Los evangelios recuerdan su lucha interior y las pruebas que tuvo que superar, junto a sus discípulos, a lo largo de su vida.
Los fariseos le pedían que dejara de aliviar el sufrimiento de la gente y realizara algo más espectacular, "un signo del cielo", de proporciones cósmicas, con el que Dios lo confirmara ante todos.
Santiago y Juan le pedían que se olvidara de los últimos, y pensara más en reservarles a ellos los puestos de más honor y poder.
Pedro le reprende porque pone en riesgo su vida y puede terminar ejecutado.
Nada era fácil ni claro.
Todos tenían que buscar la voluntad del Padre superando pruebas y tentaciones de diverso género.
Pocas horas antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad del templo Jesús les dice así:
"Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas" (Lucas 22,28).
¿Ha de imponer su poder de Mesías, o ponerse al servicio de quienes lo necesitan?
¿Ha de buscar su propia gloria, o manifestar la compasión de Dios hacia los que sufren?
¿Ha de evitar riesgos y eludir la crucifixión, o entregarse a su misión confiando en el Padre?
Hemos de ser lúcidos.
El Espíritu de Jesús está vivo en su Iglesia, pero los cristianos no estamos libres de falsear una y otra vez nuestra identidad cayendo en múltiples tentaciones.
Una Iglesia que no es consciente de sus tentaciones, pronto falseará su identidad y su misión.
¿No nos está sucediendo algo de esto?
¿No necesitamos más lucidez y vigilancia para no caer en la infidelidad?
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