"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
MEMORIA OBLIGATORIA DE NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DE LOS DOLORES
Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo
que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Ayer celebrábamos la Fiesta de la Exaltación de
la Santa Cruz que nos invitaba a fijar nuestra mirada en el Crucificado. Hoy la
Iglesia nos invita a contemplar a aquella que fue testigo y partícipe del
sacrificio de la Cruz, celebrando la memoria obligatoria de Nuestra Señora la
Virgen de los Dolores (la “Dolorosa”). Y a propósito de esta memoria la
liturgia nos brinda uno de los pasajes evangélicos más conocidos e
interpretados del Nuevo Testamento (Jn 19,25-27). El pasaje nos muestra a las
tres Marías (María, la Madre de Jesús, María, la de Cleofás, y María, la
Magdalena) al pie de la cruz, y “cerca” al discípulo amado. Nos dice la
Escritura que “Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería,
dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego, dijo al discípulo: «Ahí
tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su
casa”.
Aparte de la cuestión legal-cultural de la
necesidad de una mujer no quedarse sin la protección de un hombre que velara
por sus derechos, la interpretación de este pasaje ha ido evolucionando a lo
largo de la historia de la Iglesia, especialmente en cuanto al papel de María
en ese momento crucial de su misión. Las palabras de Jesús en esos, sus últimos
momentos de vida, sirven para proyectar el significado de la escena más allá
del ámbito de aquél momento tan íntimo entre la Madre y el Hijo.
En las palabras de Jesús podemos ver cómo Jesús
constituye a María madre espiritual de todos los creyentes; tanto de la
Iglesia, como de cada uno de nosotros individuamente, representados en la
persona del discípulo amado. Como dijera el Papa León XIII: “En la persona de
Juan, según el pensamiento constante de la Iglesia, Cristo quiere referirse al
género humano y particularmente a todos los que habrían de adherirse a él con
la fe”.
María ejerció su papel de madre de la Iglesia,
y de los discípulos, desde los comienzos de la Iglesia, reuniendo a estos
últimos junto a ella en oración tras la muerte y resurrección de Jesús (Hc
1,14).
Yo no tengo la menor duda de que la presencia
de María, la llena de gracia, en aquella estancia superior, precipitó la venida
del Espíritu Santo sobre los presentes aquél día de Pentecostés. María,
constituida ya por su Hijo en madre espiritual de todos, continuó animando y
ejerciendo su cuidado maternal sobre aquellos que continuarían la labor
misionera de su Hijo. Así, como Madre solícita, está siempre pendiente a
nuestras necesidades para recabar la intervención de su Hijo cuando se
necesario para que la obra de su Hijo no se vea frustrada. Si lo hizo en Caná
de Galilea por los novios (Jn 2-1-11), ¿cómo no lo va a hacer por nosotros, los
que seguimos a su Hijo, el mismo que nos la entregó como madre al pie de la
Cruz?
¿Qué hijo no va a recurrir a su madre en los
momentos difíciles, con la certeza de que en sus brazos va a encontrar el
consuelo, la paz que tanto necesita? No temas acudir a ella en tus momentos de
tribulación; ella te acogerá en su regazo y allí te sentirás seguro, amado… Y
ya nada podrá perturbarte.
Nuestra Señora de los Dolores, ruega por
nosotros.
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