Está el ciego de nacimiento.
Están los fariseos que tampoco quieren a ver el milagro.
Están los mismos padres que no quieren meterse en líos.
Todos le reconocen mientras está ciego.
Nadie quiere reconocerle cuando recobra la vista.
Ciegos somos cuantos no vemos lo que tendríamos que ver:
Ciego es el que no acierta a ver a los demás como hermanos y sólo los ve como “compradores”, “vendedores”, “consumidores”.
Ciego es el que no quiere ver las necesidades de los hermanos, y sólo ve la propia billetera, su chequera o su granero.
Ciego es el que sólo ve con los ojos de la cara, pero su corazón y su espíritu carecen de ojos.
Ciego es el que no acierta a ver la acción de Dios en la historia o en nuestra vida.
Vivimos cegados por la prisa y la auto concentración; y las fracturas humanas, las divisiones de cualquier rango, embotan nuestros sentidos y nos ciegan sobre nuestra unidad esencial”.
Preferimos que la gente siga ciega-ignorante porque es más fácil de manejar.
Preferimos que la gente siga ciega, y no reconozca sus derechos, porque así nos complica menos nuestra vida.
Preferimos que la gente siga ciega, y no sea consciente de las injusticias que sufre, porque así no reclama sino que se resigna.
Preferimos que los mismos creyentes no conozcan la verdad de la Iglesia, porque así se sienten menos incómodos.
Preferimos que los mismos creyentes no conozcan los defectos que se esconden en la Iglesia tapados con demasiadas prohibiciones y condenas, así guardamos más el silencio.
Entonces ese “no es profeta”, sino alguien que se mete en política.
Cuando la Iglesia se pone a favor de los marginados y les habla de sus legítimos derechos ya se está metiendo en líos, como Jesús, porque pone en riesgo y peligro la estabilidad y las ansias y egoísmos de los poderosos.
Cuando algún misionero les abrió los ojos, se revelaron y reclamaron sus derechos.
Fe entonces que muchos se enteraron de que nuestros indígenas y ribereños existían.
Y recién se enteraron que abnegados misioneros les abrieron los ojos sobre sus legítimos derechos a sus tierras, a sus ríos y a su salud.
Cuando al Premio Nobel A. Muhammad Yunus, conocido como el “banquero de los pobres se le preguntó: ¿Cuál era la mejor lección que aprendió de los pobres? su respuesta fue clara: “Lo más grande que he aprendido es que cada ser humano posee un potencial ilimitado; la lástima es que nos conformamos con arañar la superficie”.
También hoy se expulsa a los que comienzan ver.
Y también se quiere expulsar y aún sacar del país a quien se atreve a abrir los ojos de los que no veían.
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