Este segundo domingo de Cuaresma nos presente un rostro de Jesús distinto al de las tentaciones en el desierto, y también nos presenta el otro rostro de la realidad de los hombres. Conocemos a la gente por fuera. ¿Quién conoce al otro por dentro?
Bajo unas apariencias de vulgaridad, puede esconderse un corazón muy grande.
Bajo los harapos de un pobre, puede esconderse la grandeza de espíritu.
Bajo la triste figura de un alcohólico, puede esconderse una gran sensibilidad.
Mariola López, en su simpático librito “Mirar por otros”, comentando precisamente este texto de la transfiguración de Jesús, nos cuenta una maravillosa experiencia de su vida. La resumo así:
“Perico, como es conocido en el barrio, vive solo desde hace años. Se ha “dejado devorar la vida por el alcohol. Lo encontré descalzo por la calle y bebido; aún así, se acercó a mí con respeto, y me contó que se había quedado dormido con un cigarrillo en la boca y que se le habían quemado unas mantas, y me invito a su casa para que lo viera. Confieso que al principio sentí miedo, pero luego, agradecí el no haberme dejado paralizar por él. Me mostró su pequeña casa, desatendida desde que su madre no está, sucia y con olor a vino y a restos de comida; luego me llevó a otra estancia, y allí fue donde se hizo la luz: tenía cuatro colchones tirados por el suelo, y me contó que en ellos acoge cada noche a chicos toxicómanos que no tienen adónde ir, les deja dormir allí y que puedan ducharse y lavar su ropa”.
Las consecuencias son claras:
Detrás de un Perico alcohólico que te da miedo acercarte a él, hay algo que los ojos no descubren.
Detrás de un Perico alcohólico, viendo en una habitación que huele a vino y a comida, hay algo que para la gente pasa desapercibido.
Detrás de un Perico alcohólico, con su vida quemada y “devorada” por el alcohol, hay un corazón que no solo piensa en la botella de vino, sino que siente lástima de quienes viven todavía más hundidos que él, y consumidos por la droga.
Detrás de un Perico a quienes todos tienen miedo y le ceden el paso para evitar cualquier agresión, se esconde una habitación con cuatro colchones para que estos drogadictos puedan dormir, ducharse y limpiar su ropa.
Hay cosas que los ojos no ven.
Hay cosas que se esconden detrás de una vida destruida.
Hay cosas muy bellas ocultas detrás de una vida que ya ha dejado de ser vida hace tiempo.
Esa es la transfiguración.
Tampoco Pedro, Santiago y Juan lograban ver en Jesús más que a un hombre como ellos.
Tampoco ellos logran ver lo que se esconde al otro lado de la humanidad de Jesús.
Hasta que un día, se rompen los velos y la luz interior aflora hacia fuera. Como una barra de luz eléctrica cuando se enciende la llave e ilumina la habitación entera que estaba a oscuras. Y donde no se veía nada ahora se ve todo.
La transfiguración de Jesús nos haba de lo que pueden ver los ojos.
Pero también de lo que puede descubrir la fe. El otro lado de las cosas.
Hay cosas que no logramos ver hasta que se enciende la luz del corazón y podemos descubrir lo que hay al otro lado de las paredes.
Es por ello que todos tratamos de cultivar tanto nuestro exterior.
Tanto maquillaje.
Tanta cirugía estética.
Tanto perfume y colonia que haga agradable nuestra presencia.
Y todo, porque todos nos quedamos que las apariencias.
Todos nos quedamos con esa imagen de exportación.
Todos nos quedamos con esas etiquetas que hagan vendible el producto.
Pero ¿quién mira al otro lado de tanto maquillaje?
¿Quién mira al otro lado de tanta cirugía estética?
¿Quién mira el corazón que late y siente allá dentro?
Un amigo mío pasaba, ya muy adelantada la media noche, al lado de unos muros altos. Y comenzó a escuchar que alguien cantaba allá dentro.
No tenía traza de discoteca. Era un convento de monjas de clausura que, mientras el mundo se divertía, ellas cantaban Maitines alabando a Dios. Le entraron ganas de saltarse el muro y ver qué era aquello. Pero era muy alto. Llegado a su casa, no podía dormir. ¿Cómo es posible que detrás de unos viejos muros alguien, a esas altas horas de la noche, esté despierto cantando a Dios?
Si supiéramos mirar con los ojos del corazón veríamos que la gente es maravillosa.
Si supiéramos miar con los ojos de la fe verías que detrás de unas pobres apariencias se esconden muchos sentimientos de bondad, de generosidad, de fidelidad y de amor.
La transfiguración nos habla de la verdad que llevamos dentro, pero también de los nuevos ojos que necesitamos para ver.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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