Leyendo el Evangelio de hoy me asalta una pregunta inquietante. ¿Seré yo una de esas posadas que hay en los caminos para peregrinos y caminantes, que sólo piden quedarse a dormir una noche, porque al día siguiente tienen que seguir el camino? ¿O seré una casa de familia habitada, donde todos vivimos al calor de una vida compartida?
Jesús nos dice algo maravilloso: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
No dice que Dios está de paso y que se hospeda una noche, porque de madrugada sigue su camino no sabemos a dónde. Dice que “haremos morada en él”. Habitaremos, nos quedaremos. Seremos miembros de la familia del corazón humano.
Pero de inmediato pienso ¿qué hará Dios morando, habitando en mi corazón cuando yo me paso la vida fuera, en la calle o mirando siempre por la ventana?
Hace un tiempo, me llegó un correo con una entrevista realizada por Victor M. Amela a Moussa Agassarid. Aparte una serie de detalles, tiene un final estupendo:
– “Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella… Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra… Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí… ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde…
- Fascinante, desde luego…
- Es un momento mágico… Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…
- Qué paz… Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo”.
Añorar el fuego y la leña ardiendo es añorar el calor que llevamos dentro, que hay dentro de casa, de Dios que hace su morada en nosotros. Mirar a las estrellas en vez de mirar a la Tele. Y sentir que la mayor felicidad es el regreso de todos a casa, personas y animales. Entrar en la tienda. Hervir el té. Sentarse en silencio para escuchar el hervor del té que se está haciendo. Vivir la calma suave de nuestro interior escuchando los latidos del corazón acompañados de la música de fondo del “pot pot” del hervor del té puesto al fuego. Y sobre todo, esa paz de quien no tiene reloj, pero tiene todo el tiempo.
A nosotros nos falta ese regreso vespertino al hogar de nuestro corazón para reunirnos todos en torno a esa experiencia de Dios que comparte con nosotros el té de su amor y su presencia. Vivimos demasiado fuera, en el campo de la vida, de la calle. Y sobre todo, nos falta el tiempo para dedicarle a El que nos habita. Tenemos reloj y no disponemos de tiempo. ¿Y para que sirven los relojes cuando no podemos disponer de nuestro tiempo?
Con frecuencia, nos sentimos más “posadas de peregrino” que casas de familia. Y sentimos a Dios, más como peregrino con el cual a veces podemos compartir unos momentos o le saludamos por cortesía los domingos. Pero no lo sentimos como alguien que nos habita, alguien que mora en nosotros. Más que casa de familia, cada uno de nosotros somos una especie de hotel, cuyas habitaciones están ocupadas casi siempre por turistas o transeúntes que están de paso, y que posiblemente nunca más los volveremos a ver.
Dios no deja de ser en nuestro corazón como un peregrino más, un transeúnte más, al que incluso puede que ni le atendamos nosotros mismos sino los empleados que sirven en el hotel. Un transeúnte cuyo nombre registramos en los Libros, pero al que ni conocemos ni nos interesamos por él.
Y sin embargo, Dios no quiere ser ni peregrino ni transeúnte, ni turista que contrata nuestro corazón para unos días o una noche. Quiere “morar en nosotros”. Quiere “hacer morada en nosotros”. Por tanto, quiere ser alguien de familia con el cual podemos compartir el “pot pot” del té de nuestro amor y de nuestra compañía. No estamos llamados a ser hotel de turistas. Estamos llamados a ser “la casa de Dios”, donde él quiere habitar y vivir, compartiendo nuestra vida íntima, nuestros problemas, tristezas, alegrías y esperanzas.
Oración
Señor: Tú queriendo habitar y morar en mí.
Yo empeñado en salir de mí, en vivir siempre fuera de casa.
Asomado siempre a la ventana, como si lo de dentro no fuese interesante.
Prefiero mirar a los que pasan que a Ti que estás dentro de mí.
Hazme sentir, Señor, tu presencia, y la alegría de compartir
mi comida y mi té contigo.
Hazme compartir tu presencia y que no te deje solo viendo televisión,
porque sé que a quien Tú quieres ver y escuchar es a mí.
Clemente Sobrado C. P.
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