"Ventana abierta"
De la mano de María Héctor
L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL T.O. (A)
“Os aseguro que los
publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de
Dios”.
La lectura evangélica que nos
propone la liturgia para este vigesimosexto domingo del Tiempo Ordinario, (Mt 21,28-32)
termina con una de esas sentencias “fuertes” de Jesús que nos estremecen: “Os
aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el
camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de
la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le
creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le
creísteis”. Y en el meollo de todo está la frase “le creyeron”. La fe implica,
no solo “creer” en Jesús, sino e “creerle” a Jesús, creer en su Palabra
salvífica. Y ese creer en Jesús se manifiesta al poner en práctica, actuar
acorde a esa Palabra.
Recién este pasado martes
leíamos el pasaje en que Jesús, cuando le dijeron que su madre y sus hermanos
le buscaban (Lc 8,19-21) dijo: “Mi madre y mis
hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”.
En el evangelio de hoy vemos a
dos hijos que escuchan las mismas palabras del padre. Uno le dice que no, pero
luego recapacita y va a hacer lo que el padre le pidió. El otro se muestra
“obediente” y le dice que sí, pero luego no lo hace. Con esta parábola Jesús
está “retratando” a los sumos sacerdotes y ancianos, quienes daban
“cumplimiento” (“cumplo” y “miento”) exterior a la Ley, ofreciendo toda clase
de sacrificios y holocaustos, mientras en sus corazones se creían superiores a
los demás y no practicaban la misericordia (“Porque yo quiero misericordia, no
sacrificio…” – Os 6,6). ¿A cuántos de nosotros estará “retratando” Jesús?
Jesús nos está repitiendo lo
que ya los profetas habían anunciado (Cfr.
Mt 5,17). En la primera lectura (Ez 18,25-28) el profeta Ezequiel, quien
profetiza en el ambiente del exilio en Babilonia, le hace ver al pueblo que la destrucción
de Jerusalén y del Templo, y el exilio, no era un “castigo” de Dios, sino que
era la consecuencia de sus propios actos al darle la espalda a Dios,
apartándose de la Alianza.
No obstante, el mismo profeta
suscita la esperanza de una restauración del pueblo de Israel y de la ciudad
santa de Jerusalén (“Desde entonces la ciudad se llamará ‘El Señor está allí” –
48,35), todo por pura gratuidad del Señor, por su infinita misericordia.
Por eso en este pasaje Yahvé
dice a su pueblo (y a nosotros): “cuando el malvado se convierte de la maldad
que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si
recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no
morirá”. Así es la Misericordia Divina.
De todos los atributos de Dios
el que más sobresale es la Misericordia, producto de su Amor incondicional de
Dios-Madre, que hace que nunca nos rechace cuando nos acercamos a Él con el
corazón contrito y humillado (Sal 50,19), no importa cuán grande sea nuestro
pecado. Y ese día habrá fiesta en la Casa del Padre (Lc 15,22-24).
Todavía estás a tiempo. Recuerda, no importa tu pecado, Él te recibirá con el abrazo más tierno que hayas experimentado.
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