Miércoles Santo
«Nosotros no podemos matar a nadie».
(Jn 18,31)
“Nosotros no podemos matar a nadie», pero sí exigimos que otros te maten por nosotros. Nosotros no que¬remos ensuciarnos con tu sangre, pero exigimos que otros se ensucien y manchen.
Es nuestra disculpa de siempre.
Salvar nuestra inocencia, aunque sea ensuciando la vida de los demás.
Y sin embargo, exigieron tu condena.
¡Cuántas contradicciones del corazón humano en tu sentencia, Señor!
¡Cuánta hipocresía rodeó tu condena!
Y eso debió dolerte tanto como la sentencia misma.
Tus últimas horas tuviste que moverte en medio de la mentira, el engaño, la traición y la falsedad.
Tú que eras la verdad, viviste los últimos momentos de tu vida en medio de la mentira.
Tú aceptas nuestras equivocaciones, pero no puedes con nuestras mentiras.
Tú puedes con nuestros pecados, pero no aguantas nuestras falsedades.
Porque al débil, lo puedes levantar con tu fortaleza.
Al que se equivoca, lo iluminas con tu verdad.
Y al que peca, lo sanas y curas con tu gracia.
Pero ¿qué puedes hacer con el mentiroso y el falso de corazón?
No nos atrevemos a hacer las cosas, pero hacemos que otros las hagan.
No mentimos, pero hacemos que otros mientan.
No engañamos, pero hacemos que otros engañen.
Tal vez no nos atrevemos a pecar, pero ¿no seremos culpables de los pecados de los demás?
- Necesito hacer un viaje al fondo de mi corazón.
Debo descubrir sus mentiras, sus falsedades, sus engaños.
- Antes de escandalizarme de la mentira y engaño de los otros, mejor hago una limpieza en el mío. Porque sólo la verdad me hará libre.
- Cierto, yo no puedo matar a nadie.
Sólo Dios es el dueño de la vida y de las vidas.
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