"Ventana abierta"
El Santo “Fray Burro”, que
resolvía complicados problemas de teología
Gaudium news
Redacción (Viernes, 18-09-2020, Gaudium Press)
El Creador llama a cada ser humano a la
santidad, pero en su sabiduría infinita, lo hace de las más diversas maneras. A
unos les pide la soledad de los desiertos, como ermitaños, y a otros los envía
a predicar a las muchedumbres. Guarda por toda la vida la inocencia inmaculada
de unos, mientras que a otros los hace emerger de una situación de terribles
pecados para que, arrepentidos, alcancen la perfección.
Pero existe un contraste que llama especialmente
la atención: cuando la excelencia de las virtudes florece en un alma poco
favorecida en capacidad intelectual. Dios suscitó inteligencias luminosas, como
santo Tomás de Aquino o san Agustín, pero, en muestra de su omnipotencia, elevó
a un alto grado de santidad también a hombres desprovistos totalmente de
capacidades naturales. Uno de estos últimos es san José de Cupertino.
Una vocación difícil de realizar
El pequeño José vino al mundo el 17 de junio de
1603 en la aldea de Cupertino, no lejos de Otranto, Italia. Su padre, un pobre
carpintero, murió antes que naciera el bebé, dejando a la desdichada viuda con
seis hijos y cargada de deudas. Insensibles a su dolor, los acreedores la
echaron de casa, ya que no tenía medios para pagar el alquiler. La triste mujer
se vio reducida a la situación de dar a luz en un establo. Así, desde su
nacimiento, la vida de José se asemejaría a la del Salvador, cuyos pasos habría
de seguir decididamente.
A pesar de su pobreza, la madre pudo llevar a
José a una escuela, donde a los ochos años tuvo el primero de sus numerosos
éxtasis. Sus compañeros, sin comprender la razón de verlo parado y con la
mirada perdida, le pusieron el jocoso mote de “Boccaperta” (boca abierta).
Cuando creció un poco más, empezó a trabajar
como aprendiz de zapatero. Sin embargo, ya sentía la vocación religiosa, y al
cumplir 17 años trató de ser admitido en un convento capuchino. Para tristeza
suya, fue rechazado a causa de su ignorancia. No se dejó abatir, y a costa de
gran insistencia logró ser recibido en 1620 como hermano lego por los
capuchinos de Martino. Pero sus continuos éxtasis le impedían trabajar, y así,
a pesar de sus ruegos, fue despedido.
San José de Cupertino se eleva en dirección a la Basílica de Loreto. Basílica Santuario de Osimo, Italia
buscó refugio en casa de un tío de cierta
condición, pero pasado un tiempo éste lo declaró “completamente inútil” y lo
puso en la calle. Después de tantas desventuras volvió al hogar materno. Su
madre recurrió a un pariente franciscano, por cuyo intermedio el joven terminó
siendo aceptado en el convento de La Grotella como ayudante lego en los trabajos
del establo.
Aunque torpe y distraído, su humildad, espíritu
de oración y penitencia le granjearon la estima de todos, y en 1625, por
votación unánime de los frailes, fue admitido al fin como religioso
franciscano.
Predicación por medio del buen ejemplo
Mientras tanto, su amor a Dios lo hacía aspirar
al sacerdocio. Aunque algunos no creían que fuera capaz de tanto, sus
superiores le permitieron empezar los estudios. A duras penas cursó los años de
filosofía; cuando llegaban los exámenes, se sentía tan inseguro que muchas
veces era incapaz de responder. Pero la Providencia no lo desamparaba. En una
de las pruebas más importantes, el examinador le dijo: “Voy a abrir el
Evangelio al azar, y la frase donde ponga los ojos, ésa me explicarás”.
En seguida abrió el libro santo en la página de
la visita a santa Isabel y mandó a Fray José que disertara sobre la frase:
“Bendito es el fruto de tu vientre”, ¡justamente la única frase que sabía
explicar!
Llegó por fin el día del examen definitivo,
donde se decidiría la ordenación. El grupo de seminaristas se presentó al
obispo, que dio comienzo al examen oral. Los diez primeros en ser interrogados
causaron una tan buena impresión que el prelado, muy satisfecho con el grado de
preparación del conjunto, eximió a los demás. Fray José era el 11º de la lista…
Así, con justa razón, Fray José de Cupertino sería declarado patrono de los
estudiantes, en especial los que atraviesan períodos de examen.
Fue ordenado sacerdote en marzo de 1628.
Siempre le costó mucho predicar y enseñar, pero suplía esa deficiencia y ganaba
almas a través de la oración, la penitencia y el poderoso medio del buen
ejemplo.
“Fray Burro”… y hábil teólogo
Es verdad que no estaba muy versado en las ciencias humanas, al punto que se llamaba a sí mismo “Fray Burro”. A pesar de ello, la gracia divina le concedía mucha sabiduría y luces sobrenaturales, de modo que no solamente aventajaba al común de los hombres en el aprendizaje de doctrinas, sino que se mostraba hábil en resolver las más intrincadas cuestiones que se le presentaran. En cierta ocasión, un profesor de la Universidad Franciscana de San Buenaventura dijo: “Lo oí discurrir tan profundamente acerca de los misterios de la teología, como no podrían hacerlo los mejores teólogos del mundo”.
Además, nunca dejó de ser místico y gran
contemplativo. Todo lo que se relacionaba de algún modo con Dios o con las
cosas santas -el sonido de la campana, el canto litúrgico, la mención de los
nombres de Jesús y María, algún pasaje del Evangelio- fácilmente lo
transportaba al éxtasis, y nada lo sacaba de tal estado. Sus hermanos de hábito
trataban en vano de empujarlo o arrastrarlo, incluso empezaron a golpearlo,
pincharlo con clavos y, los más impacientes, a tocar su piel con brasas. Nada
surtía efecto. Solamente el superior, por milagro de la santa obediencia, lo hacía
volver a la vida común.
Éxtasis frecuentes, fuente de
trastornos y pruebas
Esos arrobamientos
podían suceder en cualquier momento y lugar, especialmente durante la misa o
el oficio. Llegó incluso a elevarse y quedar suspendido en el aire. Como estos
hechos causaban no poco espanto y admiración, además de gran disturbio en la
comunidad, los superiores tuvieron a bien decidir que Fray José no celebrara la
misa en público ni participara en los actos comunitarios, como los cantos en el
coro, las comidas y procesiones. Debía quedarse en su cuarto, donde se le
preparó una capilla privada. El buen fraile lo aceptó todo con humilde y
obediente resignación.
Pero las pruebas que Dios sometía a su siervo estaban lejos de terminar.
Tantas manifestaciones sobrenaturales atrajeron la atención de la Inquisición,
frente a la cual el buen fraile fue acusado de abuso de la credulidad popular.
En el monasterio napolitano de San Gregorio Armeno, durante un interrogatorio,
tuvo un éxtasis delante de los jueces. El largo y complicado proceso ocasionó
varios traslados desde una a otra casa de los capuchinos, pero Fray José de
Cupertino siempre conservó su paciencia y alegría de espíritu, sometiéndose con
confianza a los designios de la Providencia. Lejos de angustiarse, progresaba
en el camino de la santidad. Practicaba la mortificación y el ayuno al punto de
hacer siete largos períodos de abstinencia cada año, y durante buena parte de
ese tiempo no probaba comida alguna, salvo los martes y domingos.
La santidad atrae
Los últimos seis años de vida los pasó en Osimo. Un mes antes de su muerte
celebró su última misa, durante la cual se elevó en el aire frente a numerosos
testigos, quedándose largo tiempo suspendido, en éxtasis.
El 18 de septiembre de 1663, a la edad de 60 años, Fray José entregó su
alma a Dios.
El Papa Benedicto XIV, conocido por su rigor en aceptar la autenticidad de
hechos milagrosos, estudió cuidadosamente su vida y declaró que “todos estos
hechos no pueden explicarse sin una intervención muy especial de Dios”, para
luego beatificarlo en 1753.
Clemente XIII lo canonizó en 1767, y hasta hoy su cuerpo es venerado en el Santuario de Osimo.
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