"Ventana abierta"
6
lecciones espirituales que me dejó el libro de Job
CatholicLink
Sebastián Campos
Si no has leído este
libro, te has perdido gran parte de la lógica espiritual judía sobre el dolor y
el sufrimiento. No voy narrar por completo la historia, pero en resumen a Job le tocó pasar tremendas calamidades, perdió
sus bienes, sus servidores, a toda su familia e incluso sufrió de una herida
que le llegaba desde la planta de los pies hasta la cabeza. La explicación que
el libro da a todo lo que le ocurre a Job, es que el “enemigo” lo tienta por
medio de la prueba y el sufrimiento para hacer que reniegue y maldiga a Dios.
El
relato explica que él intentó buscar respuestas, todas ellas sin renegar ni
maldecir a Dios, pues Job sabe que Dios es bueno. Entre su pena, desolación,
confusión y enojo disparaba para todos lados sin dar en alguna consolación, con
alguna idea lógica que le llenara el corazón. Incluso un par de amigos
acudieron a él para consolarlo, pero no
hubo nada que ellos pudieran decir que calmara su pesar y que pudiera
explicar todo lo que le estaba ocurriendo. Es tanta la confusión
que producen muchas de las cosas que experimentó en su vida, que hasta sus
amigos quedaron confundidos. Dice la palabra:
«Al
divisarlo de lejos, no lo reconocieron. Entonces se pusieron a llorar a gritos,
rasgaron sus mantos y arrojaron polvo sobre sus cabezas. Después permanecieron
sentados en el suelo junto a él siete días y siete noches sin decir una sola
palabra, porque veían que su dolor era muy grande» (Job 2, 12-13).
Me
imagino que te ha pasado que el
sufrimiento inexplicablemente golpea la puerta de tu vida, dejando
incluso sin palabras a los que están cerca de ti. Nadie, ni los amigos, ni tú,
ni tu fe logran conjugar alguna explicación a lo ocurrido, y la desesperanza y
angustia comienzan a brotar en medio del corazón. Frente a situaciones así
tiemblan los cimientos de la fe, de la vida, de lo que creemos y lo que hacemos.
La
historia es desconcertante en sus primeros capítulos, sobre todo porque
aparentemente, y en justicia, Job no merecía nada de lo que le estaba pasando;
muy por el contrario, lo que Job realmente merecía es la bendición y
prosperidad que vienen de la mano de Dios. En lo personal, muchas veces me he sentido
interpelado por la historia del sufrido Job, sobre todo en esas ocasiones en
que he dado todo de mí, he perseverado en mi trabajo, en mi fe, en el amor a
los demás, en el servicio, y he mantenido mi corazón limpio y recto; y aun así,
las cosas han salido pésimo: he experimentado el dolor, el quiebre, la soledad,
la pobreza, el sufrimiento. Seguro que tú también te has sentido así y no hay
mucho con qué consolarse.
Sé que
no he sufrido tanto como muchas otras personas, pero el estudio del libro de Job en los momentos
dolorosos y difíciles de mi vida me ha ayudado a sacar algunas ideas
que podrían servirte, o mejor aún, ayudarte a acompañar a otros en medio de la
tribulación y sostenerlos en la esperanza.
1. Mirar a Job
desde una nueva perspectiva, la de Jesús
En lo personal, me gustaba
mirar el libro de Job y validar el sentir lástima de mí mismo y quedarme
sentado entre las cenizas sin hacer nada más que sufrir. Quedarme ahí,
sufriendo, mirando mis heridas, sintiendo dolor y esperando a que mágicamente
todo pase o, peor aún, pasar así hasta el final de mis días. Esa depresión
cristiana abnegada y resignada que muchos creemos que es santa por el solo
hecho de aceptarla sin alegar. Se nos olvida que Job es un libro de la
antigua alianza, que Jesús vino a hacer nuevas todas las cosas, que nos vino a
dar vida en abundancia, que por sus méritos somos salvados y que su amor nos
devuelve la amistad con Dios. Se nos olvida que toda batalla, prueba,
tribulación y sufrimiento fueron clavados en la Cruz y desterrados de nuestra
vida para siempre.
Muchas
veces vivimos como si Jesús no nos hubiera salvado definitivamente, o peor
aún, que su salvación es solo una cosa que ocurrirá al final de nuestros días o
que afecta solo a la dimensión espiritual de nuestras vidas. Job no tenía un
Jesús a quien mirar. Nosotros sí. Que nunca se nos olvide que todos nuestros
sufrimientos fueron sufridos por Jesús en la cruz del Calvario y con su sangre
pagó para que nosotros seamos salvados. Eso no quita que en la vida vayamos a
experimentar dolores y sufrimientos, pero no son definitivos. Nuestra vida no
termina ahí, todas nuestras peleas son peleas ganadas de la mano de Jesús. Que
ningún dolor se robe tu esperanza.
2. Dios no prueba
a nadie
El relato de Job es
del Antiguo Testamento, ten eso en mente cuando lo leas. Porque la dinámica
usada por los judíos que todavía no conocían a Jesús para explicar la forma de
actuar de Dios es diferente a lo que el Nuevo Testamento nos muesta. El
texto dice que un día Satanás se presentó ante Dios para hablarle de Job,
asegurando que si lo tentaba este iba a blasfemar contra Él. Dios lo permite
para fortalecer la fe de Job. Es importante leer esta historia desde una
perspectiva espiritual. Dios no juega a las apuestas, no experimenta con
nosotros como un niño jugando con hormigas.
Como
dice el apóstol Santiago: «Ninguno, cuando sea probado, diga: «Es Dios
quien me prueba»; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie»
(Santiago 1, 13), pues en efecto, Dios
lo último que quiere es medir cuán fuertes somos para ver si valemos o no la
pena. Eso sería despreciar el sacrificio de Jesús. Si creemos que lo
que nos ocurre Dios lo quiere, entonces cabe pensar que dentro de las
posibilidades está que Dios quiere que reprobemos, que no pasemos, que no
seamos capaces. ¿Tú crees que Dios querría algo así? ¡Pues no! Dios permite sí
que pasen cosas en nuestra vida, para mostrarnos cosas mejores.
3. Dios no existe
en función de mí
Aquí puede haber una
idea que nos puede confundir, de hecho muchos a lo largo de la historia se han
confundido, pues han tenido la impresión de que Dios está para ayudarlos a
autorrealizarse y pretenden utilizarlo para ello. Eso es poner la naturaleza de
la creación al revés y lamentablemente está destinado al fracaso. Me he
visto a mi mismo elaborando complicados y detallados planes para luego
presentarlos a Dios y que los bendiga sin cambiar en nada aquello que tan
inteligentemente preparé. Distinto es cuando junto a él, me tomo el tiempo de
discernir cuáles son sus planes y yo realizarlos, para que de esta forma su
bendición me acompañe.
Somos nosotros los que ayudamos en
el “gran plan” de Dios y nuestra participación y el descubrimiento de
nuestro propósito ayuda en la realización de su voluntad, no al revés. Fuimos
hechos para Dios y no viceversa.
Dice el Catecismo en el nº 27: «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del
hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de
atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la
dicha que no cesa de buscar»
4. No todo tiene
explicación, mas todo tiene un propósito
“Nunca Dios
permitiría un mal si no fuera lo suficientemente poderoso para sacar de ese mal
un bien mayor” (San Agustín)
Hay dos preguntas que podemos hacer de cara a una situación que quiebre
nuestras vidas ¿por qué? o ¿para qué? Suena a psicología pop, a vacío, sobre
todo frente sufrimientos terribles como la muerte o una enfermedad grave. Por
eso este tipo de preguntas se hacen ya con el corazón tranquilo. Primero hay
que procesar todo con calma. Descubrir los propósitos de Dios no es un asunto
de un par de minutos rezando y listo. Dios
sabe eso y espera a que te acerques a hacer las preguntas necesarias, que
cuestiones, que dudes, pero que finalmente aceptes, aun sin comprender mucho. Su
voluntad, aunque indescifrable tantas veces, es maravillosa para nuestras
vidas, y que cada cosa que nos ocurre, aunque nos cuesta entenderla, tiene
sentido dentro de su plan.
«Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que
deben sufrir momentáneamente, así la fe de ustedes puesta a prueba, será muchas
más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en
motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de
Jesucristo» (1Pedro, 6-7).
Obviamente no le interesa tu sufrimiento, no se ha ensañado contigo, con
tu vida o con tu historia. ¡Dios quiere lo mejor para ti! Esa es una verdad de
la que no puedes dudar ni un segundo. Lo que ocurre, es que Dios sabe que
muchas veces para poder hacer eso que tiene en mente, tienes que pasar por un
desierto.
«La
tribulación es un regalo de Dios, uno especial que da a sus amigos especiales» (Santo Tomás).
5. No anestesiar
el dolor
Es parte de nuestra
cultura moderna, nos anestesiamos. Nos incomoda ver gente sufrir, la
invisibilizamos, la tapamos, los marginamos. Y nosotros mismos escondemos
nuestros dolores con la justificación de que “la procesión se lleva por dentro”.
Job
se sienta en el suelo, rapa su cabeza y se pone ceniza en señal de que no
entiende nada, de que pareciera que su duelo no tiene sentido. Se sienta a
sufrir, a dolerse de sí mismo. Nosotros en cambio, intentamos pasar rápidamente
de nuestros dolores y si después de 3 ó 6 meses de duelo, alguien sigue triste
les decimos a los demás «anda, ya es tiempo de superarlo», «tienes que ser fuerte, sigue adelante». Cada
uno tiene su tiempo y hay que respetarlo.
Abrazar al que llora y llorar con él en lugar de hacerlo callar, que empape nuestros hombros con sus lágrimas en vez de ofrecer un pañuelo. Dolerse con el que sufre, angustiarse con el vulnerado, llenarse la cara y el corazón de la pasión del otro, eso se sentir compasión, que las entrañas propias se retuerzan, no por mero masoquismo, no como penitencia, sino como ejercicio de comunión, como cuerpo de la Iglesia. Si hasta cuando te pegas en el dedo pequeño del pie todo el cuerpo se retuerce, todo el cuerpo sufre el dolor de un solo dedo. Así debe ser nuestra forma de acompañar.
Job nos enseña a sufrir con dignidad, a vivir el dolor dejándose
acompañar, a no esconder los sufrimientos, a pedir ayuda y frustrarse
cuando no se encuentran respuestas, pero aceptando que perder, que enfermarse,
que morir, que no tener explicaciones, es terrible y hay que vivirlo, no
taparlo ni esconderlo.
6. Confiar en ser
restaurados
La primera vez que leí el libro de Job de corrido, fue
cuando falleció mi hermana menor, una pequeña de tres meses de edad con un
diagnóstico de alteración genética intratable.
Perdona
el spoiler por si no
has leído el libro, pero la historia termina en que Dios restaura la vida de
Job, viendo que luego de sufrir y aceptar ese sufrimiento, nunca reniega ni
maldice. Job forma una nueva familia, mucho más fecunda que la primera, es
prosperado económicamente más que antes y su fama como hombre bendecido se
extiende por todas partes. Es decir, la idea que el autor bíblico quiere
expresar es que si vives tu sufrimiento como corresponde y sin revelarte a Dios, Él mismo te bendecirá y
devolverá incluso más de lo que tenías antes. Si y no. Es decir,
esto no es un trueque espiritual en donde Dios te devuelve más de lo que te
había quitado. En la economía
espiritual de los cristianos no existe la “meritocracia”; todos los méritos son
de Jesús e incluso aun cuando hacemos las cosas bien, no merecemos
nada de Dios y Él nos da todo por amor, no porque seamos buenos o malos. No obstante eso,
Dios nos conforta, nos da consuelo, nos acompaña tal como los Ángeles
acompañaron a Jesús en medio de su prueba en el Getsemaní.
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