Sentí el frío de no contar con ellos. Un frío que enfría el alma.
Me creí libre de ti, Señor, y me encontré esclavo de mí mismo.
Sentí la soledad, aunque estaba con todos. Sentí la tristeza, aunque todos se reían.
Sentí el vacío y todos parecían felices. Hoy vuelvo a Ti, Padre.
Necesito que tus brazos me estrechen. Necesito que tu corazón me devuelva la alegría.
Necesito que tu calor se lleve mi frío. Necesito sentir que me llamas hijo.
Necesito sentir el calor de tu abrazo. Necesito sentir el silencio del no reproche.
Necesito sentir que hoy me dices: “Entra, esta es tu casa. Ponte cómodo y hagamos fiesta”.
Todos hemos tenido nuestras rebeldías interiores.
Todos hemos buscado una libertad al margen de Dios.
Todos hemos tenido nuestras experiencias de irnos de casa.
Todos hemos olvidado alguna vez el corazón y el dolor de nuestro Padre Dios.
Todos hemos tenido momentos de querer llenar nuestros estómagos con las bellotas de los chanchos.
Todos hemos vivido nuestros momentos de terribles vacíos interiores.
Todos hemos tenido esos momentos de regreso a la casa del Padre.
Todos hemos sentido miedo a que nos rechacen y echen de casa al llegar.
Todos hemos sentido, alguna vez, el calor de los brazos amorosos de Dios Padre.
Porque ¿quién de nosotros nunca ha experimentado el frío de la noche sin el calor del hogar paterno?
Porque ¿quién de nosotros no ha pasado por esos momentos en los que, en vez del pan caliente del hogar, hemos alimentado nuestras vidas con las bellotas del placer o de la borrachera o simplemente de prescindir de todo?
Porque, ¿quién de nosotros no ha tenido miedo a regresar o que incluso ha regresado y no siempre ha encontrado unos brazos calientes sino el rechazo y el mal humor de un confesor con dolor de hígado?
Porque, ¿quién no ha experimentado, alguna vez en su vida, unos brazos abiertos y calientes y unos besos que nos han abierto la puerta del regreso y nos han invitado a la mesa de la Eucaristía?
Demasiado tiempo hemos tenido el corazón de ambos hijos. Es el momento de tener el corazón del Padre. Es el momento de amar como el Padre, “como yo os amé”. Es el momento de perdonar como hemos sido perdonados. Y es el momento de descubrir que ser cristianos, ser hijos de Dios, es “celebrar una fiesta y bailar al ritmo de una música”.
Cada mañana bajas saltando las escaleras y echas a correr por el campo cuando me adivinas a lo lejos.
Cada mañana me cortas la palabra, te abalanzas sobre mí y me rodeas con tu abrazo redondo el cuerpo entero.
Cada mañana contratas la banda de músicos y organizas una fiesta por mí por el ancho del mundo.
Cada mañana me dices al oído con voz de primavera: Hoy puedes empezar de cero”. (P. Loidi: Mar Rojo)
Señor: sé que hay mucho de pródigo en mi vida,
también del hermano mayor sin amor.
Ahora quiero compartir la fiesta de mi regreso a casa.
Ahora quiero compartir contigo la fiesta y la mesa que has preparado para mí.
Ahora quiero pedirte un corazón como el tuyo.
Que comprenda a los que un día se han alejado.
Que acepte a los que regresan a tu casa.
Que ame a los que tú mismo has abrazado con tu amor.
También yo quisiera olvidarme de mi corazón de pródigo
y conseguir un corazón de Padre para amar a mis hermanos.
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