"Ventana abierta"
Homilía del Papa Francisco para el Domingo de Ramos. 9 - Abril - 2017
"Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad,
descartados... Jesús está en ellos"
Francisco, en Domingo de Ramos:
"Jesús está presente en los hermanos que hoy sufren como Él"
"Jesús no nos pide que lo contemplemos sólo en fotografías, o incluso en
los vídeos que circulan por la red"
No tenemos otro Señor fuera de Él: Jesús, humilde Rey
de justicia, de misericordia y de paz
(Cameron Doody).- Arranca la Semana Santa en el Vaticano
con la celebración del Papa del Domingo de Ramos. En su homilía de la Misa que
ha celebrado en la Plaza de San Pedro, Francisco ha querido recordar
los "muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy sufren como
Cristo". Jesús está hoy con las víctimas de guerras,
terrorismo, tráfico de armas, dramas familiares y enfermedades, ha dicho el
Papa: no en las fotografías o vídeos que circulan en Internet.
La celebración empieza con una procesión de palmas que
se torna alrededor del monolito de la Plaza de San Pedro ante un numeroso
público en un día soleado en Roma. Numerosos jóvenes de varios países desfilan
entre los ministros sagrados de la liturgia.
Aparece el Papa entre los sacerdotes, obispos y cardenales que se hacen
presente en el acto, vestidos todos en el rojo de la sangre de Cristo. El
Papa llega no en el Papamóvil sino caminando con un báculo de madera regalado por presos de una cárcel italiana.
"Esta asamblea litúrgica es preludio a la Pascua
del Señor para la que nos estamos preparando que se centra en Jerusalén", empieza diciendo el
Papa bajo el obelisco, "para dar fe de su muerte y resurrección".
"Acompañamos con fe a nuestro Salvador para ser participes de su
resurrección, y para alcanzar la Jerusalén del cielo".
Lectura del Evangelio, Mateo 21,1-11. "La gente, muy numerosa,
extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las
tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: '¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!'".
Bendecidos los ramos, la procesión avanza hacia el altar de la Plaza, entre
las emotivas estrofas del canto llano. El ambiente se hace solemne en el quinto
Domingo de Ramos del Papa "del fin del mundo". Silencio en la Plaza
salvo por los sonidos del órgano y de las trompetas. "A Cristo Rey, gloria y honor a ti", canta el
coro.
El Papa, ya llegado al altar, inciensa la estatua de la Madonna y el niño.
Lectura del libro de Isaías, 50,4-7, en
español. "El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso
endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado".
El Salmo 21, cantado al acompañamiento de un piano y oboe
lastimeros. La antífona, la pregunta de Jesús en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" "Se
reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes
lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme".
Lectura de la carta
de San Pablo a los Filipenses (2,6-11), leída en inglés. "Cristo, a
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz".
El Papa bendice a los diáconos que representarán el Evangelio del
día, la Pasión del Señor entera en la versión de Mateo (26,14-27,66).
"Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar", dice Jesús. Los
discípulos, consternados, se ponen a preguntarle uno tras otro: "¿Soy yo
acaso, Señor?"
"¿Soy yo acaso,
Maestro?", pregunta Judas. Jesús responde: "Tú lo has
dicho".
El relato de la Última Cena y la retirada al Monte de
los Olivos. "Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito:
'Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño'. Pero cuando
resucite, iré antes que vosotros a Galilea".
La lectura de la Pasión de Cristo: "Padre mío, si es
posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero,
sino lo que tú quieres".
"Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me
entrega". Vienen Judas y los soldados para arrestar a
Jesús. "¿Habéis salido a detenerme con espadas y palos, como a
un ladrón? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me
detuvisteis".
Llegan hasta el palacio de Caifás, con Pedro, a escondidas, detrás de
ellos. "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios", dice el sumo sacerdote. Y Jesús: "Tú lo has dicho. Más
aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la
derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo". Respuesta por la que lo sentencian a muerte.
Pedro se da cuenta de su traición, y Judas también: el
Iscariote devuelve las monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos,
y dice "He pecado, he entregado a la muerte a un inocente".
Se marcha y se ahorca.
Jesús es llevado ante Pilato. "¿A quién queréis que os suelte, a
Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?" La multitud exige el
indulto del primero, y la crucifixión del segundo. Pilato se lava las manos ante su voto: "Soy
inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!".
Los soldados torturan a su preso y lo llevan a crucificar. Llegan al
Gólgota y lo levantan en la cruz, con el letrero: "Éste es Jesús, el rey de los judíos". A
media tarde, el grito desesperado: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?". Otro grito fuerte y exhale el
espíritu, y al escucharlo la asamblea se arrodilla y hace una pausa en la
lectura.
El velo del templo se rasga en dos; la tierra tiembla; las rocas se rajan.
Las tumbas se abren, y muchos muertos resucitan. "Realmente éste era Hijo de Dios", dice el
centurion.
José de Arimatea toma
cargo del cadáver y lo deposita en un sepulcro nuevo excavado en la roca. Las
Marías se quedan mirándolo. Pilato manda una guardia que lo vigila, y colocan
la piedra ante su entrada.
La homilía del Papa
"Esta celebración tiene un doble sabor", empieza diciendo el
Papa en su homilía: "dulce y amargo, alegre y
doloroso". Hoy el Señor entra en Jerusalén como un rey,
explica, mientras a la vez leemos el relato entero de su Pasión. Jesús se
regocija con sus amigos, mientras le pesa el corazón por lo que sabe
acontecerá.
Entusiasmo de la multitud en la procesión de Cristo sobre el burrito, así
pues, "y podemos imaginarnos con razón cómo los jóvenes de la ciudad se
dejaron contagiar por este ambiente", dice Francisco. El Papa observa que
a los fariseos escandalizados por el cortejo el Señor les responde: "Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras".
"Jesús no es un iluso que siembra falsas
ilusiones, un profeta "new age", un vendedor de humo", explica el Papa.
"Todo lo contrario: es un Mesías bien definido... el gran paciente del
dolor humano".
Pensemos, así pues,
anima el pontífice, no solo en los festejos sino también en el sufrimiento que
va a venir. "Pensamos en las calumnias, ultrajes, engaños, traiciones,
abandono, el juicio inicuo, golpes, azotes, la corona de espinas... hasta la
crucifixión".
"Cristo nunca prometió honores y triunfos", recuerda el obispo de
Roma. "Siempre advirtió a sus amigos... que la victoria final pasaría a
través de la pasión y de la cruz". "Lo mismo vale para
nosotros", advierte Francisco: "Para seguir fielmente a Jesús,
pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar
nuestra cruz con paciencia".
"Jesús no nos pide que lo contemplemos sólo en
los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la
red", continúa. Cristo está más bien por encontrarse en los hermanos y hermanas
que sufren en el mundo: esclavos, víctimas de dramas familiares, enfermos.
"Hombres y mujeres engañados", evoca el Papa, "pisoteados en su
dignidad, descartados...". "Jesús está en ellos, en cada uno de
ellos", afirma -las víctimas de guerra, terrorismo y el tráfico de armas,
"y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide que se le mire, que
se le reconozca, que se le ame".
"No tenemos otro Señor fuera de Él", concluye Francisco.
"Jesús, humilde Rey de justicia, de misericordia y de paz.
Texto completo de la homilía del Papa Francisco
Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y
amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en
Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se
proclama solemnemente el relato del Evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro
corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que
Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos
y lloró sobre Jerusalén.
Desde hace 32 años la dimensión gozosa de este domingo
se ha enriquecido con la fiesta de los jóvenes: La Jornada Mundial de la
Juventud, que este año se celebra en ámbito diocesano, pero que en esta plaza
vivirá dentro de poco un momento intenso, de horizontes abiertos, cuando los
jóvenes de Cracovia entreguen la Cruz a los jóvenes de Panamá.
El Evangelio que se ha proclamado antes de la
procesión (cf. Mt 21,1-11) describe a Jesús bajando del monte de los Olivos
montado en una borrica, que nadie había montado nunca; se hace hincapié en el
entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con aclamaciones
festivas; y podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la
ciudad se dejaron contagiar de este ambiente, uniéndose al cortejo con sus
gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible
querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: «Os digo que,
si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Pero este Jesús, que justamente según las Escrituras
entra de esa manera en la Ciudad Santa, no es un iluso que siembra falsas
ilusiones, un profeta «new age», un vendedor de humo, todo lo contrario: es un
Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y
del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano.
Así, al mismo tiempo que también nosotros festejamos a
nuestro Rey, pensamos en el sufrimiento que Él tendrá que sufrir en esta
Semana. Pensamos en las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones,
el abandono, el juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de espinas...
y en definitiva al vía crucis, hasta la crucifixión.
Él lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno
quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga»
(Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy
claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria
final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para
nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de
palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no
rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a Él, aceptémosla y
llevémosla día a día.
Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo
que le espera el «crucifige», no nos pide que lo contemplemos sólo en los
cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la red.
No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy
sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas
familiares, por las enfermedades... Sufren a causa de la guerra y el
terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas.
Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados.... Jesús
está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz
rota pide que se le mire, que se le reconozca, que se le ame.
No es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén
en medio de un ondear de ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue
clavado en la cruz y murió entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera
de Él: Jesús, humilde Rey de justicia, de misericordia y de paz.
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