"Madre de Dios".
¡Qué abismo de condescendencia se abre ante nosotros!
Se plantea espontáneamente una pregunta al Espíritu: ¿Por qué el Verbo ha preferido nacer de una mujer (cf. Gál 4, 4), antes que descender del Cielo con un cuerpo ya adulto, plasmado por la mano de Dios (cf. Gén 2, 7)?
¿No habría sido éste un camino más digno de Él?, ¿más adecuado a su misión de Maestro y Salvador de la humanidad? Sabemos que, en los primeros siglos, sobre todo, no pocos cristianos (los docetas, los gnósticos, etc.) habrían preferido quo las cosas hubieran sido de esa manera. En cambio, el Verbo eligió el otro camino. ¿Por qué?
La respuesta nos llega con la límpida y convincente sencillez de las obras de Dios. Cristo quería ser un vástago auténtico (cf. Is 11, 1)
de la estirpe que venía a salvar. Quería que la redención brotase como del interior de la humanidad, como algo suyo. Cristo quería socorrer al hombre no como un extraño, sino como un hermano, haciéndose en todo semejante a él, menos en el pecado
(cf. Heb 4, 15).
Por esto quiso una Madre y la encontró en la persona de María. La misión fundamental de la doncella de Nazaret fue, pues, la de ser el medio de unión del Salvador con el género humano.
En la historia de la salvación, sin embargo, la acción de Dios no se desarrolla sin acudir a la colaboración de los hombres: Dios no impone la salvación. Ni siquiera se la impuso a María. En el acontecimiento de la Anunciación interpeló su voluntad y esperó una respuesta que brotase de su fe. Los Padres han captado perfectamente este aspecto, poniendo de relieve que "la Santísima Virgen María, que dio a luz creyendo, había concebido creyendo"
(S. Agustín, Sermo 215, 4; cf. S. León M., Sermo I in Nativitate, 1, etc.), y esto ha subrayado también el reciente Concilio Vaticano II, afirmando que la Virgen "al anuncio del ángel recibió en el corazón y en el cuerpo al Verbo de Dios"
(Lumen gentium, 53).
El "fiat" de la Anunciación inaugura así la Nueva Alianza entre Dios y la criatura: mientras este "fiat" incorpora a Jesús a nuestra estirpe según la naturaleza, incorpora a María a Él según la gracia. El vínculo entre Dios y la humanidad, roto por el pecado, ahora felizmente está restablecido..."
JUAN PABLO II
Homilía en la Casa de la Virgen Santísima Éfeso. 30-noviembre-1979
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