Dolor en los refugiados que huían de las bombas en Afganistán.
El hombre ha llegado en su locura no sólo a matar a su prójimo, sino a hacerlo en nombre Tuyo, Señor, en nombre de Dios.
Nosotros, Señor, los pequeños hijos Tuyos, no podemos dejar de sentir angustia y también miedo. No sólo por si llegaran a nuestras manos cartas asesinas o si un día aparecerán contaminados los alimentos que comemos o las aguas que bebemos.
Sin embargo, precisamente en aquellos días, recibimos un consolador mensaje de esperanza, por el cual quiero darte, entonces, ahora y siempre especialmente las gracias.
Supimos que una vez más, nuestra dulce y común Madre, la Santísima Virgen María, tan venerada en Fátima, hizo saber a quien correspondía, que si bien una gran desgracia podía sacudir hasta los cimientos a la humanidad, la Misericordia de Dios es más fuerte que el poder del enemigo.
Bastó con rezar el Rosario para detener aquella amenaza, para vencer en aquella singular batalla.
Nosotros, Señor, no tenemos bombas en las manos, ni ametralladoras sofisticadas, ni mucho menos poseemos bacterias asesinas…Sólo queremos desgranar entre nuestros dedos las cuentas del Rosario y decir, una vez tras otra: “Ave María”.
Estos son nuestros Ejércitos Invencibles.
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