Dios buscando al hombre.
El hombre buscando a Dios.
Dios escondiéndose tras los acontecimientos humanos, para que el hombre lo busque lo descubra y encuentre.
Dios escondiéndose tras los velos de la encarnación, pidiendo al hombre que lo reconozca mediante la búsqueda de la fe.
Dios escondiéndose tras el misterio de la cruz, pidiendo al hombre que lo reconozca en el misterio pascual.
Dios escondiéndose tras el misterio de la Iglesia, para que sirva de camino para llegar a El.
Dios escondiéndose tras el misterio del pan y del vino, para que lo comulguemos en la Eucaristía.
Dios escondiéndose tras el misterio del pobre, para que le reconozcamos a él presente en el débil.
Dios escondiéndose tras el misterio de su Palabra, para que abramos nuestras mentes y nuestros corazones a su revelación.
Dios se esconde no para ocultarse sino para manifestarse.
Dios se esconde, no para que nos alejemos de él, sino para que nos encontremos con él.
Pero también el hombre suele jugar al escondite. También él se esconde de Dios. Pero no precisamente para que Dios lo encuentre, sino para sentirse libre de él.
El hombre juega a esconderse de Dios, justificando una vida que tiene poco que ver con Dios.
El hombre juega a esconderse de Dios, haciéndose el sordo a sus llamadas e invitaciones.
El hombre juega a esconderse de Dios, justificándose con mil y una ocupaciones: no tiene tiempo para nada.
El hombre juega a esconderse de Dios, refugiándose en su propia mentira y engaño.
El hombre juega a esconderse de Dios, cuanto trata de ocultar su propia vida a Dios.
Fue el primer escondite del hombre. “Adán, ¿dónde estás? Escuché tu voz y me escondí. ¿Por qué te escondiste? Tuve vergüenza de dar cara y que me vieran tus ojos”.
El hombre necesita esconderse para que Dios no dé con él y no le vea.
Dios necesita esconderse, porque sin los velos de la encarnación, resulta invisible.
El hombre necesita esconderse, porque su conciencia le impide encontrarse cara a cara con él. “Tuve vergüenza”.
Cada disculpa que ponemos para no darnos cita con Dios, es una manera de jugar al escondite. Como si Dios no supiese donde encontrarnos.
Y se encontraron tú a tú con El.
Y se dieron cuenta, de que Dios no les puso mala cara.
Que Dios les sonrió. Dios los abrazó.
Los estrechó contra su corazón. Y les ganó el suyo.
Muchos siguen teniendo miedo a ver el rostro de Dios, porque temen morir.
Y cuando lo ven, se dan cuenta de que, no sólo no mueren, sino que la vida les renace.
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