Ya va entrando la primavera.
Después de los meses de lluvia, de frío, nos parece que es la estación más bonita del año:
por sus flores, por la claridad del sol, ese sol que calienta pero no quema, por esas energías vitales que surgen en nosotros.
Sí, es la estación más bonita del año.
No queremos pensar en los frutos que tienen que venir, solamente gozar el presente.
En la vida también hay etapas de primavera, cuando uno sale de una crisis de cualquier tipo, bien sea:
una enfermedad, una crisis sicológica, una crisis espiritual, una crisis de relación...,
y nos sentimos como perros apaleados, convalecientes, que lo único que queremos es que nos dejen tranquilos con el poquito de luz, de fuerza, de energía que estamos recibiendo en ese momento.
Y en ese momento el seguir adelante, el ponerse nuevas metas, el seguir caminando, el saber que no estamos hechos ni la situación está totalmente completa, nos parece algo tan terrible y tan duro de soportar que es casi un insulto.
Pues bien, el hombre, el ser humano, varón o mujer, a pesar de que tiene que disfrutar y recuperarse en estos tiempos de primavera, tiene también que seguir avanzando como las estaciones.
Será tiempo de flores , pero tiene que llegar el tiempo de los frutos.
No nos podemos quedar en la primavera de las relaciones, donde nos gustamos simplemente, pero no nos aceptamos a fondo, incluso con nuestras limitaciones y nuestros límites.
No podemos quedarnos simplemente con la convivencia actual de Dios sin profundizar más en su misterio;
ni en el conocimiento que tenemos de nosotros mismos;
ni tampoco siquiera en nuestro nivel profesional.
El hombre es una larga marcha hacia adelante, y es necesario el ir caminando a través de retos, a través quizá de dificultades; saber vivir la primavera pero no quedarse en ella, saber ir avanzando.
Para comprender cómo funciona este proceso, y por qué es necesario, les voy a ofrecer una historia que me ha llegado de una manera muy singular.
Se está haciendo una cadena de amigos en todo el mundo, y la muestra de esta amistad es enviar este texto para que sirva de estímulo y a la vez de compromiso para seguir enviándolo a otros amigos.
Como yo considero que ustedes -los que tienen la paciencia y el humor de leer mis artículos- son
amig@s míos, se lo ofrezco a ustedes, como parte integrante de esta cadena.
El texto se llama:
"La lección de la mariposa".
"Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo.
Un hombre se sentó y observó durante varias horas cómo la mariposa se esforzaba para que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.
Tras un rato de esfuerzo del animal, el hombre pensó que ella ya no lograba ningún progreso, le parecía que había ido lo más lejos que podía en su intento, y no podía avanzar más.
Entonces, el hombre decidió ayudar a la mariposa.
Tomó una tijera y cortó el resto del capullo.
La mariposa entonces, salió fácilmente, pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas.
El hombre continuó observándola, porque él esperaba que en cualquier momento, las alas de ella se abrirían y se agitarían para ser capaces de soportar el cuerpo, que a su vez iría tomando forma.
Nada ocurrió.
En realidad la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose, con un cuerpo deforme y alas atrofiadas.
Nunca fue capaz de volar.
Lo que el hombre en su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de la pequeña abertura, era el modo por el cual Dios hacía que el fluído del cuerpo de la mariposa llegara a las alas, de tal forma, que ella estaría pronta para volar una vez que estuviera libre del capullo".
Algunas veces, el esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida.
Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos, Él nos dejaría lisiados, no seríamos tan fuertes como podríamos haber sido, y nunca podríamos volar.
Así pues:
Pedí coraje, y Dios me dio obstáculos que superar.
Pedí amor, y Dios me dio personas que ayudar.
Pedí fuerzas, y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría, y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí prosperidad, y Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar.
Pedí favores, y Dios me dio oprtunidades.
¡No recibí nada de lo que pedí.
Pero recibí todo lo que precisaba!
Esperemos que esta lección nos sirva a todos,
y al mismo tiempo pedir a Dios que nos ayude con nuestras fuerzas físicas a seguir adelante,
y a superarnos especialmente y sobre todo en el amor a nuestros hermanos
en el Señor.
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