"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor
L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2)
¿Estoy dispuesto a seguir los pasos del Maestro atendiendo a su llamado con todo lo que ese seguimiento implica?
Como primera lectura para hoy la liturgia
continúa con el libro de Job (9,1-12.14-16) y la conversación que tiene con los
tres amigos que vienen a consolarlo pero que, lejos de hacerlo, lo que logran
es hacer más difícil su aceptación de lo que le está sucediendo. Job se
mantiene firme en que es imposible escudriñar los misterios de Dios y cómo Él,
en su infinita sabiduría dispone todo sin que podamos encontrar la respuesta a
la famosa pregunta: ¿por qué?
La segunda lectura (Lc 9,57-62) nos presenta a
Jesús, que continúa esa última “subida” a Jerusalén para enfrentar su hora
suprema. Con tres frases lapidarias, dirigidas a tres de los discípulos que le
acompañaban, Jesús expone las “condiciones” del seguimiento.
Vemos de entrada que el primero no es “llamado”
por Jesús, sino que se ofrece voluntariamente. Jesús se limita a enumerar las
dificultades, las privaciones, los sacrificios que el verdadero discípulo de Él
ha de enfrentar. Es obvio que ese “voluntario” no está consciente que Jesús va
camino a enfrentar su muerte, y que el discípulo tiene que estar dispuesto a
compartir la misma suerte que su maestro.
El segundo sí es llamado, con la palabra única
que Jesús suele utilizar: “Sígueme”. Este también pretende imponer sus propias
condiciones al Maestro: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”, a lo que
Jesús responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a
anunciar el reino de Dios”. Con esta exageración, rayando en la locura, Jesús
pretende sacudir al discípulo con el propósito de transmitir el mensaje de que
NADA es más importante que el seguimiento y la misión. Más adelante lo dirá con
toda claridad: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su
madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia
vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26). Palabras fuertes, pero Jesús exige
ese seguimiento radical, incondicional. Por eso muchos son los llamados pero
pocos los escogidos (Mt 14,22).
Con el tercer discípulo Jesús acentúa otra
característica que Él espera en el verdadero discípulo. El discípulo le pide
tiempo para ir a despedirse de su familia. De nuevo el apego a las relaciones
familiares que nos proporcionan “seguridad”. Nuevamente una respuesta tajante
de parte de Jesús: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale
para el reino de Dios”. Está claro que Jesús no quiere seguidores a medias. Una
vez se comienza el seguimiento, ya no hay marcha atrás; aquí es que se prueban
los verdaderos discípulos. Él nos quiere calientes o fríos, no tibios, porque
si nos tornamos tibios Él va a “vomitarnos” de su boca (Ap 3,15).
El mensaje de Jesús es claro. Él nos invita a
seguirle, pero ese seguimiento implica sacrificios, privaciones, humillaciones,
persecuciones, pruebas. Hoy tenemos que preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a seguir
los pasos del Maestro atendiendo a su llamado con todo lo que ese seguimiento
implica?
Señor, envía tu santo Espíritu sobre nosotros para que nos de fortaleza para sobreponer esas tibiezas que nos impiden perseverar en el seguimiento de tu Hijo.
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