Enséñanos a verte
Necesitamos verte, Señor. Verte como Iglesia, verte como hermanos, verte como gente servidora y solidaria. Verte como comunidad que vive desde ti. Por eso, hemos de ir a que nos gradúes la vista, a que nos hagas las pruebas que nos hagan falta para ver con tu transparencia, con tus actitudes, con tu corazón.
Para graduar la vista, nada mejor que el perdón. Nos puede ayudar a encontrar luz en medio de nuestra ceguera, porque el amor que se derrama en este sacramento es la mejor luz.
El ciego, que aparece en el evangelio del cuarto domingo de cuaresma, obedeció a Jesús: “Él fue, se lavó, y volvió con vista”. Fue capaz de obedecer y de reconocer a Jesús. Necesitó lavarse. Estuvo dispuesto a la purificación, al cambio y recibió la luz. La luz de ver las cosas creadas, la luz de la fe, de un horizonte nuevo, de unir su vida a la del que le había regalado contemplar las maravillas de su alrededor.
En la oscuridad-claridad se debate nuestra vida. Quien hace caso de Jesús, encontrará la luz interna que guiará su vida. Con toda confianza. Ayúdanos por ello a verte, Señor. Sin duda, tú quieres señalarnos que estás en los pobres y que nos amas. Ojalá no lo olvidemos, ni nuestras miopías nos impidan encontrarte ahí.
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