Señor, dentro de unos días va a comenzar la estación más bonita del año, la primavera..
Será un tiempo de brotes verdes, de flores, de experiencias, de vitalidad y de fecundidad.
Pasaron los fríos, las nieves.
El sol calienta sin molestar.
Hay por todas partes una luz nueva que envuelve y matiza las cosas sin herir la retina.
La vida se abre paso a borbotones como una fuerza invencible que domina al fin, todos los rigores y todas las dificultades.
Los campos, que parecían muertos en invierno, nos demuestran ahora que trabajaban en silencio para dar a luz los tallos tiernos, esperanza cierta de la cosecha.
Todo el conjunto del mundo animal parece enloquecer de golpe, como queriendo cantar un coro glorioso a la alegría que simplemente existía.
También nuestras fuerzas interiores se ponen en pie a la voz de mando de ese despertar.
Por oscuros conductos biológicos y sicológicos en comandita, surgen impulsos, energías, sentimientos, estímulos, sensaciones, estados de ánimo que nos sacan de la apatía invernal y nos imponen un ritmo distinto, más ágil, más rápido, incluso vertiginoso, como los efectos de un buen vino que da saber y sabor a la vida.
¿Es también, Señor, la primavera un tiempo y una ocasión para encontrarse Contigo?
Creo que hemos separado trágicamente nuestras experiencias primaverales, de la fe.
Por una mala formación, nos han infundido a los creyentes un miedo cerval ante el mundo de las sensaciones, de los sentimientos; todo eso sonaba a zonas que la razón fría y la conciencia rigorista no podían controlar ni dominar; y al no poderlas controlar ni dominar, mejor reprimirlas, encerrarlas en esos subterráneos obscuros de nuestra conciencia.
La fe, en el mejor de los casos, sólo tendría que ver con nuestra razón, pero no con nuestra vitalidad siempre peligrosa e indomable.
Para ser santo o simplemente para no pecar, teníamos que convertirnos en una especie de momias secas en lo afectivo, de seres encogidos y asustadizos en lo vital.
Y lo más triste, Señor, es que esta mentalidad tan extendida y predicada, tiene poco que ver con tu Evangelio; se trata más bien de una influencia pagana que se nos ha infiltrado desde los primeros siglos de nuestra historia eclesial y que corresponde al sentimiento de finales del imperio romano, donde por una parte se desvaloraba todo lo corporal; y por otra, se entendía la felicidad como una impasibilidad que no sufre ni padece excesivamente, porque ni teme ni espera nada; una felicidad pues, de mínimos, sin proyectos y sin amor.
Pero la atmósfera que se respira al abrir los evangelios, la imagen que de Ti nos han transmitido,
no tiene nada que ver con la apatía, la represión y el miedo.
Tú, Jesús de Nazaret, no tuviste temor a sentir la belleza de las cosas tan buenas que te hablaban de tu Padre Dios.
No tuviste miedo de la amistad, ni a disfrutar con los íntimos
- y no olvidemos con las íntimas-
una comida o un buen vaso en alegría y unión.
No fuiste frívolo o superficial, ni tampoco pasaste de largo insensible ante el dolor humano, las tragedias de la vida.
Pero ni la felicidad de vivir te llevó a ser infiel al Padre, ni tu compromiso solidario te volvió rígido, intolerante o duro.
Hoy, Señor, a las puertas de la primavera, te pido que nos ayudes a los cristianos a reconciliarnos con ella y con lo que significa; que sintamos cómo está unida tu labor de Creador con tu labor de Salvador, porque has salvado a toda la creación sin suprimirla ni condenarla.
Haz que comprendamos que para llegar a tu Reino, hay que vivir plenamente como Tú en la tierra, sin pretender quemar etapas o despreciar tu Obra.
Haznos desarrollar nuestra capacidad de disfrute para tener la energía síquica suficiente, a fin de resistir en la hora de la adversidad, del compromiso que parece inútil y estéril.
Te pido, Señor, que comprendamos que el camino cristiano consiste en conocer e integrar todas nuestras facetas:
impulsos, tendencias, razón y actuación según tus ejemplos y tus palabras,
y que por lo tanto no se trata de reprimir, meter miedo o demonizar partes de nosotros mismos.
Haznos más vitales, menos fríos y formalistas, sino por el contrario, más cálidos y amables, cercanos, con más ganas de investigar nuevas fronteras, de conocer nuevas posibilidades de tu Espíritu en nuestra vida de carne y hueso.
Haz por tanto, Señor, que vivamos no sólo en primavera, sino desde la primavera.
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