Informe Especial: Asunción de la Virgen María
Es sabido que la muerte no es condición esencial para la Asunción. Y es sabido, también, que el Dogma de la Asunción no dejó definido si murió realmente la Santísima Virgen.
Los recibió con calma, con serenidad, aún más, con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible la muerte para aquéllos que en la vida han cumplido la Voluntad de Dios.
“Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo Divino, para compartir con El la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como San Pablo -y más que él- el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre”. (JP II, 25-junio-97)
“El amor profano es quejumbroso y está diciendo siempre: languidezco y muero de amor. Pero no es sobre este fundamento en el que me baso para haceros ver que el amor puede dar la muerte. Quiero establecer esta verdad sobre una propiedad del Amor Divino. Digo, pues, que el Amor Divino, trae consigo un despojamiento y una soledad inmensa, que la naturaleza no es capaz de sobrellevar; una tal destrucción del hombre entero y un aniquilamiento tan profundo en nosotros mismos, que todos los sentidos son suspendidos. Porque es necesario desnudarse de todo para ir a Dios, y que no haya nada que nos retenga. Y la raíz profunda de tal separación es esos tremendos celos de Dios, que quiere estar solo en un alma, y no puede sufrir a nadie más que a Sí mismo, en un corazón que quiere amor. (Amarás a Dios sobre todas las cosas. Si alguno ama a su padre o a su madre o a sus hermanos más que a Mí, no es digno de Mí).”
Os he dicho antes, cristianos, que su muerte fue milagrosa, pero me veo obligado a cambiar de opinión: su muerte no fue el milagro, el milagro estuvo en la suspensión de esa muerte, en que pudiera vivir separada de su Bien Amado. Vivía, sin embargo, porque esa era la determinación de Dios, para que fuese conforme con Jesucristo su Hijo crucificado por el martirio insoportable de una larga vida, tan penosa para Ella, como necesaria para la Iglesia. Pero como el Divino Amor reinaba en su corazón sin ningún obstáculo, iba de día en día aumentándose sin cesar por el ejercicio, creciendo y desarrollándose por sí mismo, de modo que al fin llegó a tal perfección, que la tierra ya no era capaz de contenerla. Así, no fue otra causa de la muerte de María que la vivacidad de su amor”.
¿Dónde murió la Virgen, existe un Sepulcro?
te en o cerca de Jerusalén, puede haber residido durante un tiempo en las cercanías de Efeso, y ello puede haber originado la tradición de su muerte y enterramiento en Efeso.
« Su casa estaba situada a tres leguas y media de ahí, en la montaña que se veía a la izquierda viniendo de Jerusalén, y que descendía en pendiente suave hacia la ciudad. Cuando se viene del Sur, Efeso parece reunida al pié de la montaña; pero a medida que se avanza, se la ve desplegarse todo alrededor. En medio se ven hileras de arboles magníficos, después estrechos senderos conducen sobre la montaña, cubierta de un verdor agreste. La cumbre presenta una planicie ondulada y fértil de un media legua de contorno: es ahí donde se estableció la Santa Virgen (…)
¿Dónde y cómo fue la Asunción de la Virgen María?
Como por Tradición Apostólica sabemos que la Asunción tuvo lugar en el sepulcro de María, podemos concluir que la Asunción tuvo lugar en el mismo sitio donde Jesús fue apresado antes de su Pasión y Muerte; es decir, en el Huerto de Getsemaní, donde oró así al Padre la noche antes de morir: “Padre, si es posible que pase de Mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”
Por cierto Royo Marín contradice una diferenciación que se ha hecho con frecuencia entre la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y la Asunción de su Madre al Cielo, como si la Ascensión fue hecha por el Señor por su propio poder y la Asunción de María requiriera de la ayuda de los Angeles, para Ella poder ascender.
“En virtud de esta maravillosa cualidad, los cuerpos de los bienaventurados podrán trasladarse, cuando quieran, a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo … pero será tan vertiginoso que será del todo imperceptible”.
La Asunción de María en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia
Sabemos, por supuesto, que la Asunción de la Santísima Virgen no aparece relatada, ni mencionada en la Sagrada Escritura.
“Llena de gracia” (Lc. 1, 26-29) : Dios le había concedido todas las gracias, no sólo la gracia santificante, sino todas las gracias de que era capaz una criatura predestinada para ser Madre de Dios. Gracia muy grande es el de haber sido preservada del pecado original, pero también gracia el pasar por la muerte, no como castigo del pecado que no tuvo, sino por lo ya expuesto en capítulos anteriores y, como hemos dicho también, sin sufrir la corrupción del sepulcro. Si María no hubiera tenido esta gracia, no podría haber sido llamada llena (plena) de gracia. Esta deducción queda además confirmada por Santa Isabel, quien “llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita entre todas las mujeres” (Lc. 1, 41-42).
Además, Cristo vino para “aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo” (Hb. 2, 14). “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado” (1 Cor. 15, 55)
“No permitirás a tu siervo conocer la corrupción” (Salmo 15). San Pablo relaciona esta incorrupción con la carne de Cristo. Y San Agustín nos dice que la carne de Cristo es la misma que la de María. Implícitamente, entonces, la carne de María, que es la misma que la del Salvador, no experimentó la corrupción.
Documentos Históricos sobre la Asunción
Presentamos dos documentos históricos reseñados por el Padre Cardoso en su publicación “La Asunción de María Santísima”.
“Debes saber, ¡oh noble Tito!, según tus sentimientos fraternales, que al tiempo en que María debía pasar de este mundo al otro, es a saber a la Jerusalén Celestial, para no volver jamás, conforme a los deseos y vivas aspiraciones del hombre interior, y entrar en las tiendas de la Jerusalén superior, entonces, según el aviso recibido de las alturas de la gran luz, en conformidad con la santa voluntad del orden divino, las turbas de los santos Apóstoles se juntaron en un abrir y cerrar de ojos, de todos los puntos en que tenían la misión de predicar el Evangelio. Súbitamente se encontraron reunidos alrededor del cuerpo todo glorioso y virginal. Allí figuraron como doce rayos luminosos del Colegio Apostólico. Y mientras los fieles permanecían alrededor, Ella se despidió de todos, la augusta (Virgen) que, arrastrada por el ardor de sus deseos, elevó a la vez que sus plegarias, sus manos todas santas y puras hacia Dios, dirigiendo sus miradas, acompañadas de vehementes suspiros y aspiraciones a la luz, hacia Aquél que nació de su seno, Nuestro Señor, su Hijo. Ella entregó su alma toda santa, semejante a las esencias de buen olor y la encomendó en las manos del Señor. Así es como, adornada de gracias, fue elevada a la región de los Angeles, y enviada a la vida inmutable del mundo sobrenatural.
“Ahí tenéis con qué palabras nos habla este glorioso sepulcro. Que tales cosas hayan sucedido así, lo sabemos por la “Historia Eutiquiana”, que en su Libro II, capítulo 40, escribe:
(Liturgia de las Horas).
Fuente: Bienaventurada.com
Asunción de la Santísima Virgen María, Universal ( 15 de agosto)
Dormición y Asunción de la Madre de Dios, Universal
La fiesta cierra simbólicamente el ciclo anual de las fiestas. Por eso la Dormición es el “último de los misterios” y con frecuencia se encuentra entre los ciclos iconográficos del templo como un icono grande que resume la esperanza de los cristianos.
A su alrededor, un mundo de personajes: ángeles que llevan luces e incienso, los apóstoles reunidos junto al féretro, con la mirada dirigida hacia la Virgen, con una expresión velada de melancolía y de esperanza. Ya al lado de los ángeles y de los apóstoles, una representación de padres y obispos de la Iglesia oriental.
Se ve a María llevada por los ángeles en volandas. El vestido de la Virgen es blanco, como aparece también en algunos iconos el vestido de Jesús. con esta escena se traza un paralelismo entre la Ascensión y la Asunción, entre la gloria del Hijo y la Gloria de la Madre, designados a veces con el mismo nombre griego “analepsis”.
El primer ejemplo que tenemos es del siglo IV y forma parte de la decoración de un sarcófago paleocristiano, en la iglesia de Santa Engracia, de Zaragoza, donde la mano de Dios desciende desde lo alto para hacer subir a María, que está rodeada de los discípulos.
Transitus Mariae
(Tránsito de la Bienaventurada Virgen María)
CAPITULO I – MOTIVO Y ORIGEN DE ESTE LIBRO
CAPITULO II – VIAJE DE MARÍA A BETHLEHEM
Te suplicamos que no vuelvas aquí, para que la sospecha no caiga sobre otros y cese el mal.
CAPITULO III – MILAGROS QUE PRECEDIERON AL TRÁNSITO DE LA VIRGEN MARÍA
1. Y el viernes la Virgen María se sintió enferma. y tomando el incienso y el incensario, oró y dijo: ¡Oh Jesucristo, mi Dios y Señor eterno! Tú, que estás en los cielos, y que has hecho a tu servidora digna de que tomases de ella la carne humana, para estar en este mundo, por un efecto de tu voluntad, a fin de que los ojos pudiesen verte, y las inteligencias comprenderte, y para que los hombres creyesen que tu divinidad había descendido a la carne y fuesen limpios de sus pecados, escucha los ruegos de tu madre y envíame a Juan, el menor, tu bien amado, que anuncia tus preceptos al mundo.
CAPITULO IV
– DISCUSIÓN ENTRE LOS PARTIDARIOS Y LOS ADVERSARIOS DEL CRISTO
CAPITULO V
– MUERTE DE LA VIRGEN MARÍA
de alabanzas.
CAPITULO VI
– ENTRADA DE MARÍA EN EL PARAÍSO
CAPITULO VII
– MARÍA RUEGA AL CRISTO POR LOS PECADORES
y, aunque indigno, el mío.
Proclamación del Dogma de la Asunción de María por Pío XII ( 1 de noviembre)
Después de dirigir, con frecuencia, nuestros ruegos, invocando la luz del Espíritu de Verdad por la gloria de Dios que ha derramado sobre la Virgen María la generosidad de una benevolencia particular, para honra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y Vencedor del pecado y de la muerte para mayor gloria de su augusta Madre y la alegría y el júbilo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, los bienaventurados apóstoles Pedro y Paulo y por nuestra autoridad afirmamos, declaramos y definimos como un dogma divinamente revelado que:
“la Inmaculada Madre de Dios, María siempre virgen, terminada su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste.” Por lo que si alguien, lo cual a Dios no le agradaría, pusiera voluntariamente en duda lo que ha sido definido por nosotros, que sepa que ha abandonado totalmente la fe divina y católica»…
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Justo después de esas palabras del Papa proclamando el Dogma, un rayo de sol bañó la Basílica de San Pedro.
La solemne definición del dogma de la asunción de María, proclamada en 1950 por Pío XII con la constitución apostólica Munificentissimus Deus (MD) no fue un acto improvisado o arbitrario del magisterio pontificio extraordinario.
Además de concluir un intenso período de estudios históricos y teológicos, llevados a cabo críticamente y que florecieron en la iglesia católica entre 1940 y 1950, coronaba y proclamaba una fe profesada desde hacía tiempo y un¡versalmente en la iglesia por todo el pueblo de Dios. He aquí, en unas breves líneas sintéticas, las principales etapas históricas de este caminar.
LOS ORIGENES
Como falta un testimonio explícito y directo de la Escritura sobre la asunción de María a los cielos y no hay tampoco en la tradición de los tres primeros siglos ningún tipo de referencia al destino final de la Virgen, ni se había precisado aún una doctrina escatológica segura.
Las primeras indicaciones -que han de considerarse como simples huellas- se recogen entre finales del S. IV y finales del S. V: desde la idea de san Efrén, según el cual el cuerpo virginal de María no sufrió la corrupción después de la muerte, hasta la afirmación de Timoteo de Jerusalén de que la Virgen seguiría siendo inmortal, ya que Cristo la habría trasladado a los lugares de su ascensión (PG 86,245c); desde la afirmación de san Epifanio de que el final terreno de María estuvo “lleno de prodigios” y de que casi ciertamente María posee ya con su carne el reino de los cielos (PG 41,777b), hasta la convicción expresada por el opúsculo siriaco Obsequia B. Virginis de que el alma de María, inmediatamente después de su muerte, se habría reunido de nuevo a su cuerpo.
A finales del S. V es cuando los críticos sitúan igualmente los relatos /apócrifos más antiguos sobre el Tránsito de María, que subrayando la idea de una muerte singular de la madre del Señor, representa el elemento primordial a partir del cual se desarrollará sucesivamente la reflexión en torno a la asunción.
EN EL SIGLO VI
Este siglo tiene una especial importancia para el desarrollo histórico en oriente de la creencia en la asunción. Efectivamente, en oriente comienza a difundirse la celebración litúrgica del Tránsito o Dormición de María, fijada el día 15 de agosto por decreto particular del emperador Mauricio (PG 147,292).
En la iglesia copta se celebraba la fiesta de la muerte y, sucesivamente, la de la resurrección de María, más exactamente en las fechas del 6 de enero y del 9 de agosto; esta costumbre se ha conservado hasta nuestros días. Igualmente la iglesia abisinia, estrechamente relacionada con la copta, celebra estos dos momentos del destino final de la Virgen.
También la iglesia armenia celebra la gloriosa resurrección de María, sin conmemorar su resurrección, dado que admite la traslación del cuerpo incorrupto a un lugar desconocido.
Hay que reconocer que este desarrollo de la fiesta litúrgica del Tránsito o Dormición, en oriente, representa una clave de bóveda y un punto histórico fundamental para el posterior ahondamiento de la reflexión teológica y de la fe del pueblo en la asunción de María.
DEL SIGLO VII AL X
En este período, en la iglesia greco-bizantina, son numerosos los testimonios de los padres, doctores y teólogos que afirman la asunción corporal de María después de su muerte y resurrección; baste recordar aquí a san Modesto de Jerusalén (+ 634), a san Germán de Constantinopla (+ 733), a san Andrés de Creta (+ 740), a san Juan Damasceno (+ 749), a san Cosme el Melode (+ 743), a san Teodoro Estudita (+ 826), a Jorge de Nicomedia (+ 880).
Pero su testimonio no quiere decir universalidad de parecer entre los teólogos bizantinos de este largo período. En efecto, para otros teólogos es muy grande la incertidumbre sobre la realización corpórea de la Virgen y sobre su destino final.
En la iglesia latina la situación es idéntica. Junto a los autores que afirman la asunción corporal hay un calificado testimonio de otros que profesan que no se sabe cuál fue el destino final de María; véanse, p. ej., san Isidoro de Sevilla (+ 636), s. Beda el venerable (+ 735). Más aún, también en el S. VIII, en Asturias, se pensaba que María había muerto como todos los seres humanos y que, como los demás, aguarda la resurrección y la glorificación final.
No obstante, en Roma, ya desde el S. VII con el papa Sergio I, se celebraba la fiesta de la Dormición junto con la de la Natividad, Purificación y Anunciación.
Desde Roma pasó el siglo siguiente a Francia y a Inglaterra, llevando ya el título de Assumptio S. Mariae (v. Sacramentario enviado por el papa Adriano 1 al emperador Carlomagno).
El nuevo título que se le dio a la fiesta planteó espontáneamente el problema de la resurrección inmediata del cuerpo de María. Se determinan por tanto, en estos siglos, dos claras posiciones doctrinales: la que, no pudiendo contar con ningún testimonio escriturístico ni patrístico, admitía solamente como piadosa sentencia la doctrina de la asunción del cuerpo de la Virgen, aun aceptando como cierta la preservación de su cuerpo de la corrupción, y la que, elaborando un profundo tratado teológico sobre la glorificación anticipada incluso corporal de la madre de Dios, la sostenía como cierta.
Es significativa en este sentido la obra del Pseudo-Agustín Liber de Assumptione Mariae Virginis (PL 40,1141-1148), que combate con decisión el agnosticismo de algunos de sus contemporáneos.
DEL SIGLO X A NUESTROS DÍAS
En la iglesia bizantina, tanto griega como rusa, se determina durante estos últimos siglos una profunda convicción sobre la glorificación corporal de la Virgen después de la muerte, ampliamente difundida entre el clero, los teólogos y en la fe popular.
Convicción que encuentra su solemne expresión en la liturgia del mes de agosto, que, en virtud de un decreto del emperador Andrónico 11 (1282-1328), quedó consagrado al misterio de la asunción, fiesta mayor entre las dedicadas a María; en la iconografía, en la reflexión teológica y en la piedad popular.
Todavía hoy la iglesia bizantina, aunque no acepta la definición solemne proclamada por Pío XII, considera con una unanimidad moral cada vez más acentuada la asunción corporal de María como una piadosa y antigua creencia.
En la iglesia latina la influencia de la obra del Pseudo-Agustín que hemos citado fue decisiva en los cinco primeros siglos de este período y, por haber sido doctrina suya la asunción corporal de María, fue compartida y profundizada por los grandes doctores escolásticos (Alberto Magno, Tomás, Buenaventura, etc.), determinando un movimiento teológico y popular cada vez más difuso en favor de la asunción.
En el S. XVI muchos protestantes, incluyendo a Lutero, por sus obvios motivos metodológicos, volvieron a negar esta piadosa creencia de la iglesia católica; pero encontraron en los apologetas católicos una pronta reacción que hizo convertirse esta piadosa creencia casi en una doctrina cierta, tanto entre los teólogos como entre el pueblo.
En el S. XVIII encontramos la primera petición a la Santa Sede para la definición de la asunción como dogma de fe. La presentó el siervo de Dios p. Cesáreo Shguanin (1692-1769), teólogo de los Siervos de María.
A esta petición siguieron otras muchas, procedentes de las diversas partes del mundo católico y con diversa autoridad moral y doctrinal. Bastará recordar aquí la del cardenal Sterckx y la de mons. Sánchez en 1849 a Pío IX, y la de la reina Isabel II de España al mismo pontífice en 1863.
Centenares de otras peticiones, presentadas hasta 1941, llegaron a los diversos pontífices que se fueron sucediendo en la cátedra de Pedro, hasta Pío XII.
Los padres jesuitas Hentrich y -De Moos recogieron y publicaron en 1942, en dos volúmenes, todas las peticiones que se conservaban en el archivo secreto del Santo Oficio, con el título Petitiones de Assumptione corporea B. M. Virginis in coelum definienda ad S.Sedem delatae.
El consenso del mundo católico era moralmente unánime, aun cuando alguna voz aislada discutiera no tanto el hecho de la asunción como su definibilidad en cuanto verdad revelada por Dios. Estas dudas se debían a varios orígenes.
Algunas se derivaban de la ausencia de testimonios bíblicos sobre la asunción de María; otras, de la deficiente distinción crítica entre el aspecto dogmático del problema y el histórico o racional; otras, finalmente, de la falta de una visión de conjunto de los diversos argumentos aducidos en favor de la definibilidad de la asunción: argumentos que, insuficientes cuando se les toma en particular, podían ser reconocidos como válidos si se tomaban en bloque.
Es sabido que Pío XII, después de las innumerables peticiones, el 1 de mayo de 1946 envió a todo el episcopado católico la encíclica Deiparae Virginis, en la que preguntaba a los obispos si la asunción de María podía ser definida y si deseaban juntamente con sus fieles esta definición. La inmensa mayoría de los obispos respondió afirmativamente a ambas preguntas, y Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, procedió a la solemne definición dogmática con su constitución apostólica MD.
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El Dogma de la Asuncion en Munificentissimus Deus y Lumen Gentium
Dogma y Teología de la Asunción en la Munificentissimus Deus.
Este documento extraordinario del magisterio de Pío XII, emanado el 1 de noviembre de 1950 como coronación y consagración es el camino secular de fe de toda la iglesia sobre el destino final de María…
Contiene no solamente una precisa y solemne definición de fe, sino también una afortunada síntesis crítica de toda la reflexión teológica que se había desarrollado a lo largo de los siglos y que habían transmitido la tradición patrística y doctoral, la liturgia y el sentimiento común de todos los fieles.
Por lo que se refiere al dogma, las palabras que introducen la definición propia y verdadera de la asunción expresan una formulación solemne que podemos considerar clásica del magisterio moderno: “Pronuntiamus, declaramos ac definimus divinitus revelatum dogma esse… Immaculatam Deiparam semper Virginem Mariam, expleto terrestris vitae cursu, fuisse corpore et anima ad coelestem gloriam assumptam”.
Pero la falta de pasajes explícitos de la Escritura y de los padres sobre la asunción de María había hecho surgir dudas legítimas a algunos teólogos sobre su definibilidad como verdad revelada por Dios. Dificultad felizmente superada, ya que el documento define la asunción como divinamente revelada basándose, más que en textos concretos y específicos bíblicos o patrísticos, litúrgicos o iconográficos, en el conjunto de las diversas indicaciones contenidas en la tradición y, no por último, en la de la fe universal de los fieles, que, tomadas en bloque, atestiguan una segura revelación del Espíritu Santo.
El texto propio y verdadero de la definición declara que María, madre de Dios, inmaculada y siempre virgen, al terminar el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Por tanto, el sujeto de la asunción no es tanto el cuerpo o el alma, sino la persona de María en toda su integridad y entendida como madre de Dios, inmaculada y siempre virgen: verdades éstas ya adquiridas por la fe de la iglesia.
En la fórmula de la definición, como por lo demás en toda la doctrina de la constitución apostólica, no se habla ni de muerte ni de resurrección, ni de inmortalidad de la virgen, en su asunción a la gloria. El documento quiso expresamente evitar dirimir la cuestión de si María murió o no, que a partir de la definición de la inmaculada concepción dividía a los teólogos católicos en dos opiniones claramente opuestas.
Dejando esta cuestión para ser ulteriormente estudiada en investigaciones histórico-teológicas y no considerándola esencial para la verdad de la fe, se limitó a afirmar solamente el hecho de la asunción, sin indicar el modo con que concluyó la vida terrena de María.
Además, la fórmula de la definición califica a María como madre de Dios, inmaculada y siempre virgen, misión y privilegios ya adquiridos por la fe de la iglesia, evitando recoger el título de “generosa socia divini Redemptoris” que se utiliza, sin embargo, en la exposición teológica del documento (AAS 42 [1950] 768-769).
Este hecho se debe ciertamente al criterio de que la asociación de María a la obra redentora de Cristo no había alcanzado todavía la solemnidad de la fe universal, sino que pertenecía a adquisiciones moralmente ciertas en el nivel teológico.
Una última indicación que hemos de hacer sobre la fórmula dogmática es que en ella no se encuentra el término privilegio, mientras que sí se encuentra, acompañado del adjetivo singular, en la definición de la inmaculada concepción de Pío XII (DS 2803). Sin embargo, aunque no esté presente en la fórmula, se enuncia explícitamente poco antes como “insigne privilegio” (AAS 42, l.c.) y en otro lugar se habla de la asunción “como suprema corona de sus privilegios” (ib), lo cual sirve para indicar que en el pensamiento de Pío XII la asunción es un propio y auténtico privilegio mariano.
Por lo que se refiere al aspecto teológico, el documento se presenta como una síntesis admirable de método crítico y de profundización doctrinal. En efecto, aunque apela implícitamente a la Escritura y recoge testimonios seculares de la tradición patrística tardía, doctoral, litúrgica e iconográfica sobre la asunción de María, no apoya la evidencia de la revelación de esta verdad en ningún texto específico de esas fuentes, sino en su valor en cuanto globalmente consideradas y, más aún, en el testimonio de fe común y universal de los fieles como expresión probatoria de la revelación divina.
Bajo el aspecto doctrinal, los fundamentos teológicos del misterio de la asunción de María, indicados aquí por la tradición patrística y por la reflexión contemporánea, son valorados y escogidos con preocupación crítica y propuestos de nuevo en todo su valor.
El principio fundamental está constituido por aquel único e idéntico decreto de predestinación en el que, desde la eternidad, María está unida misteriosamente, por su misión y sus privilegios, a Jesucristo en su misión de salvador y redentor, en su gloria, en su victoria sobre el pecado y en su muerte.
Su misión de madre de Dios y de aliada generosa del divino Redentor, sus privilegios de inmaculada concepción y de virginidad perpetua, entendidos en su globalidad como principios de unión con Cristo, hacen que María, como coronamiento de todos sus privilegios, no solamente se viera inmune de la corrupción del sepulcro, sino que alcanzase la victoria plena sobre la muerte, es decir, fuera elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo y resplandeciese allí como reina a la diestra de su Hijo, rey inmortal de los siglos (ib).
En su exposición teológica, por consiguiente, el documento no basa la raíz de la asunción solamente en su maternidad divina, en su concepción inmaculada o en su virginidad perpetua, sino en toda su vida y en toda su misión al lado de Cristo.
Sin embargo, la exposición doctrinal de la MD da la impresión de que la asunción es un privilegio consiguiente y obtenido de reflejo, dado que no se subraya el camino responsable y comprometido de la Virgen, que, aliada de Cristo redentor, cooperó también con él por la propia realización escatológica.
Todavía falta por subrayar la doble dimensión teológica en la que la constitución de Pío XII considera el privilegio de la asunción de María: la personal, es decir, en relación con su persona, y la cristológica, por la relación que guarda con Cristo redentor y glorioso.
Bajo el aspecto personal, la asunción representa para María la coronación de toda su misión y de sus privilegios y la exalta por encima de todos los seres creados. Bajo el aspecto cristológico, este privilegio se deriva de aquella unión tan estrecha que liga, por un eterno decreto de predestinación, la vida, misión y privilegios de María a Cristo y a su obra, gloria, realeza.
En este documento falta, podemos decir, la dimensión eclesiológica de la asunción, aunque aparezcan algunas alusiones a la misma; p. ej., se muestra la esperanza de que el misterio de la asunción mueva a los cristianos al deseo de participar en la unidad del cuerpo místico de Cristo (ib); se declara que uno de los efectos del dogma sea el de resaltar la meta a la que están destinados nuestro cuerpo y nuestra alma, así como el de hacer más firme y activa la fe en nuestra resurrección (ib, 770). Este límite refleja sin duda la etapa de los estudios mariológicos de entonces.
DESARROLLO TEOLÓGICO DE LA ASUNCIÓN EN LA LUMEN GENTIUM DEL VATICANO II
A diferencia de la MD (Munificentissimus Deus), que trata dogmática y teológicamente de forma exclusiva y ex professo la asunción de María, el c. VIII de la LG (Lumen Gentium) presenta en una admirable síntesis teológica y pastoral todo el misterio de la vida, de la misión, de los privilegios y del culto a María, encuadrándolo todo en el misterio más amplio de la historia de la salvación, o sea, tanto en relación con Cristo, único Salvador, como en relación con la iglesia, sacramento de salvación.La reflexión conciliar sobre el misterio de la asunción está contenida en los nn. 59 y 68 de la LG. En el n. 59, como coronación de la relación entre María y Cristo, el concilio recoge la fórmula de la definición y repropone la doble dimensión, personal y cristológica, que había dado la constitución de Pío XII a la asunción y a la realeza de María.
Pero la asunción no es presentada por el concilio como una coronación pasiva de la misión y de los privilegios marianos, sino como la etapa final de un largo camino, responsable y comprometido, de la maternidad y del servicio de cooperación de María al lado del Salvador.
Con la asunción se concluye escatológicamente aquella unión progresiva de fe, de esperanza, de amor, de servicio doloroso, que se estableció entre la madre y aliada, y el Salvador desde el momento de la anunciación y que se prolongó durante toda su vida en la tierra, y se realiza en toda su plenitud, ontológica y moral, la conformidad gloriosa de María con el Hijo resucitado.
Por tanto, la asunción no es un privilegio pasivo o aislado que se refiera sólo teológicamente a la divina maternidad virginal, como postulado de conveniencia, sino una conclusión existencial de la misión de María, que está llamada en primer lugar a alcanzar la unión y la conformidad en la gloria con el Señor resucitado y glorificado. Con este enriquecimiento doctrinal es como LG 59 vuelve a proponer la dimensión personal y cristológica del misterio de la asunción.
Pero la perspectiva teológica realmente nueva del Vat II es la eclesial. Se nos señala en el n. 68 de la LG, que es la digna conclusión no sólo de todos los números del c. VIII que tratan de María en el misterio de la iglesia, sino también de todo el c. VIII que expone la naturaleza y la finalidad escatológica de la iglesia (nn. 48-50).
He aquí su doctrina: María, glorificada en el cielo en alma y cuerpo, es imagen y comienzo de la iglesia del siglo venidero; como tal, es signo escatológico de segura esperanza y de consuelo para el pueblo de Dios que camina hacia el día del Señor. Los conceptos que allí se expresan son dos, interdependientes e implicados el uno en el otro: María asunta es ya imagen y comienzo de la iglesia escatológica del futuro; como tal, representa para el pueblo de Dios, que camina en la historia hasta el día del Señor, el signo de esperanza cierta y, por tanto, de consolación.
IMAGEN Y COMIENZO
Indicando a María asunta al cielo como gloria e imagen de la futura iglesia escatológica, el concilio quiso afirmar que, incluso durante este caminar histórico de la iglesia, con María ha comenzado ya la futura realidad escatológica de la iglesia. Un comienzo que es ya perfecto, dado que María recoge en sí misma la dignidad de la imagen perfecta de lo que habrá de ser la iglesia de la edad futura.Para comprender este aspecto eclesial de la asunción de María es necesario trazar una rápida síntesis de toda la doctrina conciliar sobre las relaciones entre María y la iglesia. María es el miembro inicial y perfecto de la iglesia histórica. No está fuera o por encima de la iglesia; la iglesia con ella comienza y alcanza ya su perfección.
Toda su misión maternal y su cooperación con Cristo está en función de la iglesia. Igualmente representa su figura y su modelo y, en su realización histórica, la iglesia tiene que inspirarse en ella en un continuo proceso imitativo y de identificación; en ella ha conseguido ya la cima de la perfección moral y apostólica; su múltiple intercesión tiene que dirigirse a superar el pecado y las dificultades de la vida (LG 61-65).
En esta perspectiva eclesial, que completa a la cristológica, la misión y los privilegios marianos, incluido el de la asunción a los cielos, asumen su relieve exacto y su verdadera finalidad.
Consiguientemente, la glorificación de María asume un valor de signo escatológico para todo el pueblo de Dios que camina todavía hacia el día del Señor; signo adaptado para sostener en la seguridad la esperanza de la propia realización escatológica, como la de María, y para dar aliento a cuantos se encuentran aún en medio de peligros y de afanes luchando contra el pecado y la muerte.
Por tanto, la asunción de María no es una realidad alienante para el pueblo de Dios en camino, sino un estímulo y un punto de referencia que lo compromete en la realización de su propio camino histórico hacia la perfección escatológica final. Realmente la perspectiva eclesial que el c. VIII de la LG da al misterio de la asunción completa su alcance teológico y lo enriquece admirablemente en el aspecto pastoral.
Entre la doctrina de la MD y la de la LG no hay ningún contraste de fondo. Mientras que el primer documento subraya los aspectos personal y cristológico de la asunción, respondiendo así a los criterios teológicos y a la sensibilidad religiosa de la iglesia de aquel tiempo, el segundo lo enriquece, subrayando además el aspecto eclesial a la luz de aquel postulado central del concilio que constituye la eclesiología.
La esencia del dogma permanece inalterada; pero la finalidad y los significados teológicos y pastorales del misterio se completan y se hacen eficazmente operantes para los creyentes.
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Testimonios Místicos sobre la Asunción de la Virgen María
Para estos testimonios nos basaremos en las revelaciones privadas hechas a Santa Isabel de Schoenau (1129-1164), a Santa Brígida de Suecia (1307-1373), a la Venerable Sor María de Agreda (1602-1665) y a la Venerable Ana Catalina Emmerich (1774-1824), testimonios que se encuentran recopilados en el libro “The Life of Mary as seen by the Mystics” (La Vida de María vista por los Místicos) de Raphael Brown (Nihil Obstat & Imprimatur 8-junio-1951). Uniremos estos testimonios en un solo relato, con el fin de poder seguir mejor la secuencia de los hechos relatados.
La Santísima Virgen María supo cuándo iba a morir y supo que iba a morir en oración y recogimiento. Al conocer esto, pidió a su Hijo la presencia de los Apóstoles para la ocasión. Así, por avisos especiales del Cielo, los Apóstoles comenzaron a reunirse en Jerusalén.
La mañana del día de su partida, la Madre de Dios convocó a los Apóstoles y a las santas mujeres al Cenáculo. La Virgen se arrodilló y besó los pies de Pedro y tuvo una emotiva despedida con cada uno de los otros once, pidiéndoles la bendición. A Juan agradeció con especial afecto todos los cuidados que había tenido para con ella.
Después de un rato de recogimiento, la Santísima Virgen habló a los presentes: Carísimos hijos mío y mis señores: Siempre os he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo santísimo, a quien he mirado siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y eterna me voy a las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os tendré presentes en la clarísima luz de la Divinidad, cuya vista espera y ansía mi alma con seguridad. La Iglesia, mi madre, os encomiendo con exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su ley evangélica, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo santísimo, la memoria de su vida y muerte, y la ejecución de toda su doctrina. Amad, hijos míos, a la santa Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de la caridad y paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vos, Pedro, Pontífice santo, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.
Las palabras de despedida de la Señora causaron honda pena y ríos de lágrimas a todos los presentes y lloró también con ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron.
En esa quietud sosegada descendió del Cielo el Verbo humanado en un trono de inefable gloria, y con dulcísimas palabras invitó a su Madre a venir con El al Cielo: Madre mía carísima, a quien Yo escogí para mi habitación, ya es llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por la muerte, venid conmigo, para que participéis de mi gloria, que tenéis merecida.
Quería Jesús llevarse a su Madre viva. Pero ella, indigna criatura, no puede pasar menos que su Hijo e Hijo de Dios. Postróse la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva, entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida, os acompañe también en morir.
Aprobó Cristo nuestro Salvador este último sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. En este momento solemne, los Angeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos del Cantar de los Cantares y otros nuevos. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del Cenáculo se llenó de un resplandor admirable. La presencia del Señor fue percibida por varios de los Apóstoles; los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los Angeles la percibieron los Apóstoles, los discípulos y muchos otros fieles que allí estaban.
Al entonar los Angeles la música, se reclinó María santísima en su lecho, puestas las manos juntas sobre su pecho y los ojos fijos en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Siente la Madre de Dios un abundante influjo del Espíritu Santo que invade todo su cuerpo. Las fuerzas que se le iban eran reemplazadas por una fuerza de Amor. El Amor excedía la capacidad de su cuerpo. Y en esa entrega de Amor, sucede la dormición de la Madre de Dios: sin esfuerzo alguno, su alma abandona el cuerpo y María queda como dormida.
Las facciones de la Virgen Santísima se transfiguran: parecía totalmente inflamada con el fuego de la caridad seráfica, en su bellísimo semblante apareció una expresión de gozo celestial, acompañada de una suave sonrisa. Los presentes no sabían si realmente se había muerto. Todo era tan hermoso y suave que no era posible asociarlo con una muerte.
El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí una admirable y nueva fragancia, mientras yacía rodeado de miles de Angeles de su custodia. El fulgor que irradiaba la Virgen María era el Espíritu Santo. Fue una manifestación especial que mostraba la grandeza de la Madre de Dios, poniéndose de manifiesto lo que había estado siempre escondido por la grandísima humildad de la más humilde de las criaturas.
Los Apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo por las maravillas que veían, quedaron como absortos por un tiempo y luego cantaron himnos y salmos en obsequio a su Madre. No sabían qué hacer con ella, pues continuaba el fulgor y el aroma exquisito. La cubrieron con un manto, pero sin taparle el rostro, como era la costumbre con los demás muertos. Había una barrera luminosa que impedía que se acercaran, mucho menos tocarla.
Para los Apóstoles fue un momento de infusión del Espíritu Santo, pues se habían vuelto a sentir abandonados. Para todos los demás fue un acontecimiento de grandes gracias.
La luz radiante que despedía, impedía ver el cuerpo de la Santísima Virgen. Pedro y Juan toman cada lado del manto sobre el cual estaba reclinada y levantan el cuerpo de María, dándose cuenta que era mucho más liviano de lo esperado. Así lo colocan en una especie de ataúd … era como una caja. El resplandor traspasaba la caja.
Casi todo Jerusalén acompañó el cortejo fúnebre, tanto judíos como gentiles, para presenciar esta maravillosa novedad. Los Apóstoles llevaban el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, partiendo hacia las afueras de la ciudad, al sepulcro preparado en Getsemaní. Este era el cortejo visible. Pero además de éste, había otro invisible de los cortesanos del Cielo: en primer lugar iban los miles de Angeles de la Reina, continuando su música celestial, que los Apóstoles, discípulos y otros muchos podían escuchar, música que continuó durante el tiempo de la procesión y mientras el cuerpo permaneció en el sepulcro.
Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de Angeles, con los antiguos Patriarcas y Profetas, San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que del Cielo envió nuestro Salvador Jesucristo para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.
Llegados al sitio donde estaba preparado el privilegiado sepulcro de la Madre de Dios, los mismos dos Apóstoles, Pedro y Juan, sacaron el liviano cuerpo del féretro, y con la misma facilidad y reverencia lo colocaron en el sepulcro. Juan lloraba y Pedro también. No querían dejarla. Era dejar a aquélla que los mantenía unidos al Señor. Era su Madre.
Cubrieron el cuerpo con el manto y cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros. Los Angeles de la Reina continuaron sus celestiales cantos y el exquisito aroma persistía, mientras se podía percibir el fulgor que salía del sepulcro.
Los Apóstoles, los discípulos y las santas mujeres oraban con mucho fervor, con mucha confianza, con mucho amor. Pero la Virgen Santísima no estaba allí: estaba con Jesús, ya que, inmediatamente después de la dormición, nuestro Redentor Jesús tomó el alma purísima de su Madre para presentarla al Eterno Padre, a quien le habló así en presencia de todos los bienaventurados: Eterno Padre mío, mi amantísima Madre, vuestra Hija, Esposa querida y regalada del Espíritu Santo, viene a recibir la posesión eterna de la corona y gloria que para premio de sus méritos le tenemos preparada. Justo es que a mi Madre se le dé el premio como a Madre; y si en toda su vida y obra fue semejante a Mí en el grado posible a pura criatura, también lo ha de ser en la gloria y en el asiento en el Trono de Nuestra Majestad .
El Padre y el Espíritu Santo aprobaron este decreto por el cual el Hijo le pedía al Padre un sitio especial para su Madre al lado de la Trinidad Santísima, como Madre y como Reina, para que así como El había recibido de Ella su humanidad, recibiera ella ahora de El su gloria.
El día tercero que el alma santísma de María gozaba de esta gloria, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que Ella volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo, para que en su cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos. Y llegando al sepulcro, estando todos a la vista del cuerpo virginal de María, dijo el Señor a los Santos estas palabras:
Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como Yo resucité de los muertos; y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacerla semejante a Mí.
Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo, entró en el virginal cuerpo y le reanimó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa, comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza (*), correspondiente a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.
Con estos dotes salió en alma y cuerpo del sepulcro María Santísima, extremadamente radiante, gloriosamente vestida y llena de una belleza indescriptible, sin que quedara removida ni levantada la piedra con que estaba cerrada la fosa.
Desde el sepulcro comenzó una solemnísima procesión acompañada de celestial música hacia el Cielo glorioso. Entraron en el Cielo los Santos y Angeles, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David: De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir , y tan hermosa, que fue la admiración de todos los cortesanos del Cielo. Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que le dejó escrito Salomón: Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? (Cant. 3,6) ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, refulgente como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados? (Cant. 6,9) ¿Quién es ésta en quien el mismo Dios halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en estos cielos! ¡Oh novedad digna de la Sabiduría Infinita!
Con estas glorias llegó María Santísima en cuerpo y alma al trono de la Beatísima Trinidad, y las Tres Divinas Personas la recibieron con un abrazo indisoluble. El Eterno Padre le dijo: Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía . El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido. El Espíritu Santo dijo: Esposa mía amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísmo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer (Cant. 2,11) y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos.
Allí quedó absorta María Santísima entre las Divinas Personas y como anegada en aquel océano interminable y en el abismo de la Divinidad. Los Santos, llenos de admiración, se llenaron de nuevo gozo accidental. Era una gran fiesta en el Cielo.
Mientras tanto, aquí abajo, al lado del sepulcro, Pedro y Juan perseveraban junto con otros en la oración, no sin lágrimas en los ojos. Al día tercero reconocieron que la música celestial había cesado, e inspirados por el Espíritu Santo coligieron que la purísima Madre había sido resucitada y llevada en cuerpo y alma al Cielo, como su Hijo amadísimo.
En la mañana de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo, estaban Pedro y Juan decidiendo si abrir o no el sepulcro. Llegó Tomás de Oriente en esa hora. Al informársele que ya María Santísima había dejado el mundo de los vivos, Tomás en medio de grandes llantos, suplicaba que le enseñaran por última vez a la Madre de su Señor. Pedro y Juan, con gran veneración procedieron a retirar la piedra. Entraron. No estaba ya en el sepulcro: sólo quedaron el manto y la túnica. Juan salió a anunciar a todos que la Madre se había ido con su Hijo.
Mientras cantaban himnos de alabanza al Señor y a su Santísima Madre, después de haber repuesto la loza del sepulcro a su sitio, apareció un Angel que les dijo: Vuestra Reina y nuestra, ya vive en alma y cuerpo en el Cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros .
Allá en el Cielo glorioso, mientras la Santísima Virgen María se encontraba postrada en profunda reverencia ante la Santísima Trinidad y absorta en el abismo de la Divinidad, las Tres Divinas Personas pronuncian el decreto de la Coronación de la Madre de Dios, y María, la más humilde de las criaturas, considerábase inmerecedora de semejante reconocimiento.
La Persona del Eterno Padre, hablando con los Angeles y Santos, dijo: Nuestra Hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad eterna la primera entre todas las criaturas para nuestras delicias, y nunca degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y tiene derecho a nuestro Reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por legítima Señora y singular Reina. El Verbo humanado dijo: A mi Madre verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por Mí fueron redimidas, y de todo lo que Yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema Reina. El Espíritu Santo dijo: Por el título de Esposa mía, única y escogida, al que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona de Reina por toda la eternidad.
Dicho esto, la Santísima Trinidad solemnemente colocó sobre la cabeza inclinada de María una esplendorosa y grandiosa corona de múltiples y brillantes colores que representan las gracias que recibimos a través de Ella por voluntad de Dios.
Así, el Padre le entrega todas las criaturas y todo lo creado por El. El Hijo le entrega todas las almas por El redimidas. Y el Espíritu Santo todas las gracias que El desea derramar sobre la humanidad, porque todas nuestras cosas son tuyas, como tú siempre fuiste nuestra .
El Padre Eterno anuncia a los Angeles y Santos en medio de esa Fiesta Celestial que sería Ella quien derramaría todas las gracias sobre el mundo, que nada de lo que Ella pidiera le sería negado a quien era Reina de Cielo y Tierra.
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Veamos las definiciones de las cualidades de los cuerpos gloriosos que nos da Royo Marín, en “Teología de la Salvación” : Claridad: cierto resplandor que rebosa al cuerpo, proveniente de la suprema felicidad del alma. Impasibilidad: gracia y dote que hace que no pueda ya el cuerpo padecer molestia, ni sentir dolor, ni quebranto alguno. Agilidad: se librará el cuerpo de la carga que le oprime y se podrá mover hacia cualquier parte a donde quiera el alma con tanta velocidad, que no puede haberla mayor. Sutileza: el cuerpo bienaventurado se sujetará completamente al imperio del alma y la servirá y será perfectamente dócil a su voluntad. Es la espiritualización del cuerpo glorificado.
Fuente: homilia.org
La leyenda Aurea y el relato de un Santo en la Asunción de María a los Cielos
Se escriben y se cuentan las narraciones más exquisitas de la leyenda dorada, un drama, lleno de vida, que termina con un epílogo bellísimo; una deliciosa historia, propia del genio oriental, iluminada de estrellas y de ángeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas las maravillas del cielo y de todas las bellezas de la tierra.
Empezó a difundirse por el Oriente en el siglo V con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes; más tarde, Gregorio de Tours la da a conocer en las Galias; los españoles de la Reconquista también la leían, y los cristianos de la Edad Media buscaron en sus páginas alimento de fe y entusiasmo religioso…
Un Ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: “María, levántate; te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda”.
María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica fue el preludio del gran acontecimiento.
Poco después, los Apóstoles, que sembraban la semilla evangélica por toda la tierra, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa, que les llevaba hacia Jerusalén. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, con efluvios de altar, en que la Madre de su Maes¬tro esperaba la venida de la muerte. De repente sonó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de perfumes, y apareció Cristo con un cortejo de serafines vestidos de dalmá¬ticas de fuego.
Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: “Ven, amada mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza.”
Y María respondió: ” Proclama mi alma la grandeza al Señor.”
Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desapa¬recía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón limpio, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne inmaculada.
Se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: “Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad este cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas”.
Se formó el cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba San Juan, llevando la palma simbólica.
Coros de ángeles batían sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: “No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré, porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable”.
Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno del sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: “La paz sea con vosotros.”
Era Jesús que venía a llevarse el cuerpo de su Madre.
Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas.
En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde, pero ahora tiene razón: viene de la India lejana: Interroga y escudriña; es inútil: en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires, una estela luminosa cae junto a los pies de Tomás, el ceñidor que le envía la Virgen en señal de despedida.
EL RELATO DE UN SANTO SOBRE LA ASUNCION
Un santo muy antiguo, cuenta así cómo fue la muerte de la Santísima Virgen. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad. La noticia cundió por toda ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús. En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas suaves.
Pero Tomás, Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían regresado de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro -dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa música en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).
¿Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?
El 1o. de noviembre de 1950 el Papa Pío XIII declaró que el hecho de que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser creída por todo católico.
Fuente: EWTN
Relato de la Virgen sobre su Asunción a Amparo Cuevas vidente de El Escorial
El 15 de agosto de 1986 la Virgen María relata a Amparo Cuevas, la vidente de El Escorial (España) como fue su asunción al los cielos. Comienza relatando algo de su vida para luego contar su tránsito a los cielos: la llamada a los apóstoles, los preparativos de éstos, su pedido para que su cuerpo no sea tocado por nadie, y la visión de la venida de el Señor a buscarla, el recibimiento de Dios Padre en los cielos y del Espíritu Santo…Hija mía, quiero que participes hoy de alguna parte del tránsito de mi vida terrestre a la del Cielo, hija mía. Primero mi alma y todo mi cuerpo.Cuando acariciaba sus cabellos rubios como el oro, hija mía, entre mis dedos tocaba las espinas que un día iban a punzar su cabeza. Esa cabecita tan pequeña sería bañada en sangre por los pecados de los hombres.Mi Corazón sufrió mucho tiempo, hija mía, porque vio, desde Niño, la amargura que iba a pasar mi Hijo.Veía sus grandes ojos y ese rostro tan divino, lleno de hermosura, cómo iba a quedar desfigurado por la maldad de los hombres, hija mía. Todo esto lo sufrió mi Corazón.
Cuando Dios mi Creador mandó a un cortesano para comunicarme que iba a ser Madre del Verbo Humanado, mis entrañas se estremecieron de gozo en ese mismo instante.
Luego, hija mía, cuando nació el Verbo y lo tuve en mis brazos, también sentí un gran gozo; esta criatura no era digna de ser Madre de Dios mi Creador, pero mi cuerpo se estremeció de una gran alegría. Pero luego, el dolor atravesó mi Corazón de parte a parte por una espada.
Cuando el Niño iba creciendo y acariciaba sus manitas, veía sus clavos en ellas y sus manos manchadas de sangre; esa Víctima inocente…
Cuando le veía que venía con sus bracitos abiertos a abrazar a su Madre, veía sobre ellos la Cruz que atravesaría sus manos de parte a parte. Cuando acariciaba sus pies, veía los clavos atravesados de un lado a otro.
Luego, cuando iba creciendo, veía su rostro tan bello -esa belleza no era de este mundo-…
Luego, cuando mi Hijo iba creciendo, le acompañaba en sus predicaciones y mi Corazón rebosaba de gozo, hija mía. Pero esa espada seguía clavada dentro de mi Corazón.
Y el dolor más grande fue cuando me quedé en este destierro tanto tiempo sola, en silencio, para reparar los pecados que los hombres cometerían a la Iglesia de mi Hijo; y quedé aquí para dar testimonio de esa Iglesia; porque mi Hijo la hizo santa, pero los hombres la han “desartificiado” . ¡Con la santidad que tenía!…
Luego, cuando llegó mi hora, después de mucho tiempo de dolor y de silencio, recogimiento y de reparación de los pecados de las almas, sentí este gran gozo de ser mi alma transportada al Cielo. Dios, mi Creador, me hizo ver este momento feliz que vas a ver, hija mía.
LUZ AMPARO: Veo a la Virgen orando en una cosa cuadrada de madera, de rodillas; está orando por los pecados de la Humanidad. Dice que su hora se acerca, que sólo faltan tres días.
Llama a los ángeles que la acompañan y les dice:
“Id a Roma y avisad a Pedro. Que también venga Pablo y vengan todos los Apóstoles. Comunícales que su Madre y Reina va a dejar este mundo. Ha llegado la hora”…
Dice: “Gracias, Dios, mi Creador, que me vas a hacer participar de tu gloria”.
¡Ay, cuántos llegan! ¡Ay!, Pedro, Pablo, Juan también, Santiago -¿Es él?-, Andrés, él es. Ése, ¿Cuál es? Manuel, otro… ¡Ay, cuántos llegan! ¿Quién son todos ésos? ¡Ah!, son discípulos.
Los llama Pedro. ¿Qué va a hacer? Y les dice a todos… -¡Huy, cuántos!-:
“Sentaos, hermanos míos; tengo que daros una dura noticia; muchos no lo sabéis. Me ha comunicado un cortesano que María, nuestra Madre, nos va a dejar. Siento un gran dolor dentro de mi corazón. Siempre nos ha protegido y nos ha guiado. Ha sido nuestra Madre y nuestra Reina y nuestro refugio aquí, en la Tierra”.
Está llorando; todos lloran… “No sé si podré seguir dándoos la noticia, hermanos míos; la garganta se me hace…”.
¡Ay, pobrecito, cómo llora! “¡Ah! Se me despedaza el corazón. Se nos va, ¡Ay! Pero tenemos que ser fuertes. ¡Ay!, tú, Juan, vete y dedica todo tu tiempo a estar con Ella y prepara todo para su tránsito”.
¡Cómo lloran, pobrecitos! ¡Ay! Miran al Cielo y dicen: “Dios celestial…”.
¡Ay, los deja solos! ¡Ayyy! Pedro dice:
“Siempre estaremos con Ella. Esta amargura que siente nuestro corazón -¡Ay!-, un día se convertirá en felicidad estando cerca de Ella. Tenéis que ser fuertes. Ya no tenemos una Madre que nos proteja y nos guíe y nos aconseje; pero hay que seguir; y todos daremos la vida por Jesús. ¡Seremos fuertes!”.
Se van; bendice a todos; se van llorando todos. Llegan ahí, a donde están esas mujeres de ahí…
¡Ay! ¿Dónde estás, pobrecita? (Se refiere a la Virgen). ¿Ya estás preparada?… ¡Ay! Está ahí acostada en esa…, eso es un tarimón de ésos, igual que lo que había allí, en mi pueblo. El tarimón ese… ¡Ay! Está acostada ahí. Pero, ¡Qué guapa estás!
¡Ay! Llegan todos y se ponen ahí, a su alrededor. Inclinan la cabeza (Luz Amparo, de rodillas, imita ese gesto e inclina la cabeza hasta el suelo).
¡Ay!, la saludan. Ella se levanta. Pedro no quiere. “No os mováis, Señora”, le dice.
¡Huy! ¿Qué va a hacer? ¡Pobrecita, si ya no puede!… No tiene fuerza. ¡Ay!, se pone de rodillas.
Le dice a Pedro:
“Pedro, quiero seguir dando testimonio de la Iglesia hasta mi último momento aquí, en la Tierra. Os repito, como os decía mi Hijo: seguid predicando y amaos unos a otros”.
¡Ay, pobrecitos todos!
(Prosigue la Virgen). “Quiero que uno por uno me deis vuestra bendición. He hecho en todo la voluntad de Dios para dar testimonio de la Iglesia. He orado, he reparado los pecados de los hombres.
Pero, si algo hice mal, o algo malo hice con vosotros, os pido perdón; dadme vuestra bendición. Tú, Pedro, tienes que ser fuerte. Sufrirás mucho. Tú Pablo, también. Juan también; Andrés y Santiago y todos vosotros. Yo he sido una buena Madre para todos; pero perdonad si alguna falta he cometido contra vosotros”.
(Continúa Luz Amparo emocionada pintando la escena). Le da Pedro la bendición. ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, los otros también! Uno por uno, todos, todos… ¡Ay, ay, pobrecita! Pero si Ella no necesita tantas cosas…
“Os pido que se cumpla, Pedro, mi última voluntad, la que pedí a mi Hijo: que mi cuerpo no sea tocado por nadie.
Sé que has mandado a Juan para que las doncellas entren y perfumen todo mi cuerpo; pero mi última voluntad es que mi cuerpo no sea tocado por nadie.
Toda mi vida, nadie ha visto mi cuerpo. Sólo mi rostro, para ser conocida, he dejado al descubierto.
También te pido, Pedro: tengo dos túnicas de gran valor regaladas por mi prima Isabel. Ruego las repartas a estas doncellas que tan bien y tan humildemente han vivido conmigo durante toda su vida. También os digo: perseverad en la caridad y perseverad en la humildad”.
Todos lloran. Agachan las cabezas y la saludan. ¡Ay, pobrecita! Se pone Ella sobre la tarima. Todos agachan el rostro al suelo.
Pedro dice: “Adiós, Reina y Señora de todo lo creado. Madre nuestra, ruega ante Dios celestial que nos dé fuerzas para poder amar hasta el fin de nuestra vida al Divino Redentor, a Dios nuestro Creador y a Vos, Madre bendita. Que seamos fieles vasallos en la Tierra hasta los siglos de los siglos”.
¡Oy!, ¿Qué tiene en el pecho? La Virgen tiene en el pecho una gran luz, como un sagrario, ahí… ¡Oy, eso es!… ¡Ay!, ¿Qué es eso?
“En la hora de mi muerte doy testimonio de la Eucaristía. En este sagrario he conservado a mi Hijo durante toda mi vida. He reparado las ofensas que han hecho los seres humanos y los sacrilegios que han cometido con este divino Cuerpo”.
¡Oy, está ahí en el centro! ¡Ay, viene a por Ti! ¡Sale de ahí el Señor! ¡Ay, ay, ay, qué cosas!… ¡Ay, y sale de ahí! ¡Ay!
“He llevado conmigo, durante toda mi vida, este tabernáculo sagrado”.
¡Ay, ay! ¡Huy, qué luz tiene! ¡Huy, qué guapa estás! ¡Ay, ahí estás Tú también! ¡Oy!, viene a transportar a su Madre, ¿También? ¿Quién viene también ahí? ¿Todos? ¡Ay, ésa es la madre de la Virgen!, ¿También? Y su padre. ¡Huy!, todos los que nac… ¡Huy!, los que se murieron antes. Están todos ahí juntos. ¡Huyyy! Todos van a acompañarla, ¡Todos!
Ya se ha dormido. ¡Oy, pobrecita! ¡Ay, ay, no la toquéis, porque no quiere! (Luz Amparo -según comentario posterior- intenta desdoblar un pliegue del manto de la Virgen y nota que la ropa está rígida. En las imágenes se ve claro el ademán de Amparo, la cual expresa su extrañeza). ¡Ay! Pero, ¿Cómo tiene esto así? ¡Está pegado! ¡Uh!…; ¡ay!, el traje está pegado a la tabla, ¡Ay!, porque nadie podrá tocar su cuerpo. ¡Huy!… ¡Ay, el Señor, pobrecito, va con Ella también! Pues, si te has muerto antes, ¿Cómo estás… todos ahí? ¡Puf, huyyy, cuántos ángeles, cuántos, cuántos!
¡Buuuy! ¿A dónde la vais a llevar ahora? ¡Ay, qué luz! Y ¡cómo cantan todos! Todos cantan. Le hacen una reverencia con la cabeza hasta el suelo. Ya se la van a llevar. ¡Huy, pobrecitos! ¡Pobrecita! ¿Dónde la lleváis? ¡Mira, qué día también, el Viernes Santo!…
¿También se muere Ella? O ¿Se duerme?… Y ¡qué calor! Hace el mismo calor que cuando te -¡uh!-…, te estabas en la Cruz Tú. ¡Ay, Señor, qué grande eres! ¿Dónde la vais a llevar?
“La llevaré con todos mis cortesanos, todos los profetas, todos los mártires, todos los santos, Adán y Eva…, al Valle de Josafat”.
¡Huy…, ay! ¡Ay!, don…, ¿Otra vez la…? Pues, si es igual que lo Tuyo la piedra esa. ¿Van a meter ahí? ¡Uuuh!
“Por ser Madre de Dios, resucitará igual que yo, al tercer día. Su alma será llevada al Paraíso y su cuerpo permanecerá tres días en este mismo lugar”.
¡Huy…, bueno! Huy, una se queda y otra se va. ¡Es el alma! ¡Huy, cómo es!…
¡Ay, qué luz!… ¡Ay, sale una luz de ahí! ¡Ay!, ¿Dónde la lleváis ya?
Pues está ahí, está ahí. ¡Ay!, ése es el espíritu, y ése es el cuerpo.
¡Bueno, qué lío! ¡Ay!, ¿Dónde va a entrar? ¡Qué voz se oye! Una voz -¡Qué fuerte!- la llama:
“Sube, hija mía, amada mía, entra en el trono que hay preparado para Ti. Nadie ha pisado en este lugar. Sólo tu planta virginal es la que pisará”.
¡Uf! ¡Hala, todos!… ¡Qué luces! Ahora la misma que ha subido baja, ¡huy…, se mete ahí dentro del sepulcro! ¡Huy, cómo se mueve ese otro cuerpo! ¡Huyyy, qué cosas…, qué luz…, huy, qué luz! ¡Ay, se la llevan ya!… ¡Ay, cómo sube con todos los ángeles!
Se vuelve a oír la voz:
“Sube, María, hija mía. Ya has dejado ese destierro de dolor y te sentarás en el trono como Emperatriz de Cielo y Tierra”.
Ahora se oye otra voz, que es la del Verbo:
“Madre mía, ¡Sube, sube!, que estamos esperando en el trono que tenemos preparado para Ti. Gracias, Madre, por haberme alimentado y criado con tu leche virginal.
Serás casi igual a mí. Todos los títulos serán concedidos por las tres Divinas Personas; por el Padre, por el Hijo, que soy el Verbo”.
Y el Espíritu Santo le dice:
“Ven, Esposa mía, amada mía, paloma mía, ven, que serás coronada y tendrás gran poder sobre el mundo y para salvar a la Humanidad. Tu planta virginal aplastará al enemigo, y serás Reina de Cielo y Tierra”.
¡Ay, ay, le ponen esa corona!… ¡Ay, qué guapa estás!
“Pero nadie pisará este lugar; ni aun los serafines ni los querubines. Está preparado sólo para Ti”.
¡Ay, ay, qué grande es eso! ¡Ay, ay! ¡Ayyy!… Vuelven a reverenciar los ángeles todos. ¡Ay, ay!…
(Tras larga pausa interviene un ángel):
“Reina y Señora, aquí estamos postrados a tus plantas virginales. Somos vasallos tuyos; ordénanos, que haremos cuanto nos ordenes”… (Luz Amparo expresa admiración).
Visión de la Asunción de Nuestra Señora por Sor María de Jesús de Agreda
De la “Mística Ciudad de Dios”. 3ra. parte, lib. VIII, cap. 21.
¿Quién es ésta, que va subiendo cual aurora naciente bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant. 6, 9.)
El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra, vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos.
La conveniencia de este favor y la consecuencia que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los mortales es tan creíble que, aún cuando la santa Iglesia no la aprobara, juzgáramos por impío y estulto al que pretendiera negarla.
Pero conociéronla los bienaventurados con mayor claridad, y la determinación del tiempo y hora, cuado en sí mismo les manifestó su eterno decreto y cuando fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo nuestro Salvador, llevando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos.
Y llegaron al sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras:
“Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como yo resucité de los muertos, y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacer a mi semejante”.
Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecieron este beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. y los que especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y después de ellos Santa Ana, San Joaquín y San José, como quien tenía particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella maravilla de su omnipotencia.
Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, como correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.
Con estos dotes salió María santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra con que estaba cerrado y porque es imposible manifestar su hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria no me detengo en esto. Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y hermosura semejante a Sí mismo.
Luego desde el sepulcro se ordenó una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los apóstoles fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro.
Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y “a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David, y tan hermosa que pudo ser admiración de los cortesanos del cielo. Convirtiéronse todos a mirarla y bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza.
Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que dejó escritos Salomón: “Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados? ¿Quién es ésta que asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con abundancia? ¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en los cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!”.
Con estas glorias llegó Maria santísima en cuerpo y alma al trono real de la beatísima Trinidad, y las tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble.
El eterno Padre le dijo: Asciende más alta que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía.
Allí quedó absorta María santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago interminable y en el abismo de la divinidad; los santos llenos de admiración, de nuevo gozo accidental.
El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido.
El Espíritu Santo dijo: Esposa amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísímo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos.
Mensaje de la Virgen María sobre su Asunción a Santa Brígida
Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, y alabanza que la Señora hace de san Jerónimo.
CAPÍTULO 45
Dícele a la Santa la Madre de Dios: ¿Qué te ha dicho ese que presume de sabio, acerca de que la carta de mi amigo san Jerónimo que habla de mi Asunción, no debe leerse en la Iglesia de Dios, porque le parece que en ella dudó el Santo acerca de mi Asunción, porque dijo que no sabía si yo había subido al cielo en cuerpo o no, ni quiénes me llevaron?Yo, la Madre de Dios, le respondo a ese maestro, que san Jerónimo no dudó de mi Asunción; más, puesto que Dios no reveló claramente esta verdad, no quiso san Jerónimo definir de un modo explícito lo que Dios no había revelado.
Pero acuérdate, hija mía, de lo que antes te dije, que san Jerónimo era compasivo con las viudas, espejo de los verdaderos monjes, y vindicador y defensor de la verdad, y que alcanzó para ti aquella oración con que me saludaste. Mas ahora añado que san Jerónimo fué como medio manejable, por el cual hablaba el Espíritu Santo, y una llama inflamada con aquel fuego que vino sobre mí y sobre los apóstoles en el día de Pentecostés. Felices, pues, los que oyen y siguen estas sus doctrinas.
Admirable vida de la Virgen María después de la Ascensión de su divino Hijo. Háblase también de la Asunción de esta Señora en cuerpo y alma.
CAPÍTULO 46
Acuérdate, hija mía, dice la Virgen a la Santa, que hace varios años elogié a san Jerónimo acerca de mi Asunción; pero ahora voy a referirte esta misma Asunción.
Después de la Ascensión de mi Hijo viví yo bastantes años en el mundo, y quísolo Dios así, para que viendo mi paciencia y mis costumbres, se convirtieran al Señor muchas almas, y cobrasen fuerza los apóstoles de Dios y otros escogidos. También la natural disposición de mi cuerpo exigía que viviera yo más tiempo, para que se aumentase mi corona; pues todo el tiempo que viví después de la Ascensión de mi Hijo, visité los lugares en que él padeció y mostró sus maravillas.
Su Pasión estaba tan fija en mi corazón, que ya comiese, ya trabajase, la tenía siempre fresca en mi memoria, y hallábanse mis sentidos tan apartados de las cosas del mundo, que de continuo estaba inflamada con nuevos deseos, y alternativamente me afligía la espada de mis dolores. Mas no obstante, moderaba mis alegrías y mis penas sin omitir nada perteneciente a Dios, y vivía entre los hombres sin atender ni tomar nada de lo que generalmente gusta, sino una escasa comida.
Respecto a que mi Asunción no fué sabida de muchos ni predicada por varios, lo quiso Dios, que es mi Hijo, para que antes se fijase en los corazones de los hombres la creencia de su Ascensión, porque éstos eran difíciles y duros para creer su Ascensión, y mucho más lo hubieran sido, si desde los primeros tiempos de la fe se les hubiese predicado mi Asunción.
Asunción de la Virgen María, con notable revelación sobre el fin del mundo.
CAPÍTULO 47
Dice la Virgen a la Santa: Como cierto día, transcurridos algunos años después de la Ascensión de mi Hijo, estuviese yo muy ansiosa con el deseo de ir a estar con Él, vi un ángel resplandeciente como antes había visto otros, el cual me dijo: Tu Hijo, que es nuestro Dios y Señor, me envía a anunciarte que ya es tiempo de que vayas a él corporalmente, para recibir la corona que te está preparada. Y yo le respondí: ¿Sabes tú acaso el día y hora en que he de salir de este mundo? Y me contestó el ángel: Vendrán los amigos de tu Hijo, quienes darán sepultura a tu cuerpo. Enseguida desapareció el ángel, y yo me preparé para mi tránsito, visitando según mi costumbre todos los lugares donde mi Hijo había padecido.Hallábase un día suspenso mi ánimo en la admiración del amor de Dios, y en aquella contemplación llenóse mi alma de tanto júbilo, que apenas podía caber en sí, y con semejante consideración salió de mi cuerpo. Pero qué cosas y cuán magníficas vió entonces mi alma, y con cuánta gloria la honraron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y por cuánta muchedumbre de ángeles fué elevada al cielo, ni tú podrías comprenderlo, ni yo te lo quiero decir, antes que se separen tu alma y tu cuerpo, aun cuando algo de todo esto te manifesté en aquella oración cotidiana que te inspiró mi Hijo.
Los que conmigo estaban en la casa en el momento de yo expirar, conocieron bien por el desacostumbrado esplendor, que notaron, que alguna cosa de Dios pasaba entonces conmigo. Vinieron los amigos de mi Hijo enviados por disposición divina, y enterraron mi cuerpo en el valle de Josafat, y los acompañaron infinitos ángeles como los átomos del sol; pero los espíritus malignos no se atrevieron a acercarse. A los pocos días de estar mi cuerpo sepultado en la tierra, subió al cielo con muchedumbre de ángeles. Y este intervalo de tiempo no es sin grandísimo misterio, porque en la hora séptima será la resurrección de los cuerpos, y en la hora octava se completará la bienaventuranza de las almas y de los cuerpos.
La primera hora fué desde el principio del mundo hasta el tiempo en que se dió la ley a Moisés; la segunda desde Moisés hasta la Encarnación de mi Hijo; la tercera, cuando mi Hijo instituyó el bautismo y mitigó la austeridad de la ley; la cuarta, cuando predicaba de palabra y lo confirmaba con su ejemplo; la quinta, cuando mi Hijo quiso padecer y morir, y cuando resucitó de la muerte, y probaba su resurrección con positivos argumentos; la sexta, cuando subió al cielo y envió su Espíritu Santo; la séptima, cuando vendrá a juzgar y todos resucitarán con sus cuerpos para el juicio; la octava cuando se cumplirán todas las cosas que fueron prometidas y profetizadas, y entonces será la bienaventuranza perfecta; entonces se verá Dios en su gloria, y los santos resplandecerán como el sol, y ya no habrá más dolor alguno.
Asunción de la Bienaventurada Virgen María por San Buenaventura
La cual es más hermosa que el sol y sobrepuja a todo el orden de las estrellas, y si se compara con la luz, le hace muchas ventajas. Capítulo 7 de la Sabiduría.
En estas palabras, la gloriosa Emperatriz, ensalzada sobre los coros de los ciudadanos celestiales, es recomendada por el Espíritu Santo, y con recomendación perfecta, en cuanto a su asunción a los cielos; y es recomendada por tres cualidades que hacen recomendable en extremo a cualquiera noble señora, a saber: la hermosura perfecta, la suprema nobleza y el resplandor de la sabiduría. En cuanto a la perfecta hermosura, se recomienda aquí al ser llamada más hermosa que el sol; en cuanto a la suprema nobleza, al ser sublimada y elevada sobre todas las estrellas, o sea, sobre todos los Santos: y en cuanto al resplandor de la sabiduría, al ser ilustrada, en parangón con la luz de la eterna sabiduría, desde más cerca que las demás criaturas.
I. Digo, pues, que es recomendada en primer lugar por su perfecta hermosura, cuando se dice: Es más hermosa que el sol; y, realmente, la serenísima Virgen fue en su asunción más hermosa que el sol, ya por ser más semejante que él ala fuente de toda hermosura, ya por haberse acercado más a ésta y con mejor disposición para recibir sus destellos en grado perfecto, o ya, finalmente, porque por su hermosura fue a la sazón más noble que el sol. -Puede, por tanto, ser llamada en su asunción más hermosa que el sol, por haber sido entonces más semejante que él a la fuente de toda belleza. Porque así como la estrella que es más semejante al sol de este mundo sobrepuja en claridad a las demás, así también sobresale por su belleza entre todas las criaturas racionales aquella que es más semejante al Sol de eternos resplandores, fuente de origen de toda hermosura.
Esta criatura fue en la asunción la Virgen reina, porque si, en sentir de Hugo, «la fuerza del amor transforma al amante en la semejanza del amado», y María ha sido transformada en la semejanza de éste por modo superior a todas las criaturas hasta ser llamada el resplandor de la luz eterna, y un espejo sin mancilla de la majestad de Dios, y una imagen de su bondad, hemos de deducir que sobrepujó al sol y a los otros seres en hermosura. De ella puede decirse aquello del capítulo 6 de Jeremías: Yo te he comparado, hija de Sión, a una hermosa y delicada doncella, como si dijera: A la hermosa Trinidad ya una delicada doncella he comparado la hija de Sión, o sea la Virgen María; lo de hija significa doncella delicada, según las palabras de Dios en el;capítulo 31 de Ezequiel: No hubo en el paraíso de Dios un árbol semejante a él, ni de tanta hermosura. Porque yo lo hice tan hermoso. De igual modo dice San Bernardo: «La regia Virgen, enjoyada del alma y del cuerpo, atrajo hacia sí la mirada de los moradores del cielo, hasta el punto de inclinar también el ánimo del Rey eterno a quererla con delirio».
Puede también llamarse más hermosa que el sol, porque en la asunción estuvo más cercana a la fuente de toda hermosura y con mejor disposición para recibir sus destellos a causa de la múltiple gracia, y especialmente por razón de la pureza virginal; y estando elevada sobre el sol y los astros, estrechamente unida a su Hijo dulcísimo por el amor, supera a todas las criaturas en hermosura; y ésta es la causa de que en el capítulo 1 del libro tercero de los Reyes se pongan en boca de los Ángeles las siguientes y simbólicas palabras: Buscaremos para el rey, nuestro señor, una virgen jovencita: he aquí indicada la pureza virginal; que esté con él y le abrigue: he aquí indicada la unión de amor; y buscaron por todas las tierras de Israel una jovencita hermosa. -También puede ser llamada más hermosa que el sol por haber sido entonces más noble que el sol a causa de su hermosura, pues en aquel entonces fue elevada hasta la majestad del rey imperial y eterno, según se lo dice el Profeta: Con esa tu gallardía y hermosura camina, avanza prósperamente y reina. y ni el sol podría conseguir tal dignidad, ni tampoco criatura alguna, por más que brille al exterior en esta vida, si carece de la hermosura de la gracia y de la virtud.
II. En segundo lugar, es recomendada con razón por su nobleza suprema, cuando se indica estar más elevada que todas las estrellas, sobrentendiéndose en éstas los Bienaventurados, esplendentes con fulgores de gloria, según leemos en el capítulo 3 de Baruc: Las estrellas fueron llamadas, y respondieron aquí estamos, y resplandecieron gozosas de servir al que las crió. Al decir, pues, que la Santísima Virgen sobrepuja a todo el orden de las estrellas, has de entender que es más esclarecida en su asunción que todos los Santos, y esto por tres cosas que ennoblecen y elevan espiritualmente al hombre: en primer lugar, la afluencia de espirituales delicias; después, la abundancia de las riquezas eternas, y, por fin, la excelencia de la dignidad o condición.
Se dice que fue ennoblecida y sublimada sobre todos los Santos por la afluencia de delicias, en que de un modo singular los aventajaba, por lo cual en el capítulo 8 de los Cantares exclaman los Ángeles, admirados de su asunción: ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando delicias, apoyada en su amado? Rebosaba en estas delicias más que la celeste congregación de los Santos, no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo, el cual piadosamente se cree, y también se prueba, haber sido glorificado en la asunción del alma. -Se afirma igualmente que fue ennoblecida sobre todos los Santos por la abundancia de las eternas riquezas, pues a todos ellos sobreexcedió en las de la gloria y gracia, en las de virtudes y premios, en las de dones y bienaventuranzas, con que ahora enriquece al mundo y sustenta el en el universo; consiguiendo, con su intercesión, a unos la gloria, a otros la gracia, a otros la remisión de los crímenes ya otros el tesoro de las o. De virtudes; por lo cual se dice en el capítulo 31 de los Proverbios: Muchas son las hijas que han allegado riquezas, mas a todas has tú aventajado. Y a ella se pueden aplicar las palabras del capítudo 8 de los Proverbios: Yo amo a los que me aman, y me hallarán los que madrugaren a buscarme.
En mi mano están las riquezas y la gloria, la opulencia y la justicia. Fue, por fin, enriquecida sobre todos los Santos, en cuanto a la excelencia de la dignidad o condición; porque, siendo Madre del supremo Emperador, es por su dignidad y condición la más digna de todas las criaturas; y por esta causa no sin razón fue elevada ésta sobre ellas y colocada a la derecha de su Hijo en magnificentísimo sitial. Con toda exactitud fue esto prefigurado en el capítulo 2 del libro tercero de los Reyes. Habiendo venido, en efecto, Betsabé a ver al rey Salomón, o sea, la Virgen María en su asunción a su eterno y pacífico Hijo, levantóse el rey a recibirla, llevando en su compañía la legión entera de los Santos; y la saludó con profunda reverencia, esto es, le tributó reverencia filial, y sentóse el rey en su trono, y pusieron un trono para la madre del rey, la cual se sentó a su derecha, como de nobilísima condición, según las palabras que se leen en el último capítulo del Apocalipsis: Yo soy la raíz y la prosapia de David, el lucero brillante de la mañana. Todo debido a que, sin detrimento de su inte gridad virginal, dio a luz a un niño de nobilísima condición, según aque llas palabras: El Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios. Era también de justicia conceder la plenitud de la dignidad y de la gloria a quien le fue concedida la plenitud de la gracia, a diferencia de las demás criaturas, a las que tanto la gracia como la gloria se otorga sólo parcialmente. Por eso se dice en el capítulo 12 del Apocalipsis: Apareció un gran prodigio en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.
Esta mujer es la Virgen reina, que se describe vestida del sol, esto es, con la hermosura del Sol de justicia; y la luna debajo de sus pies, o sea, la gloria mundana valerosamente menospreciada, la cual crece y de crece como la luna; y en su cabeza una corona de doce estrellas, esto es, todo el honor y dignidad, gloria, excelencia y nobleza de condición concedidos a los doce órdenes de Santos significados en las doce estrellas resplandecientes, nueve de las cuales se refieren a los espíritus celestiales y tres al triple estado de los hombres: el de los activos, de los contemplativos y el de los prelados; pues toda la dignidad y gloria concedida a ellos en parte, se otorgó totalmente a la Santísima Virgen.
III. Se recomienda, en tercer lugar, por el resplandor de la sabiduría, porque, comparada con la luz de la sabiduría eterna, aventaja en ella a todos los seres. Pues del mismo modo que la Luz increada, o sea, la divina Sabiduría, a todo sobrepuja en cuanto a la iluminación, en conocimiento y gobierno de todas las criaturas, así también esta Virgen sobrepasa en estas tres cosas a los demás seres.
Si se compara, pues, con la luz de la Sabiduría divina, aventaja en claridad a las demás criaturas, porque así como aquélla está sobre todas las criaturas en cuanto a la iluminación que les da, puesto que es ella la que ilumina y confiere esplendor a todos los hombres por la luz de la razón y, en cuanto de sí depende, por la de la gracia, según las palabras del capítulo 1 de San Juan: Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, así esta Virgen, iluminada más que todos los San tos por dicha Sabiduría, con sus piadosos ruegos iluminó, por la luz de la gracia, más que nadie, a todo el mundo. Por eso se escribe en el capítulo 16 de la Sabiduría: Era necesario adorarte antes de amanecer; y en el 13 de Tobías: Brillarás con luz resplandeciente y serás adorada en todos los términos de la tierra, como si dijera: Tú, santa, brillarás con la luz resplandeciente de la sabiduría eterna, o sea, obtendrás para los otros el esplendor de la gracia. Del mismo modo se dice en el capítulo 3 del Eclesiástico: Muéstranos la luz de tus piedades, infunde tu temor en las naciones que no han pensado en buscarte, a fin de que entiendan que no hay otro Dios sino tú.
Comparada igualmente con la luz de la Sabiduría eterna, sobre puja en claridad a las demás criaturas, pues así como la luz divina excede cuanto existe en el conocimiento de todas las cosas, puesto que las intuye con la máxima perspicacia, según se afirma en el capítulo 2 de Daniel: Conoce las cosas que se hallan en medio de las tinieblas, pues la luz está con él; y en el 23 del Eclesiástico: Los ojos del Señor son mucho más luminosos que el sol, y descubren todos los procederes de los hombres y lo profundo del abismo, y ven hasta los más recónditos senos del corazón humano; y en el 13 de Daniel: ¡Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas, que sabes todas las cosas aun antes de que sucedan! , así esta Señora, comparada, en cuanto a esto, con la luz de la Sabiduría eterna, aventaja a todas las criaturas. Por cuya razón se le puede aplicar aquello del capítulo 6 de la Sabiduría: Pondré en claro su conocimiento.
Además, comparada con la Luz eterna, aventaja en sabiduría a las demás criaturas, porque así como la Luz divina sobrepuja a la creación entera en cuanto al gobierno y dirección de cuanto existe, según lo escrito en el capítulo 49 de Isaías: Yo te he destinado para ser luz de las naciones, a fin de que tú seas mi salud hasta los términos de la tierra; por cuya causa se dice en el capítulo 1 de San Lucas: Para alum brar a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte, para enderezar nuestros pasos por el camino de la paz, así también la bienaventurada Virgen está por encima de todas las cosas en este particular; y por ello se dice en el capítulo 7 del libro de la Sabiduría: Propuse tenerla por luz, porque su resplandor es inextinguible; y en el capítulo 42 de Isaías: Te he puesto para ser el reconciliador del pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos y saques de la cárcel a los condenados. Lo cual ella misma nos obtenga con sus ruegos de Aquel que vive y reina eternamente por los siglos de los siglos. Amén.
En la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por San Bernardo
1. Subiendo hoy a los cielos la Virgen gloriosa, colmó sin duda los gozos de los ciudadanos celestiales con copiosos aumentos, pues ella fué la que, a la voz de su salutación, hizo saltar de gozo a aquel que aún vivía encerrado en las maternas entrañas. Ahora bien, si el alma de un -párvulo aún no nacido se derritió en castos afectos luego que habló María, ¿cuál pensamos sería el gozo de los ejércitos celestiales cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión tenemos de solemnidad en su asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo?
Con la presencia de María se ilustraba todo el orbe, de tal suerte que aun la misma patria celestial brilla más lucidamente iluminada con el resplandor de esta lámpara virginal. Por eso con razón resuena en las alturas la acción de gracias y la voz de alabanza, pero para nosotros más parece debido el llanto que el aplauso. Porque ¿no es, por ventura, natural, al parecer, que cuanto de su presencia se alegra el cielo otro tanto llore su ausencia este nuestro inferior mundo? Sin embargo, cesen nuestras quejas, porque tampoco nosotros tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos aquella a la cual María purísima llega hoy. Y si estamos señala. dos por ciudadanos suyos, razón será que, aun en el destierro, aun sobre la ribera de los ríos de Babilonia, nos acordemos de ella, tomemos parte en sus gozos y participemos de su alegría., especialmente de aquella alegría que con ímpetu tan copioso baña hoy la ciudad de Dios, para que también percibamos nosotros las gotas que destilan sobre la tierra. Nos precedió nuestra reina, nos precedió, y tan gloriosamente fué recibida, que confiadamente siguen a su Señora los siervecillos clamando: Atráenos en pos de ti y correremos todos al olor de tus aromas. Subió de la tierra al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de misericordia, trate los negocios de nuestra salud devota y eficazmente.
2. Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto, la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es; finalmente, Madre es del Unigénito Hijo de Dios. Nada hay que pueda darnos más excelsa idea de la grandeza de su poder o de su piedad, a no ser que alguien pudiera llegar a creer que el Hijo de Dios se niega a honrar a su Madre o pudiera dudar de que están como impregnadas de la más exquisita caridad las entrañas de María, en las cuales la misma caridad que procede de Dios descansó corporalmente nueve meses.
3. Y estas cosas, ciertamente, las he dicho por nosotros, hermanos, sabiendo que es dificultoso que en pobreza tanta se pueda hallar aquella caridad perfecta que no busca la propia conveniencia. Mas con todo eso, sin hablar ahora de los beneficios que conseguimos por su glorificación, si de veras la amamos nos alegraremos inmensamente al ver que va a juntarse con su Hijo. Sí, nos alegraremos y le daremos el parabién, a no ser que, como esté lejos de nosotros, quisiéramos mostrarnos ingratos con aquella que nos dio al autor de la gracia. Hoy es recibida la Virgen en la celestial Jerusalén por Aquel a quien ella recibió al venir a este mundo; pero ¿quién será capaz de expresar con palabras con cuánto honor fue recibida, con cuánto gozo, con cuánta alegría? Ni en la tierra hubo jamás lugar tan digno de honor como el templo de su seno virginal, en el que recibió María al Hijo de Dios, ni en el cielo hay otro solio regio tan excelso como aquel al que sublimó hoy para María el Hijo de María. Feliz uno y otro recibimiento, inefables ambos, porque ambos a dos trascienden toda humana inteligencia. ¿Más a qué fin se recita hoy en las iglesias de Cristo aquel pasaje del Evangelio en que se significa cómo la mujer bendita entre todas las mujeres recibió al Salvador? Creo que a fin de que este recibimiento que hoy celebramos se pueda conocer de algún modo por aquél, o, más bien, a fin de que, según la inestimable gloria de aquél, se conozca también que esta gloria es inestimable. Porque ¿quién, aunque pueda hablar con las lenguas de los hombres y de los ángeles será capaz de explicar de qué modo, sobreviniendo el Espíritu Santo y haciendo sombra la virtud del Altísimo, se hizo carne el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas ¿Cómo el Señor de, la majestad, que no cabe en el uni. verso de las criaturas, se, encerró a sí mismo, hecho hombre, dentro de las entrañas virginales?
4. Pero ¿y quién será suficiente para pensar siquiera cuán gloriosa iría hoy la reina del mundo y con cuánto afecto de devoción saldría toda la multitud de los ejércitos celestiales a su encuentro? ¿Con qué cánticos sería acompañada hasta el trono de la gloria, con qué semblante tan plácido, con qué rostro tan sereno, con qué alegres abrazos sería recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura con aquel honor que Madre tan grande merecía, con aquella gloria que era digna de tan gran Hijo? Felices enteramente los besos que imprimía en sus labios cuando mamaba y cuando le acariciaba la madre en su regazo virginal. Mas, ¿por ventura, 110 los juzgaremos más felices los que de la boca del que está sentado a la diestra del Padre recibió hoy en la salutación dichosa, cuando subía al trono de la gloria cantando el cántico de la Esposa y diciendo: Béseme con el beso de su boca? Porque cuanta mayor gracia alcanzó en la tierra sobre todos los demás, otro tanto más obtiene también en los cielos de gloria singular. Y si el ojo no vio ni el oído oyó, ni cupo en el corazón del hombre lo que tiene Dios preparado a los que le aman; lo que preparó a la que le engendró y (lo que es cierto para todos) a la que amó más que a todos, ¿quién lo hablará? Dichosa, por tanto, María, y de muchos modos dichosa, o recibiendo al Salvador o siendo ella recibida del Salvador. En lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es amable la dignación de la Majestad. Entró, dice, Jesús en un castillo y una mujer le recibió en su casa. Pero más bien nos debemos ocupar en las alabanzas, pues se debe emplear este día en elogios festivos. Y pues nos ofrecen copiosa materia las palabras de esta lección del Evangelio, mañana también, concurriendo, nosotros juntamente, será comunicado sin envidia lo que se nos dé de arriba, para que en la memoria de tan grande Virgen no sólo se excite la devoción, sino que también sean edificadas nuestras costumbres para aprovechamiento de la conducta de nuestra vida, en alabanza y gloria de su Hijo, Señor nuestro, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos.
Amén.
Oraciones sobre la Asunción de la Virgen María
El acontecimiento fundamental para tender la mirada hacia el más allá de la muerte es la Resurrección de Cristo. Es muy importante tener presente y viva esa realidad: No estamos aquí para siempre. Lo sabemos pero vivimos como si esto fuera definitivo, y eso no es bueno. Quien vive consciente de que está de camino, avanza mejor. Lo definitivo para nosotros es Dios, es Cristo.
Después de Cristo, tenemos en María el ejemplo de una persona humana que ya llegó al término. Una persona como nosotros está allá. Eso es lo que celebramos en esta solemnidad. Debemos mirar a “lo último”, no con miedo, sino con esperanza. Nos dice San Pablo: ” Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. O Santa Teresa que escribió: ” Muero porque no muero”.
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Alégrate y gózate Hija de Jerusalén
mira a tu Rey que viene a ti, humilde,
a darte tu parte en su victoria.
Eres la primera de los redimidos
porque fuiste la adelantada de la fe.
Hoy, tu Hijo, te viene a buscar, Virgen y Madre:
“Ven amada mía”,
te pondré sobre mi trono, prendado está el Rey de tu belleza.
Te quiero junto a mí para consumar mi obra salvadora,
ya tienes preparada tu “casa” donde voy a celebrar
las Bodas del Cordero:
• Templo del Espíritu Santo
• Arca de la nueva alianza
• Horno de barro, con pan a punto de mil sabores.
Mujer vestida de sol, tu das a luz al Salvador
que empuja hacia el nuevo nacimiento
Dichosa tú que has creído, porque lo que se te ha dicho
de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido.
María Asunta, signo de esperanza y de consuelo,
de humanidad nueva y redimida, danos de tu Hijo
ser como tú llenas del Espíritu Santo,
para ser fieles a la Palabra que nos llama a ser,
también como tú, sacramentos del Reino.
Hoy, tu sí, María, tu fiat, se encuentra con el sí de Dios
a su criatura en la realización de su alianza,
en el abrazo de un solo sí.
Amén.
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
Oda a la Asunción
Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
De ángeles sois llevada
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada:
¡ Tal Reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna!
Volved los blancos ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
a este valle de abrojos,
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.
Que, si con clara vista,
miráis las tristes almas desde el suelo,
con propiedad no vista,
las subiréis de un vuelo,
como piedra de imán al cielo, al cielo.
Fray Luis de León
Novena a la Asunción de la Virgen María
Justo después de esas palabras del Papa proclamando el Dogma, un rayo de sol bañó la Basílica de San Pedro.
La solemne definición del dogma de la asunción de María fue proclamada en 1950 por Pío XII con la constitución apostólica Munificentissimus Deus (MD)
El 15 de agosto se celebra la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María y el 6 de agosto comienza su novena.
Día primero
Oh, María sin pecado concebida!
la más Preciosa Niña,
Reina de las Maravillas.
Regálame en este día,
hacerme pequeñito,
y siempre ser tu verdadero hijo,
para llegar algún día al Dios de la Vida.
Amén.
En cada día se puede rezar un
Padrenuestro, Ave María y Gloria.
Día segundo
María, princesa desde niña,
sobre la tierra sería ya nuestra guía
y en Tí resplandecería
el cumplimiento de las profecías.
Oh! mi dulce compañía,
guía a este siervo pequeñito,
que nada sería si en él no estaría
la Luz Divina.
Amén.
Día tercero
Vaso purísimo!, Estrella mía!
que hilabas en tu Seno, como Virgen Inmaculada,
al Dios que amabas,
que por Él suspirabas
y que brillaba, en una Niña Casta
que se esposaba como Inmaculada.
Haz que la pureza en mí resplandezca
y que inunde toda la tierra que parece desierta.
Amén.
Día cuarto
Oh, María! del mismo Dios alegría.
Oh, María! a la que el ángel saludaría
y le confiaría la más hermosa noticia,
que en Tí viviría el Dios de la Vida,
el Mesías esperado,
ya anunciado y por los corazones anhelado.
Oh, Lirio Perfumado! por el Señor siempre Santo!
haced que digamos siempre “Sí” y vivamos para Tí,
pues el Buen Dios a Tí nos dió
y desde la Encarnación te señaló
como Corredentora para nos.
Amén.
Día quinto
Madre mía, bella María!
que en tus brazos acunarías,
al Sol que iluminaría nuestras pobres vidas.
Oh, María! cuyos ojos mirarían
con dulzura infinita al Niño que padecería
y nos redimiría en la Cruz un día.
Haz que seamos mansos y humildes de corazón
como lo fue siempre Nuestro Señor.
Amén.
Día sexto
Oh, Madre de Redención!
cáliz de amor!
llévanos al Salvador,
misterio de alegría en el corazón
y en el que palpita la alabanza al Padre Creador.
Haz que la esperanza inunde nuestra alma,
pues es nuestro Dios, escudo de Salvación,
quien es nuestra protección
ya que con Su Sangre nos cubrió
y nos enseñó lo que es el verdadero amor.
Amén.
Día séptimo
Oh, María!, Señora mía!
enséñame en este día,
lo que la caridad sería,
para llegar algún día
a la Tierra Prometida!.
Oh, María!, Rosa Castísima!
muéstrame el camino de la verdad
para que llegue a la santidad
Amén.
Día octavo
Oh, María!, Auxiliadora mia!
haced que el Espíritu Santo,
sea derramado
en esta pobre vasija de barro
y que sea por Él llenada
para purificarla y habitarla,
labrándola a tu semejanza.
Amén.
Día noveno
Oh, Amadísima! oh, Madre mía!
oh, Virgen María!
a la que los ángeles subirían
al Cielo con singular alegría.
Oh María, pináculo de amor!.
Oh, María!
reina hoy en cada corazón,
dándonos tu Inmaculado Corazón,
como Reina del Cielo y la tierra que sos!.
Oh, María, postrado ante Vos,
sólo tuyo soy, como esclavo de amor.
Amén.
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