"Ventana abierta"
LAS PIEDRAS PRECIOSAS DE MI REY
Hace muchos años que vino a la tierra un Rey. Sí, vino, pues Él no era de la tierra, pero su Padre, que tanto lo amaba, le propuso reinar en este pequeño planeta.
Mucha gente lo acogió, lo reconoció como Rey, pero otros ni se enteraron.
Yo era un pobre pastor; mi riqueza eran unas cuantas ovejas que cuidaba de noche y de día.
¡Qué recuerdos de aquella noche! no dije nada a nadie, pero aunque todos me decían que no, yo pude contemplar y gozar al ver las piedras preciosas de la corona de mi Rey.
Aquella noche corría un vientecillo que hacía bailar a las estrellas; hacía frío, pero parecía que un fuego grande iba llegando poco a poco a nuestros cuerpos.
Otros pastores estaban adormilados juntos a mí.
Era una noche diferente, parecía que algo iba a explotar; que una Palabra Buena se iba a pronunciar.
Cerca de nosotros, en un establo casi derrumbado, estaba naciendo un niño, una fuerza nos empujo hasta allí.
Algo nos decía que aquel Niño era Rey.
Pero ¿cómo podía ser?
Sus padres guardaban silencio, la pobreza los rodeaba, pero algo profundo nos decía que en verdad estábamos junto a un rey.
Yo me quedé mirando aquel cuerpo tan pequeño, tan tierno (los niños son mi debilidad). El estaba durmiendo, todo quedó en silencio.
Una estrella iluminaba “tal Palacio”.
Seguro que estaréis pensando por qué sin duda alguna afirmo que estaba ante un Rey. Intentaré describir lo que mis ojos vieron: el silencio se fue apoderando de la noche, y yo sentí sueño.
Me levanté y paseé un poco.
Luego volví al establo y vi que todos dormían.
Llegué hasta el recién nacido y mis ojos contemplaron que en su pequeña cabecita había una corona.
Abrí y cerré los ojos varias veces
¿quién le habría puesto aquella corona?
Pude observar las piedras preciosas que la adornaban; una era de amarillo intenso, más fuerte que el Sol. Era la piedra de la ALEGRÍA. Desde aquella noche, este Rey iba a regalar tanta alegría que ya, la última palabra no la tendría el llanto ni la tristeza, la desesperanza y la angustia.
Seguí contemplando y observé una pequeña piedra celeste, trasparente. Era la piedra de la VIDA. Desde aquella noche, este Rey no dejaría de dar vida en abundancia a su paso. Él mismo se llamó “Yo soy la Vida”.
¡Qué piedras tan preciosas tenía esta corona!. Ah, en el centro resaltaba una muy roja, parecía que se iba a despegar. Era la piedra del AMOR. Sin ella, la corona no parecía tal. Y desde aquella noche, este Rey no dejó de amar de forma original, nueva. Los más olvidados y despreciados fueron para Él los primeros. Y estos, por esta piedra dichosa.
Seguí mirando y casi, casi escondida vi una minúscula piedra verde. Era la piedra del SERVICIO, ¡qué maravilla!. Un Rey que viene a servir.
Desde aquella noche el mejor signo de su Reino fue una toalla que siempre está dispuesta a secar lo que haga falta.
Yo no salía de mi asombro; mis ojos estaban viendo unas piedras preciosas diferentes, pero mucho más hermosas que todas las que he oído que existen.
Casi aparté la mirada de aquel espectáculo, cuando de lejos me pareció ver una palabra en la corona:
¿qué estará escrito? Seguro que dirá “Rey”.
Me acerqué más y, cuál fue mi sorpresa al ver que estaba escrito “HERMANO”….
¿un Rey HERMANO?.
Sí, y esto me conmovió más que todas las piedras preciosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario