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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

domingo, 30 de abril de 2017

Oración de Comunión Espiritual. Los discípulos de Emaús. 30 - Abril - 2017.

"Ventana abierta"

Oración de Comunión Espiritual


Los discípulos de Emaús


Hacemos nuestra Comunión Espiritual todos aquellos/as., que siguen este blog, y si así lo desean, sintiendo la presencia del Resucitado.
- "Señor, también yo marcho hoy por la vida como los discípulos de Emaús pensando que esto no tiene sentido, creyendo que todo es negro, incapaz de ver con mis ojos  la claridad del día y las estrellas de la noche.
- Señor, yo y otros como yo, tenemos la tentación de creer que el dolor es más fuerte que la vida.
- Yo y otros muchos como yo, nos decimos que esto no tiene salida, que no hay quien lo arregle, que nos hemos hecho demasiadas ilusiones y las realidades son muy distintas.
- Señor, yo y otros muchos como yo creemos que nos has abandonado y nos vamos cabizbajos de retirada.
- Señor, ¿no podrás salir hoy al camino y pasear conmigo?
¿No podrás levantar mi esperanza de este suelo por el que ando?
¿No podrás quedarte a comer y calentar mi frío corazón?
Quédate porque anochece y el día va de caída.
Reaviva con tu presencia el fuego de mi corazón".


Homilía III Domingo de Pascua. Ciclo A. 30 de abril de 2017

"Ventana abierta"


Homilía III Domingo de Pascua Ciclo A (30 de abril de 2017)


Homilía del Santo Padre Benedicto XVI
Parque San Julián - Mestre, Domingo 8 de mayo de 2011



Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra mucho estar hoy entre vosotros y celebrar con vosotros y para vosotros esta solemne Eucaristía. Es significativo que el lugar escogido para esta liturgia sea el parque de San Julián: un espacio en donde normalmente no se celebran ritos religiosos, sino manifestaciones culturales y musicales. Hoy este espacio acoge a Jesús resucitado, realmente presente en su Palabra, en la asamblea del pueblo de Dios con sus pastores y, de modo eminente, en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. 
A vosotros venerados hermanos obispos, con los presbíteros y los diáconos, y a vosotros, religiosos, religiosas y laicos, os dirijo mi más cordial saludo, pensando en particular en los enfermos aquí presentes, acompañados por la UNITALSI. ¡Gracias por vuestra cordial acogida! 

Saludo con afecto al patriarca, cardenal Angelo Scola, a quien agradezco las sentidas palabras que me ha dirigido al inicio de la santa misa. Dirijo un deferente saludo al alcalde, al ministro de Bienes y actividades culturales, en representación del Gobierno, al ministro de Trabajo y políticas sociales, y a las autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido honrar este encuentro. 

Un sentido agradecimiento a todos aquellos que generosamente han prestado su colaboración para la preparación y el desarrollo de mi visita pastoral. ¡Gracias de corazón!


El Evangelio del tercer domingo de Pascua, que acabamos de escuchar, presenta el episodio de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), un relato que no acaba nunca de sorprendernos y conmovernos. Este episodio muestra las consecuencias de la obra de Jesús resucitado en los dos discípulos: conversión de la desesperación a la esperanza; conversión de la tristeza a la alegría; y también conversión a la vida comunitaria. A veces, cuando se habla de conversión, se piensa únicamente a su aspecto arduo, de desprendimiento y de renuncia. En cambio, la conversión cristiana es también y sobre todo fuente de gozo, de esperanza y de amor. Es siempre obra de Jesús resucitado, Señor de la vida, que nos ha obtenido esta gracia por medio de su pasión y nos la comunica en virtud de su resurrección.

Queridos hermanos y hermanas, he venido a vosotros como Obispo de Roma y continuador del ministerio de Pedro, para confirmaros en la fidelidad al Evangelio y en la comunión. He venido para compartir con los obispos y los presbíteros el celo del anuncio misionero, que debe involucrarnos a todos en un serio y bien coordinado servicio a la causa del reino de Dios. Vosotros, aquí presentes hoy, representáis a las comunidades eclesiales nacidas de la Iglesia madre de Aquileya. Como en el pasado, cuando esas Iglesias se distinguieron por el fervor apostólico y el dinamismo pastoral, así también hoy es necesario promover y defender con valentía la verdad y la unidad de la fe. Es necesario dar razón de la esperanza cristiana al hombre moderno, a menudo agobiado por grandes e inquietantes problemáticas que ponen en crisis los cimientos mismos de su ser y de su actuar.
Vivís en un contexto en el que el cristianismo se presenta como la fe que ha acompañado, a lo largo de siglos, el camino de tantos pueblos, incluso a través de persecuciones y pruebas muy duras. Son elocuentes expresiones de esta fe los múltiples testimonios diseminados por todas partes: las iglesias, las obras de arte, los hospitales, las bibliotecas, las escuelas; el ambiente mismo de vuestras ciudades, así como los campos y las montañas, todos ellos salpicados de referencias a Cristo. Sin embargo, hoy este ser de Cristo corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más profundos; corre el riesgo de convertirse en un horizonte que sólo toca la vida superficialmente, en aspectos más bien sociales y culturales; corre el riesgo de reducirse a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no ilumina el camino de la existencia, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy a propósito de los dos discípulos de Emaús, los cuales, tras la crucifixión de Jesús, regresaban a casa embargados por la duda, la tristeza y la desilusión. Esa actitud tiende, lamentablemente, a difundirse también en vuestro territorio: esto ocurre cuando los discípulos de hoy se alejan de la Jerusalén del Crucificado y del Resucitado, dejando de creer en el poder y en la presencia viva del Señor. El problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, el miedo a los demás, a los extraños y a los que desde lejos llegan hasta nuestras tierras y parecen atentar contra aquello que somos, llevan a los cristianos de hoy a decir con tristeza: nosotros esperábamos que el Señor nos liberara del mal, del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.
Por tanto, cada uno de nosotros, como ocurrió a los dos discípulos de Emaús, necesita aprender la enseñanza de Jesús: ante todo escuchando y amando la Palabra de Dios, leída a la luz del misterio pascual, para que inflame nuestro corazón e ilumine nuestra mente, y nos ayude a interpretar los acontecimientos de la vida y a darles un sentido. 


Luego es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios, y a la luz de su amor. Permanecer con Jesús, que ha permanecido con nosotros, asimilar su estilo de vida entregada, escoger con él la lógica de la comunión entre nosotros, de la solidaridad y del compartir. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de sí mismo y es una invitación constante a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás.


El Evangelio refiere también que los dos discípulos, tras reconocer a Jesús al partir el pan, «levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén» (Lc 24, 33). Sienten la necesidad de regresar a Jerusalén y contar la extraordinaria experiencia vivida: el encuentro con el Señor resucitado. 


Hace falta realizar un gran esfuerzo para que cada cristiano, aquí en el nordeste como en todas las demás partes del mundo, se transforme en testigo, dispuesto a anunciar con vigor y con alegría el acontecimiento de la muerte y de la resurrección de Cristo. Conozco el empeño que, como Iglesias del Trivéneto, ponéis para tratar de comprender las razones del corazón del hombre moderno y cómo, refiriéndoos a las antiguas tradiciones cristianas, os preocupáis por trazar las líneas programáticas de la nueva evangelización, mirando con atención a los numerosos desafíos del tiempo presente y repensando el futuro de esta región. Con mi presencia deseo apoyar vuestra obra e infundir en todos confianza en el intenso programa pastoral puesto en marcha por vuestros pastores, deseando un fructífero compromiso por parte de todos los componentes de la comunidad eclesial.
Sin embargo, también un pueblo tradicionalmente católico puede experimentar de forma negativa o asimilar casi de manera inconsciente los contragolpes de una cultura que acaba por insinuar una manera de pensar en la que el mensaje evangélico se rechaza abiertamente o se lo obstaculiza solapadamente. Sé cuán grande ha sido y sigue siendo vuestro compromiso por defender los valores perennes de la fe cristiana. Os aliento a no ceder jamás a las recurrentes tentaciones de la cultura hedonista y a las llamadas del consumismo materialista. Acoged la invitación del apóstol Pedro, presente en la segunda lectura de hoy, a comportaros «con temor de Dios durante el tiempo de vuestra peregrinación» (1 P 1, 17), invitación que se hace realidad en una existencia vivida intensamente por los caminos de nuestro mundo, con la conciencia de la meta que hay que alcanzar: la unidad con Dios, en Cristo crucificado y resucitado. De hecho, nuestra fe y nuestra esperanza están dirigidas hacia Dios (cf. 1 P 1, 21): dirigidas a Dios por estar arraigadas en él, fundadas en su amor y en su fidelidad. En los siglos pasados, vuestras Iglesias han conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los hermanos gracias a la obra de celosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Si queremos ponernos a la escucha de su enseñanza espiritual, no nos es difícil reconocer la llamada personal e inconfundible que nos dirigen: sed santos. Poned a Cristo en el centro de vuestra vida. Construid sobre él el edificio de vuestra existencia. En Jesús encontraréis la fuerza para abriros a los demás y para hacer de vosotros mismos, siguiendo su ejemplo, un don para toda la humanidad.

En torno a Aquileya se unieron pueblos de lenguas y culturas diversas, que convergieron no sólo por exigencias políticas sino sobre todo por la fe en Cristo y por la civilización inspirada en la enseñanza evangélica, la civilización del amor. Las Iglesias nacidas de Aquileya están hoy llamadas a reforzar aquella antigua unidad espiritual, en particular a la luz del fenómeno de la inmigración y de las nuevas circunstancias geopolíticas actuales. La fe cristiana seguramente puede contribuir a poner en práctica este programa, que afecta al desarrollo armonioso e integral del hombre y de la sociedad en la que vive. Por esto, mi presencia entre vosotros quiere ser también un vivo apoyo a los esfuerzos que se realizan para favorecer la solidaridad entre vuestras diócesis del nordeste. Quiere ser, además, un estímulo para toda iniciativa orientada a la superación de las divisiones que podrían hacer vanas las aspiraciones concretas a la justicia y a la paz.

Este, hermanos, es mi deseo; esta es la oración que dirijo a Dios por todos vosotros, invocando la intercesión celestial de la Virgen María y de tantos santos y beatos, entre los cuales me es grato recordar a san Pío X y al beato Juan XXIII, pero también al venerable Giuseppe Toniolo, cuya beatificación ya está próxima. Estos luminosos testigos del Evangelio son la mayor riqueza de vuestro territorio: seguid sus ejemplos y sus enseñanzas, conjugándolos con las exigencias actuales. Tened confianza: el Señor resucitado camina con vosotros ayer, hoy y siempre. Amén.

Canción. Andando por el camino. Los discípulos de Emaús. 30 - Abril - 2017

"Ventana abierta"


Andando por el camino


Andando por el camino
te conocimos Señor,
te hiciste el encontradizo,
nos diste conversación,
tenían tus palabras 
fuerza de vida y amor,
ponían esperanza 
y fuego en el corazón.

TE CONOCIMOS, SEÑOR,
AL PARTIR EL PAN.
TÚ NOS CONOCES, SEÑOR,
AL PARTIR EL PAN.

Llegando a la encrucijada,
Tú proseguías, Señor,
te dimos nuestra posada,
techo, comida y calor;
sentados como amigos
a compartir el cenar,
allí te conocimos
al repartirnos el pan.

Andando por los caminos
te conocimos, Señor,
en todos los peregrinos
que necesitan amor;
esclavos y oprimidos
que buscan la libertad, 
hambrientos, desvalidos,
a quienes damos el pan.



jueves, 27 de abril de 2017

La última conversación de una madre y su hijo a punto de morir de cáncer. 27 - Abril - 2017

"Ventana abierta"

Ruth besando a su hijo Nolan

La última conversación de una madre y su hijo a punto de morir de cáncer: 
"Me iré al cielo y jugaré hasta que llegues"

Nolan Scully murió a los cuatros años en los brazos de su madre.
La madre ha querido publicar su última conversación para concienciar

FCINCO Madrid.  27/04/2017.  09:46

El 1 de febrero  Nolan Scully  moría en brazos de su madre después de una larga batalla contra el cáncer. Nolan tenía sólo cuatro años, muy pocos para tanto sufrimiento, y fue durante su enfermedad y tras su muerte cuando su madre, la que estuvo día a día a su lado, quiso que la muerte de su hijo, que el padecimiento que sufrió no cayera en saco roto.

Todos pensaban que era un inofensivo catarro.
Pero a medida que pasaban los días la situación se hacía más alarmante.
Finalmente a los padres, Ruth y Jonathan Scully, les dieron la peor noticia que podían esperarse. Su hijo Nolan, de 3 años, padecía rabdomiosarcoma, una variante de cáncer muy agresiva e inusual.
Su madre Ruth ha compartido recientemente esta trágica noticia en las redes sociales.

Una agresiva variante de cáncer había ido lentamente apoderándose del cuerpo de su hijo. Ruth quería describir el terrible sufrimiento que estuvo pasando su pequeño, pero al mismo tiempo deseaba mostrar cómo éste luchó con todas sus fuerzas durante un largo periodo.
Su historia nos ha hecho llorar a mí y a muchos otros.

Dos meses después de que su niño muriera de cáncer, Ruth escribió una historia muy emotiva en la cual describe los últimos días que paso con su adorado hijo.

Su pequeño murió en febrero después de 15 meses de intensa lucha contra el cáncer que padecía, Rabdomiosarcoma o RMS. Es una variante muy poco usual y agresiva de cáncer que puede aparecer en cualquier parte del cuerpo donde los músculos – sobre todo los músculos del esqueleto- se están formando.
Esta variante del cáncer desgraciadamente opone una fuerte resistencia a cualquier forma de tratamiento.
Ruth quería compartir la amarga realidad de esta enfermedad que cada día paralizaba paso a paso una parte del cuerpo de su hijo. Compartió una foto de su hijo durmiendo en el suelo del baño. Estaba terriblemente asustado y no quería separarse de su madre, incluso cuando ésta tomaba una ducha.


En el mes de septiembre del año 2015, Nolan empezó a quejarse por tener la nariz tapada. Lógicamente sus padres pensaron que se trataba de un resfriado. Pero pasaba el tiempo y a Nolan se le hacía cada vez más difícil respirar y ninguna medicina parecía aliviarle.

Dos meses más tarde el médico descubrió que la causa de su obstrucción nasal era un tumor. Un tipo de cáncer que se desarrolla en los músculos, la grasa y las articulaciones. Los afectados pueden sufrir síntomas de resfriado, dolores de cabeza, mareos y dificultad para hacer pis.

Tras varios intentos con radioterapia y quimioterapia, Nolan perdió el pelo y su cuerpo se hizo cada vez más débil. El cáncer comenzaba a extenderse por todo el cuerpo.
Cuando esto ocurre las posibilidades de supervivencia entre los pacientes cae de un 40 por ciento a un 20 por ciento.
Su madre quiso documentar los últimos meses de su hijo y le describe como “un auténtico amor”.

Tanto el padre como la madre de Nolan nos cuentan lo fuerte que era su hijo y cómo luchó sin descanso contra la enfermedad. Pero el sufrimiento de Ruth era insoportable.
Cuando llevó a Nolan al hospital por última vez, un año después de la primera visita, el niño no había comido nada debido a los continuos vómitos que sufría.

En el mes de febrero el oncólogo explicó a los padres como el cáncer se había extendido por el cuerpo, limitando las vías respiratorias y bloqueando el corazón. Al mismo tiempo la enfermedad se había hecho resistente a cualquier forma de tratamiento.

Empezó con su blog, después con imágenes que mostraban la vida antes de la muerte de Nolan y la vida después y ahora, dos meses después de su muerte, Ruth, ha querido compartir también la última conversación que mantuvo con su pequeño. Una conversación que publicó en su muro de Facebook el pasado día 5 y que por su dureza y severidad se ha convertido en viral.

"Dos meses. Dos meses desde que te tuve en mis brazos, oí lo mucho que me amabas, besé esos labios 'Sweetie pie'. Dos meses desde que nos acurrucamos. Dos meses de infierno absoluto". Así comienza la carta dirigida a su hijo. Una carta en la que Ruth se describe como "desconsolada" y confiesa que aunque llevaba tiempo intentándola escribir, la "agonía" no se lo había permitido.

"El día 1 de febrero nos sentamos con su equipo de médicos. Cuando su oncóloga habló, vi el dolor puro en sus ojos. Ella siempre había sido honesta y había luchado con nosotros todo el tiempo, pero su escáner ct actualizado mostró grandes tumores que crecieron comprimiendo sus tubos, bronquios y corazón dentro de cuatro semanas de su cirugía de pecho abierto. 
El rabdomiosacroma se había extendido como un reguero de pólvora. Explicó que el cáncer ya no era tratable, porque se había hecho resistente a todas las opciones de tratamiento que habíamos probado y que el plan sería mantenerlo cómodo mientras se iba deteriorando rápidamente".

Dos meses. Dos meses desde que te he celebrado en mis brazos, escuché lo mucho que me amabas, besé esos labios de "pastel" de cariño. Dos meses desde que nos hemos acurrucado. Dos meses de puro infierno absoluto. He querido desde hace mucho tiempo escribir un poco sobre los últimos días de Nolan. Sus últimos días brillaron con lo increíble que es mi hijo. Qué hermoso es él. Cómo se hizo de nada más que puro amor. 


Cuando traje a Nolan al hospital por última vez, sabía que había algo más malo que sólo un caso persistente de c-Diff. Acabo de saber, y lo suficientemente extraño, creo que lo hizo también. No había comido ni bebido nada en días y estaba continuamente vomitando. 

Tras escuchar que su hijo se moría y que no había nada que hacer, Ruth se fue a la habitación con él. Nolan estaba sentado en "la silla roja de mamá" viendo vídeos de Youtube en su tablet. "Me senté con él y puse mi cabeza contra la suya y tuve la siguiente conversación":

"Yo¿Te duele al respirar, no es cierto?

NolanBuuuuueno... sí

Yo¿Tienes mucho dolor?

Nolan: (Mirando hacia abajo) Sí.

YoEste asunto del cáncer apesta. No tienes que luchar más.

Nolan¿No tengo que luchar más? (Con felicidad) ¡Pero lo haré por ti, mamá!

Yo: ¡No! ¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Luchas por mamá?

NolanBueno... sí

Yo: Nolan Ray, ¿cuál es el trabajo de mamá?

Nolan¡Mantenerme a salvo! (Con una gran sonrisa)

YoCariño... Ya no puedo hacer eso aquí. La única manera en que puedo mantenerte a salvo es en el cielo. (Mi corazón hecho añicos).

Nolan: ¡Entonces, me iré al cielo y jugaré hasta que llegues! ¿Vendrás, no?

Yo¡Absolutamente! ¡No puedes deshacerte de mamá tan fácilmente!

¡Gracias mamá! ¡Iré a jugar con Hunter, Brylee y Henry!"

Fue la última conversación de Ruth y Nolan. Las horas siguientes hasta su muerte Ruth no se separó de él. Quiso llevarlo a casa, pero Nolan se negó para "asegurarse de que todo era fácil para mí".

Jugaron, vieron vídeos de Youtube, dispararon con su pistola Nerf, sonrieron todas las veces que pudieron. Incluso una hora antes de morir se tumbaron juntos en la cama y le contó a su madre cómo quería que fuera su funeral, quienes quería que fueran los portadores de su féretro, incluso, escribió cómo quería que le recordaran... "por supuesto como un policía".

Últimos días

La madre explica en el Facebook  los últimos días en el hospital.

En los días posteriores Nolan dormía constantemente.

La familia decidió regresar lo antes posible a casa para pasar las últimas noches en su hogar, pero mientras hacían las maletas Nolan tomó la mano de su madre y le dijo que estaba bien, que también podían quedarse en el hospital.

”Mi pequeño héroe quería que todas las cosas fueran más fáciles para mí…” escribe Ruth Scully en Facebook 

La madre continúa:
 "Alrededor de la 9 de la noche estábamos viendo la televisión cuando le pregunté a Nolan si podía ir a ducharme. No podía dejarle solo porque quería que estuviera en todo momento cerca de él acariciándole".

Nolan respondió: ” Hmmmm, si está bien mamá. Dile al tío Chris que venga y se siente a mi lado y que me mueva de tal manera que yo te pueda ver.

Estaba en la puerta del baño, me di la vuelta y le dije: 
“Sigue mirándome amor. Vuelvo en dos segundos”.

En un momento, Ruth se fue al baño.

Me di mucha prisa en volver.

 Cuando volvió el sistema de Nolan se había colapsado, había entrado en un sueño profundo.

 Pero aún así, me senté de nuevo en su cama, y puse mi mano en la parte derecha de su rostro.



 Y entonces ocurrió un milagro que nunca olvidaré…

    Nolan recuperó el aliento por un instante para dedicarle las últimas palabras a su madre:

Mi ángel tomó aire, abrió los ojos, sonrió y me dijo: 
“Te quiero, mamá”.



Entonces volvió la cara hacia mí y, a las 23.54, Rollin Nolan Scully cerró los ojos, se quedó dormido y falleció mientras yo le cantaba al oído 'You are my sunshine' “Tú eres mi rayo de luz”.


Ahora Ruth ha decidido compartir todas las experiencias que vivió durante la enfermedad de su hijo para reclamar más investigación, mejores tratamientos, más financiación...

Por ello, no sólo ha compartido las últimas palabras con su hijo sino también los duros y estremecedores momentos por los que pasaron. "Muestro una imagen para captar la atención de todo el mundo porque mi hijo estaba aterrorizado sin mí, incluso me acompañaba mientras me duchaba".

La imagen en realidad son dos. En una de ellas se ve a Nolan tumbado en la alfombra del baño mientras su madre se ducha, y en la otra la misma alfombra, pero sin Nolan. "Ahora soy yo la que tengo miedo a la ducha. Con nada más que una alfombra vacía donde antes hubo una vez un hermoso y perfecto niño pequeño esperando a su mamá". 



miércoles, 26 de abril de 2017

Jesús tocando tu puerta

"Ventana abierta"


Jesús tocando tu puerta



Un hombre había pintado un lindo cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista.
Llegado el momento, se retiró el paño que velaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso. era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si desde dentro de la casa alguien le respondía.
Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso encontró una falla en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista:
- "Su puerta no tiene cerradura! Cómo hace para abrirla?"
El pintor tomó su Biblia, buscó un versículo, y le pidió al observador que lo leyera:
Apocalipsis 3, 20:
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo".
- "Así es," respondió el pintor. "Esta es la puerta del corazón del hombre" "Sólo se abre por dentro".

ERES LA ÚNICA CRIATURA DEL UNIVERSO CON LA CUAL QUIERO TENER UNA AMISTAD.
YO NO SOY UN DIOS MUDO.
YO SOY EL VERBO.
YO SOY LA PALABRA.


Creer y orar en la ciudad. Miércoles, 26 - Abril - 2017

 "Ventana abierta"

Creer y orar en la ciudad

Misioneros Paules

Textos para meditar

Dios y la ciudad

En la conciencia de muchos contemporáneos existe la convicción muy arraigada de que la ciudad no es el medio más adecuado para la vida religiosa. En ello han influido, sin duda, muchos factores: el hecho de que la mayor parte de las manifestaciones de Dios que describe la Biblia han tenido lugar en el desierto, en el monte, en medio de la tormenta, en el susurro de una brisa suave; la conexión de la primera ciudad con Caín, el asesino de Abel, su hermano (Gn 4, 17-24); el episodio de Babel, la ciudad con una torre cuya cima llegase hasta el cielo, y el lugar donde Yahvé desciende para sembrar la confusión de lenguas entre los hombres; y, más generalmente, el que la ciudad haya pasado a ser el símbolo del progreso, la industria, el poder y la gloria del hombre, que el hombre ha conseguido en muchas ocasiones a costa del reconocimiento del poder y de la gloria de Dios.

En el mismo sentido ha actuado entre los cristianos el hecho de que en el lenguaje del Evangelio resuenen constantemente los ecos de la vida de Jesús en el campo y junto al Lago, y que en Jerusalén tuviese lugar el enfrentamiento de Jesús con sus enemigos y allí se consumase su pasión y su muerte en la cruz. Probablemente, en la actualidad, vengan a añadirse a todos estos factores, el malestar que provoca entre nuestros contemporáneos la deshumanización de las grandes ciudades y la inadaptación a la vida de la ciudad de las estructuras de la Iglesia, nacidas muchas de ellas en el seno de una cultura rural. Es un hecho que las migraciones del campo a la ciudad han llevado en muchos casos al abandono de las prácticas religiosas de los emigrantes.

Por eso, el ideal de la vida cristiana ha sido encarnado durante mucho tiempo por los anacoretas y los monjes, y la búsqueda de la perfección se ha orientado a la huida del mundo, a la salida de la ciudad hacia el desierto y a la búsqueda de la soledad.

A pesar de todo ello, la verdad es que la historia no justifica esta visión religiosamente negativa de la ciudad. Antes de significar confusión, Babel significa puerta de Dios, y la historia del pueblo de Dios tiene su origen y su símbolo central en la liberación de la esclavitud y la conducción por Dios, a través del desierto, a la tierra habitada, a la ciudad. A pesar de Jer 2, 2, donde el Señor reprocha a su pueblo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto…”, y de Os 2, 14-20: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”, no puede decirse que el Antiguo Testamento contenga el rechazo sistemático de la ciudad.

En realidad, la ciudad aparece como la suma de la habitabilidad, la posibilidad de la relación entre los dispersos y la mejor defensa del hombre contra los peligros del “descampado”, donde viven las alimañas. Por eso, la ciudad es también percibida como el monumento de lo que el hombre es capaz de hacer, y de su perfección. Por eso, la ciudad aparece también, religiosamente hablando, como adelanto y símbolo, como se dice en la Biblia de la ciudad de Jerusalén, de la Jerusalén celeste, la definitiva ciudad de Dios.

Por otra parte, si en el Evangelio resuenan los ecos de la vida en el campo, es en Jerusalén donde tiene lugar Pentecostés, porque allí tenía que iniciarse la reunión del nuevo pueblo de Dios. Y si atendemos a la primera extensión del Evangelio, ésta se produjo, sobre todo, a partir de las ciudades del Imperio, como un movimiento ciudadano. De hecho, la actividad del Apóstol de los gentiles se desarrolló casi exclusivamente por las ciudades del Mediterráneo, hasta el punto de que ha podido ser llamado “San Pablo de las ciudades”, y que, una vez que el cristianismo se impuso en el Imperio, los cristianos van a llamar a los fieles de las religiones antiguas “paganos” -de “pago”, aldea, pueblo pequeño- es decir, “gente del campo”.

Ser cristiano en la ciudad

¿Se puede, pues, ser cristiano en el medio inhóspito que constituye la gran urbe de nuestros días, en el clima religiosamente enrarecido que constituye la ciudad secular? Es posible que las circunstancias de las macro-ciudades actuales con sus enormes dificultades para una vida humanizada y que las condiciones de la secularización avanzada que caracterizan a las sociedades urbanas actuales estén haciendo percibir más vivamente las dificultades que comporta la ciudad para el desarrollo de la vida cristiana. Pero no debemos olvidar que de ciudades como Antioquía, aun siendo incomparablemente más pequeñas que las grandes ciudades de la actualidad, se ha podido decir que tenían una gran densidad de población y que en las ciudades antiguas no había mucho lugar para la vida privada y la soledad. Y fue en esas ciudades donde nació el cristianismo, y fue a través de las redes de comunicación creadas por las comunidades nacidas en ellas, como el cristianismo se extendió por todo el Imperio.

En realidad, se puede afirmar que la pregunta que nos hacemos nosotros: ¿Se puede ser cristiano en la ciudad?, se la han hecho desde siempre los cristianos, refiriéndose al mundo en el que vivían, del que la gran ciudad sería la condensación y el prototipo. Y es probable que la respuesta que los cristianos de otros tiempos han dado a esta pregunta, nos ayude a responder en nuestras circunstancias.

¿Puede el cristiano vivir como cristiano en la ciudad? La respuesta de los cristianos a lo largo de los siglos se mueve entre los extremos de una paradoja que siempre ha resultado difícil mantener unidos. La paradoja está perfectamente explicada en la “Carta a Diogneto”, uno de los escritos de los Padres Apostólicos: “Aunque son residentes en sus propios lugares -dice de los cristianos-, su conducta es más bien la de los extranjeros; toman parte por completo como ciudadanos, pero se someten a todo y a todos como si fueran extranjeros. Para ellos, cualquier país extranjero es su patria y cualquier patria es un país extranjero” (5, 4).

La dificultad para mantener esta tensión llevará a veces a los cristianos a romper con el mundo, a huir de la ciudad como única forma de salvar su vida cristiana, de preservar su identidad; otras, en cambio, los conducirá a una adaptación perfecta al mundo que les hace confundir la ciudad o el imperio con la realización del Reino de Dios. Pero constantemente son llamados por el Espíritu a caminar hacia la ciudad de Dios, encaminando de la mejor manera la ciudad humana hacia el ideal de la ciudad de Dios. Es decir, somos llamados a ser cristianos viviendo en la ciudad y transformándola desde la inspiración del Espíritu en la dirección del Reino de Dios.

La vocación cristiana nos urge, pues, a vivir como cristianos en la ciudad, sabiendo que ésta nunca será la encarnación perfecta de la ciudad de Dios, que sólo llegará al final de los tiempos. Por eso siempre tendremos algo de peregrinos y extranjeros. Pero nos urge igualmente vivir el cristianismo en medio de ella y colaborar con todos en su progreso verdadero, con la esperanza de que ese progreso acelerará el momento de la aparición de la ciudad de Dios.

Para quienes sienten la tentación de escapar de la ciudad como única forma de ser cristianos, escribió San Juan Crisóstomo que “quien vive en la ciudad debe imitar el desprendimiento de los monjes” y que “quien tiene mujer y está ocupado con una casa puede orar y ayunar y aprender la compunción”... y “que la negación de sí que es practicada en los desiertos debemos llevarla a nuestras ciudades” (Hom. 55). Porque, “aunque uno pueda dirigir la nave de su vida al puerto tranquilo del monasterio, la verdadera prueba tiene lugar cuando la nave penetra en el mar proceloso de la ciudad terrena” (Hom. 31).

Para quienes sienten la tentación de adaptarse al mundo y disolver su identidad cristiana en la vida mundana de la ciudad había escrito antes San Pablo: “Nuestra ciudad está en los cielos de donde esperamos a nuestro Salvador...” (Fil 3, 20); y la primera Carta de Pedro: “Os exhorto como a extranjeros y peregrinos...” (2, 11). Y como resumen de la paradoja nos había exhortado antes el Señor “a estar en el mundo sin ser del mundo” y, consciente de las dificultades de la empresa, había pedido al Padre para sus discípulos: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal” (Jn 17, 15).

En este marco general de la vida cristiana de un hombre que por su condición está llamado a realizarse como ciudadano, nos preguntamos por la posibilidad de creer y orar en la ciudad y las condiciones indispensables para que esa posibilidad se convierta en realidad…

Es cierto que la ciudad, y sobre todo la gran ciudad, tiene fama de ser un lugar particularmente poco propicio para el desarrollo de la vida interior y, más concretamente, de la oración. Es verdad que en ella se dan reunidas las condiciones contrarias a las que parece exigir el cultivo de la oración: el ruido permanente, el asedio continuo de todo tipo de mensajes que reclaman la atención, las grandes distancias y las dificultades de traslado, con su secuela inevitable de prisas y tensiones, la masificación y el anonimato -se ha llamado con razón a la gran ciudad la muchedumbre solitaria- que dificultan al mismo tiempo la soledad y las relaciones interpersonales, y favorecen en cambio las tensiones que fácilmente degeneran en violencia. ¡Qué lejos parecen quedar en la gran ciudad, qué difíciles resultan en ella, el silencio, el sosiego, el recogimiento, la paz indispensables para el nacimiento y el desarrollo de esa actitud contemplativa que nos parece requiere el ejercicio de la oración!

¿Huir de la ciudad para orar?

Por eso, no es extraño que cada fin de semana, cada resquicio que dejan los días de trabajo, los monasterios próximos y menos próximos a una ciudad, las casas de retiro, las casas de oración, que felizmente se han multiplicado en sus alrededores en los últimos años, acojan a grupos de personas y a personas aisladas, prófugos de la ciudad, que buscan en ellas asilo espiritual y mejores condiciones para la oración.

La verdad es que este pequeño éxodo, que se repite con ocasión de cada fiesta, se comprende sin dificultad. A él empujan, a quienes lo emprenden razones de salud: búsqueda de aire puro que tanto necesitan los que padecen toda la semana un medio contaminado; la necesidad de silencio, sosiego y descanso que permita relajar las tensiones creadas por la preocupación y la prisa; la búsqueda de la soledad y, en muchos casos, una necesidad genuinamente religiosa que no encuentra modo de satisfacerse en la forma de vida que impone la gran ciudad.

Tal éxodo, además, se justifica. Lo justifican los resultados que experimentan las personas que lo emprenden. Apenas han deshecho el ligero equipaje y se han instalado en la pequeña celda o han dado su primer paseo por el campo, se sienten otros: rostro distendido, respiración profunda, mirada contemplativa, disposición para la escucha y el diálogo y una actitud de la que fluye casi naturalmente esa oración que todo parece dificultar en la vida de la ciudad. Lo justifica también el ejemplo del Señor que, después de jornadas agobiantes de predicación y de servicio, aparece en el Evangelio retirándose a un lugar apartado para orar (Mc 1, 35).

Pero, explicándose la salida más o menos frecuente de la ciudad de no pocos cristianos para orar, la solución al problema de la oración para los cristianos que vivimos en una ciudad, no puede estar exclusivamente en la salida periódica de la ciudad. En primer lugar, porque no todos los cristianos que viven en ella tienen esta posibilidad en su mano y a todos en cambio se nos ha dado ese precepto -que no es otra cosa que el recuerdo y la expresión de una necesidad vital- de orar y de orar siempre (Lc 18, 1; 1 Tes 5, 17). ¿Cómo podrían orar los padres de familia que no pueden dejar a sus hijos de corta edad ni llevarlos consigo a esos lugares de retiro? ¿Cómo podría orar esa inmensa mayoría de cristianos sin los recursos económicos necesarios para el pequeño lujo de una salida periódica a esos oasis espirituales que las congregaciones religiosas y las diócesis han ido estableciendo junto a los desiertos de las ciudades?

La solución no puede estar ahí, además, porque esto supondría que la mayor parte de la vida, la vida diaria que es la que más lo necesita, se vería privada del recurso indispensable de la oración. La respuesta a la dificultad que las ciudades suponen para la vida cristiana y la oración de quienes vivimos en ellas está más bien en aprender a orar en la ciudad.

Porque es posible que la ciudad sea una forma moderna de desierto, es decir, de suma de las condiciones en las que no se puede vivir; pero también en el desierto se da al profeta el pan y el agua que necesita para hacer su travesía (1 Rey 19, 6); también el desierto es para el pueblo de Dios el lugar de la visita de Dios (Gn 18, 116), de su teofanía (Ex 19, 16), del encuentro con El y de la visita de sus ángeles (Mt 4, 11).

Creer y orar en la ciudad

El papa Francisco, sin dejar de referirse a los lados oscuros de nuestras ciudades, nos invita en Laudato si, (nn. 71-75), a reconocer la ciudad “desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en su plazas”. La Presencia de Dios, a la que responde la actitud creyente, “acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad de justicia”. Recordemos la expresión de un autor francés que pasaba por no creyente: “No busques a Dios en ningún lugar que no sea todas partes”, ni -podríamos añadir- en ningún momento que no sea todos los tiempos. “¡Señor, Dios mío!, exclamaba san Juan de la Cruz, no eres tu extraño a quien no se extraña contigo; ¿cómo dicen que te extrañas tú?”. De ahí que la presencia de Dios sea universal y permanente y que la relación con él pueda ser vivida en todas las circunstancias.

Puede, eso sí, suceder que determinadas circunstancias o situaciones de las personas faciliten o dificulten la toma de conciencia de esa Presencia. Madeleine Delbrêl, según el cardenal Martini una de las más grandes místicas de nuestro tiempo, se quejaba ante Dios: “Dios mío, si tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo estoy siempre en otro lugar?”. Pero justamente su vida es el testimonio más convincente de que se puede encontrar a Dios y responder a su Presencia en un barrio obrero de París como Ivry, prototipo de lo que tendríamos por una ciudad secularizada de nuestro tiempo. “Nosotros, hombres de la calle, escribe esta modelo de cristiana en la gran ciudad, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, ese mundo en el que Dios nos ha puesto es para nosotras el lugar de nuestra santidad”… “Creemos que nada necesario nos falta, porque si eso necesario nos faltase, Dios ya nos lo habría dado”.

Porque, volviendo al texto del papa Francisco: “Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero”. Y “su presencia no debe ser fabricada, sino descubierta, desvelada” por la mirada de una persona atenta a los incontables indicios que deja en la persona y la vida de los humanos. Por más secularizada que aparezca, “una cultura inédita late y se desvela en la ciudad”. Y el problema para los creyentes que viven en ella será ahondar suficientemente la propia mirada para llegar a ese fondo último en el que habita el Dios que, sin dejar de ser Misterio, “más elevado que lo más elevado de nosotros mismos”, es a la vez “más íntimo a nosotros que nuestra propia intimidad” (San Agustín).

En cuanto a “orar”, si por orar entendemos, no la simple recitación de oraciones o tomar parte en actos de culto, sino ejercer el centro de la vida cristiana, la relación teologal, poner en práctica la fe, la esperanza y el amor, encarnándolas en pensamientos, palabras, gestos y silencios que desgranen, al ritmo de las horas en las difíciles circunstancias de la vida en la ciudad, la toma de conciencia, la aceptación agradecida, el reconocimiento maravillado de esa Presencia amorosa que origina nuestra existencia y desde la cual discurre la corriente de nuestra vida; si por orar entendemos, pues, no un acto más de la vida cristiana, sino la puesta en ejercicio, la actualización de la actitud creyente de la que surge, en seguida percibiremos que esa actitud transforma de tal manera la mente, el corazón y la persona toda del creyente que le hace capaz de “perforar” la capa de cemento que parece constituir la vida en la ciudad y hacer aflorar en ella el manantial del agua de la vida de Dios que nada en el mundo puede cegar.

Así, pues, el problema parece consistir, sobre todo, en aprender a orar, realizar el ser creyente, vivir la vida cristiana, en la ciudad.

Algunos rasgos de una oración cristiana desde la ciudad

Atento a las señales de Dios, el hombre urbano está llamado a descubrir formas nuevas o renovadas de oración. Y, en primer lugar, la oración de intercesión. Los lloros del niño pequeño del vecino, los gritos de la disputa familiar, los ruidos de la moto del joven, el “escándalo” de la sala de fiestas cercana pueden distraer los rezos del cristiano o de la comunidad que está intentando orar. Pero también pueden dar a esa oración un contenido precioso. Pueden convertirse en objeto de súplica de intercesión que mueva a transformar las circunstancias en las que viven. Y en la tradición judía se ha dicho muy bien que “las oraciones que el cielo antes escucha son las que dirigimos por los demás”.

Nuestras propias dificultades, los problemas, a veces agobiantes, que nos supone la vida en la ciudad, pueden ciertamente perturbar la paz que tanto anhelamos como condición para orar. Pero en ningún sitio está dicho que el hombre agobiado, el interiormente tenso, el que está lleno de miedo o de preocupaciones tenga que esperar a haber superado todas esas dificultades para ponerse en la presencia de Dios. Al contrario, el Evangelio nos asegura que Jesús llama a sí, precisamente a los agobiados por toda clase de cargas, para aliviarlos de ellas (Mt 11, 28). Y en una vida que comporta todos esos inconvenientes no sería bueno necesitar escapar de ellos para poder orar. Lo ha dicho también la tradición judía: “La oración que no refleja la condición humana, sus angustias y sus penas, el cielo la rechaza: es una oración muerta”. Jesús, por su parte, oró en la pasión que le fuera evitado el cáliz y en la cruz se quejó delante de Dios de su abandono.

Sobre todo, la vida de la ciudad, esa gran nave en la que todos sus habitantes se encuentran embarcados, ese gran proyecto común, esa gran tarea solidaria, invita al creyente a acentuar, en el ejercicio de su fe que es la oración, el compromiso por la justicia, y la práctica del amor, sin los que esa fe y esa oración serían palabras vanas. La atención a las desgracias de los hombres, con los que se convive, convierte la invocación al Padre común en una terrible exigencia. “La oración que no intenta mejorar -en todos los aspectos- la comunidad de la que surge, no merece ese nombre” (E. Wiesel). Y esa mejora supondrá de ordinario la movilización de no pocos recursos y de todos los esfuerzos del cristiano que ora.

Algunas condiciones externas que faciliten el ejercicio de la oración en la ciudad

Es probable que al monje todo le esté ayudando constantemente a orar. Al cristiano que vive en la ciudad, ciertamente no. Por eso necesita levantar en su vida urbana diaria el pequeño “monasterio virtual” que le ayude a orar. Las muchas actividades que suele comportar la vida en la ciudad, puede conducir a muchas personas a la falta material de tiempo para la oración. No caigamos entonces en la trampa de consolarnos diciéndonos a nosotros mismos que todo puede ser oración. Porque lo normal es que si no reservamos unos momentos sólo para orar, terminaremos por no orar en absoluto. Y recordemos: “No orar no es un pecado; es un castigo” (E. Wiesel). O una desgracia. Sobre todo para quien, en la masa de la ciudad, vive solitario y en la oración tiene la posibilidad de vivir en la mejor compañía.

La gran ciudad necesita tanto como parques y jardines, espacios verdes para la escucha, el diálogo, la convivencia... y la oración. Y ya va siendo hora de que los responsables de la pastoral, las congregaciones religiosas, la Iglesia en su conjunto caigamos en la cuenta de esta necesidad y habilitemos espacios, momentos y ocasiones para la práctica de la oración personal y comunitaria. Pero cada creyente está también llamado a la habilitación de esos espacios verdes en la propia vida. La imagen preferida, el icono, el pequeño cirio pueden convertir el rincón más insignificante en un espacio que ayuda a la oración.

Ciertamente, ya no es el tiempo de los devocionarios con fórmulas para ser repetidas rutinariamente. Pero la Biblia, sobre todo muchos de sus salmos, o el Nuevo Testamento, el Libro de las Horas, esas fórmulas de oración con las que han rezado generaciones enteras de cristianos: “¡Dios mío, mi todo!”; “Solo Dios basta”; “Tomad, Señor y recibid toda mi libertad…”; “…Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y no permitas que jamás me separe de Ti”; “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué queréis hacer de mí…?”, pueden prestar a quien reconoce humildemente que necesita ayuda, un alimento, un aliento, una luz que despierte y provoque nuestra oración personal.

Nada nos ayudará tanto, sin embargo, como la ayuda fraterna. Creando, por ejemplo, pequeños grupos de oración. Se hace difícil de entender que unos cristianos vivan en común por razones familiares, de trabajo, de formación, o de servicios comunes en una comunidad cristiana y no se reúnan, de vez en cuando al menos, para orar. Nada ayuda tanto a orar y a creer como compartir la fe y la oración con las personas con las que se comparte el trabajo, la formación o la vida. En la gran ciudad, donde abunda y predomina culturalmente la increencia, se padece muchas veces el ocultamiento, el eclipse de Dios. La necesidad de Dios que llevan dentro sin tal vez saberlo, les hace preguntarse a los agnósticos, indiferentes, ateos, dirigiéndose a los creyentes: ¿dónde está vuestro Dios? Personas y grupos orantes, si oran con autenticidad, pueden constituir pequeñas lucecitas que brillen en la noche y orienten incluso a los no creyentes hacia el camino de una respuesta personal.

Orar en la ciudad puede así convertirse en una forma excelente de anunciar calladamente el Evangelio, de evangelizar de la forma más auténtica en la ciudad.