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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

domingo, 20 de marzo de 2011

Acabar con la guerra de las piedras.


"El que esté sin pecado, puede tirar la primera piedra", dice Jesús a los fariseos. (Foto: Flickr Palm Z)

"El que esté sin pecado, puede tirar la primera piedra",
 dice Jesús a los fariseos.
 (Foto: Flickr Palm Z)

Cuando uno no quiere dos no pelean. Es un refrán muy viejo, pero que sigue teniendo actualidad. Y me viene a la mente al leer este Evangelio que no sé si llamarlo de la “mujer adúltera” o de los “hipócritas adúlteros” o simplemente de la “mujer a solas con Jesús”. Porque todos esos títulos le caen bien.
La razón de todas nuestras guerras y enemistades nace de los intereses de unos que se aprovechan de las debilidades de otros o de los hipócritas que se creen con derecho a condenar a los que por debilidad han caído, pero que su pecado se ha descubierto.
En el fondo, todas las guerras nacen en el corazón de los que ven muy bien lo malo de los demás y son incapaces de ver lo malo que arrastran en el fondo del suyo. Estoy convencido de que la mayor parte de nuestras chismografías, de nuestras acusaciones y condenas de los demás son una manera de disimular, de esconder y de camuflar los mismos defectos que nosotros llevamos dentro, sólo que los nuestros no han salido a la luz.
El cuadro que nos presenta el Evangelio no puede ser más gráfico:
Han sorprendido a una mujer en adulterio.
Un montón de escribas y fariseos con las manos llenas de piedras.
Un Jesús sereno y tranquilo que conoce a una y a los otros.
Unos que acusan y piden la pena de muerte.
Una pobre mujer a punto de ser lapidada.
Un Jesús capaz de apagar los odios y levantar a la que ha caído.
Una acusación que no es tanto un verdadero juicio, sino el utilizar el pecado de una adúltera para “comprometer a Jesús y poder acusarlo a él”.
Todo marcha muy bien, mientras de por medio esté la pobre mujer adúltera encogida por el miedo y avergonzada de su pecado. Pero Jesús conoce demasiado el corazón humano para dejarse sorprender.
¿Se puede acusar al otro con la conciencia sucia?
¿Se puede apedrear al otro con las manos manchadas de pecado?
¿Se puede utilizar a los demás para los propios intereses?
Por eso, Jesús no se mete con la mujer. Le interesan los acusadores. Si ellos la han “encontrado en flagrante adulterio”:
¿Dónde está el hombre con el que cometió el adulterio?
¿A caso rezando en el Templo?
Para acusar a otro hay que tener la propia conciencia limpia.
Para condenar a otro hay que tener la propia conciencia inocente.
Para condenar el pecado de los demás, hay que estar libre de pecado.
Jesús no justifica el adulterio de la mujer. Sencillamente entiende y comprende su debilidad. Pero menos va a justificar que, pecadores como ella, se permitan el lujo de apedrearla. Y la primera pedrada la tira el mismo Jesús: “El que esté sin pecado, puede tirar la primera piedra”.
No juzga a la mujer. No la defiende. No la disculpa. No la enjuicia.
Juzga a quienes la juzgan. Mejor aún, deja que cada uno se juzgue a sí mismo.
No condena a la mujer. Hace que cada uno se sentencie a sí mismo.
Condena a quienes la condenan.
¿Hay entre vosotros alguien que se sienta con derecho a condenar a otro sin condenarse a la vez a sí mismo?
Y el juicio público se interrumpe con un momento de silencio. Mientras tanto, Jesús sostiene amablemente la mano de la mujer.
¡Y vaya sorpresa! De pronto Jesús y la mujer solos.
Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
¿Nadie te ha condenado? A ninguno se le ha vuelto a ver el pelo.
Pues menos te voy a condenar yo. “Anda, y en adelante, no peques más”.
Somos demasiado fáciles para ver los defectos de los demás.
Y somos demasiado ciegos para ver y reconocer los nuestros.
Somos demasiado fáciles para murmurar y criticar los defectos de los otros.
Y somos demasiado benignos para disculpar los nuestros.
Somos demasiado fáciles para condenar a muerte a los demás.
Y somos demasiado condescendientes con nosotros para que sigamos viviendo.
Para pensar mal del otro, primero debo pensarme a mí mismo.
Para hablar mal del otro, primero hay que mirarse uno mismo por dentro.
Para murmurar del otro, primero hay que echarse una ojeada por nuestro corazón.
Para condenar al otro, primero necesito ver lo que hay dentro de mí.
Y en todo caso:
Siempre será mejor amar que juzgar.
Siempre será mejor pensar bien, aunque me equivoque, a pensar mal, aunque acierte.
Siempre será mejor dar la mano para que el otro se levante, que tirarle piedras para romperle la cabeza.
Siempre será mejor salvar al otro que condenarlo.
Siempre será mejor dejar bien al otro ante los demás, que destruir su vida delante de los otros.
Siempre será mejor dar vida que sembrar muerte.
La mejor manera de acabar con las guerras de las pedradas es sin duda mirarnos cada uno a nosotros mismos por dentro y ser honestos con nosotros.

Oración

Señor: Es mi tentación de cada día.
Verme a mí mismo como el bueno y a los demás como los malos.
Es mi tentación tirar piedras a los demás, para sentirme yo mejor.
Es mi tentación hablar mal de los demás en vez de ver lo bueno que llevan dentro.
Es mi tentación acusar a los demás,
y absolverme a mí mismo de los mismos defectos que veo en ellos.
Dame un poco de tu corazón, que no entiende de piedras ni condenas.
Dame un poco de tu corazón, que sabe defender al caído, y sabe levantarlo.
Tú no condenas. Tú sólo sabes amar y salvar.
P.Clemente Sobrado C. P.

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