¡Hola amigos!
Aquí nos encontramos en nuestra "Ventana abierta" a mediados de esta fiesta entrañable como es la Navidad.
La historia del árbol de Navidad tiene sus orígenes en la antigua creencia germana, de que un árbol gigantesco sostenía el mundo, y que en sus ramas estaban sostenidas las estrellas, la luna y el sol; lo que explica la costumbre de poner luces en los árboles.
Era también símbolo de la vida, por no perder en invierno su verde follage cuando casi toda la naturaleza parece muerta.
En algunas casas en los países nórdicos durante esta estación, se cortaban ramas y se decoraban con pan, fruta y adornos brillantes para alegrar la vida de los habitantes de la casa mientras transcurría el invierno.
Parece ser que la costumbre del árbol de Navidad nació en Alemania, en la primera mitad del siglo VIII.
Fue San Bonifacio, un monje benedictino inglés, que evangelizó a los pueblos germanos.
Estando el día de Navidad predicando un sermón a unos turistas alemanes para convencerles de que el roble no era sagrado ni inviolable, el apóstol de los alemanes derribó uno; el árbol al caer -cuenta la tradición- fue destrozando todos los arbustos, excepto un pequeño abeto. San Bonifacio interpretó la supervivencia del arbolito como un milagro, y afirmó: "¡Llamémosle el árbol del Niño-Dios!"
Los años siguientes, los cristianos celebraron las Navidades plantando abetos.
Desde entonces el árbol de Navidad se asocia con el Árbol de la Vida que lucía en medio del j
ardín del Edén, y que después de la "caída", desaparece.
Las frutas y las decoraciones que adornaban los árboles, nos recuerdan las gracias y dones que el hombre tenía cuando vivía en el Paraíso en completa amistad con Dios.
Incluso la medieval leyenda "Crucis", afirma que la cruz de Cristo había sido hecha con la madera del Árbol del Paraíso.
Hace unos años, el Papa Juan Pablo II afirmaba:
"Cuando en los días pasados contemplé la Plaza de San Pedro desde la ventana de mi despacho, el árbol de Navidad, suscitó en mí, reflexiones espirituales.
Ya en mi país amaba los árboles, cuando los vemos comienzan a hablar con su florecimiento en primavera, su madurez en verano, sus frutos en otoño y su muerte en invierno.
El árbol nos habla del misterio de la vida.
Por desgracia en nuestra época -continúa diciendo el Papa- el árbol es también un espejo elocuente, de la forma en que el hombre a veces trata el medioambiente, la Creación de Dios. Los árboles que mueren, son una constatación callada, de que existen personas que evidentemente no consideran un don, ni la vida ni la Creación; sino que sólo buscan su beneficio.
Poco a poco resulta claro que donde los árboles se secan, al final el hombre sale perdiendo, porque al igual que los árboles, el hombre también necesita raíces profundas; pues sólo quien está profundamente arraigado en una tierra fértil, puede permanecer firme, puede extenderse por la superficie para tomar la luz del sol, y al mismo tiempo, resistir al viento que los sacude.
Por el contrario, la existencia de quien cree que puede renunciar a esta base, queda siempre en el aire por tener raíces poco profundas.
La Sagrada Escritura cita el fundamento sobre el que debemos enraízar nuestra vida para poder permanecer firmes.
El apóstol San Pablo nos da un buen consejo: "Estad bien arraigados, fundados en Cristo, firmes en la fe como os he enseñado"
-Terminaba diciendo el Papa:
El árbol colocado en la Plaza de San Pedro, orienta mi pensamiento también en otra dirección; y es que el árbol que habéis puesto cada uno en vuestra casa, lo habéis puesto cerca del belén, y lo habéis adornado, ¿no impulsa a pensar en el Paraíso, en el Árbol de la Vida, y también en el árbol del conocimiento del bien y del mal?"
Queridos amigos seguidores de mi blog y de nuestra "Ventana abierta", que la conmemoración del nacimiento del Señor llene nuestros espíritus de serena felicidad, paz y armoniosa dicha en estas Fiestas de Navidad, acordándonos siempre de aquellos que sufren e intentar remediarlo en lo posible.
¡¡Felicidades, amigos,as!!
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