Quiere salir de sus dudas y envía algunos discípulos para que le pregunten directamente a Jesús para que se defina El mismo.
Hacer más humano al hombre.
Hacer más feliz al hombre.
Darle más esperanza al hombre.
Anunciarles las buenas noticias a los pobres.
Ponerse a favor de los pobres y necesitados.
Algo que se puede “ver” y se puede “oir”.
No se trata de simples promesas de futuro, sino de algo que está aconteciendo ya.
Un Jesús que se define a sí mismo como el defensor de los más necesitados, de aquellos a quienes la religión de la Ley excluía y marginaba.
Frente a una Ley que sólo defendía los derechos de Dios y se daba por satisfecha por el culto y los sacrificios a Dios, Jesús se define a sí mismo como defensor de los derechos del hombre.
Por tanto, saca la religión y a Dios del Templo y lo echa a andar por la calle por los mismos caminos del hombre.
De un Dios al aire libre.
De un Dios ensuciándose los pies con el polvo de los caminos.
De un Dios empeñado en cambiar la suerte de los hombres.
De un Dios que anuncia y defiende los derechos de los débiles.
De un Dios que, evidentemente choca con los intereses religiosos y con los intereses de los grandes.
Muchos siguen pensando en una Iglesia encerrada en las sacristías.
Una Iglesia metida en el templo. Que ahí haga lo que le venga en ganas.
Una Iglesia que sólo nos hable del más allá, de la felicidad del más allá.
Pero no aceptan una Iglesia que se acerque al hombre y sus problemas.
No aceptan una Iglesia que defienda los derechos de los débiles.
No aceptan una Iglesia que anuncie y se comprometa con las realidades y estructuras humanas que atenten contra la dignidad de las personas.
A esta Iglesia se la acusa de “meterse en política”, de “perturbar el orden establecido por el poder y a favor de los poderosos”.
“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar…. El amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en síu misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros”. (DC. N 15) y nos recuerda la parábola del Juicio final “en el cuala el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”. “Jesús se identifica con los pobres, los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados”. (id)
La Iglesia no hace política.
La Iglesia no se mete en política.
La Iglesia hace “humanidad”.
La Iglesia hace más humana y digna la vida de los seres humanos.
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