Sin embargo hoy, sintiéndolo mucho, no son alegres noticias las que les comunico. Por eso me siento animada a escribir como una especie de carta a Dios, en la cual le hago una petición y quizá también nos sirva a todos de reflexión.
"Señor, Dios, Padre nuestro, soy una humilde ama de casa, una abuela ya, que a pesar de saber la carencia de valor que quizá tengan mis palabras-pues sólo soy alguien entre miles, un granito de arena ante tu Inmensidad-también soy tu hija, y por eso a Ti, Padre Bueno y Justo, yo te imploro.
Hoy he vuelto mis ojos al Zaire, África, la India, Afganistán, Haití, al Salvador, y a tantos países que sufren y se encuentran en idénticas o parecidas circunstancias.
Te escribo con la intención de que seas Tú el encargado de llevar mis sentimientos a otras personas y consigas abrir sus corazones y el mío propio. Ni siquiera tendría que buscar demasiado para encontrar el motivo de la masacre, de la falta de alimentos, de la vida tan desigual, que personas como yo-a pesar de la crisis que padecemos-personas igual a nosotros, sufren injustamente por el simple hecho de haber tenido la triste y desgraciada suerte de nacer allí, y no tener más escapatoria que la supervivencia.
¿Son tan grandes el odio, el egoísmo o la vanidad, capaces hasta tal punto de no hallar ni siquiera en nuestros corazones algo de remordimiento, un leve deseo de paz, o tan sólo un pequeño brote de amor por la humanidad?
¿No se nos hiela la sangre cuando vemos a un niño indefenso desplomarse en el suelo, porque no le ha tocado quizá vivir la vida que Tú me has ofrecido a mí?
Sinceramente no me gustaría saber lo que una madre del Zaire-o de cualquier otro lugar empobrecido del mundo-madre de familia o abuela como yo, siente cuando su hijo, su nieto, le implora comida, o lo ve morir de frío sin poder hacer nada más que rezar y esperar, esperar sin esperanza.
¡Padre mío, Padre nuestro! Yo no tengo respuesta, pero me imagino que ese corazón de madre llorará en silencio, en un silencio a gritos que yo no oigo, que ninguno oímos.
Padre mío, en ayunas yo me levanto, y no en ayuno, ni desfallecida, ni hambrienta. Tomo el café y apuro hasta la última gota de la taza. En el último pozo rezagado, se me ha quedado perdida la mirada, y sumida en el fondo del pocillo, te elevo a Ti mi alma y te suplico:
¡Piedad oh Dios, con los que nunca des-ayunan, es decir con los que nunca dejan de ayunar; y piedad con los que ayunamos voluntariamente, porque estamos seguros de que nos hartaremos mañana!
¡Piedad oh Dios, con los que se levantan al son de la ruidosa protesta de sus tripas; y piedad con los que en nuestro opíparo desayuno, tomamos lo nuestro y lo de dos o tres más!
¡Piedad oh Dios, con los que ayunan a la fuerza; y piedad con los que no desayunamos para no engordar!
¡Piedad oh Dios, con las comunidades ricas que mandan la leche que sobra; y piedad con los que la aceptan con alborozo aunque no la desayunen por no alcanzar para todos!
¡Piedad oh Dios, con los que desayunan hambre; y piedad con los que tiramos la mitad del bocadillo o del bollicao!
¡Piedad oh Dios con los que saborean el pan a palo seco; y piedad con los que nos hastiamos del croasán, la mermelada y el huevo frito!
¡Piedad con los que no tienen que hacer ganas de comer, porque ya nacieron con ellas, y con sólo el tentempié que nosotros tomamos a veces a media mañana, estarían alimentados todo el día!
¡Piedad oh Dios, de mí, que en los pozos del café, no he sabido encontrar motivos de esperanza!
¡Haz que no les demos la espalda!
¡Haz que no nos tapemos los oídos para no escuchar!
¡Haz que no cerremos los ojos para no ver la realidad de este mundo que nosotros y sólo nosotros hemos creado!"
¡Hasta pronto amigos/as, que D.M. volveré a abrir nuestra "Ventana" para daros la bienvenida y recibiros a todos/as, con mi primer abrazo navideño.
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