"Ventana abierta"
La alegría del amor sincero y
verdadero
Opus Dei
Se celebró el domingo 19 de marzo de 2017 el primer aniversario de la Amoris
Laetitia destacando citas de la Exhortación Apostólica que sirven para
reflexionar y reaccionar ante el reto alegre de la virtud más importante.
DE LA IGLESIA Y DEL PAPA
El domingo 19
de marzo se cumplió el primer año de la publicación de la Exhortación
Apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco.
Sus
325 puntos son un profundo homenaje al amor humano, en perfecta sintonía con el
Amor de Dios. Todo el texto magisterial es una joya que revitaliza el amor
sincero y verdadero que sirve para reflexionar sobre la virtud más importante:
la caridad.
En su primer, segundo, tercer, y este año cuarto aniversario jueves 19 de marzo de 2020, y siempre que lo deseemos, podemos volver a recordar un resumen en forma de puntos breves
de textos destacados de la Exhortación Apostólica. No se trata de una selección
de lo más importante, porque importante es su contenido íntegro. Es, más bien,
una presentación didáctica ordenada por temas (Amor, Matrimonio, Hijos,
Familia, Dios, Iglesia y familia; y Familia y sociedad) que puede servir para
difundir el contenido de un documento papal que golpea el corazón de los
hombres, el corazón de las familias y el corazón de la sociedad.
Lo ideal es que este aperitivo extenso de citas abra el
interés por repasar, repensar, meditar o leer por primera vez la Amoris Laetitia.
Índice
Amor.
Matrimonio. Hijos. Familia. Dios. Iglesia y familia. Familia y sociedad
Amor
● En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del
matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en
estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura.
● El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de
la Iglesia.
● El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a
aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo
diferente a lo que yo desearía.
● El amor nos lleva a una sentida valoración de cada ser humano,
reconociendo su derecho a la felicidad. Amo a esa persona, la miro con la
mirada de Dios Padre, que nos regala todo “para que lo disfrutemos”.
● Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además,
porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser
el centro.
● Amar también es volverse amable.
● El amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el
trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni
rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás.
● El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de
integración, construye una trama social firme.
● El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que
fortalecen, que consuelan, que estimulan.
● Cuando una persona que ama puede hacer un bien a otro, o cuando ve que
al otro le va bien en la vida, lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a
Dios, porque “Dios ama al que da con alegría”.
● Me ama como es y como puede, con sus límites, pero que su amor sea
imperfecto no significa que sea falso o que no sea real. Es real, pero limitado
y terreno.
● El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer,
a dominar. Esa libertad, que hace posible espacios de autonomía, apertura al
mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se
convierta en un círculo cerrado sin horizontes.
● El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas,
el deseo de lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo
particular en la familia, es amor a pesar de todo.
● Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la “máxima
amistad”.
● Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está
enamorado no se plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo.
● Un amor débil o enfermo, incapaz de aceptar el matrimonio como un
desafío que requiere luchar, renacer, reinventarse y empezar siempre de nuevo
hasta la muerte, no puede sostener un nivel alto de compromiso. Cede a la
cultura de lo provisorio, que impide un proceso constante de crecimiento.
● En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor. Cuando la búsqueda
del placer es obsesiva, nos encierra en una sola cosa y nos incapacita para
encontrar otro tipo de satisfacciones. La alegría, en cambio, amplía la
capacidad de gozar y nos permite encontrar gusto en realidades variadas, aun en
las etapas de la vida donde el placer se apaga.
● En la sociedad de consumo el sentido estético se empobrece, y así se
apaga la alegría. Todo está para ser comprado, poseído o consumido; también las
personas. La ternura, en cambio, es una manifestación de este amor que se
libera del deseo de la posesión egoísta. Nos lleva a vibrar ante una persona
con un inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su
libertad.
● El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y
sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades.
● La experiencia estética del amor se expresa en esa mirada que contempla
al otro como un fin en sí mismo, aunque esté enfermo, viejo o privado de
atractivos sensibles.
● Ese sí es decirle al otro que siempre podrá confiar, que no será
abandonado cuando pierda atractivo, cuando haya dificultades o cuando se
ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses egoístas.
● Los gestos que expresan ese amor deben ser constantemente cultivados,
sin mezquindad, llenos de palabras generosas. En la familia “es necesario usar tres
palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres
palabras clave!”.
● Las palabras adecuadas, dichas en el momento justo, protegen y alimentan
el amor día tras día.
● No hacen bien algunas fantasías sobre un amor idílico y perfecto,
privado así de todo estímulo para crecer. Una idea celestial del amor terreno
olvida que lo mejor es lo que todavía no ha sido alcanzado, el vino madurado
con el tiempo.
● El amor supera las peores barreras.
● La virginidad y el matrimonio son, y deben ser, formas diferentes de
amar, porque “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un
ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor”.
● El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad
para moverse con autonomía, para cambiar de lugares, de tareas y de opciones,
para disponer del propio dinero, para frecuentar personas diversas según la
atracción del momento. En ese caso, resplandece el testimonio de las personas
casadas. Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos
matrimonios un signo claro de la generosa e inquebrantable fidelidad de Dios a
su Alianza, que estimule sus corazones a una disponibilidad más concreta y
oblativa.
● La prolongación de la vida hace que se produzca algo que no era común en
otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por
cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una necesidad de volver a
elegirse una y otra vez.
● No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la
vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a
amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una
rica intimidad.
● El amor que nos prometemos supera toda emoción, sentimiento o estado de
ánimo, aunque pueda incluirlos. Es un querer más hondo, con una decisión del
corazón que involucra toda la existencia.
● En la historia de un matrimonio, la apariencia física cambia, pero esto
no es razón para que la atracción amorosa se debilite. Alguien se enamora de
una persona entera con una identidad propia, no sólo de un cuerpo, aunque ese
cuerpo, más allá del desgaste del tiempo, nunca deje de expresar de algún modo
esa identidad personal que ha cautivado el corazón.
● Cuando los demás ya no puedan reconocer la belleza de esa identidad, el
cónyuge enamorado sigue siendo capaz de percibirla con el instinto del amor, y
el cariño no desaparece.
● El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal “no se agota dentro
de la pareja [...] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de
sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente
de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre”.
● El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas
en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa,
para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para
fortalecer la relación.
● Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar
afinando el oído del corazón.
● A veces se ama con un amor egocéntrico propio del niño, fijado en una
etapa donde la realidad se distorsiona y se vive el capricho de que todo gire
en torno al propio yo. Es un amor insaciable, que grita o llora cuando no tiene
lo que desea.
● El amor tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en
lo invisible.
Matrimonio
● Los cristianos no podemos renunciar a
proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual,
para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro
moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y
debemos aportar. […] Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para
reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y
la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy
lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica.
● Necesitamos encontrar las palabras, las
motivaciones y los testimonios que nos ayuden a tocar las fibras más íntimas de
los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor
e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el
desafío del matrimonio.
● Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la
familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este
anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una
doctrina fría y sin vida.
● El sacramento del matrimonio no es una
convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El
sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos,
porque “su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo
sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por
tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son
el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento
les hace partícipes”.
● La unión sexual, vivida de modo humano y
santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de
la gracia para los esposos.
● Los esposos que se aman y se pertenecen,
hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más
allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar
su imagen. Pero no es sólo un gesto externo, sino que brota de una actitud
interna.
● La alegría matrimonial, que puede vivirse aun
en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria
combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de
sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias
y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a
cuidarse.
● Después de haber sufrido y luchado juntos,
los cónyuges pueden experimentar que valió la pena, porque consiguieron algo
bueno, aprendieron algo juntos, o porque pueden valorar más lo que tienen.
Pocas alegrías humanas son tan hondas y festivas como cuando dos personas que
se aman han conquistado juntos algo que les costó un gran esfuerzo compartido.
● Es verdad que el amor es mucho más que un
consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también
es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la
sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra
la seriedad de la identificación con el otro, indica una superación del
individualismo adolescente, y expresa la firme opción de pertenecerse el uno al
otro.
● Casarse es un modo de expresar que realmente
se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una
nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera
asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización
del matrimonio.
● El matrimonio como institución social es
protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para
que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a
su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio
va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la
naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social.
● El amor matrimonial no se cuida ante todo
hablando de la indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina,
sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la
gracia. El amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer
respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más
frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres.
● El diálogo es una forma privilegiada e
indispensable de vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y
familiar. Pero supone un largo y esforzado aprendizaje.
● La unidad a la que hay que aspirar no es
uniformidad, sino una “unidad en la diversidad”, o una “diversidad
reconciliada”. En ese estilo enriquecedor de comunión fraterna, los diferentes
se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos matices y
acentos que enriquecen el bien común.
● Es importante la capacidad de expresar lo que
uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser
más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea
exigente; plantear los propios reclamos pero sin descargar la ira como forma de
venganza, y evitar un lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar,
culpar, herir. Muchas discusiones en la pareja no son por cuestiones muy
graves. A veces se trata de cosas pequeñas, poco trascendentes, pero lo que
altera los ánimos es el modo de decirlas o la actitud que se asume en el
diálogo.
● Para que el diálogo valga la pena hay que
tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la
lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad. De otro
modo, las conversaciones se vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando ninguno
de los cónyuges se cultiva y no existe una variedad de relaciones con otras
personas, la vida familiar se vuelve endogámica y el diálogo se empobrece.
● El amor matrimonial lleva a procurar que toda
la vida emotiva se convierta en un bien para la familia y esté al servicio de
la vida en común.
● La sexualidad no es un recurso para
gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es
tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor.
● El ideal del matrimonio no puede configurarse
sólo como una donación generosa y sacrificada, donde cada uno renuncia a toda
necesidad personal y sólo se preocupa por hacer el bien al otro sin
satisfacción alguna. Recordemos que un verdadero amor sabe también recibir del
otro, es capaz de aceptarse vulnerable y necesitado, no renuncia a acoger con
sincera y feliz gratitud las expresiones corpóreas del amor en la caricia, el
abrazo, el beso y la unión sexual.
● Cuando el amor se convierte en una mera
atracción o en una afectividad difusa, esto hace que los cónyuges sufran una
extraordinaria fragilidad cuando la afectividad entra en crisis o cuando la
atracción física decae.
● Cuando la mirada hacia el cónyuge es
constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el matrimonio también
como un proyecto de construir juntos, con paciencia, comprensión, tolerancia y
generosidad. Esto lleva a que el amor sea sustituido poco a poco por una mirada
inquisidora e implacable, por el control de los méritos y derechos de cada uno,
por los reclamos, la competencia y la autodefensa.
● Recuerdo un refrán que decía que el agua
estancada se corrompe, se echa a perder. Es lo que pasa cuando esa vida del
amor en los primeros años del matrimonio se estanca, deja de estar en
movimiento, deja de tener esa inquietud que la empuja hacia delante.
● Una de las causas que llevan a rupturas
matrimoniales es tener expectativas demasiado altas sobre la vida conyugal.
Cuando se descubre la realidad, más limitada y desafiante que lo que se había
soñado, la solución no es pensar rápida e irresponsablemente en la separación,
sino asumir el matrimonio como un camino de maduración, donde cada uno de los
cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro.
● Cada crisis implica un aprendizaje que
permite incrementar la intensidad de la vida compartida, o al menos encontrar
un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. De ningún modo hay que
resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una soportable
mediocridad. Al contrario, cuando el matrimonio se asume como una tarea, que
implica también superar obstáculos, cada crisis se percibe como la ocasión para
llegar a beber juntos el mejor vino.
● En una crisis no asumida, lo que más se
perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era “la
persona que amo” pasa a ser “quien me acompaña siempre en la vida”, luego sólo
“el padre o la madre de mis hijos”, y, al final, “un extraño”.
● En estos momentos es necesario crear espacios
para comunicarse de corazón a corazón. El problema es que se vuelve más difícil
comunicarse así en un momento de crisis si nunca se aprendió a hacerlo. Es todo
un arte que se aprende en tiempos de calma, para ponerlo en práctica en los
tiempos duros.
● Se ha vuelto frecuente que, cuando uno siente
que no recibe lo que desea, o que no se cumple lo que soñaba, eso parece ser
suficiente para dar fin a un matrimonio. Así no habrá matrimonio que dure.
● Hay que acoger y valorar especialmente el
dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el
abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los
maltratos del cónyuge. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es
un camino que la gracia hace posible.
● A los padres separados les ruego: “Jamás, jamás, jamás tomar el hijo como rehén. Os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta prueba, pero que no sean los hijos quienes carguen el peso de esta separación, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge. Que crezcan escuchando que la mamá habla bien del papá, aunque no estén juntos, y que el papá habla bien de la mamá”.
Hijos
● El Evangelio nos recuerda también que los hijos no son una propiedad de
la familia, sino que tienen por delante su propio camino de vida.
● La Iglesia está llamada a colaborar, con una acción pastoral adecuada,
para que los propios padres puedan cumplir con su misión educativa. Siempre
debe hacerlo ayudándoles a valorar su propia función, y a reconocer que quienes
han recibido el sacramento del matrimonio se convierten en verdaderos ministros
educativos, porque cuando forman a sus hijos edifican la Iglesia.
● Los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino también que sean
fieles y sigan siempre juntos.
● La adopción es un camino para realizar la maternidad y la paternidad de
una manera muy generosa, y quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que
sean magnánimos y abran su amor matrimonial para recibir a quienes están
privados de un adecuado contexto familiar.
● Crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de
ayudar y de ser ayudados.
● Es inevitable que cada hijo nos sorprenda con los proyectos que broten
de esa libertad, que nos rompa los esquemas, y es bueno que eso suceda. La
educación entraña la tarea de promover libertades responsables, que opten en
las encrucijadas con sentido e inteligencia; personas que comprendan sin
recortes que su vida y la de su comunidad está en sus manos y que esa libertad
es un don inmenso.
● Cuando un hijo ya no siente que es valioso para sus padres, aunque sea
imperfecto, o no percibe que ellos tienen una preocupación sincera por él, eso
crea heridas profundas que originan muchas dificultades en su maduración. Esa
ausencia, ese abandono afectivo, provoca un dolor más íntimo que una eventual
corrección que reciba por una mala acción.
● La corrección es un estímulo cuando también se valoran y se reconocen
los esfuerzos y cuando el hijo descubre que sus padres mantienen viva una
paciente confianza. Un niño corregido con amor se siente tenido en cuenta,
percibe que es alguien, advierte que sus padres reconocen sus posibilidades.
● Uno de los testimonios que los hijos necesitan de los padres es que no
se dejen llevar por la ira.
● La familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se
aprende el buen uso de la libertad.
● Cuando los niños o los adolescentes no son educados para aceptar que
algunas cosas deben esperar, se convierten en atropelladores, que someten todo
a la satisfacción de sus necesidades inmediatas y crecen con el vicio del
“quiero y tengo”. Este es un gran engaño que no favorece la libertad, sino que
la enferma.
● La familia es el ámbito de la socialización primaria, porque es el
primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a
compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir.
● Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad
tiende a banalizarse y a empobrecerse. Sólo podría entenderse en el marco de
una educación para el amor, para la donación mutua. De esa manera, el lenguaje
de la sexualidad no se ve tristemente empobrecido, sino iluminado.
● Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso,
aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una
defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser
convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la
sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en
morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de
violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a
otros.
● El hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las
razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo.
● La educación en la fe sabe adaptarse a cada hijo, porque los recursos
aprendidos o las recetas a veces no funcionan.
● Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus
padres la oración es realmente importante.
● Quiero expresar especialmente mi gratitud a todas las madres que oran
incesantemente, como lo hacía Santa Mónica, por los hijos que se han alejado de
Cristo.
● El ejercicio de transmitir a los hijos la fe, en el sentido de facilitar
su expresión y crecimiento, ayuda a que la familia se vuelva evangelizadora, y
espontáneamente empiece a transmitirla a todos los que se acercan a ella y aun
fuera del propio ámbito familiar.
Familia
● Una familia y un hogar son dos cosas que se reclaman mutuamente. Este
ejemplo muestra que tenemos que insistir en los derechos de la familia, y no
sólo en los derechos individuales. La familia es un bien del cual la sociedad
no puede prescindir, pero necesita ser protegida.
● Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural
fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario:
perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios
y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos.
● Muchos hombres son conscientes de la importancia de su papel en la
familia y lo viven con el carácter propio de la naturaleza masculina. La
ausencia del padre marca severamente la vida familiar, la educación de los
hijos y su integración en la sociedad. Su ausencia puede ser física, afectiva,
cognitiva y espiritual. Esta carencia priva a los niños de un modelo apropiado
de conducta paterna.
● Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar
agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es
cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean
perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla
la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar
con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para
responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben
convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se
volverá un campo de batalla.
● En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre
otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque
esa lógica acaba con el amor.
● Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y
deseable, pero nadie dice que sea fácil. La verdad es que “la comunión familiar
puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio.
Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la
comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia
ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con
violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión”.
● Para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de
comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o
la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el
cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los
otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones
interpersonales.
● Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo juzgan sin
compasión, que no lo aman de manera incondicional, preferirá guardar sus
secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es. En cambio,
una familia donde reina una básica y cariñosa confianza, y donde siempre se
vuelve a confiar a pesar de todo, permite que brote la verdadera identidad de
sus miembros, y hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o
la mentira.
● No es posible una familia sin soñar. Cuando en una familia se pierde la
capacidad de soñar los chicos no crecen, el amor no crece, la vida se debilita
y se apaga.
● El pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la familia ampliada,
donde están los padres, los tíos, los primos, e incluso los vecinos. En esa
familia grande puede haber algunos necesitados de ayuda, o al menos de compañía
y de gestos de afecto, o puede haber grandes sufrimientos que necesitan un
consuelo.
● Es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de
celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas.
Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el
entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la
energía del amor, lo libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la
rutina diaria.
● La historia de una familia está surcada por crisis de todo tipo, que
también son parte de su dramática belleza. Hay que ayudar a descubrir que una
crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a mejorar,
asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez menos
felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de las
posibilidades que abre una nueva etapa.
● Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en
la vida familiar.
● La familia tiene que inventar todos los días nuevas formas de promover
el reconocimiento mutuo.
● Ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez
para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de
amar.
Dios,
Iglesia y familia
● El espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia
doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la
misma mesa.
● La familia está llamada a compartir la oración cotidiana, la lectura de
la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor y
convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu.
● En el mundo actual también se aprecia el testimonio de los matrimonios
que no sólo han perdurado en el tiempo, sino que siguen sosteniendo un proyecto
común y conservan el afecto. Esto abre la puerta a una pastoral positiva,
acogedora, que posibilita una profundización gradual de las exigencias del Evangelio.
Sin embargo, muchas veces hemos actuado a la defensiva, y gastamos las energías
pastorales redoblando el ataque al mundo decadente, con poca capacidad
proactiva para mostrar caminos de felicidad. Muchos no sienten que el mensaje
de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia haya sido un claro reflejo de la
predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que proponía un
ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la
samaritana o la mujer adúltera.
● Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida,
y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos
inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al
Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe
ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra
humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido
creada.
● Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del
Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo,
perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros.
● El matrimonio es un signo precioso, porque “cuando un hombre y una mujer
celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se 'refleja' en
ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor.
El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros”.
● Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia. En ellas, el
amor expresa su fecundidad generosa.
● El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso.
La madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida.
● El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera
con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge
gratuitamente.
● A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que
nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No
permitas que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los
problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva
vida al mundo.
● Un matrimonio que experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está
llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del
encuentro, a luchar por la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto
de hacer “doméstico” el mundo.
● Con el testimonio, y también con la palabra, las familias hablan de
Jesús a los demás, transmiten la fe, despiertan el deseo de Dios, y muestran la
belleza del Evangelio y del estilo de vida que nos propone. Así, los
matrimonios cristianos pintan el gris del espacio público llenándolo del color
de la fraternidad, de la sensibilidad social, de la defensa de los frágiles, de
la fe luminosa, de la esperanza activa. Su fecundidad se amplía y se traduce en
miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad.
● Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los
grandes valores a sus nietos, y muchas personas pueden reconocer que deben
precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana.
● Cada matrimonio es una “historia de salvación”, y esto supone que se
parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta creativa
y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y preciosa.
● La transmisión de la fe supone que los padres vivan la experiencia real
de confiar en Dios, de buscarlo, de necesitarlo, porque sólo de ese modo “una
generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas”.
● La presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos
sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos. Cuando se vive en
familia, allí es difícil fingir y mentir, no podemos mostrar una máscara. Si el
amor anima esa autenticidad, el Señor reina allí con su gozo y su paz. La
espiritualidad del amor familiar está hecha de miles de gestos reales y
concretos.
● Si la familia logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la
vida familiar. Los dolores y las angustias se experimentan en comunión con la
cruz del Señor, y el abrazo con él permite sobrellevar los peores momentos.
● Hay un punto donde el amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se
convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro
no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor.
● Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con
los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él. Esto reclama una disponibilidad
gratuita que permita valorar su dignidad.
Familia
y sociedad
● El debilitamiento de la presencia materna con sus cualidades
femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra. Valoro el feminismo cuando no
pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de
la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad
humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad.
● Dios pone al padre en la familia para que, con las características
valiosas de su masculinidad, “sea cercano a la esposa, para compartir todo,
alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en
su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando están despreocupados
y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando son taciturnos, cuando
se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando vuelven
a encontrar el camino; padre presente, siempre. Decir presente no es lo mismo
que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a los
hijos”.
● El individualismo de estos tiempos a veces lleva a encerrarse en un
pequeño nido de seguridad y a sentir a los otros como un peligro molesto. Sin
embargo, ese aislamiento no brinda más paz y felicidad, sino que cierra el
corazón de la familia y la priva de la amplitud de la existencia.
● El vínculo virtuoso entre las generaciones es garantía de futuro, y es
garantía de una historia verdaderamente humana. Una sociedad de hijos que no
honran a sus padres es una sociedad sin honor.
● El fenómeno de la orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad,
desarraigo y caída de las certezas que dan forma a la vida, nos desafía a hacer
de nuestras familias un lugar donde los niños puedan arraigarse en el suelo de
una historia colectiva.
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