El sol llora su adios con hojas de olivo y lagrimea en su huída, y las ramas silban en el aire ahuyentando la soledad, y el corazón cuenta y recuenta y esconde las manos vacías en los bolsillos como tantos días, como tantas noches.
Pero hay una imagen que se fija en el ocaso del día.
Hoy, como otro día cualquiera -por desgracia últimamente- en un cruce, unas mujeres mendigaban.
Eran albanesas, o húngaras, o rumanas.
De tan lejos o tan cerca, como bajar la ventanilla del coche.
El rojo del semáforo, en su insolencia, se eclipsaba ante el estallido del arcoíris de sus faldas, largas como de gitana antigua, y el pañuelo desvaído en el cuello de tanto servir de tocado.
Una de ellas se arrimó al coche.
La blancura olvidada de sus dientes se coloreaba de un oro disonante con su porte, que marcaba, aún más, las mellas de su boca.
Amargamente sonriente, la tez muy morena, por la raza, por el sol, o por el adios del agua, ¡qué importa!
La mano pronta a las monedas y la mirada acostumbrada a un vacío más.
Sus oídos no escuchaban el acelerador de los motores, su querencia estaba debajo de unos pinos, junto al semáforo; donde una criatura -otra más- braceaba con juguetes de vientos.
Dolía mirarla y, dolía aún más bajar la vista, se encoge el alma al mismo tiempo que se cierra la ventanilla.
El semáforo puede ponerse verde y marchar.
¿Otra huída que coleccionar?
¡Sí, otra!
Ahora, seguro que en mi habitación, saboreando el silencio de la tarde que resbala en el horizonte,
¡qué bien se reza!
Me encuentro conmigo misma, y a veces, hasta con Dios -o al menos eso creo-.
la fórmula resulta:
Silencio, soledad, palabra y quizá Dios.
Pero hoy la matemática de la mística no funciona.
El cruce de este mediodía al salir yo del hospital, bulle aún en mi interior con su rugir de coches, el olor a alquitrán caliente, la seguridad del volante..., y ella, la mujer vestida de colores y desnuda de bienestar.
Hoy siento vergüenza por lo hecho y por lo omitido.
Llené su mano hueca de monedas, y pude criticar el abandono del niño.
Pude echar en falta a los Servicios Sociales...
Pude hacer todo eso, pero de lo que sí estoy cierta, fue del alivio del semáforo verde que me ayudó a pasar.
Pero fui yo la que pasé de largo, mirando tras la ventanilla tranquilizando, eso que llamamos conciencia, justificándome otra vez.
El apaleado de la parábola que contó el Señor Jesús:
No encontró alguien próximo, en el que dio un rodeo.
Ni obtuvo compasión, en el que llegaba tarde al templo.
¿Quién se hará prójimo de la mujer del semáforo?
Hoy desde luego, no he sido yo.
Podré haber llegado sana y salva a mi destino.
Incluso haber llegado a tiempo al templo.
Pero he dejado en el camino a una víctima de todos y también mía.
Una mujer descalza entre los coches.
Un corazón de carne entre olor a carburantes.
Una mirada sólo con presente, entre caminos de mañana.
Jesús, el Hijo de Dios, no hubiera pasado indiferente ni justificado.
Él siempre pasa salvando.
Jesús, el hijo del carpintero, hubiera notado quién había tocado su manto o el cristal de la ventanilla, en medio de las luces de los semáforos.
Jesús, el de Nazaret, hubiera pedido de beber, se hubiera hecho pobre con los pobres, devolviéndole su dignidad robada.
Él hubiera quitado la corona de espinas de esa mujer.
Hubiera quitado el nudo de su pañuelo desvaído sobre los hombros.
Los pobres están hechos de humanidad.
Los pobres sólo caben en el Reino de los Cielos.
En el Cielo no hay semáforos que organicen.
Ni caballos de potencia que discriminen.
En el Cielo se separan el trigo y la cizaña;
y ellos, los pobres de los cruces, nos adelantarán en el Reino de Dios.
¿Quién se hizo prójimo de la mujer de colores?
Quizás sólo el Dios de Jesús.
Ella tiene seguro que un día oirá:
"Hoy te aseguro que estarás Conmigo en el Paraíso".
Ojalá también, el Dios de Jesús, perdone a los que podemos frivolizar en un artículo con todo un drama humano.
Quiero pensar que a lo mejor es una manera de pedir perdón en forma de parábola, porque yo he sido incapaz de hacerme prójimo de la mujer del semáforo.
Esta Cuaresma estoy rezando con una cruz de colores.
Y alguien gritará en el amanecer:
¡Está Vivo!
¡¡Cristo ha resucitado!!
Vuestra hermana en el Señor: Angelita Grueso.
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