"Ventana abierta"
Catequesis
del Papa Francisco sobre el Padre Nuestro
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco pronuncia su
catequesis.
Foto: Daniel Ibañez / ACI Prensa
En la catequesis de la Audiencia General
celebrada este miércoles 14 de marzo en la Plaza de San Pedro en el Vaticano,
el Papa Francisco reflexionó sobre el Padre Nuestro.
En su enseñanza, el Santo Padre explicó que
esta oración no es una de tantas oraciones cristianas, sino que es la oración
del Hijo de Dios.
“Entregado a nosotros en el día de nuestro
Bautismo, el Padre Nuestro hace resonar en nosotros los mismos sentimientos que
pertenecieron a Jesucristo”, subrayó.
A continuación, la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos la catequesis sobre la santa misa.
En la Última Cena, después de que Jesús tomó el pan y el cáliz de vino, y dio
gracias a Dios, sabemos que "partió el pan". A esta acción
corresponde, en la Liturgia eucarística de la misa, la fracción del Pan,
precedida por la oración que el Señor nos ha enseñado, o sea, el “Padre
nuestro”.
Y así comienzan los ritos de Comunión,
prolongando la alabanza y la súplica de la Plegaria Eucarística con el rezo
comunitario del "Padre Nuestro". Esta no es una de las tantas
oraciones cristianas, sino que es la oración de los hijos de Dios:
es la gran oración que nos ha enseñado Jesús. De hecho, dado el día de nuestro
bautismo, el "Padre Nuestro" hace que resuenen en nosotros los mismos
sentimientos que hubo en Cristo Jesús.
Cuando rezamos el
“Padre nuestro” rezamos como rezaba Jesús. Es la oración que hacía Jesús y nos
la enseñó a nosotros; cuando los discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a
rezar como rezas tú”. Y Jesús rezaba así. Es muy bello rezar como Jesús. Formados
en su divina enseñanza, nos atrevemos a recurrir a Dios llamándolo
"Padre", porque hemos renacido como hijos suyos a través del agua y
del Espíritu Santo (véase Ef. 1: 5). Nadie, en verdad, podría llamarlo
familiarmente "Abbá" –Padre- sin haber sido generado
por Dios, sin la inspiración del Espíritu, como enseña San Pablo (ver Rom
8:15).
Tenemos que pensar: ninguno puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del
Espíritu. ¡Cuántas veces hay gente que dice “Padre nuestro”, pero no sabe lo
que dice! Porque sí, es el Padre, pero ¿tu sientes que cuándo dices “Padre”, Él
es el Padre, tu Padre, el Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú
tienes una relación con este Padre? Cuando rezamos el “Padre nuestro” nos
unimos con el Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esta unión,
este sentimiento de ser hijos de Dios.
¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la
Comunión sacramental con él? El "Padre Nuestro" se reza, además
de en la misa, por la mañana y por la noche en laudes y vísperas; de esta
manera, la actitud filial hacia Dios y de fraternidad con el prójimo
contribuyen a dar una forma cristiana a nuestros días.
En la Oración del Señor - en el “Padre nuestro”- pedimos "el
pan de cada día", en el que vemos una referencia específica al Pan
eucarístico, que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Imploramos también
"el perdón de nuestras ofensas", y para que seamos dignos de recibir
el perdón nos comprometemos a perdonar a quienes nos han ofendido.
Y esto no es fácil. Perdonar a las personas que nos han ofendido no es
fácil; es una gracia que debemos pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me
has perdonado”.
Es una gracia, Con nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una gracia del
Espíritu Santo. Por lo tanto, mientras abre nuestros corazones a Dios, el
"Padre Nuestro" también nos dispone al amor fraterno.
Finalmente, pedimos nuevamente a Dios que nos "libre del mal"
que nos separa de él y nos divide de nuestros hermanos. Entendemos bien que
estas son peticiones muy adecuadas para prepararnos para la Sagrada Comunión
(ver Instrucción General del Misal Romano, 81).
De hecho, lo que pedimos en el "Padre Nuestro" se prolonga con
la oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: "Líbranos,
Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días".
Y después recibe una especie de sello en el rito de la paz: En primer
lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27) - tan diferente
de la paz del mundo – haga que la Iglesia crezca en la unidad y la paz según su
voluntad; luego, con el gesto concreto intercambiado entre nosotros, expresamos
"la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión
sacramental." (IGMR, 82).
En el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad
antes de la comunión, se ordena a la comunión eucarística. De acuerdo con la
advertencia de San Pablo, no se puede compartir el mismo pan que nos hace un
solo cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1
Cor 10,16-17; 11,29).
La paz de Cristo no
puede echar raíces en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de
recomponerla después de haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la
gracia de perdonar a los que nos han ofendido.
El gesto de la paz es seguido por la fracción del Pan, que desde
los tiempos apostólicos dio su nombre a toda la celebración de la Eucaristía
(cf. IGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Hecho por Jesús durante
la Última Cena, partir el pan es el gesto revelador que hizo que los discípulos
lo reconocieran después de su resurrección.
Recordemos a los discípulos de Emaús, quienes, hablando del encuentro con
el Resucitado, relatan "cómo lo reconocieron al partir el pan" (cf.
Lc 24,30-31,35).
La fracción del Pan eucarístico va acompañada de la invocación del
"Cordero de Dios", figura con la que Juan Bautista indicó en Jesús
"al que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). La imagen bíblica del
cordero habla de redención (véase Ex 12: 1-14, Is 53: 7, 1 Pt. 1:19, Ap 7:14).
En el pan eucarístico, partido por la vida del mundo, la asamblea orante
reconoce al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo Redentor, y le ruega:
"Ten piedad de nosotros ... danos la paz".
"Ten piedad de nosotros", "danos la paz" son
invocaciones que, desde la oración del "Padre Nuestro" a la fracción
del pan, nos ayudan a prepararnos para participar en el banquete
eucarístico, fuente de comunión con Dios y con los hermanos.
No olvidemos la gran oración: la que nos ha enseñado Jesús y que es la
oración con que Él rezaba al Padre. Y esta oración nos prepara a la Comunión.
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