Uno de los elementos paralizantes de la vida, también de la vida de la Iglesia, es el miedo.
El miedo al cambio.
El miedo a lo nuevo.
El miedo a las nuevas experiencias.
El miedo a todo lo que no se ha dicho o experimentado.
Por eso la Iglesia vive más con “la prudencia del freno” que la “valentía del acelerador”.
En la Iglesia tenemos demasiadas cosas que “damos por seguras e inmutables”.
En la Iglesia hablamos más de “lo que fue” que de lo que “todavía es posible”.
La Iglesia necesita de mucho coraje, sobre todo para afrontar los cambios, porque la Iglesia no es un archivo del pasado sino una vida que camina.
Juan Pablo II, hablando a los Obispos alemanes, les dice con toda claridad: “Parece necesario volver a ser más arriesgados y más críticos. Más críticos frente a lo aparentemente asegurado e imprescindible, más arriesgados frente a lo posible. “Los brotes espontáneos tendrán siempre sus dificultades y problemas; pero las molestias que de ahí se derivan no pueden justificar que se apague el Espíritu donde tal vez él quiere brotar. “No apaguéis el Espíritu, dice el Apóstol. “Probadlo todo y quedaos con lo bueno”. (1 Tes 5,19) Esto vale para hoy. Arriesgad esta valiente apertura”.
“Más críticos” frente a lo aparentemente asegurado e imprescindible.
No todo está dicho en la Iglesia.
No todo lo que puede hacer está hecho.
No todo lo “seguro” es tan seguro y firme.
Ni todo lo “imprescindible” es tan imprescindible.
Absolutizamos demasiadas cosas que terminan siendo relativas.
Absolutizamos demasiados criterios y modos de pensar.
Absolutizamos demasiados modos de hacer las cosas, como si fuera la única manera de hacerlas, la única manera de anunciar el Evangelio, la única manera de organizar la vida cristiana, la única manera de defender la verdad.
La potencialidad del Evangelio no se ha agotado.
La lectura e interpretación del Evangelio no se ha agotado.
La organización de las Diócesis, las Parroquias no se ha agotado.
Los nombramientos y ministerios no se han agotado.
Todavía hay muchas posibilidades sin estrenar.
Todavía hay muchos posibles modos de ser y actuar.
Todavía hay muchas presencias en el mundo no estrenadas.
Todavía hay muchas formas de santidad inéditas y posibles.
Pero todo ello requiere de “más capacidad de riesgo”. Un riesgo que no nacerá de nuestras “prudentes seguridades”, sino de la acción del Espíritu en nosotros.
Y Jesús fue bien claro: cuando venga el Espíritu “él os recordará todo y os lo enseñará todo”. No lo sabemos todo, aun necesitamos aprender muchas cosas más.
Señor: Gracias por el don de tu Espíritu.
Nos das la capacidad de ser críticos de nuestras seguridades.
Nos das la capacidad para arriesgarnos ante lo posible.
Danos la valentía de criticar con espíritu de amor.
Danos valentía para arriesgarnos y no jugar a lo seguro.
Que nuestra apatía no retrase tu Reino.
Que nuestros miedos no retrasen tu Reino.
“Ven Espíritu Santo enciende en nosotros el fuego de tu amor”.
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