"Ventana abierta"
‘Nuestra Señora de la Merced. Madre de Misericordia’
Carta pastoral del Arzobispo de
Sevilla
Queridos hermanos y
hermanas:
El próximo jueves, 24 de
septiembre, celebraremos la memoria litúrgica de Ntra. Sra. de la Merced,
patrona de las instituciones penitenciarias. Por ello, comienzo esta carta
semanal saludando cordialmente a todos los hermanos y hermanas que en nuestra
Archidiócesis están privados de libertad, a los funcionarios que trabajan en
los Centros Penitenciarios de Sevilla y a los capellanes y voluntarios de la
Delegación de Pastoral Penitenciaria. A todos os deseo una celebración gozosa
de la fiesta de la Virgen de la Merced.
Me dirijo especialmente a
vosotros, mis hermanos presos que además en estos tiempos difíciles que nos ha
tocado vivir a causa de la pandemia del Coronavirus, sufrís también en algunos
casos la ausencia de visitas de vuestros familiares y amigos y, de capellanes y
voluntarios de la Delegación Diocesana. Integrada por laicos y consagrados, en
comunión y en nombre de nuestra Iglesia particular, sus miembros tratan de
vivir la bienaventuranza de Jesús: “venid, benditos de mi Padre… porque estuve en la cárcel y
vinisteis a verme” (Mt 25, 34.36) y, con ella, la más antigua
y genuina tradición de la Iglesia primitiva, la preocupación por los
encarcelados compartiendo su sufrimiento (Hbr 13,3). Buscan al mismo tiempo
crear en los centros penitenciarios una auténtica comunidad de creyentes donde,
principalmente a través del catecumenado de adultos y de la recepción de los
sacramentos, los internos tengáis la oportunidad de tener un encuentro fuerte
con Jesucristo.
El papa Francisco en su
discurso del 10 de julio de 2015 con motivo de una visita al Centro de
Rehabilitación de Palomasola, Santa Cruz de la Sierra, la cárcel más peligrosa
de Bolivia, decía a los internos allí recluidos que el dolor no es capaz de
apagar la esperanza en lo más profundo del corazón, y que
la vida sigue brotando con fuerza en circunstancias adversas.
El Papa se presenta ante los
encarcelados compartiendo con ellos la mayor certeza de su vida, una verdad que
le ha marcado para siempre: él se sabe un hombre perdonado, un hombre que fue y
es salvado de sus muchos pecados. El Papa declara que no tiene mucho más para
darles u ofrecerles, que les da lo que tiene y lo que ama, a Jesucristo, que
vino a mostrarnos la misericordia del Padre, a hacer visible el amor que Dios
tiene por nosotros, un amor real, que sana, perdona, levanta y cura, un amor
que se acerca y devuelve dignidad.
Muestra después el Papa la
experiencia de Pedro y Pablo, presos en las cárceles de Roma, pero sostenidos
por la oración, su oración propia y la de la comunidad, que no permitió que
cayesen en la desesperación. Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos
que sostienen la vida y la esperanza, que nos libera de la desesperanza y nos
estimula a seguir caminando: una red que va sosteniendo la vida, la de los
presos y la de sus familias y que, en estos momentos tan difíciles, es más
necesaria que nunca.
En la oración abrimos las
puertas del alma a Cristo. Cuando Jesús entra en nuestra vida, no quedamos
atrapados por el pasado, sino que comenzamos a mirar el presente y nuestra
misma persona de otra manera, con otra esperanza. Cuando Jesús entra en nuestra
vida, uno no queda anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y
encontrar ahí la fuerza para volver a empezar. Mirando el rostro de Jesucristo
crucificado, cuando estamos tristes encontramos espacio, paz y consuelo. Junto
a sus llagas hemos de poner nuestras heridas, dolores, pecados y yerros. Allí
serán curados, lavados, transformados y resucitados, puesto que Él murió
por nosotros para darnos su mano y levantarnos.
El Papa invita a los reclusos
a trabajar por su propia dignidad, conscientes de que reclusión no es sinónimo
de exclusión: la reclusión incluye un proceso de reinserción en la sociedad. No
ignora el Papa los condicionantes pavorosos del penal que visita y pide a los
presos que no den todo por perdido, pues hay muchas cosas que se pueden hacer:
vivir la fraternidad y la unidad, la ayuda mutua, romper el egoísmo que da
lugar a enfrentamientos, alejar la pelea, la rivalidad, la división y las
banderías y orar. Rezar por los compañeros, por aquellos que en estos días no
pueden ir a visitaros y por cuantos trabajan incansablemente por el fin de esta
pandemia.
Concluyo mi carta,
agradeciendo a capellanes y voluntarios su excelente servicio. Agradezco a las
autoridades penitenciarias el aprecio que siempre nos muestran y las
facilidades que dan a capellanes y voluntarios para llevar adelante sus tareas.
Invito a todos los fieles de la Diócesis a colaborar en la pastoral
penitenciaria, en primer lugar con la oración que sostiene las actividades que
se realizan, y también implicándose personalmente, tanto en las visitas y en el
trabajo pastoral dentro de la prisión como fuera de ella.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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