"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Isabel Orellana Vilches
MÁRTIRES DE LA INSENSATEZ
Nadie que tenga dos dedos de frente desearía
haber nacido para «martirizar» a otro, sobre todo si piensa que de ese modo el
martirio que inflige revierte también en su persona. Imprudencia, irresponsabilidad,
falta de buen juicio, inconsciencia y escasa madurez… todo ello conforma el
universo del insensato. La necedad materializada bien en actos o de manera
verbal, genera no pocos sufrimientos. La falta de paciencia, la precipitación y
pobre reflexión desembocan en grandes errores.
«El necio, a diferencia del sabio, no piensa en
las cosas que ve. Sólo giran dentro de sus ojos», dice Fernando Rielo. Es tan
ignorante que se cree y defiende verdades insostenibles creadas por él.
Prepotente y orgulloso no estima como válido el criterio de los demás. No se
aviene al diálogo. Se agota en su propia razón que trata de imponer a toda
costa. Siembra dudas respecto a la conducta de otros congéneres dejando
entrever su malicia. Vanidoso y lleno de sí mismo se pavonea de sus acciones
encumbrándolas en perjuicio del buen hacer que a su lado otros están llevando a
cabo, y muchas veces en silencio, sin alharacas. Cuando se ve descubierto puede
reaccionar dejando fluir pasiones como la ira, el resentimiento, la
autojustificación…
El insensato no tiene en cuenta la repercusión
en los demás de lo que dice y lo que hace. Está la insensatez del que pone en
peligro su vida; la del que asume riesgos innecesarios; la de quien se deja
llevar por su incontinencia verbal y supuesta espontaneidad que le hace sumirse
en no pocos problemas; la de quien se cree dueño del mundo y al perseguir ser
estimado con dudosas actuaciones lo que advierte es falta de aprecio y soledad;
la de quien es capaz de perder los bienes que posee por otros que no tienen
valor alguno y le hunden en la más dolorosa ruina personal, social, económica,
espiritual; la de quien encumbrándose a sí mismo como ídolo de masas, descubre
ser un pelele en manos de otros por su incoherencia, por desidia… La de quien
no quiere entender que hay cosas que no se pueden hacer ni decir; que no todo
es válido. Está la insensatez de la ambición con toda su carga de egoísmo que
induce a convertirse en un obseso del poder…
Es insensata la mentira, la vana elucubración,
la falta de escrúpulos… Decir la primera ocurrencia que venga a una mente
perezosa sin prever las posibles consecuencias. Considerar que se está por
encima del bien y del mal. Hacerse el gracioso expresando comentarios
descalificativos, hirientes o sencillamente desconsiderados. No admitir los
propios errores. Negarse a aceptar el cariño y la comprensión que otros
ofrecen. Creerse incapaz de progresar buenamente en la vida. Cerrar la puerta
al perdón. Huir de la misericordia. Desesperarse ante ciertas situaciones se
hayan o no magnificado, por ejemplo temiendo la rivalidad de otros…
En no pocas ocasiones es uno mismo quien se
martiriza tras haber incurrido en una falta de sensatez sea de la índole que
fuera. O se hace a sí mismo mártir con su falta de ecuanimidad. No olvidemos
que la insensatez está en las antípodas de la sabiduría en cuanto ésta supone
reconocer, admitir, disponerse a cambiar. No obstante lo dicho, hay otro
martirio que restaura y al que conviene tender. Comprende la abnegación, la
generosidad, la comprensión, el respeto… En suma, todas las virtudes que
edifican y que se logran con gracia y esfuerzo. Con nuestros buenos actos
podemos engrandecer a los demás, creciendo nosotros mismos: «El sabio se
distingue del necio en que aquél soporta su necedad con mansedumbre; la
dignifica, incluso, con hermosos sentimientos» (F. Rielo).
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