El mismo Jesús, tuvo serios enfrentamientos con los “leguleyos” de su tiempo que le provocaron situaciones difíciles y hasta la causa de su muerte en cruz. Pero, este Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de Dios para nosotros como nos recuerda San Pablo: “la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (1Cor 1,22-25).
De aquí que nos sorprenda Jesús continuamente porque no le conocíamos en este tipo de acciones violentas que nos narra el evangelio de hoy: “hizo un azote de cordeles y los echó a todos del templo con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas y volcó las mesas de los cambistas” (Jn 2,13-25); pero sí lo habíamos escuchado enfadado, pronunciando palabras duras, exigiendo, denunciando, llamando la atención, etc. Y, quizás, todo esto nos cuestione al ponernos en crisis la imagen “dulzona” de Jesús que, en muchas ocasiones, damos o se ha dado.
Pero, es que yo creo que no podía ser de otra manera, porque cuando se trastoca lo más sagrado para Dios, que es la dignidad y la felicidad del ser humano, entonces no caben otro tipo de actuaciones sino que, más bien, procede el sentirse enfadado –“el celo por tu casa me consumirá (Jn 2,17;Sal 69,10), porque aquello que se ama y nos interesa profundamente produce en nosotros tal pasión por respetarlo y cuidarlo, que si alguien o algo no lo respeta, nos produce rechazo e indignación. Pues bien, algo de esto le ocurrió a Jesús y no tuvo más remedio que actuar de una manera profética para poner las cosas en su sitio y recordarnos que con “las cosas y el nombre de Dios no se juega” –“no pronunciarás el nombre de Dios en falso” (Éx 20,3-7)-; es decir, con las personas, con la vida, la justicia, la paz, etc. no se puede tener una actitud de negocio ni de cualquier otro tipo. Vale más un hombre y una mujer que cualquier templo del mundo, que cualquier imagen, que cualquier trono, que cualquier paso de semana santa… Esto tiene que ser así porque nos jugamos nuestro ser cristianos, porque toda persona somos templo de Dios y destruirla supone el peor sacrilegio que uno pueda cometer.
No puedo entender el hecho de que ante una ceremonia religiosa o ante las cercanas procesiones de semana santa, se nos llene la boca de elogios y sentimientos, hasta tal punto que si algo ocurre, como, por ejemplo, que llueva, impidiendo su desarrollo normal, nos pongamos a llorar, a maldecir lo ocurrido y, sin embargo, ante el sufrimiento diario de miles de hambrientos, sin hogar, excluidos, refugiados, torturados, marginados por la droga, el sida, la prostitución, etc. sólo nos quede el hecho de decir que no se puede hacer nada y que es algo inevitable que no compete a nosotros ni está a nuestro alcance solucionarlo, sino que es cosa de los que tienen poder de decisión.
“Culto a Dios sin defensa de la dignidad humana, no es culto a Dios, sino convertir la casa de Dios en mercado” (leer el Profeta Isaías en su capítulo 58). Aquí tenemos el mensaje que se nos ofrece a reflexión y vivencia en esta cuaresma que se nos invita a que crezca el amor para que se enfríe la maldad en la mayoría (retocando Mt 24,12 y al Papa Francisco. Perdón por la osadía).
PREGUNTAS:
1. ¿Por qué se apasiona Jesús? ¿Por qué me apasiono yo? ¿A qué me comprometen estas opciones?
2. ¿Es Jesús y su mensaje el centro de nuestro culto? ¿Qué hemos de purificar en nuestras celebraciones?
3. ¿Qué hemos de cambiar para que nuestras parroquias, comunidades,… sean coherentes y vivas?
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