dor; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo
de 1980) conocido como Monseñor Romero, fue un sacerdote
católico Salvadoreño, cuarto arzobispo metropolitano de San Sal-
vador (1977-1980).
Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos
humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pasto-
ral.Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales nume-
rosas violaciones de los derechos humanos y manifestó pública-
mente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de
su país.
Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del
respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Igle-
sia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción pre-
ferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Ro-
mero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los po-
bres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de
1977).
En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su suce-
sor Arturo Rivera y Damas; Monseñor Romero recibió el título
de Siervo de Dios.El proceso de canonización continúa. En Lati-
noamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.
Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras deno-
minaciones religiosas de la cristiandad,incluyendo a la Comunión
Anglicana. Él es uno de los diez mártires del siglo XX representa-
dos en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres.
http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93scar_Romero
Un día antes de su muerte hizo un enérgico llamamiento al
ejército Salvadoreño:
Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a
los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la
Guardia Nacional, de la policía,de los cuarteles Hermanos,
son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos herma-
nos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hom-
bre, debe prevalecer la ley de Dios que dice:
la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.
Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedez-
can antes a su conciencia que a la orden del pecado.
La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de
Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede que-
darse callada ante tanta abominación. Queremos que el go-
bierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van
teñidas con tanta sangre.
En nombre de Dios pués y en nombre de este sufrido pue-
blo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tu-
multuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de
Dios:
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