacerlo con nosotros. Para eso no da el Espíritu de Jesús, el que animó a los Apóstoles, el que nos hace participar de la Vida de Jesús ganada en la Resurrección y regalada a cada uno de nosotros en el Bautismo. El Espíritu Santo nos anima a todos y a cada uno para hacer lo que nos toca, en la Iglesia y en el mundo, de manera que podamos aportar al bien común. Esto también sucede en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en todos los ambientes en los que nos movemos...
Quiere decir que Dios pone su parte, para que, entre todas las cosas que urgen, cada uno pueda hacer bien lo que le toca. No hace falta, es más, no podemos quedarnos esperando que "las cosas cambien", por arte de magia o por lo que el Espíritu de Dios suscite en el corazón de grandes héroes de nuestro tiempo. Simplemente, como decía Santa Teresa del Niño Jesús (Santa Teresita), tenemos que hacer extraordinariamente bien las cosas simples y ordinarias propias de cada uno. Y para eso nos ayuda el don del Espíritu Santo. Con ese entrenamiento, también sabremos hacer bien las tareas y las misiones más complejas...
Los Apóstoles llevaron adelante su misión hasta sus últimas consecuencias, fueron testigos del Amor y la Alegría de Dios hasta dar su sangre por Jesús, siendo fieles al Espíritu Santo que los animaba. De allí el color rojo que se utiliza en los ornamentos de la celebración de Pentecostés, y en todas las Misas del Espíritu Santo (como también en las del Sacramento de la Confirmación y en las de las fiestas de los mártires). Ya que nosotros hemos sido bendecidos por la efusión del mismo Espíritu, nuestros corazones, animados por el Espíritu Santo, deberían encenderse también con ese color y florecer con actos de amor, que nos hagan cada día mejores y más fieles testigos ante todos los hombres de todos los dones con los que Dios nos ha regalado. De esta manera podríamos llevar sobre nosotros no sólo las huellas amargas de la vida, sino sobretodo las del amor y la alegría que siembra en nosotros el Espíritu Santo...
Lecturas bíblicas de la Solemnidad de Pentecostés del Ciclo "A":
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hechos de los Apóstoles 2, 1-11).
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7 y 12-13).
Al atardecer del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» (Juan 20, 19-23).
1. SOMOS DE CARNE Y HUESO: NO PODEMOS ESTAR EN DOS LUGARES AL MISMO TIEMPO... Todos somos de carne y hueso, y eso nos plantea limitaciones, a las que con el tiempo nos vamos acostumbrando. En un primer momento, cuando somos bebes, la carne y los huesos tienen una gran elasticidad, pero no tanta resistencia. En otro tiempo, el de la juventud, sobretodo si nos hemos preparado por la práctica de un deporte o si el trabajo manual nos ha desarrollado, la carne adquiere su mayor firmeza, lo mismo que los huesos. Y en otro tiempo, cuando nos vamos poniendo viejos, la carne pierde nuevamente su firmeza, y además los huesos se ponen frágiles (por eso, entre otras cosas, hay que caminar con cuidado, porque las caídas dejan fácilmente sus huellas)...
De todos modos, estas no son las únicas limitaciones que nos pone nuestras condición de espíritus encarnados. Además, por esta condición, no es posible que estemos en dos lugares al mismo tiempo. Nuestra condición corporal supone todas las limitaciones que nos ponen el tiempo y el espacio. Cuando estamos en un lugar, no podemos estar en otro...
Por eso, entre otros motivos, dependemos unos de otros y necesitamos ayudarnos no sólo en las cosas más importantes de la vida, sino también en las más sencillas y cotidianas. Aquí en el Hogar, donde vivimos cerca de 100 personas, si alguien sale a hacer unos trámites, o cualquier otra tarea que hace falta realizar fuera de casa, otro tendrá que encargarse de limpiar los platos, y quien esté en esta tarea no podrá salir para lo que hace falta realizar afuera...
También Jesús, que para traernos la salvación asumió nuestra condición humana, se ató, con ello, a las mismas limitaciones que supone ser de carne y hueso. Esta condición humana hizo que Jesús naciera en un lugar, perdido en los confines orientales del imperio del momento (el imperio romano), y en el resto del mundo no tenían ni noticias de su existencia ni de lo que hacía por los hombres y mujeres de todos los tiempos (tengamos presente que no contaban con los medios de comunicación social, que hoy nos permiten contar instantáneamente con las imágenes y los sonidos de lo que sucede en cualquier lugar del mundo; a propósito, hoy la Iglesia celebra la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales)...
Por esa limitación, cuando Jesús hacía la ofrenda suprema de su vida en la Cruz, no podía hacer nada más que eso. No era el momento de las palabras y de los milagros, sino de la entrega y el silencio. Pero lo que estaba conquistando allí para la humanidad entera, con su obediencia amorosa a la voluntad de Dios, no podía quedar limitado a ese espacio y a ese tiempo. Por eso, una vez muerto en la Cruz, Jesús resucitó, y después de aparecerse por un tiempo a los Apóstoles hasta que se convencieron de la verdad de lo sucedido, subió a los Cielos, el lugar que le correspondía como Hijo de Dios. Allí ya no está limitado por las limitaciones que a todos nos impone, y que incluso a Jesús le impuso, su condición de carne y hueso...
2. JESÚS ASCENDIÓ A LOS CIELOS Y NOS ABRIÓ SUS PUERTAS; PERO SE QUEDÓ PARA SIEMPRE... Esta ascensión de Jesús a los Cielos es la Solemnidad litúrgica que hoy celebramos. Es verdad que una vez resucitado, Jesús se apareció a los Apóstoles. Y lo hizo justamente para que, como consecuencia de esta experiencia totalmente única, y las huellas del sepulcro vacío, los Apóstoles llegaran a la fe, y la pudieran fortalecer. Esa fe de los Apóstoles, a la que llegaron por sus encuentros con Jesús resucitado, es la que hace de fundamento para nuestra propia fe. Pero esa situación de encuentro con Jesús resucitado no podía ser para siempre, porque es en el Cielo donde Jesús tiene su casa, y nosotros también...
Esta Ascensión de Jesús es la consecuencia necesaria de su Resurrección. Jesús resucitado llevó toda nuestra condición humana, también su dimensión corporal, a una situación que está por encima de las acotadas dimensiones del tiempo y del espacio. La humanidad de Jesús, en virtud de su Resurrección, participa de la condición gloriosa de Dios. Y esto no es posible dentro de las limitadas coordenadas del tiempo y del espacio, sino que reclama la dimensión sobrenatural del Cielo, que podemos definir como "la Casa" de Jesús, en la que se encuentra a sus anchas, con el Padre y el Espíritu Santo...
Sin embargo, aún "yéndose" al Cielo, del que nos abrió las puertas introduciendo en él nuestra condición humana, que asumió como propia, librado ya de las limitaciones del tiempo y del espacio, se quedó con nosotros para siempre. Es Jesús resucitado quien está presente a través de su Palabra y en la Eucaristía, así como en la celebración de todos los Sacramentos. Es Él mismo quien nos habla cuando su Palabra se proclama en la Iglesia o cuando la leemos y rezamos con ella, unidos en la fe de toda la Iglesia, que tiene como tarea conservar esta Palabra y llevarla a todos los hombres, en todos los rincones del mundo y en todos los tiempos. Es el mismo Jesús quien se hace presente cuando la Iglesia celebra todos y cada uno de los Sacramentos, dando a los hombres la vida de Dios en el Bautismo, fortaleciéndola en la Confirmación, alimentándola en la Eucaristía, reparándola en la Penitencia o Reconciliación, así como también en la Unción de los enfermos. Es Jesús el que construye la Iglesia como una comunidad fiel a través de los ministros a los que ha constituido como instrumentos suyos a través del Sacramento del Orden. Y es también Jesús quien a través del Sacramento del matrimonio hace de las familias verdaderas Iglesias domésticas, en las que se enseña y se vive la Palabra de Dios, se prepara la celebración de los Sacramentos y se conduce al Cielo...
3. PARA NOSOTROS, QUE VIVIMOS DE LA ESPERANZA, ESTA VIDA SERÁ SIEMPRE UNA MISIÓN... La presencia de Jesús en el Cielo, adonde ascendió después de su Resurrección, es nuestro motivo firme de esperanza. Introduciendo allí nuestra condición humana, nos ha abierto de tal modo las puertas, que ha hecho que su Casa pueda ser también la nuestra. Esto nos hace vivir ya, desde ahora, con el corazón puesto en la morada eterna que Dios nos propone...
Sin embargo, no es posible vivir en la tierra solamente mirando al Cielo. Porque nuestros pies están todavía aquí. Y por eso nuestra vida, iluminada por la fe, se convierte en una continua misión. En primer lugar Jesús envió a los Apóstoles, y los hizo sus testigos autorizados. Los envió con el poder que Él mismo tiene, como nos decía hoy san Mateo en su Evangelio, a predicar todo lo que les enseño (su Palabra), y a hacerlo presente con los Sacramentos (empezando por el Bautismo)...
Esa misión continúa en la Iglesia, primeramente en los sucesores de los Pedro y los demás Apóstoles, es decir, el Papa y los demás Obispos. Pero es tarea no sólo de ellos conservar y predicar esa Palabra viva de Jesús. Es también tarea propia de los sacerdotes, de los diáconos, y de todos los fieles. Es tarea también de los medios de comunicación, nos dice Benedicto XVI en su Mensaje para la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, medios que hoy se encuentran en una encrucijada entre el protagonismo y el servicio. Porque "la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la vocación más alta de la comunicación social", nos dice el Papa en su Mensaje, y en consecuencia, así como en el campo de la medicina y de la investigación científica vinculada a la vida existe la "bio-ética", el Papa cree, junto con otros, que en el ámbito de los medios de comunicación es necesaria una "info-ética"...
Y finalmente, es también misión y tarea para todos los fieles, cada un según la propia función, no sólo alimentarnos de esta Palabra salvadora de Jesús, sino también anunciarla a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por supuesto, no bastará con que tengamos en la boca la Palabra que recibimos de Jesús, y la pronunciemos todo el tiempo. Porque lo que dará fuerza a lo que digamos será el testimonio de nuestra vida, en la medida en que nos dejemos conducir por esa Palabra. Siempre, en todos los tiempos, pero quizás más hoy, en un mundo cansado de palabras, como decía desde hace tiempo Pablo VI, la mejor predicación no consistirá sólo en palabras, sino que deberá contar primero y fundamentalmente con hechos. Con el corazón lleno de Jesús podremos vivir encendidos en un amor que nos ponga al servicio de todos nuestros hermanos. Y ese servicio de amor, manifestado en pequeños y grandes gestos de solidaridad fraterna, será para nosotros una continua misión. De esta manera no sólo contribuiremos a la alegría de nuestros hermanos, sino que también pondremos en evidencia nuestra gratitud a Jesús, que nos abrió las puertas del Cielo...
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». El les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir» (Hechos de los Apóstoles 1, 1-11).
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas (Efesios 1, 17-23).
Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 16-20).
1. PARA CAPTAR BIEN LO QUE SE DICE, HAY QUE TENER LAS ANTENAS ADECUADAS... Vivimos en un tiempo que podemos llamar "de las comunicaciones". Los instrumentos con los que hoy contamos nos permiten no sólo oír sino también ver al instante lo que pasa en cualquier lugar del mundo. Hay quienes piensan que, justamente por eso, la Iglesia se ha vuelto anticuada, porque no sabe acomodarse a los nuevos tiempos. Y sin embargo, pasa justamente al revés. Porque podemos decir de la Iglesia, con toda verdad, que es "experta en comunicación". Ella misma es fruto de la comunicación de Dios, que quiere hacerse presente a todos los hombres, y se comunica a todos ellos haciéndose precisamente Él mismo hombre en Jesús. Éste, una vez resucitado, le encargó a los Apóstoles y a sus Sucesores comunicar su Palabra y celebrar su Vida en los Sacramentos, conduciendo en el camino de la fe a todos los que creen en Él. Por esta razón, la Iglesia siempre se ha mostrado despierta y atenta a utilizar del mejor modo posible todos los instrumentos de la comunicación que ha tenido a mano. Aquí sobre la derecha pueden verse las antenas de Radio Vaticana que, con gran sintonía, tiene una, la más grande, con forma de Cruz (ya que así es el camino de Jesús)...
Es que no basta cualquier modo para comunicar de manera adecuada lo que se quiere comunicar, así como tampoco basca cualquier antena para recibir en el corazón lo que nos dicen. Quizás por eso se les resulta tan difícil a muchos periodistas cubrir las noticias que producen los Papas, cada uno según su propio estilo y su propio carisma. Benedicto XVI acaba a hacer un Viaje a los Estados Unidos verdaderamente histórico. Y entre sus discursos más trascendentes está el que realizó a los representantes de todas las naciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Allí dijo verdades a puño sobre un tema tan actual como el de los derechos humanos. Lo que dijo el Papa interesaba a todos, pero sólo se podía comprender en su verdadera dimensión con "las antenas" de la fe. Seguramente resultaba más fácil y más atractivo para quien no afinaba bien estas antenas esperar alguna palabra rimbombante del Papa sobre los abusos a menores cometidos en años pasados por algunos sacerdotes, y efectivamente lo tuvieron, porque el Papa dijo esa palabra e hizo esos gestos. Pero más allá de lo que esperaban los buscadores de noticias, aprovechó todas las tribunas que le pusieron a mano para decir un montón de verdades que puede captar quien afine sus antenas de la fe...
Por eso Jesús, que nos dijo toda la Verdad (Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida, cf. la predicación del Domingo 20/04/08), nos deja también el Espíritu Santo que alimenta nuestra fe. Para que desde la fe podamos vivir siempre a la luz de esa Verdad. Y mientras avanzamos en este tiempo pascual en el que el misterio de la Cruz y la Resurrección de Jesús va desplegando todo su contenido, comenzamos ya a prepararnos a su culminación con el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, que celebraremos dentro de dos semanas en la Solemnidad de Pentecostés...
2. DIOS NOS DA EL ESPÍRITU SANTO PARA QUE PODAMOS RECIBIR TODA LA VERDAD... Así se lo anunció a los Apóstoles en la Última Cena, cuando se presentaba ante Él la Hora culminante, con la Cruz y la Resurrección. Y así nos lo dice ahora a nosotros, para que sepamos que ese camino de sufrimiento que lleva la Vida es también el nuestro. El Espíritu de la Verdad que Jesús promete a los Apóstoles y a nosotros es el Espíritu Santo, es el mismo Dios que viene a habitar en nuestros corazones. Pero para poder recibirlo, es decir, para que podamos recibir con Él toda la Verdad de Dios, que Jesús nos dijo para nuestra salvación, hace falta abrir en el corazón las puertas de la fe. Por eso nos dice el Evangelio de San Juan que "el mundo" no lo puede recibir porque ni lo ve ni lo conoce. Hay que tener en cuenta que en el lenguaje propio del Evangelio de San Juan "el mundo" no significa toda la realidad creada, sino sólo los hombres que pretenden prescindir de Dios. Con esa actitud no es posible recibir el Espíritu Santo, que Dios nos envía. Este envío del Espíritu Santo completa el camino que Dios Padre ha trazado para nuestra salvación: lo que Jesús hizo por la humanidad entera en la Cruz y en la Resurrección, se despliega como un don para todos los que quieren recibirlo, a través del Espíritu Santo...
Recibiendo el Espíritu de Dios, es posible vivir conforme a sus mandamientos. Que son los mismos de siempre, los que están inscriptos en la naturaleza misma de nuestra condición humana, y los que Moisés recibió en el Sinaí, inscriptos en las Tablas de la Ley. El amor con que seamos capaces de recibir el Espíritu de Dios nos dará la medida del amor con que seremos capaces de vivir fieles a los mandamientos. Es más. En la medida en que amemos verdaderamente a Dios, dándole el lugar que le corresponde en nuestra vida, es decir, el lugar central, en esa misma medida seremos capaces de darnos cuenta hasta qué punto los mismos mandamientos son una expresión, la más ajustada a nuestra condición, del amor que Dios nos tiene. Porque los mandamientos son algo así como un "manual básico" de la felicidad humana. Un manual que nos indica cómo alcanzar la felicidad para la que Dios nos ha hecho, escrito por el mismo autor de nuestra naturaleza, el mismo Dios. ¿Cómo puede ser que alguno piense, todavía, que la Iglesia algún día va a abandonar este manual, el manual de la naturaleza humana tal como sale de las manos de Dios, para decir cosas distintas de las que de allí se desprenden, cuando habla de la sexualidad, del respeto por la vida, de los derechos humanos, que corresponden a todos y a cada uno de los seres humanos, desde el primer instante de la concepción? Derechos, por otra parte, que tienen también la otra cara, la de los deberes, sin la cual los derechos son pura fantasía o ilusión. Porque sólo es posible exigir con coherencia los derechos humanos en la medida en que se los reconoce para todos los seres humanos, desde el primer instante de su concepción hasta el último instante de su vida, y ese reconocimiento implica para cada uno de nosotros un conjunto de deberes, es decir, de obligaciones, si asumimos que los debemos respetar...
En definitiva, nos dice hoy Jesús en el Evangelio de San Juan, se da como una mutua alimentación entre el amor y la presencia de Dios en nosotros. Ya que si lo amamos, cumpliremos sus mandamientos. Y si lo hacemos, Dios Padre nos amará (Dios Padre es el que da la Vida, y su amor nos llenará de la Vida que viene de Dios). Además, si cumplimos sus mandamientos, nos dice Jesús, Él se manifestará a nosotros, y lo hará con la fuerza y la eficacia de su amor. Con este amor de Dios en nosotros, se nos hará aún más imperioso vivir cumpliendo los mandamientos, y ellos serán una continua fuente de amor en nuestro corazón...
3. HAY QUE DAR RAZÓN DE NUESTRA ESPERANZA, CON AMOR Y RESPETO... Por eso San Pedro nos recuerda hoy que la nuestra es una fe testimonial. Porque el amor es expansivo, y cuando el amor llena nuestros corazones, necesitamos llevarlo a los demás, dando razón de nuestra esperanza...
Nuestra esperanza, digámoslo con toda claridad, está puesta en Jesús, que venció al pecado con su obediencia y destruyó su consecuencia, la muerte, con su Resurrección. De allí surge nuestra gratitud a Dios, y nuestro compromiso con la vida que de Él hemos recibido como un don y una tarea. Don, porque es totalmente gratuito, y tarea porque incluye una misión...
No es posible, entonces, imaginarse que alguien pueda vivir la fe sin abrir nunca la boca. Las actitudes de vida a las que nos lleva la fe serán un cuestionamiento para quienes nos vean, que nos preguntarán, inevitablemente, por qué actuamos así. Y ese será el momento de proclamar, para que lo oigan todos los que quieran oírlo, que es la fe en Jesús resucitado la que fundamenta nuestra esperanza, ya que en Él hemos conocido y hemos recibido el amor de Dios...
Será necesario, por supuesto, la firmeza de la fe, y al mismo tiempo la constancia del amor, para ser testigos de lo que hemos recibido. Porque sin una fe firme, no podríamos decirle al mundo nada que valga la pena, que no esté ya dicho y que no haya demostrado ya su falta de eficacia para construir la felicidad que todos buscan. Pero además, sin constancia en el amor, enseguida nos veríamos derrotados porque nadie estaría dispuesto a oírnos. Ciertos en nuestra esperanza, habiendo encontrado en Jesús el amor de Dios y la salvación, podremos perseverar con respeto hacia todos, pero sin silencios pudorosos, anunciando las razones de nuestra esperanza puestas en Jesús nuestro Señor. Podremos también perseverar en el amor con el que le acerquemos la paz a todos los que nos rodean, que la buscan de mil maneras muchas veces sin encontrarla. Bastará que tengamos siempre listas las antenas adecuadas, que nos permitan captar siempre la Verdad con la que el Espíritu Santo nos guía hacia la salvación...
1. EL QUE NOS GUÍA DEBE SABER A DÓNDE VAMOS, PARA ELEGIR BIEN EL CAMINO... Así sucede, por ejemplo, cuando estamos de vacaciones y vamos a las montañas del sur en Argentina. Es fascinante internarse por los senderos que nos llevan desde las costas de los lagos hasta las alturas de los cerros. Pero a veces puede ser peligroso, si no conocemos bien el lugar o no nos guía alguien que conoce bien la picada. Una situación semejante se nos presenta cuando visitamos una ciudad que no conocemos. Se nos facilitan mucho las cosas si nos acompaña alguien que vive en ella o que al menos ya ha estado allí, y puede entonces llevarnos sin demoras a sus lugares más importantes y a sus rincones más deliciosos...
Pero esto resulta aún mucho más importante cuando se trata de nuestro Pastor, el de la Iglesia universal, Benedicto XVI. Algunos se preguntaban en estos días si valía la pena que el Papa se expusiera como se expuso con el viaje apostólico a los Estados Unidos, que comenzó el viernes pasado, y en el que se dirigió a los Miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Este viaje adquiere todo su sentido si lo miramos a la luz de la misión del Papa, al frente de la entera comunidad eclesial, de guiar a toda la humanidad hacia la meta a la que Dios nos llama, que está en el Cielo. La Iglesia, experta en humanidad, como decía Pablo VI, tiene siempre una palabra que decir a todos los que quieran escucharla, una palabra cuyo anuncio preside Benedicto XVI desde el día en que asumió la sucesión de san Pedro, para la que fue elegido por el Colegio de Cardenales el 19 de abril de 2005, hace tres años y un día...
2. NUESTRA META ES EL CIELO. JESÚS ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA... Benedicto XVI tiene la misión de recordarnos siempre la meta, que no podemos olvidar, a pesar de que los medios de comunicación no suelen hablar de ella. Tampoco los gobernantes de la tierra parecen ocuparse con demasiada frecuencia de esta meta final de nuestro camino, al que no es ajena la misión que a ellos les toca. De allí la importancia del Discurso a los Miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas que el Papa pronunció el viernes pasado...
El Papa recordó en su Discurso que los derechos humanos no son sólo de derechos, ya que en "nombre de la libertad debe haber una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros". Y recordando que este año se cumple el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, el Papa recordó que esta Declaración es "el resultado de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales", basadas en el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad. Por esta misma razón, decía el Papa, "es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia". En consecuencia, teniendo en cuenta que estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones, "arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos". Todo esto que el Papa aprende de Jesús es un Camino que sirve a todos en este tiempo en el que tan fácilmente los "derechos humanos" se constituyen en banderas que enfrentan en vez de unir...
3. SIGUIENDO AL GUÍA EN EL CAMINO, LA VERDAD NOS LLEVARÁ A LA VIDA... Nuestra meta es el Cielo, y Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida que nos allí nos llevan. Benedicto XVI Vicario de Cristo en la tierra, carga sobre sus hombros la tarea de mostrarnos el Camino, enseñarnos la Verdad y darnos la Vida de Jesús. En esto consiste su tarea de gobierno de la Iglesia universal. En la Homilía de la Misa con la que hace tres años asumía su Ministerio el Papa nos decía que no es el poder lo que redime sino el amor, ya que Él mismo es amor. Y nos recordaba las veces en las que nosotros deseamos que Dios se muestre más fuerte, actúe más duramente, para derrotar el mal y crear un mundo mejor. Nos recordaba que todas las ideologías del poder se justifican así, y justifican la destrucción. Nosotros, nos decía, sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, recordaba, todos necesitamos su paciencia. Dios, que se ha hecho Cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo, que se destruye por la impaciencia de los hombres, es redimido por la paciencia de Dios. Y con paciencia se presentó tres años después ante la Asamblea General de las Naciones Unidas para anunciar este mismo Evangelio...
Pero también se presentó ante la Iglesia de Estados Unidos, así como ante los representantes de otras religiones, haciendo de su viaje una verdadera peregrinación apostólica. Alentó a los Obispos, sin esquivar el dolor sufrido por la Iglesia en Estados Unidos como consecuencia del abuso sexual de menores, causa de una profunda vergüenza, provocada por hombres de Iglesia que traicionaron "sus obligaciones y compromisos sacerdotales con semejante comportamiento gravemente inmoral". En definitiva, a todos nos muestra el Camino, lo hace anunciando la Verdad que nos lleva a la Vida, haciendo presente a Jesús en este mundo descreído de hoy. En la Homilía con la que hace tres años inauguraba su ministerio Benedicto XVI nos recordaba con palabras de Juan Pablo II que no hay que tener miedo y hay que abrirle las puertas a Cristo. Dirigía esta exhortación a los fuertes, a los poderosos del mundo, que podían temer que Cristo les quitara algo de su poder. Ahora, tres años después, Benedicto XVI aprovechó la ocasión que se le presentó, y hablando a la Asamblea General de las Naciones Unidas repitió esta exhortación a todo el mundo...
En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendían a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra». La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe (Hechos de los Apóstoles 6, 1-7).
Queridos hermanos: Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido. Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada. Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado (1 Pedro 2, 4-10).
Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya reparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre» (Juan 14, 1-12).
1. HACEN FALTA BISAGRAS MUY FIRMES PARA SOSTENER PUERTAS GRANDES... La Casa del Hogar Marín es muy grande, muy sólida, muy fuerte y muy linda. Está, ciertamente, construida con mucha sabiduría y experiencia. Todo está en su lugar, cada ambiente cumple su función. La Capilla está en el centro del edificio y así muestra dónde está el corazón de la Casa. Puede ser que cada uno de los que viven o vienen a la Casa, tenga un lugar que le guste más o que le resulte preferido, dentro de ella. A mí, por ejemplo, me gusta especialmente la puerta de entrada. Porque es una puerta grande, amplia, sólida, que puede abrirse por partes, ya sean las dos hojas inferiores, o también las dos superiores o, abriendo los marcos que contienen esas cuatro partes de la puerta, toda ella de una vez. Me parece que una puerta así, bien grande, es la apropiada para este Hogar, donde además de las Hermanitas viven los 90 ancianos residentes. Casa grande, entonces, con puerta grande, para que puedan entrar por ella todos los que viven en la Casa, y todos los que vienen a visitarla o a prestar un servicio en ella. Eso sí, una puerta tan grande no funcionaría bien si no tuviera, como tiene ésta, cuatro bisagras muy firmes de cada lado. Sólo en ellas es posible que se afirme una puerta así, y que gire con facilidad y armoniosamente...
En realidad, también Jesús, como Él mismo nos dice hoy en el Evangelio, es una puerta, la Puerta por la que se entra al Cielo. Puerta que ha puesto en manos de los hombres a través de su Iglesia, desde el momento en que confió a Pedro y sus sucesores las llaves del Reino de los Cielos (cf. Mateo 16, 18)...
Porque hay que tener en cuenta que, aunque pueda parecer lo contrario, la función principal de una puerta no es impedir el paso cuando está cerrada, sino facilitar la entrada a los que tienen derecho y necesidad de entrar, para lo cual es imprescindible que pueda abrirse bien. Por eso es importante que sean de buena calidad, y de una consistencia proporcionada a la importancia de la puerta, las bisagras sobre las que deberá girar cuando se la quiera abrir. Además estas bisagras deberán estar bien alineadas entre sí y con la puerta y su marco. Nos ayuda tenerlo en cuenta cuando celebramos el IV Domingo de Pascua, también llamado del Buen Pastor, en el que se realiza en toda la Iglesia una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones...
2. SÓLO JESÚS ES LA PUERTA POR LA QUE SE ENTRA A LA VIDA ETERNA... Por Jesús, y sólo por Él, es necesario pasar para encontrar la Vida en abundancia, que el mismo Jesús nos ha venido a traer. El Cielo, la Vida eterna, es el único corral que es necesario alcanzar, y al que sólo por Jesús es posible entrar, ya que Él es la Puerta que Dios nuestro nos ha abierto hacia el Cielo...
3. PIDAMOS VOCACIONES DE SACERDOTES Y HERMANITAS QUE NOS HAGAN DE PUERTAS... Pero Jesús no ha querido llevar adelante solo su misión pastoral de guiar a los fieles, sus ovejas, hacia las praderas eternas, hacia el Cielo. Nosotros sabemos que ha participado esa misión a la Iglesia, que debe llevarla adelante hasta el fin del mundo...
Algunos reciben un llamado especial para tomar parte con un compromiso también especial en la misión de la Iglesia. Por eso, aunque podemos decir con verdad que todos tenemos un llamado de Dios, es decir, una vocación, a la que es necesario responder, lo decimos especialmente de los que reciben el llamado a consagrar toda su vida, tanto en el sacerdocio como en la Vida consagrada. Dios ha querido contar con estas vocaciones en su Iglesia, y Él mismo las siembra. Pablo VI, hace ya 45 años, quiso que se dedicara el IV Domingo de Pascua, llamado del Buen Pastor, a una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y desde ese momento todos los Papas han entregado a la Iglesia un Mensaje para esta Jornada (cf. Benedicto XVI, XLV Jornada Mundial de oración por las Vocaciones, 2008). De esta manera, rezamos para que Dios siembre las vocaciones de los que Él llama a hacer de puertas en el camino que nos lleva al Cielo, y para que por la fidelidad de la respuesta a Dios de los que Él llama, sean para nosotros puertas abiertas...
Hoy rezamos por las vocaciones, en primer lugar de sacerdotes, ya que ellos nos alimentarán con la Palabra de Dios y los Sacramentos, mientras nos guían en nuestro camino hacia el Cielo. Pero también por las demás vocaciones de especial consagración, porque cada una de ellas nos pone ante los ojos una dimensión especial del misterio de Jesús, el Buen Pastor, y una luz especial que nos ilumina el camino. Aquí en el Hogar Marín rezamos con particular entusiasmo por vocaciones de Hermanitas de los Pobres, especialmente en Argentina, para que las jóvenes de nuestra tierra que reciban el llamado de esta peculiar vocación (atender a Jesús nuestro Señor en el rostro de los ancianos pobres, con los que Él se identifica), respondan con entusiasmo y fidelidad, como estas jóvenes Hermanitas de los Pobres que ya lo han hecho en Colombia...
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: «Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías». Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?». Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar». Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil (Hechos de los Apóstoles 2, 14a y 36-41).
Queridos hermanos: Si a pesar de hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante de Dios. A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. El no cometió pecado y nadie pudo encontrar una mentira en su boca. Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente. El llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados. Porque antes andaban como ovejas perdidas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de ustedes (1 Pedro 2, 20b-25).
Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz». Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10, 1-10).
1. EN ESTOS DÍAS HAY MUCHOS MOTIVOS DE AMARGURA Y DE TRISTEZA... En estos días nos ha tocado ver en Argentina, con mucho dolor y amargura, a gente de trabajo, con las manos llenas de callos y la piel curtida, presentando sus quejas de manera no siempre pacífica porque se siente avasallada y explotada, creen porque les quitan sin medida el fruto de su trabajo, les imponen cargas confiscatorias y les sepultan la esperanza y el futuro...
A todos nos ha tocado sufrir, en mayor o en menor medida, las consecuencias de las protestas de estos días, y las góndolas vacías no dejan de ser un escándalo que nos debería avergonzar en un país donde no han faltado y donde no faltan los dones de Dios, cuya abundancia no alcanza para compensar nuestra incapacidad de vivir en común o, dicho de otra manera, nuestra mezquindad social...
Los dirigentes sociales, tanto las autoridades como los representantes de los diversos grupos, parecen vivir encerrados en su propio mundo, poniendo en evidencia una crisis de autoridad. Mientras arde, en sus reuniones florecen sonrisas irónicas. En las aulas también se ve la falta de autoridad, nadie pone límite a la violencia de los chicos; y es claro que los chicos aprenden sus comportamientos en lo que ven en su familia, en su barrio, en los amigos de sus padres; por lo tanto es evidente que estamos ante una crisis muy amplia que nos incluye de algún modo a todos...
No puedo dejar de pensar en ese chiste que se refiere al momento de la creación: Dios convocaba cada atardecer una reunión del consejo de ángeles, y cuando les preguntaba cómo les parecía que iba avanzando su obra, cada día se levantaba una mano para presentar una objeción, porque les parecía que en el sur del continente americano se esta haciendo una injusticia, ya que allí cada día aparecían nuevas ventajas (los ríos más caudalosos, las mejores reservas de petróleo, los mejores depósitos de minerales, las mejores pampas húmedas capaces de producir granos), hasta que Dios aclaró que para compensar tantas ventajas allí pondría a quienes no sabrían valerse de ellas, a los argentinos...
En todo caso, es Jesús resucitado quien nos permite pasar de las amarguras y las tristezas a la alegría. Para ello, de la misma manera que lo hizo con los discípulos de Emaús, Jesús nos acompaña en el camino de la vida y espera que le abramos el corazón para que, una vez que hayamos volcado con sinceridad nuestras tristezas y amarguras, pueda hacernos arder el corazón, explicándonos todo lo que sobre Él, especialmente de su misterioso camino de Cruz que lleva a la Resurrección, se dice en las Escrituras...
2. JESÚS SE QUEDA CON NOSOTROS, Y NOS EXPLICA TODO DESDE LA EUCARISTÍA... En el encuentro de los discípulos de Emaús con el Señor, ellos lo reconocieron en la fracción del pan, es decir, en la celebración de la Eucaristía. Pero antes, todavía de camino, Jesús les abrió el corazón a la fe, explicándoles todo lo que se decía de Él en las Escrituras, especialmente los padecimientos como camino hacia la gloria. Eso es precisamente lo que sucede en la primera parte de la Misa, en la que Jesús se hace alimento en un plato fuerte que robustece nuestra fe, en cada Misa. Por eso Juan Pablo II, en una Carta que escribió el 7 de octubre de 2004 invitaba a toda la Iglesia a vivir con intensidad un año dedicado enteramente a la Eucaristía (Juan Pablo II, Quédate con nosotros, Señor; el título de la Carta es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a Jesús para que se quede con ellos), decía que la Misa es un misterio de Luz, porque este plato fuerte de la Palabra de Dios, que se sirve con abundancia en la Eucaristía, pone luz sobre todas las circunstancias de nuestra vida...
Con la mente iluminada por la Palabra de Dios, y el corazón ardiente por la fe, que nos permite responder en maravilloso intercambio con el Señor, nos decía Juan Pablo II en la Carta ya mencionada, los signos nos hablan (cf. n. 14). Los signos que nos hablan son los signos eucarísticos. Los ojos de la fe, encendida en nuestros corazones por la Palabra de Dios, al punto de hacerlos arder, nos permiten ver realmente presente a Jesús en los signos del Pan y del Vino, que no sólo representan a Jesús, sino que lo hacen verdaderamente presente entre nosotros. Así fue como los discípulos de Emaús pudieron reconocer a Jesús en la fracción del Pan. En ese momento Jesús ya no estuvo visible ante ellos con su figura humana, porque ya no hacía falta que así fuera. Una vez que lo reconocieron, les bastaba con su no menos real presencia eucarística...
Por eso la Eucaristía no es sólo un misterio de Luz, sino también un misterio de Presencia. Con la Eucaristía Jesús responde a la súplica de los discípulos de Emaús y a la de la Iglesia entera, como así también a la nuestra: "Quédate con nosotros, Señor". Y Él se queda, hasta el fin de los tiempos. Ya nunca más podemos estar solos. Jesús estará siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Y bastará que nos acerquemos a una Iglesia en la que encontremos un Sagrario con su lucecita roja encendida, para saber que allí está Jesús, presente para siempre en la Eucaristía...
Por eso el nombre mismo de la Misa nos dice la primera actitud que despierta en nuestros corazones esta presencia de Jesús. Porque Eucaristía, término de origen griego, significa acción de gracias. Y la gratitud, nos decía Juan Pablo II en la Carta ya mencionada (cf. n. 26), es lo que la Eucaristía debería inspirar siempre en la Iglesia y en toda la humanidad. Porque se trata de la presencia de Jesús ofreciéndose al Padre en el altar de la Cruz, para obtener para todos los hombres la apertura del Cielo. Los cristianos deberíamos esmerarnos continuamente en dar testimonio ante todos de la presencia de Dios en el mundo. "No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta", decía Juan Pablo II (Quédate con nosotros, Señor, n. 26), e invitaba a todos a no tener miedo de este testimonio. "Quien aprende a decir gracias como lo hizo Cristo en la Cruz, podrá ser un mártir, pero nunca será un torturador", decía el Papa (en el mismo número de la Carta)...
3. EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS LLENA DE ESPERANZA Y ENCIENDE NUESTRO AMOR... El encuentro con Jesús en la Eucaristía, recibir su Luz y gozar de su Presencia, es una fuente continua de esperanza. Como ya dije, si hay algo de Juan Pablo II que impresionaba a los jóvenes era la firmeza, la serenidad y la alegría de su fe. Todo ello provenía de su encuentro con Jesús. Ante las circunstancias que a cada uno de nosotros nos toca vivir siempre será posible la esperanza, si la alimentamos en nuestro encuentro con Jesús, recibiendo su Luz y gozando del consuelo de su Presencia en la Eucaristía...
Pero la alegría que proviene de la fe, no puede conservarse si no es como se puede conservar cualquier otra alegría, es decir, compartiéndola. Todos los dones de Dios, y también la alegría que proviene de encontrarse con Él, sólo se conservan teniendo las manos bien abiertas para llevarlas a los demás. Por eso, el encuentro de Juan Pablo II con Jesús en la Eucaristía era también el alimento y la fuente de donde surgía su inmensa caridad y su espíritu misionero que lo llevó por todos los rincones del mundo...
La Eucaristía, nos decía Juan Pablo II, es una manifestación suprema del Amor de Jesús (cf. (Quédate con nosotros, Señor, n. 28), que entregó su Cuerpo y derramó su Sangre por nosotros en la Cruz. Así como los discípulos de Emaús, desde el encuentro con Jesús en la Eucaristía salieron disparados hacia Jerusalén, para dar testimonio de su fe ante todos los demás, así también nosotros, como el Papa, a partir de nuestro encuentro con Jesús, somos enviados a ser sus testigos y sus manos solidarias que se acercan a todo hombre que necesita una mano fraterna que lo sostenga...
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: "Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia". Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen» (Hechos de los Apóstoles 2, 14 y 22-33).
Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios (1 Pedro 1, 17-21).
El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lucas 24, 13-35).
1. HAY MUCHAS COSAS QUE, AUNQUE SEAN MUY BUENAS, NO DURAN MUCHO... Tomemos por ejemplo el periódico. No resulta algo especialmente bueno, pero de todos modos, el Domingo viene más grueso que cualquier otro día, lleno de secciones especiales, artículos de fondo y notas especiales. Por eso en ese día quizás nos disponemos con un gusto especial para sacarle el jugo de la mejor manera posible. Sin embargo, al término de un rato, no nos queda nada más que nos parezca que valga la pena leer. Nos decía un profesor de filosofía durante mis estudios en el Seminario (eso pasó en el siglo pasado, es más, en el milenio pasado, pero vale todavía hoy), que no hay nada más viejo hoy que el diario de ayer...
Lo mismo pasa con todos los "bienes consumibles" que, conforme a su propia naturaleza, en un rato se consumen y ya no están más. Los alimentos, especialmente cuando son muy buenos, siempre nos parece que duran poco. Lo mismo que algunas bebidas especiales. Las destapamos, las olfateamos con cara de entendidos, las probamos, y apenas las empezamos a compartirlas con algunos amigos, nos damos cuenta que se han acabado. También pasa a veces con la ropa. Igual sucede con alguna ropa a la que le tomamos especial cariño. Se nos pone vieja y deshilachada antes que nos cansemos de ella, y tenemos que dejarla de lado con pesar, porque no aguanta más uso. Es una de las luchas que tienen conmigo las Hermanitas del Hogar. Cuando se llevan mi ropa para lavarla, cada tanto me avisan que hay alguna camisa o alguna camiseta que ya no admite más reparaciones, y les cuesta convencerme de dejarla de lado...
2. LA PAZ, LA ALEGRÍA Y LA VIDA QUE DA JESÚS DURAN PARA SIEMPRE... Dios nos ha hecho para la paz y para la alegría sin límites, y ha sembrado en nosotros una vocación de eternidad. Nos ha llamado a vivir con Él en una eterna comunión, que dure para siempre. Pero todo esto no es posible en las estrechas dimensiones de esta vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de la vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por eso volvemos en este Domingo de la Octava de Pascua a las huellas visibles de la Resurrección de Jesús, la Tumba vacía y las apariciones de Jesús a los Apóstoles, huellas humanas de un hecho que rompe los límites del espacio y del tiempo para ponernos en contacto con la realidad sobrenatural a la que Dios nos llama...
Jesús es la fuente de una paz y de una alegría que no se terminan, porque la Vida del resucitado es una Vida que vence al pecado y a la muerte, y es una Vida eterna. Las primeras comunidades cristianas (leímos hoy en los Hechos de los Apóstoles) compartían sus bienes con mucha libertad. Los movía el amor al que lleva la fe. Puede llamar la atención esa disposición tan viva que lleva a un grupo de fieles a un amor tan intenso por el que se decide compartirlo todo. Nadie les ponía un revólver en la cabeza, para "imponerles" la decisión de compartir sus bienes para el bien de todos. La explicación es muy sencilla. El amor que surge de la fe, que lleva a encontrar en Jesús la paz, la alegría y la Vida, hacía posible para ellos pensar cada uno en los demás, en vez de concentrarse sólo en el propio interés. A la luz de esta experiencia, podemos pensar sin temor a errar mucho que si durante el diálogo que tuvieron este fin de semana las autoridades y los dirigentes del campo hubiera estado más presente Jesús en el corazón de todos los que se sentaron a la mesa, hubieran sido otros los resultados...
Por eso Jesús, cuando se aparece a los Apóstoles después de la Resurrección, les dijo insistentemente que venía a traerles la paz. Y al recibirlo los Apóstoles se vieron inundados por la alegría. Además, como nos dice hoy san Juan, éste y los demás hechos de Jesús que encontramos relatados en los Evangelios están allí escritos allí para que creamos en Él, y creyendo tengamos la Vida eterna. Muchas otras cosas que hizo Jesús no están relatadas en los Evangelios. Y si no lo están, es simplemente porque no nos hacen falta para creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que en Él tenemos la salvación que Dios ha puesto al alcance de nuestras manos...
3. NO NOS HACE FALTA VER SINO CREER, PARA RECIBIR LA VIDA QUE DIOS NOS DA... Puede ser que alguna vez hayamos pensado que a nosotros nos ha tocado la parte más difícil, ya que fuimos llamados a la fe para encontrar la salvación, sin tener demasiadas constancias visibles que nos garanticen la verdad de la Resurrección de Jesús. Quizás hemos pensado que todo sería más fácil si nos ofrecieran más pruebas que nos lleven a la fe. ahora bien, en todo caso no seremos los primeros en tener esta ocurrencia. Ya lo pensó el Apóstol Santo Tomás, de sobrenombre el Mellizo, que no se encontraba con los demás la primera vez que se les apareció Jesús resucitado a los Apóstoles...
El Domingo siguiente Santo Tomás pudo ver a Jesús resucitado, y también pudo creer. Pero no fue lo que vio lo que lo llevó a la salvación, sino la fe. Lo que nos importa ahora es que la alabanza de Jesús no fue para él, sino para nosotros, cuando nos dijo: «¡Felices los que creen sin haber visto!». No es, entonces, "ver" más lo que nos hace falta, sino creer más y mejor, y vivir con más compromiso y decisión las consecuencias de esta fe a la que Jesús nos llama, para que alcancemos esa paz y alegría que nadie podrá quitarnos, y para alcanzar la Vida que sólo Jesús nos puede dar, y que es la única que puede más que el pecado y que la muerte...
Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Intimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47).
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación (1 Pedro 1, 3-9).
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré». Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre (Juan 20, 19-31).
1. NOS VAMOS PONIENDO VIEJOS; NOS HACE FALTA NACER DE NUEVO... Cuando Juan Pablo II los visitaba en su tierra natal o cuando los polacos peregrinaban a Roma, le cantaban diciéndole "¡Sto lat!", que en polaco significa "que vivas 100 años". No hubiera servido de mucho que Dios les hubiera concedido lo que parecía un súplica además de una expresión de deseos. Su cuerpo estaba muy gastado, y se murió porque ya no podía más. También nosotros, cuando con los años, o sin ellos, nos llegan las arrugas y los achaques, cuando las articulaciones se nos ponen cada vez más duras y los músculos cada vez más blandos, haríamos bien en pensar que nuestra muerte se está acercando. Aunque es posible que cuando golpee a nuestra puerta queramos demorarnos en prestarle atención, no podemos dudar que, a medida que pasa el tiempo y crecen las arrugas, está más cerca su visita, y en algún momento llegará (es más, si lo pensamos crudamente, hoy está 24 horas más cerca que ayer a esta misma hora)...
De todos modos, no sólo las arrugas y los achaques corporales llegan con el tiempo. Con ellos más o menos nos arreglamos, y hoy la medicina nos brinda muchos medios que hace unos años eran impensables, para hacer más llevadera o menos gravosa la vejez. Una limitación mayor son las tristezas y amarguras, que pueden ir transformando nuestro rostro, haciéndonos perder la sonrisa y apagando nuestros ojos, incluso hasta dejarlos sin lágrimas, por más que no nos falten motivos que nos impulsen a llorar. De este modo el tiempo no sólo nos pone viejos, sino que puede convertirnos en ancianos amargados....
Eso todavía no es todo. Además, incluso si vivimos como aquí en el Hogar Marín, rodeados de las Hermanitas y de muchas personas dispuestas a hacer todo lo que tienen a mano para ayudarnos y acompañarnos, nos puede invadir la soledad. Ya no están los familiares que nos vieron crecer, ya quedan pocos de nuestros amigos, los que son más jóvenes no se acuerdan de nosotros y los que eran mayores ya se han muerto. Y así el tiempo nos puede convertir no sólo en viejos arrugados y amargados, sino también dejarnos solos...
De todos modos, Jesús no ha querido dejar a nadie a merced de las arrugas, la tristeza y la soledad, en definitiva, a merced de la muerte. Sabiendo que para nosotros era una barrera infranqueable, Él, siendo Dios, se hizo hombre, para asumir nuestra condición humana, y muriendo con nuestra muerte, vencerla de modo tal que la muerte nos permita volver a nacer, esta vez para la Vida eterna...
2. CUANDO JESÚS RESUCITÓ HIZO DE LA MUERTE UN CAMINO HACIA LA VIDA... El Amor de Dios es la causa y la razón más profunda de la creación entera, coronada por el hombre, salido de las manos creadoras de Dios para ser su imagen viva. Por eso el Amor de Dios es la causa de la vida, de toda vida. Dios es la causa profunda de la vida de todas y de cada una de las personas humanas que han llegado, que llegan y que llegarán a este mundo. Pero además, y con mucha más razón, Dios es quien ha decidido darnos la posibilidad de participar en su propia Vida, llamándonos a vivir en comunión con Él...
Este Amor de Dios no muere. Por eso este Amor de Dios puede más que el pecado con el que podemos rechazarlo, y puede más que la muerte, que aparece como una consecuencia del pecado intentando ponerle límites a la Vida que Dios nos quiere dar. Por eso Jesús, siendo el Amor de Dios que se hizo uno de nosotros para salvarnos, después de haber muerto en la Cruz resucitó, y con su Resurrección nos abrió a todos nosotros las puertas del Cielo, de la muerte un camino hacia la Vida...
Este Amor de Dios, que resucitó a Jesús, puede sanar todas las heridas, puede reconstruir todo lo que se ha roto. Jesús desde la Cruz y con su Resurrección rescata nuestra vida del fracaso al que la llevan nuestros pecados, redime nuestra condición humana, nos salva de la muerte definitiva, rehace lo que nuestra rebeldía ha desecho en nuestra relación con Dios, reconstruye lo que nuestra desobediencia a los planes de Dios ha destruido. En definitiva Jesús con su Cruz y su Resurrección eleva nuestra condición humana a la altura de los hijos de Dios, herederos de su gloria...
Dios remueve la piedra que tapa el sepulcro, porque la muerte no puede con Él. Como María Magdalena y los Apóstoles, también hoy nosotros vemos las huellas de Jesús resucitado: a) El sepulcro vacío; b) Las apariciones a los Apóstoles, de las que ellos nos dan un testimonio vivo y contundente, ya que lo vieron, lo tocaron, hablaron y comieron con Él. a nosotros sólo nos hace falta hacer lo que hicieron María Magdalena y los Apóstoles, como nos muestra el Evangelio de hoy: ver y creer. En realidad, sólo nos hace falta convencernos de algo que es evidente: Dios puede más que la muerte, los signos de la muerte no pueden con Él. Y para convencernos de esto basta que aceptemos el regalo que Él mismo nos hace, cuando nos da la fe...
Pero además del sepulcro vacío y las apariciones a los Apóstoles, de las que ellos nos dan un testimonio vivo y contundente ya que lo vieron, lo tocaron, hablaron y comieron con Él, nosotros tenemos otro signo de la Resurrección: podemos verlo y tocarlo a Jesús resucitado cada día en la Eucaristía. Como nos dice el Juan Pablo II en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, con este Sacramento grande ya no tenemos que esperar el más allá para recibir la Vida eterna, la tenemos ya en la tierra como primicia o adelanto de la plenitud futura. La Eucaristía, en cada Misa, nos decía el Papa en esa Encíclica, nos da también la garantía de la resurrección corporal, ya que nos hace participar del cuerpo de Jesús en su estado glorioso, del cuerpo de Jesús resucitado. Por eso la celebración del Triduo Pascual, que culmina con la Vigilia Pascual, comienza el Jueves Santo con la celebración de la Misa de la Cena del Señor, reviviendo la institución de este Sacramento con el que Jesús se quedó entre nosotros ...
3. HAY QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, Y VIVIR EN ÉL, PARA PODER MÁS QUE LA MUERTE... El Amor de Dios, es poderoso, puede más que el pecado y que la muerte. Bastará, entonces, que recibamos ese Amor con las ventanas del corazón bien abiertas, para que también nosotros podamos más que la muerte...
Lo hemos recibido por primera vez sacramentalmente en el Bautismo, cuyas promesas y compromisos (hechas seguramente por primera vez en nombre de nosotros por nuestros padres y padrinos si fuimos bautizados siendo niños), renovamos de manera solemne anoche en la celebración de la Vigilia Pascual. Lo hemos seguido recibiendo cada vez que celebramos los Sacramentos o nos hemos alimentado con la Palabra de Dios, en la que ese Amor está vivo...
Sin embargo, no alcanza con eso. Además de recibir el Amor de Dios, hace falta vivir en él. Porque el amor sólo permanece si se mantiene vivo, y el Amor de Dios, que recibimos permanentemente, permanece vivo en nosotros si nos hace vivir en el amor. Por eso, el camino para vencer a la muerte es el camino del servicio de unos a otros. A ese servicio nos lleva el amor, y el servicio fraterno en el amor nos hace participar en la Vida que Jesús nos regaló desde la Cruz y con su Resurrección. El servicio de los más chicos a los más grandes, de los más grandes a los más chicos, y de todos a todos, de manera perseverante. Porque el amor al que Dios nos llama, y que Él mismo siembra en nosotros alimentándonos con su Amor, consiste en el compromiso constante de construir el bien de los otros, y esto sólo se puede hacer en el servicio mutuo. Este amor al que Dios nos llama, entonces, es un amor del que no pueden quedar excluidos ni siquiera los que se oponen al Amor de Dios, ya que también a ellos les debemos el testimonio del Amor de Dios que nos ha salvado y que hemos conocido...
Pedro, tomando la palabra, dijo: Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre» (Hechos de los Apóstoles 10, 34a y 37-43).
Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria (Colosenses 3, 1-4).
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos (Juan 20, 1-9).
1. ¿ES NECESARIO TANTO SUFRIMIENTO, EL DE JESÚS EN LA CRUZ Y EL QUE VEMOS EN EL MUNDO?... Cada año tenemos de nuevo la oportunidad de volver sobre esta pregunta. La Lectura de la Pasión según san Juan nos pone cada Viernes Santo ante esta pregunta inevitable que nos plantea el sufrimiento que Jesús asumió para darnos con su Vida la salvación. ¿No era posible para Dios otro modo de darnos este don?...
Pero además, la Pasión de Jesús aparece como la suma y la culminación de todo el dolor humano. Por eso la pregunta inmediatamente se dirige también hacia todo el sufrimiento que cotidianamente nos golpea. Esta pregunta también vuelve cada año, porque hoy tenemos dolores que hasta ahora no conocíamos. Quizás un hueso que el año pasado todavía no nos molestaba, o una víscera que hasta ahora funcionaba bien pero ya no, o un fibra de nuestro corazón que todavía no se había visto golpeado por una realidad que nos hiere profundamente...
Si abrimos nuestra mirada, enseguida desfilarán delante de nuestros ojos las siempre renovadas imágenes de tanto dolor inútil que da vuelta por el mundo. El de los niños que no tienen para comer, hasta morir de hambre; el de las familias que no encuentran el trabajo que les permita subsistir dignamente, ni el techo donde estar y sentirse en casa; el de las guerras por el dominio de algún lugar o algún bien material que pasa a tener más valor que la vida de las personas; el de los niños que no nacen por culpa del aborto, y el de los padres que, sabiéndolo o no, los han matado...
La respuesta surge de la misma Cruz de Jesús. Es una respuesta a la vez silenciosa y contundente. Pero hay que abrir el corazón para recibirla, porque la respuesta de Jesús sólo pone luz sobre el sufrimiento hablándonos de Amor, y sólo se comprende la respuesta de Jesús si estamos dispuestos a abrirnos al amor...
2. JESÚS DESDE LA CRUZ NOS MUESTRA LA EFICACIA DE SU AMOR, QUE PUEDE MÁS QUE TODO SUFRIMIENTO... Puede sorprendernos, pero Jesús desde la Cruz no nos dice ninguna palabra que nos explique las razones de su sufrimiento, del nuestro, y el de toda la humanidad. No son palabras, por otra parte, las que necesitamos para comprender y superar el dolor. Por eso en la Cruz Jesús calla y asume. Y de esa manera nos da una respuesta a la vez silenciosa y contundente. Jesús nos dice en la Cruz todo lo que Él mismo es, y todo lo que nos hace falta...
Ante el dolor del mundo y el propio, existe una peligrosa tentación. Corremos el peligro de llenarnos de rencor y enojarnos con los que nos hacen sufrir, y hasta con Dios, que no hace lo que nosotros quisiéramos que haga para evitarlos. La Cruz de Jesús nos muestra cómo superarlo. Ayer en la Misa de la Cena del Señor el Papa Benedicto XVI nos decía que el Jueves Santo nos ayuda para que el rencor no se convierta en el veneno del alma. Para eso es necesario, nos decía el Papa, purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos de corazón los unos a los otros, lavándonos los pies los unos a los otros, para poder dirigirnos todos juntos hacia el banquete de Dios. Día tras día, seguía el Papa, estamos como recubiertos de una suciedad multiforme, de palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada, de una multiplicidad de falsedades que se filtran continuamente en nuestro ser más íntimo. Ante todo esto, Jesús nos invita desde la Cruz a una verdadera limpieza, a una purificación del alma...
Del costado de Jesús, traspasado por el golpe de la lanza del soldado, no sólo salió agua sino también sangre. Esto nos muestra, decía ayer el Papa, como Jesús no sólo habló (lo hizo a lo largo de toda su vida pública), sino que se entregó a sí mismo por nuestra salvación. Por eso Jesús puede lavarnos con la potencia sagrada de su sangre, es decir, con su entrega "hasta el final", que encuentra su momento culminante en la Cruz. Por eso Su palabra es algo más que simplemente hablar; decía el Papa, es carne y sangre "por la vida del mundo", y cuando celebramos los sacramentos nos encontramos nuevamente ante el Señor que se arrodilla ante nuestros pies y nos purifica. Si nos dejamos penetrar por el baño sagrado de su amor, quedaremos verdaderamente purificados...
Recorriendo los personajes de la Pasión enseguida encontraremos cada uno de nosotros en qué necesitamos ser purificados por el amor redentor de Jesús, que viene a nosotros en su sacramentos, especialmente el de la reconciliación o penitencia. Poncio Pilato no quiso poner en peligro su puesto, que peligraba si había problemas en Jerusalén. Por eso, aunque sabía que Jesús era inocente no lo defendió y lo entregó para que los demás decidieran, y finalmente mandó ejecutar "la decisión de los demás". A nosotros tampoco nos gusta perder el puesto (en el trabajo, en la mesa, en el aula, en la sociedad), y quizás más de una vez hemos sacrificado, al menos un poco, la justicia, con tal de sostenerlo (como Poncio Pilato). Barrabás sólo se preocupó por su propio bien y su libertad. Por eso se desentiende de lo que le pasa a Jesús, que será ejecutado en vez de él, que ya estaba condenado. También nosotros, como Barrabás, cuando nos preocupamos por lo nuestro sin que nos importe demasiado las consecuencias que eso tiene para los demás. A Judas le gustaba la plata, nos dice el Evangelio. Y la atracción del dinero no le dejó ir más allá de los efímeros reinos de este mundo; por eso, quizás desilusionado de Jesús, que habla de un Reino que no es de este mundo, lo traicionó por unas treinta monedas. A nosotros también, como a Judas, nos puede perder la atracción por el dinero, no tratando de hacernos millonarios pero sí con pequeñas trampas. Somos todos un poco vehementes, y también cobardes, a la hora de defender a Jesús y poner en claro nuestra fe ante los demás, como Pedro. Pero, ¿de la misma manera somos rápidos para reconocer nuestra falta y pedir perdón? Somos rápidos, como Anás, Caifás y los demás sacerdotes del tiempo de Jesús, por reclamar para nosotros privilegios. Pero, ¿estamos dispuestos a cederlos, cuando nos enfrentan con Jesús? Los soldados, que en la crucifixión cumplían órdenes, en cuanto vieron la posibilidad de una ventaja no pensaron en lo que podían hacer para aliviar el sufrimiento de Jesús, se burlaron de su debilidad y se repartieron sus vestiduras. Quizás no lleguemos nosotros a decisiones tan duras, pero quizás también más de una vez sólo pensemos cómo aprovechar las circunstancias para que lleven agua hacia nuestros molinos, desentendiéndonos de los demás. Y en nuestra fe enseguida estamos prontos para reclamar los beneficios, como el Pueblo que aclamó a Jesús el Domingo de Ramos y clamó por su crucifixión el Viernes Santo. Esperamos de Dios milagros y somos rápidos para pedir, sin tener, quizás, la misma disposición para dar. Por eso no hay espacio para el rencor ante el dolor que nos toca sufrir, sino súplica de perdón por el que nosotros causamos...
Hoy es bueno tener presente esta perseverancia del Amor de Dios, que se manifiesta en la Cruz hasta el extremo. Porque aunque hoy nuestra celebración se detenga especialmente en este misterio, ahora inmediatamente, después de la adoración de la Cruz, traeremos a Jesús resucitado, hecho alimento en su Cuerpo que nos ha dejado en el Sacramento de la Eucaristía. Así, alimentados con Jesús, nos retiraremos en silencio de esta celebración, preparándonos para la Vigilia Pascual, en la que todo convergerá hacia el centro de nuestra fe, Jesús que puede sobre la muerte y el pecado, y con su Resurrección nos ofrece la Vida...
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables (Isaías 52, 13 - 53, 12).
Hermanos: Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. El dirigió durante su vida terreno súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen (Hebreos 4, 14-16 y 5, 7-9).
1. NECESITAMOS LA FIESTA Y LA ALEGRÍA, PERO HAY QUE VIVIRLA CON LOS PIES EN LA TIERRA... Necesitamos la fiesta, porque es parte de la vida, y por eso la celebramos, cada vez que es posible, con la mayor alegría. Ayer lo hacíamos aquí en el Hogar, de manera solemne, celebrando a San José, que es Patrono de esta casa como de todas las demás casas de las Hermanitas. Y a lo largo del año, vamos buscando las ocasiones que nos permiten hacer fiesta, celebrando siempre de algún modo este don que los incluye todos y que recibimos de Dios, que es el don de la vida...
Sin embargo, aunque nos haga falta y nos haga bien celebrar y hacer fiesta con cada motivo que se nos presenta a lo largo de la vida, también es necesario tener en cuenta que no todo es fiesta, ya que no tenemos garantizada, ni nos puede durar para siempre, por nuestra propia decisión y con nuestras solas fuerzas, ese gran regalo de Dios que es la vida. Por eso es necesario hacer fiesta, pero con los pies en la tierra, teniendo en cuenta nuestras limitaciones y la necesidad que tenemos de la salvación, es decir, de ser rescatados por Dios, el único que puede darnos una Vida que no se termina...
La celebración de hoy es una fiesta celebrada con los pies en la tierra. Recibimos festivamente a Jesús con los ramos y lo saludamos cantando ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, pero no cerramos los ojos ante el camino que le espera, que es el de la Cruz. Comenzamos la Semana Santa, una Semana grande en la que el motivo de la fiesta es el acontecimiento más fuerte de nuestra salvación, el misterio de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús, y a la alegría expresada durante la entrada solemne al Templo le sigue la lectura de la Pasión, que si nos toma desprevenidos puede caernos como un balde de agua fría...
2. CELEBRAMOS A JESÚS CON LOS RAMOS, SIN OLVIDAR QUE SU CAMINO ES LA PASIÓN... Comenzamos la fiesta con un clima triunfal. Imitamos a la multitud que recibió a Jesús cuando entraba en Jerusalén para vivir la Semana de la Pasión. Una vez bendecidos los Ramos, los agitamos acompañando la entrada del sacerdote en el templo, como lo hacían ante la entrada de Jesús en la Ciudad Santa, para recibirlo como a un Mesías, del que esperaban la salvación esperada por siglos enteros (hay que tener en cuenta que Jerusalén estaba rodeada por una zona desértica, en que los Ramos eran algo valioso, con lo que se expresaba verdaderamente algo singular; si Jesús hubiera entrado en ese momento en un estadio de fútbol, seguramente la multitud hubiera elegido celebrarlo agitando los banderines que se venden en sus cercanías)...
Pero no nos quedamos en la fiesta de los Ramos. Continuamos con la lectura de la Pasión, en la que se nos hace evidente que Jesús, sin perder la calma pero sin escapar al camino que nos lleva a la salvación, aún a costa del propio dolor y la propia Vida, afronta con entereza la incomprensión de los hombres, que lo llevará a la Cruz. Nunca podemos olvidar que éste fue el camino de Jesús que nos llevó a la salvación, y que siempre será el camino de la Iglesia, por la que la salvación nos llega cada día. Hoy, cuando la Iglesia en la Argentina tiene que sufrir la incomprensión de un gobierno que parece arrogarse la facultad de exigir al Papa Obispos que respondan a sus propios gustos, nos ayuda especialmente tener presente que a la fiesta de los Ramos sigue el camino de la Pasión...
Podríamos centrar nuestra mirada en la Pasión de Jesús encontrando en nuestras culpas personales y en las de todos los hombres de todos los tiempos el motivo de tanto sufrimiento. Pero todas las culpas que pongamos en la lista no alcanzarían para que pudiéramos comprender esta Pasión. También podríamos mirar la Pasión como el paradigma del sufrimiento, como un resumen de todos los sufrimientos de la humanidad, que sólo puede asumir sobre sus espaldas alguien que sea más que hombre, alguien que sea Dios, como Jesús, dispuesto a sufrir sin medida para alcanzar nuestra salvación. Pero tampoco este modo de mirar la Pasión de Jesús nos serviría para comprenderla del todo. Podríamos mirar la Pasión como el mayor acto de heroísmo que alguien puede hacer, el ejemplo supremo de alguien que está dispuesto a todo para alcanzar un resultado, en este caso nuestra salvación, por la que Jesús da su vida en la Cruz. Pero tampoco esto alcanzaría para tener una visión adecuada de la Pasión de Jesús. Porque la Pasión de Jesús es todo eso pero no es sólo eso, es mucho más. No alcanza detenerse en los pecados que la producen, o el sufrimiento que implica, o el heroísmo del que la padece, para comprender la Pasión. La Pasión de Jesús es el gran acto de amor de Dios, que nos salva. Y hace falta contemplar el Amor de Dios para comprender y recibir todo lo que la Pasión nos puede dar. Se trata de un Amor sin límites, un Amor a la medida de Dios, que viene al encuentro de nuestra condición humana herida, para salvarnos. Se trata de un Amor que no necesita el reproche para quienes hemos causado la Pasión con nuestros pecados, porque precisamente se acerca a nosotros para rescatarnos con su misericordia...
3. HAY QUE RECIBIR EL AMOR DE DIOS, QUE TRIUNFA EN LA PASIÓN PARA DARNOS LA VIDA... Cada año celebramos la Semana Santa para que la Vida de Dios, que surge de la Resurrección de Jesús, y que ya hemos recibido en el Bautismo, pueda renovarse y crecer en nosotros, para que nosotros mismos podamos llegar a la Resurrección...
Se trata de una Semana, entonces, en la que con más intensidad que en otros días, tendremos la oportunidad de alimentarnos del Amor de Dios, a través de los dos platos fuertes que Él nos ofrece como alimento cotidiano: su Palabra y la Eucaristía. Ese Amor de Dios, que se hace visible en la Pasión, es con el que hay que alimentarse, para tener en nosotros la Vida que Jesús nos ganó en la Resurrección. No lo perdamos de vista, ni siquiera si la necesidad de un descanso nos lleva a destinar a eso estos días no laborables en los que celebramos la Semana Santa a hacer algún viaje. Tengamos presente el sentido profundo de esta fiesta, y no perdamos la oportunidad de celebrar y recibir en estos días la Vida que surge del Amor de Dios...
Procesión de Ramos: Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: «El Señor los necesita y los va a devolver en seguida». Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: "Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga". Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas! Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?». Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (Mateo 21, 1-11).
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado (Isaías 50, 4-7).
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor» (Filipenses 2, 6-11).
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (26, 3-5. 14 - 27, 66)
1. ESTAMOS HECHOS PARA LA VIDA, PERO NOS ACECHA LA MUERTE... Todos tenemos un instinto muy fuerte, que nos muestra que estamos hechos para la vida y, como consecuencia, una vez que hemos nacido, queremos vivir para siempre. Sin embargo, sabemos que eso no es posible. Una vez que hemos nacido, de lo único que podemos estar seguros es de que vamos a morir, ya que cumplimos la única condición necesaria, y es la de no habernos muerto todavía...
De muchas maneras experimentamos los límites que se presentan a nuestra aspiración de vivir para siempre. Se oye decir con cierta ironía y resignación, pero también con no poca verdad, que una vez cumplidos los cuarenta años, si al despertarnos a la mañana no nos duele nada, es que ya estamos muertos. A medida que avanzamos en la edad los achaques y las enfermedades nos van avisando, con las limitaciones que nos imponen, que por nuestra condición corporal nuestra vida tiene un un límite. Con el transcurso del tiempo la piel se nos va arrugando y se nos va haciendo más débil. Las articulaciones se nos ponen duras y los músculos nos quedan cada vez más flácidos, más blandos. Además, mientras los dientes se nos aflojan, las neuronas cada vez se nos endurecen más, y se nos hace menos ágil nuestra mente...
Nos acecha la muerte y nadie se salva de ella. Ni los amigos íntimos de Jesús, como Lázaro, de quien hoy nos muestra el Evangelio cómo Jesús lo vuelve a la vida. De nuestro futuro, es lo que sabemos con mayor certeza: vamos a morir. La muerte irremediablemente se acerca, y va dando sus avisos. Dice un cuento que un hombre joven estuvo inesperadamente al borde de la muerte a causa de un accidente imprevisto, y se sentó a hablar con ella, que le dijo: "Esta vez te salvaste, hoy no vas a morir, ¿qué quieres pedirme para cuando venga la próxima vez a buscarte?" El joven le respondió: "Sólo te pido que la próxima vez me avises, para no sorprenderme como esta vez". La muerte aceptó la propuesta. Pasó el tiempo y el joven se olvidó, hasta que, siendo ya muy viejo, se murió. Al encontrarse con la muerte le dijo: "¿Cómo? ¿No habías quedado en avisarme? ¡Otra vez me tomaste por sorpresa!" A lo que la muerte respondió: "¡Ah, muchacho! Ha pasado mucho tiempo, pero yo no dejé de avisarte. Primero vinieron las arrugas, y no le prestaste atención, después te fuiste quedando poco a poco sin movilidad, y tampoco lo hiciste, finalmente, ya estabas lleno de achaques, todo te costaba, no te podías ni mover, y por último, ya ni podías comer solo, ¿y dices que vine de sorpresa?"...
Nuestra experiencia personal es la misma: por una parte contamos con esa aspiración profunda que nos impulsa a querer vivir para siempre, pero por otra parte experimentamos esa limitación que se pronuncia como sentencia final con la muerte...
2. DIOS NOS HA LLAMADO A LA VIDA, Y QUIERE QUE VIVAMOS PARA SIEMPRE... Ese deseo de vivir para siempre, que sentimos como una fuerza imparable dentro de cada uno de nosotros, viene de Dios, de quien hemos recibido el mismo don de la vida. Es Él quien nos ha sembrado en lo más profundo de nuestro corazón deseos de eternidad. Por eso podemos estar seguros que la vida para la que Dios nos ha hecho no es esta vida limitada por la muerte, sino la Vida del mismo Dios...
Creer en Jesús es creer que son verdad las Bienaventuranzas, y que tener alma de pobres, sufrir la aflicción, tener paciencia, tener hambre y sed de justicia, tener un corazón misericordioso, así como un corazón y una mirada pura, y trabajar por la paz, dan como fruto la Vida de verdad. Creer en Jesús y vivir en Él, en definitiva, nos hace participar ya ahora en la Vida que Jesús nos ganó en la Resurrección, para que viviendo con él y por Él, vivamos para siempre...
3. HAY QUE RECIBIR DE JESÚS LA VIDA QUE VENCE LA MUERTE Y DURA PARA SIEMPRE... No importa, entonces, cuánto dure nuestra vida, si pensamos sólo en la duración del tiempo en el que se desarrolla en esta tierra. Mirado el tiempo desde la eternidad, mil años son como el día de ayer, que ya pasó (Salmo 90, 4)...
Lo que importa es tener ya en nosotros la Vida que Jesús ganó en la Resurrección, y que nos regala por su amor. Lo que importa es vivir con la fe, que nos abre a la posibilidad de una Vida que vence la muerte. Hay que vivir en la fe, que nos lleva a buscar esta dimensión de eternidad en todas las vicisitudes de la vida de cada día. Hay que vivir de la fe, para lo cual se hace imprescindible alimentarla cada día con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, que nos hacen vivir ya ahora esa Vida, que viene de Dios, y que dura para siempre...
Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré (Ezequiel 37, 12-14).
Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes (Romanos 8, 8-11).
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él (Juan 11, 1-45).
1. HAY MUCHOS MODOS DE VER, Y MUCHOS MODOS DE ESTAR CIEGO... Hay quienes desde su nacimiento han estado privados del sentido de la vista. A quienes no nos ha sucedido esto nos resulta muy difícil imaginarnos como sería para nosotros el mundo si no pudiéramos ver las formas y los colores. Sin embargo quienes han nacido sin el sentido de la vista han desarrollado mucho más que nosotros los otros cuatro (el oído, el olfato, el gusto y el tacto), de modo que pueden percibir con su propia claridad el mismo mundo en el que nosotros estamos...
Hay otros que por una enfermedad o por un accidente han perdido en parte o totalmente la vista, o la vamos perdiendo con el paso del tiempo. Con un esfuerzo mayor o menor, según el caso, en ese caso se hace necesario aprender a prescindir de un sentido que antes se tenía, y a reemplazarlo con el desarrollo de los otros, para poder moverse en este mundo que antes se podía ver y que ahora sólo se puede percibir sólo con los otros sentidos...
A otros, finalmente, aunque tengamos en suficiente buen estado la vista, nos puede suceder más de una vez que tengamos alrededor de nosotros cosas que son para todos evidentes, y que sin embargo nosotros no alcanzamos a ver. Yo recuerdo que, en los primeros tiempos de mi ministerio sacerdotal, reemplacé por un mes a al párroco de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en San Fernando, que se había tomado vacaciones. El último día de ese mes, cuando entré a la Iglesia para celebrar la Misa, le pregunté a unos fieles que estaban allí cuándo habían puesto una imagen del la Virgen del Carmen que por primera vez veía al lado del altar. Ellos me contestaron que siempre había estado allí, desde que se hizo esa Iglesia. Lo curioso es que yo, después de estar celebrando Misa allí todo un mes, recién el último día alcancé a darme cuenta de la presencia de esa imagen...
Pero además, no sólo con la vista se ve. También con el corazón y con la inteligencia se pueden ver muchas cosas que escapan al sentido de la vista, o se las puede dejar de ver. Por eso es que existe ese refrán tan cargado de sabiduría popular, que nos dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso también hoy Jesús quiere abrirnos, no sólo los ojos, sino también el corazón, para que queramos y podamos ver, a la luz de la fe...
2. LA FE NOS ABRE LOS OJOS, PARA QUE VEAMOS LO QUE DE OTRO MODO NO SE PUEDE VER... Nosotros nacemos de nuevo, para la Vida que viene de Dios, en el Bautismo. Y cuando somos bautizados, recibimos el don de la fe. Esto no da una nuevo horizonte, ya que a partir del Bautismo nuestra vida tiene un destino de eternidad. Con los ojos de la fe, recibida en el Bautismo, podemos ver mucho más allá de aquello que podemos captar con los sentidos. Con los ojos de la fe nos abrimos al sentido profundo de la vida y lo que en ella nos toca hacer para alcanzar la meta de Vida eterna a la que Dios nos ha llamado, el Cielo. La fe nos permite mirar las cosas de otro modo, concentrándonos en lo que es verdaderamente importante, sin caer en distracciones o discusiones estériles, como las de los fariseos, que se pelean entre ellos y discuten porque Jesús curó al ciego de nacimiento en un día sábado, en el que no se podía trabajar, en vez reconocer que hizo lo que ellos no eran capaces de hacer...
Muchos nos han dejado el testimonio de su propia vida iluminada por la fe. Recordemos a San Agustín, en sus Confesiones, a Santa Teresa de Jesús, con su Libro de la Vida, a Santa Teresita del Niño Jesús, con sus manuscritos autobiográficos reunidos en Historia de un alma, así como también a Juan Pablo II en su último libro testimonial, publicado a fines de enero de 2005, Memoria e identidad. Todos ellos nos muestran en sus escritos cómo la fe los ayudaba a ver en medio de la oscuridad. Salvando las distancias, también Obispos de nuestro tiempo, cuando han crecido en edad y en experiencia, se ven impulsados a dejarnos el testimonio de su vida de fe en un libro (Jorge Card. Mejía, Historia de una identidad, Buenos Aires 2005, y Jorge Casaretto, Para mí la vida es Cristo, Buenos Aires 2007)...
El mal se hace ver con insistencia, y a veces deja en la sombra todo el bien que hay a nuestro alrededor. Sin embargo, como nos recordaba Juan Pablo II en el libro recién mencionado, el mal está derrotado para siempre, porque en la Cruz Jesús le dio una enorme paliza de la que no se puede recuperar, porque ha sido vencido para siempre, haciendo del dolor un camino hacia la salvación y de la muerte un camino hacia la Vida. Si todavía el mal tiene alguna presencia, es sólo porque Dios lo permite, para que su presencia nos incentive para hacer el bien, hay un «límite impuesto al mal por el bien divino», y es la misericordia (Memoria e identidad, pág. 29 y siguientes). Los ojos de la fe nos permiten percibir el triunfo definitivo, que nos muestra Jesús desde la Cruz, del bien sobre el mal, y nos permiten también sumarnos a él. De manera silenciosa, como Jesús en la Cruz, sin levantar la voz, y haciendo siempre el bien...
3. RENOVANDO NUESTRO BAUTISMO, PODEMOS VIVIR A LA LUZ DE LA FE... Como el ciego al que Jesús le abrió los ojos, también nosotros podemos ponernos en sus manos, para que nos abra cada día los ojos de la fe, a través de su Palabra y sus Sacramentos. De hecho, eso es lo que intentamos hacer de una manera especialmente intensa en este tiempo de Cuaresma preparándonos para celebrar la Pascua, en la que renovaremos nuestro compromiso bautismal, ya que la Vida que recibimos en este Sacramento llega a nosotros por la muerte y la Resurrección redentora de Jesús. Poniéndonos en las manos de Jesús, dejándonos purificar por Él con la mirada de la fe, encontraremos todo el bien que cada uno de nosotros podemos hacer desde el lugar y en la ocupación que nos toca en la vida...
Desde el día de nuestro Bautismo, con el que fuimos llamados a alcanzar la Vida eterna, Jesús llena de luz nuestra vida y nuestro camino por medio de la fe. De esta manera, cada vez que renovamos lo que en nosotros hizo el Bautismo, se llena de luz el camino de nuestra vida, y se nos hace posible encontrar lo que en ella tenemos que hacer para alcanzar la meta a la que hemos sido llamados...
En el trato cotidiano, en la tarea de cada día, con el vecino y con el hermano,en todas las circunstancias y situaciones de nuestra vida, la luz de la fe nos ayuda a saber lo que nos toca hacer. Con el que está cerca y con el que nos resulta lejano, con el amigo y con el adversario, con el que piensa igual y con el que disentimos en todo, con todos ellos podemos intentar, movidos por la fe, ser más buenos, más justos y más veraces, ya que, como nos ha dicho hoy San Pablo, estos son los frutos de la luz con la que Jesús nos señala el camino, aún en medio de las tinieblas que nos rodean en este mundo oscuro en el que vivimos. Preparándonos a renovar nuestro Bautismo en la celebración de la Pascua, necesitamos aprender cada día de nuevo a hacer todo a la luz de la fe...
1. LA SED NOS HACE BIEN, NOS AVISA LO QUE NOS ESTÁ FALTANDO... Estos días pasados, en los que hizo mucho calor, y no refrescaba a la noche, seguro que tomábamos mucho líquido, más que lo habitual. Y eso porque teníamos también más sed que la habitual. Esto nos muestra hasta qué punto nos resulta útil la sed, porque nos avisa que nos está faltando agua para mantener el equilibrio necesario de nuestra realidad corporal. No hay que olvidarse que, según los que saben, el 70 % de nuestro organismo está constituido por agua. Si no fuera por la sed, correríamos el peligro de deshidratarnos muy fácilmente...
La sed también resulta muy útil cuando en nuestro organismo hay alguna sustancia en exceso, que es necesario eliminar. Si comemos mucha sal, o si nos sube el nivel de la glucosa en la sangre, nuestro organismo trata de eliminar el exceso a través de la orina, y entonces nos crece la sed, porque se hace necesario reponer el agua que perdemos a través de ese proceso...
Además, si hacemos ejercicio, ya sea por el trabajo cotidiano o porque salimos a correr o a practicar cualquier otro deporte, la transpiración nos ayudará a bajar la temperatura del cuerpo, pero al mismo tiempo elimina una cantidad de líquido de nuestro organismo, por lo que inevitablemente nos sube la sed, avisándonos que lo tenemos que reponer...
Sin embargo, es posible que la sed no funcione bien. Eso nos pasa cuando estamos enfermos. El peligro de deshidratarnos puede llegar a ser muy grave, porque no sólo se hace difícil o imposible recuperar la salud en esa condición, sino que puede agravarse la enfermedad. Por eso, cada vez con más facilidad, ante cualquier enfermedad, si perdemos el hambre y la sed, inmediatamente nos inyectan suero, que, entre otras cosas, impide que nos deshidratemos...
En todo caso, hablamos de la sed no sólo cuando se trata de la necesidad que tiene nuestro organismo del agua. Lo hacemos también de manera figurada. Por ejemplo, cuando vemos deportistas que se esfuerzan por alcanzar sus metas, enseguida concluimos que los mueve la sed del triunfo. De hecho, ni el mejor de los delanteros de un equipo de fútbol haría muchos goles, sino lo moviera la sed de triunfos. De la misma manera, podemos decir con seguridad que nuestra sed no se agota con lo que podemos beber. Es mucho más profunda, ha sido sembrada por Dios mismo en lo más profundo de nuestro corazón, y podemos decir que se trata de nuestra sed de trascendencia, nuestra sed de eternidad. En definitiva, tenemos sed de Dios, ya que no sólo fuimos hechos por Él, sino que fuimos hechos para Él. Como decía San Agustín en una oración: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y mi corazón está inquieto hasta que repose en Ti". Por eso, hoy Jesús, a través de su encuentro con una mujer samaritana, quiere enseñarnos a calmar esa sed...
2. SÓLO EL AMOR DE DIOS PUEDE CALMAR TODA NUESTRA SED..."Si conocieras el don de Dios", dice Jesús a una mujer samaritana. Dios tiene un don capaz de calmar nuestra sed. Ese don es su Amor. Es un regalo gratuito, que no se paga, sólo hay que pedirlo y Él lo regala, por eso lo llamamos también "gracia". La gracia de Dios, el Amor que Dios puede derramar sobre nuestros corazones, es el único que es capaz de sanar nuestra sed de eternidad...
En nuestro tiempo sucede con demasiada frecuencia que estamos "enfermos" de consumismo, corriendo con demasiada frecuencia y demasiada energía detrás de cosas que no alcanzan a saciar nuestra sed más profunda, que será siempre nuestra sed de eternidad y nuestra sed de Dios. Por eso esa sed se encuentra quizás muchas veces acallada, silenciada, sepultada detrás de un montón de cosas que sólo nos suman angustia o intranquilidad. Necesitamos, entonces, momentos especiales, en los que nos dediquemos con atención especial, a prestar atención a nuestra sed más esencial, nuestra sed de Dios, nuestra sed de eternidad. Eso es lo que hacemos en este tiempo de Cuaresma, un tiempo de "vuelta a Dios", que tiene que ayudarnos a percibir nuestra sed más esencial...
Se trata de conocer el don de Dios, y para eso hace falta recuperar el sentido de la sed, de esa sed profunda que nos lleva a la búsqueda del Amor de Dios, con el que Él quiere inundar nuestros corazones, para que vivamos de lo esencial y para lo esencial. Se trata, en este tiempo, de zambullirse de lleno en el Amor de Dios, con el que Él nos habla a través de su Palabra, y con el que Él se manifiesta a través de sus Sacramentos, haciéndonos alcanzar lo único que verdaderamente nos puede saciar...
A nosotros, que quizás estemos tan acostumbrados a contar siempre con estos auxilios con los que Dios viene a socorrernos que ni siquiera los tomamos en cuenta con la debida atención, a nosotros que tenemos a nuestra disposición estas fuentes inagotables de su Amor y de su gracia, nos puede venir bien recordar el modo en que alguien que se consideraba a sí mismo agnóstico, nos describía en una poesía, lo que para él consistía una ilusión y para nosotros es una realidad que Dios pone todos los días al alcance de nuestras manos. Nos decía Antonio Machado, en esta poesía en la que describía, aún sin conocerla, lo que nosotros llamamos "gracia", es decir, el Amor de Dios derramado sobre nosotros:
3. DIOS NOS LLAMA A BEBER DE SU FUENTE, PARA SER TESTIGOS DE SU AMOR...En este tiempo de Cuaresma, entonces, para prepararnos a celebrar el Amor de Dios, que desde la Cruz nos llama y nos lleva a la Resurrección, se trata, sobretodo, de acudir con más insistencia, a la fuente en la que es posible saciar nuestra sed más profunda. Esa fuente es el mismo Jesús. El que beba del agua que Él nos da, nunca más volverá a tener sed...
Bebiendo del Amor de Dios podremos encontrar los caminos para saciar el hambre y la sed que hoy hay a nuestro alrededor, el hambre y la sed de las cosas que no se agotan, y que nos pueden saciar de verdad. La Palabra de Dios y los Sacramentos son hoy para nosotros la fuente en la que podemos alimentarnos de este Amor de Dios. Son los signos eficaces del Amor de Jesús, el Agua Viva, manantial de Vida Eterna, capaz de calmar nuestra sed...
Pero, además, bebiendo de esa fuente, que nunca se agota, podremos convertirnos nosotros mismos en una fuente donde los demás se encuentren con el amor de Dios. Jesús nos dice que el agua que Él nos dará se convertirá en nosotros en manantial que brotará hasta la Vida eterna. Alimentados con el Amor de Dios, nosotros mismos podremos ser sus testigos, y podremos hacer algo para acercar este alimento imprescindible a todos los que nos rodean, para que también ellos se puedan saciar...
1. ES MÁS FÁCIL EMPRENDER LA MARCHA CUANDO SE VE CON CLARIDAD LA META... Mañana es lunes, y muchos comenzarán su régimen de comidas, que suelen iniciarse "los lunes" (a veces se abandonan ya el martes). Será mucho más fácil emprenderlos, si se tiene clara la meta y ésta es buena, y no consiste sólo en una cuestión estética sino en un debido cuidado de la salud. Si nos sube la presión, el médico seguramente querrá que comamos sin sal (si nos suben los kilos, que comamos sin grasas, y si nos sube la glucemia, que comamos sin azúcares y con pocos hidratos de carbono). ¿De dónde sacamos fuerza para hacerle caso, si no nos convencemos de las ventajas que tendremos, al precio del esfuerzo emprendido, al alcanzar la meta de una mejor salud? Lo mismo pasa con cualquier tratamiento médico. Para dejar de fumar hay que estar convencidos de la ventaja de tener más limpios los pulmones...
A los deportistas les sucede lo mismo. No necesariamente alcanzan los mejores resultados los que tienen mayor capacidad natural para el deporte, sino los que, con la atención fija en las metas que se proponen, pueden poner más empeño en desarrollar sus capacidades al máximo, y son capaces de esforzarse más en el entrenamiento y la capacitación continua (ya lo decía un director técnico que alcanzó un título mundial con la selección argentina: el mejor pateador sólo alcanzará su mejor rendimiento posible si todos los días después de su entrenamiento habitual, se queda un buen rato pateando, hasta lograr dirigir la pelota exactamente donde quiere)...
También vale esto para los jóvenes que emprenden una carrera profesional. Si tienen clara la meta que quieren alcanzar, podrán poner todos los medios y todos los esfuerzos que los mantendrán en el camino y les permitirán llegar a lo que buscan...
En realidad, esto mismo nos sucede a todos nosotros con la vida. De manera especial podemos asumir que en este caso se trata de un camino que lleva a una meta. Y es más fácil recorrerlo, si vemos con claridad y estamos convencidos de la meta detrás de la cual vamos durante todo su recorrido...
Dios nos llama, como llamó a Abraham, a ponernos en marcha hacia una tierra prometida. Somos peregrinos en esta tierra, como decimos en una canción que se suele utilizar en la Liturgia al comienzo de la Misa. Nuestra marcha es hacia la Casa paterna, hacia el Cielo. Y, como nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy, hace falta padecer sufrimientos si nos tomamos en serio esta Buena Noticia en la que consiste esencialmente el Evangelio. En ese sufrimiento nos sostiene la fortaleza de Dios, que nos ayuda tener siempre presente la meta...
2. JESÚS TRANSFIGURADO NOS MUESTRA LA META, PARA QUE NOS ANIMEMOS A ASUMIR LA CRUZ... Eso fue lo que hizo con los Apóstoles Pedro Santiago y Juan, inmediatamente después de haberles anunciado que su camino pasaría por la Cruz. Y para animarlos, apareció ante ellos transfigurado, con el rostro resplandeciente como el sol y las vestiduras blancas como la luz, mostrándoles anticipadamente el final que alcanzaría con la Resurrección. Nosotros también estamos hechos para la gloria y para la resurrección. A su lado, estaban Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas, es decir, toda la Palabra de Dios. Y Dios Padre les decía en ese momento, refiriéndose a Jesús con autoridad y con vehemencia, y nos dice ahora a nosotros: «¡Escúchenlo!»...
Esto no se hace sin sufrimiento. El amor nos lleva a entregar la vida buscando el bien de nuestros hermanos. Esto requiere esfuerzo, ánimo, constancia. Por eso, porque nos puede invadir el desaliento o el cansancio, Jesús nos muestra la meta, como a los Apóstoles. Mientras caminamos en esta Cuaresma por este camino de fe que nos hace crecer en el amor, Jesús nos ayuda a levantar la mirada, para que viéndolo a Él transfigurado, con el rostro resplandeciente y las vestiduras blancas, tal como será después de la Cruz gracias a su Resurrección, recordemos y tengamos siempre presente, a la hora de la Cruz, que nuestra meta es el Cielo...
3. PARA NO TROPEZAR EN LAS PIEDRAS DEL CAMINO, HAY QUE TENER SIEMPRE A LA META... El camino de la fe tiene sus piedras de tropiezo. Ya vimos el Domingo pasado qué pasa cuando aparecen bajo la forma de la tentación, cómo se hace para superarlas. Pero no alcanza caminar sólo con la mirada fija en el piso, mirando sólo las tentaciones, porque tarde o temprano caeremos en ellas. Fijar la mirada en el piso puede servir para no llevarse por delante los escalones o para no caerse en los agujeros que a veces hay en las calles de Buenos Aires. Pero no sirve para el camino de la vida, para el cual hace falta tener siempre a la vista la meta...
Aquí vemos a Inés, una de las ancianas residentes en el Hogar de las Hermanitas de los Pobres en Tacna, Perú, a quien conocí en agosto de 2006. Su rostro cargado de arrugas nos deja ver que su vida ha estado cargada de sufrimientos, escondidos en su silencio. Se adivinan detrás de sus ojos muchos momentos de oscuridad. ¿Cómo habrá podido sobrellevarlos, hasta encontrar la mano tierna de las Hermanitas haciéndole conocer el rostro amigo del amor fraterno? No lo sabemos. Pero todos los grandes santos tuvieron sus momentos de oscuridad. Nos lo cuentan Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresita del Niño Jesús, entre otros. Y todos ellos nos muestran que lo que siempre los sostuvo fue elevar la mirada, como los Apóstoles ante Jesús transfigurado, para encontrar en el Cielo el ánimo para afrontar los momentos de la Cruz...
En esos momentos hay que buscarse el tiempo, por ejemplo a través de momentos dedicados especialmente a la oración, con más intensidad en este tiempo de Cuaresma, para recordar, con la mirada dirigida hacia le Cielo, que allí está nuestra meta. Así podremos recobrar el entusiasmo que nos permita cargar con alegría la Cruz, en nuestra marcha hacia el Cielo, a donde vamos...
El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra». Abram partió, como el Señor se lo había ordenado (Génesis 12, 1-4a).
Querido hijo: Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo. Porque Él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia (2 Timoteo 1, 8b-10).
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mateo 17, 1-9).
1. LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE PARECEN A PRIMERA VISTA... Basta para comprobarlo prestar atención a lo que dicen los vendedores sobre los diversos artículos de consumo, cuando quieren convencernos de sus bondades. Siempre abundan en la descripción de sus virtudes y ventajas, y ocultan o guardan respetuoso silencio sobre sus limitaciones o defectos. Después, si los llegamos a adquirir, no tardan en aparecer los defectos que inevitablemente tienen todos los objetos consumibles que se nos ofrecen. Incluso a veces, comparando la descripción de los vendedores y la realidad de lo que hemos comprado nos parece que nos han estafado...
Lo mismo sucede con los negocios. Suelen presentarse siempre como ventajosos para todos los que intervienen, aunque en realidad resultan realmente así sólo unos pocos, los que están bien hechos. En otros casos (que en algunos lugares pueden convertirse en la mayoría) resultan ventajosos sólo para algunos, teniéndose como resultado lo que vemos que sucede con frecuencia en la economía de mercado: por más mecanismos que se traten de implementar para alcanzar un sano equilibrio, los ricos terminan siendo cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres...
En realidad, una cosa similar sucede con las tentaciones que aparecen cada día en nuestra vida. Tal como se ve en el descriptivo relato del Génesis, también a nosotros el demonio trata de confundirnos, presentándonos verdades a medias (que es un modo de presentarnos mentiras). Las tentaciones siempre se esconden detrás de algo que aparece como bueno, pero que es un bien que está fuera de lugar, un bien desordenado, y que por lo tanto deja de ser tal. La voluntad sólo se mueve por el bien. Por eso, siempre que elegimos algo, es porque nos parece bueno. Pero hay que tener cuidado de no caer en la trampa que nos presentan los bienes aparentes, juzgando con cuidado el bien que es debido en cada lugar. Sirve como ejemplo el amor entre el hombre y la mujer, un gran bien que, sin embargo, no es tal si no va de la mano del compromiso para toda la vida, propio del matrimonio. La expresión sexual de la entrega mutua es en sí mismo un bien, que, sin embargo, sólo se encuentra en su lugar dentro del matrimonio...
Por eso, al comenzar la Cuaresma, tiempo de conversión que nos prepara a la celebración de la Pascua, Jesús nos muestra cómo se vencen las tentaciones, a través de lo que Él mismo hizo en el desierto, que nosotros intentamos revivir en este tiempo de Cuaresma, un tiempo de un encuentro más vivo con Dios...
2. LA PALABRA DE DIOS NOS ILUMINA PARA VENCER TODAS LAS TENTACIONES... Todas las tentaciones que pueden presentarse en nuestra vida se resumen en las que tuvo que enfrentar Jesús en el desierto, lugar al que se retiró para pasar cuarenta días en la soledad y en la oración, preparándose para el comienzo de su ministerio público. Y justamente, Jesús nos enseña a encontrar en la Palabra de Dios la respuesta que nos permite vencer todas las tentaciones...
a) Su primera tentación, la de saciar el hambre al que lo llevaron los días de ayuno, nos habla de todas las tentaciones que nos presenta el mundo materialista y hedonista de nuestro tiempo, proponiéndonos el camino de la felicidad por la satisfacción de los sentidos. Frente a esta mentira, Jesús nos recuerda, con la Palabra de Dios, que no sólo de pan vive el hombre. De hecho, nuestro alimento principal viene de Dios, son las Palabras que salen de su boca. Por eso, no hay Mesa más importante que aquella en la que el mismo Jesús y su Palabra se nos brindan como el alimento que nos fortalece. En eso consiste la Misa dominical, como también la de cada día, si tenemos la posibilidad de acudir a ella, al menos de vez en cuando. No sólo de pan vive el hombre, y no sólo de salud, podemos agregar en este tiempo en el que nos toca ser testigos de la enfermedad que afecta a la Madre María Leticia, que la llevó a la libre y valerosa decisión de renunciar a su oficio de Abadesa de la Abadía Santa Escolástica. Si en la salud sirvió durante casi 31 años a las monjas de la Abadía en el ejercicio de su función maternal, no lo hará menos ahora desde la enfermedad...
b) Frente a la tentación de la solución mágica de las dificultades, que para Jesús se presentaba como la posibilidad de tirarse desde la parte más alta del Templo confiando en que Dios no podía abandonarlo y debía enviarle a los Ángeles para que lo sostuvieran como entre algodones, Jesús nos enseña que no hay que tentar a Dios, a no empeñarnos a escapar siempre y a toda costa al dolor. No hace falta estar siempre pidiéndole a Dios milagros que nos permitan superar fácilmente las dificultades. Podríamos pedirle al Señor que libre a Madre María Leticia de la enfermedad que los médicos no pueden curar, y Dios podría ciertamente regalarnos ese milagro. Pero no serviría de mucho, si no fuéramos capaces de crecer también aceptando, como ella lo hace, este tiempo de su enfermedad como un tiempo de gracia en el que Dios obra la redención...
c) Finalmente, se le presentó a Jesús también la tentación del poder, como la posibilidad de poseer y dominar el mundo entero. Seguramente a ninguno de nosotros se nos presente esa tentación con una dimensión tan grande, pero también seguramente de algún modo se nos presenta el deseo de dominar y someter a los demás, por ejemplo como la tentación de solucionar los problemas de la convivencia humana imponiendo nuestra voluntad a los demás. La respuesta de Jesús nos ayuda a tener en cuenta que sólo Dios es Dios y sólo a Él tenemos que adorar...
Me parece que esto pone mucha luz sobre el momento de gracia que vivirán las Hermanas Benedictinas de la Abadía de Santa Escolástica cuando el próximo Domingo, debidamente convocadas por el Abad Presidente de la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur, deban elegir su nueva Abadesa. En ese momento tendrán la posibilidad de experimentar muy vitalmente el profundo sentido religioso del voto en la Iglesia. Para servir a Dios con fidelidad deberán disponerse dócilmente con la oración, para que cada una de ellas puede ejercer su voto no como la parte de poder que tiene en sus manos para arrastrar a las demás detrás de su propia voluntad, sino como la oportunidad que el mismo Dios pone en sus manos de abrirle la puerta de la Abadía al Espíritu Santo, para que en esa elección se haga Su voluntad. En su oración, entonces, podrán encontrar las Hermanas su verdadero poder...
3. SIEMPRE HABRÁ TENTACIONES, PERO DE LA MANO DE JESÚS PODREMOS VENCERLAS... La enseñanza de Jesús es clara y contundente. Es acudiendo a la ayuda de la Palabra de Dios como nos será posible responder siempre a todas las tentaciones. Si nos tomamos de la mano de Jesús, siempre tendremos su Palabra a mano, y guiados con ella podremos encontrar el camino que nos permita superar las tentaciones, sin caer en sus trampas y falsas ilusiones...
Es cierto, si nos tomamos firmemente -con las dos manos y sostenidos por la fe-, de Jesús, no tardarán en aparecer en nuestra vida la Cruz, el dolor y el sacrificio que acompañan siempre a la entrega a su Voluntad. Es inevitable. La Cruz es el lugar preferido de Jesús. Ella fue su camino para llegar a la Resurrección y regalarnos la salvación (como es también el nuestro para recibir este don). Vale, entonces, aprender también en esto del testimonio que nos entrega en estos días la Madre María Leticia. Ella en medio de su enfermedad no he perdido su reconocida alegría. La sigue viviendo en la medida propia de este momento de Cruz que el Señor en su misteriosa voluntad le tenía preparado. Feliz y agradecida por el camino que Dios le presentó y la ayudó a recorrer en sus muchos años de consagración religiosa, la mayor parte de ellos (en verdad, casi la mitad de su vida) como Madre Abadesa, sigue hoy, disminuida en sus fuerzas y en sus posibilidades pero igualmente firme en su fe, entregándose cada día a la Voluntad de Dios, en la que ella y nosotros encontraremos siempre los dones de la salvación...
El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?». La mujer le respondió: «Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte». La serpiente dijo a la mujer: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal». Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera (Génesis 2, 7-9 y 3, 1-7).
Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de al Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia. Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos (Romanos 5, 12-19).
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo (Mateo 4, 1-11).
1. COMO LAS PLANTAS Y LAS FLORES BUSCAN LA LUZ, NOSOTROS BUSCAMOS LA FELICIDAD... Las plantas necesitan la luz para crecer. Es una necesidad natural. La luz permite que se produzca la fotosíntesis, el proceso químico que permite transformar la sustancias minerales que toman de la tierra en sustancias orgánicas...
De la misma manera, la felicidad es el motor que nos pone en marcha, y que nos mueve para hacer todo lo que hacemos. En realidad, Dios nos hizo para eso, para la felicidad. Y por eso, a través de todo lo que hacemos siempre estamos buscando la felicidad. Así es nuestra condición humana, y no tenemos otro modo de movernos, que no sea buscando la propia felicidad. Por eso, las cosas más nobles, y también las más depravadas, se hacen buscando la felicidad. Cuando los jugadores de fútbol hacen un gol están corriendo detrás de la felicidad que esperan alcanzar con el triunfo. Cuando los jóvenes eligen una vocación, también lo hacen para ser felices. El que siembra, y el que cosecha, lo hace buscando también ellos la felicidad. Pero también el que roba busca ser feliz a través de lo que realiza, lo mismo que el que mata, o el que miente, o falsea las cosas, o extorsiona desde una posición de poder para conservar su parte en la torta del poder...
Sin embargo, aunque en todo lo que hagamos estemos siempre buscando la felicidad, está claro que no todo sirve para alcanzarla, y por eso muchas veces vemos frustrada la felicidad detrás de la que hemos corrido...
También Jesús, a través de las Bienaventuranzas, que hoy hemos proclamado con el Evangelio de San Mateo, nos muestra un gran contraste entre los modos humanos y los que Dios pone al alcance de los más pobres y sencillos para alcanzar la felicidad. En realidad, la felicidad es para todos, pero la única manera de alcanzarla es poner en práctica las Palabras de Dios, ya que nuestra felicidad siempre será su obra y su regalo para con nosotros...
"Felices", nos dice hoy ocho veces Jesús, y nos señala de esta manera los caminos por los que nos lleva la fidelidad a su Palabra:
- Felices los que tienen alma de pobres: porque sólo de esa manera se puede esperarlo todo de Dios.
- Felices los pacientes: esta "ciencia de la paz" es necesaria para esperar con confianza los dones de Dios.
- Felices los afligidos (es decir, los sufridos, los sacrificados, los austeros): porque desde allí es posible gustar el consuelo de Dios. Así fue la vida de Enrique, que sufrió mucho, física y moralmente, durante sus días en el Hogar, por las limitaciones físicas que lo llevaron progresivamente a depender en todo de los demás, y que con su sonrisa, casi el único modo que le quedaba para expresarse antes de su muerte, nos mostraba hasta qué punto contaba con el consuelo de Dios.
- Felices los que tienen hambre y sed de justicia: eso mismo sintió Jesús, y nos salvó.
- Felices los misericordiosos: porque eso mismo los hace capaces de recibir la misericordia de Dios.
- Felices los que tienen un corazón puro: porque así pueden mirar todo con la mirada de Dios.
- Felices los que trabajan por la paz: porque tienen la certeza de trabajar siempre de la mano de Dios.
- Felices los perseguidos por practicar la justicia: porque siguen el camino y alcanzan la meta de Jesús. Su justicia lo llevó a la Cruz, y desde allí nos abrió las puertas del Cielo...
De todos modos, si tuviéramos que elegir algún trozo del Evangelio que nos mostrara en pocas palabras todos los caminos por los que Dios nos quiere llevar a la felicidad que tanto ansiamos, sin duda éste trozo debería ser el de las Bienaventuranzas. Jesús nos plantea a través de ellas los caminos por los que se alcanza la felicidad para la que nos ha hecho...
Por eso, ya que queremos ser felices, no hay que perder el tiempo en las distracciones que muchas veces no nos prestan más que alegrías que se acaban demasiado pronto. Tenemos que ponernos en marcha, sin demora, par ser felices recorriendo los caminos por los que nos llama Dios...
Tenemos que elegir al menos una de las Bienaventuranzas, y disponernos, como peregrinos en marcha hacia el Cielo al que el mismo Dios nos ha llamado. En la mochila, sólo tendremos que cargar las Bienaventuranzas, y el bastón en el que tenemos que apoyarnos para que nos sostenga en la marcha será nada más y nada menos que el mismo Dios...
Busquen al Señor, ustedes, todos los humildes de la tierra, los que ponen en práctica sus decretos. Busquen la justicia, busquen la humildad, tal vez así estarán protegidos en el Día de la ira del Señor. Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán sin que nadie los perturbe (Sofonías 2, 3 y 3, 12-13).
Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: "El que se gloría, que se gloríe en el Señor" (1 Corintios 1, 26-31).
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron» (Mateo 4, 25 - 5, 12).
1. LAS NOCHES DE LUNA LLENA TIENEN SIEMPRE UNA FASCINACIÓN ESPECIAL... Se suceden cada 29 o 30 días (dejo de lado las precisiones técnicas, que aquí no interesan). Y es posible que, especialmente si estamos de vacaciones, las esperemos con ganas. Si llega a coincidir con una noche sin nubes, la luna llena puede desplegar toda su magia, todo su esplendor, como pasó aquí en Bariloche el pasado martes 22 de enero...
Llega el día de luna llena cuando la tierra se encuentra ubicada exactamente entre el sol y la luna, de modo tal que cuando se pone el sol en el oeste, la luna, que está del otro lado, comienza a levantarse desde el este. Los colores dorados que el atardecer pone sobre toda la naturaleza, incluida la luna que comienza a asomar encendida de sol, van trastocándose poco a poco, con los resplandores de la luna, que va tiñendo todo con sus colores plateados...
Tiene una especial fascinación contemplar cómo en las noches de luna llena, cuando no está nublado, las tinieblas son derrotadas por la luz del sol, que se refleja en la luna, enteramente volcada hacia nosotros como un gigante espejo. Es la misma luz del sol, que no deja nunca de dirigirse hacia la tierra, aunque debido al giro de la tierra sobre su propio eje hace que cada veinticuatro horas tengamos una noche, más o menos larga según la época del año, con la cual la luna llena parece enfrentarse en singular batalla...
La noche siempre nos causa cierto temor. Yo creo que es así porque, hechos para la luz, nos incomoda la oscuridad, ya que no nos deja ver lo que tenemos por delante, y nos chocamos con todo aquello que parece lanzarse a propósito sobre nosotros, justo cuando no lo vemos, para hacernos chocar o tropezar...
De todos modos, es necesario tener en cuenta que la oscuridad se da no sólo cuando se oculta el sol sino también en pleno día. Esto sucede porque también podemos llamar oscuridad a lo que se abate sobre nuestros corazones y las de otras personas, cuando no alcanzamos a conocer o entender el mundo y las personas que nos rodean. También es oscuridad lo que nos invade cuando nos empecinamos en un mal camino, cuando nos quedamos ciegos para ver el bien que nos rodea, cuando somos insensibles ante las necesidades de los otros. En definitiva, podemos llamar oscuridad a todo lo que nos lleva al olvido o la negación de Dios, a la torpeza de nuestro pecado. Entonces podemos comprender que la necesidad que tenemos de la luz no se limita a la urgencia de ver las cosas para no llevárnoslas por delante, sino que necesitamos una luz verdadera para que la vida misma adquiera su sentido y sea posible encontrar su meta...
2. JESÚS VINO PARA ILUMINAR A TODO HOMBRE QUE NO SE RESISTA A SU LUZ... Es esa Luz que surge de su Amor, nacido en el Pesebre y probado hasta la Cruz. Se puede decir muy sencillamente en qué consiste la Luz que Jesús nos ha traído. Él es Dios, y es Hijo de Dios, y haciéndose Hombre nos ha hecho a nosotros mismos hijos de Dios por adopción, miembros de su familia. Nos ha ayudado a reconocer que tenemos todos un mismo Padre, y somos miembros de una familia, hermanos entre todos nosotros...
Se entiende, entonces, que la Palabra de Dios, de la que San Pablo se hace eco, nos llama a ponernos de acuerdo, superando todas las divisiones, para vivir en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y sentir: pensar y sentir como piensa y siente Jesús. Esto nos llevará a pensar y sentir buscando el lugar de todos y de cada uno en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestra ciudad, en nuestra patria, sin ningún tipo de exclusión ni de excluidos. Pensar y sentir reservando los mejores pensamientos, intenciones y acciones en favor de los más pequeños y más urgidos. Pensar y sentir buscando cada uno a qué puede renunciar hoy, en favor del bien de todos, que se llama bien común (este bien requiere que todos y cada uno renuncie a un bien propio, pero resulta mayor que la suma de todos los bienes a los que cada uno renunció). Pensar, sentir y hacer lo que cada uno puede aportar a la hora de construir...
Pero además, así como la luna refleja el sol, especialmente en los días de luna llena, porque recibe plenamente su luz y vuelve toda su esfera hacia nosotros, así también, iluminados por Jesús, cada uno de nosotros puede volverse hacia los demás, y ser un fiel reflejo de toda la luz con la que Él nos ha iluminado. Siempre todo lo que recibimos de Dios es no sólo un don, sino que también se convierte en una tarea, en una misión. Nuestra vida entera, iluminada por Jesús, puede y debe ser un reflejo de su Luz, para que llegue también a todos los demás...
3. EL REINO DE DIOS SE ACERCA A NOSOTROS SI, CONVERTIDOS, NOS DEJAMOS ILUMINAR POR JESÚS... Nadie puede pretender ser para sí mismo y para los demás la luz que despeje todas las tinieblas, sólo Jesús es la Luz que a todos ilumina, y quien despeja todas las tinieblas. Para vivir en la luz, entonces, es necesario dejarse iluminar por Jesús. Como la luna, que no brilla por sí misma, sino que refleja la luz del sol, así nosotros, si queremos vivir en la luz, tenemos que dejarnos iluminar por Jesús. Para ello bastará con tener en cuenta la exhortación que Jesús nos hace hoy a todos en el Evangelio. Es necesaria la conversión, el cambio de rumbo, de dirección, para que podamos vivir en serio el Evangelio...
Podríamos decir, con la comparación a la que hoy nos llevó la luna llena, que necesitamos volver todo nuestro rostro hacia Jesús, para que podamos recibir toda su luz. Y al mismo tiempo, deberíamos volcar toda nuestra vida hacia el servicio de nuestros hermanos en el amor, para que les llegue también a ellos el fruto de la luz con la que Jesús nos ha iluminado...
En un primer tiempo, el Señor humilló al país de Zabulón y al país de Neftalí, pero en el futuro llenará de gloria la ruta del mar, el otro lado del Jordán, el distrito de los paganos. El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia. como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín. Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián (Isaías 8, 23 - 9. 3).
Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que hay discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo». ¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo no he bautizado a ninguno de ustedes, excepto a Cristo y a Gayo. Sí, también he bautizado a la familia de Estéfanas, pero no recuerdo haber bautizado a nadie más. Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia (1 Corintios 1, 10-14 y 16-17).
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: "¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz." A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente (Mateo 4, 12-23).
1. NO TODOS LOS MOMENTOS DE LA VIDA SE VIVEN CON LA MISMA INTENSIDAD... Por ejemplo hoy, que hemos subido al filo del Cerro Catedral, hemos conocido algunos momentos especialmente intensos. Por un lado, el comienzo, cuando nos dispusimos a enfrentar el desafío, teníamos toda la carga de ansiedad y expectativas que hacen falta para emprender una aventura, sobretodo ustedes que pasarán unos cuantos días de refugio en refugio (yo, con un ritmo más apropiado a mi edad, bajaré hoy mismo, Dios mediante). Por otro lado estará el final, cuando después de todo el recorrido, se llegue a la meta, ustedes después de unos días que serán muy intensos, yo dentro de un rato, después de emprender el descenso por el mismo camino que nos trajo hasta aquí. Junto con todo el cansancio acumulado, en diversas medidas, viviremos el gozo de la meta alcanzada, con toda la perspectiva que nos dará el camino recorrido...
En el medio, entre uno de estos momentos y el otro, es muy posible que nos surja más de una vez una pregunta que puede volverse insidiosa, y que aparece sin falta cada vez que emprendemos algo que vale la pena, pero requiere un esfuerzo: "¿y quién me mandó a mí a meterme en este camino, que parece no terminarse nunca, y que va acabando con todas mis fuerzas?". Así, caminar por la montaña se hace una vez más una escuela de la vida, en la que en unas pocas horas se condensa una experiencia similar a la de todo el camino de la vida...
Como decía Werner K. Heisenberg, el físico nuclear que descubrió el principio de indeterminación, con el que se abrieron inmensos campos de investigación y descubrimientos en la física cuántica, en el camino de la montaña sucede lo mismo que en el camino de la vida: al comenzar la marcha se ve con claridad el punto de arranque y la meta a la que se quiere llegar, y también se tiene una idea del camino que lleva de un lugar a otro. Cuando se llega al final, nuevamente se ve todo, y con una mayor claridad. En el medio del camino, en cambio, seguramente ya no se ve el punto desde el que hemos partido, y tampoco está a la vista la meta. Sin embargo, para alcanzarla, por tediosa que parezca la marcha, hay que seguirla con perseverancia, hasta el final...
Lo mismo nos enseña hoy la Palabra de Dios, mostrándonos a través de Jesús que nuestra vida es una vocación...
2. LA VIDA ES UNA VOCACIÓN, ES DECIR, UN LLAMADO QUE NOS HACE DIOS... Por esta razón, de nuestra parte entonces la vida es siempre una respuesta a Dios, que nos ha llamado. Él es quien nos llama a la vida, y con el Bautismo hace de nuestra vida un llamado a la santidad y a la eternidad, tal como lo reconoce San Pablo para su propia vida, en el comienzo de la primera carta a los Corintios, que fue nuestra segunda lectura de hoy...
La vocación, el llamado de Dios, tiene algunos signos externos, no siempre fáciles de interpretar, pero que todos de algún modo pueden ver. Juan el Bautista descubre en Jesús los signos que lo muestran como el Hijo de Dios, el Cordero de Dios, que es capaz de vencer el pecado del mundo, y da testimonio de ello con valentía. Pero la vocación, el llamado de Dios, también tiene sus huellas en el interior de cada uno de nosotros. Y por eso cada uno de nosotros tiene que hacer el trabajo de reconocerlas, para poder responder con fidelidad a Dios. El mismo Jesús hubo de reconocer los signos con los que su Padre le señaló el camino, desde el Pesebre hasta la Cruz, por el que hubo de realizar nuestra salvación, a través de la Resurrección...
También a nosotros nos toca descubrir a cada paso el camino por el que Dios quiere llevarnos a la salvación, y esa es nuestra vocación. Hay momentos más intensos, en los que se toman las grandes decisiones, y otros más tediosos, que pueden hacernos sentir el cansancio (como en la montaña). El mismo profeta Isaías pasó por momentos de desazón, como nos mostraba la primera lectura, en los que pensaba que se había fatigado en vano y había gastado inútilmente sus fuerzas (también en la montaña a veces se puede tener esa sensación). Sin embargo, incluso en esos momentos supo reconocer que Dios lo había llamado desde el vientre materno, y desde allí era posible reconocer y seguir con fidelidad su vocación, anunciando la salvación que viene de Dios hasta los confines de la tierra...
Tomadas las grandes decisiones, no se acaba la necesidad de seguir renovando nuestra respuesta a Dios. Las circunstancias de la vida son siempre nuevas, cada día. Y para perseverar en nuestras decisiones y en nuestra respuesta a Dios, es necesario renovar nuestras intenciones y disponer nuestro sí nuevamente, ya que sólo de este modo, aunque cambie y a veces depare sorpresas el camino de la vida, podremos seguir siempre sin dudar el camino por el que Dios nos ha llamado...
3. TODA LA VIDA ES EL ESPACIO DE NUESTRA RESPUESTA A DIOS... El nos ha llamado. Haber nacido, haber sido bautizados y haber caminado hasta hoy en el camino de la vida nos ha servido para ir descubriendo el camino por el que nos sigue llamando Dios...
Una vez más, la montaña se convierte en una muy buena escuela. Cuando se sube a la montaña, y más aún cuando se baja y uno está apurado para llegar, a veces es muy fuerte la tentación de tomar atajos que parecen más cortos y fáciles. El riesgo es muy grande, con demasiada frecuencia la experiencia ya nos ha enseñado que los atajos no suelen llevarnos a la meta que nos hemos trazado, tarde o temprano tenemos que volver atrás y retomar la buena senda. También en la vida es necesario seguir la buena huella, hay que reconocer las marcas del camino y avanzar sin apartarse del sendero trazado para poder llegar a la meta, es decir, al encuentro pleno y definitivo con Dios en su Casa, en el Cielo...
El Señor me dijo: «Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré». Pero yo dije: «En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza». Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. El dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra» (Isaías 49, 3-6).
Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos, junto con todos aquellos que en cualquier parte invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, Señor de ellos y nuestro. Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo (1 Corintios 1, 1-3).
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Juan 1, 29-34).
1. LAS COSAS NO SIEMPRE CUESTAN TODO LO QUE VALEN NI VALEN TODO LO QUE CUESTAN... Esto lo hemos podido comprobar en Argentina en los últimos días. Mientras el barril del petróleo vale hoy en el mundo 100 dólares, en la Argentina su precio es de 41 dólares, y las consecuencias no se dejan esperar: las empresas pretenden vender sus extracciones más afuera del país que dentro del mismo, donde además el gobierno ejerce una presión constante para que el precio del combustible en las bocas de expendio no alcance su precio real sino que se mantenga muy por debajo del mismo; así se pasa de la escasez de un día a la noticia del día siguiente de un posible acuerdo entre las empresas y el gobierno, de los precios que en un momento suben a la noticia de su retroceso al valor que tenían en octubre del año pasado. Son inevitables las preguntas sin respuesta cierta: ¿cuánto valen hoy el petróleo y sus combustibles derivados, y cuánto cuestan?...
Pero esto mismo sucede en otros ámbitos y con otras cosas. Algunos buenos amigos que saben de algunas costumbres de mi juventud me regalaron hace poco unos zapatos de una fábrica de marca reconocida, sabiendo que me gustarían especialmente. En mis tiempos de juventud esa fábrica hacía unos mocasines que estaban de moda y que todos queríamos tener. De tal modo se había hecho esa fábrica un buen nombre que uno sentía que en realidad no estaba bien calzado hasta que llegaba a tener esos mocasines. No servía tener otros iguales o incluso mejores y más baratos, pero que no llevaban esa marca...
Los tiempos que vivimos en Argentina (y quizás en muchos otros lugares de América Latina) nos van acostumbrando a una manera distinta de mirar las cosas, ya que no nos sobra mucho, o nada, y se hace necesario encontrar lo que sea bueno pero que no sea caro. Ya seguramente hace rato la vida nos ha enseñado que no necesariamente las cosas más caras son las que más valen, ni las cosas que más importan cuestan siempre todo lo que valen. Por eso, hay que estar muy atentos para aprender a valorar siempre las cosas, no tanto por lo que cuestan, sino por lo que realmente valen. Si hacemos esto, fácilmente nos vamos a llevar muchas sorpresas, por una cantidad de dones con los que contamos, que en realidad no nos han costado nada y valen mucho...
El mismo don de la vida, que hemos recibido de Dios, junto con el Bautismo que la ha convertido en un llamado y una misión, son regalos de Dios y como tales son dones totalmente gratuitos, que sin embargo valen más que cualquier otra cosa para cualquiera de nosotros. Hoy el Bautismo de Jesús nos invita a celebrar estos dones con los que Dios nos ha bendecido...
2. JESÚS HA VENIDO A SALVARNOS, Y ESA MISIÓN COMIENZA CON SU BAUTISMO... Jesús es coherente: nació pobre en un Pesebre, y nos salva sin triunfalismos, con los pies en la tierra, llenos de barro. Sufre las consecuencias del pecado y de la muerte, para salvarnos del pecado y de la muerte...
Jesús mismo, el Hijo de Dios, unido al Padre desde toda la eternidad, y hecho hombre para participar de nuestra condición humana y llamarnos a participar de su condición divina, quiso ser bautizado en el Jordán. No porque le hiciera falta ni para cambiar o completar nada en Él, sino simplemente para transformar el Bautismo mismo. Y desde ese momento, de manera totalmente gratuita, sin que podamos con nada pagar ni siquiera parte de semejante don, somos llamados por el Bautismo a participar de la vida de Dios, pasando a ser sus hijos. Por eso somos llamados a participar de su eternidad, y a vencer la muerte para resucitar como Jesús, al fin de los tiempos...
"Dios estaba con Él", nos dice hoy la Palabra de Dios. Y se ha venido a la tierra, hecho Hombre y nacido de María, de una vez para siempre, para estar con nosotros. Con Jesús, Dios está con nosotros siempre y a toda hora, y no nos deja, si nosotros no queremos abandonarlo. "Pasó haciendo el bien" nos dice también el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Esa es su misión, y nuestra salvación. En el momento en que Juan el Bautista bautizó a Jesús, "se abrieron los cielos", descendió el Espíritu Santo y se oyó la voz de Dios Padre: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". Predilección significa un amor que elige, por encima de otros...
Todo esto pasó con Jesús el día de su Bautismo. Y exactamente lo mismo es lo que pasa con nosotros cuando somos bautizados. Ese día nuestra vida cambió por completo. De ser un gran posibilidad, con un futuro incierto por delante, pero siempre, en todo caso, limitado entre el instante inicial -el día de nuestro nacimiento- y una barrera infranqueable -nuestra muerte- pasó a ser una invitación que Dios nos hace a participar de su vida, por toda la eternidad. Pero en Jesús, y en nosotros, Bautismo y misión van siempre de de la mano. Por eso, el Espíritu Santo viene a nosotros en nuestro Bautismo, y nos marca para una misión...
3. PREDILECTOS DE DIOS, SU ESPÍRITU SANTO NOS HACE HUMILDES Y SOLIDARIOS... Dios está siempre con nosotros, y éste es un don al que, a fuerza de acostumbrarnos, podemos dejar de tener en cuenta, perdiendo de vista su valor inconmensurable. Él nos ofrece su Espíritu, a raudales. Nosotros, bautizados en Jesús, animados por su Espíritu, participamos de su misión: también para nosotros esa misión consiste en pasar nuestra vida haciendo el bien. Dios nos ha elegido para esto con predilección...
Eso sí: para recibir el Espíritu de Jesús hay que tener, como Él, un corazón humilde y solidario. Porque hay hoy muchos hombres se encuentran en condiciones de necesidad y de miseria y que golpean a nuestras puertas. Ellos constituyen un llamado que viene de Dios y nos recuerda nuestra misión. Por lo tanto, mientras pedimos al Cielo y a la tierra, a Dios y a los hombres, que se haga justicia para todos los que de diversa manera hoy se encuentran heridos o lastimados en su condición humana, tanto por las fuerzas de la naturaleza o la desidia humana, el egoísmo y la maldad humana, a nosotros nos toca tratar de responder a las circunstancias en las que vivimos siendo nosotros mismos justos, pero además, buenos y solidarios...
Así habla el Señor: "Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley." Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas (Isaías 42, 1-4 y 6-7).
Pedro, tomando la palabra, dijo: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a él. El envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él» (Hechos 10, 34-38).
Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Mateo 3, 13-17).
1. A VECES BUSCAMOS COSAS SIN DARNOS CUENTA QUE LAS TENEMOS A LA MANO... La Iglesia acostumbra aprovechar esta Solemnidad de la Epifanía, más comúnmente conocida como la Fiesta de Reyes, para anunciar las fechas de las fiestas móviles del año litúrgico. Son estas: el próximo 6 de febrero será el Miércoles de Ceniza, el 23 de marzo será la Pascua, el 4 de mayo será la Ascensión del Señor, el 11 de mayo Pentecostés, el 25 de mayo la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús (Corpus Christi). Si se nos olvidan estas fechas, siempre podemos acudir al calendario, donde las encontraremos marcadas...
De todos modos, no sólo las fechas se nos olvidan. También nos pasa, por ejemplo, con las llaves. Esto suele suceder en el momento en que más las necesitamos. Bastará que estemos apurados para salir, y nos será difícil encontrar las llaves, hasta que nos daremos cuenta que, aunque no las hayamos visto, están donde siempre las dejamos. Lo mismo si se trata de las llaves de un lugar donde guardamos cosas que no usamos con frecuencia...
Como las llaves, también se nos suelen perder los anteojos, y esto justo cuando hace falta leer algo que está en letra chica, o hay poca luz. En realidad se han perdido antes, pero no nos damos cuenta que nos falta hasta que los necesitamos. Suele suceder que los tenemos a mano, pero no nos damos cuenta dónde. Lo primero que tendríamos que verificar es si no los tenemos puestos, o no los tenemos colgando al cuello con la soguita que les hemos puesto precisamente para tenerlos a mano, porque suelen estar allí...
También nos sucede con las lapiceras. Siempre tenemos una menos cuando estamos urgidos por anotar un número telefónico o apuntar una dirección que nos están dictando por teléfono. Tendremos que prestar atención, seguramente hay alguna mucho más cerca de lo que imaginamos...
Teniendo en cuenta esto, las oscuridades y las tinieblas que hoy nos rodean, que son tantas y tan densas, no deberían impedirnos encontrar la luz, que a pesar de las oscuridades que nos muestra el mundo está al alcance de la mano. Nosotros sabemos que Jesús es la Luz que ilumina al mundo. Desde el Pesebre, y hasta la Cruz, nos muestra el camino que lleva a la Resurrección, a la Vida nueva, a la Vida verdadera, la que vale la pena. Esta Luz está, y como hace siempre la luz, se mete por todos lados cuando encuentra una rendija por donde colarse. Lo que nos hace falta para que nos ilumine es que le abramos una rendija cada vez más grande en nuestros corazones. De todos modos, como sucede también con toda luz, la de Jesús no se deja atrapar. Probemos un día luminoso como hoy tratar de atrapar con las manos la luz del sol. Apenas cerremos las manos, dentro de ellas sólo quedará oscuridad. La Luz que nos trae Jesús también se escurre de las manos de cualquiera que quiera atraparla. Para recibirla lo que hace falta es ponerse en marcha, caminar hacia la Luz, como hicieron los Magos guiados por la Estrella...
2. ¿DÓNDE ESTÁ EL NIÑO, PARA QUE VAYAMOS A ADORARLO? EN EL PESEBRE Y EN EL SAGRARIO... Los Magos de Oriente siguieron la Estrella que los llevó a Belén, al Pesebre donde encontraron a Jesús. Por eso en la celebración que hacíamos ayer en el Hogar la procesión de Reyes iba precedida por la Estrella. También nosotros podremos encontrar a Jesús en el Pesebre...
El Pesebre es un símbolo, que nos viene muy bien porque nos habla de la ternura de Dios, que siendo grande se hace pequeño, siendo fuerte se hace débil, siendo rico se hace probre y siendo inmortal se hace mortal para salvarnos. De esta manera, aunque sabemos que la Cruz con la que Jesús nos abrió el Cielo resucitando es ineludible, nos servirá también tener presente, en las horas duras en las que la vida nos pesa más, la ternura de Dios de la que nos habla el Pesebre...
El Pesebre, decía, es un símbolo. Pero tenemos también la posibilidad de acudir a Jesús que está al alcance de nuestra mano con toda su humanidad y divinidad, esperándonos en el Sagrario. No es sólo un símbolo, es la presencia real de Jesús en la Eucaristía, que guardamos en el Sagrario para tenerla siempre a mano cuando la necesitamos, y también para adorarlo...
No es siempre fácil "verlo" a Jesús en el Sagrario. Sólo los ojos de la fe nos permiten hacerlo. Nos ayuda también exponer el Santísimo Sacramento para su adoración, como se hace en el Hogar Marín desde el final de la Misa hasta la oración de Vísperas del primer Domingo de cada mes, y como se hace en la Abadía Santa Escolástica cada semana...
Jesús en la Eucaristía es Presencia, es Sacrificio (entrega de Jesús al Padre) y es Alimento. Porque es Sacrificio lo celebramos para ofrecernos también nosotros con Él al Padre, consagrando nuestra vida. Porque es Alimento que nos fortalece tratamos de recibirlo con la mayor frecuencia posible, y porque es Presencia de Jesús vamos ante el Sagrario para adorarlo, como lo hicieron los Magos de Oriente en el Pesebre de Belén...
Todos los símbolos que nos hablan de Jesús nos ayudan a encontrarlo y a dejarnos iluminar por Él. Por eso en la Capilla privada que el Obispo me ha autorizado tener en mi casa me he permitido poner en torno al Sagrario, donde Jesús está realmente presente, varios símbolos de su Presencia: la Cruz, un Pesebre, las Cenizas del Miércoles de Cenizas, un Cáliz con los símbolos del Pan y el Vino. Sirve todo lo que nos ayude a encontrarlo a Jesús y darnos cuenta que en esta Navidad, como en todas hace 2008 años, Jesús es el verdadero y el gran regalo que Dios nos ha dado...
3. NUESTRA RESPUESTA FIEL, AL ENCONTRAR A JESÚS, ES DARLE NUESTROS REGALOS... Cuando encontramos a Jesús, cuando su Luz nos ilumina, no nos podemos quedar sentados. Si nos encontramos con Él, como los Magos de Oriente, nos surge inmediatamente la urgencia de responder a su llamado, presentándole nuestros propios regalos. Podemos dejarnos guiar por los Magos de Oriente para saber qué regalos le podemos hacer a Jesús...
Los Magos le ofrecieron a Jesús oro, porque es lo que corresponde a los Reyes. Nosotros no tenemos mucho oro. Entonces, un regalo muy simple que podemos hacerle para reconocerlo como Rey, es simplemente hacerle caso, en todo lo que nos dice, con su Palabra clara y salvadora, que nos muestra qué hacer de nuestra vida para vivir en paz y encontrar descanso. Podemos contrastar con lo que nos dice Jesús todo lo que nos proponemos hacer, y en todo y sobretodo hacerle caso...
Los Magos también le llevaron incienso, y así lo reconocían también como Dios. Nosotros usamos el incienso en la Liturgia, porque nos ayuda a representar visiblemente nuestra oración. Así como el humo del incienso se eleva impregnando con su perfume todo lo que toca, así también nuestra oración se eleva hacia Dios impregnando toda nuestra vida. En casa no solemos tener incienso. Entonces, en vez de incienso, para reconocerlo verdaderamente como Dios bastará simplemente que nos comprometamos a adorarlo sólo a Él, sin dejarnos engañar por los ídolos que pretenden suplantarlo...
Finalmente, los Magos de Oriente le llevaron mirra a Jesús. En ese tiempo y en ese lugar se usaba la mirra para embalsamar los cadáveres. Ofreciéndosela a Jesús, podemos pensar que intuían que su camino hacia la Vida pasaba por muerte, y ésta no vendría para Él con la ternura del Pesebre sino con la crudeza de la Cruz. Aprendiendo de los Magos, en vez de mirra, que ya no se usa, nosotros podemos ofrecerle a Jesús acompañarlo con un amor crucificado, siguiéndolo en el camino de la Cruz y de la muerte que lleva a la Vida...
A lo largo de la vida nos toca a cada uno de nosotros encontrarnos con esos momentos en los que todo se hace más pesado, esos momentos en los que el servicio a los demás que Jesús nos enseña, nos pide algo más que lo que hasta ahora hemos dado. Nuestros deberes de estado, las circunstancias de nuestra salud y la de los que nos rodean, pueden aparecer reclamándonos ese amor que Jesús nos enseñó en la Cruz. Será el momento de permanecer fieles a su Luz, que nos muestra el camino, y es la única que no tiene ocaso...
¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora. Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti. Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor (Isaías 60, 1-6).
Hermanos: Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes. Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas. Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio (Efesios 3, 2-6).
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, -le respondieron-, porque así está escrito por el Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje». Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino (Meteo 2, 1-2).
1. A TODOS NOS HACE BIEN CELEBRAR EN FAMILIA LAS GRANDES FIESTAS... Cuando estamos en familia nos encontramos a gusto, porque no hace falta estar demasiado acartonados. Podemos expresar nuestras alegrías, y también nuestros motivos de tristeza, con más libertad y más fácilmente. Eso ayuda también a la hora de celebrar las grandes fiestas. Por eso, aunque en nuestro tiempo varias costumbres "nuevas" parecen a tentar contra esta buena herencia, todavía se conserva, gracias a Dios, la sana costumbre de celebrar en familia la Nochebuena, la Navidad, y también, al menos en parte, el comienzo del año...
Cuando se celebra en familia, por otra parte, es más posible que los regalos no se conviertan en una preocupación excesiva, que atente contra su significado más profundo. En familia es posible que descubramos más fácilmente que cada uno de nosotros somos un regalo para los demás, así como cada uno de ellos lo es para nosotros. Y cuando le hacemos un regalo a alguien, lo que estamos tratando de expresar es nuestra gratitud porque él mismo es un regalo para nosotros. Por eso a la hora de los regalos no importa tanto el valor que éste tenga, sino el afecto que con él pretendemos expresar. Por esta razón, dicho sea de paso, la costumbre de hacer regalos en el tiempo de Navidad pretende expresar nuestra gratitud a Dios, que es el gran regalo que Dios nos ha hecho, dándonos con Él la Salvación y la Paz...
Pero las grandes fiestas, además de celebrarlas en familia,son ocasiones en las que llegan visitas a nuestras casas, que dejan sus huellas en nuestros corazones. La visita de los amigos y de los familiares en nuestras casas con ocasión de las fiestas son una oportunidad de intercambio fraterno que va mucho más allá de darnos noticias unos sobre los otros. Nos permiten también un intercambio espiritual, que nos hace crecer a todos. Por eso, cuando se van los que nos han visitado, normalmente descubrimos que hemos nuestro corazón late más fuerte, de manera distinta, por todo lo que hemos recibido de ellos. Cuando se van las visitas, no somos igual que antes que ellas hayan estado...
Si esto pasa con las visitas que nos hacemos entre amigos y parientes, mucho más y con mucha mayor razón, sucede cuando es Dios quien nos visita. Y exactamente eso es lo que ha sucedió en aquella noche de Belén que hemos revivido en esta Navidad que celebramos hace exactamente una semana...
2. LA MADRE DE DIOS RECIBIÓ AL PRÍNCIPE DE LA PAZ EN EL CALOR DE UNA FAMILIA... Dios se hizo Hombre cuando, viendo la postración en la que nos había dejado el pecado, quiso salvarnos. Siendo Dios de verdad, quiso hacerse Hombre también de verdad, para salvarnos "desde adentro", asumiendo nuestra condición humana y siendo uno de nosotros. Para eso se eligió una Madre, y nació verdaderamente, como Hombre, y como Dios. Así María es, como Madre de Jesús, verdaderamente Madre de Dios...
Esto marcó definitivamente a María, que ya en previsión de su misión maternal fue preservada desde el primer instante de su concepción de toda mancha, tal como lo hemos celebrado el 8 de diciembre en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Por eso podemos decir que María es la mayor Huella que Dios ha dejado en el mundo, desde el momento en que decidió hacerse Hombre para salvarnos y vino a visitarnos. Buscando esos brazos maternos que lo cobijaran, hizo de María su Madre. María, que es verdaderamente Madre de Dios, acompañó su camino de salvación desde el Pesebre hasta la Cruz, y al pie de la misma participó del ofrecimiento con el que Jesús se entregó al Padre para salvarnos. Y al pie de la Cruz, Jesús nos ha confiado a su Madre, para que sea también Madre nuestra...
Ya la oración más antigua que se conoce dirigida a María la nombra con este título de Madre de Dios: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades. Antes bien, líbranos de todo peligro. Virgen gloriosa y bendita. Con el mismo título la llamamos al final de la oración con la que con más frecuencia nos dirigimos a ella, especialmente en el Rosario, el Ave María: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte...
Pero en el día de hoy celebramos no sólo la Solemindad de Santa María Madre de Dios, sino también la Jornada Mundial de la Paz. Hace ya 41 años los Papas (primero Pablo VI, después Juan Pablo II y ahora Benedicto XVI), han querido que el día en que comienza el año, junto con la Solemnidad de María, Madre de Dios, se celebrara también la Jornada Mundial de la Paz. Es un día muy adecuado para hacerlo: Así como en Belén María recibió a Jesús en sus brazos y el Príncipe de la Paz hizo su nido en el seno de una familia en la que creció humanamente y aprendió también humanamente los caminos de la Paz, así también la Paz siempre surgirá de la sencillez del Pesebre, en el que nació Dios hecho Hombre....
El Papa Benedicto XVI, siguiendo las huellas de Pablo VI y Juan Pablo II, nos ha dado un lema para la Jornada Mundial de la Paz de este año: "Familia humana, comunidad de paz". Y como hicieron cada año desde 1968 sus predecesores, también nos ha escrito un Mensaje que nos ayuda a encontrar los caminos de la paz en la cuna de la familia...
En su sencillez de mujer humilde y fiel, entregada del todo a los planes de Dios, en sus continuos gestos de caridad y amor, todos nosotros encontramos siempre no sólo amparo, sino también un modelo de nuestro propio camino que nos lleva a Dios. María presentando al Niño en el Templo a los ocho días de su nacimiento para ser circuncidado y recibir el nombre de Jesús, es decir, Dios que salva, nos muestra con los hechos una vida que siempre fue dócil y obediente a los planes de Dios. Por eso todo en María nos habla de Jesús, todo en María se encamina hacia Jesús, todo en María nos lleva a Jesús. María es así un huella que siempre nos lleva a Jesús, su Hijo y nuestro Salvador, la fuente desde la que surge la Luz y la Paz para el mundo entero...
3. LA HUMANIDAD ES UNA GRAN FAMILIA, QUE SE EDUCA PARA LA PAZ EN CADA FAMILIA... La familia natural, nos recuerda Benedicto XVI con palabras de Juan Pablo II retomadas en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2008, es el «lugar primario de "humanización" de la persona y de la sociedad», la «cuna de la vida y del amor», y por eso es la primera sociedad natural. En una vida familiar «sana», nos dice el Papa, es donde se pueden experimentar algunos elementos esenciales de la paz, como la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada en los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles (pequeños, ancianos o enfermos), la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro, y cuando es necesario para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz.
La familia, dice el Papa, que nace del «sí» responsable y definitivo de un hombre y de una mujer, vive del «sí» consciente de los hijos que poco a poco van formando parte de ella y prospera con el consenso generoso de todos sus miembros, permite tener experiencias determinantes de paz. Se pregunta el Papa dónde el ser humano en formación podría aprender a gustar mejor el «sabor» genuino de la paz sino en el «nido» que le prepara la naturaleza, es decir, en la familia. Al lenguaje familiar, que es un lenguaje de paz; dice Benedicto XVI, es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz. Y en medio de la inflación de lenguajes de nuestro tiempo, piensa, hace falta no perder la referencia a esa «gramática» de la paz que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras...
En definitiva, afirma el Papa en su mensaje siguiendo al Concilio Vaticano II, ya todos que los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, ya que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra y le dio un único fin último que es Dios, la humanidad entera es una gran familia, llamada a inspirarse en los valores sobre los que se rige la comunidad familiar. Por eso, nos dice el Papa, cada uno de nosotros deberá saber decir el propio «sí» a esta vocación que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza, para que la sociedad no sea sólo una agrupación de ciudadanos, sino una comunidad de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia. Hasta la ecología toma desde esta perspectiva una nueva dimensión. Así como la familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde vivir sus propias relaciones, dice Benedicto XVI en su Mensaje, para la familia humana, esta casa será la tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con creatividad y responsabilidad. Hacernos cargo de manera responsable de cuidar el medio ambiente será fruto de «sentir» la tierra como «nuestra casa común»...
El Señor dijo a Moisés: "Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán: Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia. «Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz». Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré" (Números 6, 22-27).
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a os que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios (Gálatas 4, 4-7).
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se el puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción (Lucas 2, 16-21).
1. RECIÉN NACIDOS, NECESITAMOS DE LOS DEMÁS PARA PODER SUBSISTIR... Cuando recién hemos nacido, dependemos de los demás. No sólo para encontrar los alimentos que nos hacen falta, sino también en muchas otras cosas. Necesitamos que nos cuiden, que nos den calor, que nos limpien. Si nos dejaran solos, moriríamos inmediatamente...
En realidad, cuando crecemos descubrimos que no sólo necesitamos de los demás cuando somos muy chicos, sino que seguimos dependiendo de otros también siendo más grandes. Es muy difícil que cada uno pueda bastarse a sí mismo para subsistir, no hemos sido hechos para eso. Pero no sólo necesitamos de los demás por lo que recibimos de ellos, sino que además hemos sido hechos para servir a los demás, y necesitamos de ellos para desarrollar nuestra vocación de servicio. Nuestra condición humana nos hace seres sociables para vivir en el continuo intercambio con las demás personas humanas, recibiendo de ellos y también dando lo que cada uno de nosotros tenemos para dar. En definitiva, crecemos como personas en este continuo camino de intercambio, recibiendo de y dando a los demás...
En este continuo camino de intercambio los movimientos van teniendo diversas proporciones. Cuando nacemos, en todo dependemos de los demás. A medida que crecemos nos vamos haciendo más capaces de dar algo de nosotros que sirve a los demás. Y cuando nos vamos poniendo viejos, cuando avanzan los años, si no nos morimos antes, vamos día a día aumentando nuevamente en nuestra dependencia. Los años van haciendo que, a semejanza de cuando éramos niños, cada vez más necesitemos quien nos procure el alimento, quien nos cuide, quien nos ayude a caminar, quien nos brinde su calor y su amor. Una tentación frecuente, que puede provenir incluso del orgullo, es pensar que no tenemos derecho a molestar demasiado a los demás, y otra no menos frecuente, que se puede alimentar de la soberbia, es pretender bastarnos a nosotros mismos sin contar con los demás. Sin embargo, no tenemos que pensar que nuestros achaques serán una carga insoportable para quienes nos rodean. Será bueno asumir que ellos crecerán como personas ayudándonos, como nosotros mismos hemos crecido en el servicio a nuestros mayores...
También Jesús, aún siendo Dios, cuando nació en Belén, como sucede con los niños estuvo sometido a las necesidades de nuestra naturaleza humana. Y por eso nació en el seno de una familia, que hoy celebramos especialmente, ya que esta familia, la de Jesús, José y María, nos habla de Dios y de nuestra propia condición familiar...
2. LA VIDA, DON DE DIOS, CRECE EN LA FAMILIA, IMAGEN DE DIOS... La vida de Jesús, dependió en su origen, de José y de María. Ambos, en primer lugar, aceptaron este don de Dios, y el llamado a cuidar de Él. Lo alimentaron, lo ayudaron a crecer, aunque esto les complicara mucho la vida, ya que les hizo cambiar muchas veces de planes: tuvieron que huir a Egipto, y volver de allí como repatriados...
El misterio de Dios tomó humanamente una dimensión tan familiar, porque el mismo "Dios en su misterio más intimo, no es una soledad, sino una familia" (Padre, Hijo y Espíritu Santo; así lo recordaba Juan Pablo II, Homilía en Puebla de los Ángeles, México, el 28 de enero de 1979). En la familia de Jesús, María y José, como hace falta en toda familia, hubo autoridad, decisión, obediencia, oración. José obedeció a Dios, y a él lo obedecieron Jesús y María. El Hijo de Dios creció humanamente en una familia, que nos acercó de la manera más tierna la imagen de Dios...
Esta condición familiar nos señala el contexto más humano en el que es posible crecer y nos muestra hasta qué punto la familia, hoy tan asediada y sacudida, sigue siendo en nuestro tiempo, como lo será para toda la historia de la humanidad, la célula básica e irreemplazable de toda sociedad. Las actitudes que hoy nos hacen falta en nuestra vida cotidiana siguen encontrando su mejor fragua en la familia...
Nosotros, como elegidos de Dios, piensa San Pablo (y la realidad en la que vivimos nos lo pide a gritos), necesitamos revestirnos de sentimientos de profunda compasión. Las urgencias de hoy nos llevan a practicar la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Hoy se hace necesario que cada uno sirva de sostén, de apoyo, de soporte, al que tiene al lado. Eso significa "soportarse" los unos a los otros, en el sentido más noble y positivo: no sólo "aguantarse" al otro, sino sostenerlo. También nos hace falta, siguiendo a San Pablo, perdonarnos mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. Nos hace falta encender un fuego que no se apague, capaz de dar "calores de dulce hogar" (decía Machado, en una poesía que ya cité alguna vez). Y ese fuego, que es el amor, sólo se prende bien en la fragua de la familia...
3. LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD SE CONSTRUYEN AL CALOR DEL HOGAR Y DEL TRABAJO... La familia necesita del calor del hogar, que permite a sus miembros permanecer unidos, y que permite cocinar. Es en el calor del hogar familiar que se aprende a confiar, que se aprende a ayudar desinteresadamente. Es en torno al calor del hogar de la familia que se aprende a conversar, y que se aprende a rezar. Es en el calor del hogar de la familia donde aprende todo lo que después la vida nos reclamará...
Pero la sociedad también se construye con el trabajo, como San Benito y Santa Escolástica enseñaron a sus monjes y sus monjas, y como se experimenta cada día en el Hogar Marín. Y es en la familia donde mejor se aprende no sólo a trabajar, sino a depender del trabajo de los demás y a ayudar a todo el que quiere trabajar. Puede ser que muchas cosas hagan falta hoy en nuestra patria, pero a la luz de todo lo que se aprende en la vida familiar, bien haría cualquiera que, desde el ejercicio de la autoridad civil, desde las funciones de conducción en la Iglesia, y desde su puesto, cualquiera fuera, se diera cuenta y asumiera que hoy, en nuestra patria, como en el mundo entero, la familia es realmente una prioridad...
El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro. El que honra a su padre encontrará alegría en sus hijos y cuando ore, será escuchado. El que respeta a su padre tendrá larga vida y el que obedece al Señor da tranquilidad a su madre. El que teme al Señor honra a su padre y sirve como a sus dueños a quienes le dieron la vida. La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados. Cuando estés en la aflicción, el Señor se acordará de ti, y se disolverán tus pecados como la escarcha con el calor. El que abandona a su padre es como un blasfemo y el que irrita a su madre es maldecido por el Señor. Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios (Eclesiástico 3, 3-7 y 14-17).
Hermanos: Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias. Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre. Mujeres, respeten a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen (Colosenses 3, 12-21).
Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: "Desde Egipto llamé a mi hijo". Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: "Será llamado Nazareno" (Mateo 2, 13-15 y 19-23).
1. LOS PERROS LO PASAN MAL DURANTE LA NOCHEBUENA, SE ASUSTAN CON LOS RUIDOS... Anoche, cuando terminó la misa de Gallo celebrada en la Abadía, vimos con un fiel que un perro había quedado escondido, con mucho miedo, debajo de uno de los bancos de la nave central de la Iglesia. Con paciencia y cuidado pudimos hacerle ver que no corría peligro, y logramos que saliera afuera del templo, antes de cerrarlo...
Se sabe que los perros son muy sensibles a los ruidos, y seguramente por eso se asustan con los estruendos que se desatan a las 0 horas del 25 de diciembre y del primero de enero. Me imagino que sería aún mayor su horror si pudieran darse cuenta que en la Nochebuena, con esos ruidos de pólvora, cañas voladoras y otros cuantos inventos semejantes, se pretende celebrar al Príncipe de la Paz con los ruidos de la guerra. De todos modos, me parece que no son los únicos que quedan aturdidos en la Nochebuena. A todos nos puede pasar, y seguramente a muchos les pasa, que los ruidos de esa Noche Santa no lo ayudan a celebrarla "como Dios manda", sino todo lo contrario. Es una noche peligrosa para circular con el auto, es una noche donde las fiestas que suceden a la entrega de los regalos y a los intercambios de afecto con los familiares pueden prolongarse hasta la madrugada, sin que Jesús, el motivo de la fiesta, aparezca en ellas...
Por eso es bueno recordar que en Navidad es necesario permanecer cerca del Pesebre. Y no sólo eso, ya que se puede estar cerca y no mirar y descubrir lo que nos trae el Pesebre. Además, no se trata sólo de ver. Ya que Jesús es la Palabra de Dios que se hace hombre para vivir entre nosotros, también hace falta oír. A veces la edad nos va quitando sensibilidad y nos hace más difícil oír a los demás. Pero esa no es la mayor dificultad. Porque "no hay peor sordo que el que no quiere oír"...
Dios desde siempre hizo oír su Palabra a los hombres, y nosotros muchas veces nos hemos mostrado sordos o distraídos, sin hacerle caso. Pasó desde antiguo, y puede seguir pasando en nuestro tiempo. Todas las cosas fueron hechas por la Palabra de Dios, por eso todas nos hablan de Dios y nos dicen algo de Él, aunque a veces parezcamos sordos. Pero Dios no pierde la paciencia. Él, que con su Palabra hizo todas las cosas y que habló por los profetas, insiste con paciencia, para que lo oigamos. Y para que podamos entenderlo con claridad, la Palabra de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros...
2. LA PALABRA DE DIOS SE HIZO OÍR EN BELÉN, CON PACIENCIA Y AMOR... De esto nos habla el sencillo Pesebre de Belén. Jesús, siendo Dios, nació hombre entre los hombres, y allí comenzó su camino, siendo primero apenas un llanto de recién nacido, que terminó todo lo que tenía para decirnos cuando murió en la Cruz y resucitó...
Es una Palabra sencilla y contundente. Dios se hizo Hombre, para pronunciar humanamente su Palabra. Para que Jesús dijera una Palabra que es verdaderamente de Dios, que pudiéramos entender y acoger todos los hombres. Es además una Palabra eficaz, porque no son sólo sonidos, sino especialmente hechos. Es una Palabra que asume toda nuestra miseria y nuestra debilidad humana, que no encuentra más que un Pesebre donde recostarse, que de allí, siguiendo el camino que lo llevó a desplegar con inmensa paciencia la misericordia de su Amor, llegó a la Cruz, para entregarlo todo. Y que, resucitando, nos abrió para siempre las Puertas del Cielo...
La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros para que todos pudiéramos recibir su Vida, esa que no se acaba con la muerte, y para que su Luz brillara entre nosotros, disipando todas nuestra tinieblas, desde aquella oscura noche de Belén, en la que los brazos de María y los cuidados de José lo recibieron. El tiene y trae la Paz que todos buscamos y necesitamos...
Esta Palabra de Dios nos habla a medida de cada uno y de las circunstancias por las que pasamos a lo largo de la vida. Lo hace desde la ternura del Pesebre, cuando la marcha se nos ha hecho demasiado dura. Lo hace desde la firmeza inclaudicable de la Cruz, cuando nos parece que el mundo nos pertenece o somos su centro. Lo hace desde el Sepulcro vacío del Señor resucitado, cuando todo parece doblegarnos y se asoma en el horizonte la tentación de perder la esperanza, es decir, la tentación de no mirar los brazos tendidos de Dios, que siempre nos sostiene y siempre nos espera. Y lo hace desde todas las páginas del Evangelio, dándonos la Luz que necesitamos y ayudándonos a comunicar al mundo la Paz que Él nos trajo...
3. LA PAZ DE TODO EL MUNDO NACE EN EL PESEBRE Y COMIENZA EN CADA CORAZÓN... Con su mensaje de Paz, la Navidad muchas veces es ocasión, aún para los que no comparten nuestra fe, para expresar el deseo incontenible de este don que todos necesitamos, en nuestras familias, en nuestra patria, en el mundo entero. De todos modos nosotros sabemos, habiendo conocido a Jesús, que esa Paz no se construye de cualquier manera, y no se logra de cualquier modo. Requiere un compromiso que nos envuelve a todos, reclama algo de cada uno de nosotros. Por eso nos decía Benedicto XVI en su Homilía de esta Nochebuena: «En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan», y nos invitaba a ponernos «en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo»...
«Dios busca a personas que sean portadoras de su paz y la comuniquen», decía ya Benedicto XVI celebrando su primera Misa de Nochebuena (2005). Pero para ser portadores de esa Paz, primero es necesario recibirla. Por eso es que nos hace falta acercarnos al Pesebre, para oír todo lo que desde allí tiene para decirnos Jesús. Hace falta acercarnos al Pesebre y callar, ya que en sólo haciendo silencio se puede oír lo que Dios tiene para decirnos en cada momento, desde el Pesebre, desde la Cruz y desde su lugar a la derecha del Padre, una vez resucitado (así como aquí mismo, haciendo silencio, podemos llegar a percibir el sonido de la cascada del Pesebre que en esta iglesia nos recuerda el de Belén, así también en nuestro corazón, haciendo silencio en nuestro corazón podemos oír a Dios que nos habla, para sembrar en nosotros su Paz)...
Para todas las situaciones en las que sabemos que falta la Paz, para todas las familias divididas, para todos los hombres que viven desencontrados o enfrentados, ya sea por diferencias de raza, o de religión, o por las injusticias que tantas veces privan a muchos de lo que a otros les sobra, en fin, para todos los hombres en todo los rincones de la tierra, la Paz nacerá siempre del Pesebre, al que siempre podemos acercarnos para recibirla. Y esa misma Paz, si nos encuentra dispuestos, inundará nuestros corazones...
¡FELIZ NAVIDAD, CON JOSÉ, MARÍA Y LOS PASTORES, JUNTO AL PESEBRE!
¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». ¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz, gritan todos juntos de alegría, porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión, ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios (Isaías 52, 7-10).
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. El es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo. Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia. ¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"? ¿Y de qué ángel dijo: "Yo seré un padre para él y él será para mí un hijo"? Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios nos dice: "Que todos los ángeles de Dios lo adoren" (Hebreos 1, 1-6).
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo». De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre (Juan 1, 1-18).
1. EL CLIMA DE LA NAVIDAD SE PREPARA DE A POCO Y ENTRE TODOS... Aunque la Navidad llega igual, también si no la preparamos, para vivirla con toda intensidad hay que dedicarle tiempo, incluso antes de que llegue. Para entrar en el clima de la Navidad, por otra parte, no bastará con poner sólo los signos externos. Aunque estos signos nos ayudan, por sí solos no bastan. En los negocios, en las casas, en las calles, en los lugares públicos, todos se encargarán de poner coronas, moños, cintas, botas, campanitas, etc., una cantidad de adornos que nos señalan la cercanía y la presencia de la Navidad. Todo eso lleva mucho tiempo, y para hacerlo bien hay que hacerlo entre todos. Pero con eso no alcanza...
También hacen falta los signos religiosos. Por eso utilizamos, por ejemplo, la Corona de Adviento, de origen nórdico, y vamos encendiendo en ella cada Domingo una vela más, hasta que hoy hemos llegado a tener las cuatro encendidas, señalándonos de esta manera que la Navidad ya está a las puertas, esperándonos...
Además, a partir del 8 de diciembre según algunas costumbres o partir del 16 de diciembre -llegada la novena previa a la Navidad- según otras, vamos armando en las casas los Pesebres, que nos representan físicamente el lugar del nacimiento de Jesús, con todos los detalles, según el caso, que queramos darle a esa representación...
Sin embargo, ni siquiera con eso alcanza. Porque hasta allí estamos todavía "anclados" en el pasado. Y la celebración de la Navidad no consiste sólo en recordar lo que una vez pasó hace ya más de dos mil años, sino en volver a vivirlo, como en aquel tiempo, para recibir todos los frutos que este misterio de Dios hecho hombre sigue derramando sobre cada uno de nosotros. ..
En definitiva, celebrar la Navidad consiste en hacerle un lugar a Dios que viene a nosotros, trayéndonos la salvación que todos aspiramos alcanzar y que todos necesitamos recibir. Esto ciertamente requiere una preparación paciente, que de manera ideal se hace de a poco durante el Adviento, para que nuestro corazón se vaya disponiendo como un Pesebre (pero que, llegado el caso, podemos hacer "a los apurones" en estos días), y entre todos, porque Jesús viene de una manera especial a nosotros, como familia, a la que ha querido bendecir con el don de la fe que nos ha congregado en la Iglesia. Sucede como con todas las alegrías legítimas: requieren un trabajo de preparación para que no sean sólo flor o espuma de un día, sino que bañen con su color la vida entera...
2. EL ESPÍRITU SANTO SIEMBRA EN MARÍA, Y EN NOSOTROS, LA VIDA QUE VIENE DE DIOS... El Espíritu Santo obró en María el misterio de la Encarnación. Por obra del Espíritu Santo, la que estaba desposada con José (es decir, había celebrado la primera parte, el "contrato jurídico" de su matrimonio, pero no convivía con quien sería su esposo recién después de la celebración familiar, que todavía no se había realizado), engendró en su seno a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Así, la Vida de Dios, que ella llevaba en sí con plenitud desde su concepción inmaculada por el misterio de la gracia, floreció en ella de un modo único y recibió a la misma fuente de la gracia, a Jesús nuestro salvador...
Este misterio ocurrido en María es también signo y fuente de lo que Dios realiza en nosotros. Esa Vida de Dios, sellada con su amor inclaudicable en el altar de la Cruz, se ha convertido en fuente de salvación para todos nosotros, que hemos sido llamados a la Vida eterna, a la Vida de Dios, por puro don de su gracia. Llamados a vivir en este misterio y a partir de este misterio, nuestra vida se convierte en una misión. La Navidad tiene que llegar a nuestra ciudad y a nuestro tiempo. Y eso sólo podrá suceder a través de la Vida que viene de Dios, y Él mismo siembra en cada uno de nosotros. No serán los adornos, no serán los regalos (cuyo sentido y significado en la Navidad es corresponder, con nuestra propia y generosa donación hacia las personas que queremos, al Amor con el que Dios nos ha regalado, dándonos a su Hijo), los que pongan de fiesta a la ciudad con la Navidad, sino la Vida que viene de Dios, y que el Espíritu Santo siembra en nosotros para que la hagamos llegar a todos...
Pienso hoy especialmente, al celebrar 29 años de mi ordenación sacerdotal, en la misión específica que con ella recibí. Y lo hago en el marco concreto de nuestro tiempo, en estos días en los que la diócesis de San Isidro, a cuyo clero pertenezco, ha conocido el desconcierto y la desazón que han producido varios sacerdotes que han abandonado su ministerio. Esto me urge a dar testimonio de la alegría con la que la mayor parte de los sacerdotes vivimos este gran don de Dios que hemos recibido con nuestra ordenación. Un don que no nos pertenece, ya que es del pueblo de Dios, y que es para nosotros una misión...
Varias veces en este último tiempo algunos fieles me han dicho que les gusta verme siempre contento. Considero esta alegría un don muy especial, y creo que no se debe a mi esfuerzo o virtud, sino a Dios, a quien nos toca responder cada día con fidelidad (don de Dios que Él no niega a quien lo pide con constancia y humildad). Si alguno pensara que hablo de la alegría porque no he vivido lo suficiente como para conocer las amarguras que la vida puede cargar sobre nuestros hombros, le pediría que tenga en cuenta que el dolor no atenta contra la alegría cuando ésta surge de Dios, su fuente permanente, ya que Él mismo en la Cruz hizo de todo dolor humano un camino de salvación. Si nos falta alegría, no necesitamos menos dolor, sino acercarnos más a la fuente de la alegría, que es Dios. Si alguna vez nos parece que tenemos más motivos para dolernos que para alegrarnos, necesitamos hacer de nuevo las cuentas, revisar con más cuidado y descubrir con precisión todos los motivos de alegría que Dios nos da. Haciendo pie en una frase de Santa Teresa de Jesús, me parece que "un sacerdote triste es un triste sacerdote". Creo que Dios nos ha llamado a ser sus testigos y servidores (ministros) de sus misterios de salvación (su Palabra y sus Sacramentos), y por eso mismo testigos de Su alegría. Por esta razón todos tienen el derecho de exigirnos a los sacerdotes una sonrisa que tenga siempre su fuente en Dios...
3. EN EL PESEBRE, MARÍA Y JOSÉ NOS ENSEÑAN CÓMO HAY QUE RECIBIRLO A JESÚS... Para eso es urgente e irreemplazable que aprendamos a recibir a Jesús, que viene a nosotros en esta Navidad. Y es el Pesebre el que nos permite realizar cada día ese aprendizaje...
En el Pesebre no está sólo el marco exterior (que, volviendo a la imagen que hemos ido completando durante todo el Adviento, puede asimilarse a toda la preparación externa de la Navidad). Ni siquiera alcanza con que estén en él los maderos que sostendrán a Jesús (los mismos, quizás, que después permitirán hacer la Cruz). En el Pesebre están también María y José, con sus manos extendidas, para recibirlo a Jesús. Ellos nos enseñan que, abriéndonos al Espíritu Santo, que siembra en nosotros la Vida que viene de Dios, podremos recibir a Jesús, que viene a salvarnos en esta Navidad. María y José, con su disponibilidad y docilidad, por la que cambian sus planes para aceptar los de Dios, nos enseñan a recibir la salvación, que esperamos y necesitamos. Por supuesto, como a ellos, también a nosotros nos llegará, una vez que hayamos oído y recibido lo que Dios nos dice y nos trae en el Pesebre, el momento de obedecer a Dios, en quien ciertamente podemos confiarnos, y quien será siempre la fuente perenne de una alegría que no se agota y que defrauda...
El Señor habló a Ajaz en estos términos: «Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del Abismo, o arriba, en las alturas». Pero Ajaz respondió: «No lo pediré ni tentaré al Señor». Isaías dijo: «Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel (Isaías 7, 10-14).
Carta de Pablo, servidor de Jesucristo, llamado el Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, que él había prometido por medio de sus Profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos. Por él hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para la gloria de su Nombre, a todos los pueblos paganos, entre los cuales se encuentran también ustedes, que han sido llamados por Jesucristo. A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos, llegue la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y el Señor Jesucristo (Romanos 1, 1-7).
Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa (Mateo 1, 18-24).
1. ¿ES JESÚS EL QUE PUEDE SALVARNOS, O DEBEMOS ESPERAR A OTRO?... Vemos que se desmorona la cultura occidental y cristiana. Pacientemente, y con el testimonio y la palabra de los cristianos, se pasó de una cultura pagana a una sociedad construida desde la fe, a una cultura cristiana, en la que brillaron valores como la familia, el respeto por la vida, el valor de la virtud, todo eso que nosotros hemos heredado del pasado a través de nuestros padres y nuestra familia...
Pero hoy, bastaría que leyéramos los titulares de los periódicos o miráramos un poco de televisión para que enseguida nos diéramos cuenta que todo eso parece deshacerse a pedazos. Quedan los crucifijos, al menos en algunos lugares, aunque no sabemos por cuanto tiempo más (en los hospitales, en las aulas, en los despachos de los Jueces y de los gobernantes, en las oficinas de los empresarios), pero la fe parece estar casi siempre ausente de muchos de esos lugares...
Es posible que hasta nuestras propias expectativas personales se encuentren frustradas. Quizás hemos apostado a ser buenos, creyentes, piadosos, bondadosos, y quizás nos parece que les va mejor a los que tomaron el camino opuesto. Siguiendo el camino que hemos elegido hemos terminado siendo pobres, quizás incluso amargados porque se frustraron nuestras aspiraciones. Es posible que al menos a veces estemos tristes y nos sintamos olvidados por los que, nos parece, tendrían que valorar nuestros méritos, y, aunque no llegaran a aplaudirnos, al menos deberían mirarnos con silenciosa admiración en vez de ignorarnos lastimosamente...
También San Juan Bautista debe haber pasado por una situación semejante. El señaló con su predicación la venida del Salvador, que cambiaría la suerte de su pueblo inaugurando un Reino triunfal. Y en vez de eso se encuentra con Jesús que no hace grandes cambios, sólo predica y hace algunos milagros, mientras él ha sido encarcelado. Su pregunta puede ser la nuestra: ¿Es Jesús el que puede salvarnos, o debemos esperar a otro?...
2. JESÚS NOS MUESTRA DÓNDE ESTÁN LOS SIGNOS DE LA SALVACIÓN QUE ÉL NOS TRAE... Hoy, como en tiempos de Jesús, hay ciegos que comienzan a ver, paralíticos que alcanzan a caminar, sordos que pueden oír y leprosos que quedan purificados: a cada uno le llega en el momento oportuno -que no siempre coincide con el que nosotros elegiríamos según nuestra limitada forma de ver las cosas- lo que más le hace falta para responder al don de Dios: Dios siempre actúa con misericordia y busca nuestro bien, aún en aquellas ocasiones en las que a nosotros más nos cuesta verlo...
Para eso Jesús no se vale especialmente de milagros (aunque puede hacerlos, y no deja de hacerlos cuando Él quiere), sino que actúa a través de muchas personas que, movidos por la fe y por el amor de Dios, prestan sus ojos, sus manos, y sus pies a los que los tienen enfermos, ponen su tiempos, sus oídos y su corazón al servicio de los demás. Pero la salvación que nos trae Jesús va aún más a fondo. Los muertos resucitan, porque Jesús murió y resucitó para salvarnos, y la Buena Noticia es anunciada a los pobres, que esperan de Dios la salvación. Por eso, la salvación que nos trae Jesús nace en los tiernos maderos del Pesebre pero madura en los esforzados maderos de la Cruz...
Jesús vino, en Belén, para sanar nuestros corazones y volverlos hacia Dios. De esta manera, nos ha acercado entre nosotros, y nos ha enseñado a vivir como hermanos. No hace lo que a nosotros nos toca, pero nos muestra cómo hacerlo. Jesús no vino a diseñar la economía mundial, aunque con sus Palabras nos da la clave para hacer una economía más humana, que ponga a cada hombre, y no lo que hace o produce, en el centro de nuestras preocupaciones. Jesús no vino a organizar los partidos políticos, aunque su enseñanza es clave para quien quiera ser un buen político, que haga de su tarea un servicio útil para los demás. Jesús no vino para escribir una regla que ordene del mejor modo la vida de los monjes o monjas dedicados a Dios en la oración, el silencio y el trabajo de un Monasterio o Abadía, aunque su Palabra comprendida y vivida fue la clave que permitió a san Benito, a santa Escolástica y a otros santos monjes escribir esas reglas. Jesús no nos dejó un manual con todas las indicaciones para organizar un Hogar de Ancianos como una casa donde sus residentes vivan sus últimos días en un clima de familia lleno de alegría y de amor, pero los santos, como la beata Juana Jugan, viviendo con intensidad su fe, han aprendido a hacerlo a la luz del Evangelio. Y lo mismo podríamos encontrar revisando todas y cada una de nuestras actividades habituales. En cada una de ellas, tomarse en serio el Evangelio y decidirse a vivirlo con integridad transforma nuestra vida, a la luz del Pesebre y de la Cruz que llevan al Cielo...
3. JESÚS ES NUESTRA SALVACIÓN, Y YA VIENE. ESPERÉMOSLO BIEN DESPIERTOS... Jesús ya viene, pero no podemos sentarnos a esperarlo de brazos cruzados. Necesitamos, en cambio, estar bien despiertos y en vigilante espera, de pie. A cada tiempo y a cada persona le toca responder al don de Dios. Lo decía Benedicto XVI en su reciente Encíclica, Spe Salvi: nuestra libertad es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones, no están ya tomadas para nosotros por los que nos precedieron; en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tiene que empezar de nuevo (cf. n. 24)...
Para celebrar la Navidad, entonces, no alcanza el "marco externo" de fiesta que tienen estos días, que podríamos imaginar representado por el establo. Tampoco alcanza sólo el Pesebre que podemos hacer en nuestro corazón para recibirlo a Jesús. Además es necesario que comprometamos nuestras manos, como símbolo de todo nuestro ser, para estar despiertos y activos, como san José junto al Pesebre. Tenemos que estar dispuestos a aceptar sus signos de la salvación, como san Juan el Bautista en la cárcel, en vez de exigir los que nosotros queremos. Tenemos que estar despiertos y prestar nuestros ojos para que los ciegos vean, nuestras piernas para que los paralíticos caminen, nuestros oídos para que los sordos oigan, dispuestos a vivir para los demás, y recuperar de este modo a Dios, Padre de todos, y fuente de la salvación para todos los que la quieren recibir...
¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos!». Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán (Isaías 35, 1-6a y 10).
Tengan paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardando pacientemente hasta que caigan las lluvias del otoño y de la primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la Venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el Juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor (Santiago 5, 7-10).
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino". Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él (Mateo 11, 2-11).
1. AUNQUE SE ACERCA LA GRAN FIESTA, QUIZÁS ALGUIEN CREA QUE NO TIENE MOTIVOS PARA LA ALEGRÍA... La Navidad es una fiesta no solamente solemne, sino además grande, de nuestra fe. Y por sus características propias, heredadas del comienzo de su celebración en Europa, es una fiesta familiar. A fines de diciembre allí hace mucho frío, y todo invita a quedarse dentro de las casas, al calor del hogar...
Esto mismo hace que, a medida que vamos avanzando en la edad, alguno pueda encontrarse ante esta fiesta sin ánimo para festejar. Porque de una manera más o menos cercana, a medida que crecemos, son más los seres queridos, parientes o amigos, que pueden faltar porque se han muerto, desde la última Navidad, y esto hace difícil, si no amargo, el brindis y la felicidad...
Por otra parte, en nuestra patria es fácil que nos gane la incertidumbre incluso cuando, como en estos días, un cambio de autoridades podría alentar algunas esperanzas de algo nuevo. Muchos se preguntan, y seguramente tendrán razones para hacerlo, si no volverá a repetirse, otra vez, más de lo mismo. Las cosas parecen funcionar mejor al menos en algunos aspectos, pero no se puede cerrar los ojos a los problemas de fondo, que siguen igual o están peor que hace un tiempo, ya que no parece que avancemos hacia una madurez de nuestra organización institucional que pueda entenderse como un signo y a la vez como una consecuencia de una mayor conciencia social y civilidad que nos permita confiar en la cercanía de tiempos mejores...
Por todo esto, más que nunca, hay que volver la mirada y el corazón al centro de la Navidad, para poder festejar. Hay que llegar a la fuente de la verdadera alegría, que es Jesús, y que siempre, cualesquiera sean los motivos de nuestras tristezas, amarguras y frustraciones, quiere y nos la puede dar...
2. ES SÓLO PARA AUDACES PREPARAR EL CAMINO DE UN NIÑO QUE ES DIOS Y TRAE LUZ... Para celebrar la Navidad con profunda y verdadera alegría basta con recibir a Jesús, el único que la puede dar en forma consistente y definitiva. Por eso San Juan Bautista, llamado justamente el Precursor, porque abrió los caminos para que pudiéramos reconocer a Jesús, nos llama también en este tiempo a preparar el camino y allanar los senderos para que Jesús llegue a nosotros. Jesús que viene como la Luz que puede disipar todas nuestras tinieblas...
Jesús viene, Dios hecho Niño, para que, como dice Isaías, "el lobo habite con el cordero, el leopardo se recueste junto al cabrito, el ternero y el cachorro de león estén juntos, la vaca y la osa vivan en compañía, sus crías se recuesten juntas, y el león coma paja lo mismo que el buey" (ésta es su descripción de los tiempos de la salvación que viene de Dios). Podríamos imaginar que esta es sólo una descripción poética, y muy bien lograda, por cierto, de un tiempo de paz, imposible o muy difícil de alcanzar. Pero también podríamos tomarnos en serio esta descripción que hace Isaías, y asumirla como la consecuencia que es posible esperar si nuestros corazones se vuelven a Dios para recibirlo en esta Navidad. Si buscáramos otras imágenes, más propias de nuestro tiempo, traduciríamos adecuadamente su pensamiento diciendo que Jesús viene para que se dé un encuentro fraterno entre el obrero y el patrón, el político y el que vota, el que respeta las normas de convivencia (¡la ley!) y el que hasta ahora pensaba que los "vivos" no tienen que sujetarse a ellas, y todo esto "conducidos por un niño pequeño", dice Isaías. Nosotros sabemos que este Niño es Jesús, y es Dios. Al recibirlo, se abre el camino a la paz...
Preparar el camino para que venga este Niño, que es Dios y trae Luz, consiste simplemente en remover todos los obstáculos que impiden que llegue de verdad a nuestro corazón. Significa la decisión de cambiar de rumbo en todo aquello en lo que lo hayamos errado. Sin temor a la Palabra de Dios, cuando se nos haga dura y nos resulte difícil, y sin la liviandad de pensar que Dios lo puede todo con su misericordia, aunque nosotros no lleguemos a cambiar todo lo que tendríamos que cambiar. En una palabra, como nos dice San Juan el Bautista, para preparar el camino a Jesús, que quiere venir a nosotros, y allanar los senderos que lo acercan, lo que nos hace falta es producir el fruto de una sincera conversión. Así nos los decía también el Papa Benedicto XVI en su última encíclica, sobre la esperanza. Mientras el progreso material puede ser lineal y ascendente, por lo que no es necesario volver a descubrir hoy lo que la ciencia ya descubrió en el pasado, sí será siendo necesario hoy que cada hombre, cada uno de nosotros, opte de nuevo por el bien, que se hace nuevo en cada opción...
3. CONFIADOS EN DIOS, HAGAMOS UN PESEBRE EN NUESTRO CORAZÓN... La paz que anhelamos, especialmente en Navidad, comienza con el cambio del propio corazón, quitando todo lo malo que en él está de más, y dando espacio a lo bueno que en nosotros siembra Dios. De esta manera, el Reino de Dios, que está cerca, llega con la alegría, a través de la conversión. Sabemos que Dios es quien salva. Con la constancia y el consuelo que nos da, podemos mantener la esperanza, y vivir con la audacia de confiar en Dios, sabiendo que su Palabra luminosa, rompe las tinieblas que parecen poder con todo, pero que se deshacen ante Dios. Habrá espacio para la alegría, siempre que le demos a Dios su lugar...
Hay cosas que nunca faltan en la preparación. Los adornos navideños, no sólo en las vidrieras (aunque, es justo decirlo, cada vez con menos referencia al sentido religioso de esta fiesta), sino también en las propias casas, nos hablan de esta fiesta. Pero esto, que puede ayudar al clima que esta celebración reclama, no es más que la cáscara externa. En la imagen que empezamos a presentar el Domingo pasado, todas estas cosas pueden representar "el establo", lo de afuera. Además hay que poner "lo de adentro", el pesebre, que hoy agregamos, el lugar donde Jesús quiere estar, y ese pesebre es nuestro corazón. El pesebre de Jesús era de madera, como también su Cruz. Cuánto daríamos si pudiéramos tener un trozo de la madera del pesebre de Jesús o de su Cruz. La madera tiene un particularidad. Es porosa y absorbe todo lo que se apoya en ella. La madera del pesebre de Jesús estuvo llena de sus olores de salvación y santidad, como la madera de su Cruz estuvo impregnada de su sangre salvadora, que allí derramó por nosotros. Pues bien, hagamos de nuestro corazón un pesebre, al que Jesús venga en esta Navidad. Y hagamos que nuestro corazón sea, también, como la madera, capaz de absorber todo lo que Jesús nos quiere decir y nos quiere dar en esta Navidad, de modo que nada ni nadie nos lo pueda quitar...
Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor -y lo inspirará el temor del Señor-. El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas. El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá, la vaca y la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y en la cueva de la víbora, meterá la mano el niño apenas destetado. No se hará daño ni estragos en toda mi Montaña santa, porque el conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erigirá como emblema para los pueblos: las naciones la buscarán y la gloria será su morada (Isaías 11, 1-10).
Hermanos: todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús. para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Sean mutuamente acogedores, como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios. Porque les aseguro que Cristo se hizo servidor de los judíos para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas que él había hecho a nuestros padres, y para que los paganos glorifiquen a Dios por su misericordia. Así lo enseña la Escritura cuando dice: "Yo te alabaré en medio de las naciones, Señor, y cantaré en honor de tu Nombre" (Romanos 15, 4-9).
En aquellos días, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos". Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible» (Mateo 3, 1-12).
1. LA EXPECTATIVA DE VIDA SE HA PROLONGADO, HOY SE PUEDE LLEGAR A TENER MUCHOS AÑOS... Los avances de la medicina lo permiten, de una manera quizás insospechada unos años atrás. En la Argentina la expectativa de vida es de 74 años, Aunque, a decir verdad, cuando se llega a esa edad lejos de pensarse que se está en el límite es normal pensar que todavía quedan unos cuantos años por delante: pasados los 70 se imagina que es posible llegar a los 75, y desde allí, cuando se llega, se van tendiendo puentes, pensando que se puede llegar a los 80, 81, 82, y así siguiendo, siempre un poco más, y además llegar con una sonrisa...
En realidad, no es tan novedad que se puedan vivir muchos años. El pasado 4 de diciembre se celebraba la memoria de San Juan Damasceno, considerado el último Padre de la Iglesia de Oriente, que nació en el año 776 y murió en el año 880, quiere decir que vivió ¡104 años!, y eso entre el siglo VIII y el siglo IX, es decir, cuando la expectativa de vida era mucho menor que la de hoy...
De todos modos, que se viva más no garantiza de ningún modo que se viva mejor. Nos lo recuerda el Papa Benedicto XVI en su última encíclica, Spe Salvi, dada a conocer el viernes pasado. Se vive por más tiempo, pero no con más alegría, sino casi lo contrario. Sin tener en cuenta a Dios, sin descubrir por la fe que sus brazos nos esperan, abiertos y llenos de misericordia, la esperanza no es posible y tampoco la alegría. Porque nuestro cuerpo "se gasta", como dice la canción "nos vamos poniendo viejos", nuestras articulaciones no responden, nuestros sentidos se adormecen, nuestros huesos nos duelen, nuestros amigos y parientes mayores ya no están, los que quedan no se acuerdan de nosotros y lo que querríamos hacer deja de estar al alcance de nuestras manos. Nuestra aspiración más profunda, aquella que Dios siembra en lo más profundo de nuestros corazones, no se agota con lo que podemos hacer en esta vida, ya que Dios nos ha hecho para más, nos ha hecho para el Cielo...
Por eso viene en nuestro auxilio la celebración de hoy, llevando nuestra mirada y nuestro corazón hacia aquella que ha alcanzado lo que Dios nos promete. María nos muestra así hasta dónde podemos llegar, y cómo. Jesús, siendo Dios, eligió su Madre desde toda la eternidad en María, preservándola de las huellas que en todos nosotros ha dejado pecado original, llamado así por ser el pecado que cometieron los primeros hombres en el origen (de esto nos habla toda la primera lectura de hoy)...
2. MARÍA, INMACULADA DESDE EL PRIMER INSTANTE DE SU CONCEPCIÓN... Quiere decir que María, porque así lo quiso y así lo hizo Dios, fue preservada de la huella del pecado original, y nacida sin pecado, de tal modo respondió siempre y en todo con fidelidad a Dios, que conservó para siempre su integridad. Aunque desde siempre esto formó parte de nuestra fe, y ya los Santos Padres en los primeros siglos de la Iglesia se referían de una manera u otra a este misterio, fue el 8 de diciembre de 1854 cuando el Papa Pío IX proclamó de manera solemne y definitiva el Dogma de la Inmaculada Concepción, afirmando: "La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano"...
Las Hermanitas de los Pobres, en todo el mundo, eligen esta fecha para renovar la consagración que de un día para siempre hicieron a Dios, porque María les sirve de modelo y les muestra el camino para ser fieles a Dios. Ellas renuevan hoy cuatro votos, que nos hablan a todos nosotros de lo que cada uno puede hacer en su respuesta a Dios...
Ellas eligieron, y hoy renuevan, el voto de pobreza, y con eso nos muestran que nada hay para ellas que pueda estar por encima de Dios. Ellas eligieron, y hoy renuevan el voto de castidad, con la que nos muestran que se entregan del todo y enteramente sólo a Dios. Ellas eligieron, y hoy renuevan el voto obediencia, que pone remedio a la soberbia que puede llevarnos a creer que siempre tenemos razón. Eligen la obediencia, y con eso nos muestran que quieren obedecer siempre y en todo a Dios. Ellas eligieron, y renuevan también hoy, el voto propio y característico de su Congregación, el voto de hospitalidad. Y en esto también aprenden de María, que aceptando el anuncio del Ángel, engendró, como dice San Agustín, a Jesús en su seno, porque primero le había abierto su corazón, y allí lo había hospedado. Las Hermanitas, siguiendo la inspiración de su fundadora, quieren recibirlo a Jesús que se acerca a ellas en los ancianos pobres, y en todos los que se acercan en sus casas, y por eso renuevan este voto de hospitalidad, decididas a recibirlo siempre y de la mejor manera en su corazones y en sus casas a estos enviados de Dios. De la misma manera, las Monjas benedictinas tienen su propio cuarto voto, de estabilidad, por que se consagran a Dios en un Monasterio o Abadía determinada, que es el "taller" donde debe practicar sus buenas obras (cf. San Benito, La regla de los monjes, Cap. 4, 78)...
3. ELEGIDOS POR DIOS, SÓLO FALTA NUESTRA RESPUESTA DE AMOR... En María la fidelidad estuvo garantizada de manera automática, sino que requirió su continua y constante respuesta al Amor de Dios. Tampoco puede estarlo en el caso de ninguno de nosotros, como tampoco de las Hermanitas. María tuvo que responder con fidelidad cada día al don de Dios con el que había sido especialmente bendecida, y lo hizo con integridad y plenitud. También nosotros, como las Hermanitas, para mantener la alegría de la fe tenemos que renovar cada día la fidelidad al don que hemos recibido. Por eso, aunque ellas han hecho estos votos de una vez para siempre, en este día vuelven a elegir de manera solemne, como necesitan hacerlo cada día en el silencio de la oración, su consagración a Dios. Y lo hacen en cualquier lugar del mundo por donde tienen sus casas...
María fue preservada Inmaculada, sin huella del pecado original, desde el primer instante de su concepción. Nosotros, en cambio, hemos sido purificados por el Bautismo, que nos ha permitido superar las barreras que nos imponía el pecado y sus consecuencias, la muerte y la pérdida de la vocación de eternidad. Ella respondió a la plenitud de la gracia recibida, y a nosotros nos toca responder cada día al don de la gracia con la que Dios nos llama a la vida eterna. Estas Hermanitas de los Pobres que aquí se ven son de Colombia, una de ellas ha hecho este año su profesión perpetua, y las otras tres se vienen preparando para hacerlo en poco tiempo más. Ellas, como todas las demás Hermanitas de los Pobres, renuevan hoy su consagración, reafirmando con su sí ya dado. Y con ellas, también cada uno de nosotros, dándonos cuenta que hemos sido elegidos, como ellas, y como María, por el amor de Dios, podemos renovar nuestro propósito de responder al Amor de Dios. Sólo falta cada día, con perseverancia, nuestra respuesta, una respuesta también de amor...
Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». «Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». El replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». Y el Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón». El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes (Génesis 3, 9-15 y 20).
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de al gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano -según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria (Efesios 1, 3-6 y 11-12).
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Angel se alejó (Lucas 1, 26-38).
1. LAS FECHAS LLEGAN DE UNA MANERA INEXORABLE, AUNQUE NO LAS PREPAREMOS... Para eso basta que las hojas del calendario vayan avanzando, como de hecho lo hacen sin detenerse. Apenas "ayer" comenzaba el año 2007, y ahora ya hemos iniciado su último mes y vamos llegando a su fin. "Anteayer" comenzaba el nuevo milenio apenas concluida la celebración del gran Jubileo del año 2000, y ahora ya nos encontramos en los últimos años de su primera década. Los días, las semanas y los años se suceden sin interrupción, uno tras otro. Dentro de cada año también se suceden con ritmo implacable las estaciones, según su invariable sucesión: primavera, verano, otoño e invierno. Y todo esto sucede sin necesidad de que nosotros hagamos nada...
Ante esta secuencia ininterrumpida que nos impone el tiempo, nosotros podríamos tener una actitud resignada y pasiva que nos llevara a quedarnos resignados mirando cómo pasa el tiempo y lamentándonos cada tanto pensando que "todo tiempo pasado fue mejor" (es un refrán engañoso, porque nuestra mirada sobre el pasado siempre nos lo presenta coloreando sus alegrías y empequeñeciendo sus tristezas). Sin embargo, no es bueno ni hace falta que nos quedemos "quietos" esperando simplemente que el tiempo pase, como si se tratara de un mal ante el que no tenemos remedio y frente al que nada podemos hacer, como si sólo tuviéramos que esperar que el paso de los días nos deposite en la muerte. El tiempo no sólo "sucede". Nosotros estamos dentro del tiempo y somos parte de él, participamos activamente en lo que sucede en el tiempo, ya que dentro de él vamos construyendo cada uno de nosotros su propia historia...
Esto resulta especialmente importante hoy cuando en este primer Domingo de Adviento comenzamos a preparar la Navidad. Esta es una fiesta de familia, en la que festejamos que Jesús vino, niño y pobre, a darnos la salvación, que nos trajo con sus Palabras de Verdad y sus hechos de Amor, al precio de su propia vida, que entregó gustoso en la Cruz para salvar la nuestra, condenada al fracaso del dolor y de la muerte...
En este tiempo hay que estar prevenidos y despiertos Hay muchas cosas que nos pueden distraer, impidiendo que nos preparemos para esta fiesta. Si esto sucediera podríamos perder la oportunidad de celebrarla bien, "como Dios manda", y nos quedaríamos sólo en la cáscara, sin llegar a su corazón. Quedarse en la cáscara sería dejarnos absorber por lo secundario (los adornos de la casa, las tarjetas de saludo, las comidas especiales, las despedidas de fin de año, los regalos), sin dar trascendencia al Nacimiento de Jesús, que es el motivo de esta fiesta grande. De hecho, las fiestas comienzan ya desde el momento en que comenzamos a prepararlas, sobretodo cuando las preparamos junto a otros, como sucede con las fiestas de familia, como lo es por antonomasia la de Navidad. Pero también vale decirlo de la fiesta del Cielo, la última y definitiva, que comienza a vivirse desde el momento en que comienza a preparársela. Por eso hoy Jesús quiere despertarnos, para que no dejemos de prepararnos para la Navidad y para el Cielo...
2. VAMOS A RECIBIR A JESÚS, QUE VINO EN BELÉN, VIENE CADA DÍA Y VENDRÁ EL ÚLTIMO DÍA... "La salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe", nos dice San Pablo. Y él sabe que Jesús es nuestra salvación. Si ahora está más cerca, es porque Jesús cada día viene hacia nosotros...
Vino en Belén, donde nació débil, como todo niño, y pobre como hoy le sucede a muchos niños. Y desde el pesebre avanzó implacable hasta la Cruz, desde donde resucitó, para mostrarnos el camino de la salvación. La Navidad, justamente, viene a recordarnos que Jesús vino de esa manera y nos marcó ese camino. Por eso es clave que no nos dejemos distraer por "los adornos" de la fiesta, y lleguemos a su corazón...
"Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas", nos dice Isaías. Esto nos tiene que ayudar a comprender que las mismas cosas que hoy enfrentan a las personas y a las naciones, a las familias y a los hemisferios, son las que deberían unirlos. Los bienes materiales, los más necesarios e imprescindibles para la vida, y los que son simplemente útiles, que en nuestro tiempo vemos acumularse progresivamente en cantidades cada vez mayores en grupos más reducidos, son los que podrían convertirse en los vehículos del encuentro, que surgiría fácilmente si nos despertáramos para recorrer el camino del amor fraternal al que Jesús nos ha llamado. Esa manzana que está sobre la mesa y parece ser la más rica puede llevarnos a pelear para quedarnos con ella, pero también puede acercarnos a los que están con nosotros, si postergamos nuestro primer impulso y la ofrecemos a los demás...
Este camino reclama de nosotros el esfuerzo para entendernos, el esfuerzo de dar espacio a nuestros hermanos en nuestros corazones y de abrir nuestros brazos para abrazarnos con ellos. Y mientras se acerca la Navidad, para recibir a Jesús que viene cada día hacia nosotros, podríamos aplicar estos esfuerzos a la relación con nuestros parientes, con nuestros vecinos, con nuestros amigos y nuestros enemigos, buscando con oración, sacrificio, fe y alegría, para preparar de la mejor manera esta Fiesta de familia...
Pero además, Jesús, que vino en Belén y viene cada día hacia nosotros, también vendrá al final de la historia. En ese momento todo quedará puesto delante de la mirada de Dios, todas las acciones de todos los hombres, desde el primero hasta el último. Se podrá ver "de un solo golpe de vista" la historia de cada uno, y se harán evidentes los frutos del modo en que hemos recibido a Jesús cada día. El Papa Benedicto XVI nos habla de este tiempo final en su última encíclica Spe Salvi, recordándonos con palabras de San Pablo que "en la esperanza fuimos salvados" (Romanos 8, 24), porque tenemos la certeza de que allí, al otro lado de la historia, Alguien nos espera, con sus brazos abiertos para recibirnos en su Amor (es curioso, de lo que más habla el Papa en esta encíclica es del Cielo, y lo que resaltaron algunos periódicos en sus títulos fue que en ella el Papa había reafirmado que existen el Purgatorio y el Infierno)...
3. NO HAY TIEMPO QUE PERDER, HAY QUE ESTAR DESPIERTOS: JESÚS LLEGA ENSEGUIDA... Viene Jesús, y no hay tiempo que perder, porque antes que nos demos cuenta, en poco más de cuatro semanas, estaremos celebrando la Navidad...
Pero esta vez no podemos dejar que Jesús se quede solo en un pesebre. Sabiendo que nos trae la salvación, a nosotros nos toca prepararle un lugar donde Él pueda desplegar a sus anchas todo lo que tiene para darnos...
Y el mejor lugar, donde Jesús siempre querrá estar, será nuestro corazón, y el de todos los hombres de todos los tiempos...
Jesús llega en esta Navidad, como llega también en cada día, y como vendrá también al final, a la hora de la verdad, que será para cada uno de nosotros el último día de nuestra vida. Hay que estar despiertos y dispuestos para recibirlo siempre, y del mejor modo...
Sólo de esa manera la Navidad podrá ser verdaderamente una fiesta de Paz, a pesar de todo lo que pueda atentar contra ella (todos los modos con los que se manifiesta el dolor, y su resumen culminante, que es la muerte), porque recibiendo a Jesús, se puede vencer definitivamente el dolor y la muerte...
Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin de los tiempos, que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán; ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor. El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob. y caminemos a la luz del Señor! (Isaías 2, 1-5)
Hermanos: Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo (Romanos 13, 11-14a).
Jesús dijo a sus discípulos "Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada" (Lucas 24, 37-44).
1. A VECES LAS COSAS DESAPARECEN, JUSTO CUANDO MÁS LAS NECESITAMOS... Y las cosas que desaparecen en los momentos cruciales son siempre las mismas, en primer lugar los anteojos. Siempre sabemos dónde están, menos cuando los necesitamos. Incluso a veces, después de buscarlos un rato largo, nos damos cuenta que los teníamos puestos o los llevábamos en la mano...
Lo mismo sucede con las llaves de la casa. Basta que tengamos que salir un poco apurados para que se haga imposible encontrarlas. Y lo mismo nos pasa con una cantidad de cosas. Los documentos, siempre bien guardados en un lugar determinado, basta que los necesitemos y estemos apurados para que no podamos encontrarlos. Quizás les pasa de manera especial a las señoras con las carteras, aunque ahora tienen un buscador infalible: el celular. Más que un teléfono, un invento hecho para que las señoras puedan encontrar sus carteras (suena un celular, cada uno con su tono personalizado, y permite a quien lo dejó en su cartera encontrarla enseguida sin dificultad)......
También a Dios a veces lo buscamos a Dios desesperadamente, cuando la vida se nos ha convertido en un inmenso lío, y justamente en ese momento nos parece que se esconde, porque no lo encontramos. Así pasa con especial frecuencia en los tiempos que estamos viviendo, todo el mundo parece envuelto en un inmenso lío. Es inevitable que tiempos así la Iglesia sufra persecución, ya que responde con valores inmutables y permanentes en una época donde parece que todo cambia. A esta Iglesia que "molesta" recordando el bien y la verdad se la tratará de callar...
2. CUANDO LLEGAN LAS TORMENTAS, JESÚS CALMA LAS AGUAS Y QUITA LOS MIEDOS... Como a los Apóstoles, también a nosotros nos sucede que a veces nos encontramos con tormentas que nos asustan. En el trabajo, en la salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida social, incluso en nuestra vida de fe, así como en la vida de la Iglesia, no sólo hay nubarrones que dejan por momentos todo oscuro, sino que también hay verdaderas tormentas, en las que no para de caer agua o piedra, y en las que hasta deja de verse el horizonte...
Aparecen tormentas que nos dan miedo y nos paralizan, que nos dejan desorientados o sin saber qué hacer. También a veces aparecen tormentas que arrasan con todo. Y en medio de las tormentas podemos perder la calma, o las ganas de luchar por nuestras convicciones, o el rumbo que las mismas nos señalan, e incluso a veces podemos llegar a perder la confianza en Dios y también la fe...
Lo que primeramente importa en los tiempos de tormentas es que nos demos cuenta que cuando éstas llegan, Jesús siempre está presente. No hace falta responder con la audacia y el atropello de Pedro, que se lanza al agua para caminar hacia Jesús, quizás tan confiado en sus propias fuerzas, que no tarda en volver al miedo y empezar a hundirse. La presencia de Jesús a veces es silenciosa, pero siempre está, haciendo lo que hace falta. Jesús está marcando el rumbo, está sosteniendo la marcha, está recordando la meta y empujando hacia ella. Basta levantar la mirada para darse cuenta que viene a nuestro encuentro en cada encrucijada. Basta lanzar hacia Él nuestro grito y poner en Él toda nuestra confianza para encontrar que siempre trae calma a nuestra barca, si lo recibimos con fe...
Benedicto XVI para la Iglesia en el mundo entero, y cada Obispo en su diócesis, nos ayudan a permanecer en la Barca, que es la Iglesia. Hay que permanecer en ella, porque Jesús siempre vendrá a traer la calma y quitar los miedos a quienes estén en la Barca, en la Iglesia. Y el modo de permanecer en ella es tomarse firme de la Cruz, ya que en ella Jesús nos trajo la salvación y en ella la encontraremos siempre, más allá de los efectos efímeros de las tormentas...
3. HAY QUE IR CON JESÚS EN LA BARCA, PARA SUPERAR LAS TORMENTAS... Jesús no sólo viene a nosotros caminando sobre las aguas. En realidad, nuestra Barca es la suya, es la Iglesia, y en ella nos ha invitado a navegar junto con Él. Nos acompaña en toda la marcha, porque nos quiere para siempre junto a Él...
Podrán seguir viniendo muchas tormentas en todos los ámbitos de nuestra vida, personal y social. Podrán llegar tormentas en nuestra salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida social, y para la Iglesia entera. Podrán multiplicarse los tiempos y los intentos de persecución, como ya los ha vivido muchas veces la Iglesia a lo largo de sus dos milenios (el tercero no tiene por qué ser distinto). Podrán llegar tormentas incluso que hagan temblar nuestra fe, pero con Jesús en la Barca, también llegará la calma. Salimos de una orilla, en la que comenzó nuestra vida, y vamos hacia la otra, en la que podremos alcanzar la meta de nuestra vida. Jesús nos ha hecho para el Cielo, y él mismo calma todas las tormentas que pueden presentarse durante la marcha, para que, mientras vamos de camino, nada ni nadie puedan nunca separarnos de Él...
Habiendo llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. Allí le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta (1 Reyes 19, 9 y 11-13a).
Hermanos: Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén (Romanos 9, 1-5).
Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios» (Mateo 14, 22-33).
1. ADEMÁS DEL PAN, HACE FALTA EL HAMBRE PARA ALIMENTARSE BIEN... En nuestras culturas, marcadas por las costumbres nacidas en el mediterráneo, el pan representa de manera singular a todos los alimentos que constituyen nuestra fuente de energías y por eso necesitamos para vivir. Sin embargo, no alcanza con el pan. Hoy, gracias a Dios, existen en el mundo más alimentos de los que necesita la población entera para alimentarse suficientemente bien (por eso es tan grave que mientras algunos tienen mucho más de lo que necesitan a otros les falte lo más elemental para alimentarse de una manera digna; es una injusticia que clama al cielo)...
Pero, ¿qué hacemos con el pan si no tenemos ganas de comer? El hambre es un signo de salud, y algo anda mal si, a pesar de necesitarlo, no tenemos ganas de alimentarnos. A veces puede ser efectivamente una cuestión de salud física. Si estamos con un problema estomacal, o con una gripe fuerte, o con alguna otra cosa más grave, enseguida perdemos el hambre. Y si no nos alimentamos, tenemos cada vez menos energías para superar la enfermedad. Por eso, para suplir nuestro deseo natural de alimentarnos que se manifiesta en el hambre, cada vez con más facilidad y rapidez, si no nos alimentamos por nuestros propios medios enseguida nos alimentan "a la fuerza", con suero fisiológico, con el que nos dan los líquidos y los sólidos elementales para no debilitarnos demasiado, y sostener nuestras energías en un buen nivel...
Sin embargo, no sólo cuestiones físicas pueden quitarnos el hambre. A veces andamos con "el ánimo por el piso", no sólo con las cejas sino también con los brazos caídos. Por diversas razones, que no tienen que ver con lo físico sino con lo psíquico o lo espiritual, perdemos el hambre, y nos cuesta comer...
Pero además, ya lo decía con insistencia Juan Pablo II e insistió en la misma línea Benedicto XVI del el comienzo de su pontificado a la hora de plantear los problemas más graves de la humanidad en nuestro tiempo, hoy el drama más importante es que el mundo parece olvidarse de Dios, como si no necesitara de Él. El peligro más grave para la humanidad no consiste hoy en una guerra entre religiones sino en la ausencia de ellas, porque los hombres se olvidan de Dios o piensan que ya no necesitan de Él. Cuando se ven multitudes caminando por las ciudades más desarrolladas, pasando indiferentes ante las vidrieras que muestran muchas cosas que ya todos tienen, uno puede preguntarse dónde estará encerrada, en el corazón de cada una de esas personas, la pregunta esencial sobre su origen y su meta, es decir, en definitiva, la pregunta sobre Dios. Así se comprenderá la gravedad del diagnóstico que hace Benedicto XVI. Si un drama de nuestro tiempo es que, habiendo pan para todos, muchos hoy se mueren de hambre debido a la injusta distribución de los bienes, no es un drama menor que, sobre todo los hombres más satisfechos, hayan perdido su hambre de Dios. Y esto nos puede ayudar a poner una mirada distinta sobre el milagro que más impresionó a los primeros cristianos, la multiplicación de los panes que hizo Jesús para alimentar a una multitud...
2. FUIMOS HECHOS PARA EL CIELO, Y SÓLO DIOS PUEDE SACIAR EL HAMBRE DE ETERNIDAD... El milagro de la multiplicación de los panes nos muestra que Dios hace lo suyo para que a nadie falte el pan. A partir de los cinco panes y los dos peces con los que cuentan los discípulos, los multiplica y los pone en manos de los mismos Apóstoles para que trabajen llevándolos a todos. De la misma manera, Isaías nos hace oír la invitación de Dios para que nadie se quede sin comer y beber lo necesario, aunque no tenga dinero, y se asombra del que gasta la plata en algo que no alimenta. Pero, ¿qué se hace con todo esto, si se pierde el hambre y ya no se quiere comer?...
Lo primero que tiene que hacer hoy la Iglesia con la humanidad entera, es recordarle que Dios nos ha hecho para el Cielo. No basta plantearse como objetivo de la vida alcanzar el éxito, ya sea en el deporte, en la profesión (o en el deporte convertido en profesión), ni siquiera alcanza proponerse dedicar la vida entera a construir una familia que responda a los mejores ideales y en la que todo se hace y todo sale bien. Fuimos hechos para el Cielo, nuestra vida tiene una vocación de eternidad, Dios nos hecho para la Vida eterna, y sólo Dios puede saciar en nosotros ese hambre más profundo y consistente, pero muchas veces callado y adormecido, que nos lleva a buscarlo a Él. Pero hace falta despertarse. De nada sirve que Dios quiera llevarnos al Cielo, si nosotros, dormidos o adormecidos, no prestamos atención a su llamado. Nuestra vocación de eternidad significa, por parte de Dios, un llamado, y por nuestra parte una respuesta en la que nadie nos puede suplir...
Comer no es un lujo para los que pueden pagarse la comida, sino una urgente necesidad para todos. Por eso todos los que tenemos para comer tenemos también la responsabilidad de hacernos cargo de aquellos que pasan hambre porque no tienen qué comer. Y el llamado a la vida eterna tampoco es un lujo para algunos pocos elegidos que están atentos a Dios. Jesús pone en evidencia a través de la multiplicación de los panes que Él hace su parte para que a nadie le falte el pan, y hace participar a los Apóstoles para que les llegue a todos los que lo necesitan. Pero Jesús también nos muestra a través de este milagro, relatado como si fuera la celebración de la Eucaristía (Jesús hace la bendición del pan, y después de la fracción lo alcanza a los Apóstoles para que lo distribuyan a la multitud), que Él está siempre dispuesto para ser el alimento de todos los que quieran acudir a Él. Yo creo que está despertándonos para que no nos quedemos sentados en un conformismo materialista, ante este mundo que parece resolver algunas de las cuestiones más fáciles que se le presentan (aunque no todas, por supuesto, baste pensar en la dificultad para producir el bien moral en la misma medida en que se logran producir bienes materiales), y sin embargo se encuentra sin rumbo, porque pierde el horizonte trascendente para el que fuimos creados todos los hombres y mujeres que llegamos a este mundo...
3. DIOS NOS DESPIERTA EL HAMBRE DE ETERNIDAD, Y NOS INVITA A COMPARTIR EL PAN... Jesús nos despierta, entonces, ese hambre de eternidad que ha puesto en lo más profundo de nuestros corazones, para que no dejemos nunca de buscarlo a Él como nuestro principal alimento. Cada semana venimos a esta Mesa eucarística, en la Misa, no sólo para alimentarnos de Jesús, con los dos platos fuertes que Él nos ofrece, su Palabra y su Cuerpo y Sangre, sino también para que permanezca despierto nuestro deseo y nuestra búsqueda de Dios...
En cada Misa Dios se hace presente de un modo tal que nos va ayudando a comprender cómo todo el mundo, y nuestra propia vida, adquiere su sentido en Él. De esta manera, nuestra vida se hace cada vez más profundamente religiosa, y se manifiesta así, de este mismo modo, en todos los otros ámbitos donde nos movemos. Dios llena nuestros corazones, nos mantiene despierto nuestro hambre de Él, y nosotros, haciendo presente a Dios en nuestra vida, ayudamos al mundo en que vivimos a recordar que no es nada que valga la pena sin Él. Esto es lo que pensaban los Obispos de Latinoamérica cuando reunidos con Benedicto XVI en Aparecida llamaron a toda la Iglesia en este continente a vivir con fidelidad y entusiasmo su misión...
La caridad a la que Jesús nos llama nos es mera filantropía. Los Apóstoles encontraron la energía y el entusiasmo para convertirse de pobres pescadores en entusiasmados predicadores dispuestos a dar la vida por Jesús porque Él, muerto en la Cruz y resucitado para abrirnos las Puertas del Cielo, les ayudó a descubrir su hambre de Dios, que Él mismo podía saciar. Eso les cambió la vida, y a partir de allí estuvieron dispuestos a todo, y entregaron la vida por Jesús. La caridad con la que lo dieron todo (que el mismo Jesús les hizo practicar en la multiplicación de los panes llamándolos a distribuirlos entre la multitud presente), fue la simple y esperable consecuencia de haber encontrado en Jesús a quien podía saciar su sed de eternidad. También en nuestro tiempo, entonces, se puede esperar que una Iglesia misionera sea la consecuencia de haber descubierto el hambre de Dios que nos mueve desde lo más profundo, y que se despierta en nuestro encuentro con Jesús...
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David (Isaías 55, 1-3).
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Romanos 8, 35 y 37-39).
Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Mateo 14, 13-21).
1. NO SE PUEDE TENER TODO. HAY QUE SABER ELEGIR LO QUE VALE LA PENA... No se puede tener todo al mismo tiempo, y por eso muchas veces es necesario saber elegir lo que vale la pena para cada momento, o al menos aceptar lo que en cada momento llega. Es muy posible que a todos nos guste que todos los días, o al menos los domingos y los demás días de descanso, sen soleados, ya que el sol nos despierta siempre una sonrisa y nos pone de buen humor. Pero, si sólo hubiera días de sol, ¿cómo llegarían a nosotros las lluvias, que hacen que las semillas sembradas den muchos y buenos frutos, y la tierra nos dé los alimentos que necesitamos? Por eso, además del sol, hace falta que también sepamos alegrarnos con los días nublados y con la lluvia...
Seguro que a todos nos gusta tener buena salud. Pero al mismo tiempo nos gustan las comidas cargadas de grasa (por ejemplo, un buen asado bien jugoso, precedido por un buen copetín lleno de ricos embutidos), y los postres bien dulces y llenos de delicias. Ahora bien, llega un momento en que hay que elegir. Porque si la sal, o las grasas, o los dulces, no resultan adecuados para nuestra particular salud, tendremos que aprender a prescindir de estas cosas, o aguantarnos que nuestra salud se resienta, no podremos conservar el hábito de comer lo que se nos dé la gana sin asumir las inevitables consecuencias...
Puede ser que alguno haya hecho o esté haciendo planes para ser un gran triunfador en su profesión, o en el deporte que le gusta, o en la ciencia en la que encuentra mayor gusto. Es un plan muy loable, y si tiene la capacidad suficiente seguramente podrá lograrlo. Pero eso tendrá su precio. Deberá dedicarle tiempo, atención, dedicación y esfuerzo a su plan, ya que las metas elevadas no se alcanzan de un día para otro sino que requieren tiempo y constancia...
No se puede pretender llegar a una meta elevada si en vez del esfuerzo que se necesita para alcanzarla sólo se es capaz de un esfuerzo sostenido a la hora de plantarse frente a la televisión para convertirse en un "experto del zaping", teniendo constancia sólo para descansar o perder el tiempo, con el control remoto en la mano, pasándose horas enteras viajando de una pantalla a otra, sin frenar nunca en algo que valga la pena...
Realmente hay cosas que son muy importantes por las que vale la pena dejar todo lo demás, incluso el control remoto del televisor. Eso es exactamente lo que sucede cuando Jesús aparece en nuestra vida y nos ofrece participar de su Reino, el Reino de Dios, que se realiza plenamente en el Cielo pero que comienza ya aquí en la tierra. Hoy Jesús quiere ayudarnos a medir qué estamos dispuestos a hacer cuando Él aparece en nuestra vida con esta propuesta...
2. PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS, HAY QUE ESTAR DISPUESTOS A DEJARLO TODO... Dios no puede estar en un segundo lugar. O lo es todo en nuestra vida, o se nos queda afuera. Por eso, cuando aparece, hay que estar dispuestos a dejar todo lo demás...
A veces Dios aparece de sorpresa en nuestra vida, en el momento y del modo que menos lo esperamos. Como le sucede al hombre de la primera parábola que hoy nos presenta Jesús. Sin buscarlo, se encuentra con un tesoro enterrado en un campo. A veces Dios también parece de sorpresa en nuestra vida, a través de una palabra, un gesto fraterno, de un reclamo o de una necesidad con la que alguien que se cruz en nuestro camino nos llama a la puerta. Y bien, ese es el momento en que tenemos que "dejarlo todo" para atenderlo a Dios, y de esa manera entrar en su Reino, o, dicho de otro modo, dejar que su Reino entre en nosotros, dejar que Dios reine en nosotros con toda contundencia...
Otras veces Dios aparece en nuestra vida después que lo hemos estado buscando con insistencia y perseverancia. Así le sucede también al negociante que se dedicaba a buscar perlas finas, hasta que finalmente encontró la que siempre había esperado encontrar. Muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo con Dios. Nos hemos pasado mucho tiempo buscándolo, de una y otra manera, con impaciencia e incluso a veces hasta con quejas, cuando nos ha parecido que se escondía y nos rehuía, sin responder a nuestros reclamos y a nuestra oración...
En todo caso, sea de una manera o de otra, Dios aparece en nuestra vida, y cuando lo hace reclama todo nuestro amor. Hace falta "venderlo todo", hay que desprenderse de todo para atesorar el Reino de Dios, para llenarse de su presencia. En realidad, Dios aparece en nuestra vida todos los días, está siempre "a la vuelta de la esquina". Por eso, es necesario estar siempre dispuestos a desprendernos de todo para quedarnos siempre con Dios, y encontrar la verdadera alegría. Salomón nos muestra cómo supo responder a Dios. Cuando se le presentó ofreciéndole pedirle lo que quisiera, no puso entre sus preferencias una larga vida, ni riqueza, ni que destruyera a sus enemigos, sino simplemente la sabiduría de un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal...
3. CONFIEMOS EN EL AMOR DE DIOS Y, PUESTOS EN SUS MANOS, VIVAMOS CON ESPERANZA... Si confiamos en el amor de Dios, pondremos para siempre nuestra ancla en Él. Y si Dios se convierte en nuestro punto firme, si ponemos en Él el ancla, si Él se convierte realmente en el único fundamento al que estamos dispuestos a no renunciar nunca, entonces podremos vivir animados siempre con una esperanza cierta....
Si la miramos bien, nos daremos cuenta que el ancla que nos afirma en Dios siempre tendrá la forma de la Cruz, ya que es allí donde Jesús convirtió la muerte en un camino hacia la Vida, y donde cambió la desobediencia de los hombres en fidelidad a Dios. Precisamente por eso el con forma de Cruz está hecha a la medida humana y nos orienta hacia el Cielo, donde nuestra condición humana puede desplegarse en toda su grandeza...
Anclados en Dios, nos ponemos del todo en sus manos. ¿Y en qué mejores manos nos podremos poner? Nos dice San Pablo que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. Puestos en sus manos, estamos en manos muy seguras, como familia, como Iglesia, y también como nación. Tendremos salud o enfermedad, retenciones móviles o fijas, moderadas o confiscatorias, paz o violencia y corrupción, pero en todo podremos encontrar caminos de salvación, si estamos dispuestos a elegirlo a Dios por encima de todo, y nos ponemos confiados en sus manos...
De esta manera será posible que cada uno de nosotros ponga en cada momento lo mejor de sí mismo, para ayudar a construir también un futuro mejor, que se va haciendo de a poco, y que en definitiva no es ni más ni menos que el Reino de Dios. Es a través de nuestra conversión cotidiana que se irá manifestando cada día más en este mundo el Reino de Dios, mientras caminamos hacia la Vida eterna, donde podrá manifestarse con toda su plenitud...
En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: «Pídeme lo que quieras». Salomón respondió: «Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?». Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti» (1 Reyes 3, 5-6a y 7-12).
Hermanos: Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó (Romanos 8, 28-30).
Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron. Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo» (Mateo 13, 44-52).
1. EN NUESTRO TIEMPO ABUNDAN LOS SIGNOS DE LA INTOLERANCIA... Por todos lados nos encontramos con actitudes intransigentes de personas que piensan que sus problemas se acabarían quitando de en medio (literalmente, haciéndolas desaparecer del mundo si fuera posible) algunas personas que obstaculizan sus planes o sus ideas. A muchos les gustaría hacer desaparecer de sus vidas a los que les molestan, y si no fuera posible al menos darles con el hacha (literalmente, la herramienta cortante, compuesta de una gruesa hoja de acero, con filo algo convexo)...
En el orden local hemos conocido en este tiempo escalofriantes gestos de intolerancia, que no han hecho más que encrespar a la sociedad, con el riesgo efectivo de dividirla en bandos irreconciliables. Hasta los intentos de expresar con humor los conflictos, que es un modo de aliviar la tensión que crean, merecían incomprensión y castigo, por lo menos verbal. La lucha sin cuartel y la intolerancia en los ámbitos políticos adquiere una especial relevancia, porque nos hace sospechar la carencia de la actitud de servicio, indispensable para quien se dedica a esa noble actividad y en su lugar parece más visible la búsqueda de poder, dinero y placer para exclusivo bien personal...
Alguno quizás se anime a más, al menos algunas veces. Para despejar su camino, quizás se ponga a rezar pidiendo a Dios que sus enemigos se vayan al Cielo, pero ya, pronto, en este mismo día (para lo cual es condición necesaria, aunque no suficiente, que se muera). El mal, sobretodo si se lo acompaña con la prepotencia y la impunidad, nos irritan, y puede provocarnos reacciones violentas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que si tuviéramos la posibilidad de hacer una lista con los que quisiéramos echar efectivamente de nuestra vida, es muy posible que no quedara nadie: es muy probable que cada uno de nosotros estaríamos en la lista de más de uno...
Evidentemente, no sólo las buenas semillas que Dios siembra, semillas que siempre producen frutos de encuentro y comunión, están el mundo. También se siembran otras semillas que provienen del demonio y que producen desencuentro y división. Por eso Jesús quiere enseñarnos a hacer lo que hay que hacer cuando nos encontramos con el mal...
2. DIOS ESPERA EL TIEMPO DE LA COSECHA PARA ARRANCAR Y QUEMAR LO QUE NO SIRVE... Como veíamos el Domingo pasado, la Palabra de Dios es la semilla buena, que Él no deja de sembrar en el mundo. Pero también se siembra en todos los corazones la maldad, que hoy vemos reflejada en la cizaña. El demonio, que ha sido derrotado para siempre por Jesús en la Cruz, ya que queriendo destruirlo por la muerte lo hizo llegar al Cielo, sigue sembrando estas semillas de maldad en el mundo que Dios ha hecho bien...
La cizaña (lolium temulentum) es una planta que se parece al trigo (en algunas regiones se la llama "falso trigo", en la imagen es la planta de la derecha), del cual sólo se la puede distinguir bien cuando ya ha dado su fruto. La cizaña no alimenta, sino que envenena. Así también, el mal divide y enfrenta, mientras que Dios une y lleva a la comunión de los hombres con Él y de los hombres entre sí. Es verdad que a todos nosotros nos gustaría un mundo en el que sólo hubiera personas buenas. Pero eso no es posible. En todos los corazones humanos, entonces, hay algo de bueno y algo de malo en diversas proporciones. Nadie es ya totalmente bueno, de modo que ya no pueda mejorar en nada, así como nadie es totalmente malo, de modo que ya esté irremediablemente condenado...
Mientras vamos de camino en este mundo, el lugar de la batalla entre el bien y el mal es el corazón de cada uno de nosotros. Se trata, entonces de fortalecer el crecimiento del bien en cada uno de nosotros y en los que nos rodean, con el esfuerzo y el trabajo cotidiano, sin destruir "el campo de batalla": todos y cada uno de los hombres llamados por Dios a la vida en este mundo. ¿Qué hubiera pasado si en tiempos de San Agustín se hubiera decidido "aniquilar" a todos los adúlteros y libertinos? Pues sencillamente nos hubiéramos quedado sin este enorme santo, que al momento de su conversión andaba por esos malos caminos. Desde allí, por la gracia de Dios y la fidelidad de su respuesta, llegó a ser el gran Obispo que fue, predicador insigne y maestro de la fe...
Estamos juntos en este mundo, y hace falta un mínimo orden que permita la convivencia. Por eso nos ponemos de acuerdo en unas reglas de juego, que llamamos "estado de derecho", con las que se deciden y se custodian los lugares que cada uno tiene que ocupar. Y por eso está bien, es justo y es necesario, que al que roba o al que mata le corresponda la cárcel, según la gravedad de lo que ha hecho y según se decida por la autoridad correspondiente conforme a la ley, y que al que miente habitualmente no se le crea todo lo que nos dice, sino todo lo contrario. Pero eso no significa que nos podamos hacer dueños de la cosecha, y ponernos nosotros mismos a dictaminar qué sirve y qué no sirve, que se debe guardar y qué de debe tirar, quién puede quedarse en esta barca que es el mundo, en la que vamos todos juntos, y a quién se lo debe echar...
3. HACE FALTA INDULGENCIA Y TOLERANCIA, HASTA QUE LLEGUE EL TIEMPO DE LA COSECHA... La Omnipotencia de Dios, nos dice hoy el Libro de la Sabiduría, lo hace indulgente hasta el tiempo de la cosecha. Sería absurdo, por lo tanto, que nosotros fuéramos intransigentes en nombre de la Verdad. Podríamos quemar muchas semillas buenas, si nos faltaran la indulgencia y la tolerancia para con los demás. Nosotros mismos hemos necesitado de la indulgencia y la tolerancia de muchos para llegar a donde estamos. Tiene sentido, entonces, que estemos dispuestos a ejercitarla con los demás. A la hora de la corrección, por lo tanto, no hay que ponerse en un estrado superior, desde el que hagamos sentir nuestro supuesto bien a los demás como un peso que los hunde en vez de levantarlos. Al contrario, nuestra corrección tendrá que salir siempre de un corazón que arde en el amor, que con una sonrisa comprensiva se acerca para ayudar a levantarse al que se ha caído...
Y mientras se celebra hoy en muchos países el día del amigo (iniciativa de un argentino a raíz de la llegada del hombre a la luna, ocasión en la que vio que por una vez en la vida todo el mundo estaba unido), podemos pensar que nuestra urgencia es celebrarla poniendo nuestra mirada en la amistad social. Con Jesús se ha hecho claro que Dios llama a un mismo destino de salvación a todos los hombres de todos los tiempos. Es posible, por la tanto, una paz que se entienda como amistad social, en la que todos nos animamos a poner por delante de todo un bien común, que es de todos, que es para todos, y que se construye entre todos. Esta amistad social, que es la base de toda comunidad humana que crece, y que en nuestra patria está tan golpeada y herida, podemos reconstruirla cada día si nos disponemos y nos preparamos para tejerla pacientemente siendo testigos fieles de todo lo que recibimos de Jesús...
Nuestra tarea comienza, entonces, por vigilar nuestro corazón, para que allí entren sólo las semillas buenas. Si en nuestro corazón crece el amor, seremos más capaces de corregir con amor, mientras soportamos con indulgencia y tolerancia el mal de los demás. También tenemos que alentar a los que sienten más vivamente en su corazón la lucha entre el bien y el mal, para ayudarlos a inclinarse hacia el buen lado. En definitiva, lo mejor que podremos hacer por el que erra, será mostrarles el bien, con nuestro amor y nuestra oración...
Fuera de ti, Señor, no hay otro Dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos. v16 Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento (Sabiduría 12, 13 y 16-19).
Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero es Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina (Romanos 8, 26-27).
Jesús propuso a la gente esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?. El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».
También les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».
Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa». Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: "Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo". Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». El les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!
1. AUNQUE SOMOS UNA MAYORÍA DE CRISTIANOS, EL EVANGELIO NO DA FRUTOS ENTRE NOSOTROS... A pesar de la fe que profesamos en nuestra patria desde que en ella los primeros evangelizadores predicaron el Evangelio, es decir desde los primeros días de la llegada de los europeos a estas tierras, nuestras actitudes humanas y ciudadanas no aparecen demasiado impregnadas de este Evangelio. Es común ver colgados rosarios o crucifijos de los espejos retrovisores de los automóviles. También se ven los crucifijos, al menos por ahora, que en los despachos oficiales. Desde allí Jesús "mira" todo lo que sucede en ellos. ¡Qué susto se debe llevar con frecuencia, por las cosas que le toca ver y oír en esos lugares!
Pero, de todos modos, no sólo se trata de lo que sucede en los despachos oficiales. También lo mismo podríamos decir muchas veces de lo que sucede en las empresas y en las familias de nuestra patria. Incluso a veces dentro de nuestra querida Iglesia podemos encontrarnos con actitudes que no responden al Evangelio. Aunque seamos casi siempre y casi todos muy piadosos, en casi todos los ámbitos de nuestra patria nos falta una mayor coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos. Con frecuencia la fe y la vida parecen tomar caminos distintos. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Será que la Palabra de Dios no tiene suficiente eficacia para cambiar nuestros corazones, a pesar de que la recibamos una y mil veces, cayendo sobre nosotros como agua de lluvia, impregnándonos paciente e insistentemente con su sabiduría? No, no es eso lo que pasa, la Palabra de Dios, como nos dice Isaías, es siempre eficaz, lo que pasa es que...
2. LA PALABRA DE DIOS ES BUENA SEMILLA, QUE EN TIERRA BUENA DA BUENOS FRUTOS... Hoy nos lo explica Jesús con esta parábola clara y transparente de la semilla que cae en diversos terrenos. La Palabra de Dios es siempre eficaz, ya nos decía el profeta Isaías en la primera lectura de este día. Pero el fruto depende no sólo de su eficacia, sino también de nosotros. La semilla buena necesita también buena tierra, para dar frutos...
A veces la Palabra de Dios cae en nosotros como semillas que quedan en el borde del camino. No penetra, se queda en la superficie. Eso nos sucede cuando la Palabra de Dios nos entra por un oído y se nos va por el otro,y siguiendo de largo como el agua cuando cae sobre una piedra caliente del desierto, se evapora sin mojarla. Por eso nos viene bien a todos, desde el Papa hasta el último bautizado, volver a recibir, a escuchar y a leer una y otra vez la misma Palabra de Dios, con la que Él nos habla siempre, porque aunque nos parezca que ya la hemos escuchado, quizás en una nueva oportunidad podamos cambiar la actitud del corazón, y recibir de esa manera algo que esa Palabra de Dios tiene para darnos, y todavía no hemos recibido...
Otras veces la Palabra de Dios se encuentra en nosotros como entre espinas que la ahogan y la hacen sucumbir. Esas espinas son las preocupaciones del mundo y las cosas de todos los días, en las que la Palabra de Dios debería servirnos para orientarnos, pero nos absorben de tal manera que no nos dejan "espacio vital" para dejarnos iluminar por las Palabras de Vida que salen de la boca de Dios. De todos modos, también es posible que tengamos el ánimo y la decisión suficiente para no dejar pasar sin más tanto don y tanto regalo, como es esta Palabra con la que Dios nos habla sin cesar. Simplemente, se trata de disponernos de manera adecuada para que la Palabra de Dios pueda dar frutos en nosotros. confiados en su eficacia, sabemos que los frutos que pueda dar en nosotros la Palabra de Dios dependerá del modo que preparemos el terreno de nuestro corazón, en el que esta Palabra es sembrada como semilla eficaz...
3. HAY QUE TRABAJAR LA TIERRA, PARA QUE LA BUENA SEMILLA DÉ FRUTOS... A veces será mucho el trabajo que habrá que hacer para que nuestro corazón se convierta en un terreno fértil, en el que la Palabra de Dios pueda desplegar su eficacia. Otras veces, con la pala y el arado, habrá que dar vuelta la tierra, roturarla, moverla, trabajarla, alimentarla y regarla...
Con los bueyes o con maquinarias más sofisticadas, a nosotros nos tocará trabajar la tierra personal, la de nuestra propia familia y también la de los otros ambientes y lugares donde nos movemos, incluida la casa de todos, que es nuestra patria, para que allí donde sea que estemos recibamos con un corazón bien dispuesto esta semilla buena que es la Palabra de Dios, que quiere y puede dar en nosotros cada vez más mejores frutos. En este tiempo en el que, mientras el alza de los precios de los alimentos se ha convertido en un problema de la coyuntura internacional y entre nosotros el problema del campo en un desencuentro incomprensible, será bueno que tomemos ejemplo de la Palabra de Dios y asumamos la urgencia de "trabajar la tierra" para que dé frutos, ya que se trata no sólo de una oportunidad sino también de una responsabilidad de la que se nos pedirá cuenta. Pero además, nos puede servir la ocasión para comprender también la urgencia de trabajar cada uno de nosotros nuestros corazones, para que en nosotros dé fruto la Palabra de Dios, siempre eficaz como nos dice Isaías, y que sin embargo requiere ese terreno trabajado para dar sus buenos frutos...
Lecturas bíblicas del Domingo XV del Tiempo Ordinario del Ciclo "A":
Así habla el Señor: Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que Yo quiero y cumple la misión que Yo le encomendé (Isaías 55, 10-11).
Hermanos: Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8, 18-23).
Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!» (Mateo 13, 1-9).
1. LAS MULTITUDES SIMPLES BUSCAN MODOS SIMPLES PARA EXPRESARSE... Desde siempre, al menos contando desde la historia conocida de la humanidad, no sólo las personas individualmente, sino también las multitudes de forma colectiva, han buscado el modo de expresarse. Y cuando las multitudes están formadas por personas simples, también son simples las formas de expresarse...
Estoy por una semana en Miami, y llegué aquí el 4 de julio, cuando se celebraron los 232 años de la independencia de los Estados Unidos de Norte América. Esa noche había una fuerte tormenta, e incluso durante un rato llovió copiosamente. Sin embargo, eso no alcanzó para aquietar a una cantidad de personas que se reunieron en diversos puntos de la playa, para ver los fuegos artificiales con los que suele coronarse la celebración de esa fecha patria- Grandes, chicos y medianos, jóvenes y ancianos, de diverso color de piel y de diversas condiciones sociales, todos se reunieron de una manera que parecía hasta ingenua, esperando el espejismo de los fuegos, un momento de fantasía, ciertamente fugaz pero cautivante...
Participando de esa celebración, no podía dejar de pensar en el circo romano, mucho más cruento y fatal, pero expresión también de la multitud que busca la fiesta. En todo caso, ciertamente sucede en nuestro tiempo que la ciencia, y quizás también la inteligencia colectiva (distinta a la inteligencia individual de todos los que forman la comunidad humana, parecen haber perdido su centro de gravedad (de atracción), que está en Dios. Mientras celebraba la Misa en una barca, que asemejaba a la Iglesia, pasaban indiferentes los que tenían otro modo de hacer del Domingo ("el Día del Señor", etimológicamente) su día de fiesta. Sin Dios, se pierde la posibilidad de entender todo lo que surge del amor creador de Dios, cuyo centro lo constituye precisamente el hombre. De esta manera, los hombres que parecen perder su capacidad de comprenderse a sí mismos porque pierden su centro de gravedad, que es Dios, se asemejan irremediablemente a un ciego voluntario que, tapándose los ojos celebra la alegría de vivir, sin tomar clara conciencia de lo que la vida significa...
2. LOS HUMILDES Y PEQUEÑOS PUEDEN ENTENDER ESTE MUNDO, Y CAMBIARLO CON SU AMOR... Para entender este mundo, lo que hace falta es acceder a la sabiduría de Dios, de cuyas manos proviene. Y Dios revela su sabiduría no a los "sabios y prudentes" según los criterios de este mundo, sino a los humildes y pequeños. Si quisiéramos corroborarlo, nos sobrarían los ejemplos, que cada uno de nosotros, de una u otra manera, seguramente hemos podido comprobar más de una vez. Las pequeñas cosas, que provienen del amor, son las que se hacen firmes y consistentes, y tienen todas su raíz en la sabiduría de Dios. Y con un amor perseverante, que se alimenta de Dios, no sólo se comprenden sino que también se transforman todas las cosas, haciéndolas a la medida de Dios...
Todos conocemos personas que con sus vidas nos han mostrado, de una manera convincente y entusiasmante, que el amor, que nace desde la sencillez del corazón, puede hacer grandes cosas. La Beata Teresa de Calcuta dedicó todos sus esfuerzos y los de su Congregación a atender a los moribundos, a los niños abandonados, a los más pobres entre los pobres.
En el amor dedicado y perseverante de la Beata Teresa de Calcuta confluían los esfuerzos por la atención de los que no llegaban a nacer, y los que se morían abandonados por las calles de Calcuta. Podríamos decir que ella, sabiéndose pequeña, se dedicaba a atender a los pequeños, en los que veía el rostro de Dios...
A nosotros puede parecernos que confiar en la fuerza del amor para poner remedio o cambiar las cosas que no funcionan en nuestro mundo de hoy es una empresa gigante, imposible e ilusoria, una verdadera "quijotada". Podríamos pensar también que dedicarse a ello sería una carga insoportable. Quizás por ello más de una vez no nos hemos animado a emprender con convencimiento el camino del amor, por temor al fracaso y al consiguiente papelón que le seguiría. Pero, ¿no es eso mismo lo que han emprendido todas las madres, de las que nosotros hemos recibido la vida? Seguro que también ellas han sabido del temblor ante lo que parece una audacia inaudita. Pero sus ejemplos nos muestran que siempre se puede, cuando se parte de la sabiduría de Dios, que es la sabiduría del amor, y se está dispuestos a dar por ella la vida. Jesús nos dice, por otra parte, que aunque parezca otra cosa, se trata de un yugo suave y de una carga liviana...
3. EL YUGO ES SUAVE Y LA CARGA LIVIANA, SI SE LLEVA LA DE JESÚS, Y CON JESÚS... El yugo es un instrumento que presta un servicio impresionante, de una manera muy simple. Hace que los que se unen con él tiren para el mismo lado y sumen sus fuerzas (a propósito, ¿no es luminoso pensar que a los que constituyen un matrimonio los llamamos cónyuges precisamente porque unen sus fuerzas, que son distintas y propias cada una de su propia naturaleza y virtud personal, sumándolas para realizar algo que de otra manera, cada uno por su lado, no podrían lograr, como es la felicidad eterna a través de la donación mutua?). Por eso, la invitación de Jesús es a compartir su yugo y su carga...
Tengamos en cuenta, cuando recibimos esta invitación de Jesús para que llevemos con Él su carga, que Él ya la llevó desde la Cruz a la Resurrección. Se trata de una carga, entonces, desde donde surge la vida eterna para todos los hombres que quieran recibirla. Si llevamos con Jesús su yugo suave y su carga liviana, estaremos tirando para el mismo lado que Dios, y sumando con Él nuestras fuerzas. ¿Qué mejor garantía podemos pedir de llegar a la meta?
El yugo de Jesús, que nos permite contar con sus fuerzas, que llevan la mayor parte del peso, es la Cruz. Y la carga es el amor. Ese amor que hace falta para cambiarle el rostro a nuestra familia, a nuestra tarea de cada día, a nuestra empresa, a nuestra nación. Un amor con el que se toma en serio la decisión de hacer lo que es bueno para todos. Un amor que nos ayuda a tirar a todos para el mismo lado, para el lado para donde tira Dios, un amor que se haga firme en la tierra y haga de nuestro camino en ella un camino hacia la Vida eterna...
Así habla el Señor: ¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra (Zacarías 9, 9-10).
Hermanos: Ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán (Romanos 8, 9 y 11-13).
Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mateo 11, 25-30).
1. UNA MIRADA FRÍVOLA ES UN MODO DE ESCAPAR AL PESO DE LA VERDAD... Unos días atrás comía fuera de casa, y en la mesa de al lado había un grupo grande, entre ellos algunos amigos, que llevaban una conversación muy sostenida. en determinado momento uno de ellos se levantó y se acercó a mi mesa, para pedirme ayuda. Decía que estaban en una discusión que no alcanzarían a resolver sin mi ayuda. Pensé enseguida que se trataría de algunos de los temas doctrinales que hoy inquietan, y en los que a quien se deje arrastrar por la cultura de nuestro tiempo se le hace difícil aceptar la enseñanza siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia. Me dispuse a ayudarlos, pero me encontré con una gran sorpresa. La discusión era sobre los zapatos que usa el Papa, si siempre son rojos o también los usa de otro color, por ejemplo blanco...
Vuelto a casa, y tratando de entender cómo habían llegado a esa preocupación, pude saber a través de Internet que hace ya unos años algunas Revistas se ocupan del tema, haciendo conjeturas sobre la marca de los zapatos del Papa, probablemente con mucha mayor trascendencia para los negocios de algún interesado que para las discusiones teológicas de nuestro tiempo. Pero además me pareció comprobar fácilmente que el tema recrudece en la preocupación periodística cuando el Papa habla de temas teológicos realmente relevantes, como lo ha hecho en estos días refiriéndose una vez más a la indisolubilidad del matrimonio. En todo caso, no se comprende la importancia del tema, si se tiene en cuenta que el Papa usa zapatos, pero no se sostiene en ellos...
2. JESÚS AFIRMÓ SU IGLESIA SOBRE LA FE DE LOS APÓSTOLES Y SUS SUCESORES... Pedro era un hombre débil (no sólo lo negó tres veces a Jesús, en situación que todos consideraríamos de cobardía mayúscula, también alternó muchas otras veces la audacia con la ingenuidad). Y Pablo también, se dice que le costaba mucho hablar. Sin embargo, ambos fueron capaces de cosas muy grandes. Uno era simple, brusco, inculto, pescador (Pedro); el otro culto, fariseo, perseguidor de los cristianos (Pablo). Predicaron sin cansancio la Palabra de Jesús, y dieron testimonio de ella con sus propias vidas en la ciudad de Roma, casi al mismo tiempo, durante una de las persecuciones de Nerón a los cristianos. ¿De dónde les vino la fuerza y el coraje para hacerlo, si no de la fe?
En tiempo de los Apóstoles no se andaban con vueltas. Ya Herodes había hecho ejecutar a Santiago Apóstol, el hermano de san Juan, y uno de los que se dedicaba a pescar junto con Pedro y Andrés, antes de conocer a Jesús. El mismo Pedro había terminado en la cárcel, de la que esa vez consiguió salir. Pero ser testigos de Jesús llevaba su precio en gotas de sangre, que se pagaban con la propia vida. Sin embargo, ellos fueron fieles al don recibido, no de la carne o de la sangre, sino de Dios, que los llamó a ser su testigos.
Esa es también la tarea de Benedicto XVI. Por eso sigue incansable su marcha. No son los zapatos los que lo sostienen. Lo vemos en cambio cada día sostenido en su fe (lo significa apoyándose en el báculo, el "bastón" del Pastor, que lleva en su parte superior a Jesús crucificado), esa fe que transmite con fidelidad cada día, según la misión que ha recibido. Como san Pablo, a quien el Papa invita a dedicar el Año Paulino que él inicio en las primeras Vísperas del 28 de junio y que se extenderá hasta el 29 de junio de 2009, con ocasión de los dos mil años de su nacimiento), el Papa ha sido tocado por el Amor de Dios que lo salva, y de allí surge la libertad de su compromiso con la Verdad que ha recibido. La importancia de su testimonio está en que no se apoya en la fortaleza del testigo, sino en su debilidad. En un tiempo en el que es tan fácil caer en el absurdo de considerar útiles sólo a los "fuertes", a los que "producen", a los que "ganan", suena llena de sentido una palabra como la del Papa, que es más firme que todas las que resuenan desde el "éxito" efímero, porque es una palabra segura, sostenida en la fe...
3. SOMOS FAMILIA DE DIOS. TAMBIÉN A NOSOTROS NOS SOSTIENE LA FE... Desde el primer tiempo de la misión apostólica, la Iglesia se mantuvo unida a Pedro, todos rezaban por él. Es parte de la misión de Pedro y sus sucesores, hoy Benedicto XVI, mantener unida a la Iglesia, como familia de Dios. Esto es parte integrante de nuestra fe. Dios nos ha hecho su familia, y sólo viviendo unidos por un amor sólido y comprometido, que nos mantenga siempre alertas y al servicio de nuestros hermanos, su Palabra permanece viva en nosotros, y podemos ser testigos fieles de la fe recibida.
Igual que a Pedro, a Pablo y al Papa, también a nosotros es la fe la que nos sostiene. Podemos pretender además que nos vaya bien, que tengan resultados nuestros esfuerzos para llevar adelante del mejor modo posible todas nuestras empresas humanas, deportivas o laborales, podemos incluso pretender que nuestra vida vaya acompañada del éxito y del aplauso. Sin embargo, si nada de eso pasa, todo puede estar todavía muy bien. Lo único que realmente nos resulta imprescindible es que nuestra vida termine bien, de la mano de Dios. Y para eso, lo que no puede faltarnos es la fe, porque es la que nos sostiene...
El rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de «los panes Acimos». Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el Angel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Angel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!». Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El Angel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias» y Pedro lo hizo. Después de dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme». Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Angel, sino que creía tener una visión. Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Angel se alejó de él. Pedro, volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Angel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío» (Hechos de los Apóstoles 12, 1-11).
Queridos hijo: Ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación. Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén (2 Timoteo 4, 6-8 y 17-18).
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mateo 16, 13-19).
1. TODOS NOS ESCONDEMOS CUANDO HACEMOS TRAVESURAS... Todos, chicos y grandes, nos escondemos cuando hacemos travesuras (recuerdo una anécdota de mis tiempos de Colegio; estábamos todos copiándonos, nada más y nada menos que en una prueba de religión, con el libro sobre las piernas y abajo del escritorio, mientras escribíamos, hasta que el Hermano Marista que nos cuidaba gritó: ¡el que se está copiando póngase de pie! Yo, muerto de susto, pegué inmediatamente un salto, saltó la tapa del escritorio, se me cayó el libro y quedó en evidencia mi conciencia de estar ocultándome). Cuando sabemos que está mal lo que hacemos, lo hacemos a escondidas. ¿Será por eso que todos los manejos del poder, que sabemos que se hacen en nuestra patria (y en otros lados), se hacen detrás de las cortinas? Todos conocemos las nefastas consecuencias de todos esos manejos a espaldas del pueblo. Se mueven muchos intereses inconfesables, hay muchas traiciones y engaños. Con razón exigimos a todos los que se mueven en el gobierno o aspiran al poder, lo mismo que a cualquiera que tiene una actuación pública y responsabilidades ante otros, que se muevan con transparencia y claridad...
En cambio, es imposible disimular, cuando estamos realmente contentos. La alegría, como el bien, tienden por sí mismos a difundirse entre los que nos rodean. Hasta la cara nos cambia cuando estamos contentos, nuestro rostro, y todos nuestros gestos, no pueden dejar de manifestarlo. Cuando tenemos algo que festejar, cualquiera sea el motivo o la ocasión, también nuestros gestos y nuestras expresiones nos delatan...
En realidad, cada vez que logramos una meta tenemos motivos de alegría, que inmediatamente se manifiestan y se hacen ver en nuestro rostro. Pero si afinamos aun más nuestra puntería, podemos alcanzar el don de la alegría no sólo cuando logramos concretar las metas que nos proponemos, sino también por el sólo hecho de ponernos en camino hacia ellas. Es muy bueno alegrarse por el camino emprendido, y lograr estar contentos ya desde el momento en que comenzamos el trabajo que nos llevará a la meta pretendida...
Si esto es así para las cosas más cotidianas de la vida, con toda razón debe serlo también para las más trascendentes. Por lo tanto, mientras la fe nos encamina hacia la meta celestial, hacia la Vida eterna para la que Dios nos ha hecho, es bueno que ya ahora nos llene de manera tal de alegría, que todos puedan ver en nuestro rostro qué felices nos hace haber recibido este don, mientras nos esforzamos en vivirlo comprometidamente. No olvidemos el dicho popular: "Un santo triste es un triste santo"...
2. EL DON DE LA FE ES UNA ALEGRÍA PARA SER COMPARTIDA; TODOS SOMOS TESTIGOS... Sin duda, la fe es un gran don, que puede llenarnos de alegría, si sabemos corresponder a él. La salvación es ofrecida por Dios a todos los hombres, y la fe es el camino que normalmente lleva a encontrarse con ella. La fe nos lleva a encontrar que la vida, cargada de dificultades y de desafíos, tiene un sentido y se encamina a una meta celestial que Dios nos ofrece...
La fe nos ayuda a ver que el mismo dolor y la muerte, con todas sus expresiones más trágicas, no son un final inapelable, sino una puerta hacia la realización más plena de la vida. La fe, entonces, es un gran tesoro, el más valioso. Y que, cuando llena el corazón de quien lo recibe, lo compromete enteramente para compartirlo, poniéndolo al servicio de los demás. Por eso Jesús, que puso este don de la fe en manos de los Apóstoles, los comprometió a ser testigos del mismo ante todos los hombres, llevándolo por todas partes y a todos, a pesar de las dificultades que sabía que se les presentarían en la tarea...
Visto desde esta dimensión apostólica, el don de la fe, como todo don de Dios, es siempre al mismo tiempo el encargo de una tarea. Por poco que miremos, enseguida nos vamos a dar cuenta que el mundo no parece funcionar hoy por los caminos del Evangelio. Y como consecuencia evidente, que está a la vista de todos, no parece que encuentre los caminos que lo lleven a un crecimiento de los valores humanos más elementales en la mayoría de su población. Por esta razón, es evidente que dar testimonio de la fe con claridad y valentía, a la vez que con creatividad y convicción, se convierte en un compromiso ineludible, cada vez más urgente, para quienes hemos recibido la luz que proviene de ella. Esta tarea no será fácil, pero tampoco es imposible...
3. VIVAMOS A FONDO NUESTRA FE: DEMOS TESTIMONIO DE ELLA CON ALEGRÍA... En definitiva, de la abundancia del corazón es de lo que habla la boca. Será un corazón lleno de fe, como es el corazón de un creyente comprometido, el que hará de nuestra vida un continuo y eficaz testimonio. Habrá que comenzar por allí, ya que no hay otro modo de transmitir la fe, que comenzando por vivirla con una convicción firme y un esfuerzo constante...
Es nuestra tarea, entonces, y el fruto normal de una fe que alimentemos cotidianamente, un testimonio explícito de aquello que creemos. ¿Cómo se enterarán los gobernantes, los jueces, los legisladores, a quienes nos gustaría ver inspirados en los principios evangélicos, de la luz que recibirían de ellos para la tarea que tienen por delante, si no cuentan con alguien que se los diga? No podemos confiarnos con que alcance el Catecismo que eventualmente recibieron en su infancia. Hace falta que en todos los ámbitos de la patria, desde los despachos oficiales hasta los vestuarios de los futbolistas, pasando por los estudios de la Televisión y las oficinas de los profesionales y de los empresarios, así como por las sedes de los sindicatos y los lugares de trabajo y de esparcimiento del mundo entero, sin olvidar los centros de salud, desde los más sencillos hasta los más complejos y especializados, en una palabra, en todos lados, resuenen las palabras del Evangelio, pronunciadas con fidelidad por los que hemos encontrado en ellas el sentido y la alegría de la vida...
Pero esas palabras no serán escuchadas, si no van acompañadas de hechos que realmente muestren que creemos lo que nos anuncia nuestra fe, y lo asumimos con fidelidad...
Nosotros somos testigos de la Cruz, que nos lleva a la alegría. Somos testigos del amor de Dios, que nos quiere a todos como hijos, y nos hace hermanos. No podemos aceptar, entonces, pasivamente, que se siembre entre nosotros el rencor y el enfrentamiento, ni reaccionar frente a ello pagando con la misma moneda. Siendo testigos del amor, podemos y debemos demostrar con lo que hacemos y con lo que decimos que la fraternidad es el camino de la humanidad, hoy y siempre, y que para nosotros es una consecuencia de la fe, por la que es posible y vale la pena dar toda la vida. Cuanto más intensamente vivamos lo que creemos, más alegría llevaremos en el corazón. Y de esa manera, también con más firmeza y mansedumbre podremos dar testimonio de lo que creemos, con amor y con fidelidad. Jesús nos dice, como a los Apóstoles, que al que lo reconozca abiertamente ante los hombres, Él lo reconocerá ante su Padre que está en el Cielo...
Dijo el profeta Jeremías: Oía los rumores de la gente: «¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!». Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: «Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza». Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable. Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa. ¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores! (Jeremías 20, 10-13).
Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de al Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos (Romanos 5, 12-15).
Jesús dijo a sus apóstoles: No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres (Mateo 10, 26-33).
1. YA CASI NO QUEDAN COSAS GRATIS; A TODO SE LE PONE PRECIO... Así sucede en una sociedad que se construye a partir del consumo. Miremos, por ejemplo, los autos de carrera. Cada centímetro de su carrocería tiene un precio porque puede utilizarse, y de hecho se utiliza, para poner propaganda...
Es más, sucede lo mismo con el mameluco de los pilotos, también tiene precio cada uno de los centímetros cuadrados de su superficie, porque también allí puede ponerse propaganda. Y lo mismo podría decirse de la ropa de cualquier deportista de un deporte profesional, tanto la que utilizan cuando practican el deporte como la que se ponen después de terminado el juego, para las conferencias de prensa y los encuentros con los periodistas...
Recuerdo un episodio, hace unos años atrás, que resultó realmente cómico. Se jugaba un partido de rugby. En determinado momento un jugador quedó en el piso y fue rodeado por varios otros, además del árbitro y los asistentes médicos. Enseguida se vio que empezaban a cubrirlo con algunas cintas adhesivas. Podía pensarse que tenía alguna lastimadura grande, ya que era atendido en el campo de juego, rodeado por varias personas, que impedían ver bien qué es lo que estaba pasando. Pero finalmente se pudo ver que no era nada grave: simplemente estaban cubriéndole con tiras adhesivas una propaganda que llevaba sobre su casco protector. Seguramente ese anunciante no había contratado ese servicio para ese partido, y por lo tanto no correspondía que la llevara...
Pero hay cosas que no tienen precio, que no se pueden evaluar porque su valor es literalmente incalculable. A ellas hay que prestar atención preferentemente, porque suelen ser las más valiosas. ¿Cuánto vale, por ejemplo, el don de la vida, que todos hemos recibido de Dios? Lo mismo podríamos decir de todos los demás dones de Dios que la acompañan y que hacen posible que crezca y que alcance su meta: la salud, los alimentos, el amor fraterno, la fe que nos permite caminar hacia Él para alcanzar la Vida eterna. Dios, que nos colma de dones gratuitos, que no tienen precio, y que llegan a nosotros a través de sus instrumentos...
2. DIOS DISTRIBUYE GRATIS TODOS SUS DONES, A TRAVÉS DE SUS INSTRUMENTOS... De Dios hemos recibido el don de la vida. Y en su misericordia, Dios ha querido que sus dones lleguen a nosotros a través de los instrumentos que ha elegido para cada ocasión...
El don de la vida, por ejemplo, todos lo hemos recibido a través de los padres, con quienes han colaborado todos los que a lo largo de todos nuestros días han ayudado a cuidarla. Hoy celebramos por ello de manera especial a los Padres en su día [las madres no tienen que ponerse celosas, dentro de cuatro meses, el tercer domingo de octubre, es el día reservado para ellas[. Es verdad que hoy los cuidados médicos, muchas veces necesarios para cuidar el don de la vida, tienen un precio elevado, y eso hace que muchos no puedan contar con ellos. Pero también es cierto que hay un cuidado de la vida que va más allá de lo que se puede pagar, que consiste en el amor, y que muchas veces puede más que la mejor de las medicinas...
El Hogar Marín es un ejemplo continuo de los dones que Dios nos da a través de sus instrumentos. Los voluntarios que nos ayudan aquí a resolver los "problemas de la vida", los que nos ayudan a caminar, a mantener todo limpio, a vivir con esperanza y alegría...
Las personas que trabajan en el Hogar, que aportan no sólo lo que corresponde estrictamente al intercambio de bienes que se justifica con su sueldo, sino también aquello que no se puede valorar y que los hace instrumentos de los dones de Dios. Los bienhechores a través de los cuales se manifiesta la providencia de Dios, que con la participación de sus bienes hacen posible que se pueda contar con todos los alimentos para que siempre haya sobre nuestra mesa lo que nos hace falta para la subsistencia. Todos ellos son los instrumentos a través de los cuales Dios nos hace llegar sus dones, gratuitamente...
También la fe nos ha llegado de la misma manera. Dios, que podría haber prescindido de otros, ha querido ser consecuente con su elección, y siempre elige los instrumentos. Llamó a los apóstoles, los hizo distribuidores de muchos de sus dones. La Palabra de Dios, el Evangelio, y los signos más eficaces de su amor, que son los Sacramentos, los puso en sus manos, haciéndolos pastores y enviándolos a sembrar y recoger los frutos de sus dones, a través de su ministerio.. Es claro que de parte de Dios todo es don, que nace del amor. Ha querido dar su vida, morir por nosotros, cuando todavía éramos pecadores (nos recuerda hoy San Pablo), y de la misma manera ahora somos salvados por su vida, la de Jesús resucitado. Pero además, es claro, por lo que han significado nuestros padres en la vida y nuestros padres en la fe (aquellos que nos la dieron y alimentaron desde el inicio, con sus palabras, sus gestos y sus ejemplos), que Dios nos ha entregado sus dones a través de los instrumentos que Él mismo elige. Se puede pagar con dinero lo que tiene precio. Pero el Amor, sólo con amor se paga. Por eso, tanto don recibido, la vida, la fe y todo lo que a partir de ella se ha multiplicado en nuestra vida, tiene su propia moneda de cambio...
3. LA GRATITUD DEL CORAZÓN NOS LLEVA A COMPARTIR TODO LO QUE RECIBIMOS... La gratitud, que es la virtud de los corazones grandes, nos hace tomar conciencia de la necesidad de devolver, germinadas en sus frutos, al menos un poco de todas las semillas que Dios ha puesto en nosotros con sus dones...
Todo lo que hemos recibido gratuitamente de Dios es, al mismo tiempo que un don, una tarea y una responsabilidad, como una semilla a la que nos toca hacer germinar, para compartir sus frutos...
Por una parte, así como no hay mejor medio de agradecer a nuestros padres el don de la vida que hacerlos participar de los frutos que en ella damos, así también nuestra gratitud con Dios se expresa del mejor modo cuando hacemos a todos los demás partícipes de los frutos que de Él hemos recibido. Cuando nuestra vida resulta útil a los demás, cuando nos ponemos al servicio de ellos en la medida de nuestras posibilidades y con los dones que de Dios hemos recibido, las semillas que de Dios hemos recibido germinan dando frutos para el bien de todos...
Y así como los Apóstoles fueron elegidos, con nombre y apellido, para dar testimonio, a través de su tarea apostólica, del don de la fe que habían recibido, también nosotros hemos sido llamados a hacer crecer en nosotros ese don gratuito de Dios que es la fe, siendo sus testigos. Así como nos alimentamos gratuitamente de su Palabra y de su presencia en la Eucaristía, así también, gratuitamente, nos toca compartir este don de Dios con todos los que nos rodean. Todos somos testigos del amor de Dios, y es la gratitud la que debe movernos a compartir lo que hemos recibido...
Los israelitas llegaron al desierto del Sinaí. Habían partido de Refidim, y cuando llegaron al desierto de el Sinaí, establecieron allí su campamento. Israel acampó frente a la montaña. Moisés subió a encontrarse con Dios. El Señor lo llamó desde la montaña y le dijo: «Habla en estos términos a la casa de Jacob y anuncia este mensaje a los israelitas: «Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí. Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Éxodo 19, 1b-6a).
Hermanos: Cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. Y esto no es todo: nosotros nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde ahora hemos recibido la reconciliación (Romanos 5, 6-11).
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente (Mateo 9, 35 - 10, 8).
1. CON LOS AÑOS SE JUNTAN LOS ACHAQUES, Y TAMBIÉN LOS MALES DEL CORAZÓN... El paso del tiempo es implacable, va dejando inexorablemente sus huellas. Por eso, con los años vienen también los achaques, que se van sumando. De allí nace el dicho popular según el cual si después de los cuarenta al momento de despertarte no te duele nada, es clara señal de que ya te has muerto...
En realidad, habitualmente las cosas no suceden tan de golpe, y los achaques vienen de a poco. En un determinado momento ya no nos sentimos seguros para caminar, porque nos fallan los músculos o las articulaciones, y necesitamos un brazo en el que apoyarnos. Pasa el tiempo y un brazo no nos alcanza. Entonces comenzamos a necesitar más ayuda, y puede servirnos primero un bastón común, después un bastón de tres patas, y finalmente necesitaremos un andador, que nos podrá ser de gran ayuda si aprendemos a valernos de él. Los problemas aparecen también sin necesidad de esperar que el tiempo deje sus huellas. Le bastaría a un joven que ha ido más allá de la medida en una noche de diversión, para que, a pesar de la juventud, al despertarse, el dolor de cabeza le recuerde que hay límites que no se deben pasar (como dice un conocido refrán: Dios siempre perdona, los hombres a veces perdonamos, y la naturaleza nunca perdona: si tratamos mal a nuestro cuerpo enseguida, sin demora, recibiremos su protesta)...
Pero los achaques del cuerpo no son los únicos ni los primeros que vienen. Mucho antes de cargarnos de años, mucho antes de llegar a los cuarenta, se van juntando las huellas que van dejando en nuestro corazón nuestras maldades o rebeldías, y si conservamos la sensibilidad suficiente para que nos duelan nuestros pecados, vamos a sentir nuestro corazón ajado por los males que nosotros mismos hemos provocado. Más allá de los "certificados de buena conducta" que cada tanto nosotros mismos nos otorgamos creyendo que en realidad no somos tan malos como otros a quienes criticamos duramente, puestos delante del espejo, mirándonos a la luz del día, todos tenemos que reconocer que al menos en algo somos al menos un poco "piratas"...
Es cierto que es mucho más fácil ver lo que hacen mal los demás, y por eso se nos hace mucho más fácil levantar el dedo acusador para dirigirlo a quienes habitualmente criticamos (seguramente tienen allí un lugar preferencial los políticos, los gobernantes y todos los que, según nuestro parecer, hay que señalar como los causantes de nuestros males). Pero también es cierto que no sólo los demás tienen miserias que podemos acusar. También cada uno de nosotros sabe en qué ha sido o es "medio pirata", por acción o por omisión, de modo que todos tenemos algo de qué dolernos, y sobre todo, de qué arrepentirnos, algo que, si nos fuera posible volver atrás, ahora haríamos de un modo distinto. Justamente por eso, hoy Jesús quiere recordarnos que, si somos capaces de reconocer nuestros pecados, no estamos perdidos. Porque Jesús tiene debilidad por los pecadores, ya que, como buen médico de los verdaderos males, no ha venido a buscar a los que están sanos sino a los que necesitan su perdón...
2. JESÚS SIEMPRE SE ACERCA CON AMOR A TODOS LOS QUE NECESITAN SU PERDÓN... Por esta razón, lo primero que nos hace falta ante nuestras miserias y pecados es descubrirlos con sinceridad, reconocerlos con el corazón bien dispuesto, y asumirlos con realismo. Eso hace posible que, con el corazón arrepentido y dispuestos a levantarnos de la postración en la que nos dejan, estemos abiertos para recibir a Jesús, que golpea a la puerta de los corazones que necesitan su perdón. Él no ha venido para los que están sanos, para los limpios e impecables, sino para los que necesitamos su perdón. Ante Jesús no valen, entonces, los certificados de buena conducta, sino los corazones arrepentidos y dispuestos a ponerse de pie, con Su ayuda, que nunca falta...
Tengamos en cuenta que Jesús llama a todos. No esperó a que Mateo, que era un recaudador de impuestos (que, como se hacía en ese tiempo, había "comprado" su empleo a los romanos, y cobraba los impuestos a sus conciudadanos, quedándose con una buena parte para su provecho personal, "robaba para la corona" romana y para su bolsillo), viniera a buscarlo, sino que tomó la iniciativa y lo invitó a seguirlo. Pero nada hubiera cambiado en su vida si Mateo, poniéndose de pie (levantándose de sus postraciones), no se hubiera puesto a seguirlo...
Como a Mateo, también a nosotros Jesús viene a buscarnos y hacernos parte de su familia. También a nosotros Jesús nos recuerda que es más importante el amor que los holocaustos y sacrificios. El amor con el que respondamos a Jesús, que viene con su perdón, más que los sacrificios con los que queramos hacernos merecedores de su atención. Es el amor con el que Jesús se acerca a nosotros el que puede realmente transformarnos y hacernos capaces de ponernos nuevamente de pie, cuando nuestros pecados nos han postrado. Y son nuestros pecados, no nuestros méritos, los que ponen en marcha el amor de Jesús que viene a nosotros con más insistencia, cuanto más necesitados estemos de Él. Jesús nos llama con amor, y con ese amor pone a nuestra disposición todo el perdón que necesitamos. Hace falta ponerse de pie y seguirlo, para poder ser sus discípulos. Todo el amor de Jesús no reemplaza lo que a nosotros nos toca, esa respuesta con la que aceptamos su amor misericordioso y, puestos de pie, nos disponemos a seguirlo...
3. JESÚS QUIERE REUNIRNOS A TODOS EN EL CIELO, EN EL BANQUETE DE DIOS... El Cielo es la fiesta grande y definitiva en la Casa de Dios, para todos los que han aceptado su invitación. El "hijo pródigo" es recibido en ella por el Padre misericordioso, y allí comienza la fiesta (a la derecha vemos cómo imaginó esa escena el pintor español Bartolomé E. Murillo)...
En el Cielo nos encontraremos, entonces, con todos los que, llamados por Dios, se dispusieron para recibir su perdón. Es muy posible que encontremos entre ellos a muchos que hoy nos parecen no sólo impiadosos sino hasta dañinos. Algunos pondrían en esa lista a algunos hombres del campo, otros a algunos camioneros, otros a algunas personas del gobierno, protagonistas de la disputa que se vive en Argentina hace noventa días. Pero hay que tener en cuenta que también a todos ellos se dirige el llamado de Dios, que no excluye a nadie. Si hacen algo mal, también pueden cambiar, "regresar a la Casa del Padre" y recibir su perdón, como Mateo, que terminó siendo uno de los Apóstoles, y como tantos otros. Todos son llamados por Dios, y todos están invitados a la misma fiesta, al mismo Banquete del Cielo. Si por la misericordia de Dios, llegamos a la fiesta, nos encontraremos allí con todos los que hayan aceptado la invitación de Dios y su misericordia...
Por esta razón, mientras vamos de camino, ante los pecados de los demás no se trata de perder el tiempo o distraernos echando las culpas a unos y enemistándonos con otros. No se trata de quedarse acusando a los que nos parecen más culpables, y rasgándonos las vestiduras ante los que no quisiéramos tener sentados al lado. Como Mateo, muchos "piratas" pueden cambiar de rumbo para seguirlo a Jesús y llegar a su Mesa. A nosotros nos toca reconocer nuestras miserias, suplicar su misericordia, y siendo testigos de su perdón, ayudar a que todos se encuentren con este don. Ahora, enseguida después de la Misa, prolongaremos la fiesta de este Domingo, con el asado que algunos han preparado para regalarnos, y con los juegos que nos entretendrán toda la tarde. Vivamos esta celebración de la vida, en la que consiste la fiesta, como un anticipo del Banquete del Cielo, que está hecho para todos...
«Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra». ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor de ustedes es como nube matinal, como el rocío de pronto se disipa. Por eso los hice pedazos por medio de los profetas, los hice morir con las palabras de mi boca, y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos (Oseas 6, 3-6).
Hermanos: Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto -era casi centenario- y que también lo estaba el seno de Sara. El no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación. Pero cuando dice la Escritura: "Dios tuvo en cuenta su fe", no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4, 18-25).
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mateo 9, 9-13).
1. PARA CONSTRUIR EDIFICIOS GRANDES HAY QUE PONER CIMIENTOS FIRMES... Llamamos cimientos a la parte de una estructura que tiene la misión de transmitir todas las cargas y el peso de un edificio al suelo. Ya que por lo general la resistencia del suelo es menor que lo que hace falta para soportar el peso de todo el edificio, el área de contacto entre el suelo y los cimientos debe ser proporcionalmente más grande que los elementos que tendrá que soportar (excepto en en caso de suelos muy rocosos y coherentes). No hace falta que los edificios sean muy altos para que necesiten cimientos grandes. Basta que sean edificaciones muy extendidas, o se encuentren en tierras que no son muy firmes, para que necesiten cimientos muy fuertes y muy bien armados...
Aquí podemos ver todas las edificaciones del Hogar Marín, de las Hermanitas de los Pobres, en San Isidro, donde viven ellas y los noventa ancianos que ellas atienden con la caridad que aprendieron de la Beata Juana Jugan. En la portería (hacia el Oeste, en la parte inferior de la imagen), en la parte central, la Capilla (el "palito" de a E, en el centro del Hogar y de la foto), en las dos alas y el eje perpendicular a ellas (donde se encuentran las habitaciones, la cocina, los comedores y los lugares de uso común, entre ellos el teatro), en los depósitos y la carpintería (hacia el Sur, en la parte superior derecha de la imagen), en la lavandería (hacia el norte, en la parte superior izquierda de la imagen), en la casa del Capellán (hacia el noroeste, en el ángulo inferior izquierdo de la imagen, en la torre que soporta el tanque de agua y hasta en el Quincho (hacia el este, en la parte superior y central de la imagen) hay cimientos fuertes, necesarios en terrenos como los de San Isidro...
Sin embargo, todo eso no alcanza para sostener la caridad que da vida a este Hogar, para eso hace falta acudir a los cimientos que Jesús nos hoy propone, para que nuestra vida esté asegurada...
Pero Dios es muy respetuoso de nuestra libertad, se toma en serio lo que ha hecho de nosotros, haciéndonos artífices de nuestro propio destino. Por eso pone delante de nosotros al mismo tiempo una bendición y una maldición, y en el medio nuestra decisión. Una bendición es lo que nos espera si vivimos siguiendo sus mandamientos; en cambio una maldición es lo que nos espera si nos apartamos del camino que su Palabra nos señala...
Está en nosotros, entonces, responder al llamado de Dios. Él nos ha hecho para el destino de felicidad plena que es posible alcanzar, de su mano, en el Cielo, pero allí se llega respondiendo con fidelidad a la Palabra con la que nos llama. Muchos ídolos pueden presentarse por el camino tratando de arrastrar nuestra voluntad, pero ésta se nos ha dado para que podamos responder libremente al llamado de Dios. La Palabra de Dios, entonces, se convierte en un cimiento firme sobre el que es posible construir bien nuestra vida entera. Nos muestra el Plan de Dios, un Plan de Salvación destinado a todos los hombres; nos señala el destino para el que Dios no ha hecho, y nos muestra el camino por el que podemos alcanzar este destino...
3. PARA LLEGAR A DIOS, HAY QUE ESCUCHAR SU PALABRA Y PONERLA EN PRÁCTICA... Se trata, entonces, de construir nuestra vida sobre fundamentos firmes, si queremos llegar muy alto, tan alto como el destino para el que Dios nos ha querido, un destino celestial. Ese fundamento tiene que ser su misma Palabra, que nos permite conocer a Dios, entender el mundo en el que vivimos y conocernos a nosotros mismos y el destino de eternidad para el que Dios nos ha hecho. Por eso necesitamos darnos el espacio que nos permita volver una y otra vez sobre esta Palabra, para escucharla una y otra vez, abriendo nuestros oídos y nuestro corazón, para que podamos fundar en ella toda nuestra vida...
Pero no basta con escuchar la Palabra de Dios. Ella será para nosotros cimiento fuerte y firme si además de escucharla la ponemos en práctica cada día. Dios es Amor, y su Palabra es una Palabra de Amor, que nos llama al amor. Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, pronunciada con toda claridad y contundencia desde el Pesebre hasta la Cruz y la Resurrección, nos muestra el camino y nos enseña a poner en práctica lo que nos dice...
Por eso nuestra fe siempre nos llevará al servicio y a la alegría. Servicio cotidiano, servicio programado, servicio a toda hora, todo el día y todos los días. Servicio que nos haga siempre disponibles para quienes tienen derecho a esperar algo de nosotros, servicio que nos haga creyentes fieles, simplemente por ser creyentes que nos tomamos en serio la Palabra de Dios. Es una Palabra para ser creída, y por eso mismo para ser vivida...
Moisés habló al pueblo y le dijo: Graben estas palabras en lo más íntimo de su corazón. Átenlas a sus manos como un signo, y que sean como una marca sobre su frente. Yo pongo hoy delante de ustedes una bendición y una maldición. Bendición, si obedecen los mandamientos del Señor, su Dios, que hoy les impongo. Maldición, si desobedecen esos mandamientos y se apartan del camino que yo les señalo, para ir detrás de dioses extraños, que ustedes no han conocido. Cumplan fielmente todos los preceptos y leyes que hoy les impongo (Deuteronomio 11, 18. 26-28 y 32).
Hermanos: A los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras de la Ley, ya que la Ley se limita a hacernos conocer el pecado. Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas: la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción: todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son injustificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. El fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. Porque nosotros estimamos que le hombre es justificado por al fe, sin las obras de la Ley (Romanos 3, 20-25a y 28).
Jesús dijo a sus discípulos: No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?». Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal». Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande (Mateo 7, 21-27).
1. PARA PODER CAMINAR SEGUROS, ES BUENO TENER DONDE APOYARSE... Decía Arquímedes, hace ya mucho tiempo, que para mover el mundo entero a él le bastaba con que le dieran un buen punto de apoyo. No había inventado nada, simplemente había descubierto el principio de la palanca: mover un enorme peso a lo largo de una corta distancia es lo mismo que mover un pequeño peso a lo largo de una distancia inversamente proporcional. Lo único que hace falta es contar con un punto de apoyo firme, que permita apoyar la palanca que cambiará peso por distancia, o viceversa. Cuando vemos trabajar las inmensas grúas que hoy permiten elevar materiales de enorme peso cuando se realizan las construcciones de los grandes edificios que van poblando nuestras ciudades, estamos ante la aplicación de este simple principio de la física...
Sin embargo, no sólo para el desplazamiento de grandes pesos resulta imprescindible un buen punto de apoyo. También nos hace falta cuando, por razón de la edad, nuestras piernas van perdiendo firmeza, y nuestras articulaciones se ponen más duras. El paso se hace más seguro, nos animamos a ir para delante, simplemente por el hecho de contar con alguien en quien apoyarnos. Se trata de una ayuda que tiene su efecto no sólo en lo físico, sino también en lo psicológico. Saber que, además de los dos pies, tenemos un tercer apoyo en el descansar nuestro peso, como puede ser un brazo amigo que nos sostiene, nos da ánimo para emprender el camino con más ánimo, confiados en que, de ese modo ya no corremos el peligro de caer. A veces, sin embargo, nuestras piernas ya no responden, ni siquiera con alguien que nos ayude tomándonos del brazo, y sólo podemos desplazarnos en una silla de ruedas. En todo caso, bienvenidas sean siempre las manos amigas que nos sirvan de apoyo y nos ayuden a sostenernos en la marcha, que resulta siempre la más precisa descripción de nuestra vida en esta tierra, que no sólo tiene inicio y tiene fin sino que, sobretodo, tiene una meta....
A veces para ponernos de pie e iniciar o retomar la marcha no basta con las manos que nos tiendan por delante. También hace falta que nos sostengan o apuntalen por la espalda. Es necesario este buen apoyo cuando queremos caminar también como patria, de la que hoy celebramos 198 años. Sobretodo, como nos decía ayer el Cardenal Bergoglio en el anticipo de la celebración de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús, si queremos caminar teniendo presentes a nuestros mayores, que caminaron con la esperanza de que nosotros fuéramos mejores, y mirando hacia adelante, deseando que los que vengan después de nosotros puedan transitar en paz y justicia, en fraternidad y solidaridad...
Ya que nuestra marcha es hacia el Cielo y el destino al que Dios nos llama la Vida eterna, será largo el camino y no bastarán las fuerzas humanas para sostenernos firmes y perseverantes en la senda. Por eso Jesús, que nos abrió las puertas del Cielo con su Resurrección ha querido quedarse con nosotros para ser el alimento que nos fortalece y nos renueva en el camino. Esa presencia permanente de Jesús es lo que celebramos anualmente en esta Solemnidad de Corpus Christi, o del Cuerpo y la Sangre de Jesús...
2. APOYADOS EN JESÚS, ÉL NOS SOSTIENE CON LA EUCARISTÍA Y CON SU PALABRA... Celebramos de manera solemne esta presencia de Jesús porque en el Sacramento de la Eucaristía no sólo contamos con sus mayores dones, sino que Él mismo se hace presente, para ser nuestro sostén y nuestro apoyo en nuestro camino hacia la Vida eterna. Teniéndolo a Jesús, podemos estar seguros que nada nos faltará, ya que Él es verdaderamente la salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, y con Él Dios nos da verdaderamente todo lo que nos hace falta...
La Eucaristía es una celebración que nos pone ante Jesús ofreciéndose por la salvación de todos en el sacrificio de la Cruz, entregando su Cuerpo y derramando su Sangre por el bien de todos, y poniéndose a disposición de todos como alimento...
Jesús nos alimenta en el Altar con una doble Mesa, con dos platos fuertes: su Palabra, y el Sacramento de la Eucaristía. Con este alimento tenemos todo lo que nos hace falta. La Palabra que nos instruye, nos guía, nos corrige, nos consuela y nos orienta. Y la Eucaristía que nos nutre y nos hace participar en la Vida de Dios, y que reservamos en el Sagrario de las Iglesias, no sólo para poder llevarla a los enfermos, sino también para que, puestos a sus pies en humilde adoración, podamos experimentar casi sensiblemente la presencia consoladora de Jesús, que nos acompaña en nuestro camino al Cielo...
Esta presencia de Jesús, nos decía Benedicto XVI en su primera Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, del 22 de febrero de 2007, es "pan partido" para toda la humanidad, ya que todos los hombres necesitan, y por lo tanto tienen derecho, a encontrar en Él la salvación (cf. n. 88). Por eso Eucaristía y misión van de la mano. lo que hemos recibido no es para guardarlo sino para cercarlo a todos los hombres, que tienen derecho a encontrar este Pan que es Jesús mismo y que Él ha dejado en nuestras manos. Jesús sigue exhortándonos, dice el Papa, como hizo con sus discípulos después de la multiplicación de los panes, que a nosotros nos toca dar de comer a la multitud. En verdad, afirma Benedicto XVI coronando con su Exhortación Apostólica la XI Asamblea del Sínodo de los Obispos, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo (cf. n. 88)....
3. FORMAMOS UN SOLO CUERPO: SOSTENIDOS EN EL AMOR PARA PODER SOSTENER A LOS OTROS... Jesús eligió el pan como signo sacramental de su entrega. El pan, hecho de muchos granos de trigo, que se parte entre todos los que se sientan a una misma mesa. Su Cuerpo y su Sangre se hacen para nosotros alimento, y nos permiten vivir unidos a Jesús y fieles a su Palabra. Pero el pan también nos representa de una manera muy fuerte lo que sucede cuando nos unimos a Jesús. Si san Pablo nos dice que alimentándonos de un mismo Pan somos un solo cuerpo, no nos habla sólo de un signo sino de una realidad. Somos el Cuerpo de Cristo, porque nos hemos unido a él. Así como diversos granos de trigo se funden en la harina con la que se hace un mismo pan, así también nosotros, unidos a Jesús, nos hacemos en Él un solo Cuerpo, en el que, a la vez que somos sostenidos por Jesús, y como consecuencia de ellos, nos sostenemos unos a otros y somos sostenidos por el amor fraterno...
Cada uno de nosotros somos pan que se parte en la mesa que Dios sostiene a nuestros hermanos, y que ellos pueden compartir, si nosotros no se lo impedimos. Sabemos que Jesús acude en auxilio de todos los que lo necesitan para sostenerlos en todas sus necesidades y en sus aspiraciones de trascendencia, pero también que para ello cuenta con nosotros...
Por eso el Cardenal Bergoglio, Primado de la Argentina, nos exhortaba ayer a pedir la gracia de permanecer unidos como pueblo, sin disgregarnos, y unidos sin despreciarnos, mientras celebramos la Memoria de la entrega de Jesús que nos une y aglutina aun pueblo que quiere permaneces sin disgregarse. Estas palabras de unidad son las que se pueden esperar de la Iglesia, hoy y en todas las ocasiones...