"Ventana abierta"
III DOMINGO DE PASCUA: PRESENCIA OCULTA
Hoy,
escuchamos un evangelio tan conocido de los dos discípulos que se
dirigen camino a Emaús, uno de los dos se llamaba Cleofás, del otro ni
siquiera sabemos el nombre. Queda como una puerta abierta que nos
permite afirmar que podría ser uno de nosotros, cualquiera de las
personas que participamos hoy. ¡Cuántas veces estamos como los dos
discípulos que iban andando a Emaús arrastrando una pesada carga!
Su actitud era la de decir: No hay nada que hacer:
No hay nada que hacer debido a los conflictos que constataban en la sociedad que había encarcelado a Jesús y lo había crucificado.
No hay nada que hacer
debido a la situación de desánimo que vivían los apóstoles, incapaces
de creer aquello que afirmaban las mujeres de que Jesús estaba vivo.
No hay nada que hacer
debido a la frustración que cada uno de ellos alimentaba en su corazón,
las cosas no se habían desarrollado como ellos habían esperado.
Más de una vez pasamos por la misma experiencia y decimos lo mismo:
No hay nada que hacer en este país, donde cada uno piensa en sí mismo y se olvida del bien común.
No hay nada que hacer en esta Iglesia que se encierra y no tienen respuesta a nuestras necesidades agudas.
No hay nada que hacer en mi comunidad porque ha perdido la fuerza y la esperanza de otros tiempos.
No hay nada que hacer en mi corazón ya que siempre arrastra las mismas miserias.
Y
estos dos discípulos, igual que nosotros en nuestra vida de cada día,
tenían a Jesús como compañero de camino sin saberlo. Y Jesús de a poco
se las arregla para que cambien de actitud, se las arregla para que
confíen más en Dios que en los propios criterios, para que confíen más
en Dios que en los propios pensamientos, para que confíen más en Dios
que en las propias fuerzas. Jesús se las arregla para que lo descubran.
¿Y cómo lo hace?
Se
pone al lado, presta atención a sus problemas y empieza a caminar con
ellos. Después les invita a reflexionar a partir de la Palabra de Dios, y
les va enseñando a contemplar la vida con los mismos ojos de Dios. Y
finalmente lo reconocen al atardecer cuando Jesús a la mesa con ellos
celebra la Eucaristía.
Por
eso de nuevo se ponen en camino, pero en dirección contraria y movidos
por unas actitudes totalmente insospechadas unas horas antes: Jesús les
ha transformado, les ha cambiado sus vidas.
Cristo
también está presente en nuestra vida pero se nos hace difícil
reconocerlo. Cristo está al lado nuestro pero nos cuesta verlo. Él nos
acompaña. Se hace hermano para caminar al lado nuestro y consolarnos, se
hace Palabra para que arda nuestro corazón con el fuego del amor de
Dios, se hace Pan para alimentarnos.
Cristo
está presente pero se nos hace difícil reconocerlo, porque muchas veces
nos encerramos y nos cuesta creer. Muchas veces caminamos con el rostro
triste y desesperanzado, no porque Dios no esté con nosotros, sino
porque en nuestros ojos hay algo que nos impide verlo.
Nosotros también estamos llamados a decir: ¡Es verdad¡ Cristo ha resucitado, está vivo y presente entre nosotros:
Está
en la Palabra de Dios que nos llena de fuerza cuando la meditamos en el
corazón,. Está en la Eucaristía para regalarnos su misma vida. Está en
el hermano con el que tenemos que partir el pan y compartirlo: el pan
material con el pobre, el pan del consuelo con el que sufre, el pan del
perdón con el que lastimamos, el pan de la paciencia con el que nos
hiere, el pan de la esperanza con el que ya no espera.
Este
gesto de compartir, de hospedar a Jesús porque ya era tarde y se hacía
de noche, fue el que abrió los ojos a los discípulos de Emaús para que
reconocieran a Cristo resucitado.
Que también nosotros podamos decirle con los dos discípulos de Emaús: Quédate
con nosotros Señor de la Esperanza, y aunque a veces dudamos de tu
presencia en casa, no dejes que la noche nos sorprenda sin Ti. (Como
lo solemos cantar) Y entonces sabremos que por el camino nos venía
arriando el Dios de la Paz, que transformará y cambiará nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario