"Ventana abierta"
De la mano de María Héctor
L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía
a qué atenerse”.
El Evangelio que nos presenta la liturgia de
hoy (Lc 9,7-9) es uno de esos que tenemos que leer dentro del contexto en que
se suscita la escena. Jesús acaba de enviar a los “doce”, y el revuelo que
causan despierta la curiosidad de Herodes Antipas, el que había hecho decapitar
a Juan el Bautista, e hijo de Herodes el Grande, responsable de la matanza de
los niños inocentes que hizo huir a Egipto a la Sagrada Familia.
Herodes escucha el nombre de Jesús de Nazaret
como responsable de ese barullo y quiere saber quién es. La Escritura nos dice
que “Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos
decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que
había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.
Herodes había oído hablar de los milagros de
Jesús, de cómo Él y sus discípulos echaban demonios. En el relato paralelo de
Mateo, esta “fama” de Jesús, además de evocarle la muerte del Bautista, le
despierta el remordimiento que sentía por la muerte de éste, a quien se vio
obligado a matar por culpa de Herodías (Mt 14,1-12).
Termina el pasaje diciendo que Herodes “tenía
ganas de ver a Jesús”. Muchas veces la curiosidad se convierte en la chispa que
enciende la fe. Herodes tuvo la oportunidad de su vida: la posibilidad de tener
un encuentro personal con Jesús. Irónicamente eso no ocurriría hasta que
Herodes jugara un papel importante en el misterio pascual de Jesús,
específicamente en su pasión y muerte.
Cuando Pilato envió a Jesús ante Herodes (Lc
23,7-11) éste se puso contento, pues tenía deseos de conocerle (Lucas es el
único evangelista que narra este pasaje). Ahí se pone de manifiesto que la
“curiosidad” de Herodes no estaba motivada por la fe; era realmente para ver si
Jesús podía divertirle haciendo un par de milagros. Es decir, estaba interesado
en verle hacer un par de “trucos”, lo trató como si fuera un bufón de la corte.
Esa curiosidad malsana le impidió reconocer al verdadero Jesús y terminó
burlándose de Él y devolviéndoselo a Pilato.
¡Cuántas veces durante nuestras vidas nos
encontramos con Jesús, lo tenemos enfrente y no lo reconocemos! Cada vez que
nos topamos con una persona sin hogar, o con alguna deformidad o enfermedad
aparente, o una necesidad apremiante, puede que esa persona despierte nuestra
“curiosidad”. Pero como no podemos reconocer en ella el rostro de Jesús, y
lejos de divertirnos nos causa temor, o repulsión, o indiferencia, le
devolvemos al mundo para que éste se encargue de ella.
No nos percatamos que acabamos de dejar pasar
la oportunidad de nuestras vidas: tener un encuentro personal con Jesús (Cfr. Mt 25,45).
Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de
reconocer su rostro en nuestros hermanos, especialmente los más necesitados,
para que sirviéndoles a ellos le sirvamos a Él.
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