"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor
L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Mi madre y mis hermanos son éstos: los que
escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”.
La lectura evangélica que nos ofrece la
liturgia para hoy (Lc 8,19-21) es otra de esas que, a pesar de ser corta, puede
parece desconcertante para muchos: “En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su
madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces
lo avisaron: ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Él les
contestó: ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de
Dios y la ponen por obra’”.
Lo cierto es que el mensaje central del pasaje
lo encontramos en la última oración: “Mi madre y mis hermanos son éstos: los
que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. Tal parece que estuviese
poniendo a los que señala por encima de su propia Madre. No se trata de que
Jesús esté menospreciando a su Madre; por el contrario la está ensalzando
diciendo que es más Madre suya por “escuchar la palabra de Dios y ponerla por
obra” (la definición de la fe), que por haberlo parido.
San Agustín nos dice que María, dando su
consentimiento a la Encarnación del Verbo, por medio de su fe abrió a los
hombres el paraíso… Por esta fe, dijo Isabel a la Virgen: “Bienaventurada Tú
porque has creído, pues se cumplirán todas las cosas que te ha dicho el Señor”
(Lc 1,45). Y añade san Agustín: “Más bienaventurada es María recibiendo por la
fe a Cristo, que concibiendo la carne de Cristo”. De ese modo María, la que
guardaba cada palabra de Dios y la guardaba en su corazón (Cfr. Lc 2,19), se nos presenta como modelo a
seguir.
Jesús ha venido a inaugurar un nuevo tiempo, un
nuevo “pueblo de Dios” que sustituiría el concepto de “pueblo elegido” del
Antiguo Testamento. La Antigua Alianza, que se heredaba por la sangre, por la
carne, daría paso a la nueva y definitiva Alianza en la persona de Cristo. El
nuevo pueblo de Dios ya no se formaría por la herencia carnal, sino por la
herencia del Espíritu de Dios. Es decir, Jesús sustituye el concepto de “pueblo
elegido” por el de Iglesia como nuevo “pueblo de Dios”, el “nuevo Israel”, fundado
en la efusión de la sangre de la Nueva Alianza (Cfr. Mt 26,28).
Y el vínculo que nos va a unir al Padre, como
hijos, y a Jesús, como hermanos, es la escucha atenta de su Palabra y la puesta
en práctica de la misma. Lucas coloca este pasaje inmediatamente después de las
parábolas del “sembrador” y de la “lámpara”, ambas relacionadas también con la
Palabra, con toda intención. El mensaje salta a la vista: El que escucha la
Palabra de Dios y la pone por obra, es como la semilla que cae en tierra buena,
que produce “ciento por uno”, como la lámpara que ilumina “a los que entran”, y
finalmente, se convierte en “familia” de Dios. ¡Qué promesa! ¿Te animas?
Señor, dame oídos para escuchar tu Palabra, y perseverancia para ponerla por obra, de tal modo que “se me note” que soy de tu Familia.
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