1. Versos de M. Marulo 19 en que se tocan cuasi todas las materias de este presente tratado, preguntando el cristiano y respondiéndole Cristo brevemente desde la Cruz
Pregunta el cristiano
Piadoso y clementísimo Señor, ¿por qué te vestiste de carne humana, y quisiste bajar del cielo a la tierra?
[Responde Cristo]
Para que el hombre terreno (a quien su culpa había derribado) pudiese con mi favor y ayuda subir desde la tierra al cielo.
—¿Quién a ti (que eras inocente y estabas libre de pecado) forzó a padecer muerte y dolores por los pecados?
El amor grande que tuve al hombre, para que lavado él con mi sangre, se hiciese hábil para morar en el cielo.
—¿Por qué tienes los brazos tendidos en ese madero, y los pies juntos y traspasados con un clavo?
Porque de una parte y de otra llamo a las gentes del mundo, y así las vengo a juntar en unión de una misma fe.
—¿Por qué estando en esa cruz, tienes inclinada la cabeza, y los ojos humildemente abajados y puestos en tierra?
Porque con esta figura enseño a los hombres a no levantarse con soberbia, sino bajar humildemente la cerviz, y ponerla debajo del yugo.
—¿Por qué estás en esa cruz desnudo, y por qué está ese rostro y ese divino cuerpo tan consumido y tan flaco?
Porque con esto quise enseñarte a despreciar las riquezas y bienes del mundo, y a padecer hambre y pobreza conmigo.
—¿Por qué tienes cubiertos los lomos con un velo de lienzo? ¿qué es lo que me significa esa cobertura real?
De aquí quiero que aprendas que me agradan los cuerpos limpios y castos, y que aborrezco toda torpeza y fealdad.
—¿Qué quieren decir esas bofetadas, salivas, azotes, corona de espinas, y los otros tormentos de la cruz?
Que tenga paciencia en las injurias y no quiera dar mal por mal el que desea sobre las estrellas del cielo vivir en perpetua paz.
La vida es breve, el trabajo pequeño, el galardón grande y que durara para siempre.
Mas si alguno hay que no sienta la grandeza del premio, a lo menos muévalo el miedo del destierro de aquella cárcel infernal.
Y aquellos fuegos que nunca se apagan, y aquellas tinieblas que nunca resplandecen, y aquel gusano que siempre muerde, y aquella miseria que nunca cesa.
Porque tales cosas están guardadas para los que agora tiene cautivos el fugitivo deleite, engañándolos con diversos halagos.
Ofreciendo riquezas a los avarientos, descanso a los perezosos, torpes pasatiempos a los carnales, vino precioso a los amigos del vientre, pompa y fausto a los soberbios, y despojos a los esforzados.
Con estos cebos, engañado el pueblo miserable, olvidado de su propia salud, camina derecho y corre a su perdición.
Y ni oye mis amonestaciones, ni hace caso de mis ejemplos, y finalmente no tiene cuenta con mi juicio.
Pues cuando venga este horrible juicio, este día será día de ira, día de nieblas y de torbellinos.
Cuando los cielos se estremecerán y sacudirán de si las estrellas, que caerán del cielo en la tierra.
Entonces espantará al mundo la luna con su cara sangrienta, y el sol se oscurecerá, y esconderá sus rayos.
Todas las cosas temblarán, y el mundo se acabará, y hasta los coros de los ángeles se estremecerán.
Una llama de fuego abrasador volará por el mundo, y la mar y la tierra quedarán hechas una foguera.
Entonces vendré yo con gran poder y majestad, asentado en una nube resplandeciente.
Al derredor de mi vendrán millares de santos gloriosos y millares de espíritus bienaventurados.
Luego una trompeta daré un terrible sonido de lo alto, el cual rasgue las tierras y llegue al profundo de los infiernos.
Y luego sin tardanza resucitarán todos aquellos que perdida la lumbre de la vida, nuestra gran madre la tierra recibió en su grande gremio.
Y estará toda esta compañía resucitada delante de mi justo tribunal, esperando con temeroso corazón la terrible sentencia de mi juicio.
Ninguna cosa secreta ni escondida pasará sin examen, aunque sea lo que el hombre piense dentro de su corazón.
Y según los méritos se dará a cada uno su galardón: a unos vida perpetua y a otros muerte que nunca morirá.
Oh pues hombres miserables, que estáis enredados con tantos engaños, mientras tenéis poder ahora, sacad vuestros pies de ese lazo.
Abrid los ojos y velad, porque el día oscuro de este tiempo no os tome cerrados los ojos y cargados de sueño.
Mirad con cuán ligera carrera huyen y se pasan los tiempos, y cómo las horas apresuradas no saben sentir tardanza.
Dichoso aquel que emplea bien los días de la vida, y piensa que el fin de él será hoy o será mañana.
2. Habla del crucifijo que está a la entrada de las iglesias, compuesta en verso por Lactancio Firmiano 20
Quienquiera que por aquí pasas, y subes por estos grados del templo, espera un poco, y pon los ojos en mí, que siendo inocente, por tus culpas tan cruel muerte padecí. Yo soy Aquél que habiendo lástima de la caída miserable del género humano, vine a este mundo a ser medianero de paz y perdón de la culpa común. Aquí se dio una clarísima luz a la tierra, aquí está la imagen de la verdadera salud, aquí soy tu descanso, camino derecho, redención verdadera, bandera de Dios, y estandarte real, digno de perpetua recordación.
Por tu causa y por amor de tu vida entré en el vientre de una Virgen: por ti fui hecho hombre y por ti padecí terrible muerte, sin hallar descanso en todos los fines de la tierra, sino en todo lugar amenazas, y en todo lugar trabajos. El establo y las majadas esperas de Judea fueron la hospedería de mi nacimiento y las compañeras de mi pobre Madre. Aquí entre las bestias brutas tuve una cama de paja en un angosto y humilde pesebre. Los primeros años de mi edad viví en tierra de Egipto desterrado del reino de Herodes; y vuelto de ahí, gasté los otros en Judea, donde siempre padecí ayunos, siempre trabajos y siempre extrema pobreza. Y con esto siempre trabajé por encaminar a los hombres con saludables consejos al estudio de la virtud, acompañando y confirmando mi doctrina con obras maravillosas. Por las cuales cosas la malvada Jerusalén, movida con crueles odios y rabiosa envidia, y ciega con furor, extendió las manos contra mí, y me procuró en una terrible cruz muerte cruel. La cual si yo quisiere explicar por sus partes, y tú quisieres conmigo acompañarme y sentir todos mis dolores, pon primero ante los ojos los ayuntamientos y consejos de mis enemigos; y las celadas que me armaron, y el precio vil de mi inocente sangre, y los besos fingidos de mi discípulo, y el acometimiento y los clamores de aquella cruel compañía. Piensa también aquellos crueles azotes, y aquellas criminosas lenguas tan aparejadas para mentir, aquellos testigos falsos, y aquel perverso juicio del ciego presidente, y aquella grande y pesada cruz cargada sobre mis hombros y espaldas cansadas, y aquellos pasos dolorosos con que caminé a la misma cruz. Y después de puesto en ella, mírame levantado en alto y desviado de los ojos de la dulce Madre, y rodéame desde los pies hasta la cabeza por todas partes. Mira los cabellos cuajados con sangre, y la cerviz ensangrentada debajo de ellos, la cabeza agujereada con crueles espinas, corriendo hilos de sangre viva sobre el divino rostro. Mira también los ojos cerrados y oscurecidos, y las mejillas afligidas, y la lengua seca y atoxicada con hiel, y el rostro amarillo con la presencia de la muerte. Mira los brazos extendidos, y las manos atravesadas con clavos, y la herida grande en el costado, y el río de sangre que manaba de ella, los pies enclavados, y todos los miembros sangrientos. Hinca, pues, las rodillas, y adora este venerable madero de la cruz, y besando la tierra sangrienta con boca humilde, derrama sobre ella muchas lagrimas, y nunca me pierdas de vista, ni me apartes de tu corazón, siguiendo siempre los pasos de mi vida. Y considerando estos tormentos y esta muerte cruel, con todos los otros innumerables trabajos y dolores míos, aprende de aquí a padecer adversidades y tener perpetuo cuidado de tu salud.
3. Himno en alabanza de Cristo 21
A Jesús las vírgenes castas, a Jesús la santa juventud, a Jesús los varones, los viejos y las mujeres ancianas alabemos, en cuya fe vivimos, el cual nos favorece y ama con amor de padre. Eterno Hijo del sumo Dios, criador de las estrellas, de la tierra y de la mar, ninguna cosa encierra en sí la inmensidad del cielo y la redondez grande de la tierra, que no sea hecha por tu diestra. Tú asentado en el seno del Padre, sustentas y gobiernas todas las cosas. Tú por tu inmensa caridad apiadado de nuestra miseria, te vestiste de cuerpo mortal: enclavado en una áspera cruz, con tu muerte nos libraste de los fuegos eternos. Tú vencida la muerte, volviendo a tu palacio real, colocaste contigo a los tuyos en esa parte del cielo dorado. A ti canta días y noches la compañía de los moradores del cielo. De ti da testimonio aquel eterno Espíritu, diciendo que eres único autor de nuestra salud. Tú eres reposo, lumbre y deleite de las ánimas. Tú eres pastor y cordero que quitas los pecados del mundo. Tú eres eterno pontífice, poderoso para aplacar la ira del Padre soberano. Pues ¿quién no te alabará, Señor? ¿quién no te amará con todo su corazón? Pues, oh benigno Jesús, enciende, Señor, mi ánima en este amor, muéstrame ese rostro hermoso, y haz bienaventurados mis ojos con los tuyos, y no quieras negar, oh amante, al que te ama, beso de paz. Tú eres esposo de mi ánima, a ti busca ella, a ti con lágrimas llama. Tú, Santo, habiéndola librado de la muerte con tu muerte, y heridora con tu amor, no la has de aborrecer. Pues ¿por qué la miserable no siente la dulzura de tu presencia? Óyeme, Dios mío y Salvador mío, y concédeme esta petición, pues ninguna cosa hay más dulce que arder siempre nuestro corazón en tu amor.
F I N
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