Tema I:
“LOS PADRES DE FAMILIA, PRIMEROS EDUCADORES DE LA FE DE SUS HIJOS”
(Del Directorio General para la Catequesis # 226)
“La solicitud por la catequesis, bajo la dirección de la legítima autoridad eclesiástica, corresponde a todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno. Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; y tienen una obligación semejante quienes hacen las veces de padres, y los padrinos” (Cn. 774)
El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto, que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por ello, un carácter “insustituible”.
Esta primera iniciación se consolida cuando, con ocasión de ciertos acontecimientos familiares o en fiestas señaladas, “se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos”. Esta iniciación se ahonda aún más si los padres comentan y ayudan a interiorizar la catequesis más sistemática que sus hijos, ya más crecidos, reciben en la comunidad cristiana. En efecto, “la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis”.
Los padres reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un “verdadero ministerio” por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana. Incluso a medida que los hijos van creciendo, el intercambio es mutuo y, “en un diálogo catequético de este tipo, cada uno recibe y da”.
Por ello es preciso que la comunidad cristiana preste una atención espacialísima a los padres. Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún más urgente en los lugares en los que la legislación civil no permite o hace difícil una libre educación en la fe. En estos casos, “la Iglesia domestica”, es decir, la familia, es, prácticamente, el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.
Tema II:
PREEMINENCIA DE LA SANTISIMA EUCARISTIA
I.- “Tiene cierto la Santísima Eucaristía de común con los demás sacramentos ser símbolo de una cosa sagrada y forma visible de la gracia invisible; más se halla en ella algo de excelente y singular, a saber: que los demás sacramentos entonces tienen por vez primera virtud de santificar, cuando se hace uso de ellos; pero en la Eucaristía, antes de su uso, está el autor mismo de la santidad”. (Dz. 876 y 886)
II.- “La Iglesia pregona: la Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana”. (L.G.11) También ha conservado y enseñado la Iglesia en el depósito de la fe que la Santísima Eucaristía es el mayor y el más digno de los sacramentos:
- Porque contiene sustancialmente al mismo Cristo en persona.
- Porque los demás sacramentos se orientan a la Eucaristía como a su fin; y efectivamente el Sacramento del Orden se orienta a la consagración de la Eucaristía; el Bautismo a la recepción de la Eucaristía; el fiel que perfecciona por el sacramento de la Confirmación para recibirla con mayor diligencia; por el sacramento de la Reconciliación y de la Unción de los Enfermos el fiel se prepara para comer dignamente el Cuerpo de Cristo. El Matrimonio se relaciona con la Eucaristía en cuanto significa la unión de Cristo con la Iglesia, cuya unidad es figurada por el sacramento de la Eucaristía.
- Porque, como aparece en el ritual de los Sacramentos, casi todos los Sacramentos terminan en la Eucaristía. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica III, aq. LXV, a.3)
SACRIFICIO Y SACRAMENTO
III.- “La Sagrada Eucaristía es Sacrificio y Sacramento a la vez. Estos dos elementos pertenecen a este mismo misterio y no se pueden separar el uno del otro”. (Pablo VI, Mysterium Fidei).
“El sacrificio en cuanto que Cristo se ofrece al Padre; y Sacramento en cuanto Cristo se da a nosotros en comida y bebida en nuestra alma; sacrificio en cuanto es ofrecido y sacramento en cuanto es recibido; y por lo tanto tenemos el efecto del sacrifico en aquel que lo ofrece o en aquellos a favor de los cuales es ofrecido; mientras el efecto del sacramento en aquel que lo recibe”. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica III,q. LXXIX, a.5; a.7 y ad 3; cfr. Q. LXXII, a.4)
Es sacrificio en cuanto se representa la Pasión de Cristo que se ofreció a sí mismo como víctima al Padre; y es sacramento porque se da la gracia invisible bajo la especie visible; y así la Eucaristía es provechosa para los que la reciben bajo este doble aspecto: como sacrificio y como sacramento porque es ofrecida a favor de todos los que la reciben. (Ibidem , q. LXXIX, a.7)
Tema III: LA TRANSUSTANCIACIÓN
En este apartado es conveniente dirigir nuestra mirada a los testimonios del Magisterio de la Iglesia. El concepto Transustanciación adquiere aquí una importancia de primer orden. Se trata del término de origen filosófico empleado por la teología para expresar el cambio que se produce cuando, por la consagración eucaristica , las especies de pan y vino pasan a ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El primer testimonio histórico del Magisterio acerca de esta verdad de fe aparece en el juramento prestado por Berengario en el Concilio Romano de 1079 (Dz. 355). En la Tradición de la Iglesia ya se exponía esta doctrina desde épocas tempranas. Sería bueno recordar las palabras de San Juan Crisóstomo:
“No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas”. (Prod. Jud. 1,6; Cfr. San Ambrosio de Milán, Myst., 9,50.52)
El Concilio de Trento se considera como el momento en que la Iglesia desarrolla en la abundancia doctrinal el tema Eucarístico (Dz. 873ª - 893, 929ª - 956). Es muy interesante la exposición y definición dogmática que realiza este Concilio, y para muestra bastaría recordar parte de la Profesión de fe en la que se consagra el término TRANSUSTANCIACIÓN:
“Profeso igualmente que en la Misa se ofrece a Dios un sacrificio verdadero, propio y propiciatorio por los vivos y por los difuntos, y que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía está verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad , de nuestro Señor Jesucristo, y que se realiza la conversión de toda la sustancia del Pan en su Cuerpo, y de toda la sustancia del Vino en su Sangre; conversión que la Iglesia Católica llama “Transustanciación”. Confieso También que bajo una sola de las especies se recibe a Cristo, todo e íntegro, y un verdadero sacramento”. (Dz. 997).
Tema IV: LA SANTISIMA EUCARISTIA
“El Sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo nuestro Señor, es la Santísima Eucaristía. Por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se leva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la Santísima Eucaristía y a ella se ordenan”. (Cn. 897)
La grandeza de este Sacramentote lleva al fiel cristiano a manifestar su piedad por la Santa Eucaristía a través de una celebración participada, en especial con referencia a la comunión y con el culto de la Eucaristía como Sacramento permanente:
“Tributen los fieles la máxima veneración a la Santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación” (Cn. 898)
¿Quiénes pueden participar de la Eucaristía?
En casos ordinarios…
A) Los Infantes: “Para que pueda administrarse la Santísima Eucaristía a los niños, se requiere que tengan suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación cuidadosa, de manera que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción”. (Cn. 913)
Los párrocos son responsables de vigilar para que no se reciba la Santísima Eucaristía de parte de los niños que no han llegado al uso de la razón (7 u 8 años) o que no estén suficientemente preparados. (Cn. 914)
Les corresponde a los padres, o a quienes hacen las veces de padres, así como al Párroco, el procurar que haya una preparación conveniente. Así, también, el que se procure la confesión sacramental previa para recibir el alimento divino. (Cn. 914)
B) Los Adultos: Todo fiel cristiano tiene derecho a los sacramentos (Cn. 213) cuando se solicitan oportunamente, haya disposición y no se los prohíba el Código de Derecho Canónico (Cn. 843). No se le puede negar a alguien la Santísima Eucaristía a menos de que conste en la vida pública la existencia de un impedimento. (Cn. 843)
Les corresponde a los párrocos procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos.
¿A quienes se les puede negar la Eucaristía?
“No deben ser admitidos a la Sagrada Comunión los excomulgados y los que están en “entredicho” una vez que la pena ha sido declarada. Ni tampoco los que persisten en permanecer obstinadamente en un pecado grave” (Cn. 915).
Esto es una clara alusión dirigida a los divorciados vueltos a casarse civilmente.
Tema V: EL RITO.
1.- Hay obligación de usar el rito apropiado para la celebración Eucarística, que es en lengua latina. Se puede decir en otra lengua con tal de que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados. (Cn. 928)
2.- Las especies eucarísticas que deben usarse son el pan y el vino, a este último se le mezcla un poco de agua. (Cn. 924). El pan debe ser exclusivamente de trigo y hecho recientemente para evitar la corrupción (cn. 924) Nosotros, la Iglesia latina, conservamos, según nuestra tradición, el pan ázimo. (Cn. 926). El vino debe ser natural, del fruto de la vid y no corrompido (cn. 924)
3.- Se prohíbe teminantemente, aún en caso de necesidad, consagrar una materia sin la otra, o ambas fuera de la Celebración Eucarística (Cn. 927)
4.- De ordinario, la Administración de la Eucaristía debe ser bajo la sola especie de pan o, si lo permiten las leyes litúrgicas (cfr. IGMR 240-242), bajo las dos especies. En caso de necesidad se pede dar bajo la sola especie de vino. (Cn. 925)
5.- Durante la celebración y administración de la Eucaristía, los sacerdotes y los diáconos deben vestir los ornamentos sagrados prescritos por las rúbricas (Cn. 929)
6.- En cuanto al local debe hacerse en lugar sagrado tanto ordinariamente como extraordinariamente. La necesidad pastoral podrá permitir que en casos particulares se celebre en un determinado lograr, pero siempre y cuando sea digno. (Cn. 932). Estos casos particulares a que se refiere el Derecho Canónico deben tomar en cuenta las prescripciones estipuladas en la legislación particular de la Iglesia Diocesana. El Obispo u Ordinario del lugar, puede legislar sobre otras prohibiciones y estas deben ser observadas por los sacerdotes.
7.- En lo referente al altar, dentro del lugar sagrado, este debe ser dedicado o bendecido. Fuera del lugar sagrado se puede usar una mesa apropiada, utilizando el mantel y el corporal. (Cn. 932).
Tema V:
“LOS PADRES DE FAMILIA, PRIMEROS EDUCADORES DE LA FE DE SUS HIJOS”
(Del Directorio General para la Catequesis # 226)
“La solicitud por la catequesis, bajo la dirección de la legítima autoridad eclesiástica, corresponde a todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno. Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; y tienen una obligación semejante quienes hacen las veces de padres, y los padrinos” (Cn. 774)
El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto, que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por ello, un carácter “insustituible”.
Esta primera iniciación se consolida cuando, con ocasión de ciertos acontecimientos familiares o en fiestas señaladas, “se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos”. Esta iniciación se ahonda aún más si los padres comentan y ayudan a interiorizar la catequesis más sistemática que sus hijos, ya más crecidos, reciben en la comunidad cristiana. En efecto, “la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis”.
Los padres reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un “verdadero ministerio” por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana. Incluso a medida que los hijos van creciendo, el intercambio es mutuo y, “en un diálogo catequético de este tipo, cada uno recibe y da”.
Por ello es preciso que la comunidad cristiana preste una atención espacialísima a los padres. Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún más urgente en los lugares en los que la legislación civil no permite o hace difícil una libre educación en la fe. En estos casos, “la Iglesia domestica”, es decir, la familia, es, prácticamente, el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.
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