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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

sábado, 9 de abril de 2011



Informe Especial: la Anunciación



Virgen de la Anunciación, Fiesta Universal ( 25 de marzo)




Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.  El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue.
Relato de la Anunciación: Evangelio según San Lucas (Lc 1,26-38)

MARÍA, NUEVA EVA

Palabras de Juan Pablo II comentando el relato de la Anunciación del Evangelio según San Lucas. Catequesis de Juan Pablo II el 18 de septiembre de 1996.

María y su obediencia

1. El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino.
A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen Gentium, 56).
La Lumen Gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen…» (Adv. Haer., 5, 19, 1)

Obediencia a la fe

2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.
Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El «sí» de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.
El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su “fiat” “ocupando el lugar de toda la naturaleza humana”. Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).

Ejemplo de obediencia al querer divino

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque «oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11, 28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina.
En la encíclica Redemptoris Mater puse de relieve que la nueva maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la primera entre “aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”? Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a responder generosamente a la gracia del Señor.

Importancia de su activa colaboración

4. El concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención»  (Lumen gentium, 56).
Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvación.
María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación, una participación activa en la obra redentora. «Con razón, pues, -afirma el concilio Vaticano II- creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san Ireneo, “por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano” (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.)
María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera «madre de los vivientes» (ib.). Su maternidad, aceptada libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera.

LA FE DE LA VIRGEN MARÍA

Palabras de Juan Pablo II comentando el relato de la Anunciación del Evangelio según San Lucas. Catequesis de Juan Pablo II el 3 de julio de 1996

Luminosa respuesta del Ángel

1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena de Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las bienaventuranzas.
El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 18.34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la concesión de un signo visible.
Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con total disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios», comenta san Agustín (Sermo 291).

Movida por su gran amor

2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciaciones contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narración de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacarías y lo inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en el templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los Santos» (cf. Ex 30, 6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incienso; por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión divina durante una visión. Estas circunstancias particulares favorecen una comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y son un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.
Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe pura.
Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.

Su pregunta manifiesta su fe

3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gn 30, 22), la madre de Sansón (Jc 13, 1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 S 1, 11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de Dios.
María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14), aunque no excluye esta perspectiva, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.
A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Cómo será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional.
Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35), el ángel da la inefable solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virginidad, que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús

Siempre fe para la salvación

4. En la realización del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.
Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe»  (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: «Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293).
El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que al comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió así en padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15, 6; Redemptoris Mater, 14). Al comienzo de la nueva alianza también María, con su fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de la Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de Jesús.
La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso de relieve durante su vida pública (cf. Mc 5, 34; 10, 52; etc.), nos ayuda a comprender también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del género humano.


Significado de la Fiesta de la Anunciación




En los calendarios antiguos, la Fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen María (25 marzo), también se llamó FESTUM INCARNATIONIS, INITIUM REDEMPTIONIS CONCEPTIO CHRISTI, ANNUNTIATIO CHRISTI, ANNUNTIATIO DOMINICA.

En el Oriente, donde la participación de María en la Redención es celebrada como una fiesta especial, la Anunciación es una festividad de Cristo el 26 de diciembre. En la iglesia latina es una celebración mariana. Probablemente se originó brevemente antes o después del concilio de Efesio (c. 431)…
En los tiempos del Sínodo de Laodicea (372) la festifidad no era conocida. San Proclo, Obispo de Constantinopla (d. 446), sin embargo, parece mencionarlo en una de sus homilías. Indica que la festividad de la venida de Nuestro Señor y Salvador, cuando se hizo hombre (quo hominum género indutus), era famosa durante el quinto siglo entero. Esta homilía, sin embargo, puede no ser genuina, o las palabras pueden entenderse como en referencia a la fiesta de Navidad.
En la Iglesia latina esta fiesta se menciona primero en el Sacramentarium del Papa Gelasius (d. 496), de ello poseemos un manuscrito del Siglo VII; también se contiene en el Sacramentarium de San Gregorio (d. 604), un manuscrito de fecha anterior al Siglo VIII. Desde que estos sacramentarios contienen agregados posteriores al tiempo de Gelasius y Gregorio, Duchesne (Origines du culte chrétien, 118, 261) atribuye el origen de esta fiesta en Roma del Siglo VII; Probst, sin embargo, (Sacramentarien, 264) piensa que realmente pertenece al tiempo del Papa Gelasius. El décimo Sínodo de Toledo (656), y Sínodo de Trullan (692) habla de esta festividad, como una de carácter universal celebrada en la Iglesia Católica.
Toda la cristiandad antigua (contra toda posibilidad astronómica) reconoció el 25 de marzo como el día real de la muerte de Nuestro Señor. La opinión que la Encarnación también tuvo lugar en esa fecha se encuentra en el trabajo pseudo-Cyprianico “De Pascha Computus”, c. 240. Allí se defiende que la venida de Nuestro Señor y Su muerte deben de haber coincidido con la creación y caída de Adán. Y desde que el mundo se creó en primavera, el Salvador también fue concebido y murió brevemente después del equinoccio de primavera. Cálculos imaginarios similares se encuentran en la parte tardía de la Edad Media, y de conformidad con ellos, las fechas de la fiesta de la Anunciación y de Navidad comparten su origen.
De allí que los martiriologios antiguos asignan al 25 de marzo a la creación de Adán y a la crucifixión de Nuestro Señor; también ubican allí, la caída de Lucifer, el paso de Israel a través del Mar Rojo y la inmolación de Isaac (Thruston, Navidad y el Christian Calendario, Amer. Eccl. Rev., XIX, 568.)
La fecha original de esta fiesta era el 25 de marzo. Aunque en los tiempos antiguos, la mayoría de las iglesias no guardó ninguna fiesta en Cuaresma, la Iglesia Griega en el Sínodo de Trullan (en 692; 52) hizo una excepción en favor de la Anunciación. En Roma, era siempre celebrado el 25 de marzo.
La Iglesia española lo transfirió al 18 de diciembre, y cuando algunos intentaron introducir para ello la fecha del 25 de marzo, el 18 de diciembre fue oficialmente confirmado en toda la Iglesia Española, por el décimo Sínodo Toledo (656). Esta ley fue abolida cuando la liturgia romana fue aceptada en España.
Desde la iglesia de Milán hasta nuestros días, se asigna el oficio de esta festividasd al último domingo de Adviento. En el 25 de marzo una Misa se canta en honor de la Anunciación (Ordo Ambrosianus, 1906; Magistretti, Beroldus, 136.) Los armenios cismáticos celebran esta fiesta ahora en el 7 de abril. Debido a que para ellos la Epifanía es la fiesta del nacimiento de Cristo, la Iglesia Armenia asignó la Anunciación al 5 de enero, la vigilia de Epifanía.
Esta fiesta siempre fue un día santo de obligación en la Iglesia Universal. Como tal, se abrogó primero para Francia y las dependencias francesas, 9 abril, 1802,; y para los Estados Unidos, por el Tercer Concilio de Baltimore, en 1884. Por un decreto del S.R.C., 23 abril de 1895, el rango de la fiesta se levantó de un doble de la segunda clase a un doble de la primera clase. Si esta fiesta cae dentro de Semana Santa o Semana de Pascua, su oficio se transfiere al lunes después de la octava de Pascua. En algunas iglesias alemanas era costumbre para guardar su oficio para el sábado antes de Domingo de Palmas, siempre que el 25 de marzo ocurriera en Semana Santa.
La Iglesia griega, cuando el 25 de marzo ocurre en uno de los tres días últimos de la Semana Santa, transfiere la Anunciación al lunes de Pascua; para todos los otros días, incluso el Domingo de Pascua, su oficio se mantiene con el del día. Aunque ninguna octava se permite en Cuaresma, las Diócesis de Loreto y de la Provincia de Venecia, las Carmelitas, dominicanos, servitas, y redemptoristas, celebran esta fiesta con una octava.

Con respecto al nombre dado a esta festividad, hubo variantes: Anunciación de la bienaventurada Virgen María, Anunciación del ángel a la bienaventurada Virgen María, etc. En todas ellas, la referencia a María es muy intensa, quedando más atenuada la referencia a Cristo. Con la reforma litúrgica posterior al concilio Vaticano II la festividad ha recobrado su nombre más auténtico, Anunciación del Señor, enfatizando así que la misión de María debe ser vista siempre a la luz de Cristo (LG 67)

SIGNIFICADO TEOLÓGICO

El Evangelio de Lucas- único que nos presenta esta narración- nos ofrece una serie de temas muy importantes para la espiritualidad mariana: la vocación de María, su fe, su pobreza, su dimensión contemplativa, su condición de discípula y su disponibilidad al plan de Dios sobre ella.

Estos temas los distribuye Lucas en torno a los acontecimientos más importantes de la vida de María. Uno de ellos es la Anunciación, precisamente el que da entrada a todos los demás y donde ya en germen aparecen claras las actitudes de María. El relato está cargado de citas y alusiones a los textos del Antiguo Testamento, enlazando así la Antigua Alianza con la Nueva.

Puede dividirse en cuatro partes:


• Marco histórico y saludo a María (1,28-29)

• Anuncio del gran mensaje (1,30-33)

• Explicación del ángel a la pregunta de María (1,34-37)

• Consentimiento de María (1,38)

El relato, según muchos autores, está inscrito dentro del género literario de los anuncios, en particular anuncios de nacimientos, frecuentes en el Antiguo Testamento. Precisamente las constantes alusiones a la Escritura, de que antes hablábamos, y la utilización de géneros, como el midrash, de honda raigambre bíblica, dan a esta narración aparentemente modesta su enclave fundamental en la historia de la salvación.
Es necesario igualmente, para llegar a entender bien el pasaje, verlo dentro de la estructura literaria de los dos primeros capítulos de Lucas en los que se narra:

* Anuncio a Zacarías del nacimiento de Juan (1,5-25)
* Nacimiento de Juan Bautista (1,57ss)

El centro, pues, de esta estructura es Jesús: todas las personas que se mencionan en estos relatos, de un modo u otro, antes o después, vuelven sus ojos a Jesús, centro de la historia de la salvación, meta del pueblo elegido.
Con el primero relacionaremos la Anunciación a María del nacimiento de Jesús, con el segundo el propio nacimiento del Señor.
Es fundamental resaltar el consentimiento de María: María es una persona libre y Dios le pide su consentimiento. No es un mero instrumento pasivo, sino que coopera con su libertad a que se realice el designio divino. Resalta más aún este consentimiento si lo comparamos con otros casos semejantes o similares en el Antiguo Testamento, así como la confianza y fe de María en las palabras del ángel resaltan aún más si las comparamos con las reticencias que expresa Zacarías ante el anuncio del nacimiento del Bautista.
 María se convierte así en el Arca de la Nueva Alianza, nuevo templo de Dios en medio de su pueblo.
Fuentes: Revista Miriam y Enciclopedia católica


Entendiendo el Arte Católico: la Anunciación




Representar la Anunciación es ilustrar dos mundos: el celestial del ángel, y el terrenal de María
La Anunciación, la Salutación del Ángel es una escena situada en las entradas de las basílicas bizantinas, bajo el arco de entrada y en el reverso de los retablos de la baja Edad media. Es un tema central de la vida de Cristo, testimonio directo, evangélico: es la Encarnación del Hijo de Dios, el primer acto en la obra de la redención.





La festividad se celebra el 25 de Marzo, nueve meses antes de la Natividad, fiesta muy popular entre las órdenes religiosas, con muchas iglesias dedicadas a la Anunciación. Era la fiesta patronal de diferentes gremios, y también la fiesta de la fecundidad para los campesinos.
Su narración, explícita y clara, se encuentra en el Evangelio de san Lucas, 1, 26-38. Es un hecho citado y comentado en algunas historias, de Vicente de Beauvais y en la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine. Influyó notablemente en la iconografía oriental, y es un tema narrado con detalle en los evangelios apócrifos.

UN TEMA COMPLICADO DE REPRESENTAR

Es un tema de gran plasticidad que se detalla profusamente; dos o tres personajes si se añade el Espíritu Santo. Es una representación complicada, que busca el dominio del espacio, el sentido geométrico, la profundidad de la escena, el sentido ascendente del tema, la luz divina, y la Virgen en actitud expectante y orante.
Suele representar dos mundos diferentes, el mundo celestial, el ángel, y el mundo terrenal, pero místico, religiosos, profundo, María.
El ángel mantiene una actitud activa, es el que anuncia el mensaje, en cambio, la Virgen, mantiene una actitud defensiva, de acogida de asombro, por eso se representan las dos figuras con actitudes muy diferentes.
El ángel, expansivo, alado, potente, se presenta rodeado de la luz divina, saluda y anuncia el gran Mensaje de Salvación; María, en cambio, está reclinada, replegada en un rincón, observando con asombro, serena, acogiendo las palabras del enviado de Dios.
Por eso podemos hablar de dos espacios diferentes, asimétricos, en los que los personajes están en dos planos diferentes porque representan dos situaciones, una, explosiva, radiante, vibrante, y otra, serena, reservada, interior.
Cada artista representará la escena con más o menos energía, aplicada al ángel, porque la Virgen es la “Esclava del Señor” que acepta la propuesta del ángel.
A veces, el ángel pierde parte de su protagonismo porque en la escena irrumpe le Espíritu, la fuerza y la presencia lumínica de Dios, en forma de paloma, como un haz de luz desde un cielo radiante, abierto.

MARÍA, PROTAGONISTA

Aunque la Virgen es un personaje lateral, siempre es la protagonista de la escena representada.
La Anunciación a menudo representa a la Virgen junto al pozo, para sacar el agua, o hilando, pero casi siempre hay una alusión a la Virgen en oración, con un libro piadoso, junto a un reclinatorio, un atril, una mesita.
El ángel suele llevar un lirio en sus manos, con vestiduras blancas o claras, alado; y desde el Concilio de Trento se le representa levitando, sobrevolando la estancia porque viene desde lo alto.
Puede ser representado por el báculo del mensajero, influencia de Mercurio, mensajero de Júpiter; un cetro, un lirio blanco, inmaculado, símbolo de pureza y castidad, con tres flores, porque María es Virgen, antes, durante y después del parto.
En la Edad Media el mensaje estaba escrito en una cenefa o en una bandera portada por el ángel. El centro más acentuado se produce en la decoración y en la habitación que cambia y se acomoda al momento histórico y al estilo y detallismo del artista.

DE ROMA A EUROPA

Una breve reseña de la Anunciación desde el siglo V, en el arco triunfal de Santa María la Mayor en Roma. Encontramos la escena en mosaicos, marfiles, arcos triunfales en las iglesias bizantinas rusas, bronces, grupos escultóricos, relieves y centenares de pinturas en tabla y en lienzo.
En el siglo XIV, Giotto, en la Arena de Padua, en 1305; Bernardo Daddi, en el Louvre, Simone Martini en los Uffizzi, en 1333, también varias obras de Tadeo di Bartolo, y Lorenzo Veneciano, en 1371.
En el siglo XV, sólo citar a Della Quercia y Donatello, escultores, pero nos centraremos en la pintura, Fra Angélico, en 1444, en el Convento de san Marco y en el Museo del Prado con la expulsión de Adán y Eva del Paraíso.
También tratan el tema Fra Filippo Lippi, Cosme Tura, Francesco del Cossa, Piero della Francesca, Crivelli, Leonardo da Vinci, Jan Van Eyck, Hans Memling; diferentes libros de Horas y devocionarios, Konrad Witz, Correggio, Andrea del Sarto, ya en el siglo XVI, Parmigianino, Tiziano, Veronés, Tiépolo en el XVII, y un largo etcétera.
Fue un tema reformado por el Concilio de Trento, evitando el realismo excesivo, recreando la escena, más intimista y más mística. Fue Correggio el primero en trabajar el tema en 1525 y fue seguido por Guido Reni, Zurbarán y Murillo; también por Poussin, y en el XIX, en 1850, Dante-Gabriel Rossetti, con “Ecce Ancilla Domini”.

“VIRGEN ANTES, DURANTE, Y DESPUÉS DEL PARTO”

El arcángel Gabriel anuncia a María que va a engendrar un hijo, Jesús, que “será llamado Hijo del Altísimo”. Es el misterio de la Salvación, que comienza su andadura entre nosotros, es la extrañeza de la Virgen María ante esta posibilidad. Es el misterio de la virginidad , obra de la grandeza creadora de Dios.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto que nacerá será santo, y le llamarán Hijo de Dios. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra” (Lc. 1,30, y 1, 35-38).
María es la predestinada desde la eternidad para engendrar al Salvador del mundo, y María acepta esa maternidad divina, acepta y confía en Dios. Estas enseñanzas sobre la Virgen y Madre, son defendidas con ardor por San Bernardo en sus Sermones, y la Iglesia lo defiende desde antiguo como esencial, porque María fue Virgen, antes, durante y después del parto, con una virginidad perpetua, por ser la Madre del Salvador.
Es una verdad revelada, definida solemnemente como dogma desde el tercer concilio de Letrán, celebrado bajo el papa San Martín I, en el año 649, y definido en el canon tercero. Fue redefinido y defendido por el papa Paulo IV en su constitución apostólica, “qum quorundam” en 1555, y confirmado por Clemente VIII en 1603.
Los testimonios directos de San Lucas y de San Mateo son categóricos. (Mt. 1, 18-25 y Lc 1, 26-38). Los textos y la tradición patrística, son abundantes sobretodo desde los siglos III y IV. Desde Tertuliano, Orígenes, Clemente de Alejandría, y desde el Concilio de Nicea y el Concilio de Éfeso.
Los escritos apócrifos, siguiendo la base de san Lucas, adornaron con infinitos detalles la Anunciación del arcángel Gabriel a María, textos que tuvieron mucha influencia en el arte bizantino.
Citamos la Leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine, ya en la Edad Media, que recoge todas las tradiciones sobre el culto a la Virgen y los Santos. En el vol. I, capítulo LI, p. 211-216, nos relata con detalle la Anunciación.
Destaca tres razones por las que la Anunciación debía preceder a la Encarnación: la primera, porque después de la culpa debía venir la reparación, después de la caída, la redención, y después de la soberbia y desobediencia, la aceptación.
La segunda, porque los ángeles son los embajadores de Dios, sus fieles ministros y servidores, por eso son los ministros y servidores de María, la madre de Dios.
La tercera, dice, para reparar la caída de los espíritus angélicos, en parte culpables de la caída del género humano, y por lo tanto, partícipes de la redención. Dios anunció la buena nueva de la encarnación, a una mujer, la Virgen María y la buena nueva de la Resurrección a la Magdalena.
Santiago de la Vorágine realiza un comentario pormenorizado de la salutación del ángel a María, del mensaje y su misteriosa explicación, recalcando “La virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”, eliminando cualquier intermediario, sólo Dios actúa, Dios que es la Luz que ilumina, por eso veremos en las diferentes representaciones, esa luz de Dios, esa fuerza del Espíritu Santo que desciende sobre María.
La Anunciación es una fiesta de la Iglesia, desde el siglo VI, y se celebra el día 25 de Marzo, exactamente 9 meses antes de la Navidad. Podemos encontrar representaciones de la Anunciación en las catacumbas de Priscila en el siglo IV. El arcángel suele llevar un báculo de mensajero, alas, reflejo de las Victorias antiguas aladas.
En Santa María la Mayor, en Roma, y en otras representaciones, la Virgen, está sentada sobre un trono, como una Emperatriz bizantina, es la Virgen Madre de Dios, “Theotokos”. Desde la Edad Media, la teología da paso a los sentimientos, y las representaciones son muy expresivas.
Simone Martini, 1355 y Lorenzetti, 1344, que remarcan la expresión dulce y prudente de la Virgen, con el Espíritu Santo sobre su cabeza, siguiendo el relato evangélico. Desde el siglo XV, ver Filippo Lippi, el arcángel ofrece un lirio a la Virgen, símbolo bíblico y cristiano de la pureza, flor que identifica la figura de la Virgen y de Cristo, también utilizada en las representaciones de los santos, pero que referida a la anunciación, es el símbolo del arcángel Gabriel, también representado por el báculo del mensajero y por un ramo de olivo, en los artistas de la escuela de Siena.

EL ARTE DE FRA GIOVANNI

Guido di Pietro, llamado Fra Giovanni, conocido como el fraile dominico Angélico, nació en Fiésole en 1387. Desde muy joven vivió cerca de Florencia y ya era conocido como pintor. Trabajó en el convento de Fiésole pintando varias de sus celdas.
Todo lo que ganaba con sus pinturas lo entregaba a la comunidad. Ocupó varios cargos, y los gremios de Florencia le hicieron varios encargos. En 1441 pintó en el convento de San Marcos de Florencia y después de 15 años de trabajo, murió en Roma el 18 de Febrero de 1455. Nos ha dejado un catálogo de 150 obras, retablos, pintura mural, varios trípticos, sobre todo el retablo de San Marcos, y varias composiciones de la Anunciación. Su obra es íntegramente pintura religiosa.
Era un santo que pintaba escenas de la vida de Cristo y de la Virgen. Pintaba con gran sencillez, era una persona de gran devoción que expresaba en sus obras a través de un gran domino técnico. Parecía que pintara miniaturas, por el detalle que imprime en todas sus obras. Colores vivos, rostros hermosos, una pintura natural. Fra Angélico conocía los pintores y las técnicas y estilos de su época, pero sus imágenes son originales, naturales y hermosas.
Esta Anunciación que comentamos se encuentra en el Museo del Prado en Madrid, y fue pintada entre 1430 y 1432. La pintura central es la Anunciación del Árcangel Gabriel a la Virgen María.
Es una obra al temple, utilizando una mezcla con yema de huevo, sobre tabla. La parte central es la Anunciación. La Virgen está orando y el ángel se le aparece y le anuncia que va a ser la Madre de Dios. El Espíritu Santo, con su luz, ilumina la escena. Encima de la Virgen, unos arcos muy finos y en el centro de los arcos, el rostro de Dios. A la derecha, al fondo, una habitación para dar profundidad a la composición. A la izquierda, con un paisaje lleno de flores y plantas, Adán y Eva son expulsados del Paraísos.
Se trata, pues, de una obra simbólica que representa la nueva Eva y el nuevo Adán, Jesús encarnado, que nos redime del pecado. Debajo de la composición, una predela, la pieza rectangular, con cinco historias de la Virgen: el Nacimiento, las Bodas, la Visitación a su prima Isabel, la Presentación de Jesús en el templo y la Dormición de la Virgen.
Se trata de una obra llena de símbolos. La luz, la mano de dios, el Espíritu en forma de paloma, el Paraíso perdido por el pecado, el rostro de Dios. Una pintura elegante, con una estancia de gran simplicidad que da al jardín, con unos personajes que llevan unas ropas con colores vivos.
En la parte superior, a modo de techo, la bóveda celestial, parece un cielo lleno de estrellas y con un azul intenso que contrasta con el resto de la obra. Es una obra vistosa y clara, ordenada, que presenta el mensaje con claridad y sencillez.
Unos personajes hermosos, amables, que transmiten serenidad y llaman a la oración y a la piedad. Es una obra contemplativa en la que Fra Angélico oraba y meditaba dando gloria a Dios a través de la contemplación de los misterios de la Salvación.



GHIRLANDAIO Y LEONARDO DA VINCI

También es interesante destacar la Anunciación de Ghirlandaio, pintada en 1482, y que se encuentra en San Gimignano. El artista ha pintado una amplia estancia flanqueada por pilares con capiteles corintios, un mobiliario austero, pero ordenado, con varios libros y una lámpara.
Junto al mueble, la virgen se arrodilla para escuchar la salutación del arcángel, también de rodillas, sobre un pavimento en mármoles. Geometrizado, un arcángel alado, saludando con la mano derecha y con un lirio en la mano izquierda.
Leonardo da Vinci, pintó una Anunciación que se encuentra en los Uffizi, en Florencia. En la entrada de una suntuosa mansión, la Virgen está leyendo un libro sagrado apoyado sobre un suntuoso atril decorado con volutas y pechinas, la Virgen parece algo asustada por la visita repentina del arcángel, que de rodillas delante de ella, apoyándose en un manto de hierbas y flores, le anuncia la buena noticia, y la bendice con la mano derecha, sosteniendo el lirio en la mano izquierda.

LA ANUNCIACIÓN, DE LEONARDO, EN LA GALERIA DE LOS UFFIZI, FLORENCIA

El paisaje, sfumato, difuminado, atmosférico da a la escena una gran luminosidad y una visión muy amplia de la escena. Es una obra que se aparta de los cánones de la pintura de su tiempo, la composición no ha seguido ningún modelo establecido, excepto en los símbolos, pero el arcángel lleva unos rayos como corona, en lugar del nimbo. Al fondo, una visión portuaria llena de detalles.
Leonardo también pintó una pequeña anunciación, una predela, que se encuentra en el Museo del Louvre, en Paris, y que aunque sigue los esquemas tradicionales en la composición, es una obra austera, con un mobiliario muy simple y una Virgen orando, arrodillada con gran devoción.
El lirio ha desaparecido y la mano izquierda del ángel se apoya en la rodilla flexionada. Al fondo, un paisaje montañoso, nebuloso, que introduce un punto de fuga y da amplitud a la obra.

PIERO DELLA FRANCESCA Y EL GRECO

No podemos olvidar la soberbia Anunciación de Piero della Francesca, perteneciente al políptico de San Antonio que se encuentra en Perugia, en la Galería Nacional de Umbría. Una obra piramidal, con el ángel arrodillado, adorando y la Virgen de pie, con los brazos cruzados en oración con un devocionario en la mano derecha.
Un marco de mármoles blancos y rosados, con un punto de perspectiva central, que parece dividir la escena, pero que realza el primer plano de la Anunciación. Un pórtico de columnas lisas con capiteles corintios, y sobre el pórtico, la figura del Espíritu Santo, en una aureola de luz dorada que se dirige hacia la Virgen María.
Esta Anunciación ocupa la parte superior del políptico, pintada hacia 1470 y motivo de estudio y discusión por su estudio de la perspectiva.
Como colofón, comentamos la Anunciación de El Greco, un tema recurrente que el artista representó varias veces. Es una tabla al temple, del políptico de Módena, pintada en 1567. Se encuentra en la Galleria Estende de Módena, y mide 24×18 cm. Es una obra de influencia veneciana, que nos recuerda a Tiziano. Forma parte de un tríptico con una tabla central pintada por las dos caras, y en la tabla central, el monte Sinaí.
A nuestra derecha Adán y Eva ante Dios en el Paraíso, y a nuestra izquierda, la Anunciación, que rompe esquemas y se aparta de la iconografía tradicional sobre el tema. El ángel se presenta ante la virgen María desde la derecha, María gira la cabeza ante su presencia, sonriendo y con un velo que le cubre parte de la cabeza.
Todo son tonos suaves, una obra luminosa, con un rayo de luz que desciende desde lo alto, celestial, y una luz que penetra en la estancia desde una puerta que se abre al fondo. Ángeles y nubes se entremezclan en la luneta superior, semicircular, suavizando la escena. Es una obra trinitaria en cuyo centro aparece la paloma, el Espíritu Santo que ilumina la escena con su luz.
El Greco utiliza colores vivos que resaltan a los personajes sobre un fondo azul, dando una sensación de calidez y ternura. Es una escena íntima, de gran sencillez pero solemne por lo que representa. El Greco gustaba de mezclar colores para dar vida a sus composiciones. La Virgen está sentada, junto a una mesa en la que mantiene abierto u libro piadoso y parece aceptar la Buena Nueva con regocijo: “Alégrate…porque has hallado Gracia delante de Dios”.
Además de esta Anunciación, el Greco pintó una Anunciación que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Budapest. Una obra totalmente diferente a las otras composiciones. El ángel aparece por la derecha, y la Virgen está situada a la izquierda de la obra. Los cuerpos en movimiento, el ángel, en un plano superior, un ángel alado, y la Virgen en un plano inferior, con un giro sorprendido de la cabeza, hacia el ángel. Entre ambas figuras, el Espíritu en forma de paloma, que ilumina el centro de la composición.
En el ángulo inferior derecho, un jarrón con flores, común en muchas composiciones. Los recursos de la luz y de los colores vivos, combinados con los fondos y la decoración, dan a las composiciones de el Greco un aire suave, una hermosura que infunde paz, una tranquilidad de ánimo que pocos artistas han podido plasmar.

CREATIVIDAD CON FIDELIDAD

Se puede afirmar que el arte religioso es fiel a la doctrina que representa y desde el mecenazgo puede expresar su creatividad. Los documentos eclesiales y las Declaraciones de diferentes Concilios, expresan la doctrina sobre la Virgen María con rigor, contundencia y delicadeza hacia la Madre.
La iconografía mariana sigue esas pautas de grandeza y delicadeza hacia la Madre del Salvador. Por eso es interesante centrar el tema en una misma época, para poder comparar la gran diversidad del arte ante la grandeza de la Madre.
Fuente: Forum Libertas


Visiones de la Anunciacion por Maria de Agreda



Estas visiones están contenidas en el libro “Vida de la Virgen María”.

María de Jesús de Ágreda O.I.C. (Ágreda, 2 de abril de 1602 – Ágreda, 24 de mayo de 1665), abadesa del convento de las Madres Concepcionistas de Ágreda, Soria.
También conocida como La Venerable, Sor María, o Madre de Ágreda, fue una escritora y monja concepcionista española.
Confidente y consejera de Felipe IV, se llamaba en el mundo María Coronel y Arana. Perteneció a una familia hidalga y de extremada religiosidad, hasta tal punto que, cuando María tenía dieciséis años, padres e hijos abandonan el mundo y abrazan la vida religiosa; su propia casa quedó convertida en convento y en ella continúa con su madre y su hermana.
Fue adquiriendo fama de santidad y de ser favorecida con revelaciones sobrenaturales y, antes de cumplir los veinticinco años, era elegida abadesa, dispensándole el Papa la falta de edad. Con recursos de la caridad fundó en las afueras de la villa el monasterio de la Inmaculada Concepción, al que se traslada la comunidad en 1633.

CAPITULO VII: PREPÁRASELA ENCARNACIÓN. ADORNOS SIMBÓLICOS DE MARÍA

Grandes son las obras del Altísimo, porque todas fueron y son hechas con plenitud de ciencia y de bondad, en equidad y mesura. Ninguna es manca, inútil ni defectuosa, superflua ni vana: todas son exquisitas y magníficas, como el mismo Señor con la medida de su voluntad quiso hacerlas y conservarlas; y las quiso como convenían, para ser, en ellas conocido y magnificado. Pero todas las obras de Dios ad extra, fuera del misterio de la Encarnación, aunque son grandes, estupendas y admirables, y más admirables que comprensibles, no son más de una pequeña centella despedida del inmenso abismo de la Divinidad. Sólo este gran sacramento de hacerse Dios hombre pasible y mortal es la obra grande de todo el poder y sabiduría infinita, y la que excede sin medida a las demás obras y maravillas de su brazo poderoso; porque en este misterio, no una centella de la Divinidad, pero todo aquel volcán del infinito incendio que Dios es, bajó y se comunicó a los hombres, juntándose con indisoluble y eterna unión a nuestra terrena y humana naturaleza.
Si esta maravilla y sacramento del Rey se ha de medir con su misma grandeza, consiguiente era que la mujer, de cuyo vientre había de tomar forma de hombre, fuese tan perfecta y adornada de todas sus riquezas, que nada le faltase de los dones y gracias posibles, y que todas fuesen tan llenas, que ninguna padeciese mengua ni defecto alguno. Pues como esto era puesto en razón, y convenía a la grandeza del Omnipotente, así lo cumplió con María Santísima, mejor que el rey Asuero con la graciosa Esther, para levantarla al trono de su grandeza. Previno el Altísimo a nuestra Reina María con tales favores, privilegios y dones nunca imaginados de las criaturas, que cuando salió a vista de los cortesanos de este gran Rey de los siglos inmortal, conocieron todos y alabaron el poder divino; y que si eligió una mujer para Madre, pudo y supo hacerla digna para hacerse Hijo suyo. Llegó el día séptimo y vecino de este misterio, y fue llamada y elevada en espíritu la divina Señora, llevada corporalmente por mano de sus santos ángeles al cielo empíreo, quedando en su lugar uno de ellos que la representase en cuerpo aparente. Puesta en aquel supremo cielo, vio la Divinidad con abstractiva visión como otros días; pero siempre con nueva y mayor luz, y misterios más profundos, que aquel objeto voluntario sabe, y puede ocultar y manifestar.
Vistieron luego dos serafines por mandato del Señor a MaríaSantísima una tunicela o vestidura larga, que como símbolo de, su pureza y gracia era tan hermosa y de tan rara candidez y belleza refulgente, que sólo un rayo de luz de los que sin número despedía, si apareciera al mundo, le diera mayor claridad sólo él que todo el número de las estrellas, si fueran soles; porque en su comparación toda luz que nosotros conocemos pareciera obscuridad. Al mismo tiempo que la vestían los serafines, le dio el Altísimo profunda inteligencia de la obligación en que la dejaba aquel beneficio de corresponder a Su Majestad con la fidelidad y amor, y con un alto y excelente modo de obrar, que en todo conocía; pero siempre se le ocultaba el fin que tenía el Señor de recibir carne en su virginal vientre. Todo lo demás reconocía nuestra gran Señora, y por todo se humillaba con indecible prudencia, y pedía el favor divino para corresponder a tal beneficio y favor.
Sobre la vestidura la pusieron los mismos serafines una cintura (símbolo del temor santo que se le infundía) :era muy rica, como de piedras varias en extremo refulgentes, que la agraciaban y hermoseaban mucho. Y al mismo tiempo la fuente de la luz que tenía presente la divina Princesa la iluminó e ilustró para que conociese y entendiese altísimamente las razones por que debe ser temido Dios de toda criatura. Y con este don de temor del Señor quedó ajustadamente ceñida, como convenía a una criatura pura que tan familiarmente había de tratar y conversar con el mismo Criador, siendo verdadera Madre suya.
Conoció luego que la adornaban de hermosísimos y dilatados cabellos recogidos con un rico apretador; y ellos eran más brillantes que el oro subido y refulgente. Y en este adorno entendió se le concedía que todos sus pensamientos de toda la vida fuesen altos y divinos, inflamados en subidísima caridad significada por el oro. Y junto con esto se le infundieron de nuevo hábitos de sabiduría y ciencia clarísima, con que quedas, en ceñidos y recogidos varia y hermosamente estos cabellos en una participación inexplicable de los atributos de ciencia y sabiduría del mismo Dios. Concediéronla también para sandalias o calzado que todos los pasos y movimientos fuesen hermosísimos, y encaminados siempre a los más altos y santos fines de la gloria del Altísimo. Y cogieron este calzado con especial gracia de solicitud y diligencia en el bien obrar para con Dios y con los prójimos, al modo que sucedió cuando con festinación fue a visitar a Santa Isabel y San Juan, con que esta hija del Príncipe salió hermosísima en sus pasos.
Las manos la adornaron con manillas, infundiéndola nueva magnanimidad para obras grandes, con participación del atributo de la magnificencia; y así las extendió siempre para cosas fuertes. En los dedos la hermosearon con anillos, para que con los nuevos dones del Espíritu divino, en las cosas menores o materias más inferiores obrase superiormente con levantado modo, intención y circunstancias, que hiciesen todas sus obras grandiosas y admirables. Añadieron juntamente a esto un collar o banda que le pusieron lleno de inestimables y brillantes piedras preciosas, y pendiente una cifra de tres más excelentes, que en las tres virtudes, fe, esperanza y caridad, correspondía a las tres divinas Personas. Renováronle con este adorno los hábitos de estas nobilísimas virtudes para el uso que de ellas había menester en los misterios de la Encarnación y Redención.
En las orejas le pusieron unas arracadas de oro con gusanillos de plata, preparando sus oídos con este adorno para la embajada que lue go había de oír del santo arcángel Gabriel, y se le dio especial ciencia para que la oyese con atención y respondiese con discreción, formando razones prudentísimas y agradables a la voluntad divina; y en especial para que del metal sonoro y puro de la plata de su candidez resonase en los oídos del Señor, y quedasen en el
pecho de la Divinidad aquellas deseadas y sagradas palabras: Fiat mihi secundum, verbum tuum. Sembraron luego la vestidura de unas cifras que servían como de realces o bordaduras de finísimos matices y oro, que algunas decían:
María, Madre de Dios; y otras, María, Virgen y Madre; mas no se le manifestaron ni descifraron entonces estas cifras misteriosas a ella, sino a los ángeles santos: y los matices eran los hábitos excelentes de todas las virtudes en eminentísimo grado, y los actos que a ellas correspondían sobre todo lo que han obrado todas las demás criaturas intelectuales. Y para complemento de toda esta belleza, la dieron por agua de rostro muchas iluminaciones, que se derivaron en esta divina Señora de la vecindad y participación del infinito ser y perfecciones del mismo Dios: que para recibirle real y, verdaderamente en su vientre virginal, convenía haberle recibido por gracia en el sumo grado posible a pura criatura.
Con este adorno y hermosura quedó nuestra princesa María tan bella y agradable, que pudo el Rey supremo codiciarla.
El último y noveno día de los que más de cerca preparaba el Altísimo, su tabernáculo para santificarle con su venida, determinó renovar sus maravillas y multiplicar las señales, recopilando los favores y beneficios que hasta aquel día había comunicado a la princesa María. Pero de tal manera obraba en ella el Altísimo, que cuando sacaba de sus tesoros infinitos cosas antiguas, siempre añadía muchas nuevas; y todos estos grados y maravillas caben entre humillarse Dios a ser hombre y levantar a una mujer a ser su Madre. Para descender Dios al otro extremo de ser hombre, ni se pudo en sí mudar, ni lo había menester, porque quedándose inmutable en sí mismo, pudo unir a su persona nuestra naturaleza; mas para llegar una mujer de cuerpo terreno a su misma substancia, con que se uniese Dios y fuese hombre, parecía necesario pasar un infinito espacio, y venir a ponerse tan distante de las otras criaturas, cuanto llegaba a avecindarse con el mismo Dios.

CAPITULO VIII: BELLEZA DEL ARCÁNGEL. RETRATO DE MARÍA. JÚBILO DE LA NATURALEZA. SALUTACIÓN ANGÉLICA

Determinado estaba por infinitos siglos, pero escondido en el secreto pecho de la Sabiduría eterna, el tiempo y hora conveniente en que oportunamente se había de manifestar en la carne el gran sacramento de piedad, justificado en el espíritu, predicado a los hombres, declarado a los ángeles y creído en el mundo. Llegó, pues, la plenitud de este tiempo, que hasta entonces, aunque lleno de profecías y promesas, estaba muy vacío; porque le faltaba el lleno de María Santísima, por cuya voluntad y consentimiento habían de tener todos los siglos su complemento, que era el Verbo humanado, pasible y reparador.
Estaba predestinado este misterio antes de los siglos, para que en ellos se ejecutase por mano de nuestra divina Doncella; y estando ella en el mundo no se debía dilatar la redención humana y venida del Unigénito del Padre: pues ya no andaría como de prestado en tabernáculos o ajenas casas; mas viviría de asiento en su templo y casa propia, edificada y enriquecida con sus mismas anticipadas expensas, mejor que el templo de Salomón con las de su padre David.
En esta plenitud de tiempo prefinito determinó el Altísimo enviar su Hijo unigénito al mundo. Y confiriendo (a nuestro modo de entender y de hablar) los decretos de su eternidad con las profecías y testificaciones hechas a los hombres desde el principio del mundo, y todo esto con el estado y santidad a que había levantado a María Santísima, juzgó convenía todo esto así para la exaltación de su santo nombre, y que se manifestase a los santos ángeles la ejecución de esta su eterna voluntad y decreto, y por ellos se comenzase a poner por obra. Habló Su Majestad al santo arcángel Gabriel con aquella voz o palabra que les intima su santa voluntad. Y aunque en el orden común de ilustrar Dios a sus divinos espíritus es comenzar por los superiores, y que aquellos purifiquen e iluminen a los inferiores por su orden hasta llegar a los últimos, manifestando unos a otros lo que Dios reveló a los primeros; pero en esta ocasión no fue así, porque inmediatamente recibió este santo Arcángel del mismo Señor la embajada.
A la insinuación de la voluntad divina estuvo presto San Gabriel, como a los pies del trono, y atento al ser inmutable del Altísimo; y Su Majestad por sí le mandó y declaró la legacía que había de hacer a María, y las mismas palabras con que la había de saludar y hablar: de manera que su primer autor fue el mismo Dios, que las formó en su mente divina, y de allí pasaron al Arcángel, y por él a María purísima. Reveló junto con estas palabras el Señor muchos y ocultos sacramentos de la Encarnación al príncipe Gabriel: y la Santísima Trinidad le mandó fuese y anunciase a la divina Doncella cómo la elegía entre las mujeres para que fuese Madre del Verbo eterno, y en su virginal vientre le concibiese por obra del Espíritu Santo, y quedando ella siempre virgen; y todo lo demás que el paraninfo divino había de manifestar y hablar con su Reina.
Obedeciendo con especial gozo el soberano príncipe Gabriel al divino mandato, descendió del supremo cielo, acompañado de muchos millares de ángeles hermosísimos que le seguían en forma visible. La de este Príncipe y legado era como de un mancebo elegantísimo y de rara belleza; su rostro tenía refulgente y despedía muchos rayos de resplandor; su semblante grave y majestuoso, sus pasos medidos, las acciones compuestas, sus palabras ponderosas y eficaces, y todo él representaba, entre severidad y agrado, mayor deidad que otros ángeles de los que había visto la divina Señora hasta entonces en aquella forma. Llevaba diadema de singular resplandor, y sus vestiduras rozagantes descubrían varios colores, pero todos refulgentes y brillantes; y en el pecho llevaba como engastada una cruz bellísima que descubría el misterio de la Encarnación, a que se encaminaba su embajada, y todas estas circunstancias solicitaron más la atención y afecto de la Reina.
Todo este celestial ejército con su cabeza y príncipe San Gabriel encaminó su vuelo a Nazareth, ciudad de la provincia de Galilea, y a la morada de María Santísima, que era una casa humilde, y su retrete un estrecho aposento desnudo de los adornos que usa el mundo para desmentir sus vilezas y desnudez de mayores bienes. Era la divina Señora en esta ocasión de edad de catorce años, seis meses y diez y siete días: porque cumplió los años a 8 de Septiembre, y los seis meses y diez y siete días corrían desde aquel hasta en que se obró el mayor de los misterios.
La persona de esta divina Reina era dispuesta y de más altura que la común de aquella edad en otras mujeres; pero muy elegante del cuerpo con suma proporción y perfección, el rostro más largo que redondo, pero gracioso, y no flaco ni grueso; el color claro y tantico moreno, la frente espaciosa con proporción, las cejas en arcos perfectísimas, los ojos grandes y graves, con increíble e indecible hermosura y columbino agrado, el color entre negro y verde obscuro; la nariz seguida y perfecta, la boca pequeña y los labios colorados y sin extremo delgados ni gruesos; y toda ella en estos dones de naturaleza era tan proporcionada y hermosa, que ninguna otra criatura humana lo fue tanto. El mirarla causaba a un mismo tiempo alegría y reverencia, afición y temor reverencial: atraía el corazón y le detenía en una veneración suave; movía para alabarla, y enmudecía su grandeza y muchas gracias y perfecciones: y causaba en todos divinos efectos que no se pueden fácilmente explicar; pero llenaba el corazón de celestiales influjos y movimientos que encaminaban a Dios.
Su vestidura era humilde, pobre y limpia, de color plateado, obscuro o pardo que tiraba a color de ceniza, compuesta y aliñado sin curiosidad, pero con suma modestia y honestidad.
Cuando se acercaba la embajada del cielo (ignorándolo ella) estaba en altísima contemplación sobre los misterios que habla renovado el Señor en ella con tan repetidos favores.
Al tiempo de descender a sus virginales entrañas el Unigénito del Padre, se conmovieron los cielos y todas las criaturas. Y por la unión inseparable de las tres divinas Personas, bajaron todas con la del Verbo, que sólo había de encarnar. Y con el Señor y Dios de los ejércitos salieron todos los de la celestial milicia, llenos de invencible fortaleza y resplandor. Y aunque no era necesario despejar el camino, porque la Divinidad lo llena todo y está en todo lugar y nada le puede estorbar; con todo eso, respetando, los cielos materiales a su mismo Criador, le hicieron reverencia, y se abrieron y dividieron todos once con los elementos inferiores: las estrellas se innovaron en su luz, la luna y sol con los demás planetas apresuraron el curso al obsequio de su Hacedor, para estar presentes a la mayor de sus obras y maravillas.
En las demás criaturas hubo también su renovación y mudanza. Las aves se movieron con cantos y alborozo extraordinario; las plantas y los árboles se mejoraron en sus frutos y fragancia, y respectivamente todas las demás criaturas sintieron o recibieron alguna oculta vivificación y mudanza. Pero quien la recibió mayor fueron los Padres y santos que estaban en el limbo, adonde fue enviado el arcángel San Miguel para que les diese tan alegres nuevas, y con ellas los consoló y dejó llenos de júbilo y nuevas alabanzas. Sólo para el infierno hubo nuevo pesar y dolor; porque al descender el Verbo eterno de las alturas sintieron los demonios una fuerza impetuosa del poder divino, que les sobrevino como las olas del mar, y dio con todos ellos en lo más profundo de aquellas cavernas tenebrosas, sin poderlo resistir ni levantarse.
Para ejecutar el Altísimo este misterio entró el santo arcángel Gabriel en el retrete donde estaba orando María Santísima, acompañado de innumerables ángeles en forma humana visible, y respectivamente todos refulgentes con incomparable hermosura. Era jueves a las siete de la tarde, al obscurecer la noche.
Vióle la divina Princesa, y miróle con suma modestia y templanza, no más de lo que bastaba para reconocerle por ángel del Señor.
Saludó el santo Arcángel a nuestra Reina y suya, y la dijo: Ave, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus. Turbóse sin alteración la más humilde de las criaturas oyendo esta nueva saluta ción del ángel. Y la turbación tuvo en ella dos causas: la una, su profunda humildad con que se reputaba por inferior a todos los mortales, y oyendo, al mismo tiempo que juzgaba de sí tan bajamente, saludarla y llamarla bendita entre todas las mujeres, le causó novedad. La segunda causa fue que al mismo tiempo, cuando oyó la salutación y la confería en su pecho como la iba oyendo, tuvo inteligencia del Señor que la elegía para Madre suya, y esto la turbó mucho más, por el concepto que de si tenía formado. Y por esta turbación prosiguió el ángel declarándole el orden del Señor y diciéndola: No temas, María, porque hallaste gracia en el Señor: advierte que concebirás un hijo en tu vientre, y le parirás, y le pondrás por nombre Jesús; será grande, y será llamado Hijo del Altísimo.
Sola nuestra humilde Reina pudo dar la ponderación y magnificencia debida a tan nuevo y singular sacramento: y como conoció su grandeza, dignamente se admiró y turbó. Pero convirtió su corazón al Señor, que no podía negarle sus peticiones, y en su secreto le pidió nueva luz y asistencia para gobernarse en tan arduo negocio; porque la dejó el Altísimo para obrar este misterio en el, estado común de la fe, esperanza y caridad, suspendiendo otros géneros de favores y elevaciones interiores que frecuente o continuamente recibía. En esta disposición replicó y dijo a San Gabriel lo que refiere San Lucas:¿Cómo ha de ser esto de concebir y parir hijo, porque ni conozco varón ni lo puedo conocer? Al mismo tiempo representaba en su interior al Señor el voto de castidad que había hecho, y el desposorio que Su Majestad habla celebrado, con ella. Respondióla el santo príncipe Gabriel: Señora, sin conocer varón, es fácil al poder divino haceros madre.
Consideró y penetró profundamente esta gran Señora el campo tan espacioso de la dignidad de Madre de Dios para comprarle con un fiat: vistióse de fortaleza más que humana, y gustó y vio cuán buena era la negociación y comercio de la Divinidad. Entendió las sendas de sus ocultos beneficios, adornóse de fortaleza y hermosura. Y habiendo conferido consigo misma y con el paraninfo celestial Gabriel la grandeza de tan altos y divinos sacramentos; estando muy capaz de la em bajada que recibía, fue su purísimo espíritu absorto y elevado en admiración, reverencia y sumo intensísimo amor del mismo Dios: y con la fuerza de estos movimientos y afectos soberanos, como con efecto connatural de ellos, fue su casto corazón casi prensado y comprimido con una fuerza que le hizo destilar tres gotas de su purísima sangre, y puestas en el natural lugar para la concepción del cuerpo de Cristo Señor nuestro, fue formado de ellas por la virtud del divino y santo Espíritu; de suerte que la materia de que se fabricó la humanidad del Verbo para nuestra redención, la dio y administró el corazón de María a fuerza de amor, real y verdaderamente. Y al mismo tiempo, con humildad nunca; harto encarecida, inclinando un poco la cabeza y juntas las manos, pronunció aquellas palabras que fueron el principio de nuestra reparación: Ecce ancilla Domini, fiati mihi secundum verbum tuum.
Sucedió esto en viernes a 25 de Marzo al romper del alba, o a los crepúsculos de la luz, a la misma hora que fue formado nuestro primer padre Adán, y en el año de la creación del mundo de 5199, como lo cuenta la Iglesia romana en el Martirologio, gobernada por el Espíritu Santo. Esta cuenta es la verdadera y cierta; y así se me ha declarado, preguntándolo por orden de la obediencia. Y conforme a esto el mundo fue criado por el mes de Marzo, que corresponde a su principio de la creación: y porque las obras del Altísimo todas son perfectas y acabadas; las plantas y los árboles salieron de la mano de Su Majestad con frutos, y siempre los tuvieran sin perderlos, si el pecado no hubiera alterado a toda la naturaleza.


Visiones de la Anunciación por María Valtorta




María Valtorta es una mística italiana que nos dejó relatos de la vida de Jesús y María en la tierra. Escribió sin interrupción desde 1943 hasta 1947. Aun en las fases agudas de su enfermedad y, a veces, entre dolores atroces, no dictó nunca. Ella misma reconoció que no dispuso de medio humano alguno para elaborar sus escritos: absolutamente todo le fue dictado o revelado en visiones, que ella transcribió en sus escritos.

Su obra mayor es “El Evangelio como me ha sido revelado”. En sus diez volúmenes narra el nacimiento y la infancia de María y de su hijo Jesús, los tres años de la vida pública de Jesús, su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, Pentecostés, los albores de la Iglesia y la Asunción de María.
De ese libro es que extractamos el relato de la Anunciación.


LA ANUNCIACIÓN

Lo que veo. María, muchacha jovencísima (al máximo quince años a juzgar por su aspecto), está en una pequeña habitación rectangular; verdaderamente, una habitación de jovencita. Contra una de las dos paredes más largas, está el lecho: una cama baja, sin armadura, cubierta por gruesas esteras o tapetes — diríase que éstos están extendidos sobre una tabla o sobre un entramado de cañas porque están muy rígidos y sin pliegues como los de nuestras camas —. Contra la otra pared, un estante con una lámpara de aceite, unos rollos de pergamino y una labor de costura — parece un bordado — cuidadosamente doblada.
A uno de los lados del estante, hacia la puerta, que da al huerto, abierta ahora, aunque tapada por una cortina que se mueve movida por un ligero vientecillo, en un taburete bajo está sentada la Virgen. Está hilando un lino candidísimo y suave como la seda. Sus manitas, sólo un poco más oscuras que el lino, hacen girar rápidamente el huso. Su carita juvenil, preciosa, está ligeramente inclinada y ligeramente sonriente, como si estuviera acariciando o siguiendo algún dulce pensamiento.
Hay un gran silencio en la casita y en el huerto. Y mucha paz, tanto en la cara de María como en el espacio que la rodea. Paz y orden. Todo está limpio y ordenado. La habitación, de humildísimo aspecto y mobiliario, casi desnuda como una celda, tiene un aire austero y regio, debido a su gran limpieza y a la cuidadosa colocación de la cobertura del lecho, de los rollos, de la lámpara y del jarroncito de cobre que está cerca de ésta con un haz de ramitas floridas dentro, ramitas de melocotonero o de peral, no lo sé; lo que sí está claro es que son de árboles frutales, de un blanco ligeramente rosado.
María comienza a cantar en voz baja. Luego alza ligeramente la voz. No llega al pleno canto, pero su voz ya vibra en la habitación, sintiéndose en aquélla una vibración del alma. No entiendo la letra, que sin duda es en hebreo, pero, dado que, de vez en cuando repite “Yeohveh”, intuyo que se trata de algún canto sagrado, acaso un salmo. Quizás María recuerda los cantos del Templo. Debe tratarse de un dulce recuerdo. Efectivamente, deja sobre su regazo sus manos, y con ellas el hilo y el huso, y levanta la cabeza para apoyarla en la pared, hacia atrás. Su rostro está encendido de un lindo rubor; los ojos, perdidos tras algún dulce pensamiento, brillantes por un golpe de llanto, que no los rebosa pero sí los agranda. Y, a pesar de todo, loa ojos ríen, sonríen ante ese pensamiento que ven y que los abstrae de lo sensible. Resaltando de su vestido blanco sencillísimo, circundado por las trenzas, que lleva recogidas como corona en torno a la cabeza, el rostro rosado de María parece una linda flor.

El canto pasa a ser oración:

-Señor Dios Altísimo, no te demores más en mandar a tu Siervo para traer la paz a la tierra. Suscita el tiempo propicio y la virgen pura y fecunda para la venida de tu Cristo.
Padre, Padre santo, concédele a tu sierva ofrecer su vida para esto.
Concédeme morir tras haber visto tu Luz y tu Justicia en la Tierra, sabiendo que la Redención se ha cumplido.
¡Oh, Padre Santo, manda a la Tierra el Suspiro de los Profetas!
Envía el Redentor a tu sierva.
Que cuando cese mi día se me abra tu Casa por haber sido abiertas sus puertas por tu Cristo para todos aquellos que en ti hayan esperado.
Ven, ven, Espíritu del Señor.
Ven a los fieles tuyos que te esperan.
 ¡Ven, Príncipe de la Paz!…

María se queda así ensimismada…

La cortina late más fuerte, como si alguien la estuviera aventando con algo o quisiera descorrerla. Y una luz blanca de perla fundida con plata pura hace más claras las paredes tenuemente amarillentas, hace más vivos los colores de las telas, más espiritual el rostro alzado de María. En la luz se prosterna el Arcángel. La cortina no ha sido descorrida ante el misterio que se está verificando; es más, ya no late: pende, rígida, pegada a las jambas, separando, como una pared, el interior del exterior.

El Arcángel necesariamente debe adquirir un aspecto humano; pero es un aspecto ultra-humano.

¿De qué carne está compuesta esta figura bellísima y fulgurante?
¿Con qué sustancia la ha materializado Dios para hacerla sensible a los sentidos de la Virgen?
 Sólo Dios puede poseer estas substancias y usarlas de esa manera perfecta.

Es un rostro, es un cuerpo, son ojos, boca, cabellos y manos como las nuestras; pero no se trata de nuestra opaca materia: es una luz que ha tomado color de carne, de ojos, de cabellera, de labios, una luz que se mueve y sonríe y mira y habla.
-¡Salve, María, llena de Gracia, salve! -La voz es un dulce arpegio como de perlas chocadas contra un metal precioso.
María se estremece y baja la mirada.

Su estremecimiento aumenta cuando ve a la fúlgida criatura arrodillada aproximadamente a un metro de distancia de Ella, con las manos cruzadas sobre el pecho, mirándola con una veneración infinita.

María, repentinamente, se pone en pie y aprieta su cuerpo contra la pared. Palidece y se ruboriza alternativamente. Su rostro expresa estupor y turbación. Inconscientemente aprieta sus manos contra el pecho escondiéndolas en las anchas mangas. Se recoge sobre sí misma como queriendo esconder lo más posible su cuerpo: un acto de delicado pudor.

-No. No temas. ¡El Señor está contigo! ¡Bendita tú entre todas las mujeres!.
A pesar de estas palabras, María sigue temiendo.

¿De dónde viene ese ser extraordinario?
¿Es un enviado de Dios, o del Engañador?
-¡No temas, María! -insiste el Arcángel -Yo soy Gabriel, el Ángel de Dios.
 Mi Señor me ha enviado a ti.
No temas, porque has hallado gracia ante Dios.
Tú concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre “Jesús”.
Será grande, será llamado Hijo del Altísimo, y verdaderamente lo será.
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin nunca.
Comprende, santa Virgen amada del Señor, Hija bendita suya, llamada a ser Madre de su Hijo, comprende qué Hijo vas a engendrar.
-¿Cómo puede suceder esto si yo no conozco hombre?
 ¿Acaso el Señor ya no acoge el ofrecimiento de su sierva?
¿Es que ya no quiere que sea virgen por amor a Él?.
-No vas a ser madre por obra de varón, María.
Tú eres la eterna Virgen, la Santa de Dios.
 El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Por eso, Santo se llamará el que nacerá de ti, e Hijo de Dios.
Todo lo puede el Señor, Dios nuestro.
Isabel, la estéril, en su vejez ha concebido un hijo que será el Profeta de tu Hijo, el que preparará sus caminos.
El Señor la ha liberado de su oprobio y su memoria quedará en las gentes unida a tu nombre, como el nombre de su hijo al de tu Hijo Santo, y hasta el final de los siglos las gentes os llamarán bienaventuradas por la gracia del Señor que habéis recibido, y a ti especialmente, María, porque habrán recibido la Gracia por medio de ti.
Isabel está ya en su sexto mes, y su peso, paradójicamente, la regocija, y más aún la regocijará cuando conozca el motivo de tu gozo.
Para Dios nada es imposible, María, llena de Gracia.
 ¿Qué debo responderle a mi Señor?
No te turbe ningún tipo de pensamiento.
Él tutelará tus intereses si te pones en sus manos.
¡El mundo, el Cielo, Dios eterno esperan tu respuesta!.
María, cruzando a su vez sus manos sobre el pecho e inclinándose con gesto reverente dice:
-He aquí la esclava de Dios. Hágase de mí según su palabra.


El Ángel resplandece de alegría y se pone en actitud adorante, puesto que, sin duda, ve al Espíritu de Dios descender sobre la Virgen, inclinada en gesto de adhesión; luego desaparece sin mover la cortina, dejándola cerrada cubriendo el Misterio santo.


Visiones de la Anunciación por Ana Catalina Emmerick




La Beata Ana Catalina Emmerick fue una monja católica agustina, mística, estigmatizada y visionaria alemana que vivió en el siglo XVIII Y XIX, y que tuvo las visiones que luego dieron origen al libro la “Vida de María”. Estos Párrafos corresponden a parte de ese libro. Las visiones de Emmerick fueron compiladas por Clemens María Brentano.

Las Visiones de Emmerich se usaron durante el descubrimiento de la casa de la Virgen María en una colina cerca de la ciudad de Éfeso, y fueron también usadas por Mel Gibson para su film “La Pasión de Cristo”.
Una vez que hubo entrado, la Santísima Virgen se ubicó tras la mampara de su lecho; allí se puso un largo vestido de lana blanca con un ceñidor ancho y cubrió su cabeza con un velo blanco amarillento. La servidora, mientras tanto, trajo un candil y encendió un lámpara de varios brazos que colgaba del techo. Entonces la Santísima Virgen tomó una mesita baja ubicada junto a una pared y la colocó en el centro de la habitación. Un tapete rojo y azul con una figura bordada en su parte media (ya no recuerdo si se trataba de una letra o de un ornamento) cubría la mesita. Sobre ésta había un rollo de pergamino escrito.
La mesa se encontraba entre el lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto por una alfombra. La Virgen Santísima colocó delante de sí un pequeño cojín redondo sobre el cual se arrodilló, ambas manos apoyadas sobre la mesita. La puerta de la habitación estaba delante de ella y a su derecha; ella daba su espalda al lecho.

María cubrió su rostro con el velo y juntó las manos frente al pecho, mas sin entrecruzar los dedos. Así la vi mucho tiempo, orando con ardor: invocaba la Redención, la venida del Rey prometido a Israel, imploraba también tener parte en tal misión. Permaneció largo rato de rodillas, arrebatada en éxtasis. Luego inclinó su cabeza sobre el pecho.
Entonces del techo de la habitación y en línea algo sesgada, bajó una masa tan grande de luz que me obligó a volver el rostro hacia el patio donde estaba la puerta. En medio de esa luz vi un joven resplandeciente, flotante la rubia cabellera, descender a través del aire hasta llegar junto a ella: era el ángel Gabriel. Le habló y vi salir las palabras de su boca como letras de fuego. Pude leerlas y comprender su significado. María torció un tanto hacia la derecha su rostro velado. En su modestia no llegó a mirar al ángel, quien continuó hablándole. Entonces, y como quien obedece una orden, María dirigió sus ojos hacia él, levantó un poco el velo y le respondió. El ángel volvió a hablar. María alzó totalmente el velo, miró al ángel y pronunció las palabras sagradas:
“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
La Virgen Santísima se hallaba en éxtasis profundo. La cámara estaba inundada de luz. Ya no podía ver el resplandor de la lámpara ni el techo de la cámara. El cielo parecía abierto y mis ojos siguieron por sobre el ángel una ruta luminosa, en cuyo término contemplé la Santísima Trinidad como un triángulo de luz cuyos rayos se penetran recíprocamente. En ello reconocí el misterio que excede toda definición y sólo permite ser adorado: Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y sin embargo un sólo Dios Todopoderoso.
Al decir la Santísima Virgen “Hágase en mí según tu palabra” observé la aparición alada del Espíritu Santo que, sin embargo, no se asemejaba a la representación ordinaria bajo la forma de paloma. Su cabeza tenía algo de humano.

La luz irradiaba hacia ambos lados. Semejantes a alas, tres torrentes luminosos partían de allí para juntarse en el costado derecho de la Virgen Santísima.
Cuando esta irradiación la penetró, ella misma quedó resplandeciente, diáfana. Como la noche se retira ante la llegada del día, así la opacidad desapareció de su cuerpo. La plenitud de luz hizo que ya nada en ella fuese obscuro u opaco. Resplandecía, completamente bañada por la claridad.
Luego el ángel desapareció: la vía luminosa de la que había salido dejó de ser visible. Era como si el cielo hubiese aspirado y aquel fulgor se hubiese recogido en su seno… Tras la desaparición vi a la Santísima Virgen en intenso arrobamiento, ensimismada por completo. Conocía y adoraba en ella la Encarnación del Salvador: era como un pequeño cuerpo humano luminoso, totalmente formado y provisto de todos su miembros.
Aquí en Nazareth sucede al contrario que en Jerusalén. En Jerusalén las mujeres deben permanecer en el atrio sin poder penetrar en el Templo, pues sólo los sacerdotes tiene acceso al Santuario. Pero en Nazareth, una Virgen es ella misma el Templo, ya que el Santo de los Santos está en él. El Sumo Sacerdote está en ella, la única que tiene acceso a El. ¿Qué conmovedor y maravilloso es todo esto, y al mismo tiempo, tan simple y natural! Las palabras de David en el Salmo 45 han encontrado cumplimiento: “El Altísimo ha santificado su Tabernáculo. Dios está en su interior y no vacilará”.

Angelus Domini




El Ángelus Domini es la oración tradicional con que los fieles conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un recuerdo del acontecimiento salvífico por el que, según el designio del Padre, el Verbo, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María.

La recitación del Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del pueblo cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices. En algunos ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no favorecen la recitación del Ángelus, pero en otros muchos las dificultades son menores, por lo cual se debe procurar por todos los medios que se mantenga viva y se difunda esta devota costumbre, sugiriendo al menos la recitación de tres avemarías. La oración del Ángelus, por “su sencilla estructura, su carácter bíblico,… su ritmo casi litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su apertura al misterio pascual,… a través de los siglos conserva intacto su valor y su frescura”.
“Incluso es deseable que, en algunas ocasiones, sobre todo en las comunidades religiosas, en los santuarios dedicados a la Virgen, durante la celebración de algunos encuentros, el Ángelus Domini… sea solemnizado, por ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la proclamación del Evangelio de la Anunciación” y el toque de campanas.
V. El ángel del Señor anunció a María.
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
V. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
V. El Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
 Amén.

ORACIÓN A DIOS PADRE MISERICORDIOSO

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones para que quienes hemos conocido la Encarnación de tu Hijo, por el anuncio del Ángel, lleguemos, por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección.
Por Jesucristo nuestro Señor.

El Magnificat

Catequesis de Juan Pablo II
En el Magníficat (Lc 1, 46-55) María celebra la obra admirable de Dios

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.
2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.
4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.
5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[Audiencia general del Miércoles de 6 de noviembre 1996]

46 Proclama mi alma la grandeza del Señor,
47 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
48 porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
49 porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
50 y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
51 Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
52 derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
53 a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
54Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
55-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Peregrinando con María Santísima



P. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A. Amén.

P. Señor, te adoramos y te bendecimos.
A. Porque en la obra de la salvación asociaste a la Virgen Madre.

P. Contemplamos tu “fiat”, Santa María.
A. Para seguirte en el camino de la fe.

ORACIÓN INICIAL

Oh Virgen Santísima,
Madre de Dios,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
míranos clemente en esta hora.
Virgo fidélis, Virgen fiel,
ruega por nosotros.
Enséñanos a creer como has creído Tú.
Haz que nuestra fe
en Dios, en Cristo, en la Iglesia,
sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.
Mater amábilis, Madre digna de amor.
Mater pulchrae dilectiónis, Madre del Amor Hermoso,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos
como les amas Tú;
haz que nuestro amor a los demás
sea siempre paciente, benigno, respetuoso.
Causa nostrae laetítiae, Causa de nuestra alegría,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a saber captar, en la fe,
la paradoja de la alegría cristiana,
que nace y florece en el dolor,
en la renuncia,
en la unión con Tu Hijo Crucificado:
¡haz que nuestra alegría
sea siempre auténtica y plena
para podérsela comunicar a todos! Amén.

SE REZA LA PRIMER SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!
V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN

Oh María,
Aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
A Ti confiamos la causa de la vida:
Mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creemos en tu Hijo
sepamos anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzanos la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda nuestra existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.

Luego de rezar el contenido de la Oración a Maria Santísima escrita por el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II se pide la primera gracia que se desea obtener (…).

V.Ruega por nosotros, Madre de Dios y Madre de Misericordia.
R.Te rogamos nos concedas la gracia que te pedimos por Amor de Dios.

SE REZA LA SEGUNDA SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!
V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN

María,
Madre de Misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en Misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que Él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Luego de rezar  el contenido de la Oración a María Santísima escrita por el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II se pide la segunda gracia que se desea obtener (…).

V.Ruega por nosotros, Madre de Dios y Madre de Misericordia.
R.Te rogamos nos concedas la gracia que te pedimos por Amor de Dios.

SE REZA LA TERCER SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!
V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración

Santa María, Madre de Dios y Madre de Misericordia,
Tú has dado al mundo la verdadera Luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.

Luego de rezar el contenido de la Oración a María Santísima escrita por el Santo Padre Benedicto XVI se pide la tercera gracia que se desea obtener (…).

V.Ruega por nosotros, Madre de Dios y Madre de Misericordia
R.Te rogamos nos concedas la gracia que te pedimos por Amor de Dios.

SEÑAL DE LA CRUZ

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hoy es del Divino Amor




Hoy es del divino amor
la encarnación amorosa,
fineza que es tan costosa
que a las demás da valor.
¿Qué bien al mundo no ha dado
la encarnación amorosa,
si aun la culpa fue dichosa
por haberla ocasionado?
Ni ella sola ser podía
causa, que, si se repara,
para que Dios encarnara
bastaba sólo María.
Aunque de ser encarnado
pudo ser doble el motivo:
de todos por compasivo,
de ella por enamorado.
Y así al bajar este día
al suelo por varios modos,
fue por la culpa de todos
y la gracia de María. Amén.

Caminata de la Virgen de la Encarnación




Para casos extremadamente difíciles
No se debe hablar cuando se está rezando.
Se comienza el día 25 de marzo y se termina el 25 de diciembre.
Se está caminando mientras se reza.

Con licencia eclesiástica

*Se reza la primera salve.

Oración:

Oh Virgen de la Encarnación, mil veces te saludamos, mil parabienes te damos por el gusto que tuviste cuando Dios en ti encarnó, pues eres tan poderosa oh Virgen y Madre de Dios, concédeme lo que te pido por amor de Dios, por amor de Dios.
SE MEDITA Y SE PIDE LA PRIMERA GRACIA

*Se reza la segunda salve

Se repite la Oración: oh Virgen de la encarnación…

SE MEDITA Y SE PIDE LA SEGUNDA GRACIA

*Se reza la tercera salve

Se repite la Oración: oh Virgen de la encarnación…

SE MEDITA Y SE PIDE LA TERCERA GRACIA

Oración Final: 

Acordaos oh piadosísima María que jamás se ha oído decir que persona que a vos se acogiere y pidiese socorro, hubiese salido desamparada, animada con tal confianza a vos acudo, oh Virgen de la encarnación. Oh madre de mi señor Jesucristo, a vos vengo, a vos me presento con temor de mis pecados, no queráis menospreciar mis oraciones y mis palabras oh Madre mía, por el Misterio de tu Santísima Encarnación oídlas y cumplidlas con misericordia, por amor de Dios, Amén.
Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar en el cielo, en la tierra y en todo lugar.
Se reza un Ave María por la persona propagadora de esta caminata.



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