Dos sedientos y con el agua en el pozo.
Sedientos los dos de agua. Pero posiblemente, los sedientos de algo más que agua.
Un Jesús sediento de llenar de agua viva aquel corazón lleno de maridos.
Una mujer sedienta posiblemente de algo más que apagase la sed que sus maridos no lograban apagar.
Todos la conocemos como la “mujer samaritana”. ¿Cuál era su verdadero nombre?
Puede ser cualquiera de los nuestros.
Jesús comienza como el débil sediento que se atreve a pedir agua.
La mujer muy tiesa se siente dueña del pozo, del agua y del cubo.
Y los dos terminan olvidándose de la sed, del agua, del pozo y del cubo.
Y los dos terminan metiéndose el uno del otro del otro.
Un Jesús que se va haciendo comino para llegar al fondo de aquel corazón.
Una mujer que se resiste pero que tampoco puede ceder a la curiosidad.
Un Jesús que la va desnudando por dentro descubriendo sus profundos vacíos.
Una mujer que va sintiendo que su corazón va encontrándose con su verdad.
Un Jesús que se va olvidando del pozo de Jacob y va abriendo un pozo nuevo en aquel corazón de mujer.
Una mujer que se olvida del agua y del cubo y regresa al pueblo gritando lo que su corazón ha encontrado.
Dios no se impone a nadie. Se ofrece, abriendo el apetito y la sed de nuestro espíritu.
El Dios que se impone, termina quedando en la epidermis de nuestras vidas.
El Dios que se descubre y acepta, termina transformándonos interiormente.
Todos llevamos demasiadas capas escondiendo lo que llevamos dentro.
Todos llevamos dentro demasiados maridos escondidos que no logran llenarnos.
Por eso, el camino de Dios comienza por insinuarse, hacernos reconocer esos maridos y esos vacíos ocultos.
Será desde esos vacíos del alma que sentiremos su necesidad.
Hoy todos vivimos con la escasez del agua como horizonte y preocupación.
Recién descubrimos lo que vale cuando comienza a escasear.
El agua que ofrece Jesús sigue todavía abundante. Porque Dios no sufre las escaseces de de la climatología. Dios es abundante cada día.
Sin embargo es posible que nuestro problema hoy no sea precisamente el de la samaritana. El problema de la sed, sino el problema de la “no sed de Dios”, o tal vez mejor “una sed oculta que no queremos reconocer”.
Pero ¿quién tiene hoy sed de Dios?
¿Quién tiene hoy sed del agua viva que nos ofrece Jesús?
¿No preferiremos ahogar esa sed en el alcohol?
¿No preferiremos ahogar esa sed en los placeres inmediatos de la vida?
Puede que hoy abunden otros pozos para saciar la sed de nuestros corazones.
Es posible que cada uno tengamos nuestros propios pozos, unos más disimulados que otros.
Pozos que de momento pueden saciarnos.
Pero a los que tendremos que acudir, como ella, cada día.
En vez de lamentar de la indiferencia y el silencio de Dios, mejor es aprovechar de esa misma indiferencia y silencio para abrirle a las nuevas voces del espíritu.
Al que está inapetente no solucionamos su problema empujándole la comida, sino abriéndole el apetito. Para ello hay medicinas. También en la Pastoral tendremos que abrir más el apetito y la sed de Dios. Pastoral de la sed de Dios. Pero entonces tendremos que utilizar la pedagogía de Jesús. Acercarnos con la humildad del que pide y conocer el corazón de los hombres y un Dios que dé respuestas a sus vacíos. Termino con una frase de A. de Saint-Exupéry: “La belleza del desierto consiste en que esconde un pozo en algún lugar”. A lo que añadimos: La belleza de un hombre consiste en que esconde un pozo en cualquier lugar de su vida.
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